ESCENA I
GERARDO, viejo, EUSTAQUIO, hijo de Gerardo
GERARDO
Eustaquio, ya ves que, de todos los hijos que Dios ha querido darme, solo me quedas tú en este mundo. Por ello, puedes estar seguro de que lo que hago es por tu bien y para que progreses, y, también que sería muy feliz si, antes de que Dios me recoja, te viera con bienes suficientes y unido a una buena casa. Pues, en cuanto a los bienes, a Dios gracias, dispondrás de lo suficiente, y muy despreciable serías si, a la muerte de tu madre y a la mía, no te bastara con lo que ahora es más que suficiente para los tres. Por lo tanto, debes tomar una decisión, sin tardanza, sobre todo, porque espero sellar tu compromiso con Genoveva esta tarde, o mañana a más tardar. Desde bien joven aprendí que nunca hay que retrasar un asunto, sino que hay que forjar el hierro mientras está caliente.
EUSTAQUIO
Padre, perdonadme, mas no puedo dar mi palabra, tan pronto, sobre algo que pudiera perjudicarme toda la vida.
GERARDO
¿Cómo dices eso? Tus palabras dejan claro que solo eres un niño. Hace tan solo dos días no parabas de calentarme la cabeza con esto, y, ahora, parece que quieras abandonar la partida.
EUSTAQUIO
No mentís, solo soy un niño, y os digo más: que siéndolo aún y no pudiendo gobernarme por mí mismo, a duras penas podría gobernar a dos. Padre mío, el momento de casarme vendrá cuando alcance la edad de la discreción.
GERARDO
No te creía caprichoso hasta ese punto, ni con tan poco juicio como para que, sin razón, le hayas retirado el afecto que tenías a Genoveva. Debe haber algún motivo. Eustaquio, no me ocultes nada; creo que soy para ti tan buen amigo como buen padre.
EUSTAQUIO
Perdonadme. Nada me ha apartado de mi primera inclinación, solo que creo que no hay razón para apresurarnos.
GERARDO
Hablando claro, a esto se le llama responder con una evasiva. Dime, sin temor, qué te ha hecho cambiar de opinión, o ten por seguro que me causarás un gran disgusto.
EUSTAQUIO
Por nada del mundo querría disgustaros. Debéis saber que, anoche, como íbamos disfrazados, Basilio y yo, en la casa de la señora Luisa, me di cuenta de algo que antes me había pasado desapercibido, y comprendí que, si Genoveva aparentaba amarme, solo era para complacer a su madre, quien, a decir verdad, anhelaba que yo fuera su yerno. Sin embargo, vi que la hija prefería a Basilio antes que a mí.
GERARDO
¡Virgen Santa! ¿Qué me dices? Si me hubieran salido cuernos, no me habría sorprendido tanto. Pero, puede ser que el amor, a quien siempre acompañan los celos, te haga creer eso. Y puede ser que ella confundiera a Basilio contigo, puesto que llevaba tus ropas.
EUSTAQUIO
Os contaré cómo sucedió todo: cuando entramos en la sala y tras bailar una breve pieza, Basilio, rompiendo la promesa que me había hecho de no hablar con Genoveva, se dirigió, directamente, a ella, y yo a su prima, para bailar un branle
NXNota del traductor
Danza antigua de los siglos XVI y XVII, de movimientos vivos, interpretada por bailarines cogidos de la mano. Branle simple, gai; branle de sortie. (CNRTL: Centre National de Ressources textuelles et Lexicales, version 2012, UMR ATILF, CNRS-Nancy Université, http://www.cnrtl.fr/, http://www.atilf.fr/dmf.
. Una vez que la pieza hubo terminado, cada uno se puso a conversar con su compañera. Fue entonces cuando descubrí el afecto mutuo que se profesaban, tanto por cómo actuaba Genoveva, como por lo que decían, que podía oír de vez en cuando, ya que me había sentado, intencionadamente, cerca de ellos. Y, mientras yo simulaba hablar con su prima, estaba, como se suele decir, ojo avizor
NXNota del traductor
La expression original: “j’avais, comme l’on dit, une oreille aux champs et l’autre à la ville" es una adaptación de otra similar: "avoir l'œil aux champs et l’autre à la ville" = "faire une soigneuse observation des choses", (Dictionnaire de Furetière, 1690), y en cuestiones amorosas "être sur le qui vive". Véase el artículo de Gilles Roques: " L'œil dans les locutions et expressions françaises”, Annales de Normandie Année 1995, 26, pp. 375-384.
. Estuvieron, más de una media hora, hablando de esto y aquello y estoy seguro de que no se aburrieron. Ahora, padre, vos decidís si estaban echando el rato o hablaban de otras cosas.
GERARDO
Si solo es eso, no hay nada de malo y nada nos urge. Puede ser que Basilio no tuviera malas intenciones, mas, como es hábil, se puso a hablar para demostrar que sabía cómo divertir a las jóvenes, o bien, lo hizo para poner a prueba tu paciencia y ponerte un poco celoso. Conozco bien ese carácter.
EUSTAQUIO
Muy hombre tendría que ser de haberlo hecho con esta intención, y os puedo asegurar que faltó poco para que le arrancara a Genoveva de entre las manos.
GERARDO
Eso no estuvo bien, ni fue honesto.
EUSTAQUIO
Creed que no sabía qué hacer y, afortunadamente, iba disfrazado; de no ser así, cualquiera hubiera podido ver cómo me cambiaba la cara, el estado en el que me encontraba. Para no esconderos nada, os diría que me gustaría casarme con Genoveva, siempre que supiera que ella me ama. Mas, si ella no me ama, no daría ni un solo paso.
GERARDO
Saldremos de dudas cuando ella diga sí.
EUSTAQUIO
Hacédmelo saber, antes de que sea demasiado tarde.
GERARDO
No podremos saberlo hasta esta noche, cuando, como espero, sellemos el compromiso.
EUSTAQUIO
Si Basilio la ama, no me gustaría ser su rival, pues es un buen amigo.
GERARDO
Según me dice la razón, ella no se nos puede escapar. A menudo, le has oído decir que no tiene más voluntad que la de su madre. Y, en lo que a ella se refiere, somos santo de su devoción.
EUSTAQUIO
Padre mío, las jóvenes, a menudo, dicen una cosa y piensan otra; así, cuando llega el momento de la verdad, es cuando de verdad dicen lo que piensan. Decidme si no es para volverse loco. Ahí vienen la señora Luisa y su comadre Francisca que vuelven de la iglesia.
GERARDO
Así, me evito el esfuerzo de ir a buscarla, pues no me hubiera quedado tranquilo hasta conocer el tuáutem. Vamos a su encuentro.
ESCENA II
LUISA, FRANCISCA, GERARDO, EUSTAQUIO
LUISA
Dios mío, comadre, ¡cómo me ha aburrido este sermón matutino! No veía la hora en que ese jacobino bajara del púlpito, ¡cuánto frío tenía en los pies!
FRANCISCA
Yo no he pasado tanto tiempo en la iglesia como vos y, sin embargo, estoy helada. Pero, decidme, ¿dónde está la joven prometida?
FRANCISCA
Vuestra hija Genoveva.
LUISA
Por mi alma, ¡que ladina sois! Me ha acompañado esta mañana, pero ha cogido frío en la iglesia durante la misa rezada.
FRANCISCA
Entonces, salisteis de vuestra morada de buena mañana. Imagino que por miedo a los moscones.
LUISA
Tenéis más razón de la que pensáis. Mas ¿quién os ha dicho que se había prometido?
FRANCISCA
¿Vos me lo preguntáis? Si lo sabe todo el mundo.
LUISA
Comadre, amiga mía, Genoveva no es una buena hija, pues solo ella es la responsable de que aún no se haya comprometido.
FRANCISCA
¿A quién si no? ¿Al señor Basilio?
LUISA
No me habléis nunca más de este hombre, si no queréis disgustarme.
FRANCISCA
¿Por qué, comadre?
LUISA
¡Por San Juan! Porque mi hija no es para él y él no se saldrá con la suya.
FRANCISCA
Pero si tiene reputación de ser un hombre honrado, y pensaba yo, de buena fe, (¡Dios me perdone!) que vuestra hija se casaría con él, sobre todo porque, tiempo atrás, así lo habías tratado con él y creía que se amaban el uno al otro.
LUISA
Mi comadre, sé muy bien que Basilio es un buen amigo y vecino vuestro, y, por esta razón, no es posible que no os haya comentado sus propósitos y, más aún, habiéndoos visto en nuestra compañía, con tanta familiaridad y de tan buen grado. Mas, os suplico que, si deseáis mi bien, no le habléis de él a Genoveva. Pues he decidido comprometerla con Eustaquio, el hijo de Gerardo, que, a mí, me apremia con insistencia y, con ella, se deshace en halagos. Además, ya aceptado todas las condiciones que le he propuesto.
FRANCISCA
¡Virgen Santa! No tengo intención de decir ni una palabra, puesto que me lo habéis prohibido, pero mucho me temo que Gerardo y Eustaquio hayan oído lo que hemos dicho, pues ahí los veo, frente a nosotras. Ved qué alegres se los ve y cómo parece que se lo huelen.
GERARDO
Buenos días tengan, señoras.
LUISA
Dios os guarde de todo mal, señores.
GERARDO
A fe mía que no pensaba que, esta mañana me deparase tan agradable encuentro.
LUISA
Si vos lo consideráis agradable, nosotras aún más.
GERARDO
Y bien, señora, ¿no pondremos fin nunca a esto de lo que tanto hemos estado hablando desde hace un mes?
LUISA
Os prometo, por mi fe, que no será por culpa mía.
GERARDO
Entonces no será culpa de nadie más que de Genoveva.
LUISA
No, mi hija aceptará todo lo que yo decida. Mas, puesto que el frío me obliga a buscar las ascuas y que buenas ganas tengo de hablaros, entremos en mi casa. Lo que quiero deciros no es cosa que se deba tratar en la calle.
LUISA
Adiós, comadre; disculpadme si os abandono de esta manera.
EUSTAQUIO
Padre, iré a buscaros cuando haya resuelto un par de cosas con la señora Francisca.
GERARDO
No dejes de venir, pues creo que te necesitaremos.
FRANCISCA
Este joven cree que puede sonsacarme información, pero llega tarde; por muy astuto que se crea, yo lo soy aún más.
EUSTAQUIO
Y bien, señora Francisca, ¿cómo se encuentra hoy?
FRANCISCA
Soy una pobre pecadora que camina hacia la muerte a paso ligero y que tiene tres hijas pobres a las que casar, pero no sabe de dónde sacar el primer denario para su matrimonio.
EUSTAQUIO
Solo quienes disponen de abundantes recursos, fían en Dios.
FRANCISCA
Eso es muy cierto. Pero lo que más me enoja es mi casero, que, ayer mismo, me amenazaba con enviarme un alguacil, por dos meses alquiler que le debo.
EUSTAQUIO
¿No tenéis acaso un amigo que os los preste?
FRANCISCA
Soy una pobre mujer que lo único que tiene son amigos de boquilla, pero de poca bolsa.
EUSTAQUIO
¿Por qué no acudís al señor Basilio, vuestro vecino? Estoy seguro de que os adelantaría, de buen grado, diez escudos y más, si se lo pedís.
FRANCISCA
Desgraciadamente, no me atrevo, por miedo a que me rechace; apenas lo conozco y creo que no he hablado con él en más de dos ocasiones, y de esto hace más de siete semanas.
EUSTAQUIO
Ya veo. Si me decís la verdad acerca algo que os voy a proponer, no tendréis que preocuparos; pagaré la suma que debéis.
FRANCISCA
Os estoy agradecida, señor. Creed que vuestra limosna me es tan necesaria como a cualquier otra persona.
EUSTAQUIO
Decidme: ¿no os habéis dado cuenta de que Basilio corteja a la hija de la señora Luisa?
FRANCISCA
Si tal cosa fuera cierta, yo lo sabría. Es cierto que hace tiempo, se habló de ello; pero desde hace más de un año, no ha habido ningún avance. De buena gana, hay algo que os revelaría, si no fuera porque temo que no seáis prudente.
EUSTAQUIO
Decidme sin miedo.
FRANCISCA
No, si antes no me prometéis que no se lo contaréis a nadie, ni siquiera a vuestro propio padre.
EUSTAQUIO
Os lo prometo por mi fe.
FRANCISCA
Señor, sabéis la amistad que me une a doña Luisa y que ella me cuenta todas sus cosas, hasta tal punto que no se atrevería a darle la vuelta a un huevo, por decirlo de alguna manera, sin antes pedirme consejo. Podéis imaginar que su hija hace lo mismo, y que soy como la tesorera de sus pequeños secretos. Sabed pues que, por haberme mantenido cerca de ellas y haber frecuentado su casa, he sabido que, si la madre tiene gran interés en que seáis su yerno, la hija no desea menos que seáis su marido, aunque ambas lo deseen por razones diferentes.
EUSTAQUIO
Decidme cuáles.
FRANCISCA
No me haría de rogar, si no fuera por temor a que me toméis por una correveidile.
EUSTAQUIO
Señora Francisca, me ofendéis con vuestras palabras. La opinión que tengo de vos es que sois una mujer de bien, la que más de nuestra parroquia, y estoy convencido de que, por nada del mundo, querríais manchar vuestra conciencia con ese vil vicio de traer y llevar cuentos.
FRANCISCA
Decís bien en cuanto a este último punto; pero, en cuanto al primero, no discrepo de lo que decís. Muy al contrario, confieso y reconozco que soy una pobre mujer, que ofende a Dios más veces que minutos tiene el día, y que si, con su misericordia, Él no me ayudara, nunca llegaría a contemplar su rostro, muy a mi pesar.
EUSTAQUIO
A fe mía, si vos no os salváis, ¡cuántas personas de bien han de temer! Mas, os lo suplico, pongamos fin a este asunto y no temáis decirme todo cuanto queráis.
FRANCISCA
Entonces, puesto que así me lo pedís, os contaré que Luisa, conociendo la cuantía de vuestros bienes, anhela, más que cualquier otra cosa, vuestro compromiso con su hija. En cuanto a la joven, ella me ha contado que, antes de saber quién erais, os vio, un día, bailar en una boda a la que los dos fuisteis invitados. Ese mismo día, quedó tan prendada de vuestra belleza y de vuestros encantos que, desde entonces, solo piensa en convertirse en vuestra esposa; y, si no fuera posible, antes se ve en un convento que casada con otro hombre. De modo que la pobre chica está sufriendo la más cruel de las pasiones imaginables. Pues es de natural vergonzosa y temerosa de Dios y de sus padres, por ello, en sus adentros, calma su desasosiego sin atreverse a mostrar la más mínima señal de lo que siente por vos.
EUSTAQUIO
Verdaderamente, si creyera que me ama, aunque fuera solo un poco, mis sentimientos por ella se enardecerían con desmesura.
FRANCISCA
¿Me creéis tan mezquina como para querer mentiros, y más hoy que celebramos nuestra fiesta?
EUSTAQUIO
Vuestra honestidad es la razón por la que confiaré más en vuestra boca que en mis ojos.
FRANCISCA
Señor, hacéis bien amando a Genoveva, pues aparte de que ella únicamente os ama a vos, os lleva siempre en su corazón y, sólo, tiene ojos para vos, posee muchas virtudes que la hacen tan digna de ser amada como cualquier otra joven en Francia. Ella es muy católica, rica y buena ama de casa. Habla bien, escribe como un ángel. Toca el laúd, la espineta, tiene talento para el canto y sabe danzar y bailar con tanta destreza como cualquier joven parisina. En asuntos de lencería, encajes y bordados, no tiene rival; y en cuanto a afanarse en tapicerías, ya sea con la estameña, el bordado o la gasa, me gustaría que hubieseis visto lo que yo. Y, además de todo eso, es una de las jóvenes más bellas del vecindario. Y creedlo, su belleza no es de las que se encierra en una caja y se utilizan por la mañana al levantarse. Su belleza es natural, y estoy segura de que, su rostro, sus dientes y sus manos, solo conocen el agua clara del pozo de su casa.
EUSTAQUIO
Confío en todo lo que me decís. Os digo más, esa belleza natural, de la que ella no hace ostentación, me embelesa mucho más que la de esas grandes damas tan emperifolladas, compuestas, perfectas y peripuestas con sus bucles, que no hacen otra cosa en el día que sujetar sus espejos, para ver si están bien peinadas, o si hay un solo cabello fuera de lugar, y a todas horas tienen la mano en su cabeza o en el cuello de sus vestidos. Sobre todo, una mujer maquillada me disgusta, aunque fuese tan bella como Helena
NXNota del traductor
Helena, la esposa de Menelao y causa de la guerra de Troya.
, mas, por nada del mundo, la besaría, particularmente, porque sé que el arrebol de sus mejillas no es otra cosa que veneno. Recuerdo que una vez seduje a una mujer que solía bruñir a la que, por delicadeza, osé besarle la frente y la mejilla: os juro por Dios, que mis labios se hincharon tan súbitamente que pensé haberme envenenado.
FRANCISCA
No es extraño, pues, que esos rostros pálidos, de mejillas rosadas y que llevan una costra de polvos más espesa que la de las máscaras de Venecia, comiencen a perder el interés entre la gente de buen juicio, puesto que en el momento en que vivimos, los hombres jóvenes de dieciocho años saben más cosas que los viejos que había cuando yo iba a la escuela.
EUSTAQUIO
¿Pensáis que los jóvenes cortejan a las damas para descubrir el gusto del sublimado, el talco encalado, el albayalde de Venecia, el rojo de España, la clara de huevo, la cochinilla, el esmalte, los piñones, el azogue, la orina, el agua de viña, el agua de lis, el interior de las orejas, el alumbre, el alcanfor, el bórax, los polvos de Oriente, la raíz de orcaneta y otras tantas drogas con las que se embadurnan y recubren el rostro, a pesar del perjuicio que supone para su salud? Sobre todo, porque, antes de que ellas alcancen la edad de treinta y cinco años, todo ello las deja arrugadas, como los cordobanes, o más bien, como unas viejas botas mal engrasadas; además, les hace perder los dientes y vuelve su aliento maloliente cual agujero fétido. Creed que cuando pienso en tales porquerías, poco me falta para vomitar.
FRANCISCA
¡Por San Juan, sois más sabio de lo que pensaba! Pero no debéis temer que Genoveva use todos esos artificios.
EUSTAQUIO
Pensaría estar cometiendo un grave pecado, con sólo sospecharlo.
FRANCISCA
Os aseguro que, si os gusta ahora, antes de que pase un mes os agradará más.
EUSTAQUIO
¿Queréis decir, como así lo creo entender, que una vez que ella haya conocido varón?
FRANCISCA
Con todo mi respeto, nada tiene que ver con eso.
EUSTAQUIO
¿A qué se debe entonces que no sea hoy tan bella como llegará a serlo algún día?
FRANCISCA
Os lo diré, a pesar de ser un secreto. Debéis saber que la pobre niña vive atormentada desde hace cerca de tres años, por un chancro que le ha salido en el pezón, sin que nadie lo sepa, salvo su madre y yo. Pero tenemos la esperanza de que se recupere antes de quince días.
EUSTAQUIO
Me apena, al mismo tiempo que me alegra saberlo. Por ello, os estoy sumamente agradecido.
FRANCISCA
Solo porque estoy segura de que la amáis y de que soportaréis pacientemente esta pequeña imperfección, que es insignificante, me he atrevido a decíroslo. Solo pensad en guardar el secreto, pues, si a alguien se lo decís, buscáis mi ruina.
FRANCISCA
¿Deseáis encomendarme alguna tarea?
EUSTAQUIO
Bien sabéis que me gustaría complaceros.
FRANCISCA
Adiós, pues, señor, y no os disgustéis, si os requiero pronto para que cumpláis vuestra promesa.
EUSTAQUIO
No tendréis que hacerlo, pues, antes de que llegue la noche de mañana, vuestra deuda con el casero estará saldada.
FRANCISCA
Os estoy muy agradecida, señor.
ESCENA IV
RODOMONTE, EUSTAQUIO, GENTILLY, lacayo de Eustaquio
RODOMONTE
Hasta ahora, siempre había creído que todo lo que está escrito en
Perceforest, en
Amadís de Gaula, en
Palmerín de Oliva, en Orlando furioso y en otras novelas, no era sino una invención para el deleite y que era totalmente imposible. No me entraba en la cabeza que el amor pudiera llevar a esos caballeros y paladines a hacer esas cosas tan extraordinarias. Y cuando leía la desesperación de Beltenebros, las pruebas de Florisel, los combates de Agesilán, las locuras de Orlando y otras parecidas, no podía creer que un solo desaire de sus damas, o un rapto de celos pudieran suscitar tal furia, llevar a unos a perder la cordura y a otros a arriesgarse a vivir aventuras extrañas en las que escapaban de acuciantes peligros, y todo ello con un final feliz. Pero ahora que yo mismo he sucumbido a la pasión que una belleza cruel puede desatar, ya no me extrañan las hazañas de estos antiguos héroes; y aún me parece que ellos se portaban con indolencia. Pues el amor que quema me haría emprender no solo la conquista una isla encantada, ni el matar a un Cavalión o un Endriago
NXNota del traductor
Referencias al Amadis de Gaula.
, sino asaltar un ejército de cien mil hombres, incluso me atrevería con las milicias del Turco, del Sofí
NXNota del traductor
El Sah (escrita también Sha) de Persia.
y del gran Kan de Tartaria, todas juntas.
EUSTAQUIO
Sería fácil atacarlas, aunque difícil vencerlas.
RODOMONTE
Oigo a alguien hablar aquí cerca. ¡Ah! Señor Eustaquio, ¿sois vos?, ¿cómo estáis? Parecéis triste. ¿Alguien os ha hecho mal? Decidme quién es y dejad que yo lo arregle, ¡pardiez! que estoy decidido a hacer volar su cabeza por encima de los hombros, aun cuando se tratara de un César o un Carlomagno.
EUSTAQUIO
Señor Rodomonte, perdonadme: nadie me ha hecho mal salvo mi propia voluntad, a la que no consigo hacer entrar en razón.
RODOMONTE
Me afligís si no me decís de qué se trata.
EUSTAQUIO
Perdonadme, os lo suplico, no puedo en este instante; en otro momento, tendremos ocasión de hablar de ello.
RODOMONTE
No quiere decirme qué le ocurre, pero lo sé tan bien como él. No os importunaré ahora con este tema. Os pido solo que me hagáis otro favor.
EUSTAQUIO
Lo haré si está a mi alcance.
RODOMONTE
He oído decir que fuisteis ayer a un baile de disfraces con Basilio. Sin embargo, no dijeron en compañía de quién estuvisteis.
EUSTAQUIO
¡Ojalá no hubiera asistido!
RODOMONTE
¿Qué decís de estío, con este tiempo tan gélido?
EUSTAQUIO
Nada, nada. Que allí estuve, digo.
RODOMONTE
Sin embargo, sois tan amable que me gustaría pediros que me prestaseis vuestras ropas, las que llevaba Basilio; las tendréis de vuelta antes de que pasen cuatro horas.
EUSTAQUIO
Acepto de buena gana, aunque antes tengo que enviar a alguien para que las traiga, pues Basilio aún no me las ha devuelto. Sin embargo, si queréis, haré que os den unas iguales a estas que mi primo René encargó para una boda, en la que estuvimos los dos.
RODOMONTE
Me alegraría mucho si fueran las vuestras, y por un motivo que os diré más tarde.
EUSTAQUIO
En ese caso, voy a enviar a mi lacayo a buscarlas. ¡Lacayo!
GENTILLY
¿Qué desea, señor?
EUSTAQUIO
Ve a casa del señor Basilio.
GENTILLY
Bien, señor, allá voy.
EUSTAQUIO
¡Quieres esperar! ¿Dónde vas tan rápido?
GENTILLY
A casa del señor Basilio.
EUSTAQUIO
Y bien, ¿qué le dirás?
EUSTAQUIO
Eso me parecía. Eres tan atolondrado que no puedes esperar a que te diga qué tienes que hacer. Dile que le ruego que me devuelva mis ropas, pues las necesito.
EUSTAQUIO
Entremos en mi casa y, mientras esperamos su regreso, echaremos una manita a los dados; más tarde, cenaremos. Después de todo creo que mi padre irá a dar una vuelta fuera de la ciudad y no cenará aquí dentro.
RODOMONTE
Puesto que así lo queréis, acepto de buen grado.
ESCENA V
SALCHICHÓN, gorrón y rufián, EUSTAQUIO
SALCHICHÓN
¡Eh!, señor Eustaquio, ¿dónde van con tanta prisa?
EUSTAQUIO
¿Eres tú Salchichón? Discúlpame, no te había visto.
SALCHICHÓN
Señor, más de ocho días hace que esperaba veros. ¿Cómo os encontráis? Hace tiempo que no os he visto levantar una copa y, a fe mía, que ya no sé con qué mano lo hacéis.
EUSTAQUIO
Vente a comer con nosotros y lo sabrás. Además, te ofreceré el mejor mosto de Francia.
SALCHICHÓN
Iré gustosamente, pero temo dejar la gazuza en vuestra casa. Habéis visto mis proezas y con qué destreza manejo la espada a dos manos en la mesa, cuando me dan rienda suelta. Por ello, si queréis disfrutar del placer de verme engullir, haced que la mesa esté bien servida, que ni se vea el mantel y que no falte bebida. Creo que, a menudo, me habéis oído decir que me como un pavo o un marrano de treinta y cinco monedas, igual que parto una nuez.
EUSTAQUIO
Preocúpate solo de preparar tus dientes y uñas.
SALCHICHÓN
Ya veo que arrasaré con todos los manjares.
EUSTAQUIO
Podrás hacer lo que desees.
SALCHICHÓN
Esperad un instante. ¿Qué hora están dando?
EUSTAQUIO
Sólo serán las diez.
SALCHICHÓN
Trato hecho. Antes de que pase una hora, os traeré a la damisela más hermosa que hayáis visto este año.
EUSTAQUIO
Ya veo de qué se habláis. Nos quieres traer las sobras de un canónigo o un candil de convento, para halagarnos.
SALCHICHÓN
¡Dios bendito! No estáis hablando de una nadería.
EUSTAQUIO
Eso dicen todos los que son como tú.
SALCHICHÓN
Contentaos con saber que se trata de una vendedora de la calle Saint-Denis, que ha hecho creer a su marido que iba de peregrinación a Nuestra Señora de Liesse. Y en lugar de dirigirse allí, gentilmente se ha retirado a mi casa, para deleite de los amigos y pasar un buen rato durante esos días de vacaciones.
EUSTAQUIO
He aquí, sin duda, un placentero servicio del que yo no había oído aún hablar. Pero dime, ¿cómo es?
SALCHICHÓN
No quiero alabar mi mercancía y engatusaros con palabras. Verla no os costará nada.
EUSTAQUIO
Ve a buscarla y tráela aquí, pues creo que mi padre no llegará con hora de comer; y si nos sorprendiera, la ocultaríamos en mi gabinete.
SALCHICHÓN
Voy a ello. Mientras, encargaos de que vayan preparando el asado y de que no falte carne de ave.
ESCENA VI
EUSTAQUIO, RODOMONTE, GENTILLY
EUSTAQUIO
¿Visteis alguna vez más gentil compañero que ese venerable Salchichón?
RODOMONTE
A fe mía que no. Siempre dispuesto a comer y a pronunciar palabras licenciosas.
EUSTAQUIO
Solo el vino y los bocados exquisitos lo echan a perder y de no ser por esto, os prometo que sería el ingenuo más gentil que encontraríamos de aquí a Roma.
RODOMONTE
Ha llegado en el momento perfecto para libraros de vuestra melancolía.
EUSTAQUIO
Mi melancolía no era tan grande y aun cuando hubiera sido profunda, vuestra presencia me es tan grata que hubiera sucumbido a ella. Mas, me parece que veo a mi lacayo que vuelve.
RODOMONTE
El mismo. Temo que traiga malas noticias, pues no trae nada.
EUSTAQUIO
Gentilly, ¿has encontrado a Basilio?
EUSTAQUIO
Y, bien, ¿qué te ha dicho?
GENTILLY
Me ha dicho así: que tengáis a bien disculparlo, si no puede devolveros vuestras ropas antes de que den las cuatro de la tarde.
RODOMONTE
Así me lo sospechaba.
GENTILLY
Y que vendría a contaros todo a esa hora y, así, él mismo, presentaros sus excusas.
EUSTAQUIO
No era necesario.
GENTILLY
Por el camino, me he tropezado con vuestro señor padre, que me ha dicho que regresaría a vuestra casa para el almuerzo y que iba a Charenton.
EUSTAQUIO
¿No te ha dicho nada más?
GENTILLY
No, señor, sino que estaba muy triste porque no ha podido hacer lo que pensaba.
EUSTAQUIO
Y yo, por el contrario, estoy bien contento. Señor Rodomonte, como veis que no podemos recuperar mis ropas, voy a enviar a buscar las de mi primo, que son iguales que las mías.
RODOMONTE
Con toda humildad, os lo suplico.
EUSTAQUIO
Gentilly, ve a la casa de mi primo René y dile que te ruego que me preste, durante una o dos horas, su jubón, sus calzas de satén encarnado y su abrigo de tafetán. Que te las dé de inmediato.
EUSTAQUIO
Entremos mientras, pues veo acercarse una mujer embozada bajo su capa y creo saber quién es.
ESCENA VII
FRANCISCA, BASILIO
FRANCISCA
¿Dónde podré encontrar a Basilio? Daría lo que fuera por tropezármelo en el camino y contarle unas nuevas que lo van a complacer. Una vez que dejé a Eustaquio, estuve acechando hasta ver en qué momento Gerardo abandonaba la casa de Louisa, y tan pronto como lo vi salir de allí, me acerqué sigilosamente a la puerta, para escuchar lo que dentro decían. Oí que Louise reprendía a su hija, diciéndole entre otras cosas: “Y, bien, señora orgullosa, por todas las dificultades que habéis planteado y el tiempo que habéis dejado pasar, Eustaquio no será vuestro marido. ¡Id a buscar a alguien que se tome la molestia de encontraros otro! Habrá que dibujaros uno que os encaje.” Con estas palabras, pude comprender que todo se había terminado, lo que mucho me satisface. Y más satisfecha estaría aún si encontrara a Basilio, para hacerle partícipe de mi alegría. Pero es cierto lo que se dice de que cuando hablamos del rey de Roma, por la puerta asoma. Señor, ruego a Dios que os dé lo que deseáis.
BASILIO
¡Ah!, señora Francisca, si Dios quisiera concederme lo que deseo, sería más feliz que el mismo emperador.
FRANCISCA
Pues no dudéis más, lo tendréis. Pero señor, aún hay que mantener determinación y no abandonarse a la pasión, como hacéis. Si vuestra amada os viera, ¿qué diría? De buena fe que le presentáis la ocasión de veros como un hombre de poco coraje. ¡Vamos, alegraos! ¿No sabéis que cien escudos de melancolía no valen para saldar un real de deudas?
BASILIO
No me quejo de nada, a Dios gracias, pero no dejo de temer que lo que deseo no sea para mí.
FRANCISCA
Alejad vuestras dudas.
BASILIO
No puedo, si no tengo razones para ello.
FRANCISCA
¿Queréis mayores garantías que las palabras de Genoveva, que os he trasladado a través de Antonio?
BASILIO
No creo que me quiera engañar, pero recelo de su madre.
FRANCISCA
Si supieseis lo que yo sé, no diríais eso.
BASILIO
¡Eh! Señora Francisca, os ruego que no seáis cicatera con la información. No obstante, creo que os estéis burlando de mí.
FRANCISCA
¿Qué me estoy burlando? ¡Seguro! Dios no quiera.
BASILIO
No creeré otra cosa, hasta que sepa qué hay de nuevo.
FRANCISCA
De acuerdo. De buena gana os lo digo: tenéis que saber que he oído con mis propias orejas que se ha puesto fin a todo, al menos, por parte de Eustaquio.
BASILIO
No creo nada de lo que decís, si no me contáis cómo os habéis enterado de ello.
FRANCISCA
Bien veo que sois incrédulo hasta que no tenéis una prueba. Pero ¿no es suficiente con lo que os he dicho? Y, aun cuando no lo hubiera oído de la boca de la señora Luisa no hace más de una hora, creo que Eustaquio difícilmente querría continuar.
BASILIO
No afirméis eso pues sé que él la ama. Y también sé que su padre insiste en ello.
FRANCISCA
He aquí lo más importante: sois de la cofradía de Santo Tomás y nunca creéis las cosas si no las veis. Estad seguro de que Eustaquio la ha amado hasta este mismo instante, en que rehúye de ella como del veneno.
BASILIO
¿Cómo estáis tan segura?
FRANCISCA
No me gustaría ocultaros nada. Cuando os envié a Antonio, fui a oír la misa con la señora Luisa y, cuando el servicio hubo terminado, salimos de la iglesia juntas. Entonces, empezamos y le pregunté cómo se encontraba y si era verdad lo que yo había oído decir acerca del compromiso de su hija. Ella me respondió que no había nada de eso y que Genoveva era la responsable. No obstante, ella esperaba que el matrimonio pronto se celebrase.
BASILIO
Ese comienzo no me gusta mucho.
FRANCISCA
Escuchad hasta el final: mientras hablábamos de este asunto, llegaron Gerardo y su hijo Eustaquio y, una vez que nos hubieron saludado, Luisa entró en su casa con el padre.
BASILIO
Todavía no hay nada que me sea beneficioso.
FRANCISCA
Empezamos a hablar y, como una cosa lleva a otra, aproveché para decirle que sabía de buena tinta que Genoveva lo amaba. Y me respondió que eso era lo contrario de lo que él pensaba, pero que él bebía los vientos por ella. Cuando vi que estaba embriagado por la emoción, prediqué todas las bondades de la joven y le dije que hacía bien en poner sus ojos en ella. Tanto fue así que, claramente, a medida que la conversación continuaba, su corazón latía cada vez con más fuerza.
BASILIO
Señora Francisca, me habéis hundido. En lugar de echar agua sobre el fuego, lo habéis avivado con aceite.
FRANCISCA
Dejadme acabar: cuando vi que me escuchaba con toda su atención y que creía todo lo que le decía, empecé a hablar de otra manera y le dije que Genoveva era la chica más virtuosa de París y que como tal se portaba, ya que, aun cuando tenía un chancro que le cubría todo el pezón, lo llevaba con tal paciencia que nunca nadie se percataría de ello.
BASILIO
Con esa jugada, me habéis resucitado. Y bien, ¿cómo respondió a eso?
FRANCISCA
Al instante vi cómo cambiaba de color, quedarse mudo y encajarse el sombrero. Por estas señales, supe claramente que el amor empezaba a dejar paso al odio, ya que inmediatamente después de decirme adiós, en lugar de reunirse con su padre, tal y como este le pidió que hiciera, no se dignó a entrar en la casa de Luisa, donde lo estaban esperando.
BASILIO
¡Oh, señora Francisca, sois la mujer más habilidosa de Francia, si Eustaquio se ha creído ese cuento tan bien inventado!
FRANCISCA
Estad seguro de que para él es tan cierto como el Evangelio. Pero ¿habéis reflexionado acerca de la cita que os he acordado a través de Antonio?
BASILIO
Ya me guardaría de faltar a ella.
FRANCISCA
Ya está todo dicho. Retiraos pues, no vaya a ser que alguien os vea hablando conmigo.
BASILIO
¿Os apetecería venir a almorzar a mi casa?
FRANCISCA
Vayamos, estoy encantada.
BASILIO
Os pediré que me contéis nuevamente toda esta historia con la que tanto he disfrutado. Tenía la intención de pasar por la casa de Eustaquio, mas creo que estará disfrutando de la mesa en este instante. Más vale que lo deje para otra ocasión.