ESCENA II
Entran Enobarbo, Lamprio, un adivino, Ranio, Lucilo, Carmia, Iras, Mardian el eunuco y Alexas
CARMIA
Mi señor Alexas, dulce Alexas, mi más alexo Alexas, Alexas el más casi todo… ¿Dónde está ese adivino que tanto recomendáis a la reina? ¿Quién será ese marido que, según decís, habrá de trocar por cuernos la guirnalda nupcial?
CARMIA
¿Es él? ¿Es éste? – ¿Sois vos, señor, quien sabe de las cosas?
ADIVINO
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En el libro infinito del secreto de la vida
algo sé leer.
Entra Enobarbo
ENOBARBO
Preparad en seguida el banquete. Que no falte vino
para brindar a la salud de Cleopatra.
CARMIA
Buen señor, dadme buena suerte.
ADIVINO
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Nada doy; sólo predigo.
CARMIA
Predecidme alguna, entonces.
ADIVINO
Mucho más bella seréis de lo que sois.
IRAS
No, que habréis de usar afeites cuando envejezca.
CARMIA
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¡Válganme las arrugas!
ALEXAS
¡Atentas! ¡No interrumpáis la Noble Predicción!
ADIVINO
Seréis más amante que amada.
CARMIA
Mejor entonces que llene mis entrañas con licores.
ALEXAS
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¡Esperad! ¡Escuchadle!
CARMIA
Predecidme ahora alguna suerte excelente. Que seré novia de tres reyes la misma mañana y viuda de todos. O madre a los cincuenta para recibir homenaje de Herodes. O que seré como mi dueña, esposa de Octavio César.
ADIVINO
Viviréis más que aquella a quien servís.
CARMIA
¡Excelente! Una vida larga me place más que los higos.
ADIVINO
La fortuna que habéis visto y gozado en el pasado
no será más bella en el futuro.
CARMIA
Entonces mis hijos no tendrán nombre. Decidme, ¿cuántos varones y hembras habré de tener?
ADIVINO
Un millón, si vientres fueran todos tus deseos
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y cada deseo una profecía.
CARMIA
¡Basta, necio! ¡Menudo hechicero…!
ALEXAS
¿Pensabais que sólo las sábanas conocían vuestros deseos?
CARMIA
Oigamos ahora la fortuna de Iras.
ALEXAS
Todos queremos saber nuestra buenaventura.
ENOBARBO
La mía, y muchas de las nuestras esta noche, dormirán ebrias.
IRAS
Si alguna cosa presagia la palma de esta mano ha de ser castidad.
CARMIA
Como el hambre que presagia el Nilo cuando desborda.
IRAS
¿Qué decís, ardiente querida mía? ¡No servís como adivina!
CARMIA
¿Qué no? Si tener la palma húmeda no significa algo jugoso yo no sé ni rascarme la oreja. Os lo ruego, predecidle fortuna de día laborable.
ADIVINO
Vuestra suerte es semejante.
IRAS
¿Semejante? ¿Cómo? Explicaos con detalle.
IRAS
¿No me habrá de tocar a mi un poco más de fortuna que a ella?
CARMIA
Si te hubiera de tocar un poco más de fortuna, ¿para dónde la querríais?
IRAS
No en la nariz de mi marido.
CARMIA
¡Cielos! ¡No cedamos a peores pensamientos! ¡Ahora vos, Alexas, la vuestra, la vuestra! ¡Su buenaventura! ¡Oh, dulce Isis, concédele esposa que no pueda llegar, te lo suplico! ¡Que cuando muera encuentre otra peor, y de peor vaya en peor hasta que la última y peor de todas se lo lleve riendo a la tumba, cincuenta veces cornudo! ¡Oh, Isis bondadosa, te lo suplico, atiende mi plegaria, aunque a mi me niegues favores de más peso!
IRAS
¡Así sea! ¡Diosa mía, escucha los ruegos de tu pueblo! Pues si parte el corazón ver a un hombre bello malcasado, mortal dolor se padece ante uno feo sin cuernos. Por lo tanto, buena Isis, guarda decoro y concédele la fortuna que merece.
ALEXAS
¡Ya lo veis! Si estuviera en sus manos hacerme cornudo, pasarían por rameras por hacerlo.
Entra Cleopatra
ENOBARBO
¡Silencio! ¡Llega Antonio!
CLEOPATRA
¿Habéis visto a mis señor?
CLEOPATRA
Estaba de ánimo alegre, pero un repentino
recuerdo de Roma le ha azotado. ¡Enobarbo!
CLEOPATRA
Buscadle, y traedle aquí. ¿Dónde está Alexas?
ALEXAS
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Aquí, a vuestro servicio. Ya llega mi señor.
Entra Antonio, con un mensajero
CLEOPATRA
No quiero verle. Venid conmigo.
Salen
MENSAJERO
Fulvia, tu esposa, salió en primer lugar al campo de batalla.
CLEOPATRA
¿Contra mi hermano Lucio?
MENSAJERO
Sí.
Pero la guerra no fue larga, y el tiempo y la circunstancia
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les hicieron aliados, y han unido sus fuerzas contra César.
Más diestro en batallas, éste, fuera de Italia
los empujó tras el primer encuentro.
MENSAJERO
Las malas noticias alcanzan a quien las porta.
ANTONIO
Si alcanzan a necios, o a cobardes. Continúa.
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Lo pasado ha terminado para mí. Escucho
a quien me dice la verdad, aunque en ella venga la muerte,
como escucharía a quien adulara.
MENSAJERO
Labieno – y ésta es
dura noticia – con sus tropas de Parcia
ha invadido el Asia; desde el Eufrates
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ondea su enseña victoriosa, y desde Siria
hasta Lidia y Jonia,
mientras…
ANTONIO
Mientras Antonio, ¿qué ibas a decir?
ANTONIO
Háblame sin ambages, no me ocultes lo que dicen.
Dí el nombre con que en Roma insultan a Cleopatra.
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Reprueba mis defectos con las mismas frases que Fulvia,
con la licencia que el odio y la franqueza
te permitan. Así dejamos crecer la cizaña
cuando nos creemos en paz, y saber nuestras faltas
no es sino arar nuestro campo. Déjame ahora.
Sale
ANTONIO
¿Qué noticias de Sición? ¿Quién habla?
PRIMER MENSAJERO
¿Quién viene de Sición? ¿Hay aquí alguien?
ANTONIO
¡Que se presente!
He de hacer saltar estas cadenas egipcias
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o me perderé en el desvarío.
Entra otro mensajero con una carta
Y tú, ¿quién eres?
TERCER MENSAJERO
Fulvia, tu esposa, ha muerto.
TERCER MENSAJERO
En Sición.
El curso de su enfermedad, y lo restante
que a vos os importa, aquí va escrito.
ANTONIO
¡Retiraos!
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Fue grande la que nos deja…¿No era ese mi deseo?
A menudo arrojamos de nosotros con desprecio
lo que después anhelamos. El placer presente
con el tiempo cambia, se atenúa y se convierte
en su contrario. ¡Ahora no está y ahora la aprecio!
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La mano que la empujó quisiera recobrarla.
Debo librarme del hechizo de esta reina.
Diez mil desgracias peores que los males que conozco
nacerán de mi indolencia.
Entra Enobarbo
¡Ah! ¡Enobarbo!
ANTONIO
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Partir de aquí a toda prisa.
ENOBARBO
Sería como matar a todas nuestras mujeres. Ya sabemos cómo sufren las descortesías. Si han de soportar nuestra partida, será su muerte.
ENOBARBO
Que mueran las mujeres si la ocasión lo urge. Abandonarlas por nada sí sería lastimoso, aunque en poco han de ser estimadas si la causa es grande. El instante que oiga rumor de esto, Cleopatra muere. La he visto morir veinte veces con motivos más pobres. Debe haber en la muerte algo que le hace el amor, pues con tanta prestancia se muere.
ANTONIO
Su astucia escapa a la mente de un hombre.
ENOBARBO
¡Ah no, señor! Sus pasiones no son sino fino amor puro. Sus vientos y sus aguas no son meras lágrimas y suspiros: son tormentas y tempestades más violentas que las que recuerdan los almanaques. No es astucia todo en ella; si así fuera, llora lluvias tan bien como Júpiter.
ANTONIO
¡Ojalá no la hubiera visto nunca!
ENOBARBO
Entonces, señor, habríais dejado de ver una obra maravillosa; y sin haber conocido esa dicha, ¿de qué habría servido vuestro viaje?
ENOBARBO
Pues rendid homenaje a los dioses, mi señor, en agradecimiento; cuando les place, roban una mujer a un hombre como si fueran sastres del mundo… Y conforta saber que cuando las ropas viejas se gastan, sastres hay que hacen nuevas. Si Fulvia fuera la única mujer, la pérdida sería lamentable, pero vuestra desgracia puede coronarse de consuelo: nuevas faldas donde había faldones viejos. En realidad, todas las lágrimas que merece este dolor caben en una cebolla.
ANTONIO
Las intrigas que ha encendido en el estado
requieren de mi presencia.
ENOBARBO
No menos que las que habéis encendido aquí. Especialmente las de Cleopatra, que dependen en todo de vuestra estancia.
ANTONIO
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Basta de ligerezas. Informad de vuestros planes
a los oficiales. Yo he de explicar
a la reina la causa de tanta urgencia,
y conseguir su permiso, pues no sólo
la muerte de Fulvia nos requiere
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con razones apremiantes; también las cartas
de muchos amigos leales en Roma
allí nos reclaman. Sexto Pompeyo
a César desafía desde el mando
del imperio del mar; el pueblo, voluble,
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sólo fiel en sus afectos cuando su dueño
es gloria pasada, comienza a reconocer
al gran Pompeyo y sus talentos
en su hijo. Grande en poder y renombre
mayor que ambos en fuerza y valentía,
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es el primero de los soldados. Tales dotes,
de crecer, amenazar pueden al mundo. Han nacido
como la crin de un caballo, apenas con vida,
aún sin veneno de serpiente. Haced saber
a quienes esperan nuestras órdenes
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que partiremos en seguida.
Salen