Francisco de Sá de Miranda, Comédia d’Os Vilhalpandos

Comedia de los Villalpandos





Texto utilizado para esta edición digital:
Sá de Miranda, Francisco de. Comedia de los Villalpandos. [Comédia d’Os Vilhalpandos ]. Traducción de Alejandro L. Lapeña para la Biblioteca Digital EMOTHE. Valencia: EMOTHE Universitat de València, 2024.
Codificación del texto digital para EMOTHE:
  • Carmen Cerdán, Rodrigo

Nota a esta edición digital

Esta publicación es parte del proyecto I+D+i «Segunda fase del teatro español y europeo de los siglos XVI y XVII: patrimonio y bases de datos», referencia PID2022-136431NB-C65 (acrónimo EMOTHE), financiado por MICIN/AEI/10.13039/501100011033 y FEDER.


Personajes de la comedia

Pomponio, anciano
Mario, anciano
Fausta, señora romana
Milvo, alcahuete
Antonioto, alcahuete
Cesarión, muchacho romano
Giscarda, proxeneta
Fabiano, muchacho extranjero
Villalpando I, capitán
Apolonio, ermitaño
Aurelia, cortesana
Villalpando II, verdugo
Ladino, paje
Torquemada, paje
Ruberte, paje francés

Prólogo

Fama hace el prólogo.

FAMA
Yo no vengo a vosotros volando, ave joven con buen plumaje, tantos ojos, cuántas plumas, tantas lenguas y oídos que disparan por abajo, como artillería, así como me pintaron esos charlatanes de los poetas, que siempre quieren hacer reír. Pero, así como todos me llaman Fama, así vengo con estas ropas de mujer. Aquí, en el final del mundo, está ahora mi asiento y no en el medio, donde los mismos bondadosos de los poetas me metieron en una casa totalmente abierta y descubierta, mala, por cierto, al menos para el invierno. De aquí llevo a todas partes graciosas victorias, todas contra los infieles. De vuelta, a veces creo que solo os traigo patrañas, como ahora. ¿Qué queréis que haga? ¿Queréis que vuelva con las manos vacías? Al menos les daré la razón a esos mismos poetas, mis amigos, que de mí dijeron que cuento lo que pasó y lo que no pasó. Y ellos, a vender humo, como se dice desde antaño. ¿Queréis que siempre esté esperando al cojo, que cuando viene yo no tiene sino arrepentimientos? ¿Cuántos ejércitos he solo yo desbaratados? ¿Cuántas fortalezas rendidas con mis miedos? ¿Cuántas defendidas con mis esperanzas? ¿Sabéis qué maña usé en estos días pasados en aquella gran afrenta de Diu? Cuando no os pude asustar con los turcos, asusté a los turcos con vosotros, en tiempo en que todo os faltaba, excepto el corazón. Y ahora, en Tolón, ¡cómo me metí entre las galeras de los mismos turcos!, ¡tantas que cubrían el mar!, y ahí empecé a murmurar sobre gente noble que se juntaba en Ceuta y, al aparecer la primera golondrina, desaparecieron todas, que ya no sabían ni el día ni la hora. Dejo lo que hice en Túnez, donde entonces descubrí a los rivales de quien era el auténtico capitán del pueblo portugués, que enseguida hizo temblar a esa barba roja. Cuántas de esas obligaciones tengo esparcidas por el mundo, que me las reconocen mal. Y, dejando la guerra a un lado, ¡en cuántos peligros ayudo yo a los que escriben! Los cronistas, a cada paso, no saben adónde ir sin mí. Los poetas andan siempre por los aires. No tienen otro refugio que no sea yo. Hasta estos que ahora gobiernan el mundo con sus libros, hablo de los que ahora sobre todo llaman doctores, que rematan todas sus razones con mi nombre y con mi autoridad diciendo para acabar: «Y de esto son públicas voz y fama». Con esa gravedad en sus prácticas profundas: fala malum, etc. Dejados todos de lado, hablemos aquí entre nosotros. Decidme, ¿de las que cosas pasadas qué os queda si no la Fama? ¿De las presentes cuánto veis? ¿Y además de las que veis de cuántas dais fe? ¿A quién le debéis más si no es a mí? Del porvenir ni hablemos, que lo reservó Dios para sí. Sea como sea, no os fieis de los sueños. ¡Oh!, como aquellos buenos antiguos morían por mí con tan buen rostro —y yo también, que así se lo pagaba—, vosotros poned el alma delante, que eso es la razón; sin embargo, ¡qué buen destino me dais de vosotros! Basta, que yo estoy contenta, no sirváis a una persona desagradecida. Finalmente, ¿queréis saber cuál es la obligación que todo el mundo tiene para mí? Mirad, que de cuántas cosas que se tengan, ninguna responde igualmente a su fama, ni París, esa ciudad, ni esa Roma, la santa. Mucho me jactaré de vosotros hoy Os lo diré: son, como os he dicho, vecina y morador, obligados a guardar vuestras costumbres. Ahora, vayamos a las patrañas. Estamos en Roma. En aquella casa de las torres viven dos ciudadanos ancianos, cuyos nombres veis cada uno sobre su puerta. Pomponio tiene un hijo que se llama Cesarión, cuyo padre y madre intentan sacar del cautiverio de una de sus cortesanas, que así las llaman; el padre, por razón y autoridad, y la madre, por devoción. La cortesana, sin razón, sin autoridad y sin devoción, hace todo lo que quiere. De este asunto, os hablarán luego estos ancianos. Y su conversación os irá abriendo el camino hacia los demás. Oíd con tranquilidad.


Acto I

Escena I

Pomponio y Mario

POMPONIO
Dichosos los ojos, Mario. Justo iba en tu busca.

MARIO
¡Oh, Pomponio! Y yo en la tuya, que me dijeron al llegar que en la cama yacías.

POMPONIO
No te mintieron, pero supe que venías y eso me dio fuerzas para levantarme.

MARIO
Hiciste mal, que el cuerpo enfermo quiere estar en la cama y no por la calle.

POMPONIO
Sí, pero también el alma cansada quiere reposo.

MARIO
Que fuera yo, con más razón, pero ¿cómo te encuentras?

POMPONIO
Débil, principalmente en las piernas, que no me sostienen.

MARIO
No te asustes, que llevan sosteniéndote mucho tiempo. ¿Qué mal fue el tuyo?

POMPONIO
Nunca lo pude saber.

MARIO
¿Qué te decían los galenos?

POMPONIO
Muchas y muy notables razones.

MARIO
Y preferirías pocas y seguras.

POMPONIO
Fueron y vinieron algunas veces, antes de ponerse de acuerdo. Al final, capitularon ante la enfermedad y, teniendo yo un gran hastío, me mandaron que no comiera.

MARIO
Peligroso remedio, y más en esa edad.

POMPONIO
De forma que, si la naturaleza no me prohibía algo, así por sus deseos, me la prohibían ellos.

MARIO
Te matarían.

POMPONIO
Poco menos. Entonces, contaban de forma alterna las nuevas corrientes y los milagros que les habían hecho ellos a otros, a cada cual mayor.

MARIO
¿Y a ti no te dejaron ninguno?

POMPONIO
No, a decir verdad, porque hasta en el estómago vino una vieja que se aprovechó de mí. Dijo que era la señal.

MARIO
¿Lo sabían ellos?

POMPONIO
No, antes que el poder de los aforismos, todo lo atribuyeron a sus remedios.

MARIO
¿Te sangraron?

POMPONIO
Sabe Dios su voluntad. Cada día afilaban los bisturíes. Sin embargo, yo no quise, como quien sabía la cuenta de mis años, y que mi sangre pecaba más de defecto que de exceso.

MARIO
Ay, que a nosotros ya a esta edad nos deberían volver a curar como a los niños, y no con brebajes de las boticas, que solo al verlos se te pone todo el cuerpo malo.

POMPONIO
Mezclados con cifras que solo ellos, galenos, entienden, y los boticarios, sus secretarios.

MARIO
Así se les tienen más estima, como los de otras ciencias, cuanto menos se les entiende.

POMPONIO
Al final, así los sufrí un tiempo. Después, recobré la cordura y los despedí.

MARIO
¡Qué bien lo hiciste!

POMPONIO
Como dicen, mejor tarde que nunca. Entonces me dejé llevar, pero más despacio, oteando la naturaleza y ayudándola con buen raciocinio.

MARIO
¡Ni Hipócrates supo tanto!

POMPONIO
Aprendí a mi pesar. Y, como supe de tu tan buena llegada, me levanté con este cayado, que me ayuda más y me costó menos.

MARIO
Por amor a mí, descansa.

POMPONIO
¿Qué hago si no me dejan?

MARIO
Aprecia, sobre todo, tu vida. No te mates por nadie, que al luto negro y al llanto de los herederos llamaban los antiguos risa y placer, conocido como traje de lágrimas.

POMPONIO
Escúchame y luego me aconsejarás.

MARIO
Dime, ¿qué quieres?

POMPONIO
Bien debes recordar lo que ya hablamos, antes de irte, sobre nuestros hijos.

MARIO
No son temas para olvidar.

POMPONIO
Después te fuiste y yo enfermé. Todo ayuda a lo que no ha de ser.

MARIO
¿Para qué más? Se echó a perder Cesarión, bien lo sé.

POMPONIO
No habían de faltar los mensajeros.

MARIO
¿Quieres que la gente ni vea ni oiga?

POMPONIO
Sin embargo, no corren tampoco tanto.

MARIO
No le verán tanta gracia.

POMPONIO
Luego vinieron a vivir, a esta nuestra calle, una anciana boloñesa con una hija hermosa.

MARIO
Peligrosa vecindad.

POMPONIO
Si supieras con cuánta traición y arte...

MARIO
Y ellos también, que se dejan engañar sutilmente.

POMPONIO
De primeras parecía aquella casa vacía.

MARIO
Vienen pobres, solo traen tablones.

POMPONIO
Pero es tan grande la hermosura de la virtud, que quieren primero engañar con ella que con la suya propia.

MARIO
Ahora no hay palacio en Roma más vigilado, al menos, el de nuestros mancebos romanos. Los Bruto y los Decio morirían por la república.

POMPONIO
Bien haces en guardarte de este otro estado eclesiástico.

MARIO
En que no se puede sino murmurar.

POMPONIO
Pues yo, mientras Dios me dé tiempo, no lo quería perder. Y, pensándolo, no le veo mejor remedio a mi hijo que el matrimonio, que hasta los idólatras llamaron prisión segura de la juventud.

MARIO
¿Cuántos ejemplos ves tú hoy en día por aquí de lo contrario?

POMPONIO
El amor y las gracias de los hijos, las buenas costumbres de nuestras propias mujeres llaman mucho a los hombres hacia sus casas.

MARIO
Al estómago herido no le sabe bien ninguna cosa buena.

POMPONIO
Además, en lugar de un padre, tendría dos.

MARIO
Antes, en mi opinión, en lugar de una hacienda, en ese momento, les podría dos en las manos que las destruyera.

POMPONIO
No, que a eso vengo, para contarte la buena disposición en que ahora tenemos el asunto por una gran ofensa que estas mujeres le hicieron a Cesarión, que está extremadamente indignado.

MARIO
¿Hace cuánto?

POMPONIO
La noche pasada.

MARIO
¿Tan poco?

POMPONIO
¿Por qué?

MARIO
Porque aquel consejo santo, que tan mal entendimos, que si no se ponía el sol sobre nuestra ira, estos los cumplen muy bien.

POMPONIO
No es el sentimiento tan pequeño.

MARIO
No te fíes de eso, que rompen la mayoría de las veces en mayor amor que el precedente. Antes preferiría que se estuviese riendo.

POMPONIO
Porque dicen que la distancia es el olvido.

MARIO
En parte, pero no es la primera de las razones, principalmente con estas que los hombres toman con todas sus tachas.

POMPONIO
No se podía perder tal ocasión.

MARIO
Créeme, que ahora tu hijo le echará todas las culpas a la malvada de la anciana.

POMPONIO
Sí, si la muchacha se disculpase.

MARIO
¿Y para qué? Él mismo la disculpará. Al hacer las paces, mal por los alcahuetes.

POMPONIO
¡Cuántos enemigos tienen estas nuestras haciendas!

MARIO
Por eso dicen que el oro es tan descolorido como temido por tantos.

POMPONIO
Hasta por los cachorros que saltan por el amor del rey de Francia.

MARIO
Escandalizado te quedaste con los galenos corporales.

POMPONIO
Y con los espirituales también, que no lo dices. ¡Oh, Señor! ¡Cómo nos maltratan, y al mismo tiempo, expulsamos a todos los demás competidores como vencidos!

MARIO
Era el momento de lavar los pecados con lágrimas.

POMPONIO
Ahora todos con aquella agua que llaman moneda. ¡Quién no tuviera hijos para irse riendo de tan mal mundo! Pero, de nuestro asunto, ¿qué consejo me das?

MARIO
Te diré lo que me parece. El matrimonio es la mayor cosa que el hombre hace en toda su vida. Te pido que no nos fiemos de las pasiones de los mancebos.

POMPONIO
¿Cómo lo haremos?

MARIO
Aguantemos así algunos días más. Mientras, haz que tu hijo se enmiende por juicio y razón, no por agravios de la boloñesa, que conmigo no son necesarias mayores negociaciones.

POMPONIO
No estaría mal que largáramos de aquí a estas malas mujeres.

MARIO
¿Cómo? ¿Ahora? Porque donde quiera que vayan llevarán el corazón de tu hijo tras de sí.

POMPONIO
Siempre es bueno alejar las causas.

MARIO
Los motivos del querer no requieren fuerza, que entonces las deseamos más.

POMPONIO
Hijos de Adán y de Eva.

MARIO
Al final hay que tener, sobre todo, cuidado con la salud. Y, como ya te he dicho, todo va poco a poco. Mientras, nos veremos muchas veces y unas cosas llevarán a otras, que no nos quedemos ciegos ante algo tan relevante. Te dejo con Dios, que otro asunto me requiere. Tú, vuélvete a casa.

POMPONIO
Va contigo. La calma con el que este manda ir despacio, como si mis necesidades tuviesen los días contados. Tengo, como dicen, el alma en un puño, y veo cada día irse a otros más sanos y más jóvenes. Y este me dice que esperemos. Así, de esta forma, se nos va imponiendo el mundo de hoy para el de mañana, hasta que venga aquella hora última en que tanto hay que hacer. Ojalá en tal tormenta tuviera mi hijo más amarras. Esta presa me hace levantarme de la cama antes de tiempo. Mario está tan descansado, bostezando. ¡Oh, cuidados vanos de los hombres! ¿Para eso ahorré y atesoré con tanto trabajo y peligro? ¿Para depravados y depravadas? No consentirá Dios tal cosa. Cesarión, si quiere tener razón y responder a la sangre de la que viene, será mi hijo. Si no, el dolor no se perdona, pero, al final, la pérdida será toda suya. Mi mujer, si no hace lo propio, dejará aquí buenos herederos desorientados. Y estas buenas señoras... ¿Pensáis que ve ella los errores de este hijo? Y, ya se lo digo, luego vienen las disculpas. Y, como se puede hacer otra cosa, prefiero quedar de culpable o de amargo o de severo, diga lo diga la gente, que otro tanto haría yo en mi tiempo. Sobre esto no se disculpan contiendas cada hora. Cuanto más necesario nos era el descanso, vas nos vino para faltar del todo. ¿Quién sale de mi casa? ¡Oh, Fausta, mi mujer! En gran compañía le veo, todo beguinas, nueve son. ¡Cuán cierto era que no tenían que ser pares! Hablarás de las desviaciones de este hijo. Las quiero escuchar. Veréis qué razones tan sensatas.

Escena II

Fausta y Pomponio

FAUSTA
Si en algún momento, amigas de Dios y mías, os encargasteis de encomendarle alguna persona necesitada, que sea esta vez, que así me os seréis siempre encomendadas en sus necesidades.

POMPONIO
Mucho se le ofrece, todo será a mi costaNXNota del editor

Las intervenciones de Pomponio en esta escena pueden considerarse apartes.

.

FAUSTA
Ahora, que cada una tome su ramo de nosotros, ciento cincuenta por cada ramo.

POMPONIO
Buena suma hacen.

FAUSTA
Tantas veces debe cada una decir aquella oración que se os da escrita en pergamino virgen, que tiene mucha experiencia.

POMPONIO
Como remedio de viejas.

FAUSTA
Y así tendréis encendidas los nueve cirios, también de cera virgen.

POMPONIO
Las beguinas, lo sean o no.

FAUSTA
Y en cada nudo, besar la tierra sin nunca decir palabra en este mi tiempo.

POMPONIO
Punto fuerte para las mujeres.

FAUSTA
Al final del todo, deberéis decir:
-->
1
así, como esto es verdad,
2
así de memoria y con voluntad,
3
que salga, nombradlo, (Cesarión),
4
libre y sano de esta enfermedad.
5
sea malicia o sea maldad,
6
de mal hombre o mal mujer,
7
u otro sino cualquier.

POMPONIO
¿Y cómo Dios va a negarse, si la hace en consonante?

FAUSTA
Ahora, hablaré con la conversa. Y así espero, con las palabras de mucha virtud y con la ayuda de las personas devotas, que mi hijo vuelva a la gracia de Pomponio, quien, con pasión en nuevos cuidados, y no de padre.

POMPONIO
Y ponerlos también manos a la obra, si tu hijo no se enmienda. Ahí van. Tarde voy a cenar hoy. Quiero, ahora, visitar a los banqueros, que no esperen los deudores que ya esté muerto.

Escena III

Milvo y Antonioto

MILVO
¿Son ya más que palabras? Pide por esa boca, escogiendo como en trabajo de amigo.

ANTONIOTO
¿Tan buenas noticias este año?

MILVO
Que no hay donde recogerla y, sobre todo, buena mercancía, buena.

ANTONIOTO
Y todo ya está hecho. Milvo, amigo mío, no aprecio que me engañen; la mercancía estará desengañada.

MILVO
¿Estás en tus cabales? ¿Para qué quiere el rico lo que tiene? El pobre pedirá por amor a Dios y no por amores.

ANTONIOTO
Dices la verdad.

MILVO
¿Y qué tiene ese enfermo tuyo?

ANTONIOTO
¿Tendrías que ir pidiendo piedades en Roma? ¿Y con qué esperanza?

MILVO
Pequeña, por cierto, que en tierra estás donde no será pobre nadie, ¿cuántos místicos en ella ves?

ANTONIOTO
Y que sanen, al menos tú no eras espiritual.

MILVO
Has llegado al final. Ahora dime cómo es a la que quieres.

ANTONIOTO
Muchacha alegre, sin ápice de juicio.

MILVO
¿Monja? ¿Casada?

ANTONIOTO
Son muy trabajosas.

MILVO
¿Y te debía estar vendiendo por dinero, peligros y trabajos? Toda mi gente es mansa, pero tengo de muchos tipos, como hay muchos tipos de apetitos.

ANTONIOTO
Ay, se me olvidaba que estábamos en Roma.

MILVO
Virgen no te la ofrezco, porque eres tú, que para un novel sería el primer ofrecimiento.

ANTONIOTO
¿Para qué propósito? Bueno, ya me recordaste dónde estamos.

MILVO
Que es otra buena mercancía, puñetazos y lágrimas.

ANTONIOTO
¿Y dónde la descubriríamos?

MILVO
Por aquí se hacen.

ANTONIOTO
No entremos en esos líos. Quería algo seguro y desocupado.

MILVO
¿Qué dices?

ANTONIOTO
Que no tuviera muchos problemas.

MILVO
Bueno, ¿de las huérfanas quieres?

ANTONIOTO
Tampoco tanto, pero de las que no son tan conocidas.

MILVO
¡Qué atrocidades hay por el mundo! Están muertos por sus celos: aquel miró, aquel se rio, aquel hizo un gesto. Y ni siquiera eso basta, pero hasta lo que sueñan cuidan que es verdad, y para todo tiene pasión. Sapos, que han de morir en la tierra. Nuestros cortesanos, todos corteses, todos galantes, todos en razón, se unen cinco y seis a una amiga y, por aprecio de partes, se reparten entre sí los costes y los placeres. Ella a todos conquista y agasaja. Cuyo acierto es estar de noche. Los otros no se irán. Por eso, con peor rostro, otro día los recibirá de nuevo. Ahí no hay celos ni envidias. ¿Qué más paraíso quieres en este mundo?

ANTONIOTO
Está bien. Pero, los hijos, ¿cómo se reparten?

MILVO
No es gente muy fértil.

ANTONIOTO
¿Y cuando pasa?

MILVO
Todo ha de ser como ella diga.

ANTONIOTO
¿Lo sepa o no?

MILVO
¿Qué problemas hay con eso? Bueno, los quieren mucho, como a hijos.

ANTONIOTO
Que el diablo se ahorque. Pero esta cosa nuestra, aun siendo romana, hay miedo que en eso quiera ser bárbaro.

MILVO
Vete a burlarte a toda parte. ¿No ves la pompa de estas nuestras cortesanas? ¿Quién bastará solo por sí a su precio? ¿Dónde ves tú que ellas tendrán que mantenerse? Que fuera de estas verdades que digo, aún les quedan los aventureros de fuera, y no bastan.

ANTONIOTO
Démosle alguna novicia.

MILVO
Démosela. Pero que sea italiana, que todo lo demás se lo lleva el aire. Francesas y alemanas, por más vino que beben, son más frías que el agua; todas las españolas vienen ya coronadas de Cádiz y de Valencia de Aragón y siempre el escudo de rufián ha de relucir en alguna esquina de la casa, como si nada. El mejor rostro es el de una romana. ¡Qué gracias las de las boloñesas, ferraresas, mantuanas!

ANTONIOTO
En eso, y en todo, esta nuestra Italia es un vergel en el mundo.

MILVO
Y así la rodeó la naturaleza: de una parte, montes altos y, de todas las otras, el mar.

ANTONIOTO
Y, sin embargo, la defendemos mal de los extranjeros.

MILVO
Que tanto nos la desean.

ANTONIOTO
Todo se acaba dando la vuelta: mucho tiempo mandó y ahora le mandan.

MILVO
La roban, saquean, arrasan, pero dejémoslo estar. Si me necesitas, búscame. Y que sea como debe, que no perdamos tiempo como ahora.

ANTONIOTO
¿De qué manera?

MILVO
Con aquel ramo con que el otro pasó todos los peligros del infierno.

ANTONIOTO
Entiendo, pero ¿dónde te encontraré seguro?

MILVO
En cualquier lugar en que estés, en media hora llego, que yo todo remuevo. No descanso domingo ni fiesta, actúo siempre de día y de noche como un horno de vidrio. Hay días que no perdí tanto tiempo como ahora contigo. Te dejo. Con Dios.

Escena IV

Antonioto

ANTONIOTO
¡Oh, loco Antonioto! ¡Cómo deberías haber curado esta cabeza tuya! ¿Pensabas, acaso, que estabas en Portugal, donde todo es suspirar y tener nostalgia? Vuelve en ti y recuerda dónde estás. Antonioto, busca dinero y no busques a Milvo ni a ningún otro. ¿Qué haré? Cuando pudimos juntar con tanto trabajo, con lo poco que hay, todo Giscarda se lo tragó de un bocado, sin dejar acaso ni una cuerda con que un hombre pueda ahorcarse. ¡Qué esperanza quedó entonces por experimentar! Mala vieja, peor que un perro hambriento, engullir y luego con los ojos querer más. Cierto es que no tiene ninguna memoria, como dicen los gallos, que por eso cantan tan a menudo. Quiere ir a sus fiestas, a recibir dinero, que seguro que allí tiene para un tiempo. Dando una vuelta no la reconocéis, aunque la veáis sin narices, como antes. Estamos bien aviados: la vieja, sin vergüenza; Cesarión, sin remisión, el viejo, muy débil, y que ya está sobre aviso. ¿Qué pasará con ellos? ¡Qué gran envidia a aquellos Davos y Siros de las comedias, que eran tan buenos engañando a sus viejos babosos! Con todo, ya he realizado el nuestro. La alquimia dice que quien sabe hacer oro y plata, que no hay mester de plata ni oro; a los inspectores de los tesoros dice que no le quiere mostrar el suyo; a cuántas invenciones de estas hay por el mundo responde con descanso que no compra esperanza por dinero y, sobre todo, no quiso morir como pensábamos. Ahora estoy hablando con nuestra ama mediante devociones, le tengo muy elogiada una conversa griega, gran orador mío. Si por aquí no hacemos alguna entrada en el dinero del viejo, excusadas son las malas prácticas de Milvo.

Fin del primer acto


Acto II

Escena I

Cesarión

CESARIÓN
¿Este corazón mío traicionero qué prácticas empieza a hacer conmigo? ¿No quería hace poco salírseme del pecho de lo mucho que sufría? ¿Acaso no me dejaba dormir ni descansar? ¿Ahora qué pasó? ¿Se le mandó, por acaso, disculpar a alguien o llora o suspira alguien de nosotros o incluso yo? ¿Cómo? ¿En tamaña injuria y tan reciente puede recordar alguna otra cosa? Aunque no quiera, aunque no canse. Mientras tuve para dar, duró el amor, voló la hacienda, voló con él. Ay, por eso pintan el amor con alas. Voló, huyó, desapareció sin ningún recuerdo de mí, si estoy vivo o muerto. ¿Cómo? ¿Tan poco dura el amor? Pobre de mí, que pensaba que era para toda la vida. Así se deja todo atrás: abriendo las manos y cerrando. Estaría bien que no hubiera ningún sentimiento en este cuerpo. Si en tal ocasión falleciera allí mismo y no se pusiera a salvo, a pesar del corazón. Llegué la noche pasada a aquella puerta, que a todas horas me solía estar abierta de par en par, aquella puerta que también me parecía que ya me conocía y que se abría sola. Toqué, hice mis señales. ¿Qué pasaba? Golpeé, grité. Tampoco. ¿Qué más queréis? Empecé a pensar que me equivoqué de puerta por la oscuridad. Retrocedí, pero lo reconocí todo. Aquella era la puerta, aquellas las casas y las ventanas, pero ya no era el tiempo que solía ser. ¡Ay! ¿Cómo me tomó este mal tan descuidado? Tonto de mí, que pensaba que no tenía aquel interés por interés financiero o de herencia. Y no hay cosa en el mundo que tan deprisa pase. ¿Qué pasó con tantos suspiros, tantas lágrimas, con tantas palabras, con tantísimas palabras que tanto me engañaban? ¿Cómo? ¿Tantas cosas se pudieron fingir? Bueno, pues fingidas eran. Aquella fue la hora del desengaño, aquella, si tuviera entendimiento, había de estimarlo mucho, que tanto porfié que la desnarigada tuvo, finalmente, que llegar a una ventana, donde me habló estos amores que os diré: «¿Quién es el criminal importuno, descortés, que a tales horas llama a puertas ajenas?». Al oír yo tal cosa, la sangre se me heló en todo el cuerpo y me dejó como una piedra fría, pero ella siguió adelante: «Váyase a dormir donde cenó, quien quiera que sea o, si aún busca alguna mala ventura, puede ser que la encuentre aquí». Y así la volvió a cerrar con tamaño golpe, que también la misma ventana parecía amenazada. ¿Qué disculpa puede haber aquí? ¿No me reconocerían? Aunque a muchas veces a otro se podría engañar con esta razón, pero no a mí. Era tarde. ¿Estarían peleadas? ¿Se habría emborrachado la vieja? ¡Ay! ¡Cuántas disculpas que no bastan! Y lo peor es que nadie las da, salvo yo, que no debería. Bien empleado me estaría, que ya esta no fue la primera señal, si habría querido verla o entenderla. Pero, bueno, que sea la última vez. Osadas que bien me curaron de mis cataratas. ¿Quién sale de su casa? Es la vieja. ¿Por qué no me envió a ella? Pero quiero primero ver cómo me pide disculpas.

Escena II

Giscarda y Cesarión

GISCARDA
Sujétame bien esta puerta, que no se le abra a nadie hasta que vuelva. Quien quiera algo, que hable desde fuera.

CESARIÓN
Ya me vio esta pérfida.

GISCARDA
Quien suspira, que suspire; quien se queja, que se queje. Mi puerta, como digo, que esté a buen recaudo, que me costó mucho y buen dinero.

CESARIÓN
¡Oh, malvada! Estas deben de ser las disculpas.

GISCARDA
Gentiles servidores, todo lo que hacen es rodear la casa, mirar por las ventanas, espiar a los que entran y a los que salen.

CESARIÓN
¿Qué le falta ahí si no llamarme por mi nombre?

GISCARDA
Y, encima, a veces te darán una buena música de noche.

CESARIÓN
Y otros amigos dentro, mientras los proscritos van por fuera.

GISCARDA
Y te llevarán mayo a la puerta, con más versos que el maestro Pasquino; correrán a la argolla delante de las ventanas y harán aquel día una buena invención de máscara.

CESARIÓN
Esta desnarigada quería que se lo metieran todo en la bolsa.

GISCARDA
En mis buenos tiempos, tal cortesana hubo aquí que la pedrería de sus chapines era de más valor que la garganta de las señoras ricas y grandes.

CESARIÓN
A costa de un amigo, que prometió pobreza y castidad.

GISCARDA
A aquellos los llamaría yo servidores, pero a estos habría que llamarlos «importunadores».

CESARIÓN
¡Oh, vieja falsa! ¡Que Dios llegue a tiempo para que nadie te importuneNXNota del editor

Los parlamentos de Cesarión desde el inicio de la escena hasta esta intervención pueden considerarse apartes.

!

GISCARDA
Estabas aquí, Cesarión. No te había visto.

CESARIÓN
Pues sí, Giscarda, día claro, que no es de noche.

GISCARDA
¿Y eso qué quiere decir?

CESARIÓN
Porque a veces no se conocen a los amigos en la oscuridad.

GISCARDA
No digo que no te conozca, sino que no te veía.

CESARIÓN
Y no me conoces.

GISCARDA
¿Desde cuándo?

CESARIÓN
Desde que me robaste el alma, el cuerpo y la hacienda.

GISCARDA
Mal haces injuriándome así, que yo no robo a nadie.

CESARIÓN
Pues robas e injurias y, sobre todo, amenazas.

GISCARDA
¿A quién?

CESARIÓN
A mí.

GISCARDA
¡Ay! ¡Que de ahí vienen muchas veces muchos mimos!

CESARIÓN
¿Mimos dices? Robado, injuriado y expulsado.

GISCARDA
Ya que así quieres, hagamos todas esas cuentas y que sean por tu orden. Primero, robado, ¿el qué?

CESARIÓN
Todo lo que tenía.

GISCARDA
Si por no tener, más quieres, que sea mucho. Argumentas más espiritualmente de lo que deberías. Y no cuento que tres y dos hacen cinco.

CESARIÓN
¿Por qué no cuentas así todas las buenas obras que de mí recibiste?

GISCARDA
Que así sea. Pero ¿qué recibiste de esta casa? ¿Por qué tampoco te acuerdas y no las cuentas?

CESARIÓN
Mientras sentías que te daba, no me hablabas así. ¿Qué pasó con aquel tiempo?

GISCARDA
Pasó, como ves. ¿De eso te quejas?

CESARIÓN
¿Quién os dio tanto como podía durar?

GISCARDA
Quien tanto de nosotras quería. ¿Qué fundamento era el suyo?

CESARIÓN
Os di cuanto tenía.

GISCARDA
Y de nosotras tuviste todo cuanto querías.

CESARIÓN
Hasta las bravas alimañas recuerdan algunas buenas obras que recibieron. ¿Este es el amor de las mujeres?

GISCARDA
¿Y el de los hombres?

CESARIÓN
¡Ay, qué cierto empleo!

GISCARDA
Sois como golondrinas: venís con buen tiempo y con él os vais.

CESARIÓN
¿Qué pasó con todo cuando os di?

GISCARDA
Se gastó. ¿Quieres que siga durando? ¿Hasta cuándo?

CESARIÓN
Hasta que me pudiera recomponer.

GISCARDA
Solo cuentas lo tuyo. Y nosotras, mientras, ¿de qué vivimos?

CESARIÓN
Solo recordarás tu interés.

GISCARDA
¡Qué pecadora soy! ¿Y tú qué recuerdas sino el tuyo?

CESARIÓN
Mi interés viene todo del amor y el tuyo del desamor.

GISCARDA
Reniego de tal amor, que nos quiere echar a perder.

CESARIÓN
Os juzgarán por las obras.

GISCARDA
Que nos duren, que nosotras te duraremos.

CESARIÓN
¡Oh, mala mujer! ¿Cómo es que no te mato?

GISCARDA
Harías algo típico de un romano.

CESARIÓN
Libraría a la tierra de tan mala cosa.

GISCARDA
Bien lo puedes hacer, si quisieras, que eso se gana en estas prácticas excusadas.

CESARIÓN
Se fue sin darme ninguna otra esperanza. Mirad sus disculpas, mirad si al menos le afectó un poco o hubo una señal de vergüenza por tamaño error que había cometido contra mí. Incluso quiere que le pidan disculpas a ella. ¿Cuál es el corazón que tanto sufre? ¿Qué haré? Bueno, pasear es también mal remedio. Quiero buscar a Antonioto, que ha ido a buscarme otros amores nuevos. Pero, triste de mí, ¿dónde me los encontrará? Las mujeres no faltan. Es el amor y la satisfacción los que faltan. ¿Para qué perder el tiempo andando? Veamos lo que por ahora se puede hacer, tanto como no. Ahí está ese Tíber, que tiene muertos otros muchos suspiros de este mundo. Así lo hará con este mío.

Escena III

Fabiano y Cesarión

FABIANO
No huyas de mí, Cesarión, que tengo gran necesidad de ti.

CESARIÓN
¿De alguien tan necesitado?

FABIANO
¿Qué quieres decir? ¿Tan alterado estás?

CESARIÓN
¿Eso te impresiona? ¿Viéndome lanzado a los leones?

FABIANO
¿Qué te pasa?

CESARIÓN
Me piden más dinero, Fabiano, amigo.

FABIANO
¡Oh, pobrecito! ¿El otro ya se gastó?

CESARIÓN
Y se olvidó también, que es peor.

FABIANO
¿Y no hay ahí más razón?

CESARIÓN
Antes tenían doscientas mil.

FABIANO
¿Ni tampoco vergüenza?

CESARIÓN
Se la llevaron con las narices.

FABIANO
Bien hecho.

CESARIÓN
No te rindas, que te defenderá su razón contra toda tu filosofía.

FABIANO
¿A eso llamas tú mujeres?

CESARIÓN
No sé, pero mucho se parecen unas a otras.

FABIANO
¡Ay! Que eso solo te pasa por gran culpa tuya.

CESARIÓN
¿Qué puedo hacer?

FABIANO
No te enfades contigo, como madre con hijo mimado, que lo deja hacer todo lo que quiere.

CESARIÓN
¿Qué remedio hay?

FABIANO
Hacerle querer lo que viene bien con la sapiencia o, si no, con la penitencia.

CESARIÓN
Reniego de estos dichos cortos; tan fáciles de decir y tan difíciles de poner en práctica.

FABIANO
Todos los remedios amargan.

CESARIÓN
¿Qué haré con mi corazón?

FABIANO
¿Para qué quieres un corazón que en tal tiempo te desampara?

CESARIÓN
¿Y tú con tus amores, de los que tanto te vanaglorias?

FABIANO
Haces mal en comparar tales amores, que no tienen otra cosa en común unos de otros salvo el nombre, que le pusisteis vosotros por fuerza.

CESARIÓN
Para con todos esos sofismos, que no puedo en un mismo día pelear contra tantos.

FABIANO
¿Qué tantos?

CESARIÓN
Estuve peleándome con esa arpía de Giscarda, y tú me vienes ahora con tus razones.

FABIANO
¿Cómo? ¿No puedes solo oír?

CESARIÓN
En otro momento me tendrías más tranquilo. Entonces, discutiremos. Por ahora, no me faltan razones, sino fuerzas y tiempo. Te dejo. Con Dios. Fabiano aún no sabe nada de la prisa que mi padre tiene para casarme con Hipólita, que, a sus ojos, es la cosa más hermosa del mundo. Para mí es buena chica, blanca, alta y rubia. Hermosa solo es Aurelia. ¿Qué danzas, qué juegos de este mundo? ¿Cómo he de ver, sino por mis ojos?

Escena IV

Fabiano

FABIANO
¡Qué gran poder es el de la costumbre! Que hace en esta tierra al amor sufrir tanto, como cualquier otro trato, y lo desarmó así de aquellos puntos tan peligrosos de los celos, por los que cada día, en otras partes, se hiere y se mata. ¿Quién podría esto creer en otra parte, que ve ir a sus amigas con otros y sus placeres y pasa por delante con buena cara? Y, ¡qué gracia!, que estos también suspiran, también lloran, también tocan y cantan sus versos piadosos. Y lo que más me sorprende es que le pasa esto a grandes ingenios y no puedo entender cómo usan así, con tal bajeza, cosas de tanto precio. Ves a este Cesarión, mancebo dispuesto, mañoso, un hijo único de un padre tan rico. ¡Qué mal pesar hecho en tan poco tiempo! Lo cabreó así aquella desnarigada con una hija que tiene bonita, y da pena verlo. Va siempre detrás de la casa, con la boca abierta, como hechizado. Bueno, un Cesarión diferente de todo lo que solía ser. Soy aquí extraño, su amigo. Quisiera encontrarme hoy en su compañía viendo a Hipólita, que es fuera de casa una devoción. La podría así ver mejor. Pero es lo que hay. Grandes debates tiene Antonioto. Todos sus caminos van hacia ese sitio. Anda en busca de dinero. Dura negociación traen. No los puedo esperar.

Escena V

Antonioto, Cesarión y Mario

ANTONIOTO
Por eso habían de venir aquellas bravuras tuyas y aquel echar fuego por la boca.

CESARIÓN
Así se engaña a la gente a sí misma muchas veces.

ANTONIOTO
Tamaña vergüenza, que es para pelear contra un león.

CESARIÓN
¡Oh, Antonioto! Ya no soy el Cesarión que tú conociste. Si a mí estas mujeres me mandan fiar y deber, fiaré y deberé. Aún hoy tenía algún sentimiento de hombre. Creía que tenía corazón y manos. Cuando veo el tiempo de obrar, ni lengua tuve.

ANTONIOTO
¿Cómo?

CESARIÓN
Vi a Giscarda. Hablamos frente a frente. ¿Qué más quieres que te diga? Bueno, me venció.

ANTONIOTO
No me digas eso.

CESARIÓN
Es como te lo cuento.

MARIO
Me equivoqué al mostrarme tan frío al requerimiento de Pomponio, que está loco y enamorado. Vuelvo en su busca.

ANTONIOTO
¿Dónde la encontraste?

CESARIÓN
Ante su puerta.

MARIO
Pero veo a Cesarión con don Antonioto.

ANTONIOTO
Eso sí, a ese tal llamaría hombre, que fue a buscar al enemigo a su casa.

CESARIÓN
La pasión me llevó allí, y el deseo de venganza.

ANTONIOTO
¿Y qué hiciste?

CESARIÓN
Estuve para enviarme a ella.

ANTONIOTO
Mejor fue así, que era caso de propósito.

MARIO
Estas son sus desavenencias.

CESARIÓN
Se me agarrarán a las manos y a los pies.

ANTONIOTO
¡Oh, Cesarión! Peor es ya la vergüenza que el daño.

CESARIÓN
Me tomó esta desventura muy descuidado. Ayúdame esta vez a salvar y, otra vez, ayúdame a matar.

MARIO
Eso sí, mal por la hacienda.

ANTONIOTO
¿Qué gusto puedes ya tener en aquella casa?

CESARIÓN
Pero ¿en cuál otra puedo yo encontrar a alguien?

MARIO
Llegué a tiempo.

ANTONIOTO
¿Eso falta en Roma? ¿Muchachas hermosas y graciosas? ¡Que Milvo tiene para dar y regalar!

CESARIÓN
¿Y quieres que vayamos así? ¿De Milvo a Giscarda y de Giscarda a Milvo?

ANTONIOTO
¿No sabes lo que dicen? A quien muda, Dios ayuda.

CESARIÓN
Ojalá.

ANTONIOTO
Dentro de dos días, querrás morirte otra vez. Mejor muérete ahora. ¿Para qué comprar tan caro tan poco tiempo y más de tal vida?

CESARIÓN
Aseguraremos mejor nuestras cosas esta vez.

ANTONIOTO
¡Qué seguridad la de Giscarda!

CESARIÓN
Y yo también, por mi parte, seré más comedido.

ANTONIOTO
Y de la suya, que no haya nadie.

CESARIÓN
¿Y qué otras cosas harán? ¿Les ves tú otras rentas?

ANTONIOTO
¡Ay! Vienes afinado de la mano de Giscarda. ¿Quién se juntará contigo?

CESARIÓN
No te busqué para pelearnos, sino para encontrar un remedio.

ANTONIOTO
¿No sabes lo duro que es tu padre? Además, anda ya sobre aviso. ¿Sabes cuánto? Le dijo ya a tu madre que no había Giscarda de ser su heredera.

MARIO
Ni mía, mientras pueda.

CESARIÓN
¿Y yo, Antonioto, que he de hacer para después de mi vida?

ANTONIOTO
Un gran epitafio de muerte tan honrada.

MARIO
Tiene razón.

CESARIÓN
Te burlas y ríes por quien no puede.

ANTONIOTO
Cuando me asegurabas hoy que nunca más, bien me parecía que todo se lo llevaba el viento. Por eso, déjame ir a ver algunos lazos que tengo atados. Y, además, no quería que ahora tus padres nos vieran juntos. Mándame a las malas horas y cazaré.

CESARIÓN
Ve y no tardes.

Escena VI

Mario

MARIO
¡Qué sospechosos jueces somos todos con nuestros intereses! Me parece ahora muy razonable por parte de Pomponio que meta en tal pelea a la hija junto con la hacienda. Y ojalá nuestros matrimonios fueran como los antiguos, que se hacían y se deshacían tan fácilmente. Pero ahora solo la muerte los puede romper, que es algo que me parece muy duro. Y más no dejando la fortuna otra cosa que pueda salvar esta casa si aquella hija no lo hace. Un hijo me llevó en su ingenuidad y, por los acontecimientos en que se perdió, algunos años tuve alguna esperanza. Pero ahora a la hija me conviene agasajar lo mejor que pueda y que deje de suspirar por el hijo. Que sea o esté débil para tal peso, ¿qué hará quien no tiene otro? Antonioto vuelve con su ama. Con todo lo que sé del asunto, no quiero saber más.

Escena VII

Antonioto y Fausta

ANTONIOTO
Mujer santísima.

FAUSTA
Mucho más aún de lo que me decías.

ANTONIOTO
Yo voy siempre atento y me gustaría que siempre hubiera más que menos.

FAUSTA
¿«Menos», dices? Como si me hubieras dicho de cien partes una.

ANTONIOTO
¿De qué hablaste tanto?

FAUSTA
¿Tanto? Y a mí me parecía que fue un sueño.

ANTONIOTO
¿Sabes con qué sueño? Con que se fueran las beguinas y me dijeran que ellas tendrían cuidado.

FAUSTA
Estaba como fuera de mí.

ANTONIOTO
Grandes secretos sabrías que nosotros ni creemos.

FAUSTA
Nunca tal me cuidé de oír en este cuerpo pecador.

ANTONIOTO
¿De qué hablaste, si se puede saber?

FAUSTA
De muchas cosas santas. Le pregunté si todas las comadres se conocían en el otro mundo.

ANTONIOTO
¿Qué te dijo?

FAUSTA
Que era algo muy seguro.

ANTONIOTO
¿Y la madre al hijo no? ¿Ni el hijo a la madre?

FAUSTA
¿Qué me dirás a eso?

ANTONIOTO
Son grandes secretos.

FAUSTA
Sin embargo, me prometió enseñarme una devoción para conocer también a todos los parientes.

ANTONIOTO
Bienaventurada tú. ¿Y, por ventura, sabrá otra para los amigos?

FAUSTA
Pero ¿qué quieres?

ANTONIOTO
Seríais grandes amigas.

FAUSTA
Más que hermanas.

ANTONIOTO
¿Es verdad que las almas van en romería a Santiago?

FAUSTA
¡Uy!, muy cierto. Las que no fueron en vida.

ANTONIOTO
También dicen los judíos que hay que ir a la tierra prometida tras la muerte por debajo de tierra, como si fueran topos.

FAUSTA
Por eso, ¡quién pudiera ir allí en vida...!

ANTONIOTO
Antes, a mi parecer, será mejor que después.

FAUSTA
¿Por qué? Pobre de mí.

ANTONIOTO
Porque aquel camino que vemos de noche no tiene tantas encrucijadas ni tantos ladrones.

FAUSTA
Bueno es pagar aquí las deudas.

ANTONIOTO
Y se hará con menor coste y trabajo, sin pasar por el mal recibimiento de Portugal ni por la suciedad de Galicia.

FAUSTA
Todo eso son trabajos del cuerpo.

ANTONIOTO
¿Qué te dije de la caldera de Pero Botelho?

FAUSTA
Dios nos guarde, que hay ahí siempre tantos enemigos con horcas.

ANTONIOTO
Como tripas en la plaza y frailes en el tumulto.

FAUSTA
Que Dios los guarde del mal.

ANTONIOTO
Así los pintan con sus coronas. ¿Y Juan de Espera en Dios?

FAUSTA
Lo vio y habló con él, creo que en Grecia, y nunca más se rio.

ANTONIOTO
¿Es verdad la pesadilla que dice que tiene la mano agujereada?

FAUSTA
¿Y qué quieres? Mucho mal se haría entonces si no fuera. También me enseñó su devoción.

ANTONIOTO
¿Lo echaron a perder hacia el mar tapado?

FAUSTA
¡Ay, Antonioto! En la vida y en la muerte.

ANTONIOTO
¿En vida también? Eso me hace pensar en tu hijo, que no parece ni él desde hace días.

FAUSTA
Hablamos mucho de eso. Se dice que puede estar, en cuanto a la vista, aquí y está ahí echado a perder. Allí metido hasta el cinturón, hasta el cuello.

ANTONIOTO
Me da miedo el camino que toma tu hijo.

FAUSTA
Me prometió tenerlo en su oración.

ANTONIOTO
A decir verdad, eso no me satisface mucho.

FAUSTA
¿Por qué, Antonioto?

ANTONIOTO
Porque es costumbre de estos privados, pudiendo hacer lo que quieren, decir siempre: «Yo hablaré».

FAUSTA
Ella me lo dijo con tal gracia que me quedé contenta.

ANTONIOTO
Entonces dalo por hecho. Estamos en casa.

FAUSTA
Después hablaremos con más calma. No le cuentes esto a nadie.

ANTONIOTO
Descuida.

Escena VIII

Antonioto

ANTONIOTO
¡Ay, gracias de este mundo! No sé cómo me pude aguantar la risa. A veces, me impresionó tanto que di toda la negociación por perdida, pero no atendía ni veía ni oía, de tan ocupada que tenía el alma. Estas os digo que son gracias, no las de los truhanes fríos, que están toda la noche estudiando con sus sinsabores. ¡Qué cosa tan fácil es engañar a quien quiere creer en ti! Guárdeme Dios de aquel cabezota de nuestro amigo, al que por más que le digas y jures, siempre está empecinado. Esta sí que no duda. ¡Qué días ahora debe llevar en sus reuniones con aquellas sus comadres, a las que conocerá en el otro mundo! Dios nos valga, que las otras no querrán llevar tampoco allí sus lenguas ociosas. ¡Oh, Señor! ¡Qué cabezas juntadas, qué movimientos de ojos, qué cierre de labios, qué lenguas afiliadas, que una va a entregar a la otra! ¿Pensáis que se escuchan? A propósito, están siempre esperando tiempo para tomar la mano y después no la quieren perder tan deprisa. Aquella viene más rica, que trae cosas fuertes para contar, donde a veces la verdad recibe grandes ofensas. ¡Qué cosas dirá ahora nuestra ama y qué envidia le han de tener las otras! Bueno, estos maridos suyos que nos gobiernan, más barbudos que los ermitaños de los montes yermos están, al final, gobernados por ellas. Y así, ¿quién sabe? Por su orden, se caza. ¡Cuántas cosas tengo ahora que hacer!


Acto III

Escena I

Milvo y Villalpando I

MILVO
No lo digo por echarme flores, pero ¿quién las manda y las gobierna a todas si no es Milvo?

VILLALPANDO I
Así me dijeron, que vengo a ti por fama.

MILVO
¿Qué te dijeron de mi fe y diligencia?

VILLALPANDO I
Milagros.

MILVO
No te puedes encontrar en toda Roma con quien así te atienda y te desengañe.

VILLALPANDO I
Ni tú con quien así te lo pagase: que todos esos clérigos son unos avaros.

MILVO
No para estas obras de misericordia corporal.

VILLALPANDO I
Bueno, no te quejarás de mi compañía.

MILVO
¿Sabes cómo las someto? Conozco todos sus secretos.

VILLALPANDO I
Sin duda funciona. Bueno, pongámosles las manos, pero volvamos a las obras.

MILVO
Que no hay tales testigos.

VILLALPANDO I
Aquellas son las casas, pero lo veo todo cerrado.

MILVO
¡Ah! De Aurelia, la boloñesa, me hablas.

VILLALPANDO I
¡Qué ojos! Que iluminan más de día que las estrellas por la noche.

MILVO
¿Tan buenas son las manos?

VILLALPANDO I
Divinas, albas como la nieve, largas, las uñas largas y de colores.

MILVO
Y así caza.

VILLALPANDO I
Ayer se me quería tirar por la ventana; hoy lo veo todo cerrado.

MILVO
Tiene sus ocupaciones. En las cosas de las mujeres no has de ser muy especulativo.

VILLALPANDO I
¡Qué boca! ¡Qué risa! ¡Qué gracia!

MILVO
En grado superlativo, pero la lengua...

VILLALPANDO I
¿Cómo?

MILVO
La de la madre, digo, que todo lo daña: es una bicha.

VILLALPANDO I
Encantémosla.

MILVO
Eso es necesario. Pero ¿con qué?

VILLALPANDO I
Con palabras dulces y lisonjeras.

MILVO
Córtale las orejas.

VILLALPANDO I
O con algún hechizo.

MILVO
Tiene defensas.

VILLALPANDO I
O con mucho de comer y beber.

MILVO
Lo hace todo en ayunas.

VILLALPANDO I
Con dádivas.

MILVO
Ese punto me interesa: que toda la casa será nuestra.

VILLALPANDO I
En ese sentido, tendré algún gesto con ellas.

MILVO
¿Cómo cuál?

VILLALPANDO I
Le mandaré un collar de perlas.

MILVO
Según la vieja, es muy amable...

VILLALPANDO I
Toda esta vuestra Roma se revuelca en dinero.

MILVO
Somos así de tontos.

VILLALPANDO I
Romperé diez lanzas de armas en la esquina de aquella casa suya.

MILVO
Un Roldán.

VILLALPANDO I
Me lanzaré a la tierra y me levantaré armado de punta en blanco.

MILVO
¿Quién hace eso?

VILLALPANDO I
Saltaré en un caballo sin poner en el pie en el estribo.

MILVO
Fácil.

VILLALPANDO I
Lanzaré la lanza por encima de aquella torre.

MILVO
Galanterías.

VILLALPANDO I
Correré a caballo en pie sobre la silla.

MILVO
¿Y si se tropieza?

VILLALPANDO I
Me lanzará como un ave que vuela.

MILVO
Gracias que Dios da a las personas.

VILLALPANDO I
Pero solo quieren que les demos dinero.

MILVO
Créeme que te digo que ese es el mejor camino.

VILLALPANDO I
¿Te parece esta buena moneda?

MILVO
Muchas de estas me podrían hacer gran señor.

VILLALPANDO I
En lo espiritual y en lo temporal. Pero, espera, pediré aquí papel y tinta e irá también la poesía de la compañía.

MILVO
Aquí te espero, que las matarás de amores.

Escena II

Antonioto, Milvo y Villalpando

ANTONIOTO
Hablé con la conversa, no se puede creer su espíritu. Urdimos nuestra intriga, ahora ha de venir un ermitaño a entrometerse. No me parece suficiente, pero no teníamos otra. Aquí esta Milvo. Dios te salve.

MILVO
De hombres ociosos y sin provecho.

ANTONIOTO
¿Y qué haces ahora ahí?

MILVO
Más de lo que te piensas.

ANTONIOTO
Siempre haces cosas.

MILVO
Mira y lo verás, si no me crees.

VILLALPANDO I
No te hice perder mucho del día.

MILVO
No encontrarías avío.

VILLALPANDO I
¿Y tú pensabas que yo era como estos poetas, que están siempre hablando consigo y cacarean más un verso suyo que una gallina su huevo?

MILVO
Cuentas con mucho ingenio.

VILLALPANDO I
No soy de esos: yo lo digo y lo hago.

MILVO
¡Cuántos sentidos Dios me dio!

ANTONIOTO
¡Malvado, que me hace un gesto con el ojo!

VILLALPANDO I
8
Hércules, que la serpiente
9
Hidra mató sin temores,
10
fue un gran superviviente
11
en buscar los amores.

MILVO
¡Qué altura! ¡Qué heroico comienzo! Inventivo, vibrante, acomodado al propósito.

VILLALPANDO I
Y no era de Cartas y coplas para conquistar nuevos amores. Vuelvo a empezar.

MILVO
Habla, que estoy fuera de mí.

VILLALPANDO I
12
Hércules, que la serpiente
13
Hidra mató sin temores,
14
fue un gran superviviente
15
en buscar los amores.

MILVO
¡Ay! ¿Qué voy a hacer?

VILLALPANDO I
16
Júpiter, tan gran dios,
17
el amor lo trasformó en toro,
18
el amor lo transformó en oro
19
como ahora a mí por vos.

MILVO
Altísima, santísima, agudísima, aludiendo de forma velada al nombre de Aurelia.

VILLALPANDO I
¡Cuánta alegría por mí escucho!

MILVO
Estoy fuera de mí.

VILLALPANDO I
Y todo se perdió en Roma.

MILVO
Sin embargo, en Roma está Aurelia.

VILLALPANDO I
Bien lo has dicho. Ahora estás aviado; negocia, que yo voy a escuchar ciertas deferencias.

MILVO
Ve y descansa, pero ¿me das permiso para que se lo mande?

VILLALPANDO I
No por ahora. Después se hará todo.

MILVO
¿Qué te parece, Antonioto? ¿Estaba perdiendo el tiempo?

ANTONIOTO
Gran hombre tienes entre manos.

MILVO
¿No veías como recitaba?

ANTONIOTO
Todos los poetas son así: están embelesados con sus cosas.

MILVO
Tengo este oro, que a todos contenta.

ANTONIOTO
Buenos son los escudos. Me voy, que no tengo tiempo de hablar contigo, ya que tienes tales armas de ventaja.

MILVO
Se fue. Que me maten si este también no yace en las redes de Giscarda. ¿Es esa también la que viene? La misma. Aquel otro es Cesarión. Están hablando.

Escena III

Giscarda, Cesarión y Milvo

GISCARDA
¿Estaré segura?

CESARIÓN
¿De quién, Giscarda?

GISCARDA
De aquellas amenazas tuyas.

CESARIÓN
Todo se me olvida de lo que debo hacer. ¿Por qué me lo recuerdas?

GISCARDA
¿No quieres que tema a quien así me amenaza?

CESARIÓN
No es eso, sino por lo mucho que me tienes desconcertado.

GISCARDA
Si no quieres nada más de mí, me voy, que no se negocian así las cosas que mucho importan. Te digo que duermes y no duermen otros.

MILVO
Y más, con tal moneda en la mano.

CESARIÓN
¿«Dormir» dices? ¿Yo no sabes tú que has cambiado de costumbres a mis ojos?

GISCARDA
¿De qué manera?

CESARIÓN
Que todo aquel tiempo que solían dormir ahora llora.

GISCARDA
¿Y de qué sirve? Vigila y negocia.

MILVO
Y más, ¡qué manera de medrar!

CESARIÓN
¿Siempre tendré que negociar? ¿Hasta cuándo?

GISCARDA
¿Siempre has de querer más de nosotras? ¿Hasta cuándo? Si no te gustamos ya, amigos como antes.

CESARIÓN
Que poco más o menos, toda es una misma amistad.

GISCARDA
Bueno, estás casado, vete con tu mujer.

CESARIÓN
¿Casado? ¿Y quién me querrá a mí de esta manera?

GISCARDA
Mancebo, gentilhombre, un hijo único de un padre muy rico y muy viejo. ¿Acaso alguien te rechazará?

CESARIÓN
Y, sin embargo, así soy rechazado y expulsado de esta casa.

GISCARDA
Una casa que no puede mantenerse a base de suspiros.

CESARIÓN
Mis apetitos os dejaron en ese estado.

GISCARDA
Que pasan abriendo la mano y cerrándola.

MILVO
Práctica corsaria.

CESARIÓN
Después de que tuvierais en las manos la tristeza de mi alma y la tristeza de mi corazón, rechazaste mi cuerpo y me queréis dejar así morir.

GISCARDA
Te recuperarás.

MILVO
Con qué osadía habla, porque no tiene narices.

CESARIÓN
¿Así que no me das ningún remedio?

GISCARDA
Me pides lo que no tengo para mí.

CESARIÓN
¿Ni esperanza?

GISCARDA
Bueno, te diré una verdad: nosotras debemos vivir como nuestras vecinas, que todas tienen amigos seguros. Vamos ya cerrando nuestra cuenta. En el lugar en que aún no te rechazamos, tanto, por el amor que te tenemos. Y hoy está tu respuesta, que no queremos más estar por este partido, que bien te hará.

CESARIÓN
Y mucho menos que el bien que te hice, según ahora me parece.

GISCARDA
¿Sabes? Aquella necesidad que tengo no me deja consuelo, no se lo puedo dar a nadie.

MILVO
A tiempo vienen ahora los escudos del sol.

GISCARDA
Estamos así a la ventura. ¿No ves tú a tantas hermosas por las ventanas y tantos ociosos por las calles?

CESARIÓN
¿Y a todos esos los quieres meter tú en casa?

GISCARDA
Pero ¿a todos esos quieres que cerremos la puerta por amor a ti?

MILVO
En eso tiene razón, siendo sinceros.

CESARIÓN
Ahora lo dice, ahora que mi desdicha así lo quiere, ¿qué razón tendré arreglándonos?

GISCARDA
Tendrás tu noche cada semana.

MILVO
Y en eso también. Comió mucho y lo quiere poner a dieta.

GISCARDA
Si tuvieras ese conocimiento...

CESARIÓN
De lo que me quieres vender, como el moro y el judío, ¿o qué?

GISCARDA
Y aún eres tan aprendiz que no entiendes las ventajas de los servidores nuevos, que son tan gratos, que toda la casa los quiere contentar, hasta los perros y los gatos.

CESARIÓN
Bueno, el vencido debe vivir según las leyes del vencedor, pues así conseguirá tener su parte. Carnicera, levanta el cuchillo y reparte.

GISCARDA
Mira, encima no me llames carnicera, de verdad.

CESARIÓN
Se fue. Me voy a ahorcar. Estas fueron las disculpas.

MILVO
¡Qué joven es Cesarión! Quiero decir, ¡qué tonto es Cesarión!, aún no sabe que él era el que tenía que pedir perdón. ¡Qué prisa tiene la vieja! Me voy detrás de ella.

Escena IV

Giscarda, Milvo y Aurelia

GISCARDA
Aunque la puerta no está bien cerrada, llaman. ¡Qué mal oficio será ser portero de los frailes!

MILVO
Toc, toc, toc.

GISCARDA
O es algún loco o algún privado. Pues sí. Bien lo adiviné.

MILVO
¿Qué encierro es este?

GISCARDA
No sabe nadie quién le quiere mal.

MILVO
¿Quién va a querer mal a quien no le hace mal a nadie?

GISCARDA
Así es él, si nos valiese. Pero ¿qué quieres?

MILVO
Con qué prisa me acogiste; aún tienes bonitas piernas.

GISCARDA
Me llevan, como dicen las muchachas del cántaro. Pero ¿quieres algo de nosotras?, que ya sabes que todo es tuyo.

MILVO
Reniego de ese todo, que nunca asegura nada, pero ¿hay acaso ocupación o cómo te me cruzas así por delante?

GISCARDA
¿Y mercancía te parece de esta casa para no hace nada?

MILVO
Mejor me adelanto, que no hay peor negociación que la que se hace sin tiempo.

GISCARDA
¿No me tienes aquí?

MILVO
Buscaba a Aurelia.

GISCARDA
¿Qué querías de ella?

MILVO
Nada, no sé qué le llevaba en esta manga, pero me gustaría invitarla.

GISCARDA
Eres servidor de doctores.

MILVO
Ese malvado, te lo quité, que no es para ti.

GISCARDA
¡Ay, ladrón! ¡Qué buenos escudos! ¿Dónde los robaste?

MILVO
En la Casa de la Moneda.

GISCARDA
Recién acuñados. ¿Quieres que la llame?

MILVO
No, si está ocupada.

GISCARDA
¿Qué ocupación puede haber para ti?

MILVO
Herida va. Estos son los tiros de oro que los poetas dicen de su dios del amor.

AURELIA
¿Quién es este servidor mío? Que en buenas horas viene. ¿Eras tú? Mirad los amores, que hace mil años no los vi. No quiero hablar contigo.

MILVO
¿Entonces de qué viviré yo?

AURELIA
Sí, me apartaste la mirada hace tantos días, razón sería para apartarte yo ahora el habla.

MILVO
Para superar esos agravios, juguemos un poco.

GISCARDA
¿A qué?

MILVO
Tengo en este puño una moneda y en este otra.

AURELIA
No será broma.

MILVO
Seguro que no. Quien mejor acierte, se haga su voluntad.

GISCARDA
Esa será la mía.

AURELIA
Y la mía será la otra.

MILVO
Primero, veamos la que cogieron primero: «Poesía hecha en honor de doña Aurelia por un gran servidor suyo».

GISCARDA
Ahora la suya, veamos la otra.

AURELIA
Esto sí, esta es la mía.

MILVO
Espera, que aún sobre eso hay mucho que hacer.

AURELIA
Da cuenta de lo que los viste.

MILVO
Fue entonces bien, que tienes por donde pagar.

AURELIA
No son más de diez escudos, cuanto por tan pocos. Veamos la poesía.

GISCARDA
¡Qué manjar para aburridos!

MILVO
Hablaremos dentro.

AURELIA
Entra, mis barbitas de oro, mis perlas, que viene gente.

Escena V

Apolonio, Ermitaño, y Antonioto

APOLONIO
Por aquí tiene de ser, por la información que tengo. Tengo que esperar al guía que me lleve.

ANTONIOTO
Vuelvo a esperar a ese ermitaño. ¡Qué carretero tan lento! Con los rápidos que son los griegos.

APOLONIO
Dominum, dominum, dominum.

ANTONIOTO
Y, sin embargo, a veces así malhumorados y de mal carácter engañan más.

APOLONIO
Dominum meum, dominum meum, dominum meum.

ANTONIOTO
Y los listos que les quieren dar la razón a todos a veces se pierden.

APOLONIO
Et conturbatus, conturbatus, conturbatus.

ANTONIOTO
Este es bueno. Vienen, como dicen, con hábito y tonsura.

APOLONIO
Vade retro, vade retro, vade retro.

ANTONIOTO
Apolonio, deja de rezar y escucha.

APOLONIO
No puede nadie en Roma acabar una oración en paz. Por eso, es mejor estar solo en mi cueva.

ANTONIOTO
¡Ay! ¡Que también me quiere engañar a mí!

APOLONIO
¡Oh, eras tú! No te conocía. ¿Cómo está la casa?

ANTONIOTO
Nuestro amo descansa, nuestra ama te espera.

APOLONIO
Bien está.

ANTONIOTO
Lo que puedas recoger ahora no lo dejes para luego.

APOLONIO
Pero lo dejaría para el de febrero.

ANTONIOTO
Impresiona, agarra y corre.

APOLONIO
Bien te oigo.

ANTONIOTO
Si te preguntan muchas cosas, hazte el irascible y de pocas palabras.

APOLONIO
Todo me lo recordará.

ANTONIOTO
Aquella es la casa. Está en mala hora.

APOLONIO
Mala será para ti.

ANTONIOTO
¿Quién anda por este mundo con su hábito y sin su propio rostro? De los religiosos vienen los engaños; de los regidores, los desórdenes; de los letrados; las cautelas, así como de las boticas, los venenos. Y, como dicen, los alguaciles son los que roban la ciudad. ¿Cómo se hacen en Roma los oficiales tales casas y tales fincas? ¿Quién sale de nuestra casa? Es el viejo. En otro punto esperaré a que venga al ermitaño, que ya sabe adónde ha de ir.

Escena VI

Pomponio

POMPONIO
Esta casa mía está muy alterada: la mujer dentro en puridad, fuera con devoción. No sé qué planean todos, que así se esconden de mí. Cuando aparezco, cambian de conversación y todos hacen gestos. Cuando deberíamos tener mil ojos y mil oídos para guardarnos de tanta gente, entonces perdemos el ver y el oír. Cuando nos son más necesarios los pies y las manos, entonces ni los pies nos pueden llevar ni las manos defender. Sobre todo, cuando crecen los trabajos y negocios, desaparecen los pasatiempos. Antes, al levantarme de la cama, pedía vestirme para ver y conversar. Ahora tiemblo y parece que pida armas para salir a pelear. ¡Oh, gran naturaleza! ¿Cómo fuiste tan voluble al comienzo de las cosas? Con los niños todo el mundo se divierte, tiene sus sinsabores si se les lleva la contraria. Al contrario, con los viejos, todos se enfadan, todos se les hacen pesados. Antes de pasar de esta vida, ya empezamos a ser trasparentes. Las mañanas con un natural tan gracioso, las tardes tristes. Y, como dijo aquel gran romano nuestro, la mayor parte de la gente reza para donde el sol nace. Y, a veces, me falta paciencia al ver a los niños, en tan poco tiempo, el doble de dientes y que a nosotros nos desaparecen para siempre, en tiempo de tanta necesidad. Nos vale alguna experiencia, que conseguimos con los días, por donde así paso como andamos pisando lejos. Y, por ventura, ¿seré yo ahora tal con este cayado que, por eso, dicen que el diablo sabe mucho? ¿Quién es ese que viene por aquí? Es Milvo. No me interesan ahora sus conversaciones.

Escena VII

Milvo

MILVO
La verdad, y más en tu oficio, te pido sobre todas las cosas. Los emperifollados robaron en otro lado, por pagar fielmente lo que sobre su palabra hicieran bien. Y luego a ti vuelvo. Ya cerró la puerta. No veo a nadie. ¿Qué haré? ¿A quién le contaré este enorme secreto y que no me descubra? ¿Dónde encontraré ahora a un mudo que me oiga para que me pueda desahogar con él? ¡Oh, viejo tonto de Milvo! Que te nacieron los dientes en Florencia y ahora se te caen cada día en Roma y vuelves ahora a gatear. Pensé que, al menos, en este tema de las mujeres, por la larga experiencia, ya lo había descubierto todo. Viejo tonto otra vez y muchas, que hoy, en este día, vuelves a empezar tu juego de nuevo. Pensé un tiempo que valía con ellas juventud, sensatez, nobleza, buena maña, buen parecer. No tardé mucho en cambiar de opinión y creí otros días que todo estaba en la diligencia, la ocasión y la conversación, regalar los oídos. Fui más allá, me reafirmé, que el secreto estaba en las dádivas, que todo lo demás se lo llevaba el viento, y con esto me quedé. Entonces, tenía gran pasatiempo con estos lascivos, muertos de amores, que dan tumbos, sin un solo real en la bolsa. Ahora, casi al final de mi vida, estoy fuera de mí con esa nuestra Aurelia, mujer hermosa, tan estimada en esta corte. Mirad quién la escogió. Cuando reímos y decimos algunas tonterías, se lo di todo sin temer nada, salvo cuando, de repente, siento en la muchacha un cambio de colores y de palabras, puesto que disimulaba todo su poder. En esto, la vieja nos dejó a nosotros solos y ella conmigo toda alterada me dijo: «Milvo, la penuria del tiempo ya no se sufre, pero, si en algún momento tuviste por algo piedad, sea ahora por mí, pobre muchacha, muerta de amores, en poder de tan cruel madre, como sabes, sin atreverse a decir nunca nada a nadie, salvo ahora a ti». Y, mientras lo decía, las lágrimas salían de sus ojos como de una fuente. Resulta que muere de amores por un rufián español, con el pelo negro y rizado, que un día se dio de cuchilladas ante su puerta con otros tales, donde hirió y fue herido. Dice que nunca vio cosa tan hermosa: el verlo andar lleno de su sangre y de la ajena. ¡Oh, Señor mío! A mí, que lo conozco, acéptalo. Y ponedlos en razón con sus apetitos. Aquel era su momento y, entonces, concluyó así: «Y, pues ahora, la buena dicha encontré en tal ocasión. No seas tú solo lo que me faltes. Mi madre no conoce a este tal Villalpando, ni a aquel otro tampoco. Ambos son españoles y fácilmente pueden pasar uno por el otro. Ve al mío y, de mi parte, dale toda esta información, dile que haga lo más posible por ser esta noche el primero al entrar y que el resto me lo deje a mí. Y, si en algunos momentos te fueron en este mundo bien pagados, estos serán, como rescate de mi vida, que te pongo en las manos. Pero si fueras tan cruel que no te venzan tantos ruegos y lágrimas, recuerda que los desatinos obligan a veces a tamaños dolores». En ese momento, la madre volvía. Ella, muy risueña, se limpió el rostro de sudor. Entonces, me puso el pañuelo en el pecho, como bromeando, y yo también disimulé. Este es el pañuelo, aún con las señales de las lágrimas. Pero ¿qué tiene atado? ¡Oh! ¡Qué galante anillo! Mucho mejor que las lágrimas. ¡Oh, malvada! Para que me vea más obligado. Parece que el diablo, a cuyo servicio estoy, me pone buenas trampas. Si cumplo con mi capitán, luego me acuchillarán a mí. Si cumplo con él, ¿qué haré con el otro? ¿Qué he de hacer, salvo guardar muy bien el anillo? ¿Enviarlos esta noche a los dos? Su ventura les valga. En dos asuntos con tanta historia no se puede nadie apañar tan limpiamente. Si en buenos caldos se meten, que ellos se los beban. A las mujeres todo se les permite; a nosotros, nada. Por ahí veo venir a mi Villalpando, cantando, con quiebros en la voz, preparados.

Escena VIII

Villalpando y Milvo.

VILLALPANDO I
«A ellos compadre, a ellos, que ellos jaboneros son».

MILVO
Ya se piensa que lo tiene todo ganado.

VILLALPANDO I
«Que nunca vi jaboneros vender tan bien sus jabones».

MILVO
Quiero hablar con él. Y más aún, sobre todo por esa melodía de garganta.

VILLALPANDO I
¡Oh, Milvo! ¿Dónde estabas, que no te veía?

MILVO
En otra parte.

VILLALPANDO I
Dices la verdad. ¿Aún este encierro dura?

MILVO
Romperé todos estos encantamientos. Pero ¿qué jaboneros eran aquellos?

VILLALPANDO I
¿Lo escuchaste? Así es la gente a veces, que va pensando en sus cosas.

MILVO
Te miro con tales ojos que no haces ni dices nada sin fundamento.

VILLALPANDO I
Bien me viste el juicio. Iba pensando en esos clérigos perfumados, que ricas aljubas vestían.

MILVO
Que tales rentas comen.

VILLALPANDO I
Quieren también los clérigos tener corte y damas.

MILVO
Y todo lo demás tienen por un poco de risa.

VILLALPANDO I
Nosotros, con los arcabuces a la espalda, aquí se están los diez mil, allí los veinte mil, y Roma siempre con sus placeres. Déjala, que su día vendrá pronto, como a sus vecinos.

MILVO
Es un coto del mundo.

VILLALPANDO I
Nosotros la invadiremos pronto, sin tanto «escribe aquí, escribe allí»; mensajeros van, mensajeros vienen, con sus varitas en la mano de grandes virtudes a las que llaman «mágicas».

MILVO
Es una ciudad de paz.

VILLALPANDO I
Así mejor. La encontraremos llena como una colmena y la cosecharemos.

MILVO
Mejor lo hará Dios.

VILLALPANDO I
Y visitaremos Roma, la nueva, y Roma, la vieja, otra buena gente, donde ya no veréis más romanos que el nombre y la soberbia de barba alzada; déjala, que nosotros la bajaremos.

MILVO
No pensemos ahora en el futuro, hablemos del presente.

VILLALPANDO I
¿Hiciste así esa otra práctica que hizo crecer mi cólera, pero que aun así hiciste?

MILVO
Todo está para ti.

VILLALPANDO I
No podía ser menos, por lo que en ella ayer vi.

MILVO
Como le di las señales, no tuve más que hacer.

VILLALPANDO I
Parece que no me olvidaron.

MILVO
Como el penacho, que era blanco.

VILLALPANDO I
Luego los ojos dicen lo que sabes de las mujeres.

MILVO
Dice que nunca vio a nadie a quien tan bien le quedase la espada en el cinturón.

VILLALPANDO I
¿Que diría si me la viese en la mano? ¿Y qué dijeron de la poesía?

MILVO
Esa acabó de abrir las puertas del campo.

VILLALPANDO I
¡Qué gran atajo es el buen juicio en todas las cosas!

MILVO
Pero seguro fue lo de las cuchilladas al otro.

VILLALPANDO I
¿Qué decían?

MILVO
Elogiaban aquella entrada tan maravillosa: «Hércules, que la serpiente, etc.».

VILLALPANDO I
No hay cosa que más obligue que los ejemplos. ¿Y qué más dijeran?

MILVO
Mil primores.

VILLALPANDO I
¿Cuáles sobre todo?

MILVO
Aquel verso divino: «El amor lo transformó en oro, como ahora a mí por vos».

VILLALPANDO I
Se te queda pronto en la cabeza.

MILVO
¿Para qué te debería negar la verdad? Se queda en la memoria.

VILLALPANDO I
¿Qué jugada te pareció ese parte del nombre de Aurelia?

MILVO
Que con eso te ganaste a la dama.

VILLALPANDO I
Entonces, ¿a qué estamos esperando? ¿No sabes que las mujeres son carne de sartén? Soplar y comer.

MILVO
Hagamos primero nuestras cosas con cuidado. Tú eres apetitoso y liberal; la vieja, falsa y codiciosa.

VILLALPANDO I
Solucionaré todo como si estuviera en casa.

MILVO
Déjame, por ahora, capitanear.

VILLALPANDO I
¿Qué pretendes hacer?

MILVO
Un acuerdo reglado, para que vivamos. Haré que aquella vieja vea a las estrellas al mediodía.

VILLALPANDO I
¿Para empezar?

MILVO
Déjame esas culpas a mí, ya me las apañaré con ella. ¡Qué chico, Milvo! El tiempo de dar dinero es nuestro: protejámonos.

VILLALPANDO I
¿Parece otra mercancía?

MILVO
Esta es la más sospechosa de todas las de Roma; por eso, haz como que no entiendes, que yo vigilaré. Voy a hacer mi acuerdo.

VILLALPANDO I
Ve y vuelve con tiempo.

MILVO
Pronto estaré contigo. Ahora tengo que hacer más que nunca este acuerdo, para salvarme de sospechas. Me voy en busca del de las cuchilladas, que no hay que jugar con los nervios y la determinación de aquella loca. Y así empezaré a ir de Villalpando en Villalpando.


Acto IV

Escena I

Fabiano

FABIANO
Vi a Hipólita, pero ¿qué es eso que veo en sus ojos? Cierto es que él no lo ve y ni otro salvo yo. Y así yo solo soy lo que viviría sin ningún otro sustento. Todos sabemos que las esmeraldas son de gran precio, pero pocos alcanzan a sus respetos. Estas estatuas antiguas, tan apreciadas aquí y en toda Italia, la otra gente no quiere solo mirarla, donde podemos considerar que otra visión hay más cierta que la que nos da los ojos. ¿Quién acaba de ver aquella divinidad de Hipólita? ¿Quién su alma en cuanto ella dice y hace? ¿Quién su apacibilidad de mucha mayor fuerza que todas las armas del mundo? ¿Quién su callar tan lleno de entendimiento? Al final, aquello que no sé decir, ¿quién lo ve? Y más en tierras con vistas tan ocupadas. Cierto que, para mí, más me hace creer que Hipólita dominó esta tierra suya, el mundo entero, que no es lo que leemos de ella, ni lo que vemos de estos teatros suyos, termas, arcos del triunfo, o lo que también me hace impresionar a estos mancebos romanos lanzados, así todos, a los amores de las cortesanas que, al final, son mujeres públicas, dejándolas al natural, tan hermosas y honestas como despreciadas. ¡Oh, torpeza y decadencia de esta sangre romana, que tan caras compró aquellas sabinas suyas! Ahí veo a Antonioto, que cansado viene. ¿Cómo no iba a estar así si busca algo tan huidizo como el dinero?

Escena II

Antonioto y Fabiano

ANTONIOTO
Hay días en que los hombres no pueden ir hacia adelante por algo que empezaron.

FABIANO
Estos son los males de este tiempo.

ANTONIOTO
A esto llaman nadar y morir en la orilla.

FABIANO
¿Cómo? ¿En tales bancos de Flandes navegas?

ANTONIOTO
Hasta Cesarión, al que busco, para darle malas noticias, no lo puedo encontrar.

FABIANO
Yacerá en aquella casa.

ANTONIOTO
¡Oh, Fabiano! ¿Sabrías decirme de Cesarión?

FABIANO
Hoy lo vi y debe estar donde te dije.

ANTONIOTO
Ya lo vi echado a perder. No sé aún si para siempre.

FABIANO
Así lo hizo Dios, que es un gran pesar y vergüenza para él andar como anda.

ANTONIOTO
Con tanto dolor de su padre y de su madre.

FABIANO
Y de sus amigos.

ANTONIOTO
Teniéndolo su padre casado tan bien por todas sus vías.

FABIANO
¿Cómo?

ANTONIOTO
Él te lo dirá, si aún no te lo dijo.

FABIANO
Secreto que todo el mundo sabrá pronto, si así es.

ANTONIOTO
No es aún algo muy cierto.

FABIANO
Así con dudas me lo has de decir.

ANTONIOTO
Déjame, que tengo prisa.

FABIANO
No te dejaré. Cuéntamelo y te irás pronto.

ANTONIOTO
¿Esto es fuerza? Llamaré a la guardia.

FABIANO
Está lejos, no te oirá.

ANTONIOTO
Seguro que no me descubres.

FABIANO
Como si se lo contaras a una tumba.

ANTONIOTO
Ni esas guardan el secreto. Mira lo mucho que me fío de ti.

FABIANO
Dilo entonces.

ANTONIOTO
Con la hija de este vecino nuestro.

FABIANO
¿Qué vecino?

ANTONIOTO
Mario, al que debes conocer.

FABIANO
¿Con Hipólita?

ANTONIOTO
No tiene más de una, y así creo que se llama. Déjame pasar.

Fabiano se aparta y se queda como pasmado.

FABIANO
Antonioto no parece él. Se me cayeron las manos, se me fue la vista de los ojos. Ahora se fue y me dejó muerto, como dicen de los partos. ¡Ay, buena fe y sana amistad tan difíciles de encontrar en este mundo tan falso, tan lleno de engaños y maldades! Los secretos de mi alma, Cesarión los sabía todos. Los suyos los sabe todo el mundo, salvo yo, que me los escondió con motivo. ¿Podrá tal sufrir la tristeza de mis ojos? Y aunque de aquí huya, ¿podrá el triste de mi corazón sufrir así? Donde quiera que vaya, es solo el dolor el que lo puede matar. Y él me matará. ¡Ay, triste de mí! Que ni aquellos amores míos tan limpios pudieron ser sin hiel y sin tantas lágrimas. ¿Dónde las esconderé, que así me descubren?

Escena III

Pomponio

POMPONIO
¿Qué voy a hacer? ¿Dónde me esconderé? ¿Con los amigos? ¿Y dónde los encontraré? ¿En las casas de oración? ¿Y qué hay ahí, salvo hipocresía? ¿En la mía? Y toda está en poder de mis enemigos. ¿Estos eran los consejos y puridades? ¿Esto sería el resultado de los desvíos de mi mujer? ¿Quién tendrá paciencia? Hasta los ermitaños del yermo me saquean la casa. Si fueran soldados, ese sería su oficio, pero ¿los ermitaños? De un descalzo, barbudo, todo cubierto de pelo, ¿qué se habría de temer? Después culpan a los viejos de desconfiados. ¿Qué haremos con tanta maldad que vemos a diario? Conseguí ver hoy a ese encapuchado al salir de mi casa y después pensé: «No basta con nueve beguinas, sino encima ese ermitaño». Mi corazón no volverá a descansar. Me voy tras él, que tampoco era muy desenvuelto con los pies; la pasión también me dio buena ayuda. Al final, entró en la tienda de un platero y empezaba a hablar del precio de un broche de mi mujer, que conocí a una legua. La paciencia se me acabó, me lancé dentro y agarré el broche, clamando justicia. Me quedé herido, porque el ladrón huyó, el broche se me quedó en las uñas, caímos ambos al suelo, no puede hacer más. El platero ahora dice que nunca había visto a ese ermitaño, salvo en ese momento. Yo también, de haber ido más despacio, habría perdido el broche. Entonces cité y demandé, pero no quiero saber tanto del tema. Sin embargo, si no me equivoco, Antonioto es el alcahuete. Pero, por ahora, quiero disimular y recuperar el aliento, que vengo muerto.

Escena IV

Ladino y Antonioto

LADINO
Hablando está el viejo consigo, Cesarión no aparece, nuestra ama reza. Quiero disfrutar del día.

ANTONIOTO
Viniendo hacia acá me dijeron que venía un perdido, ¿quién lo encontrará? Veo a Ladino que sale de casa.

LADINO
Iré a ver a la Justicia que se hace hoy pomposamente, que dice que va en una carrera rodeada de sus victorias pintadas. Veo a Antonioto, al que diablo trae ahora.

ANTONIOTO
Ladino, Ladino, ¿no me oyes?

LADINO
A palabras necias, oídos sordos.

ANTONIOTO
Ladino, Ladino, que no se equivocó quien te puso el nombre.

LADINO
Al menos no me comerás, que la ley te lo prohíbe.

ANTONIOTO
Hace como que no me oye. ¿Podrás decirme noticias?

LADINO
¿De quién, hijo de dos ruines?

ANTONIOTO
Me las dieron, pero fueron de mi padre y de mi madre. Vuelve aquí.

LADINO
Tu abuelo, membrillo estúpido, tengo otras cosas que hacer.

ANTONIOTO
Y de mis abuelos también, y encima se está rindo.

LADINO
No me río, me dan escalofríos.

ANTONIOTO
Como el perro que eres.

LADINO
Como del perro que eres.

ANTONIOTO
¿Qué dices, rufián?

LADINO
Que hablo con otro.

ANTONIOTO
Por este don, muchacho, mira que la beso.

LADINO
No, por mucho bien que ahora le quieras.

ANTONIOTO
Por esta que Dios aquí me puso.

LADINO
Por este en que otros pusisteis.

ANTONIOTO
¡Ay, don cerdo!

LADINO
Por eso te aborrezco tanto.

ANTONIOTO
Mala carne.

LADINO
Sin embargo, ahora me llamas Ladino y ahora cerdo.

ANTONIOTO
¿Viste a Cesarión?

LADINO
Muchas veces.

ANTONIOTO
¿Sabes dónde lo encontraré?

LADINO
Por ese camino recto.

ANTONIOTO
Está poniendo caras. ¿Adónde, gran perro?

LADINO
Camino de la plaza Judea. Se le ve llegando.

ANTONIOTO
Espera, mala cosa.

LADINO
No tengo tiempo.

ANTONIOTO
Veamos quién corre más.

LADINO
Quien más miedo tenga.

Escena V

Villalpando y Milvo

VILLALPANDO I
Ahora veamos ese acuerdo en que tanto confías.

MILVO
Tenemos negocios con el mismo diablo, pero déjame, que te libraré de aquella vieja.

VILLALPANDO I
Créeme que no ha de jugar conmigo.

MILVO
Ahora demuestran fuerzas, ahora mañas. A las fuerzas irás tú, a las mañas yo.

VILLALPANDO I
En esta Roma vuestra todo es papel y tinta.

MILVO
Y ni así puede nadie salir de dudas.

VILLALPANDO I
Así pasa donde hay poca verdad.

MILVO
Escucha y te leo solamente las fuerzas: «Tal día de tal mes de tal año...».

VILLALPANDO I
Entiendo.

MILVO
«El capitán Villalpando...».

VILLALPANDO I
El «señor» se quedó en el tintero.

MILVO
«El señor capitán Villalpando, de una parte, y Giscarda, de la otra, hicieron, acordaron, pactaron sin condiciones...».

VILLALPANDO I
Espera, que no me parece algo conveniente pactar yo con Giscarda.

MILVO
Diremos entonces así: «Y, por la otra parte, Milvo, en nombre del señor capitán».

VILLALPANDO I
¿No ves lo mucho mejor que está así?

MILVO
No tiene nada que ver. Digo más: «Que el susodicho señor capitán le diese a la dicha Giscarda treinta escudos de oro del sol...».

VILLALPANDO I
De los que este año nos dieron los franceses.

MILVO
¿Lo pongo o no?

VILLALPANDO I
Estoy bromeando contigo. Sigue.

MILVO
«De los cuales treinta escudos antes declarados, la dicha Giscarda declaró que ya había recibido diez en mano del dicho Milvo, administrador del dicho señor capitán...».

VILLALPANDO I
Ese «administrador» es una palabra muy mercantil.

MILVO
«En mano del dicho Milvo, su procurador...».

VILLALPANDO I
Te pedirán luego pruebas de la procuración.

MILVO
«En mano del dicho Milvo, del cual el dicho señor capitán se quiso servir en este caso...». A ver si así acabamos.

VILLALPANDO I
Así es más cortesano.

MILVO
«Los otros veinte se lo dará, entregará, pagará...».

VILLALPANDO I
Corrección: «Le mandará dar, entregar, pagar».

MILVO
Ya lo corregí.

VILLALPANDO I
Adelante.

MILVO
«Cada quince días los otros diez escudos...».

VILLALPANDO I
Pon ahí más: «Para hacerle gracia y merced».

MILVO
«Para que el dicho señor capitán le haga gracia y merced...».

VILLALPANDO I
Continúa.

MILVO
«Y esto durante el tiempo de su contrato, como se declara...».

VILLALPANDO I
Está bien, sigue.

MILVO
«Y entonces así también, de la otra parte, la dicha Giscarda en su nombre y de Aurelia, boloñesa, su hija...».

VILLALPANDO I
¿No guardas el decoro?

MILVO
¿Cómo?

VILLALPANDO I
¿No ves tú que ella es «Mi señora»?

MILVO
Estoy acabando: «En su nombre y de la señora, doña Aurelia boloñesa...».

VILLALPANDO I
Está como debe, sigue.

MILVO
«Prometió, acordó y declaró que de los primeros dos meses siguientes, contando treinta días de cada mes, todos los martes y jueves de cada semana, le desocupen la casa...».

VILLALPANDO I
¿La mía o la suya?

MILVO
Bien apuntas, que son aves de rapiña, mejor dejarlo claro: «que ellas le desocupen las casas en que ahora viven de toda persona viva...».

VILLALPANDO I
Tampoco lo digas así, que no me incumben las paredes.

MILVO
Donde decía «de toda persona viva», pongo «de toda persona de fuera».

VILLALPANDO I
¿No ves lo mucho que cambia una sola palabra?

MILVO
A veces más de lo que la razón quiere, por eso no tenemos piedad de ellas.

VILLALPANDO I
Sigue.

MILVO
«De suerte, modo, forma y manera...».

VILLALPANDO I
«Via, jure et causa».

MILVO
¿Con qué propósito?

VILLALPANDO I
Todo dicen que mejora.

MILVO
Mucho más: «jure via et causa, que siendo el día siguiente martes, como será por la mañana, luego a la noche de hoy haga por el susodicho señor capitán como en su día, y otro tanto, los jueves de cada semana, durante los dos meses, como se dice...».

VILLALPANDO I
¡Qué bien pensaste en obligar primero por las noches! ¡Dormiremos por las mañanas!

MILVO
Esa es mi especialidad, que si fuera para cavar y cortar, pondría primero los días.

VILLALPANDO I
¡Ay, qué avispado eres! Continúa.

MILVO
«Y acabadas las dichas noches con sus días, el susodicho señor capitán volverá a dejar su casa...».

VILLALPANDO I
Declara «Por cortesía suya».

MILVO
«Por su propia y libre voluntad y pura cortesía».

VILLALPANDO I
Cuando te dirigen, muy bien lo haces.

MILVO
Los primores de honor no se usan tanto, pero tranquilo.

VILLALPANDO I
Sigue con tu contrato.

MILVO
«En los días con esa obligación, de las puertas para adentro no habrá ningún negocio...».

VILLALPANDO I
Prácticamente.

MILVO
«Ni puridades ni gestos ni ningún otro misterio...».

VILLALPANDO I
Muy bien.

MILVO
«Insinuaciones ni palabras con doble sentido...».

VILLALPANDO I
Ni desvíos.

MILVO
Bien dices, que a mucha gente le agrada. «No haya castigos ni vicios...».

VILLALPANDO I
Los celos, sin embargo, se perdonan en los amores.

MILVO
«Salvo los celos, a los que no se les puede poner ley...».

VILLALPANDO I
Muy elegante. Prosigue.

MILVO
«No tendrá la dicha doña Aurelia aquellos días amigos, aunque sea una buena amistad, ni parientes, aunque sean hermanos...».

VILLALPANDO I
Bien te cuidaste de los primos.

MILVO
«Serán asimismo los susodichos días festivos, libres y exentos de todo ayuno, voto, romería y todo desvío...».

VILLALPANDO I
Muy bien, que hagan promesas por su lado, si quieren.

MILVO
Por eso. ¿No ves que día te escogí? ¿Que en uno cae siempre el carnaval y, en el otro, la Fiesta de las Comadres?

VILLALPANDO I
Fiestas corporales, que se deben guardar por sí.

MILVO
«No suspire, no ande pensativa, no le venga dolor de corazón...».

VILLALPANDO I
Ni de mirada, que es muy típico de las hermosas.

MILVO
«No le vengan cartas de su tierra...».

VILLALPANDO I
Como bien dices, que alteran siempre a una persona y nunca la dejan como antes de leerlas.

MILVO
Es una enorme verdad. «No diga dichos ni máximas...».

VILLALPANDO I
Vas bien por ahí. «Ni cuentos de sus monseñores...».

MILVO
¡Ja, ja, ja!

VILLALPANDO I
¿De qué te ríes?

MILVO
Déjame primero que se me pase la risa. ¿Ves aquí por qué me reía?

VILLALPANDO I
Es verdad, que ya lo habías puesto.

MILVO
Con las mismísimas palabras. Pero sigue escuchando: «No se lave aquella noche la cabeza, ni vaya con trapos...».

VILLALPANDO I
Las muchachas hermosas son las más frescas.

MILVO
La elección es tuya; yo solo quería solucionar inconvenientes.

VILLALPANDO I
Bueno, dices la verdad. Que sea obra fácil.

MILVO
«No tocará instrumentos ni cantará tan alto que pueda ser señal para los de fuera...».

VILLALPANDO I
¡Cuántas veces me pasó ya con las amigas ajenas!

MILVO
«Aquellos días, que todo sea música de cámara...».

VILLALPANDO I
Punto delicado.

MILVO
«No haya niños en casa que ella tome en brazos y bese en la ventana, besos chupados...».

VILLALPANDO I
Que a veces se oyen por toda la calle.

MILVO
«Los invitados y amigos del dicho señor capitán, los tratará la dicha señora igualmente...».

VILLALPANDO I
Sí, que son muy de bandos, más que los catalanes.

MILVO
«Sea la mesa ancha y haya siempre muchas velas...». No nos quedemos a oscuras.

VILLALPANDO I
Bien te previniste de los pies al claro y de las manos al oscuro.

MILVO
Por prevenir no se pierde nada. Digo más: «No enseñe para esos días a su loro decir ‘mis ojos, mi corazón, mi alma, mi vida, bésame...’».

VILLALPANDO I
Me matas de amores.

MILVO
«Ni consienta que vaya a nadie a ver sus joyas...». Que se vanaglorie de ellas de lejos. Lo que quieran comprar, que las busquen en las tiendas.

VILLALPANDO I
Hablas como un Séneca.

MILVO
«Además, durante el dicho tiempo, no cambiará de nombre ni de casa...».

VILLALPANDO I
Me dijeron que vuestras cortesanas lo suelen hacer mucho.

MILVO
Por la novedad; ahora son Aurelia, ahora Faustina, ahora Diana. ¿Algo más?

VILLALPANDO I
Todo está en manos del maestre.

MILVO
«Y dando por aquí su contrato por acabado, prometiendo mantenerlo en todo momento, grato, firme y valioso, renunciando a juez y jueces de su foro...».

VILLALPANDO I
No pensé que fueras tan práctico.

MILVO
«Y me ruegan a mí, el mencionado Milvo...».

VILLALPANDO I
Eso es muy típico de los notarios, que dicen siempre al final «rogado y requerido».

MILVO
«Y así le pidieron al dicho cabrón de Milvo que lo escribiera».

VILLALPANDO I
Pareciera que te has enfadado.

MILVO
Tengo que decir que te encontraste con un hombre muy puntilloso.

VILLALPANDO I
No puede estar mejor, ve y firma.

MILVO
¡Qué hombre más fastidioso y puntilloso! El acuchilladizo no quiere perder también puntos de diligencia. Que se emborrachen. La noche es, como dicen, capa de huérfano; que con ella se tapen. ¡Ay! ¡Con cuánta fatiga ganamos este infierno!

Escena VI

Cesarión y Antonioto

CESARIÓN
¿Qué me cuentas?

ANTONIOTO
Así le hizo perder aquel malandrín tantos trabajos y esperanzas.

CESARIÓN
Y mi vida también de vuelta.

ANTONIOTO
¿Qué hacemos con la fortuna cuando ella no quiere? Por hoy excusado es más negocio. Vendrá la mañana. Para todos amanece.

CESARIÓN
¡Un viejo estúpido loco como mi padre! Mira, que no nos engañe este ermitaño también a nosotros.

ANTONIOTO
¿No quieres que me fíe de mis ojos?

CESARIÓN
¡Como un villano robusto!

ANTONIOTO
Así, si la diferencia fuera sobre su capa o si la llevaba o no.

CESARIÓN
¿Qué viste de la batalla?

ANTONIOTO
Por un lado, al ermitaño huyendo, despeinado, la barba al aire, el sonido de los tableros y gritos tras él. Por otro lado, tu padre, muy sucio, en la tienda, clamando por justicia.

CESARIÓN
¡Cuántos que ahí se reirían de mi tamaño mal!

ANTONIOTO
Hasta Antonioto no se podía aguantar.

CESARIÓN
Si nos descubren, ¿qué haremos?

ANTONIOTO
Si el propio ladrón escapó, ¿no escaparemos nosotros y más siendo cabezas pensantes? ¿No nos valdrá en casa lo que vale para las audiencias?

CESARIÓN
¿De Giscarda quién me librará?

ANTONIOTO
Por esta noche te pido el último remedio de la paciencia.

CESARIÓN
¿Dónde pasaré tamaña noche?

ANTONIOTO
En tu casa. A mí, que no tengo, déjame pasear por estas calles.

CESARIÓN
Pasea, que a mí escasamente ya me pueden aguantar las piernas.

ANTONIOTO
Recógete y no hagas otra cosa. Yo vigilaré y conseguiré otras. Se ve. Quiero espiar lo que hace.

Escena VII

Villalpando II

VILLALPANDO II
Si esta mi ventura sale como espero, ¿quién es hoy más bienaventurado que yo? Por un lado, estamos en Roma, donde nadie sabe de quién fiarse. Tengo enemigos, el asunto es de noche y he de ir solo. Por otro lado, ¿por qué me engañaría Milvo? ¿Qué le hice? Hay algunas señales del día de las cuchilladas, en que allí casi me matan. Bien recuerdo que veo la ventana y ahora entiendo que su mirada me salvó. Mirad la ceguera de este mundo, donde mis enemigos querían matarme y me dieron la vida. Bueno, tirados los dados, que caigan como quieran. Ahora es mucho más momento de agradecerle mi esfuerzo. Por eso, antes quise perder por pronto que por tarde. Andaré por aquí, aguardando en la oscuridad. Vista dio a la ventana y no sé qué dije. Y ahora mucho ha de saber quién me abre la puerta.

Escena VIII

Antonioto, los dos Villalpandos, Giscarda y Torquemada

ANTONIOTO
Creí que Cesarión se me iba a tirar al río, que ya lo intentó. Pero, finalmente, aceptó mi consejo y se recogió en casa. Yo, por ahora, no quiero entrar con el viejo en campo cerrado. Prefiero quedar fuera de las aventuras.

VILLALPANDO II
Me decido a llamar a la puerta con valor, que siempre valió mucho la seguridad del corazón y de las palabras. Toc, toc, toc. Ahí viene. Cuidado había en casa.

ANTONIOTO
La entrada es la fortaleza, sin mucha batería; pero llamó Cesarión la noche pasada.

VILLALPANDO I
Siempre el diablo en tales momentos trae dificultades por no poderme desenvolver antes, pero el contrato me lo asegura.

ANTONIOTO
Otro viene y lleva el mismo viaje. Pero se paró antes, quiero espiar.

VILLALPANDO I
Paje, llama a esta puerta.

TORQUEMADA
Toc, toc, toc.

ANTONIOTO
Me parece que tarde llegas.

VILLALPANDO I
Llamas bien. ¿Sientes piedad de la puerta?

TORQUEMADA
Solo tengo mi mano.

VILLALPANDO I
Toma una piedra, que a mi puerta llames.

TORQUEMADA
Tac, tac, tac.

ANTONIOTO
Al capitán les mintieron las espías, por lo que veo.

VILLALPANDO I
Espera, que oigo hablar dentro.

TORQUEMADA
Y reír también, quiera Dios que no sea de nosotros.

VILLALPANDO I
Oye, muchacho, ¿por qué hablas tanto?

GISCARDA
¿Quién rompe esa puerta?

VILLALPANDO I
Quien ya tiene rotos los ojos, mirando si aparecía alguien.

GISCARDA
¿Y quién es el galante de los ojos rotos?

VILLALPANDO I
El mayor servidor.

GISCARDA
¿Quién? ¿Quién?

VILLALPANDO I
El que vencido venció.

TORQUEMADA
¡Qué tonto es este amo mío!

GISCARDA
Cada noche tenemos que tener aquí rompedores de puertas.

VILLALPANDO I
Abierta me habría de estar por obligación, pero parece que en esta tierra ni contratos reglados valen.

ANTONIOTO
Empieza bien la noche.

GISCARDA
¡Oh, Roma, qué patrañas son las tuyas!

TORQUEMADA
Esta es una de las buenas.

VILLALPANDO I
¿Qué acordaste hoy con Milvo?

GISCARDA
Lo que yo con Milvo acordé cumplí.

VILLALPANDO I
No es cierto por ahora.

GISCARDA
Está saliendo bien este asunto.

VILLALPANDO I
No sé, pero mal empieza.

GISCARDA
¿Por culpa de quién?

VILLALPANDO I
De la puerta que aún está cerrada.

GISCARDA
Se abrió a quien se tenía que abrir.

VILLALPANDO I
Bueno, ya que tengo que hablar desde la calle: ¿no se le debería hablar al capitán Villalpando por contrato?

GISCARDA
Es una gran verdad.

VILLALPANDO I
¿Y cómo lo tenéis aquí fuera con tanta cháchara?

GISCARDA
¡Ay, mi madre! ¿Qué quiere decir eso? ¿Y tú quién eres?

VILLALPANDO I
El mismo que nunca se negó ni se negará.

GISCARDA
¡Ay, gracias de las gracias! Hija, tenemos en la puerta a otro capitán Villalpando.

TORQUEMADA
Este solo basta para enfadar al mundo, cuanto más dos.

VILLALPANDO II
¿Qué tonterías son estas o que borracherías?

VILLALPANDO I
Las burlas y borracherías son las de esa casa, que de fuera no se habla, salvo mucha verdad.

VILLALPANDO II
¿Que tú eres el capitán Villalpando?

VILLALPANDO I
¿Y tú lo niegas?

VILLALPANDO II
Salvo si tú eres yo.

VILLALPANDO I
Tú sabes quién eres, y que soy el capitán Villalpando, conocido en la guerra de los grandes y pequeños.

VILLALPANDO II
En la guerra bien nos veremos. Por ahora, ¿quién te hizo venir aquí?

VILLALPANDO I
Milvo, por cuyo medio contraté.

VILLALPANDO II
¡Qué tamaña gracia sería si hubiera también dos Milvos!

VILLALPANDO I
Yo digo lo que trajo la poesía.

VILLALPANDO II
Y yo lo que la poesía dijo.

VILLALPANDO I
Lo que trajeron los escudos.

VILLALPANDO II
Y yo lo de los escudos, salvo que eran todos de sol.

VILLALPANDO I
El del contrato reglado.

VILLALPANDO II
Por virtud del cual esta casa es ahora mía con sus veinticuatro horas.

VILLALPANDO I
Milvo florentino, muy mal cabrón.

VILLALPANDO II
Ese mismo.

TORQUEMADA
¡Si a lo mejor ese también va a ser mi amo!

VILLALPANDO I
¿A qué gente capitaneaste? ¿Qué desafíos superaste? ¿En qué hechos de armas te encontraste?

VILLALPANDO II
Esto no solo cuenta aquí, pide más en otra parte.

VILLALPANDO I
¿Qué dice esa poesía tuya?

VILLALPANDO II
«Hércules que la serpiente, etc.».

VILLALPANDO I
¿Y tú la hiciste?

VILLALPANDO II
No, para decirte la verdad, que el inicio es ya antiguo; el final se le metí yo como gancho.

VILLALPANDO I
¿Los escudos cuántos fueron?

VILLALPANDO II
No más de diez, como comienzo de pago.

TORQUEMADA
Le quiero decir a mi amo que acudamos a casa antes de que vaya este otro a llevárselo todo.

VILLALPANDO I
¡Ay, Roma! ¡Ay, Milvo! ¡Ay, mujeres!

VILLALPANDO II
Pero ¿por qué no hablas en tu empresa que doña Aurelia mandó a ese capitán Villalpando, su servidor?

VILLALPANDO I
¿Por quién?

VILLALPANDO II
Por el mismo Milvo.

VILLALPANDO I
¿Y qué empresa?

VILLALPANDO II
Un pañuelo, con el que primero limpió su hermoso rostro.

TORQUEMADA
Se calló nuestro amo. Me parece que con otro tendremos que vivir todos.

VILLALPANDO I
Así sea, resolvamos esta diferencia con la espada. ¿Para qué ha de haber tantos Villalpandos?

VILLALPANDO II
¿Cómo? ¿Temes que huya el tiempo? Deja que se haga de día.

VILLALPANDO I
No, pero me da miedo que huyas tú.

VILLALPANDO II
Entonces, ¿por qué más quieres que haya solo Villalpando?

VILLALPANDO I
Ahora me importa.

VILLALPANDO II
Por ahora, quiero estar así en mi sitio. Después, quien algo quiera de mí, que lo requiera como se debe.

VILLALPANDO I
¡Ay, romanesco falso, litigioso!

VILLALPANDO II
Vete a pasear, que doña Aurelia me tiene preso y no me deja salir.

VILLALPANDO I
Bueno, capitán Villalpando, nuevamente descubierto, estás bien agasajado por esta noche y yo mal. Mañana pasearé por San Agustín hasta las diez horas con un penacho blanco. Quiero ver cuál es el Villalpando que por ahí aparece con otra tal señal, para que nos conozcamos.

VILLALPANDO II
¿Pretendes que yo tenga otro penacho blanco?

VILLALPANDO I
Tienes mi nombre, tienes a mi amiga, tienes mi poesía y mi contrato, ¿y solo el penacho blanco te falta?

VILLALPANDO II
Tranquilo, que no me faltará.

TORQUEMADA
Cerró la ventana. Quisiera hablar con él y contigo.

VILLALPANDO I
¿De qué?

TORQUEMADA
De con cuál me he de quedar.

VILLALPANDO I
¿Quieres que te pegue contra aquella pared? ¿Dónde encontraré a Milvo? Y, ahora, ¿dónde encontraré la paciencia?

TORQUEMADA
Cuando no te abren tu puerta, ¿cómo te abrirán las ajenas?

VILLALPANDO I
¿No te quieres callar? Recojámonos.

TORQUEMADA
Recojamos que, al final, siempre oí decir que mejor era el mío que el nuestro.

VILLALPANDO I
Traidor, truhan, que habla a las puertas cerradas. Yo lo acogeré.

TORQUEMADA
Lo da el demonio. Grandes señales daba.

VILLALPANDO I
¿Qué señales? ¿Las que le dije a Milvo?

TORQUEMADA
Y Aurelia, que estaba loca por ti, ¿qué hacía? Oía y callaba.

VILLALPANDO I
Por la mañana saldremos de todas esas dudas.

TORQUEMADA
Pero siempre oí decir que en Roma ni de sí mismo se debe fiar nadie y ahora lo he visto con certeza.

VILLALPANDO I
¿Por qué me fie de Milvo?

TORQUEMADA
Digo que salvo de ti mismo, al pie de la letra, que cuando fuiste, ya te la encontraste delante.

VILLALPANDO I
¿Tú quieres pagar por todos?

ANTONIOTO
¡Oh, gracia! ¡Oh, sabroso acontecimiento! ¡Oh, Cesarión, que así empleas bien tus suspiros y tus lágrimas, quien hasta aquí me trajo! Tú quieres morir de amores por Aurelia y los Villalpandos a pares. Ya me es necesario esperar la mañana andando por estas calles.


Acto V

Escena I

Milvo

MILVO
No pude esperar el día en la cama. Este corazón, como te tenga con alguna culpa, no te deja comer, no te deja dormir. Y cuando duermes, los sueños no te dejan. Toda esta noche estuve en conflicto con mis Villalpandos. Me dejaron en la cama y en la casa a tales horas, que aún no bien me amanece. Si buen anillo tengo, caro me cuesta. Y piensan los que cavan y cortan que ellos solo comen su pan con el sudor de su frente. Y Milvo también, salvo todos aquellos que descansan las noches y los días santos y otros que no. Así que vengo, como dicen, a descubrir la tierra. Deseo mucho saber cuál de los aventureros esta noche hubo mejor aventura, pero a tales horas, ¿de quién lo podré saber? ¿A quién veo por allí venir? También madruga aquel como yo.

Escena II

Antonioto y Milvo

ANTONIOTO
¡Cuántas cosas vi esta noche por Roma! Quien quiera saber secretos, que no duerma. Sin embargo, no es cosa muy segura, ni de la regla de vivir en paz, aunque solo fuera por este aire de la noche, que tamaña y tan pesada hace esta cabeza. Y, sin embargo, mejor es dormir por la noche, que para eso fue hecha. Por ventura, esta fue la causa por lo que la naturaleza dio tamaños tocados a las lechuzas y otras aves de la noche. ¿Estoy viendo a Milvo? Aquel es, me parece que debería ir a saber las noticias; yo se las daré. Venga, Milvo, a muchas buenas horas.

MILVO
Así haga a mi amigo Antonioto, que por aquí encuentro tantas veces.

ANTONIOTO
¿Madrugas así los demás días?

MILVO
Como se ve, esta noche no pude dormir.

ANTONIOTO
Ni yo tampoco. Hay noches así.

MILVO
Y más cuando las personas tienen que hacer algo.

ANTONIOTO
Y mucho más cuando ya lo tiene hecho.

MILVO
No entiendo lo que dices.

ANTONIOTO
Ni yo lo que haces, que reniego de tales enredos.

MILVO
En abundancia van por Roma.

ANTONIOTO
Dicen que quien muchas estacas mete alguna coge.

MILVO
¿Con qué propósito?

ANTONIOTO
Dios me entiende.

MILVO
Y yo no.

ANTONIOTO
Y tú también: Villalpandos de dentro, Villalpandos de fuera.

MILVO
Ah...

ANTONIOTO
Y todos mencionan a Milvo y sus contratos.

MILVO
Muerto estoy.

ANTONIOTO
Y a una poesía.

MILVO
¡Ja, ja, ja! Yo tengo la culpa por darte parte de mis secretos.

ANTONIOTO
¿Y del contrato quién me lo dijo?

MILVO
¿Hablas así adivinando?

ANTONIOTO
Y adivino así un pañuelo, que el de dentro tenía como ventaja.

MILVO
Me dio el demonio tantas señales. Parece que el mozo de espuelas estuvo por los pies.

ANTONIOTO
¡Ja, ja! Esta otra es peor, ¿dónde encontraste ese anillo?

MILVO
¿Qué te importa a ti mi anillo? Lo conseguí en mis aventuras.

ANTONIOTO
Cuida con que no se conviertan en desventuras.

MILVO
Muy puntilloso viene esta mañana contra mí. ¿Te hice algún desplante?

ANTONIOTO
A mí no, pero se lo harías a otro más importante.

MILVO
No le tengo miedo a nadie.

ANTONIOTO
Siempre te conocí ese esfuerzo, de ahí te viene.

MILVO
Se fue. Este anillo tiene que ser de Cesarión. Hice mal por no descubrirlo y sabía también los otros enredos que decía. Tras él voy.

Escena III

Aurelia y Giscarda

AURELIA
Aunque de piedra dura fueran los corazones, por fuerza se debía sentir afecto más a una persona que a otra.

GISCARDA
Estas son vuestras locuras, cabecitas locas. Ya llegará el tiempo en que me digáis: «Qué verdades me decían la vieja de mi madre».

AURELIA
Por otro lado, también gritas si no le muestro amor.

GISCARDA
¡Cuántas veces te he avisado que muestres amor a todos y que no se lo tengas a nadie!

AURELIA
Así ha de ser una mujer con todos, ¿como una alimaña?

GISCARDA
¡Ay loca, loca! Te morirás de hambre, que yo también fui hermosa. Ayúdate del tiempo, que pasa muy rápido.

AURELIA
Si no les tomo el corazón con mis cariños, ¿qué poder tendrás tú sobre su hacienda?

GISCARDA
Tu corazón querría yo que ellos no lo tomaran. A un soldado español, que no dejan nada que no roban, ¿habías de mostrar tanto amor?

AURELIA
¿Necesitábamos este permiso y así viste cuán fácilmente nos lo dio?

GISCARDA
Él se volverá a entregar, si mal no lo conozco. Sabe Dios qué prisa me metió a mí para aceptar el acuerdo. ¿No viste luego los líos?

AURELIA
¿Me los presentas como amigos y quieres que los trate como enemigos?

GISCARDA
Lo que yo te mando, lo que yo te digo, lo que te aconsejo, así, es que lo trates como te tratan a ti. Quieren conseguir tu juventud y tu hermosura, no los desperdicies.

AURELIA
Así ves que lo hago.

GISCARDA
Aún mal muchas veces, porque ni yo puedo tener esa edad tuya ni tú con ella conocer mis buenos consejos.

Escena IV

Milvo y Aurelia

MILVO
Grandes cosas me contó Antonioto que pasaron esta noche. No sé qué hacer. Vendrá Cesarión y tendremos todos consejo, que noticias les habrán llegado. ¿Quién es la disfrazada que me hace señas? ¡Como si tuviera cuerpo para disfraces! Que me muera si esa no es Aurelia. La madre está hablando con dos bien vestidos. ¿Dónde vas coqueta? Mal guardas las capitulaciones de mi contrato.

AURELIA
¡Oh, Milvo! ¡Qué agradecida te estoy! Pero no tenemos tiempo. Me mandó invitar monseñor para comer, en cuanto tuve permiso de mi Villalpando. El otro se pasea por San Agustín con penacho blanco.

MILVO
Aurelia, Aurelia, convertí en risa tus lágrimas, miedo tengo a que conviertas tú en lágrimas mis risas.

AURELIA
Seguro que no, que mala paga sería esa de tamaño servicio.

MILVO
Recuerda cuánto me aventuré por ti.

AURELIA
Nunca se me olvidará. En otro momento te haré morir de risa de cómo engañamos también a mi madre.

MILVO
Si primero no muero por hierro.

AURELIA
Yo te aseguro que a tales personas serviste que ellas te salvarán de todo el mundo. Mi madre se despide. Haz como que no nos conoces.

Escena V

Antonioto, Cesarión y Milvo

ANTONIOTO
¿Por quién te santiguas tantas veces? ¿Por el diablo o por Aurelia?

CESARIÓN
¿Qué importa más un diablo que otro?

ANTONIOTO
Pues no te cuento un tercio de lo que pasó.

CESARIÓN
¡Estarías fuera de ti!

MILVO
Ya viene Cesarión con Antonioto.

ANTONIOTO
A veces pensaba que era sueño.

CESARIÓN
Y más siendo de noche.

ANTONIOTO
Pero siempre creí que eran enredos de Milvo.

CESARIÓN
Y eran todos de Aurelia. ¿Confirmaste que aquel era mi anillo?

ANTONIOTO
Lo verás con tus ojos, que le dije a Milvo que nos esperase por aquí.

CESARIÓN
El anillo que me tomó del dedo a cambio de su corazón, ¿cómo ella decía que yo también le tomara?

ANTONIOTO
¿Amor esperabas tú encontrar en casa de Giscarda? Nunca oíste que en casa del hospedero...

CESARIÓN
Mi anillo, que tantas veces le encontré entre los pechos, diciendo ella que aquel era su lugar, y no en los dedos, para llevarlo más cerca del corazón.

MILVO
Del anillo hablan, me he de ir. Costumbre es del mal ganado.

CESARIÓN
Otras veces se lo ponía en la boca, y decía que era para apaciguar mi sed.

ANTONIOTO
Malvada, que así dicen las lápidas, que mata la sed aquella piedra del anillo.

CESARIÓN
Ya ves. Pero ¿es ese Milvo?

ANTONIOTO
Aquel es.

CESARIÓN
Milvo, supe de tu amigo Antonioto grandes historias, que no es necesario recordarlas. Y encimas eres tan avispado que me estás enseñando el anillo que me devuelve hoy el corazón, que estaba en mal cautiverio.

ANTONIOTO
Si nos mostrases a todos tamaño placer...

MILVO
El anillo te lo puedo devolver; el corazón no sé, que engaña muchas veces a su dueño.

CESARIÓN
Que sepas que me devolviste la vida y la libertad. Dime. ¿Lloraba Aurelia cuando te descubrió aquel secreto?

MILVO
¿Dices las mujeres? Como la vi rota, nunca tal presteza vi de palabras y de lágrimas. ¿Cómo decírtelo? En aquel extraño tiempo me rogó, me lloró y amenazó.

CESARIÓN
¿Con cuál te venció más?

MILVO
¿Para que te debería negar la verdad? Con las amenazas.

CESARIÓN
Siendo tan muchacha, ¡qué sierpe allí se cría!

ANTONIOTO
Contente, Cesarión, con tiempo.

CESARIÓN
Fíate de mí, que estamos en puerto seguro. Tengamos mayor cabeza.

MILVO
Aquí todos están bien, salvo yo y el Villalpando de fuera.

CESARIÓN
Gran parte de eso es remediado, porque el otro no ha de venir al desafío.

ANTONIOTO
Por ventura vendrá, pero no con penacho blanco.

CESARIÓN
Estos soldados, bien sabes de qué están hechos, por aquí se tendrán por restituida su honra. En cuanto a los escudos, yo los quiero pagar.

MILVO
Nunca tal sea, antes me deja con la negociación.

CESARIÓN
¿Qué piensas hacer?

MILVO
Después lo sabrás, solo es necesario otra vez el anillo.

CESARIÓN
¿Para qué?

MILVO
Porque aún hay han de hacerse más milagros.

CESARIÓN
Eres muy aventurado; antes quiero pagar los escudos.

MILVO
Confíamelo a mí, que no tengo tiempo para ganar más enemigos.

CESARIÓN
Por tan poco quieres que aventuremos tanto.

MILVO
No es tan poca la venganza, y más en tal lugar. Ayúdame, Antonioto.

ANTONIOTO
Yo me fío. Pero díganos primero lo que ordena.

MILVO
Os lo diré: Aurelia se fue a cenar con el embajador de Francia. Tengo una hija que puede venir para lo que quiero, que es mandarla a casa de Giscarda con el anillo de parte de Aurelia, como paje francés, para pedirle dinero para jugar.

CESARIÓN
¿Con qué la esperas engañar?

MILVO
Con la codicia.

ANTONIOTO
Veamos esta fiesta.

MILVO
No os vayáis de aquí.

Escena VI

Antonioto, Cesarión, Villalpando y Torquemada.

ANTONIOTO
Te escuchaba hablar con mucha osadía de la paga de los escudos.

CESARIÓN
Como recuperé el valor, para todo fue. Ya no necesito a tus ermitaños.

ANTONIOTO
Ahora te creo, que ya sé cómo la culpa nos reduce a todos.

CESARIÓN
Quiero ir a ver cómo pasea el del penacho blanco.

ANTONIOTO
Espera, que lo veo venir hablando con su paje.

CESARIÓN
Espiemos sus conversaciones.

VILLALPANDO I
Al final, cada uno acaba quedando como lo que es.

TORQUEMADA
Yo no sabía de qué pueblo era.

VILLALPANDO I
Ya son las diez, incluso después di dos paseos.

TORQUEMADA
Ganaste muy gran honor, pues ahora solo hay un único capitán Villalpando.

VILLALPANDO I
¿Y qué dudas tenías tú al respecto?

TORQUEMADA
No sé, muchas señales daba, lo mismo que tú parecías que dudabas.

VILLALPANDO I
¿De qué había de dudar?

TORQUEMADA
De si eras el de fuera o el de dentro, y tenía miedo.

VILLALPANDO I
¿De qué tenías miedo yendo conmigo?

TORQUEMADA
¿Qué sabía yo cuál de vosotros era?

ANTONIOTO
¿Qué te parece tan malvado muchacho?

VILLALPANDO I
¿Pensabas que me perderías en la oscuridad?

TORQUEMADA
Pensaba que estábamos en Roma, donde todo es posible.

VILLALPANDO I
¿Y ahora por qué no aparece ese otro buen capitán?

TORQUEMADA
Por ventura hay Villalpandos de día y Villalpandos de noche.

VILLALPANDO I
Toma, muchacho, por esa lengua tuya.

TORQUEMADA
Digo la verdad. Por ventura le basta a él ser Villalpando de noche.

VILLALPANDO I
Sea luego murciélago o lechuza.

TORQUEMADA
Y más aún tenía tiempo para venir al desafío.

VILLALPANDO I
¿No son ya las diez?

TORQUEMADA
No en este reloj, que aún no las dio.

VILLALPANDO I
Las dio ahora el de Campo de Frol.

TORQUEMADA
Y tú quieres pasear por San Agustín con las horas de Campo de Frol.

VILLALPANDO I
Venga él ahora y haga también su diligencia, como el desafío de los reyes en Burdeos. Basta decir que el campo queda para mí.

TORQUEMADA
No el de la noche, que es más importante.

VILLALPANDO I
¿Qué dices ahora de la noche?

TORQUEMADA
Que todas sus cosas son oscuras.

VILLALPANDO I
Yo las haré claras.

TORQUEMADA
Cosas hay que no se quieren muy movidas.

VILLALPANDO I
Este muchacho charlatán, que nunca se tapa esa boca.

Escena VII

Ladino, Cesarión y Antonioto

LADINO
¡Qué noche de Dios se nos pinta esta! Ya el humo anda a saco, mal por los caminos, donde ya no hay cosa viva o pronto no la habrá.

CESARIÓN
Ladino sale de casa. De ruin a ruin poca es la mejoría.

ANTONIOTO
El mundo se quiere acabar, ¿no ves cuánto estos muchachos saben?

LADINO
Todo hoy ha de ser a puñados. ¡Fiesta, fiesta!

ANTONIOTO
Alegre viene. Pero es tan mala cosa que se alegrará con algún mal nuestro.

LADINO
Me mandan en busca de Cesarión.

CESARIÓN
Mi nombre dice. Llámalo antes de que desaparezca.

ANTONIOTO
Y sabré noticias de mi padre y de mi madre, porque hace mucho que no las oí.

CESARIÓN
Llámalo, por tu vida.

ANTONIOTO
¡Ladino, Ladino!

LADINO
Tengo mucha prisa.

ANTONIOTO
Ya nos vio el risueño, ¿no ves sus heridas? Y viene riéndose el perro. ¿Adónde ibas?

LADINO
A pregonar calzado viejo.

CESARIÓN
Basta ya, cabrón.

LADINO
¿A pelear con ese otro? Perdóname, Antonioto, que me río contigo y tú, a veces, parece que te enfadas.

CESARIÓN
¿Dónde ibas con tanta prisa?

LADINO
En tu busca.

CESARIÓN
¿Qué quieres de mí?

LADINO
Quisiera una recompensa, no sé si me la darás.

CESARIÓN
Cuenta con que sí; te las daré si la mereces.

LADINO
Primero, tu amigo Fabiano es nuestro natural y pronto te lo será aún más.

ANTONIOTO
Ni él mismo sabe dónde está. ¿Y tú lo sabes?

LADINO
Yo te digo que es hijo de Mario, nuestro vecino.

ANTONIOTO
Mándale tapar esa boca sin verdad.

CESARIÓN
Déjalo hablar.

LADINO
Dicen que huyendo Mario, de aquí de Roma en unas barcas, perdió a aquel niño que, entonces, era lactante, que lo tomaron fustas de moros.

ANTONIOTO
Burlas de Ladino, una cosa tan alocada.

LADINO
Tu inteligencia te pierde; en algún momento se tendría que descubrir y fue este.

CESARIÓN
Muchas veces se lo oí contar al propio Mario y, por otro lado, también a Fabiano, que fue tomado por genoveses en unas fustas de moros. ¿Cómo se descubrió?

LADINO
No pude saberlo bien todo, pero oí hablar de una bolsa de Fabiano, que Mario y su mujer reconocieron, así como otras señales.

ANTONIOTO
Aquí tenemos otros Villalpandos con sus contratos y poemas.

LADINO
También hablaron de eso y en una pelea que nuestro anciano ayer tuvo con un ermitaño.

ANTONIOTO
¿Y qué decían?

LADINO
Parece que te importa, pues atento, que muchas veces te nombraban.

CESARIÓN
¿Quién contaba esas cosas?

LADINO
Mario fue a visitar a tu padre y pronto se fueron de casa. Y me puse a espiar, pero solo pude oír unos fragmentos. Sin embargo, todo fueron risas y alegrías.

CESARIÓN
¿Y lo sabe ya Fabiano?

LADINO
Lo tienen ya en casa, mira si lo sabrá.

ANTONIOTO
¿Tendría así que fiarse de no sé qué en tamaña cosa?

LADINO
¡Qué tonto eres a veces! Él no duda y tú dudas. Pues más te digo que se hacen bodas de parte a parte.

CESARIÓN
¿Qué bodas?

LADINO
Fabiano con tu hermana y tú con la suya, y ya la cocina ahúma.

ANTONIOTO
Esto es de lo que más te acuerdas, glotón.

LADINO
Tú preferirías noticias de bodegas.

CESARIÓN
Déjalo, que es un burlón.

ANTONIOTO
¿Cómo conciertan así las bodas sin las partes?

LADINO
Fabiano es el que tiene prisa y pregunta por ti.

ANTONIOTO
¿Y sus amores en qué quedaron?

CESARIÓN
De hermanos, como antes eran. Vamos a ver esas fiestas.

ANTONIOTO
Yo primero tengo que ver al paje francés, si sabe tanto como el castellano e italiano.

CESARIÓN
Ven aquí, Ladino. Dime por qué estáis tan mal tú y Antonioto

LADINO
Porque nunca vi nada con tan poca verdad.

CESARIÓN
¿Y tú eres un evangelista?

LADINO
Todo el mundo se sorprende de ti, crees en lo que te diga.

CESARIÓN
Malvado, de alguna cosa se teme y se sangra, como dicen, en salud.

LADINO
Sabes cómo él desbarra, que no le queda barro en la pezuña.

CESARIÓN
Si en algún momento hablara alguien bien de ti...

LADINO
Pero cuando dice el Credo de cabo a rabo, y cuando se da golpes de pecho, y cuando besa la cruz y el altar...

CESARIÓN
¡Qué mal muchacho! Cállate, que estamos en casa. Ven detrás de mí.

Escena VIII

Antonioto, Ruberte y Giscarda

ANTONIOTO
¿Quién sabe si esto es trato de viejo por acogerme en casa y después hablar sobre el broche? No me acogen a mí así. Primero le cumple hacerme de todo, más cierto que a un juez. Pero ¿es ese el paje francés? Ese es. ¡Qué insolencia, qué elegancia, qué paseo!

RUBERTE
Por las señas que me dieron, esta es la calle, aquellas son las casas. La desnarigada buena seña tiene, por la que la conoceré.

ANTONIOTO
Ahí va a la puerta de las aventuras.

RUBERTE
Veamos si es esta vieja tan endiablada como me dicen. Toc, toc, toc. Si vive en esta casa alguien.

GISCARDA
¿Quién llama?

RUBERTE
Ven abajo y lo sabrás.

GISCARDA
¿Y qué quiere un paje tan hermoso de una tan pobre posada?

RUBERTE
¿Desde tan lejos quiere que te diga mis secretos?

GISCARDA
Voy hacia ti, hijo. ¿Y quién es el ángel del paraíso que viene así a la puerta?

RUBERTE
¡Qué bien! Ángel del paraíso en la puerta del infierno.

GISCARDA
¿A quién buscas, mi querubín?

ANTONIOTO
Es un querubín en busca del diablo.

RUBERTE
¿Eres tú madre de la hermosa Aurelia?

GISCARDA
Tú eres mi hijo hermoso, que ella es una fea sin sabor.

RUBERTE
¿Fuiste tú con ella a casa del embajador?

GISCARDA
Fui, guapetón, y me parece que allí te vi.

RUBERTE
Por eso tenía algunas dudas, porque Aurelia me dijo que enseguida me reconocerías.

GISCARDA
¿Y qué dice esa loca? ¿Quiere que vaya ya a por ella?

RUBERTE
No quería errar, que estos amos nuestros son, a veces, peligrosos, y más en el juego.

ANTONIOTO
¡Hija de Milvo!

RUBERTE
¿Conoces este anillo?

GISCARDA
¡Ay, mis perlas! Este anillo es de Aurelia y, como señal, en la parte de dentro ha de tener unas letras cambiadas.

RUBERTE
No lo miré tanto, pero así es.

GISCARDA
¿Y que hace esa loca?

RUBERTE
Di y da las gracias mil veces, que nunca se harta nadie de oírlas.

GISCARDA
Bien sé el nombre por el que la llamo.

RUBERTE
Los locos han de ser ellos.

GISCARDA
¡Ay, gente tan honrada y tan sesuda! Pero los criados siempre murmuran de los señores.

RUBERTE
Al final se verá.

GISCARDA
¿De qué manera?

RUBERTE
Porque tiene que recoger cuando dinero queda en la mesa.

GISCARDA
Cuéntame, mi agüita de azahar.

RUBERTE
Bebieron pronto, como es costumbre de nuestros franceses. Estando todos ebrios, pidieron cartas y dinero para jugar. Ella, entonces, me llamó y me mandó a ti con este anillo como señal, para que le mandes diez o doce escudos para apostar. Los conozco y sé que aquel se quedará contento si ella gana mucho y se va con el dinero.

GISCARDA
Los franceses son muy liberales.

RUBERTE
Son muy ricos, quieren conseguir lo suyo.

GISCARDA
Eso sí, no como estos italianos nuestros, que siempre se juntan para otra cosa.

RUBERTE
Pues, en cuanto a este oro y esta plata, no sé para qué otra cosa es, si no se come, no se bebe. Aquí se queda todo.

ANTONIOTO
¡Ay, hija de Milvo!

GISCARDA
Es verdad, sensato. ¿Te dijo algo más?

RUBERTE
Que me tendría que olvidar. Se me acercó al oído y me dijo que haría cuantas burlas pudiese a aquellos clérigos y que te lo dijera.

GISCARDA
Que tenga mi bendición. ¿Y me has de dejar el anillo?

RUBERTE
Los mensajeros no pueden hacer más que los que les mandan. Ella solo me lo dio como señal.

GISCARDA
Quiero ir a ver esa fiesta.

RUBERTE
Muy pronto esa respuesta le daré, que tardo mucho.

ANTONIOTO
¡Ay, hija de Milvo!

GISCARDA
Ya se va cantando y más alegre de lo que vino. Dicen del avaro que por uno pierde cientos. Vuelve aquí, amor mío, que no quiero entorpecer sus pasatiempos. Aquí, en este pañuelo, van diez escudos de sol.

RUBERTE
Aunque fueran de luna. Lo que aquí está, así se encontrará.

GISCARDA
Ahora se va en buena hora. No le pregunté el hombre. ¡Paje, paje, paje hermoso!

RUBERTE
¿Qué me mandas?

GISCARDA
Tu nombre, que se me olvidó preguntártelo.

RUBERTE
Desde aquí te lo diré, que, si no, tardo mucho. A mí me llaman Ruberte de Robeforte y, por otros lares, de los Repinaldos.

GISCARDA
¡Ay hijo mío! ¿Qué nombre es ese?

RUBERTE
Los franceses suelen tener esos nombres tan enrevesados.

GISCARDA
Mala cosa es un mal hombre.

RUBERTE
¿Y los vuestros aquí cómo son? Osos, Leones, Porqueros, Cabezas de Hierro y otros son Cabeza de Calabaza.

ANTONIOTO
Veinte veces mejores que hija de Milvo.

GISCARDA
Bueno, dices la verdad. Para todo tienes gracia. Se va y quiero seguirlo. Mal hice, pero ¿quién puede ser? El anillo era aquel. Quizá se lo quitaron a Aurelia y lo mandasen aquí por las risas. Tonterías son, que de tales casas y personas siempre salen de provecho.

RUBERTE
Confundida dejo a la vieja con aquel nombre mío tan largo. Quiero huir por esas callejuelas, volveré a la túnica y al trenzado. ¿Quién le dará señal de mí y más en esta revuelta Roma? Si Giscarda fuera como esos imbéciles, que están siempre en sus trece, nunca la habría engañado. Bien me lo decía mi padre, que debe ya estar con los ojos muy abiertos.

Antonioto

ANTONIOTO
Esta historia ha acabado bien. Por una parte, Cesarión me hace gestos de gran alegría; por otra, Milvo viene mostrándome el anillo. Ya tenemos los escudos para el Villalpando de fuera y, por ventura, serán los mismos del sol. Los esponsales han de hacerse ahí dentro. No tenéis más que esperar aquí.