Odet de Turnèbe, Les contents

Los contentos, comedia en prosa francesa





Texto utilizado para esta edición digital:
Turnèbe, Odet de. Los contentos, comedia en prosa francesa. Traducción y notas de Carmen Aguilar Camacho para la Biblioteca Digital EMOTHE. Valencia: ARTELOPE-EMOTHE Universitat de València, 2024.
Encodage du texte numérique pour EMOTHE:
  • Tronch Pérez, Jesús

Nota a esta edición digital

Esta publicación es parte del proyecto I+D+i «EMOTHE: Second Phase of Early Modern Spanish and European Theatre: heritage and databases (ASODAT Third Phase)», referencia PID2022-136431NB-C65, financiado por MICIN/AEI/10.13039/501100011033 y por FEDER Una manera de hacer Europa.



PERSONAJES

LUISA, madre de Genoveva
GENOVEVA, hija
RODOMONTE, capitán
NIVELET, lacayo de Rodomonte
BASILIO, joven
ANTONIO, servidor de Basilio
FRANCISCA, vieja
GERARDO, viejo
EUSTAQUIO, hijo de Gerardo
SALCHICHÓN, gorrón y rufián
GENTILLY, lacayo de Eustaquio
TOMÁS, comerciante
TRES ALGUACILES
ALIX, mujer de Tomás
PERRETTE, criada de Genoveva

Salchichón: cualquiera de las dos soluciones posibles (dejarlo en francés, o traducirlo al español) es aceptable, dada la comicidad que propicia la traducción del nombre.

Vieilli. Sergent de ville. Gardien de la paix (CNRTL: Centre National de Ressources textuelles et Lexicales, version 2012, UMR ATILF, CNRS-Nancy Université, http://www.cnrtl.fr/. http://www.atilf.fr/dmf).


ACTO I

ESCENA I

LUISA, GENOVEVA

LUISA
¡Y, bien! ¿Ya has remoloneado bastante? ¿Terminarás de acicalarte hoy? ¡En verdad, cuánta ceremonia! Cuando yo era niña, como tú ahora, si hubiera tardado tanto en vestirme y peinarme, mi querida madre, a quien Dios tenga en su gloria, bien que me habría urgido. Pero ¡Genoveva, que te estoy hablando!

GENOVEVA
Madre, ¿qué decía?

LUISA
¿Cuándo terminarás de lavarte la cara? Vamos, tenemos que darnos prisa en bajar. Hoy es la fiesta de la parroquia y quiero que oigamos la misa del alba; ya desayunarás después, si quieres, antes de la misa solemne.

GENOVEVA
Dios mío, madre, aún no me he abrochado la ropa, creo que es demasiado temprano para salir. ¿No sabe que hay quien muere por la peste, a las puertas de la iglesia? ¿Y que el médico le aconsejó no salir antes del amanecer?

LUISA
Calla, parlanchina, aquellos que sirven a Dios con un corazón puro, y que rezan devotamente la oración de Monsieur Saint-Roch, no tienen nada que temer. Enjuágate la boca con un poco de angélica y las manos, con una esponja empapada en vinagre.

GENOVEVA
Bien, madre. Mas, me gustaría saber, si tiene a bien decírmelo, qué os hace salir tan temprano.

LUISA
Genoveva, para serte sincera, hoy, fiesta de la parroquia, temo que, si nos retrasamos, nos encontremos en el camino con el impertinente de Basilio, o con el capitán Rodomonte, que, con toda certeza, estarán aguardando para vernos pasar, a la hora del sermón.

GENOVEVA
¿Solo por eso? A decir verdad, no temo a ese apuesto capitán de poca monta. En cuanto al señor Basilio, el encuentro solo puede ser bueno, pues sabéis que, de todos, es quien más aprecia nuestra casa.

LUISA
¡Mira qué buen pico tiene! Sobre todo, porque, como sabe que no me gusta Basilio, me habla bien de él. Pero, a ver, ¿cómo sabes tú que Basilio nos aprecia? ¿Quién te lo ha dicho? Yo creo que te lo has imaginado o que estás de su parte.

GENOVEVA
Perdóneme, madre. Solo sé aquello que me dijo hace tiempo, cuando me quería casar con él. También, porque veo que nos saluda muy respetuosamente, cuando pasamos ante él.

LUISA
Genoveva, Genoveva, tu aliento, aún, huele a leche y gachas. Se nota que solo eres una niña.

GENOVEVA
¿Por qué, madre?

LUISA
¿No te das cuenta de que saluda así a todas las jóvenes de la parroquia?

GENOVEVA
Diga lo que quiera; sé bien lo que tengo que saber.

LUISA
No lo olvides. A fe mía que aún eres muy ingenua, y harías bien en ir a la escuela. Mas, sea como sea, tú no serás para él, pues ya he resuelto que, antes de que anochezca mañana, te prometerás a Eustaquio, hijo único del señor Gerardo, que no deja de insistir en ello. Y, si no fuera porque el gentil Basilio nos ha demorado sin razón, ya estaría hecho. ¿Por qué suspiras?

GENOVEVA
Ha sido un leve desvanecimiento, pues no tengo costumbre de levantarme tan temprano. Pero no será nada.

LUISA
¿Has entendido bien lo que te he dicho?

GENOVEVA
Muy bien, madre.

LUISA
Genoveva, desde siempre, te he tenido por una hija obediente. Ahora es cuando debes demostrármelo.

GENOVEVA
Preferiría morir a no serlo. Sin embargo, creo que se precipita al decidirse a casarme tan pronto. Cuando haya sopesado las cualidades del que ha elegido para que sea mi marido, aunque sea hijo único, así y todo, ¿y si resulta que no me conviene tanto como debiera para comprometerme? Madre, ¿cree que ya no quedaría ningún buen pretendiente, y que, si no me caso con Eustaquio, me quedaré para vestir santos, porque nadie se fijará en mí? No, no; creo que el señor Basilio siempre estará ahí, y con él estaría, como poco, tan bien como con Eustaquio, que aún es lo bastante joven como para comerse todo mi patrimonio y el suyo.

LUISA
No quiero oír nada más, porque, aunque me vaya la vida en ello, no quisiera que Basilio fuera tu marido.

GENOVEVA
Pero antes, lo buscaba.

LUISA
Pero antes no sabía lo que hacía, y me arrepiento de todo corazón.

GENOVEVA
¡Quiera Dios que no tenga que arrepentirse de lo que quiere hacer ahora!

LUISA
Arrepentida o no, tienes que hacer lo que te digo, y que Basilio no logre su propósito.

GENOVEVA
Será, entonces, en contra de mi voluntad.

LUISA
¿Qué murmuras de voluntad?

GENOVEVA
Digo que, solo por obedecerla, así será.

LUISA
Genoveva, si me obedeces, te ganarás el paraíso y serás la joven más feliz de París. Sé de buena tinta que Eustaquio te ama más que a sí mismo, y bien atenta a las máscaras que vinieron ayer a nuestra casa, tras la cena, comprendí que él se encontraba bajo una de ellas. Además, observé cómo estuvisteis conversando más de una hora, lo que me produjo una gran satisfacción, tanto como el ver que lo escuchabas y le respondías de buen grado. ¡Quiera Dios que sea por la salvación de vuestras almas!

GENOVEVA
A decir verdad, fue un placer escuchar las amables palabras de la máscara que me invitó a bailar, pero no puedo asegurarle que fuera Eustaquio.

LUISA
¿Crees que no lo conozco? ¿Acaso no vestía con los mismos ropajes que había llevado durante todo el día?

GENOVEVA
¡Dios mío, qué equivocada está mi madre! El que me hablaba no era otro que el señor Basilio, que iba ataviado con las ropas de Eustaquio, el cual nunca reparó en el mutuo afecto que Basilio me profesaba.

LUISA
Parece que están dando el último toque para la misa. Démonos prisa si queremos llegar al Confíteor. Mas, ¿quién es ese joven vestido de verde, que está apostado en la esquina del callejón? Apostaría a que se trata del lacayo del capitán Rodomonte.

GENOVEVA
Lo habéis adivinado.

LUISA
Creo que nos ha visto y que ha venido, hasta aquí, deliberadamente, para husmear y luego contarle a su amo lo que ha visto. Vayamos por otra callejuela.

ESCENA II

NIVELET, lacayo de Rodomonte

NIVELET
Por más que lo he intentado, no he podido evitar que estas damas me reconocieran en cuanto me han visto, aunque mi amo me mandara pasar desapercibido, pues dice que no está bien acechar a quien pasa. Pero ¿quién no me reconocería por estas calles, que conozco mejor que el padrenuestro y mejor que el asno, que lleva el agua a los cartujos, conoce su camino? ¡Al diablo con el amor y con el primero que lo encuentre! Creo que dentro de poco, mis zapatos apenas si se verán, por todos los viajes extraordinarios que voy a tener que hacer a lo largo del día. No cuento con que mi amo, pronto, me vuelva a dar unos nuevos; al contrario, temo que haga lo que con su traje de terciopelo, que lo lleva tanto de buena como de mala calidad. Esto, poco me afligiría de no ser invierno, y de no ser París, sino cualquier otro lugar, donde esos viejos escarpines deshechos que me da, después de haberlos llevado uno o dos años, apenas me protegen la planta del pie contra el frío y el barro. Paciencia. No es momento aún de que conozca mis quejas, pues, si las conociera, qué sería de mí, tan valiente y furibundo como es él, que, a menudo, solo con la mirada hace caer muertos a todos los hombres por tierra y de una patada derriba la puerta más robusta que se pueda encontrar, incluso estando atrancada y con cerrojo. Me remito a quién es, o, por lo menos, de lo que presume ser, y creo que tendría mala conciencia si mintiera. Pero me parece que lo estoy viendo. Me voy a ir, para tranquilizarlo y decirle que he visto a su amada, antes de que me reprenda; de otra forma, corro peligro de recibir un puñetazo en cuanto me vea.

ESCENA III

RODOMONTE, capitán, NIVELET, su lacayo

RODOMONTE
Hay que reconocer que ese pequeño dios Cupido es mucho más poderoso que Marte, el gran dios de la guerra, puesto que su fuerza ha conseguido doblegarme a su obediencia y derrotar mi valor invencible, lo que ninguna tropa de cincuenta mil hombres ha logrado. Creo haber librado, al menos, veinticinco batallas campales, una tras otra, y estoy convencido de haber combatido cien veces, sin contar la primera, en liza, armado, sin armas, a caballo, a pie, con mazo, con estoque, con lanza, con pica, con capa y espada, con espada y puñal, con hacha, con espada de dos manos; mas no creo haberme enfrentado nunca a un enemigo tan implacable, ni que me acarreara más dificultades ni asestara tan duros golpes como el despiadado corazón de esta cruel Genoveva, cuyas mortales miradas son como los cañonazos que golpean por los flancos en los bastiones de mi alma, y pronto derribarán la fortaleza, si no le complace recibirme con alguna compostura.

NIVELET
¿No os había prevenido ya de que sus palabras no eran sino hierro afilado, fuego y sangre?

RODOMONTE
He oído la voz de mi lacayo. ¡Eh, Nivelet! ¿Has descubierto algo haciendo la ronda?

NIVELET
Señor, venía a daros buenas noticias, pero os habéis adelantado.

RODOMONTE
Dime, ¿qué ocurre?

NIVELET
En este instante, la señora Luisa y vuestra amada acaban de pasar por esta esquina y han ido, tal y como yo pensaba, a oír misa. Tenéis una buena oportunidad de verlas sin que nadie pueda impedíroslo.

RODOMONTE
Lo que dices es verdad, mas, por cierta razón que no quiero decirte, prefiero esperar aquí a que vuelvan, antes que ir a verlas a la iglesia.

NIVELET
No lo cuenta todo, y es porque teme encontrarse con alguno de sus acreedores, que, al salir de la iglesia, podría hacer que lo encarcelaran.

RODOMONTE
¿Qué dices?

NIVELET
Digo que no es la falta de valor lo que os mueve a actuar así.

RODOMONTE
Puedes estar seguro de ello, porque ni todos los diablos del infierno lograrían estremecerme. Y por el amor que siento por ella, no temería enfrentarme al ejército del rey de España, con la certeza de que, solo con recordar sus encantos, me henchiría de valor y doblaría mis fuerzas, de forma que, fácilmente, resistiría contra un ejército de jenízaros, espahíes y mamelucos. ¡Quiera Dios que solo tuviera que matar a diez o doce mil hombres armados, o hacer caer una ciudad inexpugnable, para que ella me viera con buenos ojos! En nada, prestaría un buen servicio al rey.

NIVELET
Señor, a las jóvenes de París, no les gusta oír hablar de muertes ni de matanzas, ellas quieren divertirse con conversaciones alegres, canciones, máscaras y bailes. Y, de ninguna manera, con vuestras palabras, lograréis que ellas se enamoren de vos; muy al contrario, son la causa de que huyan de vos como de una mala bestia, porque las asustáis.

RODOMONTE
Por tus palabras veo que no has aprendido nada de lo que te he enseñado sobre la guerra, pues, si te agradara el oficio de las armas, no hablarías de la forma en la que lo haces; y te digo más, encontrarías el humo de los cañones y de los mosquetes más dulce y aromático que el de la algalia, el almizcle y el ámbar gris; y el sonido de las trompetas, pífanos y tambores, más armonioso que el de los violines, laúdes y espinetas.

NIVELET
No sé qué os parece, pero, yo preferiría un vaso de un buen vino blanco de Anjou a una bala de mosquete o un falconete, y me parece que el pan de munición no tiene tan buen sabor como el pan de capítulo de París.

RODOMONTE
No vuelvas a emplear tales palabras, sobre todo, cuando me encuentre en compañía de capitanes, porque perjudicarás mi reputación. Como dice el refrán: de tal amo, tal sirviente.

NIVELET
Bien, señor. ¿Os habéis propuesto quedaros aquí mucho tiempo? Creo que sería mejor que me apresurase para prepararos el desayuno.

RODOMONTE
No quiero perder esta ocasión, ya que se me presenta así. No como el almuerzo, que nunca falta.

NIVELET
Señor, ¿reconocéis a ese hombre que se acerca? Me parece que es Basilio, vuestro competidor.

RODOMONTE
Aún no nos ha visto. Vamos a apartarnos un poco, bajo ese tejadillo, para ver qué dice y hace, porque sospecho que está aquí para hacer tiempo, lo mismo que yo.

ESCENA IV

BASILIO, joven, ANTONIO, su siervo, RODOMONTE, NIVELET

BASILIO
Antonio, ¿crees que este traje nuevo me queda bien?

ANTONIO
Se ajusta a vuestro cuerpo como un guante, y os confiere un buen porte, pero no es gracias al traje, sino a quien lo lleva.

BASILIO
Te estás burlando de mí.

ANTONIO
Señor, perdonadme, lo que hago es por aliviar esa melancolía que os aflige desde hace algún tiempo, aunque, según creo, no tenéis motivo.

BASILIO
Antonio, Antonio, si estuvieras en mi lugar, no dirías eso. Es fácil aconsejar al que padece, cuando estamos bien.

ANTONIO
Pero, ¿cuál es la causa de vuestra tristeza? ¿No gozáis del aprecio de Genoveva? ¿No sabéis que ella solo os ama a vos?

BASILIO
Estoy convencido de ello, tanto como de que solo voy a morir una vez. Mas su madre, que tiene la sartén por el mango, no quiere ni oír hablar de mí.

ANTONIO
Con vuestro permiso, sois vos quienes tenéis la sartén por el mango.

BASILIO
Bien veo que quieres reírte de mí.

RODOMONTE
¡Vive Dios! ¿Qué estoy oyendo? Si lo que este hombre dice es cierto, a ojos de Genoveva, no valgo un real.

NIVELET
Quizás, os haya visto y ha dicho eso para haceros enfurecer.

ANTONIO
Si yo estuviera en vuestro lugar, teniendo certeza de los sentimientos de la hija, no me preocuparía mucho por la vieja.

BASILIO
¿Acaso no sabes que las jóvenes no hacen sino la voluntad de sus madres?

ANTONIO
Creo que sería complicado convencer a Genoveva de que amase a otro que no fueseis vos, y ni siquiera su madre, con todos sus familiares, podrían impedirlo.

BASILIO
Esto es lo que más me atormenta, porque estoy seguro de que la pobre chica, por el afecto que me tiene, nunca accederá a comprometerse con quien ha escogido su madre para ella, si no es por imposición. Esto la tiene profundamente contrariada, como me hizo saber ayer, y como loca. Si no lo remedio pronto, todo esto caerá sobre mí, y me veré obligado a padecer su tormento y el mío a la vez.

ANTONIO
Pero ¿podría ser que la señora Luisa estuviera tan falta de razón como para entregar a su hija a ese capitán que la corteja abiertamente, cuyos únicos bienes son esa vieja armadura que ha perdido los clavos y un jamelgo que probablemente aún no ha pagado?

RODOMONTE
¡Ay, cobarde! Solo mi bravura vale más que todas las rentas de tu amo, y mientras mis brazos sean fuertes, tendré muchos bienes.

BASILIO
No, no pienses que ese apuesto capitán de pacotilla lo va a conseguir. ¡De ser así, ella se llevaría una hermosa perla falsa! Luisa es demasiado astuta para llegar a un acuerdo tan poco ventajoso para su hija. Bien podría decir que su dote vendría garantizada con la horca, pues creo que este galante holgazán no tiene más herencia.

RODOMONTE
¿Qué me aconsejas, Nivelet? ¿Debo soportar tal fanfarronada? ¿Qué dirá el Gran Turco cuando sepa que aquel que tantas veces ha hostigado a sus ejércitos ha sido desafiado por un parisino?

NIVELET
Me parece que nos llevan ventaja, por lo que os aconsejo que ganéis tiempo.

RODOMONTE
Te creeré por esta vez, aunque sea contra mi voluntad.

ANTONIO
Así lo he creído siempre, pero no sabía que otro la estuviera cortejando.

BASILIO
¿No te has dado cuenta de las miradas que Eustaquio le echa incesantemente cuando está en la iglesia?

ANTONIO
Recuerdo haberlo visto, pero ¡por mi alma que nunca hubiera creído que estuviera enamorado!, viéndolos tan buenos amigos.

BASILIO
Eustaquio es un buen amigo, pero el amor no quiere compañía. Sé que la ama, pero no con tanto ardor como podría pensarse; es más, he descubierto que no contaba con casarse tan pronto, de no ser por su padre, al que tanto le urge concertar ese matrimonio del que con tanta pasión le habla a Luisa, quien ya le ha hecho saber sus pretensiones.

ANTONIO
¿Eustaquio nunca os ha hablado de ello?

BASILIO
No, y eso que le he preguntado a menudo.

ANTONIO
Si la cosa es como decís, el mejor remedio para calmaros es encontrar el modo de consumar el matrimonio con Genoveva, cogiendo el pan cuando aún está en el horno; por lo menos, conseguiríais eso como anticipo y, después, si Eustaquio se casara con ella, peor para él.

BASILIO
¡Quiera Dios que no tenga que arriesgar mi vida para que lo que me propones llegue a buen fin! Genoveva es tan temerosa y casta que, por nada del mundo, accedería a ello.

ANTONIO
No, si se lo pedís abiertamente, pero tenéis que hacerlo sin decirlo. Solo hemos de encontrar la forma de entrar en su casa cuando ella esté sola, como le suele ocurrir.

BASILIO
Temo que alguien me reconozca.

ANTONIO
Un enamorado temeroso, nunca ha tenido enamorada. Sin embargo, si lo que teméis es que os reconozcan, acudid vestido con los ropajes del señor Eustaquio, los que utilizasteis ayer para disfrazaros; de esa manera, si alguien os ve, os tomará por él y, así, no correréis ningún riesgo.

BASILIO
Tu idea no es tan mala.

RODOMONTE
Nivelet, ¿oyes bien lo que dicen?

NIVELET
Por supuesto, señor, pero esperad a que terminen.

BASILIO
Lo más difícil será entrar, pero si el ama Francisca tuviera a bien echarme una mano y hablarle a Genoveva en mi favor, estoy seguro de que podría hacerlo.

ANTONIO
Señor, voy a su casa para decirle que la esperáis aquí.

BASILIO
Date prisa y vuelve inmediatamente.

RODOMONTE
Nivelet, me saca de quicio tanto esperar en este lugar; empiezo a tener frío. Más vale que vaya a calentarme y que después vuelva. No obstante, presta atención a lo que hacen y dicen.

NIVELET
No os fallaré.

BASILIO
¡Dios mío! ¡Qué sufrimiento, el del enamorado! No creo que haya tormento en el mundo, por muy cruel que sea, que se pueda igualar a su infortunio. Tan pronto vive con sospecha, o con esperanza, o con desesperación, o con temor y desconfianza, según la dama se muestre dulce o cruel. Y eso no es todo, ya que, si es, aunque sea un poco, dichoso, el temor a perder aquello de lo que disfruta, no le deja ni un instante de tranquilidad. Mas ¿no es mi siervo al que veo volver con el ama Francisca? Ha debido encontrarla en el camino, porque no ha podido llegar a su casa y volver en tan poco tiempo.

ESCENA V

FRANCISCA, vieja, ANTONIO, BASILIO

FRANCISCA
Amigo mío, vuestro señor tiene la fortuna de amar a Genoveva por sus buenas cualidades. Creed que no habría intervenido, si no estuviera segura de la clase de joven de que se trata, ya que la conozco desde que estaba en la cuna.

ANTONIO
Mi señora, si continuáis hablándole de mi amo de esa manera, no habréis complacido a una persona ingrata.

FRANCISCA
Antonio, bien lo sé, por haberlo comprobado en varias ocasiones. Estad seguro de que sacrificaría lo poco que valgo en este mundo, antes de que le permitiera el goce de mi señora. Si no es mediante el matrimonio, no será de otra forma.

ANTONIO
Así, lo cree mi señor. Ahí, lo tenéis, esperándonos. Acerquémonos.

FRANCISCA
Buenos días, señor. Hace un siglo que no os vemos.

BASILIO
Señora Francisca, habría ido a vuestro encuentro, si no fuera por temor a que me vieran tan a menudo por vuestro vecindario. Por lo demás, no son necesarias muchas palabras. Decidme, sin tardanza, si estáis dispuesta a hacerme feliz.

FRANCISCA
Mandad y seréis obedecido.

BASILIO
Es necesario, si así os place, que encontréis el modo de que pueda hablar hoy con Genoveva, y me gustaría que fuera en su casa.

FRANCISCA
¡Dios bendito! ¿Qué decís? Ella nunca lo consentirá.

BASILIO
Claro que sí, accederá, siempre y cuando así se lo aconsejéis, pues ella sólo confía en vos. Y, es más, he decidido acudir vestido con los ropajes de Eustaquio.

FRANCISCA
Ojalá, que vuestra intención no ofenda a Dios. Puedo llevaros allí, mientras su madre escucha el sermón de la tarde.

BASILIO
¿Pensáis que condenaría mi alma por un placer efímero?

FRANCISCA
No lo creo, pero la juventud, la belleza y la ocasión, a menudo, acarrean muchos males.

BASILIO
No, no, el amor que le profeso no es como el de muchos hombres hacia las mujeres, que, tan pronto la han disfrutado, no quieren verlas nunca más. Decidid si queréis complacerme, pues el tiempo apremia. Cuando pasaba por la iglesia, la he visto con su madre, que fingió no verme.

FRANCISCA
Sé muy bien, por qué lo ha hecho, pero ¡ni una palabra!, no se puede impedir que las malas lenguas hablen. Ahora, que está en la iglesia, puedo hablar con ella sin dificultad.

BASILIO
Humildemente, os lo suplico.

FRANCISCA
Confiad en mí; pues espero conseguirlo.

BASILIO
Señora Francisca, mi vida y mi salvación están en vuestras manos.

FRANCISCA
Id a calentaros, por Dios y por la Virgen Santa, que aquí solamente vais a coger frío; y venid a verme en una media hora, o dejadme a vuestro hombre; pero, que me siga de lejos, para que nadie sospeche.

BASILIO
Antonio, ve tras la señora Francisca y haz lo que ella te diga. Cuida de no perderla de vista.

ANTONIO
Como digáis, señor.

ESCENA VI

NIVELET, solo

NIVELET
¡Maldición! Mi señor está equivocado, y temo que sus bravuconadas no sirvan de nada esta vez. ¿Quién habría pensado que un capitán como él, que solo merece por esposa a una princesa, sea derrotado de esta manera por un joven de la capital? ¡Ah! ¡Por Dios! Como se suele decir: el dinero lo puede todo, y quien tiene dinero tiene enamorada. ¡Menudo oficio el que no da ni para comer! En los tiempos que corren, el oficio de las armas solo genera deudas. Y, aunque mi amo valga tanto como cualquier hombre de su profesión, bien sea por saquear, atracar, sustraer el sueldo de los soldados, encontrar muchos falsos soldados para los desfiles, repartirse las ganancias con el tesorero y el interventor y torturar a su casero para que le diga dónde esconde su dinero, sin embargo, nunca ha juntado más de cien escudos en una bolsa, y que no los haya perdido jugando a los dados o gastado en un burdel o una taberna. Y, lo peor de todo ello, es que todo el mundo en la ciudad lo sabe, hasta el punto de que cuando se habla de un hombre generoso, incluso pródigo, se lo compara con él, llegando a decir: se parece al capitán Rodomonte. Ciertamente, no me extraña que el señor Basilio cuente con el favor de Genoveva, puesto que tiene la reputación de ser rico y no gastar sin cordura. Cuando sea más viejo que Matusalén, más apestoso que un retrete y más feo que el demonio, las cualidades que ahora lo adornan, harán parecer que tiene veinticinco años, que olerá mejor que una rosa y que será más bello que un ángel. Pero, ¿no es la amada de mi señor que vuelve de la iglesia con una vieja? En verdad, sus devociones han sido muy breves. Aquí hay gato encerrado, ya que regresa tan pronto, porque ella acostumbra a pasar más tiempo en la iglesia que en su casa. Si es posible, quiero oír lo que le dice esa vieja. El día aún no ha despertado, ellas no podrán ni imaginar que estoy aquí, en este pequeño rincón, cuando ellas estén frente a mí.

ESCENA VII

FRANCISCA, GENOVEVA, NIVELET, ANTONIO

FRANCISCA
Genoveva, amiga mía, no os aconsejaría nada que yo no hiciera, si estuviese en vuestro lugar, y que, ciertamente, debéis hacer puesto que no pone en peligro vuestro honor.

GENOVEVA
Señora Francisca, me parece que no es necesario, puesto que, si el señor Basilio tuviera algo que decirme, me lo habría dicho ayer por la tarde, cuando vino enmascarado a nuestra casa, vestido con el atuendo de Eustaquio.

FRANCISCA
Lo que él quiere deciros ha ocurrido recientemente, y es necesario que os lo haga saber, si queréis que se deshaga vuestro matrimonio con Eustaquio.

GENOVEVA
Podéis estar segura de que Eustaquio nunca estará en mi corazón.

FRANCISCA
Amiga mía, os creo; pero Basilio no lo cree, cuando yo se lo digo. Debe saberlo por vos.

GENOVEVA
Entonces, le escribiré una carta.

FRANCISCA
No inventéis todos estos subterfugios. Es necesario que os hable hoy en vuestra casa, cueste lo que cueste, o podéis despediros de él para siempre.

NIVELET
Mirad cómo esta vieja sabe predicar, ¡y con qué audacia! Me juego las orejas a que no parará hasta que la haya convencido.

GENOVEVA
Pero temo….

FRANCISCA
¡Vaya una luchadora audaz, la que teme a sus amigos!

GENOVEVA
No es eso. Temo que algún vecino, lo vea al entrar o al salir.

NIVELET
¡Pobre chiquilla! Solo teme la entrada y la salida; al parecer, no se sentiría mal estando él dentro.

FRANCISCA
Amiga mía, ya hemos previsto todo eso. Vendrá vestido con la ropa que Eustaquio le prestó anoche, y se cubrirá la cara con el extremo de su capa para que no lo reconozcan. De esta forma, si, por casualidad, alguien lo ve, pensará de inmediato que se trata de Eustaquio, a quien ya han visto, varias veces, entrar en vuestra casa, por ser vecino. Y, para dar mayor credibilidad, sería bueno que se dirigiera a casa de Eustaquio, cuando salga de la vuestra. Pero, si viniera vestido con la ropa que acostumbra, no debéis temer que lo vean los vecinos, ya que, debido a las fiestas, las tiendas están cerradas y, por el frío, nadie se asoma a la puerta. Más aún, será una hora después del mediodía, cuando muchos están todavía comiendo y otros en el sermón.

NIVELET
Creo que esta vieja sempiterna ha ido a la escuela de algún hermano depravado, ya que sabe predicar doctamente y argumentar con brillantes razones. ¡Qué mujer tan astuta!

GENOVEVA
Señora Francisca, reconozco que eso que decís parece muy real, mas, aún no puedo creer que, permitiendo a Basilio entrar en nuestra casa, mi honor no se vea mancillado, y todos aquellos que lo oigan sólo podrán malinterpretarlo.

FRANCISCA
¿Por qué os preocupa lo que diga la gente? ¿No sabéis que es una bestia con varias cabezas? Pero, os lo suplico, ¿quién lo sabrá, si no se lo decís vos misma o vuestra criada?

GENOVEVA
A Dios gracias, no temo que mi criada sea indiscreta; confío en ella. Mas temo….

FRANCISCA
¿Qué teméis?

GENOVEVA
¿Qué sé yo?

FRANCISCA
Sois una enamorada poco atrevida; aún no habéis pasado miedo.

GENOVEVA
Temo que Basilio, viéndose solo conmigo, trate de comprometer mi honor. ¿Qué me aconsejáis? ¿No tengo nada que temer?

FRANCISCA
Genoveva, mi amiga, os quiero como a mi propia hija, y me entristecería que Basilio, al que también quiero como a un hijo, se comportara con vos de manera inapropiada. Pero tened por seguro que lo conozco tan bien, y es de una bondad tan natural, que sé que preferiría morir antes que intentar nada que fuera en contra de vuestra voluntad, y que lamentaría tocar un pelo de vuestra cabeza, si antes vos no lo hubierais puesto en su mano. Sin embargo, agradezco que me pidáis consejo, pues como se dice comúnmente: aconséjate y serás aconsejado. Podemos aprender mucho, sobre todo de quienes, por haber vivido largo tiempo, son mucho más sabios y tienen más experiencia que los jóvenes. Incluso he oído decir, en este último Adviento, que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

NIVELET
He aquí cómo sacar provecho de las prédicas. ¡Oh, qué magnífica lección!

FRANCISCA
Amiga mía, en conciencia, no os aconsejo nada que esté mal, y bien podéis pensar que, estando con un pie en la tumba y preparada para rendir cuentas a Dios, de lo que he hecho en este mundo, no querría induciros a hacer algo que pudiera tan siquiera manchar un poco mi alma o la vuestra, pues tan culpable es el que sujeta, como el que desuella. Lo que pide Basilio, que os ama de buena fe, es inocente, justo y razonable. Creo que habéis oído decir, frecuentemente, a vuestro confesor, que hay que amar al prójimo como a uno mismo y que hay que guardarse de caer en el vicio de la ingratitud, que es una de las manifestaciones del orgullo, que ha hecho encontrarse en lo más profundo de los infiernos a los ángeles, que eran las criaturas más bellas y dichosas que Dios había creado. ¿No seríais una ingrata, una orgullosa, una presuntuosa, si no tuvieseis en cuenta las justas súplicas de quien no ve sino por vuestros ojos?

GENOVEVA
Las vuestras son tan buenas razones, que creería estar cometiendo un grave pecado, si abriera la boca para contradecirlas.

NIVELET
Y con esta jugada, se llevó el gato al agua. A mi amo solo le queda aflojar la bolsa.

FRANCISCA
Genoveva, hija mía, os quiero aún más que antes, puesto que veo que creéis en aquellos que desean vuestro bien y provecho. Os dejo, ahora, porque voy a ofrecer una misa al Espíritu Santo, para que inspire a vuestros padres, para que sepan daros el marido que merecéis. Cuidad de estar en vuestra casa mientras que vuestra madre esté en el sermón. Yo la entretendré cuanto pueda.

GENOVEVA
Le haré creer que me encuentro ligeramente indispuesta, debido al frío de esta mañana.

FRANCISCA
Bien pensado. Dejad también la puerta entreabierta, para que solo tenga que empujarla; de no hacerlo así, cualquier vecino podría asomar la nariz por la ventana.

GENOVEVA
¿Pero quién le dirá a Basilio lo que hemos decidido?

FRANCISCA
No os preocupéis por eso. ¿Veis allí a su siervo? Me sigue de lejos y se lo dirá todo.

GENOVEVA
En ese caso, sería bueno que entrase en casa y que no saliera en todo el día.

FRANCISCA
Muy bien, id pues. Adiós, Genoveva.

GENOVEVA
Adiós, señora Francisca, no olvidéis mis advertencias.

FRANCISCA
No lo haré. Antonio, id a decir a vuestro amo que acuda a la una, vestido con los ropajes que llevaba ayer, al lugar donde él ya sabe y que, allí, encontrará la puerta abierta.

ANTONIO
Así, lo haré, señora.

FRANCISCA
Dile, también, que su enamorada espera contar con sus favores.

ANTONIO
También lo haré.

FRANCISCA
Date prisa, y, si quiere hablarme, me encontrará en la capilla del señor Saint-Roch.

ESCENA VIII

NIVELET, solo

NIVELET
¡Vive Dios! Tengo que avisar a mi amo y, entonces, si todo sale bien, esperemos que se produzca alguna sorpresa. Lo he escuchado todo, a Dios gracias, aun cuando no hacía falta tanto: a buen entendedor, pocas palabras bastan. Si mi amo es un hombre galante, aprovechará la ocasión para estrechar a Genoveva entre sus brazos, le guste o no; eso si sabe aprovechar las oportunidades cuando se presentan. Pero, si la deja pasar, puede estar seguro de que no se presentará otra igual. Si tiene por cierto lo que le digo, se vestirá con la ropa que debe llevar Basilio y eso no le será difícil, gracias a la cercanía que tiene con Eustaquio. Y, después, cuando entre en casa de Genoveva, si no sabe jugar sus cartas, peor para él. Me voy, de inmediato, a avisarlo, aunque me haya mandado esperarlo aquí. No temo desobedecerlo, puesto que debo ser diligente en esta ocasión.


ACTO II

ESCENA I

GERARDO, viejo, EUSTAQUIO, hijo de Gerardo

GERARDO
Eustaquio, ya ves que, de todos los hijos que Dios ha querido darme, solo me quedas tú en este mundo. Por ello, puedes estar seguro de que lo que hago es por tu bien y para que progreses, y, también que sería muy feliz si, antes de que Dios me recoja, te viera con bienes suficientes y unido a una buena casa. Pues, en cuanto a los bienes, a Dios gracias, dispondrás de lo suficiente, y muy despreciable serías si, a la muerte de tu madre y a la mía, no te bastara con lo que ahora es más que suficiente para los tres. Por lo tanto, debes tomar una decisión, sin tardanza, sobre todo, porque espero sellar tu compromiso con Genoveva esta tarde, o mañana a más tardar. Desde bien joven aprendí que nunca hay que retrasar un asunto, sino que hay que forjar el hierro mientras está caliente.

EUSTAQUIO
Padre, perdonadme, mas no puedo dar mi palabra, tan pronto, sobre algo que pudiera perjudicarme toda la vida.

GERARDO
¿Cómo dices eso? Tus palabras dejan claro que solo eres un niño. Hace tan solo dos días no parabas de calentarme la cabeza con esto, y, ahora, parece que quieras abandonar la partida.

EUSTAQUIO
No mentís, solo soy un niño, y os digo más: que siéndolo aún y no pudiendo gobernarme por mí mismo, a duras penas podría gobernar a dos. Padre mío, el momento de casarme vendrá cuando alcance la edad de la discreción.

GERARDO
No te creía caprichoso hasta ese punto, ni con tan poco juicio como para que, sin razón, le hayas retirado el afecto que tenías a Genoveva. Debe haber algún motivo. Eustaquio, no me ocultes nada; creo que soy para ti tan buen amigo como buen padre.

EUSTAQUIO
Perdonadme. Nada me ha apartado de mi primera inclinación, solo que creo que no hay razón para apresurarnos.

GERARDO
Hablando claro, a esto se le llama responder con una evasiva. Dime, sin temor, qué te ha hecho cambiar de opinión, o ten por seguro que me causarás un gran disgusto.

EUSTAQUIO
Por nada del mundo querría disgustaros. Debéis saber que, anoche, como íbamos disfrazados, Basilio y yo, en la casa de la señora Luisa, me di cuenta de algo que antes me había pasado desapercibido, y comprendí que, si Genoveva aparentaba amarme, solo era para complacer a su madre, quien, a decir verdad, anhelaba que yo fuera su yerno. Sin embargo, vi que la hija prefería a Basilio antes que a mí.

GERARDO
¡Virgen Santa! ¿Qué me dices? Si me hubieran salido cuernos, no me habría sorprendido tanto. Pero, puede ser que el amor, a quien siempre acompañan los celos, te haga creer eso. Y puede ser que ella confundiera a Basilio contigo, puesto que llevaba tus ropas.

EUSTAQUIO
Os contaré cómo sucedió todo: cuando entramos en la sala y tras bailar una breve pieza, Basilio, rompiendo la promesa que me había hecho de no hablar con Genoveva, se dirigió, directamente, a ella, y yo a su prima, para bailar un branleNXNota del traductor

Danza antigua de los siglos XVI y XVII, de movimientos vivos, interpretada por bailarines cogidos de la mano. Branle simple, gai; branle de sortie. (CNRTL: Centre National de Ressources textuelles et Lexicales, version 2012, UMR ATILF, CNRS-Nancy Université, http://www.cnrtl.fr/, http://www.atilf.fr/dmf.

. Una vez que la pieza hubo terminado, cada uno se puso a conversar con su compañera. Fue entonces cuando descubrí el afecto mutuo que se profesaban, tanto por cómo actuaba Genoveva, como por lo que decían, que podía oír de vez en cuando, ya que me había sentado, intencionadamente, cerca de ellos. Y, mientras yo simulaba hablar con su prima, estaba, como se suele decir, ojo avizorNXNota del traductor

La expression original: “j’avais, comme l’on dit, une oreille aux champs et l’autre à la ville" es una adaptación de otra similar: "avoir l'œil aux champs et l’autre à la ville" = "faire une soigneuse observation des choses", (Dictionnaire de Furetière, 1690), y en cuestiones amorosas "être sur le qui vive". Véase el artículo de Gilles Roques: " L'œil dans les locutions et expressions françaises”, Annales de Normandie Année 1995, 26, pp. 375-384.

. Estuvieron, más de una media hora, hablando de esto y aquello y estoy seguro de que no se aburrieron. Ahora, padre, vos decidís si estaban echando el rato o hablaban de otras cosas.

GERARDO
Si solo es eso, no hay nada de malo y nada nos urge. Puede ser que Basilio no tuviera malas intenciones, mas, como es hábil, se puso a hablar para demostrar que sabía cómo divertir a las jóvenes, o bien, lo hizo para poner a prueba tu paciencia y ponerte un poco celoso. Conozco bien ese carácter.

EUSTAQUIO
Muy hombre tendría que ser de haberlo hecho con esta intención, y os puedo asegurar que faltó poco para que le arrancara a Genoveva de entre las manos.

GERARDO
Eso no estuvo bien, ni fue honesto.

EUSTAQUIO
Creed que no sabía qué hacer y, afortunadamente, iba disfrazado; de no ser así, cualquiera hubiera podido ver cómo me cambiaba la cara, el estado en el que me encontraba. Para no esconderos nada, os diría que me gustaría casarme con Genoveva, siempre que supiera que ella me ama. Mas, si ella no me ama, no daría ni un solo paso.

GERARDO
Saldremos de dudas cuando ella diga sí.

EUSTAQUIO
Hacédmelo saber, antes de que sea demasiado tarde.

GERARDO
No podremos saberlo hasta esta noche, cuando, como espero, sellemos el compromiso.

EUSTAQUIO
Si Basilio la ama, no me gustaría ser su rival, pues es un buen amigo.

GERARDO
Según me dice la razón, ella no se nos puede escapar. A menudo, le has oído decir que no tiene más voluntad que la de su madre. Y, en lo que a ella se refiere, somos santo de su devoción.

EUSTAQUIO
Padre mío, las jóvenes, a menudo, dicen una cosa y piensan otra; así, cuando llega el momento de la verdad, es cuando de verdad dicen lo que piensan. Decidme si no es para volverse loco. Ahí vienen la señora Luisa y su comadre Francisca que vuelven de la iglesia.

GERARDO
Así, me evito el esfuerzo de ir a buscarla, pues no me hubiera quedado tranquilo hasta conocer el tuáutem. Vamos a su encuentro.

ESCENA II

LUISA, FRANCISCA, GERARDO, EUSTAQUIO

LUISA
Dios mío, comadre, ¡cómo me ha aburrido este sermón matutino! No veía la hora en que ese jacobino bajara del púlpito, ¡cuánto frío tenía en los pies!

FRANCISCA
Yo no he pasado tanto tiempo en la iglesia como vos y, sin embargo, estoy helada. Pero, decidme, ¿dónde está la joven prometida?

LUISA
¿Qué prometida?

FRANCISCA
Vuestra hija Genoveva.

LUISA
Por mi alma, ¡que ladina sois! Me ha acompañado esta mañana, pero ha cogido frío en la iglesia durante la misa rezada.

FRANCISCA
Entonces, salisteis de vuestra morada de buena mañana. Imagino que por miedo a los moscones.

LUISA
Tenéis más razón de la que pensáis. Mas ¿quién os ha dicho que se había prometido?

FRANCISCA
¿Vos me lo preguntáis? Si lo sabe todo el mundo.

LUISA
Comadre, amiga mía, Genoveva no es una buena hija, pues solo ella es la responsable de que aún no se haya comprometido.

FRANCISCA
¿A quién si no? ¿Al señor Basilio?

LUISA
No me habléis nunca más de este hombre, si no queréis disgustarme.

FRANCISCA
¿Por qué, comadre?

LUISA
¡Por San Juan! Porque mi hija no es para él y él no se saldrá con la suya.

FRANCISCA
Pero si tiene reputación de ser un hombre honrado, y pensaba yo, de buena fe, (¡Dios me perdone!) que vuestra hija se casaría con él, sobre todo porque, tiempo atrás, así lo habías tratado con él y creía que se amaban el uno al otro.

LUISA
Mi comadre, sé muy bien que Basilio es un buen amigo y vecino vuestro, y, por esta razón, no es posible que no os haya comentado sus propósitos y, más aún, habiéndoos visto en nuestra compañía, con tanta familiaridad y de tan buen grado. Mas, os suplico que, si deseáis mi bien, no le habléis de él a Genoveva. Pues he decidido comprometerla con Eustaquio, el hijo de Gerardo, que, a mí, me apremia con insistencia y, con ella, se deshace en halagos. Además, ya aceptado todas las condiciones que le he propuesto.

FRANCISCA
¡Virgen Santa! No tengo intención de decir ni una palabra, puesto que me lo habéis prohibido, pero mucho me temo que Gerardo y Eustaquio hayan oído lo que hemos dicho, pues ahí los veo, frente a nosotras. Ved qué alegres se los ve y cómo parece que se lo huelen.

GERARDO
Buenos días tengan, señoras.

LUISA
Dios os guarde de todo mal, señores.

GERARDO
A fe mía que no pensaba que, esta mañana me deparase tan agradable encuentro.

LUISA
Si vos lo consideráis agradable, nosotras aún más.

GERARDO
Y bien, señora, ¿no pondremos fin nunca a esto de lo que tanto hemos estado hablando desde hace un mes?

LUISA
Os prometo, por mi fe, que no será por culpa mía.

GERARDO
Entonces no será culpa de nadie más que de Genoveva.

LUISA
No, mi hija aceptará todo lo que yo decida. Mas, puesto que el frío me obliga a buscar las ascuas y que buenas ganas tengo de hablaros, entremos en mi casa. Lo que quiero deciros no es cosa que se deba tratar en la calle.

GERARDO
Me parece bien.

LUISA
Adiós, comadre; disculpadme si os abandono de esta manera.

EUSTAQUIO
Padre, iré a buscaros cuando haya resuelto un par de cosas con la señora Francisca.

GERARDO
No dejes de venir, pues creo que te necesitaremos.

FRANCISCA
Este joven cree que puede sonsacarme información, pero llega tarde; por muy astuto que se crea, yo lo soy aún más.

EUSTAQUIO
Y bien, señora Francisca, ¿cómo se encuentra hoy?

FRANCISCA
Soy una pobre pecadora que camina hacia la muerte a paso ligero y que tiene tres hijas pobres a las que casar, pero no sabe de dónde sacar el primer denario para su matrimonio.

EUSTAQUIO
Solo quienes disponen de abundantes recursos, fían en Dios.

FRANCISCA
Eso es muy cierto. Pero lo que más me enoja es mi casero, que, ayer mismo, me amenazaba con enviarme un alguacil, por dos meses alquiler que le debo.

EUSTAQUIO
¿No tenéis acaso un amigo que os los preste?

FRANCISCA
Soy una pobre mujer que lo único que tiene son amigos de boquilla, pero de poca bolsa.

EUSTAQUIO
¿Por qué no acudís al señor Basilio, vuestro vecino? Estoy seguro de que os adelantaría, de buen grado, diez escudos y más, si se lo pedís.

FRANCISCA
Desgraciadamente, no me atrevo, por miedo a que me rechace; apenas lo conozco y creo que no he hablado con él en más de dos ocasiones, y de esto hace más de siete semanas.

EUSTAQUIO
Ya veo. Si me decís la verdad acerca algo que os voy a proponer, no tendréis que preocuparos; pagaré la suma que debéis.

FRANCISCA
Os estoy agradecida, señor. Creed que vuestra limosna me es tan necesaria como a cualquier otra persona.

EUSTAQUIO
Decidme: ¿no os habéis dado cuenta de que Basilio corteja a la hija de la señora Luisa?

FRANCISCA
Si tal cosa fuera cierta, yo lo sabría. Es cierto que hace tiempo, se habló de ello; pero desde hace más de un año, no ha habido ningún avance. De buena gana, hay algo que os revelaría, si no fuera porque temo que no seáis prudente.

EUSTAQUIO
Decidme sin miedo.

FRANCISCA
No, si antes no me prometéis que no se lo contaréis a nadie, ni siquiera a vuestro propio padre.

EUSTAQUIO
Os lo prometo por mi fe.

FRANCISCA
Señor, sabéis la amistad que me une a doña Luisa y que ella me cuenta todas sus cosas, hasta tal punto que no se atrevería a darle la vuelta a un huevo, por decirlo de alguna manera, sin antes pedirme consejo. Podéis imaginar que su hija hace lo mismo, y que soy como la tesorera de sus pequeños secretos. Sabed pues que, por haberme mantenido cerca de ellas y haber frecuentado su casa, he sabido que, si la madre tiene gran interés en que seáis su yerno, la hija no desea menos que seáis su marido, aunque ambas lo deseen por razones diferentes.

EUSTAQUIO
Decidme cuáles.

FRANCISCA
No me haría de rogar, si no fuera por temor a que me toméis por una correveidile.

EUSTAQUIO
Señora Francisca, me ofendéis con vuestras palabras. La opinión que tengo de vos es que sois una mujer de bien, la que más de nuestra parroquia, y estoy convencido de que, por nada del mundo, querríais manchar vuestra conciencia con ese vil vicio de traer y llevar cuentos.

FRANCISCA
Decís bien en cuanto a este último punto; pero, en cuanto al primero, no discrepo de lo que decís. Muy al contrario, confieso y reconozco que soy una pobre mujer, que ofende a Dios más veces que minutos tiene el día, y que si, con su misericordia, Él no me ayudara, nunca llegaría a contemplar su rostro, muy a mi pesar.

EUSTAQUIO
A fe mía, si vos no os salváis, ¡cuántas personas de bien han de temer! Mas, os lo suplico, pongamos fin a este asunto y no temáis decirme todo cuanto queráis.

FRANCISCA
Entonces, puesto que así me lo pedís, os contaré que Luisa, conociendo la cuantía de vuestros bienes, anhela, más que cualquier otra cosa, vuestro compromiso con su hija. En cuanto a la joven, ella me ha contado que, antes de saber quién erais, os vio, un día, bailar en una boda a la que los dos fuisteis invitados. Ese mismo día, quedó tan prendada de vuestra belleza y de vuestros encantos que, desde entonces, solo piensa en convertirse en vuestra esposa; y, si no fuera posible, antes se ve en un convento que casada con otro hombre. De modo que la pobre chica está sufriendo la más cruel de las pasiones imaginables. Pues es de natural vergonzosa y temerosa de Dios y de sus padres, por ello, en sus adentros, calma su desasosiego sin atreverse a mostrar la más mínima señal de lo que siente por vos.

EUSTAQUIO
Verdaderamente, si creyera que me ama, aunque fuera solo un poco, mis sentimientos por ella se enardecerían con desmesura.

FRANCISCA
¿Me creéis tan mezquina como para querer mentiros, y más hoy que celebramos nuestra fiesta?

EUSTAQUIO
Vuestra honestidad es la razón por la que confiaré más en vuestra boca que en mis ojos.

FRANCISCA
Señor, hacéis bien amando a Genoveva, pues aparte de que ella únicamente os ama a vos, os lleva siempre en su corazón y, sólo, tiene ojos para vos, posee muchas virtudes que la hacen tan digna de ser amada como cualquier otra joven en Francia. Ella es muy católica, rica y buena ama de casa. Habla bien, escribe como un ángel. Toca el laúd, la espineta, tiene talento para el canto y sabe danzar y bailar con tanta destreza como cualquier joven parisina. En asuntos de lencería, encajes y bordados, no tiene rival; y en cuanto a afanarse en tapicerías, ya sea con la estameña, el bordado o la gasa, me gustaría que hubieseis visto lo que yo. Y, además de todo eso, es una de las jóvenes más bellas del vecindario. Y creedlo, su belleza no es de las que se encierra en una caja y se utilizan por la mañana al levantarse. Su belleza es natural, y estoy segura de que, su rostro, sus dientes y sus manos, solo conocen el agua clara del pozo de su casa.

EUSTAQUIO
Confío en todo lo que me decís. Os digo más, esa belleza natural, de la que ella no hace ostentación, me embelesa mucho más que la de esas grandes damas tan emperifolladas, compuestas, perfectas y peripuestas con sus bucles, que no hacen otra cosa en el día que sujetar sus espejos, para ver si están bien peinadas, o si hay un solo cabello fuera de lugar, y a todas horas tienen la mano en su cabeza o en el cuello de sus vestidos. Sobre todo, una mujer maquillada me disgusta, aunque fuese tan bella como HelenaNXNota del traductor

Helena, la esposa de Menelao y causa de la guerra de Troya.

, mas, por nada del mundo, la besaría, particularmente, porque sé que el arrebol de sus mejillas no es otra cosa que veneno. Recuerdo que una vez seduje a una mujer que solía bruñir a la que, por delicadeza, osé besarle la frente y la mejilla: os juro por Dios, que mis labios se hincharon tan súbitamente que pensé haberme envenenado.

FRANCISCA
No es extraño, pues, que esos rostros pálidos, de mejillas rosadas y que llevan una costra de polvos más espesa que la de las máscaras de Venecia, comiencen a perder el interés entre la gente de buen juicio, puesto que en el momento en que vivimos, los hombres jóvenes de dieciocho años saben más cosas que los viejos que había cuando yo iba a la escuela.

EUSTAQUIO
¿Pensáis que los jóvenes cortejan a las damas para descubrir el gusto del sublimado, el talco encalado, el albayalde de Venecia, el rojo de España, la clara de huevo, la cochinilla, el esmalte, los piñones, el azogue, la orina, el agua de viña, el agua de lis, el interior de las orejas, el alumbre, el alcanfor, el bórax, los polvos de Oriente, la raíz de orcaneta y otras tantas drogas con las que se embadurnan y recubren el rostro, a pesar del perjuicio que supone para su salud? Sobre todo, porque, antes de que ellas alcancen la edad de treinta y cinco años, todo ello las deja arrugadas, como los cordobanes, o más bien, como unas viejas botas mal engrasadas; además, les hace perder los dientes y vuelve su aliento maloliente cual agujero fétido. Creed que cuando pienso en tales porquerías, poco me falta para vomitar.

FRANCISCA
¡Por San Juan, sois más sabio de lo que pensaba! Pero no debéis temer que Genoveva use todos esos artificios.

EUSTAQUIO
Pensaría estar cometiendo un grave pecado, con sólo sospecharlo.

FRANCISCA
Os aseguro que, si os gusta ahora, antes de que pase un mes os agradará más.

EUSTAQUIO
¿Queréis decir, como así lo creo entender, que una vez que ella haya conocido varón?

FRANCISCA
Con todo mi respeto, nada tiene que ver con eso.

EUSTAQUIO
¿A qué se debe entonces que no sea hoy tan bella como llegará a serlo algún día?

FRANCISCA
Os lo diré, a pesar de ser un secreto. Debéis saber que la pobre niña vive atormentada desde hace cerca de tres años, por un chancro que le ha salido en el pezón, sin que nadie lo sepa, salvo su madre y yo. Pero tenemos la esperanza de que se recupere antes de quince días.

EUSTAQUIO
Me apena, al mismo tiempo que me alegra saberlo. Por ello, os estoy sumamente agradecido.

FRANCISCA
Solo porque estoy segura de que la amáis y de que soportaréis pacientemente esta pequeña imperfección, que es insignificante, me he atrevido a decíroslo. Solo pensad en guardar el secreto, pues, si a alguien se lo decís, buscáis mi ruina.

EUSTAQUIO
No temáis.

FRANCISCA
¿Deseáis encomendarme alguna tarea?

EUSTAQUIO
Bien sabéis que me gustaría complaceros.

FRANCISCA
Adiós, pues, señor, y no os disgustéis, si os requiero pronto para que cumpláis vuestra promesa.

EUSTAQUIO
No tendréis que hacerlo, pues, antes de que llegue la noche de mañana, vuestra deuda con el casero estará saldada.

FRANCISCA
Os estoy muy agradecida, señor.

ESCENA III

EUSTAQUIO, solo

EUSTAQUIO
Ciertamente, me habría visto en un aprieto, de no haber sido por esta buena mujer, que, sin pretenderlo, me ha revelado un vicio de Genoveva que es suficiente para que se empañe el afecto que hasta ahora le tenía. De buena fe creo que este ha sido el motivo por el que se ha retrasado el matrimonio entre ella y Basilio, y ha sido la causa por la que, finalmente, no se ha celebrado. Ya no me resulta extraño que Genoveva nunca se abriera, por delante, el cuello de la camisa, como hacen las otras jóvenes, y que, a veces, se la viera tan triste y desconcertada; sin duda, debía ser por el dolor que todo esto le provocaba. Ahora bien, agradezco a Dios que me haya enviado hoy a esta buena mujer, como el ángel a Tobías, para mostrarme mi salvación. ¡Qué estúpido sería, si alguna vez diera el paso! Que mi padre me espere largamente en la casa de Luisa. Será en vano, pues no pienso poner allí un pie nunca. Muy al contrario, me voy a buscar compañía para distraerme, porque, aunque me haya propuesto poner fin a este asunto, cada vez que pienso en Genoveva, no puedo sino lamentarlo. Mas, ¿no es aquel que se acerca sumido en sus pensamientos y hablando para sus adentros, el capitán Rodomonte? Verdaderamente, me alegro de habérmelo tropezado.

ESCENA IV

RODOMONTE, EUSTAQUIO, GENTILLY, lacayo de Eustaquio

RODOMONTE
Hasta ahora, siempre había creído que todo lo que está escrito en Perceforest, en Amadís de Gaula, en Palmerín de Oliva, en Orlando furioso y en otras novelas, no era sino una invención para el deleite y que era totalmente imposible. No me entraba en la cabeza que el amor pudiera llevar a esos caballeros y paladines a hacer esas cosas tan extraordinarias. Y cuando leía la desesperación de Beltenebros, las pruebas de Florisel, los combates de Agesilán, las locuras de Orlando y otras parecidas, no podía creer que un solo desaire de sus damas, o un rapto de celos pudieran suscitar tal furia, llevar a unos a perder la cordura y a otros a arriesgarse a vivir aventuras extrañas en las que escapaban de acuciantes peligros, y todo ello con un final feliz. Pero ahora que yo mismo he sucumbido a la pasión que una belleza cruel puede desatar, ya no me extrañan las hazañas de estos antiguos héroes; y aún me parece que ellos se portaban con indolencia. Pues el amor que quema me haría emprender no solo la conquista una isla encantada, ni el matar a un Cavalión o un EndriagoNXNota del traductor

Referencias al Amadis de Gaula.

, sino asaltar un ejército de cien mil hombres, incluso me atrevería con las milicias del Turco, del SofíNXNota del traductor

El Sah (escrita también Sha) de Persia.

y del gran Kan de Tartaria, todas juntas.

EUSTAQUIO
Sería fácil atacarlas, aunque difícil vencerlas.

RODOMONTE
Oigo a alguien hablar aquí cerca. ¡Ah! Señor Eustaquio, ¿sois vos?, ¿cómo estáis? Parecéis triste. ¿Alguien os ha hecho mal? Decidme quién es y dejad que yo lo arregle, ¡pardiez! que estoy decidido a hacer volar su cabeza por encima de los hombros, aun cuando se tratara de un César o un Carlomagno.

EUSTAQUIO
Señor Rodomonte, perdonadme: nadie me ha hecho mal salvo mi propia voluntad, a la que no consigo hacer entrar en razón.

RODOMONTE
Me afligís si no me decís de qué se trata.

EUSTAQUIO
Perdonadme, os lo suplico, no puedo en este instante; en otro momento, tendremos ocasión de hablar de ello.

RODOMONTE
No quiere decirme qué le ocurre, pero lo sé tan bien como él. No os importunaré ahora con este tema. Os pido solo que me hagáis otro favor.

EUSTAQUIO
Lo haré si está a mi alcance.

RODOMONTE
He oído decir que fuisteis ayer a un baile de disfraces con Basilio. Sin embargo, no dijeron en compañía de quién estuvisteis.

EUSTAQUIO
¡Ojalá no hubiera asistido!

RODOMONTE
¿Qué decís de estío, con este tiempo tan gélido?

EUSTAQUIO
Nada, nada. Que allí estuve, digo.

RODOMONTE
Sin embargo, sois tan amable que me gustaría pediros que me prestaseis vuestras ropas, las que llevaba Basilio; las tendréis de vuelta antes de que pasen cuatro horas.

EUSTAQUIO
Acepto de buena gana, aunque antes tengo que enviar a alguien para que las traiga, pues Basilio aún no me las ha devuelto. Sin embargo, si queréis, haré que os den unas iguales a estas que mi primo René encargó para una boda, en la que estuvimos los dos.

RODOMONTE
Me alegraría mucho si fueran las vuestras, y por un motivo que os diré más tarde.

EUSTAQUIO
En ese caso, voy a enviar a mi lacayo a buscarlas. ¡Lacayo!

GENTILLY
¿Qué desea, señor?

EUSTAQUIO
Ve a casa del señor Basilio.

GENTILLY
Bien, señor, allá voy.

EUSTAQUIO
¡Quieres esperar! ¿Dónde vas tan rápido?

GENTILLY
A casa del señor Basilio.

EUSTAQUIO
Y bien, ¿qué le dirás?

GENTILLY
No sé.

EUSTAQUIO
Eso me parecía. Eres tan atolondrado que no puedes esperar a que te diga qué tienes que hacer. Dile que le ruego que me devuelva mis ropas, pues las necesito.

GENTILLY
Bien, señor.

EUSTAQUIO
Entremos en mi casa y, mientras esperamos su regreso, echaremos una manita a los dados; más tarde, cenaremos. Después de todo creo que mi padre irá a dar una vuelta fuera de la ciudad y no cenará aquí dentro.

RODOMONTE
Puesto que así lo queréis, acepto de buen grado.

ESCENA V

SALCHICHÓN, gorrón y rufián, EUSTAQUIO

SALCHICHÓN
¡Eh!, señor Eustaquio, ¿dónde van con tanta prisa?

EUSTAQUIO
¿Eres tú Salchichón? Discúlpame, no te había visto.

SALCHICHÓN
Señor, más de ocho días hace que esperaba veros. ¿Cómo os encontráis? Hace tiempo que no os he visto levantar una copa y, a fe mía, que ya no sé con qué mano lo hacéis.

EUSTAQUIO
Vente a comer con nosotros y lo sabrás. Además, te ofreceré el mejor mosto de Francia.

SALCHICHÓN
Iré gustosamente, pero temo dejar la gazuza en vuestra casa. Habéis visto mis proezas y con qué destreza manejo la espada a dos manos en la mesa, cuando me dan rienda suelta. Por ello, si queréis disfrutar del placer de verme engullir, haced que la mesa esté bien servida, que ni se vea el mantel y que no falte bebida. Creo que, a menudo, me habéis oído decir que me como un pavo o un marrano de treinta y cinco monedas, igual que parto una nuez.

EUSTAQUIO
Preocúpate solo de preparar tus dientes y uñas.

SALCHICHÓN
Ya veo que arrasaré con todos los manjares.

EUSTAQUIO
Podrás hacer lo que desees.

SALCHICHÓN
Esperad un instante. ¿Qué hora están dando?

EUSTAQUIO
Sólo serán las diez.

SALCHICHÓN
Trato hecho. Antes de que pase una hora, os traeré a la damisela más hermosa que hayáis visto este año.

EUSTAQUIO
Ya veo de qué se habláis. Nos quieres traer las sobras de un canónigo o un candil de convento, para halagarnos.

SALCHICHÓN
¡Dios bendito! No estáis hablando de una nadería.

EUSTAQUIO
Eso dicen todos los que son como tú.

SALCHICHÓN
Contentaos con saber que se trata de una vendedora de la calle Saint-Denis, que ha hecho creer a su marido que iba de peregrinación a Nuestra Señora de Liesse. Y en lugar de dirigirse allí, gentilmente se ha retirado a mi casa, para deleite de los amigos y pasar un buen rato durante esos días de vacaciones.

EUSTAQUIO
He aquí, sin duda, un placentero servicio del que yo no había oído aún hablar. Pero dime, ¿cómo es?

SALCHICHÓN
No quiero alabar mi mercancía y engatusaros con palabras. Verla no os costará nada.

EUSTAQUIO
Ve a buscarla y tráela aquí, pues creo que mi padre no llegará con hora de comer; y si nos sorprendiera, la ocultaríamos en mi gabinete.

SALCHICHÓN
Voy a ello. Mientras, encargaos de que vayan preparando el asado y de que no falte carne de ave.

ESCENA VI

EUSTAQUIO, RODOMONTE, GENTILLY

EUSTAQUIO
¿Visteis alguna vez más gentil compañero que ese venerable Salchichón?

RODOMONTE
A fe mía que no. Siempre dispuesto a comer y a pronunciar palabras licenciosas.

EUSTAQUIO
Solo el vino y los bocados exquisitos lo echan a perder y de no ser por esto, os prometo que sería el ingenuo más gentil que encontraríamos de aquí a Roma.

RODOMONTE
Ha llegado en el momento perfecto para libraros de vuestra melancolía.

EUSTAQUIO
Mi melancolía no era tan grande y aun cuando hubiera sido profunda, vuestra presencia me es tan grata que hubiera sucumbido a ella. Mas, me parece que veo a mi lacayo que vuelve.

RODOMONTE
El mismo. Temo que traiga malas noticias, pues no trae nada.

EUSTAQUIO
Gentilly, ¿has encontrado a Basilio?

GENTILLY
Sí, señor.

EUSTAQUIO
Y, bien, ¿qué te ha dicho?

GENTILLY
Me ha dicho así: que tengáis a bien disculparlo, si no puede devolveros vuestras ropas antes de que den las cuatro de la tarde.

RODOMONTE
Así me lo sospechaba.

GENTILLY
Y que vendría a contaros todo a esa hora y, así, él mismo, presentaros sus excusas.

EUSTAQUIO
No era necesario.

GENTILLY
Por el camino, me he tropezado con vuestro señor padre, que me ha dicho que regresaría a vuestra casa para el almuerzo y que iba a Charenton.

EUSTAQUIO
¿No te ha dicho nada más?

GENTILLY
No, señor, sino que estaba muy triste porque no ha podido hacer lo que pensaba.

EUSTAQUIO
Y yo, por el contrario, estoy bien contento. Señor Rodomonte, como veis que no podemos recuperar mis ropas, voy a enviar a buscar las de mi primo, que son iguales que las mías.

RODOMONTE
Con toda humildad, os lo suplico.

EUSTAQUIO
Gentilly, ve a la casa de mi primo René y dile que te ruego que me preste, durante una o dos horas, su jubón, sus calzas de satén encarnado y su abrigo de tafetán. Que te las dé de inmediato.

GENTILLY
Bien, señor,

EUSTAQUIO
Entremos mientras, pues veo acercarse una mujer embozada bajo su capa y creo saber quién es.

ESCENA VII

FRANCISCA, BASILIO

FRANCISCA
¿Dónde podré encontrar a Basilio? Daría lo que fuera por tropezármelo en el camino y contarle unas nuevas que lo van a complacer. Una vez que dejé a Eustaquio, estuve acechando hasta ver en qué momento Gerardo abandonaba la casa de Louisa, y tan pronto como lo vi salir de allí, me acerqué sigilosamente a la puerta, para escuchar lo que dentro decían. Oí que Louise reprendía a su hija, diciéndole entre otras cosas: “Y, bien, señora orgullosa, por todas las dificultades que habéis planteado y el tiempo que habéis dejado pasar, Eustaquio no será vuestro marido. ¡Id a buscar a alguien que se tome la molestia de encontraros otro! Habrá que dibujaros uno que os encaje.” Con estas palabras, pude comprender que todo se había terminado, lo que mucho me satisface. Y más satisfecha estaría aún si encontrara a Basilio, para hacerle partícipe de mi alegría. Pero es cierto lo que se dice de que cuando hablamos del rey de Roma, por la puerta asoma. Señor, ruego a Dios que os dé lo que deseáis.

BASILIO
¡Ah!, señora Francisca, si Dios quisiera concederme lo que deseo, sería más feliz que el mismo emperador.

FRANCISCA
Pues no dudéis más, lo tendréis. Pero señor, aún hay que mantener determinación y no abandonarse a la pasión, como hacéis. Si vuestra amada os viera, ¿qué diría? De buena fe que le presentáis la ocasión de veros como un hombre de poco coraje. ¡Vamos, alegraos! ¿No sabéis que cien escudos de melancolía no valen para saldar un real de deudas?

BASILIO
No me quejo de nada, a Dios gracias, pero no dejo de temer que lo que deseo no sea para mí.

FRANCISCA
Alejad vuestras dudas.

BASILIO
No puedo, si no tengo razones para ello.

FRANCISCA
¿Queréis mayores garantías que las palabras de Genoveva, que os he trasladado a través de Antonio?

BASILIO
No creo que me quiera engañar, pero recelo de su madre.

FRANCISCA
Si supieseis lo que yo sé, no diríais eso.

BASILIO
¡Eh! Señora Francisca, os ruego que no seáis cicatera con la información. No obstante, creo que os estéis burlando de mí.

FRANCISCA
¿Qué me estoy burlando? ¡Seguro! Dios no quiera.

BASILIO
No creeré otra cosa, hasta que sepa qué hay de nuevo.

FRANCISCA
De acuerdo. De buena gana os lo digo: tenéis que saber que he oído con mis propias orejas que se ha puesto fin a todo, al menos, por parte de Eustaquio.

BASILIO
No creo nada de lo que decís, si no me contáis cómo os habéis enterado de ello.

FRANCISCA
Bien veo que sois incrédulo hasta que no tenéis una prueba. Pero ¿no es suficiente con lo que os he dicho? Y, aun cuando no lo hubiera oído de la boca de la señora Luisa no hace más de una hora, creo que Eustaquio difícilmente querría continuar.

BASILIO
No afirméis eso pues sé que él la ama. Y también sé que su padre insiste en ello.

FRANCISCA
He aquí lo más importante: sois de la cofradía de Santo Tomás y nunca creéis las cosas si no las veis. Estad seguro de que Eustaquio la ha amado hasta este mismo instante, en que rehúye de ella como del veneno.

BASILIO
¿Cómo estáis tan segura?

FRANCISCA
No me gustaría ocultaros nada. Cuando os envié a Antonio, fui a oír la misa con la señora Luisa y, cuando el servicio hubo terminado, salimos de la iglesia juntas. Entonces, empezamos y le pregunté cómo se encontraba y si era verdad lo que yo había oído decir acerca del compromiso de su hija. Ella me respondió que no había nada de eso y que Genoveva era la responsable. No obstante, ella esperaba que el matrimonio pronto se celebrase.

BASILIO
Ese comienzo no me gusta mucho.

FRANCISCA
Escuchad hasta el final: mientras hablábamos de este asunto, llegaron Gerardo y su hijo Eustaquio y, una vez que nos hubieron saludado, Luisa entró en su casa con el padre.

BASILIO
Todavía no hay nada que me sea beneficioso.

FRANCISCA
Empezamos a hablar y, como una cosa lleva a otra, aproveché para decirle que sabía de buena tinta que Genoveva lo amaba. Y me respondió que eso era lo contrario de lo que él pensaba, pero que él bebía los vientos por ella. Cuando vi que estaba embriagado por la emoción, prediqué todas las bondades de la joven y le dije que hacía bien en poner sus ojos en ella. Tanto fue así que, claramente, a medida que la conversación continuaba, su corazón latía cada vez con más fuerza.

BASILIO
Señora Francisca, me habéis hundido. En lugar de echar agua sobre el fuego, lo habéis avivado con aceite.

FRANCISCA
Dejadme acabar: cuando vi que me escuchaba con toda su atención y que creía todo lo que le decía, empecé a hablar de otra manera y le dije que Genoveva era la chica más virtuosa de París y que como tal se portaba, ya que, aun cuando tenía un chancro que le cubría todo el pezón, lo llevaba con tal paciencia que nunca nadie se percataría de ello.

BASILIO
Con esa jugada, me habéis resucitado. Y bien, ¿cómo respondió a eso?

FRANCISCA
Al instante vi cómo cambiaba de color, quedarse mudo y encajarse el sombrero. Por estas señales, supe claramente que el amor empezaba a dejar paso al odio, ya que inmediatamente después de decirme adiós, en lugar de reunirse con su padre, tal y como este le pidió que hiciera, no se dignó a entrar en la casa de Luisa, donde lo estaban esperando.

BASILIO
¡Oh, señora Francisca, sois la mujer más habilidosa de Francia, si Eustaquio se ha creído ese cuento tan bien inventado!

FRANCISCA
Estad seguro de que para él es tan cierto como el Evangelio. Pero ¿habéis reflexionado acerca de la cita que os he acordado a través de Antonio?

BASILIO
Ya me guardaría de faltar a ella.

FRANCISCA
Ya está todo dicho. Retiraos pues, no vaya a ser que alguien os vea hablando conmigo.

BASILIO
¿Os apetecería venir a almorzar a mi casa?

FRANCISCA
Vayamos, estoy encantada.

BASILIO
Os pediré que me contéis nuevamente toda esta historia con la que tanto he disfrutado. Tenía la intención de pasar por la casa de Eustaquio, mas creo que estará disfrutando de la mesa en este instante. Más vale que lo deje para otra ocasión.


ACTO III

ESCENA I

TOMÁS, comerciante, TRES ALGUACILES

TOMÁS
Cierto es lo que se dice de que, por complacer, solemos recibir en pago algún sinsabor, y que por prestar a un moroso, hacemos de un amigo, un enemigo. Lo he probado por mí mismo, que no tenía mejor amigo que el capitán Rodomonte. Antes de que le hubiera fiado mi mercancía, acostumbraba a frecuentarme; a veces, incluso, venía a comer y beber a mi casa, y se pasaba gran parte del día en mi tienda conversando conmigo y con mi esposa. Pero desde hace un año, que hice que lo citaran para que reconociera una deuda que tenía conmigo y fue condenado por el preboste de París a pena de prisión en el plazo de 4 meses, si no la satisfacía, ya no somos ni mucho menos amigos, todo lo contrario, me amenaza con cortarme en pedazos y hacer pasar su caballo por encima de mi vientre. Pero no le tengo miedo, a Dios gracias, sobre todo porque lo conozco bien y sé que es más valentía que audacia y, también, porque en nuestra ciudad impera la justicia. Uno de mis criados me advirtió de que había entrado en la casa de Gerardo y que hablaba de cenar allí. Sería un necio si dejara pasar la ocasión de conseguir que pagase o, si no, enviarlo a prisión. Por ello, amigos míos, os hago esta recomendación: aguardad aquí aprovechando la oportunidad y no os quejéis, si debéis esperarlo hasta caída la noche, pues bien sabré agradecéroslo.

ALGUACIL
Señor, no se nos escapará, pero ¿cómo lo reconoceremos?

TOMÁS
Por sus grandes bigotes negros, atusados hacia arriba como los colmillos de un cochino y con una gran cicatriz en la mejilla izquierda. Además, tras él, veréis marchar un lacayo vestido de verde y mal calzado.

ALGUACIL
Con eso es suficiente. Retiraos.

TOMÁS
Prefiero esperar un poco y señalároslo cuando salga, no vaya a ser que os equivoquéis. Estoy oyendo abrir la puerta de Gerardo. Mirad quién sale. Tan pronto como vuelva la cabeza, abalanzaos sobre él. Mientras tanto, os voy a preparar la colación.

ESCENA II

RODOMONTE, NIVELET, TRES ALGUACILES

RODOMONTE
Adiós, señor Eustaquio. Me reuniré con vos de inmediato, si nada me lo impide; pero si no fuera así, no renunciéis al almuerzo. Me parece que debo acudir a una brecha, con el escudo en el brazo y el estoque empuñado. Y cuando pienso a dónde voy, me acuerdo de la toma de Issoire o de Mastrich. Si bien estoy seguro de que la plaza que voy a asaltar es de más difícil acceso e inexpugnable que los castillos de Milán, Corfú, de la Goleta o la ciudadela de Amberes. Mas el Amor, que me guía bajo su estandarte, me promete que seré dueño de la plaza sin gran derramamiento de sangre, siempre que conduzca mis tropas en silencio, mientras que los de dentro no sospechan que les preparo una emboscada y se preparan para entregarse a Basilio, al que le arrebataré una dulce victoria. He enviado a mi hombre a patrullar por las calles y con el informe que me haga mandaré a mi gente a la batalla y haré marchar a mis batallones. Helo ahí, vuelve. Creo que me trae buenas noticias.

NIVELET
Señor, ¡apresuraos! Acabo de ver a Luisa que asiste sola al sermón.

RODOMONTE
¿Estás seguro de que es ella?

NIVELET
¡No querréis enseñarme a distinguir lo que salta a los ojos! Menos palabrería. ¡Aligerad! Y cuando hayáis entrado, no olvidéis cerrar la puerta, para que cuando Basilio llegue, la encuentre cerrada.

RODOMONTE
Si viene, te aseguro que no se irá de rositas.

LOS ALGUACILES
¡Deteneos, señor, o estáis muerto!

RODOMONTE
¡Eh! Amigos míos, ¿qué queréis de mí? ¿Por qué me quitáis mis armas?

LOS ALGUACILES
Cumplimos el mandato del rey de haceros pagar los doscientos escudos que debéis al señor Tomás, que fue el que os hizo condenar, según consta en esta sentencia.

RODOMONTE
Amigos míos, os ruego que me dejéis partir para atender un asunto que el rey me ha encargado expresamente y después acudiré raudo a vuestra llamada y, además, porque no llevo esa cantidad encima.

LOS ALGUACILES
Eso no son más que palabras. Si no pagáis ahora mismo esa cantidad y sus costas detalladas en esta orden, os llevaremos a prisión por orden del rey.

NIVELET
¡Diantre!, más vale que salga huyendo, temo que estos alguaciles me lleven con mi señor a la cárcel.

RODOMONTE
¡Eh! Señores, ¿no tendréis misericordia de mí?

LOS ALGUACILES
Vamos, vamos, ¡dejad de parlotear! Todavía si tuviera intención de untarnos la mano, podríamos dejarlo escapar, pero al diablo, para el pago que nos da.

RODOMONTE
Si os complaciera acompañarme hasta mi casa, sabría contentaros.

LOS ALGUACILES
Eso no sería inteligente por nuestra parte.

RODOMONTE
Concededme al menos una hora, para que pueda cumplir la orden del rey.

LOS ALGUACILES
Habrase visto, ¡pardiez! Dudo que el rey se sirva de gente de vuestra calaña. No lo creo posible; ¡andad, si no queréis que os llevemos a empellones!

RODOMONTE
Amigos míos, ¡tened compasión de mí!

LOS ALGUACILES
No podemos. Ya nos habéis sermoneado bastante. Venga, vamos, llevémoslo de los brazos, como si fuera una recién casada.

RODOMONTE
¡Ah, Dios mío! ¡Cuán miserable soy! En lugar de ir a celebrar el compromiso con mi amada, me desposan con una prisión.

ESCENA III

BASILIO, solo

BASILIO
Por diez mil francos he tenido el placer de ver a ese fanfarrón inmovilizado, rodeado por esos alguaciles que, según creo, lo quieren enjaular para que cante. Dios mío, ¡qué dócil iba! ¡Qué cortés y amable parecía! Si no hubiese sido por su cicatriz, nunca hubiera pensado que fuera él, ni que un guerrero fanfarrón se dejara desarmar por tres vulgares alguaciles. Es verdad que, hoy, necesitaba mostrar su valentía para poder presentarse a tales nupcias. Mas a propósito de ello, ahora que lo pienso, iba vestido como yo. Apuesto a que sabía lo que me proponía y tenía la intención de cogerme la delantera. Así es, sin duda, y creo que Eustaquio había enviado a su lacayo para recuperar sus ropajes solo para prestárselos, pues fue él quien me hizo saber que comerían juntos. Sin embargo, he decidido aprovechar la ocasión perfecta, ya que la suerte me ha sido favorable al librarme de este obstáculo que, a decir verdad, no era insignificante. A ese bellaco le habría resultado muy fácil entrar antes que yo, si estos tres alguaciles, a quienes Dios conceda una buena y larga vida, no se lo hubieran impedido.

ESCENA IV

SALCHICHÓN, gorrón, ALIX, esposa de Tomás, BASILIO

SALCHICHÓN
Veréis a un hombre joven tan gallardo como cualquier otro que hayáis conocido.

ALIX
Dentro de poco veremos si lo que decís es verdad.

SALCHICHÓN
¡Vaya!, helo aquí, el que se tapa la cara por miedo a ser reconocido. Creo que venía delante de nosotros.

ALIX
Es cierto que es alto y con las piernas muy bien formadas.

SALCHICHÓN
Tiene algo aún mejor. Pero detengámoslo, pues parece que hace caso omiso. Señor Eustaquio, ¡aquí! ¿Soy o no un hombre de palabra? ¿Qué os parece? ¿No está la damisela para pecar una o dos veces?

BASILIO
¿Qué damisela? ¿Qué palabra? A fe mía que habláis como un loco, o me tomáis por uno.

SALCHICHÓN
¡Oh! ¡Oh! ¿Ya no os acordáis de que os prometí traer a esta dama a vuestra casa, mientras vuestro padre estaba ausente?

BASILIO
Amigo mío, creo que no sabes lo que dices. Vamos, vamos, sigue tu camino y déjame seguir el mío.

SALCHICHÓN
¿Pensáis que no os conozco, aunque vuestra voz y ropa sean distintas a las de esta mañana?

BASILIO
Eres un impertinente. ¡Mira! ¿Me conoces ahora?

SALCHICHÓN
Perdonadme, señor. El traje que lleváis me ha hecho errar.

BASILIO
Está bien, está bien, esto no me inquieta y quiero que sepas que Eustaquio es uno de mis mejores amigos. En cuanto a la bella damisela, me agrada que la traigas para que mitigue los muchos problemas que tiene en la cabeza. Por lo demás, dile que has encontrado a un hombre vestido con sus ropas que va a beber a su salud, de corazón, si se atreve a mantenerlo a raya bebiendo tanto como él. Me despido de ti, tengo algo que hacer en la siguiente puerta. Antonio, espérame en esta calleja.

ESCENA V

ALIX, SALCHICHÓN

ALIX
No actuáis bien al llevarme a casa de un hombre que no conocéis. ¿Qué sé yo si padece algún mal? De buena fe, nunca habría venido, si hubiera pensado que queríais hacerme esta jugarreta.

SALCHICHÓN
A fe de hombre de bien, que no ha sido mi culpa y cualquiera se habría equivocado como yo.

ALIX
Prestad atención para que no vuelva a ocurrir semejante error.

SALCHICHÓN
Pondré remedio, pues no volveré a hablar en toda mi vida a un hombre que vaya tapado hasta la nariz. En esta ocasión, no ha ocurrido nada, pero seré más cauto la próxima vez. Como se suele decir: el gato escaldado del agua fría huye. Henos aquí, cerca de su casa. Voy a llamar; pero la puerta está abierta; entremos, sin tanta ceremonia.

ESCENA VI

ANTONIO, solo

ANTONIO
Esta vez mi señor se verá recompensando por todo el esfuerzo y penas que ha padecido en esta conquista. Esta vez disfrutará del placer de tener entre sus brazos a esta cruel Genoveva que, hasta ahora, se ha mostrado tan indómita. Estoy seguro de que no será tan arisca como para no permitirle que la bese y que le deje hacer alguna otra cosa, aun cuando al principio parezca que se resiste. Pues una joven nunca admite de palabra lo que se deja hacer y le agrada que la obliguen. Si mi señor no sabe en esta ocasión aprovechar su suerte e insinuar gentilmente su aspiración, merece ser apartado de las armas y no combatir nunca más bajo la bandera del amor. ¡Oh! Antonio, si tú estuvieras en su lugar, o si tú tuvieras un motivo tan bello como este para desafiar a tu señor con la misma facilidad, ¿qué harías tú? ¿te contentarías con contarle cuentos para niños, preguntarle cómo se encuentra y besarla (como hacen los enamorados de cuaresma que no tocan la carne) sin consumar lo que más importa? Creo que no te harías de rogar para bailar el branle de uno dentro y dos fueraNXNota del traductor

Alusión al acto sexual.

. ¡Que sea un cornudo si no la hago mía y no hay ni excusa ni impedimento que valga! No, no, yo no dejaría la partida para mañana, pues quien así lo hace, la pierde. Y solo tendría que hacer comer satirión, culos de alcachofas, ostras con sus conchas, y trufasNXNota del traductor

Alimentos que se tenían por afrodisíacos.

, como he visto que hacía un viejo al que serví hace tiempo, el día que se casó con su tercera esposa. ¡Quiera Dios que Perrette acuda a la puerta! Había decidido ofrecerle mis servicios y todo lo demás, pero la astuta Genoveva la habrá mandado a hacer algo a cualquier sitio, para quedarse sola en su casa y estar más cómoda. ¡Dios mío!, ¿qué estoy viendo? ¡Pardiez!, estamos perdidos. He aquí a Luisa que vuelve de la iglesia. ¿Qué hago? ¿Aviso a mi señor? No puedo entrar en la casa sin que me vea, y menos salir. Se formará un buen embrollo cuando vea a mi señor con su hija en ese delicado estado. No sé qué hacer. ¡Se han dejado llevar por la pasión, que apechuguen!

ESCENA VII

LUISA, ANTONIO

LUISA
Nunca he visto un tiempo tan frío, si no fue quizás el año del gran invierno. Si helara lo bastante como para que las piedras se congelaran, no tendría ni la mitad de frío. Llevo puesto mi abrigo forrado y, también, una pelliza y dos sayas, una sobre otra, mas todo eso apenas me ha abrigado lo suficiente y he cogido frío en la iglesia, ya desde el inicio del sermón. Bien veo que hoy me perderé las vísperas, pero nos las diremos Genoveva y yo, cerquita del fuego, sobre todo porque creo que le aburre estar sola en la casa. En verdad me apenaría que esta hija mía enfermara, pues es la mejor hija del mundo, la más obediente que hay en París. Una vez que ha puesto orden en la casa, en lugar de leer los libros de Amadís, Ronsard y Desportes, durante todo el día, no hace otra cosa que rezar el oficio del breviario, rezar a Dios en su pequeño oratorio, de rodillas delante de un crucifijo y una imagen de Nuestra Señora de Piedad. Ruego a Dios que la quiera acoger bajo su santa protección y le dé un marido que la merezca. Pero ¿quién ha dejado la puerta abierta? ¡Virgen María! ¿Habrán entrado los ladrones en mi ausencia? Mucho me temo que se hayan llevado la vajilla de plata que estaba en el salón. No tengo más remedio: voy a comprobarlo.

ANTONIO
Estamos perdidos, pues está abajo en el salón donde mi señor está entretenido con su Genoveva. Yo le dije que fuese arriba. Ya no tiene forma de escapar. En un instante oiremos una buena algarabía, tan pronto como se descubra nuestro secreto. Mas, al mal tiempo, buena cara. En última instancia, mi señor solo tendrá que tomarla por esposa, que es todo lo que desea. Pues no creo que Luisa sea tan insensata como para hacer que la Corte del Parlamento falle declarando puta a su hija, como han hecho otros, de lo que después, con el paso del tiempo, se han arrepentido. Hela aquí que sale. Me voy a retirar allí, a la entrada de la casa de al lado, para oír lo que dice.

LUISA
¡Válgame Dios! ¿Qué han visto mis ojos? ¿Quién hubiera imaginado que Genoveva aceptara mancillar de esta manera su honor? Estoy tan sorprendida que no sé si estoy soñando o estoy despierta. Temía que los ladrones hubieran entrado en mi casa y para estar segura, antes de entrar, miré por el ojo de la cerradura de la puerta. Mas solo he visto un ladrón que robaba el honor de mi hija y el mío. ¡Oh, Eustaquio!, tenía otra opinión de ti y jamás habría pensado que quisieras hacerme una jugarreta tan vil. Eres tú, sin duda, y, aunque el sitio en el que está la cama verde, es bastante oscuro, he reconocido claramente tu traje encarnado, ese que llevas a menudo.

ANTONIO
Todo ha terminado bien, puesto que ha tomado a mi señor por Eustaquio. Si pudiera conseguir que saliera sin ser visto, que se las entiendan ellos dos.

LUISA
¡Genoveva! ¡Genoveva! No es así como tu padre, a quien Dios haya perdonado, y yo, te hemos enseñado. He sido la primera que se ha equivocado, pues viéndote tan devota y haciéndote la mojigata, por mi alma, que siempre temí que acabaras en un convento.

ANTONIO
Líbreme Dios de las aguas mansas.

LUISA
Mas ¿a quién pido consejo ante esta situación tan inesperada? ¿Hago llamar al comisario? Si la hago comparecer ante la justicia, todos se burlarán de mí, y, lo que es peor, seremos objeto de farsas y escarnio público. Si por otro lado casara a mi hija con él, no sería castigo suficiente para el ultraje que ha cometido para con nosotras. Mas ¿también debo permitirle que salga airoso, para que se vanaglorie de su gran obra maestra? No, no, los retendré encerrados en el salón, que he cerrado con doble vuelta de llave, a la espera de que, con la ayuda de mi familia y amigos, sepa qué debo hacer. Primero, voy a buscar a Gerardo para hacerle llegar las quejas sobre su hijo y, si no recibo una explicación y sobre todo un desagravio, amenazarlo con encerrar a su hijo en un calabozo desde el que no podrá ver ni el sol ni la luna durante mucho tiempo. Mas he aquí a su lacayo que lleva una botella. Voy a sonsacarlo, sin mudar el semblante, si Gerardo está en su casa.

ESCENA VIII

GENTILLY, LUISA

GENTILLY
Al diablo con ese tabernero torpe que me ha tenido esperando cerca de un cuarto de hora, antes de darme la botella. Temo que mi señor me reprenda por ello. Pero haré como las mujeres, seré el primero en gritar.

LUISA
Amigo mío, espera un poco, que quiero decirte algo.

GENTILLY
Vos diréis, señora. Decidme rápido, que llevo prisa.

LUISA
¿Está Gerardo en casa?

GENTILLY
No, solo está su hijo.

LUISA
Ved como ese pícaro está hecho para la chanza y con qué confianza miente. Mas dime, ¿dónde puedo encontrar a Gerardo?

GENTILLY
Ha ido a Charenton, y es posible que no regrese hoy. ¿Quiere alguna otra cosa de mí? Adiós.

LUISA
¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué dirá todo el mundo cuando sepa la falta que ha cometido mi hija? Estaremos deshonradas para siempre, si mi hermano no encuentra una solución para salvar el honor de la una y de la otra. Me voy a buscarlo y contarle lo sucedido y después actuaré según el consejo que me dé.

ESCENA IX

ANTONIO, PERRETTE, criada de Genoveva, BASILIO

ANTONIO
Si logramos sacar a mi señor de su prisión, aún tengo esperanzas de que todo acabe bien. Al menos, hay que hacer todo lo posible y, ya, para todo lo demás, tomaremos una decisión. Voy a ver si puedo entrar en la casa, mientras Luisa va a buscar a su hermano, que vive bastante lejos de aquí. Pero yo no sé cómo voy a poder entrar, puesto que la puerta está cerrada. Voy a llamar pase lo que pase. Toc, toc, toc.

PERRETTE
¿Quién llama a la puerta de esa forma tan violenta?

ANTONIO
¿Eres tú, Perrette? Creía que no estabas aquí. ¡Ábreme la puerta!

PERRETTE
Por San Juan que no lo haré, si tú no me aseguras primero que no me harás nada.

ANTONIO
¡Qué cojas las fiebres cuartanasNXNota del traductor

Paludismo o malaria.

! ¿Acaso acostumbro a hacerte mal?

PERRETTE
¿Qué sé yo?

ANTONIO
¡Inténtalo y así lo sabrás! Con mayor razón porque nunca engendré.

PERRETTE
De veras que tienes ganas de hablar, pero vuelve sin vacilación por donde has venido, porque no hay nada para ti aquí dentro. La limosna ya fue entregada esta mañana.

ANTONIO
¡Oh! ¡Oh! ¿Desde cuándo te has vuelto tan orgullosa que rechazas a tus siervos, ahora que tienes tan buena ocasión de poner en prácticas tus obras de misericordia y dar cobijo al desnudo?

PERRETTE
No puedo en este momento.

ANTONIO
¿Por qué? ¿Te ha entrado la fiebre roja que tienen todas las mujeres todos los meses?

PERRETTE
Mirad a este villano, ¡qué grosero es!

ANTONIO
Perrette, ábreme, hay una buena razón.

PERRETTE
Tú me quieres embaucar con tu parloteo. No haré nada de eso por el momento, puedes marcharte con tus enredos.

ANTONIO
Pórtate bien y ábreme. No te hagas más de rogar. No quiero hacer lo que tú crees, y que probablemente, tú querrías también.

PERRETTE
¡Claro, amigo mío, como eres tan buen hijo y tan sensato! Te conozco como si te hubiera parido.

ANTONIO
Siempre es lo mismo: si le decimos a un ladrón que vamos a oír misa, pensará de inmediato que es para robar el cáliz o los ornamentos del altar. Pero ya no nos queda tiempo que perder; ya hemos vacilado bastante. ¡Apresúrate a bajar y a abrirme la puerta, si quieres salvar tu vida y el honor de tu señora! Pues puedo asegurarte que la señora Luisa acaba de salir de aquí y ha visto por el agujero de la cerradura a mi señor jugando con Genoveva y apostando fuerte.

PERRETTE
¡Virgen de gracia! ¿Qué dices? Pero, ¿cómo ha podido entrar sin llamar?

ANTONIO
Mi señor había olvidado cerrar la puerta.

PERRETTE
¡Dios santo! ¡Padre y creador mío! ¿Me estás diciendo la verdad o me estás contando un cuento?

ANTONIO
Lo que oyes es tan cierto como el Evangelio. Y, si quieres comprobarlo, verás que los ha encerrado en el salón.

PERRETTE
Voy a asegurarme y, si dices la verdad, te dejaré entrar.

ANTONIO
Este diablo de sexo femenino no se cree las cosas, si no las toca con su mano.

PERRETTE
Antonio, amigo mío, estamos perdidos, si Dios no se apiada de nosotros. Y todo el mal recaerá sobre mí, sobre todo porque pensarán que yo he sido la alcahueta.

ANTONIO
¿No podríamos sacarlo del salón por la ventana que da al patio?

PERRETTE
Sí, se puede, pero, por la Virgen que estaba tan nerviosa que ya no caí en esa posibilidad.

ANTONIO
Entonces, ve rápidamente a sacar a mi señor por allí y di a Genoveva que no se muestre sorprendida por nada y que lo niegue todo. Dile también de mi parte que, antes de que pase una hora, confío en haberlo solucionado todo. Es cierto eso que dicen de que el amor es ciego, es decir que los que aman no saben lo que hacen y se exponen a ciertos riesgos que podrían evitar. Os lo ruego, ¿qué necesidad tenía mi señor de venir a ver a su amada de esta manera? ¿Y tomarla en la casa de su madre? Sí, era necesario llegar hasta aquí, porque estaba tan enamorado que, si no hubiera hallado manera de encontrar alivio a su tormento, como estaba al borde de la desesperación, hubiera estado dispuesto a todo, como se suele decir, por temor a que Eustaquio se le adelantara. Pero helo ahí que sale del sepulcro. ¡Alabado sea Dios! Espero que todo salga bien.

BASILIO
Antonio, amigo mío, he temido hoy más que nunca, no tanto por mí, cuanto por el amor de esta pobre joven, que me brinda una amistad tan grande.

ANTONIO
Señor, habéis escapado al peligro, no debéis volver a correr ese riesgo.

BASILIO
Pero no la quiero dejar así, no antes de saber cómo calmar a la madre.

ANTONIO
Os prometo, a fe de joven pobre, que me encargaré de todo, a condición de que me digáis la verdad acerca de lo que os pregunte: ¿habéis obtenido de ella lo que pretendíais?

BASILIO
Sin dejar nada olvidado, hemos tratado los puntos principales, y los más delicados, y estaba dispuesto a entrar en liza cuando oí que alguien hurgaba en la cerradura.

ANTONIO
Puede ser así. Sin embargo, difícilmente habríais llegado al final, si ella no hubiera prestado su consentimiento y no se hubiera ayudado de sus miembros. Pero, ¿habéis decidido seguir cortejándola?

BASILIO
Sería muy desdichado, si no lo hiciera. Y creo que toda el agua que pasa bajo el Puente de los Molineros no sería suficiente para borrar mi pecado, si traicionara un favor tan señalado.

ANTONIO
Lo que me ha llevado a haceros tales preguntas es que sé de muchas personas que no querrían por nada casarse con una mujer que hubiera disfrutado de ciertos placeres antes del matrimonio, más aún cuando ellas los hubieran deseado.

BASILIO
Esos merecen esposar una horca o una picota.

ANTONIO
Puesto que os mantenéis firmes en vuestra resolución, no debemos perder el tiempo con discursos en vano. Necesitamos ir enseguida a la casa de Eustaquio que tan amigo vuestro es y contarle cómo ha ocurrido todo.

BASILIO
¿Cuál es la razón? ¿Acaso no sabes que desde hace tiempo corteja a Genoveva, de la que querrá vengarse, si llega a enterarse de lo que ha pasado entre ella y yo?

ANTONIO
No, él no hará nada de eso, sé que es un hombre de muy buen fondo.

BASILIO
No me fiaría mucho.

ANTONIO
Os diré lo que me han contado: en este momento, tiene en su casa a una joven, que le ha llevado Salchichón. Si le permitís que se vista con vuestra ropa y la llevemos en vuestro lugar junto a Genoveva, sería una buena jugada que le permitiría a esta reconciliarse con su madre. Y, durante todo este tiempo, tendremos ocasión de averiguar qué es lo que debemos hacer. Al menos, así su honor estará a salvo.

BASILIO
Parece, con lo que dices, que podemos remediar lo ya ocurrido. No obstante, temo que Eustaquio no me lo ponga fácil.

ANTONIO
Sí lo hará, más aún cuando vea cuánto os importa este asunto. Vayamos presto a disfrazarla y a decirle lo que debe hacer y decir.

BASILIO
Vayamos, en nombre de Dios.


ACTO IV

ESCENA I

TOMÁS, BASILIO, ALIX, ANTONIO

TOMÁS
Es curioso que cuanto más creemos que estamos avanzando, más retrocedemos. Creía que esta vez iba a cobrar toda la deuda, pero me veo obligado a contentarme con la mitad. Pues cuando mis alguaciles llevaban a ese capitán al Châtelet, yo los seguía de lejos, por temor a que se dejasen sobornar y le permitieran escapar. Entonces, ha llegado un gentilhombre, amigo mío, que, habiendo reconocido a Rodomonte, me ha rogado que le evitase la prisión, prometiéndome que él mismo me pagaría en ese instante la mitad de la deuda, y me ha pedido que le aplazara la otra mitad. He aceptado por agradarlo y, también, porque temía que mi hombre, viéndose prisionero y sin manera de saldar su deuda, no me pagara y yo lo perdiera todo. Así que lo he dejado ir después de haber cogido mi dinero y de que se hayan obligado los dos solidariamente a pagarme en seis meses el resto de la deuda. De ese modo, creo que no voy a perder nada, sobre todo porque mi nuevo deudor es un hombre rico y tengo con qué cobrarme. Y, a fe mía, si nunca recibiera otra cosa, aun así, debo contentarme, porque esta deuda es por una mercancía vendida a pérdida que le hice comprar por el doble de su valor. Pero, ¿quiénes son estos que vienen hacia mí? Creo que conozco a dos de vista y el tercero, que va vestido de color encarnado y se cubre el rostro, no sé quién es. A decir verdad, cuanto más observo sus formas más me parecen las de una mujer y no las de un hombre. Creo que se trata de una astuta mujer disfrazada que le va a poner bien los cuernos a algún pobre marido. ¡Ay, Dios! ¡Cuán desafortunado es el hombre que se casa con una de esas perras y malas mujeres! En cuanto a mí, doy gracias a Dios de que me haya dado una de las más virtuosas mujeres que podamos encontrar de aquí a Nuestra Señora de Liesse, que es a donde ha ido en peregrinación, sin que el invierno ni el tiempo hayan podido con su ferviente devoción.

BASILIO
Sigamos, señora, y no tema nada. Por mi honor que nunca os reconocerá. Llevad cuidado solo de cubriros bien el rostro con el cuello de vuestro abrigo.

ALIX
Señor, ¡estoy perdida si me mira a los ojos!

BASILIO
Si hace amago de tocaros, aunque solo sea un poco, estad segura de que no llegará su falta muy lejos.

TOMÁS
Me parece que a estos señores no les agrada que los mire; por ello, más vale que regrese a casa para ver si mis escudos son de peso legal.

BASILIO
Por fin, se ha ido. Tenemos que terminar nuestra empresa. Sabed que mi salvación está ahora en vuestras manos, y la recobraré de inmediato si sois diestra al interpretar vuestro papel.

ALIX
Dejadme actuar, y veréis que no soy una novicia.

BASILIO
Antonio, corre, adelántate, haz que abran la puerta, para que la señora Alix no tenga que esperar.

ANTONIO
Bien, señor, voy.

BASILIO
Creo que recordáis bien lo que hemos dicho y que no es necesario refrescaros la memoria acerca de lo que tenéis que decir a la madre y a la hija.

ALIX
Difícil será que me equivoque.

BASILIO
Os encomiendo encarecidamente este encargo. He ahí la sirvienta que ha abierto la puerta. Entrad rápido, para que nadie pueda veros. Antonio, ve a buscar a la señora Francisca a su casa y vuelve para decirme si está allí, pues me gustaría hablar con ella. Te estaré esperando sin moverme de casa. Mas no te entretengas ni te pares por el camino.

ANTONIO
Enseguida estaré de vuelta.

ESCENA II

EUSTAQUIO, RODOMONTE

EUSTAQUIO
Me entristece que el señor Basilio no me confesara antes el afecto mutuo que Genoveva y él se tenían. Me habría guardado de entrometerme y, de corazón, le hubiera dejado el puesto, por el interés al que puedo aspirar. Ciertamente que merece buena fortuna, puesto que no hay, en París, ninguna dama que no se sintiera afortunada al ser cortejada por un hombre tan galante, por las buenas y grandes cualidades que lo distinguen. Mas si lo pensamos bien, no podía fijarse en nadie mejor que Genoveva, puesto que es cierto que el amor que ella le prodiga es tan desmesurado que no ha dudado en comprometer su honor para mostrarle cuanto bien le deseaba. Mas ¿aquel que viene tan enardecido no es Rodomonte? ¿Sería lo bastante hombre como para llevar su mano a la espada contra alguien? Voy a preguntarle. Señor Rodomonte, Dios os guarde de todo mal.

RODOMONTE
¡Ah, señor Eustaquio, perdonadme! Estaba tan furioso que no os había visto.

EUSTAQUIO
¿Cómo? ¿Alguien os ha ofendido?

RODOMONTE
No, apenas, sino que tres astutos granujas, armados hasta el cuello, me han asaltado; y, creyéndome vencido fácilmente, más que nada porque iba solo, tan pronto como me han visto se han puesto a gritar: “¡Coge la espada, cobarde!”. Entonces, viendo que no había más de tres, ni me he molestado en volverme, aunque ellos estuvieran mejor armados. Pero poniendo la mano con arrojo en mi flambergaNXNota del traductor

Como bien explica Charles Mazouer en su edición de la obra (Odet de Turnèbe: Les Contens. Comédie nouvelle en prose française. Texte établi, présenté et annoté par Charles Mazouer, Paris: Honoré Champion, 2020): “Flamberge c’est le nomme donné quelquefois à l’épée de Roland (neveu de Charlemagne) et principalement à Renaud de Montauban (l’un des quatre fils d’Aymond de Dordogne, dont deux frères se révoltèrent contre Charlemagne) dans les chansons de geste. Aux XVIIe et XVIIIe siècles, flamberge est un nom commun qui désigne une longue épée de duel très légère”, p. 165.

, les he dado la bienvenida de tal manera que de una estocada asestada en la panza del primero, se ha caído de bruces en el arroyo y no ha sufrido ningún daño más, gracias a la coraza que llevaba que, si no, hubiera perdido el conocimiento. A los otros dos, con dos reveses y dos golpes diestros, les he cortado las corvas derechas y abatido de un golpe en el hombro izquierdo.

EUSTAQUIO
Un trabajo magistral. No es posible, con tan pocos movimientos, hacer más destrozo.

RODOMONTE
Decís bien. Aunque puedo aseguraros que, en la batalla de Moncontour, de un único movimiento horizontal, corté a dos hombres por la cintura; cierto es que solo llevaban unas cotas de malla. Y, de esta manera, creo haber dado muerte a más de cuarenta hombres en la batalla de Jarnac con menos de quince estocadas ¡Ojalá que hubieseis estado conmigo en la batalla de Lepanto! Me hubieseis visto segar las cabezas de cuatro turcos con un solo golpe de espada.

EUSTAQUIO
No parece muy verosímil, mas por complaceros, lo creeré; pues me gustaría ir más lejos por vos.

RODOMONTE
Es cierto que aquellos que nunca han salido de la ciudad, como vos, y que nunca han presenciado una batalla campal, de veras que no pueden creer que estas historias sean reales; pero no encontraréis un solo cabo, alguacil, oficial de infantería, soldado, ni siquiera un lacayo, que no os confirme que esto es lo menos que sé hacer. Os voy a hacer una pregunta: ¿por qué creéis que me paso casi todo el día en las armerías?  

EUSTAQUIO
Si no es para comprar algún corselete o yelmo, no sé.  

RODOMONTE
¡Ah! Os lo quiero contar: cuando un capitán quiere comprar un peto o una rodela, me pide que lo acompañe para probarlos y comprobar así que están bien templadas, lo suficiente como para resistir un puñetazo descargado con todas mis fuerzas y tino; de este modo, él las compra estando bien seguro de que no hay mosquete que pueda clavarse en ellas.

EUSTAQUIO
Lo que me contáis es una maravilla. Ahora, compruebo cuán nuevo es, para mí, esto de las armas; pues no había aún oído hablar de tales proezas y no las creería fácilmente, si cualquier otro me las contara. ¡Dios me perdone!

RODOMONTE
No soy un hombre que guste de vanagloriarse, pero si mi ropera pudiera hablar, diría cosas que os harían persignaros. Sólamente, os puedo decir, sin jactancia, que gracias a mi brazo hay más bajas en una batalla de las que haría una culebrina de diecisiete pies.

EUSTAQUIO
Vuestra espada debe tener un magnífico temple.

RODOMONTE
Podéis tenerlo por seguro. Pero cuando sepáis de dónde viene, no os extrañaréis, ya que ha sido forjada en Damas, por el mismo herrero que forjó Durandal y Flamberga. Por eso la llamo así, aun cuando su nombre debiera ser Derramasangre, tal y como un experto me dijo haberlo encontrado escrito en el puño con letras griegas, que jamás he sabido leer, ni ninguno de los que son como yo, pues nunca un hombre de mi clase tuvo el corazón tan vil como para darse a las letras.

EUSTAQUIO
¡Muy bien! ¡Muy bien! Os desviáis de vuestro discurso. He visto caballeros, unos bravos y otros valerosos, de los que podríamos afirmar que se afanaban hojeando libros, para aprender en ellos la virtud. Mas terminad vuestro relato.

RODOMONTE
Ese gran sabio del que os hablaba, también me dijo que, sobre la hoja, estaban escritas las siguientes palabras: Esta espada ha sido forjada para el sultán de Babilonia. Y, en lo que a mí respecta, creo que es cierto, puesto que la conquisté en el Sanjacado de Alejandría, que derroté por mar entre Chipre y Damieta, cuando liberé a más de dos mil cristianos, a los que él había hecho galeotes, y conduje a Venecia las galeras que aún podéis ver en el Astillero, pues por entonces estaba a sueldo de los venecianos.

EUSTAQUIO
He aprendido hoy más de lo que pensaba. Mas, me apena que una hoja tan especial haya caído en vuestras manos.

RODOMONTE
¿Por qué?, muera Dios. ¿Alguien la merece más que yo?

EUSTAQUIO
No lo digo por eso, mas debería pertenecer a algún rey, para que la tuviera a buen recaudo en un gabinete y no la emplease a diario como hacéis vos.

RODOMONTE
No, no, yo no la desenfundo tan a menudo como pensáis. Pues si tengo que vérmelas con algún menguado, o con quien no sea gentilhombre, me contento con sacudirle a empellones, y os digo más, que mi espada aún no ha conocido la sangre de cobarde.

EUSTAQUIO
Sin jurar, os creo, mas no mañana.

RODOMONTE
¿Qué decís de mano?

EUSTAQUIO
Digo que bien deberían temer la vuestra.

RODOMONTE
Por Dios, bien puedo afirmar que soy más temido que querido, salvo para los médicos, barberos y cirujanos, a los que les proporciono con quien practicar.

EUSTAQUIO
Dejemos, os lo ruego, esos bellos relatos para una próxima ocasión; pues, aunque sean alegres, no son adecuados para cualquier momento, y porque me parece que veo a mi padre que ya vuelve. Preferiría que me encontrase en casa. Adiós, señor Rodomonte.

RODOMONTE
Adiós, señor Eustaquio. Nos volveremos a ver, cuando os complazca. No obstante, pedidme cualquier cosa y estad seguro de que os prestaría el servicio de tan buen grado como con el que salía del colegio.

EUSTAQUIO
Os estoy muy agradecido. Y devolvedme las ropas de mi pariente cuando hayáis terminado con ellas.

ESCENA III

RODOMONTE, GERARDO

RODOMONTE
El amor es una extraña pasión; porque, con toda la desdicha que hoy sufrido, y aún no dejo de pensar en la belleza de Genoveva y en la oportunidad tan propicia que ese cobarde mercachifle me ha hecho perder. Pero al mal tiempo, buena cara; no voy a desesperar ahora por eso. Y, si encuentro la puerta abierta, no voy a desaprovechar la ocasión, aun a riesgo de mi vida y de mi honor, que valoro mucho más. ¡Ah! ¡Dios mío! Me parece que Basilio se me ha adelantado, puesto la puerta está cerrada. Creo que, si me quedo aquí más tiempo, solo me cubriré de vergüenza y cogeré frío.

GERARDO
Pensaba dar un paseo hasta Charenton, mas, el camino estaba tan malo que he tardado mucho en llegar a la Râpée y me ha pillado el aguacero. Por esa razón, he decidido dar la vuelta y dejar el paseo para otro día. Mas ¿no es ese mi hijo? Eustaquio, ¿dónde vas a estas horas? 

RODOMONTE
Buen hombre, seguid vuestro camino. Me habéis confundido con otro. Colocaos un poco mejor vuestros anteojos la próxima vez.   

GERARDO
¿Acaso crees que, por esconder tu cara, no te conozco?

RODOMONTE
¡Ah! Señor Gerardo, me tomáis por uno de los mejores amigos de vuestro hijo. Mirad bien, soy Rodomonte.

GERARDO
Tenéis razón; perdonadme si os he molestado. El traje que lleváis ha hecho que me confunda, sin duda.

RODOMONTE
Allí donde no hay ofensa, no es necesario el perdón. Adiós, señor Gerardo.

ESCENA IV

GERARDO, LUISA, ALFONSO

GERARDO
¡Qué extraño es este tiempo de ahora! Para un mes de enero, es extraordinariamente desapacible, cuando la lluvia y las heladas deberían caer en el momento oportuno. Si este tiempo continúa, mucho me temo que, en primavera, la peste se agrave. Por mi alma que esto sería muy de lamentar, sobre todo por la infinidad de los pobres artesanos que no tendrán cómo ganarse la vida, si los más ricos abandonan la ciudad, como ya hicieron el año pasado. Mas ¿no es aquella mi comadre Luisa y su hermano Alfonso? Me parece que está muy alterada. Imagino que se debe a que no hemos podido cerrar nada. No obstante, no quiero dejar de saludarla. Buenas vísperas, comadre. ¿A dónde vais a estas horas?

LUISA
Me alegra haberos encontrado, pues necesito hablar con vos sin falta.

GERARDO
¿Cómo? ¿Os he injuriado de alguna manera? No lo creo. Y, si no hemos llegado a un acuerdo, bien sabéis a quién se debe. Mas no me gustaría que dejásemos de ser amigos, como lo hemos sido hasta ahora.

LUISA
No es posible que no estéis al tanto del miserable acto que vuestro hijo ha llevado a cabo. Y os prometo que, si no os avenís a razones, o me dejo todo mi patrimonio, o le haré cortar la cabeza en el cadalso.

GERARDO
Comadre, no me digáis eso. Mi hijo es un hombre de bien y, a quien se atreviera a decir lo contrario, lo acusaría de mentir descaradamente.

LUISA
¿Cómo? ¿Mancillar el honor de mi hija es comportarse como un hombre de bien?

GERARDO
¿Quién dice eso?

LUISA
Yo, que lo he visto con mis propios ojos.

GERARDO
Debéis tener una vista borrosa. Eustaquio viene de una muy buena casa como para haber cometido un pecado tan execrable.

LUISA
Para que no dudéis más, os quiero hacer saber que lo he sorprendido con mi hija, y lo he encerrado en mi salón, de donde os aseguro que no saldrá tan fácilmente sin decirme adiós.

ALFONSO
Hermana, hermana, no os alborotéis. Puesto que Gerardo no os cree y anda con amenazas, tendremos que enseñarle a ser razonable. La justicia en esta ciudad se aplica bien, a Dios gracias, y contamos con parientes y amigos que abrazarán nuestra causa y no nos dejarán caer.

GERARDO
No creo que mi hijo se haya desmandado tanto. Y, si hubiera cometido dicha falta, se redimiría casándose con ella.

LUISA
¿Qué decís? ¿Pensáis, acaso, que tengo en tan poca valía mi honor? El asunto me ha afectado profundamente. ¡Venir en plena tarde a pervertir a mi hija y embelesarla, por decirlo de alguna manera! ¿Y pensáis que basta con esposarla? ¡Por amor de Dios! No será cierto.

GERARDO
No creo que Eustaquio sea tan ruin como para habérselas con ella, sin que primero le haya prometido matrimonio.

LUISA
Bien pudiera ser así; mas no hay matrimonio que una cuerda no deshaga.

GERARDO
Eso es bien cierto entre gentes bárbaras y quienes quieran emplear todo el rigor posible. Mas, entre cristianos, esta regla no puede darse, más aún cuando está escrito que no hay hombre que pueda separar lo que Dios ha unido. Además, me parece que, aun cuando llevéis a mi hijo ante la justicia, poco ganaréis con ello, porque nadie creerá que estabais totalmente sola y, además, vuestra hija no será tan descarada, como algunas otras lo han sido, como para decir que ha sido desflorada. Eso no sería bueno, ni honesto y me afligiría mucho, tanto por vos como por mí, que tuviésemos que llegar hasta ese extremo. Por ello, me parece que haríais bien aceptando mi ofrecimiento, que es el de que mi hijo espose a vuestra hija aceptando las condiciones que me propusisteis, que, aunque sean un poco duras, me alegra que las cumpla como castigo por su locura, si es que la ha cometido.

ALFONSO
Hermana, creo que Gerardo empieza a mostrarse razonable. Solo hay que ponerle fin a esto.

LUISA
Mas, hermano, ¿cómo podría soportar que Eustaquio fuera mi yerno después de haber deshonrado así mi casa? ¿Sería tan estúpida de entregar mi propia sangre a mi mortal enemigo? No lo haré jamás.

GERARDO
Señora, cuando se os haya pasado la rabia que tenéis, estoy bien seguro de que encontraréis mi ofrecimiento más que razonable. No obstante, obrad como os plazca. Si estáis decidida a llevarnos a juicio, yo, también estoy preparado para defenderme. Mas os ruego que penséis dos veces lo que queréis hacer.

LUISA
No os preocupéis por mí; no actuaré sin consejo. Mas tengo la intención de no dejar tal ultraje impune, me cueste lo que me cueste. Hermano, vayamos a buscar a ese famoso abogado, el señor Bartolo, que vive aquí al lado, para pedirle consejo.

ALFONSO
Id vos delante, enseguida voy. Señor Gerardo, no os atormentéis, os lo suplico. Yo espero que de esta falta salga una buena alianza; si no, perderé mi credibilidad. No debéis que tener cuidado con mi hermana, solo es una mujer encolerizada.

GERARDO
Me desagrada que mi hijo se haya desmandado tanto, mas, puesto que ha hecho una locura, que asuma las consecuencias. No puedo deciros otra cosa, sino que, humildemente, os ruego que hagáis todo lo posible para que espose a Genoveva, al precio que sea, y que no sea llevado a prisión.

ALFONSO
Descuidad, me emplearé tan a fondo como si de mí se tratase, puesto que veo que sois un hombre razonable. Adiós.

ESCENA V

GERARDO, EUSTAQUIO

GERARDO
¡Ay, Dios mío, qué afortunados son los que nunca han sentido sobre su cuello el pesado yugo del matrimonio! ¡Y, también, aquellos que, habiendo estado casados, pronto han recuperado su libertad, sobrevenida la muerte de sus esposas! O quienes (si por desventura sus mujeres vivieran una larga vida) no han tenido hijo alguno, o, si lo tuvieron, lo han perdido en su más tierna edad, antes de que hallaran la manera de atormentar a sus padres con sus locuras y desenfreno. Si la muerte me hubiera arrebatado a mi Eustaquio en la cuna, no estaría ahora sufriendo por él y no temería verlo encarcelado por seducir a una joven. ¿Aquel al que he criado y cuidado con tanto esmero habrá de servir de ejemplo a todo un pueblo siendo ajusticiado en mitad de la plaza? Dios mío, antes de que mi hijo sirva de comida para los cuervos o se vea condenado a galeras, te ruego que, cuanto antes, me lleves de este mundo. Mas ¿por qué pierdo el ánimo así? ¿Debo creer las palabras del primero que, seguramente, ha inventado esta fábula por despecho por no haber aceptado sus irracionales condiciones? En verdad que sufrir antes de tiempo no es una forma sabia de comportarse. De camino hacia mi casa, pasearé con calma y así podré saber por los vecinos en qué se ha convertido Eustaquio. La puerta está cerrada: ¡toc, toc!.

EUSTAQUIO
¿Quién llama?

GERARDO
Me parece que oigo su voz. ¡Toc, toc!

EUSTAQUIO
¿Quién diablos llama así?

GERARDO
Es él, sin duda. ¡Alabado sea el Señor! Habrá encontrado la manera de escapar. Eustaquio, ¡ábreme!

EUSTAQUIO
¡Ah, padre! No creía que fueseis a volver tan pronto. ¿Habéis cenado? ¿No entráis?

GERARDO
Espera, que quiero decirte dos cosas antes de entrar, mientras que no pase nadie. Eustaquio, Eustaquio, jamás hubiera creído que fueras tan frívolo y descarado como para cometer una falta tan grave. No es así como te he educado.

EUSTAQUIO
¿Cómo decís, padre? ¿Algún envidioso os ha contado alguna mentira, para hacerme caer en desgracia con vos?

GERARDO
No ganas nada negándomelo. Sé todo lo que ha pasado.

EUSTAQUIO
¡Dios mío! Temo que algún vecino haya visto entrar aquí a la mujer de Tomás.

GERARDO
Vas a acabar conmigo, si no me confiesas lo que no puedes negar.

EUSTAQUIO
Padre, os suplico humildemente que me perdonéis. La juventud y el amor me han cegado de tal manera que no me he podido sustraer a ese pecado.

GERARDO
Mas ¿no temías el peligro al que te exponías?

EUSTAQUIO
¿Qué peligro? Que yo sepa no había ninguno.

GERARDO
Eustaquio, Eustaquio, aún eres muy joven. Entonces, ¿no crees que haya mal alguno en seducir a una joven de buena familia, incluso en la propia casa de su madre?

EUSTAQUIO
¿Quién os ha contado eso? Nunca tuve esa intención.

GERARDO
Y, por el amor de Dios, que, si lo hubieras meditado bien, ciertamente, no te habrías atrevido a hacerlo. Pues si nos detenemos a considerar las consecuencias de tus actos, lo que has hecho basta para arruinarte la vida, si Dios no lo impide.

EUSTAQUIO
Os ruego que me creáis, no es una mujer pública que haga de esto su oficio y comercie con su cuerpo. Por ello no debéis temer que me haya buscado mal alguno.

GERARDO
Lo sé muy bien, por el amor de Dios. Pero más te hubiera valido contraer la sífilis o quedarte sin pelo, antes que ir a parar a tal lugar, pues por menos de cincuenta ecus podríamos haberte curado. Mas, siendo rigurosos, ni todo mi patrimonio bastará para salvarte la vida, si su madre no muestra piedad y consiente en que te cases con ella.

EUSTAQUIO
¿Qué decís? ¡Si ella ya está casada!

GERARDO
¿Genoveva está casada? ¿Con quién?

EUSTAQUIO
No estoy hablando de ella.

GERARDO
¿Cómo que no? ¿Has cometido una segunda falta? ¡Ay, Dios mío, pero a quién he criado! Y yo que solo lo culpaba de ser lascivo, él me confiesa, además, un delito de adulterio.

EUSTAQUIO
Padre, os ruego que me perdonéis por la falta que he cometido y que no os enfurezcáis conmigo; os aseguro que no volveré a caer tan fácilmente en semejante error, ya que veo que os resulta tan desagradable.

GERARDO
Eustaquio, he soportado demasiadas veces tus locuras de juventud. Si hubiera sido tan duro y severo contigo como son los demás padres, caminarías más rectamente de lo que lo haces por el sendero del temor de Dios. Mucho me temo que Dios me castigue por haber sido tan blando y fácil.

EUSTAQUIO
No lamentéis, os lo ruego, el haber hecho bien a quien nunca más volverá a ser un hijo ingrato.

GERARDO
No, no lo lamento. Mas, me disgusta que mi bondad haya sido la causa de las dos faltas que has cometido hoy, y por las que deberás abandonar el país.

EUSTAQUIO
No creo haber hecho más que recibir en nuestra casa, en vuestra ausencia, a una mujer que Salchichón me ha traído.

GERARDO
¿Qué ganas con negar la verdad? ¿Acaso crees que no sé bien que has ido a ver a Genoveva mientras que su madre escuchaba el sermón?

EUSTAQUIO
Ahora os comprendo; mas, ¿quién os ha contado esa historia?

GERARDO
La propia Luisa, que ha jurado al Altísimo que hará que te arrepientas, y de nada me ha servido decirle que te casarías con ella.

EUSTAQUIO
¿Yo? ¿Casarme con ella? Ya me guardaría, puesto que otro la ha disfrutado antes. Que se vaya a buscar yerno a otro sitio.

GERARDO
Madre mía, ¿qué estoy oyendo?

EUSTAQUIO
No quiero esconderos nada. Tenéis que saber que a quien Luisa ha visto con su hija, vestido con un traje encarnado, no era otro que Basilio, que ha encontrado la manera de salir de allí por la ventana de la habitación y ha venido a refugiarse aquí dentro. Una vez que me ha contado con todo detalle el amor que Genoveva sentía por él, y cómo había conseguido quedarse a solas con ella, me ha pedido que le preste la dama que Salchichón me había traído, a lo que no me he negado. La ha vestido con las mismas ropas que él llevaba y la ha llevado a casa de Genoveva para que ocupe su lugar.

GERARDO
¡Menudo cuento! En verdad, no me gustaría verme mezclado en esta historia y alegra saber que tú no tienes nada que ver en esta farsa. Mas ¿puedo confiar en que lo me has contado es cierto?

EUSTAQUIO
¿Qué ganaría con contároslo, si no lo fuera? Además, Basilio, receloso porque no consigue congraciarse con Luisa, me ha pedido que haga lo que esté en mis manos para que Genoveva se case con él y que os hable en su favor, debido al trato tan cercano que mantenéis con su madre.

GERARDO
Ciertamente, merece que intentemos contentarlo. Déjame a mí: espero que, antes de que caiga la noche, hayamos resuelto sus problemas con el amor. Mas, me temo que no sea de fiar y que nos metamos en un buen lío.

EUSTAQUIO
No creo que sea su intención. Sabéis que, solo por obedeceros, he mostrado cariño a Genoveva. Y solo más tarde, supe que Basilio llevaba cortejándola más de un año ante mí.

GERARDO
Si todo lo que me has contado es cierto, te perdono de corazón la otra falta cometida; quiera Dios perdonártela también. Vayamos antes de que sea demasiado tarde a buscar a Luisa, para ver si todavía sigue enfadada.

EUSTAQUIO
Vayamos. Adelantaos vos y yo os sigo de lejos, para poder observar qué cara pone cuando os vea. Y después, cuando esté bien furiosa, me pondré delante de ella. Mirad, allí la tenéis, saliendo de la casa del señor Bartolo.

GERARDO
Ya la veo. Quédate ahí detrás.

ESCENA VI

LUISA, ALFONSO, GERARDO, EUSTAQUIO

LUISA
Esto sí que es grande: vos, a quien confío mi mala fortuna, me aconsejáis que no lo lleve ante la justicia, y que acepte lo que su padre me ha propuesto. Aunque, por más que lo intentéis, esta vez no os haré caso.

ALFONSO
Hermana, hermana, es bueno aceptar un consejo y no obedecer a los dictados de nuestra cabeza. En cuanto a mí, sobre todo porque me afecta tanto como a vos, en conciencia, os diría que actuaseis como yo lo haría, si dicha desgracia me sobreviniera, y Dios me guarde de verme así.

LUISA
Decís algo que no pensáis, y no os importa lavaros las manos con este asunto, todo por miedo a caer en desgracia con Gerardo.

ALFONSO
Nunca os aconsejaría que llegaseis a un acuerdo con él, si no creyera que actúa de forma sensata, y os daría, por así decirlo, carta blanca. Sin embargo, creo que, pasados tres o cuatro años, veríais que habéis perdido todo pleiteando, porque no creo que pudieseis obtener mayor reparación de la que, ahora, os está ofreciendo. Además, he oído decir que no contamos con muchos apoyos. Aquí está Gerardo; creo que está buscándonos. Os lo ruego, pensad en contentarlo.

GERARDO
Y bien, comadre, ¿no os gustaría que siguiésemos siendo buenos amigos?

LUISA
Por lo que a mí respecta, no os odio; pero que Eustaquio se asegure bien de que no está tratando con una ingenua.

GERARDO
Pero, comadre, es muy joven; hay que perdonarlo, no volverá a las andadas.

LUISA
¡Por San Juan que bien se lo impediría! Pues lo encerraría en un lugar en el que estaría a buen recaudo.

GERARDO
¿Qué decís? ¿No tendréis piedad de quien se ha planteado ser vuestro yerno? En verdad, le causaríais gran perjuicio, y no conozco ningún hombre que, tras ello, quisiera que contrajera matrimonio con su hija.

LUISA
No se verá en esa necesidad, si hay justicia en París.

GERARDO
Comadre, acepte el trato. Perdónelo y él perdonará todas las injurias que proferido contra él.

LUISA
¿A dónde queréis llegar? No os basta con deshonrar mi casa, sino que aún os burláis de haberlo hecho.

GERARDO
A fe mía os prometo que me apena que no os queráis aveniros con él, pues estoy seguro de que, si supiera lo que de él habéis dicho y que queréis verlo en prisión, jamás querría volver a oír hablar de vuestra hija.

LUISA
No, no, y más aún porque no es para él. Y, Dios mediante, ya que sois tan altivo y os andáis con amenazas, antes de que pase media hora, él se verá en el calabozo.

ALFONSO
Gerardo, os tenía por un hombre de bien e íntegro, mas ahora veo que sois un embaucador. ¿No me habíais dicho hace poco que queríais que Eustaquio se casara con mi sobrina al precio que fuera?

GERARDO
Es cierto, pero yo no sabía qué era lo que él quería. Poco después, me ha reconocido que no era ese su deseo, ni por todo el oro del mundo.

ALFONSO
¿Cómo habéis podido hablar con él?

GERARDO
Preguntadle vos mismo, ya que viene hacia nosotros.

LUISA
¡Virgen de gracia! ¿Cómo es posible que haya podido salir?

EUSTAQUIO
Señora, ruego a Dios que os guarde de todo mal. Me han dicho que creéis que he abusado de vuestra hija. Por eso he venido en vuestra busca, para quedar libre de sospecha.

LUISA
¡Maldito rufián! ¿Os atrevéis a presentaros ante mí, después de haberos portado así conmigo? ¡Al ladrón, amigos míos! Coged a ese canalla.

EUSTAQUIO
¡Muy bonito, señora, muy bonito! Aprended a hablar de otra manera, pues no hay nada de cierto en lo que habéis dicho.

LUISA
¿Qué te he hecho, rufián, para que me tratéis de forma tan despreciable? Mas, ¿quién os ha abierto la puerta? Solo ha podido hacerlo esa desgraciada de Perrette.

EUSTAQUIO
Señora, nadie ha tenido que abrirme, puesto que nunca he estado dentro.

LUISA
¿Acaso no os he dejado encerrado en mi casa, hace más de una hora y media?

EUSTAQUIO
Estáis soñando, o bien me tomáis por otro, puesto que no me he movido de mi casa.

LUISA
Hermano, ¿qué podemos decir? He aquí a Eustaquio a quien yo creía haber encerrado sin que pudiera salir y que ya no va vestido con el traje que tenía esta tarde.

ALFONSO
Mirad bien, aseguraos de que no os equivocáis. Os aconsejo que vayáis a vuestra casa, para comprobar si vuestro prisionero aún está en el interior.

LUISA
Bien pensado. Mientras que voy allí, os lo ruego, entretened a Gerardo y a su hijo.

ALFONSO
Señores, no tengan cuidado con lo que dice mi hermana; es una mujer desconfiada y a la que no se le posa una mosca encima. De no ser por esto, tiene la mejor condición, una vez que se le pasa el arrebato de ira.

GERARDO
Así es como yo siempre he creído que era. Por eso no me he tomado sus palabras a pies juntillas.

EUSTAQUIO
Sin embargo, al sospechar que yo he tenido con su hija, nos ha causado un gran perjuicio.

ALFONSO
Eso no impedirá poner fin a lo que ya habíamos dado comienzo.

EUSTAQUIO
Os pido que me perdonéis. Genoveva, nunca me será indiferente, y por una buena razón.

GERARDO
Veis como coincide con lo que os he dicho, y que lo que os decía era cierto. Mas, aquí está de vuelta vuestra hermana. ¡Y, bien! Comadre, ¿es mi hijo el que os ha ofendido?

LUISA
Señor Gerardo, lamento haberos dedicado esas palabras tan desafortunadas. Mas creo que seréis más razonable que yo, y que me perdonaréis más generosamente la falta que he cometido al no querer perdonar a vuestro hijo por lo que no había hecho.

GERARDO
Tened a bien decirme a quién habéis sorprendido con vuestra hija.

LUISA
Es una joven mujer de la calle Saint-Denis, vestida como un hombre, y a la que ya conocía por haber comprado, en una ocasión, en su tienda.  

ALFONSO
Mas, ¿qué pretexto ha puesto para venir a buscar a mi sobrina disfrazada como si fuera un hombre?

LUISA
Lo que me ha contado es que su marido la trata mal, por culpa de una fulana a la que mantiene. Por querer descubrirlos y sorprenderlos con las manos en la masa, se equivocó de puerta y, habiendo encontrado la de mi casa abierta, se metió en ella creyendo que podría comerse a voces a su marido, de haberlo encontrado allí. Una vez dentro, habiendo reconocido a mi hija, se pusieron a hablar hasta que las sorprendí a las dos.

GERARDO
He aquí una divertida farsa. Mas, si se piensa bien, no hay que sorprenderse de encontrar a una mujer vestida como un hombre en esta ciudad, ya que las mujeres aquí disfrutan de esa libertad. Siempre he oído decir que París era el purgatorio de los pleiteadores, el infierno de las mulas y el paraíso de las mujeres.

LUISA
Si me hacéis el favor de entrar, veréis que lo que os digo es cierto.

GERARDO
Lo creemos sin tener que ir a comprobarlo, por el momento, no hay necesidad. Adiós, señora.

LUISA
Adiós, señores. Hermano, entremos en la casa, para poner un poco de orden en nuestros asuntos.

ALFONSO
Creo que necesario; pasad primero.


ACTO V

ESCENA I

ANTONIO, BASILIO, FRANCISCA

ANTONIO
Creo que he recorrido cerca de dos mil leguas en una hora, buscando a Francisca por toda la ciudad, pero, ¡al diablo si no doy con ella! He ido a su casa, donde me ha atendido una joven que me ha dicho que había ido a oír las vísperas al Santo Espíritu, y allí me he dirigido a toda prisa pensando que podía encontrarla, pero no estaba. De allí, he ido a San Juan, San Gervasio, San Pablo, San Antonio, al Ave María, para ver si la encontraba, ya que pasa más tiempo en la iglesia que en su casa. Luego, me he pasado por Nuestra Señora de los Mantos Blancos, les BillettesNXNota del traductor

“Le Cloître des Billettes” o Claustro de las Molduras o Vigas, ultimo claustro medieval de París. Edificio del barrio del Marais cuya leyenda data de 1290: el Día de Pascua, el judío Jonathas profanó una hostia sagrada tirándola a una marmita, desde donde la hostia comenzó a emanar sangre. En 1299 el rey Felipe el Hermoso hizo llamar a los hermanos hospitalarios de la Caridad de Notre Dame para asegurar los servicios religiosos de la capilla. En el siglo XV esta comunidad de religiosos, también llamada “les Billettes”, reconstruye la iglesia, anexa un cementerio y añade el claustro que vemos hoy en día.

, la Santa Cruz y, de allí, a San Mederico, Santiago, San Eustaquio, San Germán y otras iglesias y lugares de devoción; pero no he encontrado a nadie que me pudiera dar noticias de ella. Siempre es lo mismo, cuando necesitamos a una persona, no la encontramos; pero cuando no la quieres ver, nos tropezamos con ella una y otra vez. No sé qué le voy a decir a mi señor, por haber perdido así el tiempo. Pero, helo aquí, viene a paso ligero hacia mí. Tengo que pensar algo, para que no se enfade.

BASILIO
Antonio, ¿dónde te has metido todo este tiempo, después del almuerzo?

ANTONIO
Mi señor, he ido a buscar a Francisca y, como no la encontraba, he estado fisgando por aquí, por si hubiera algo que pudiera malograr vuestros propósitos, o, por si veía a Genoveva, avisaros.

BASILIO
Has hecho bien. Mas, dime: ¿qué crees que debo hacer?

ANTONIO
Señor, si necesitase un consejo, acudiría a vos, y me parece que vos, que los dais a los demás, bien podéis aplicároslos sin tener que pedírselos a nadie.

BASILIO
¿Tú no sabes que vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio? ¿Cómo podría yo, en esto del amor, que tanto mal me hace, confiar en mí cuando se dice que el amor es ciego; ciego para los que aman que, pocas veces, saben lo que hacen, dónde van o lo que dicen.

ANTONIO
Eso es muy cierto. Pero también creo que el amor no os ha cegado hasta el punto de dejaros sin razón y sin saber cómo gobernar vuestros asuntos; y el placer del que habéis disfrutado ha debido calmar vuestro ánimo. Sin embargo, si aun así queréis pedir consejo, ahí tenéis a la señora Francisca que viene hacia nosotros. Ella, por su edad y experiencia en cosas del amor, podrá enseñaros más de lo que podría hacerlo un joven ignorante como yo.

BASILIO
Vayamos entonces a su encuentro. Buenas tardes, señora Francisca.

FRANCISCA
Buenas tardes, señor. Estoy muy contenta de haberos encontrado y así poder contaros las noticias de las que me he enterado, y que son frescas.

BASILIO
¿Qué hay de nuevo?

FRANCISCA
Quiero haceros saber que vuestros asuntos irían muy bien, de no ser por una cosa. Sabed que vengo de casa de Luisa; allí he encontrado a la esposa del señor Tomás vestida con ropas de hombre. En ese momento, pensé que algo teníais que ver vos en ello, que la habíais puesto en vuestro lugar. Poco después, supe por Genoveva que, llevándome a parte, me lo ha contado todo y, lo que es más aún, me ha dicho que la habéis esposado. ¿Es eso cierto?

BASILIO
Sí, ¡a Dios gracias!

FRANCISCA
Algo más tarde, estaba charlando con Luisa y su hermano, procurando dejaros siempre en buen lugar, más, tan pronto como pronuncié vuestro nombre, Luisa me despidió con cajas destempladas jurando por todos los dioses que preferiría morir antes de teneros como yerno. Cuando comprendí que estaba muy enfadada, no quise decir nada más sobre vos; así que, cambiando de tercio, nos pusimos a hablar de otras cosas y, pasando de una a otra, le llegó el turno al capitán Rodomonte. De inmediato empezó a decir que sería un buen partido para su hija y que ella iba a ir a hablar con él hoy mismo.

BASILIO
¡Dios mío, qué me estáis diciendo!

FRANCISCA
Tan pronto soltó esas palabras, fui a decírselo a Genoveva, que se había retirado a su habitación; mas, la pobre chica, que no podía disimular el dolor que tales nuevas le provocaban, se puso a llorar de tal manera que sentí una gran lástima por ella.

BASILIO
¡Oh, Dios mío! ¿Cómo podré recompensar este amor constante? No, no, estoy decidido a perder la vida o arrebatársela a ese glorioso capitán, y sería un auténtico cobarde si así no obrase.

FRANCISCA
Señor, os equivocáis al tomar tal decisión; perdonadme si os lo digo. ¿No veis que si dais muerte a Rodomonte, no hacéis sino volver más difícil vuestro camino y conseguiréis que Luisa os odie tanto como a la peste, poniendo en peligro, con vuestra vida, el bien que ya no se os puede escapar, puesto que con tanto honor lo habéis conseguido? Haced, si confiáis en mí, una de estas dos cosas: encontrad el modo de reconciliaros con Luisa, o haced que el capitán sepa lo que ha ocurrido entre vos y Genoveva. Esa es la única forma de conseguir que se retire de la contienda, que a él tanto le gusta.

BASILIO
Me aflige tanto el sufrimiento que Genoveva padece por mi culpa que no logro entender eso que decís de que la quieren entregar a ese fanfarrón. Pues creo que difícilmente podrá aspirar a esposarla, y más ahora que está destacado en el Castillo del Santo Pago.

FRANCISCA
¿Qué estáis diciendo? ¡Bien! Este es un buen comienzo, no debéis desesperar.

BASILIO
A Dios gracias, tengo esperanzas de conseguir mis propósitos; mas, me gustaría poder consolar a esa pobre chica. Me marcho, a ver si pudiera hablar con ella. ¡Qué sea lo que tenga que ser!

FRANCISCA
Tened cuidado, no vaya a ser que, por evitarle un mal, le causéis dos. No obstante, os aconsejo que os pongáis en marcha, pues aquí veo a Luisa que sale de allí con su hermano. Apartémonos un poco, no vaya a ser que nos vea.

ESCENA II

LUISA, ALFONSO

LUISA
Os digo que no estoy satisfecha con esta mascarada, y que no me complace mucho que la bella señora Alix, a la que hemos dejado salir por la puerta de atrás, haya venido a ver a mi hija.

ALFONSO
Pues yo no sé qué pensar; me parece de buena condición. Poniéndonos en lo peor, aun cuando ella fuera la joven más inmoral de París, no podría haber mancillado el honor de mi sobrina.

LUISA
No sé. ¿Recordáis que el licenciado Damián, nuestro médico, nos decía últimamente que había hombres que tenían los dos sexos, y los llamaba, creo recordar, lindos y barbas floridas?

ALFONSO
Queréis decir hermafroditas. No creo que la dama Alix sea uno de esos, mas, este caso, hacéis bien en temer y poneros en lo peor.

LUISA
Por eso, estoy decidida a casar a mi hija con ese capitán que la corteja y que tiene buena reputación, antes de que todo mundo esté al tanto de esta historia. Sé que Gerardo es amigo suyo. Vayamos pues a buscarlo para que le hable de este matrimonio.

ALFONSO
No creo que sea una buena idea inmiscuir a Gerardo en este asunto.

LUISA
¿Por qué?

ALFONSO
Puesto que en otro tiempo te haya propuesto a su hijo, temo que, ahora, os la juegue y todavía quiera recuperar a Genoveva para Eustaquio.

LUISA
Ya he pensado en lo que decís; mas, aunque la quisiera para Eustaquio, no me disgustaría. Por lo demás, lo tengo por hombre de bien y uno de mis amigos, y hará todo lo posible para que Rodomonte se case con Genoveva, si ve que su hijo no tiene interés.

ALFONSO
Queréis decir que tenéis dos ases bajo la manga. No está mal pensado. Entremos en su casa, ya que la puerta está abierta.

ESCENA III

FRANCISCA, BASILIO, PERRETTE, GENOVEVA

FRANCISCA
Y bien, ¿qué os parece? Ya veis que os he dicho la verdad.

BASILIO
Aprovechemos mientras que la oportunidad se presente y, además, ya ha oscurecido. Antonio, tú vigila mientras que yo llamo a la puerta. Toc, toc, toc.

PERRETTE
¿Quién anda ahí?

BASILIO
Perrette, amiga mía, te lo ruego, ábreme la puerta.

PERRETTE
¿Sois vos, señor? Estúpida de mí, lamento no poder hacerlo. Mi señora se ha llevado la llave.

BASILIO
¿No hay manera de que pueda hablar con tu señora?

PERRETTE
Sí, hay una, pero solo es posible desde la ventana.

BASILIO
Eso me valdría si pudiera tener la dicha de verla y decirle tres o cuatro palabras.

PERRETTE
Tened un poco de paciencia, que voy a sus aposentos, a donde se ha retirado para llorar y, más calmada, poner orden sus pensamientos.

BASILIO
¡Date prisa! ¡Qué hombre tan miserable soy, que por amarla demasiado ardientemente, he provocado que esta pobre joven caiga en desgracia con su madre! Nunca podré recompensar, ni en una ínfima parte, la deuda que he contraído para con ella, ni aun cuando viviera hasta el fin de los días y poseyera todos los honores y riquezas del universo, si a ella no le bastara con mi voluntad y el sincero amor que le prodigo; un amor que no cesa ni un instante de crecer en mi corazón y que, con sus trazos dorados, graba en un centenar de lugares el bello retrato de mi hermosa Genoveva. ¡Oh, Dios mío, qué equivocado estaba cuando pensaba que mi pasión se aplacaría con el placer, así como el hambre se calma con los alimentos, la sed con la bebida y el frío con un cálido y hermoso fuego! Al contrario, una vez descubiertas tanta belleza y dulzura, antaño desconocidas a mis sentidos, ardo ahora en un abrasador deseo de poseerlas. Este deseo no me concede descanso, por temor a que me las arrebaten. Así como un avaricioso que, llevado por el temor de que les quiten sus monedas, pasa y vuelve a pasar cien veces al día por el lugar en el que yacen enterradas. Y cuando no está cerca, su corazón allí permanece junto a su tesoro.

FRANCISCA
En verdad, os equivocáis al atormentaros de este modo, cuando tenéis motivos para regocijaros. Pero escuchad, la oigo llegar.

BASILIO
¡Ay, ojos míos! Iluminaos ávidamente con esta dulce luz que sale de los suyos, y vosotros, oídos míos, escuchad atentamente esta angelical voz y no os perdáis una sola de las palabras que salen de esta hermosa boca.

GENOVEVA
Perrette, creo que alguien está hablando ahí abajo. Abre la ventana.

BASILIO
Señora, pido a Dios que tenga a bien haceros feliz.

GENOVEVA
Señor, yo le pido que le complazca concederos lo que vuestro gentil corazón desea, pues yo seré muy feliz, si vos lo sois.

BASILIO
Soy ahora muy feliz, ya que tengo la dicha de veros; pero, en cuanto mis ojos dejen de veros, me quedaré más asombrado y confuso que aquel que, en una noche de invierno, viaja por un mal país con la vela apagada por el viento.

GENOVEVA
Si lo que decís es verdad, deseo poder entrar en vuestros ojos sin heriros, y permanecer allí perpetuamente, para que seáis siempre feliz, viendo ante vos a la que no vive de otro alimento que no sea el recuerdo de vuestras perfecciones.

BASILIO
Os alimentáis con humilde vianda, si solo con mis perfecciones os basta; mas, si hubieseis mencionado el amor que os prodigo, no temería decir que jamás encontraríais un alimento más exquisito. Y podéis creer fervientemente en mí, como el que ama a la más bella, a la más gentil dama del universo.

GENOVEVA
Lo que decís nace de vuestra gran merced de amar de esta manera a quien considera gran honor ser vuestra humilde servidora. Mas puedo decir también que vuestro amor no es más vehemente que el mío y si no temiera ofender a mi señor, diría que no creo ser amada de la misma manera que yo os amo a vos.

BASILIO
Señora, en cuanto a mis sentimientos por vos, os digo que debéis estar más segura de mi amor que yo del vuestro, más aún cuando vuestra belleza cautiva no solo a cualquier hombre, sino que puede, resultar irresistible incluso para la bestia más cruel. Por otro lado, sabéis cómo estoy en deuda con vos, sobre todo, por los recientes favores que, generosamente, me habéis concedido. Mas, os lo ruego, ¿cómo podría estar seguro de ser justamente amado por vos, no habiendo cosa en mí que me haga merecedor de vuestro afecto y no habiendo hecho nada, hasta aquí, que os pueda llevar a amarme? Aunque, a decir verdad, creo ser bien amado por vos, tanto por vuestra dulzura y gentileza como por las ganas que sabéis que tengo de emplearme a vuestro servicio, cuando se presente la ocasión y que tengáis a bien honrarme con vuestras encomiendas.

GENOVEVA
Mi gran amigo, os agradezco muy humildemente esta oferta tan generosa. Solo os ruego, por encima de todos los placeres que queráis dispensarme, que habléis con mi madre cuanto antes podáis, o que lo hagáis a través de vuestra familia y amigos, y que impidáis que se celebre mi matrimonio con Rodomonte.

BASILIO
Así lo haré, no tengáis ninguna duda. Sin embargo, os ruego que no os entristezcáis por las cosas que oigáis decir. Espero aclararlo todo de manera que ese guapo con cicatriz, en lugar de teneros a vos entre sus brazos, solo tenga aire. Mientras tanto, no temáis que vuestra madre con él hable de ello, ya que, ahora, que se encuentra prisionero en la Conciergerie o en el Châtelet, y no os miento.

GENOVEVA
¡Dios mío! ¡Qué dichosa me hacéis con tales noticias! Mas, ¿estáis bien seguro?

BASILIO
He visto como tres alguaciles allí lo conducían, lo han arrestado esta tarde, cerca de vuestra casa, un poco antes de que os hubiera hecho mi esposa.

GENOVEVA
Señor, perdonadme si no puedo continuar hablando con vos. Creo que mi madre pronto volverá, pues no ha ido lejos.

BASILIO
Mucho me afligiría que ella me viera departiendo con vos, antes de que este asunto sea resuelto. Adiós, señora.

GENOVEVA
Adiós, señor. Os ruego que no olvidéis la promesa que me habéis hecho. Perrette, cierra la ventana.

BASILIO
Señora Francisca, ya hemos estado bastante tiempo en este lugar.

FRANCISCA
Vayamos a mi casa.

BASILIO
Bien me parece. Antonio, te pido que no te muevas de aquí y que estés harto atento a lo que veas y oigas decir de mí.

ESCENA IV

RODOMONTE, NIVELET, ANTONIO

RODOMONTE
¡De qué vil bravuconada he sido víctima! ¡Luego murmurarán, hasta qué punto, un insignificante burgués de París ha hablado en detrimento de un hombre como yo y, no conformándose con eso, le ha robado a su amada! No, no, ¡antes me juego la vida que dejar de darle un escarmiento! Pero antes de morir, estoy seguro de que mi Flamberga rematará con un hermoso mate, cortando más cabezas que pacas hace un segador en junio. ¡Nivelet!

NIVELET
¿Qué deseáis, señor?

RODOMONTE
Vete a buscar mi rodela y mi casco, pues quiero entrar de rondón en casa de Luisa y llevarme a Genoveva. Si ella no quiere venir por amor, le prendo fuego a la casa y quemo toda la calle, incluso, pardiez, la mitad de París. Y después, iré a buscar a ese galán de Basilio, para hacer de él un picadillo tan diminuto que hasta una hormiga sola pueda fácilmente cargar con un trozo.

ANTONIO
¡Oh! ¡Qué canalla! Es de los que sacrificarían la cabeza por salvar la barba.  

NIVELET
Mejor sería si contaseis con alguien que os secundara.

RODOMONTE
Tienes razón. Corre al cuerpo de guardia del Louvre y dile al cabo que le ruego que me mande tres o cuatro arcabuceros y otros tantos mosqueteros para que me acompañen en un asunto del rey.

ANTONIO
¡Pardiez! Si allí acudís, os van a apalear como a un asno.

NIVELET
Me parece que os metéis en un gran peligro sin necesidad. ¿No habéis oído que Basilio se jactaba de haber esposado a Genoveva? ¿Querríais vos arrebatar una mujer a su marido? Con ello, arruinaríais vuestra vida.

RODOMONTE
Eso que dices es verdad, ¡no te muevas de aquí, por el momento! Creo que dejaremos el asalto para mañana, cuando toquen diana.

ANTONIO
Actuáis sabiamente.

RODOMONTE
Pero ¿qué dirán cuando se sepa que he sido objeto de burla?

NIVELET
¿Quién lo va a decir, a no ser vos mismo? Aunque sé que os guardaréis de hacerlo; más bien preferiríais hacer creer que habéis matado una docena de hombres, antes que admitir que habéis sido burlado.

RODOMONTE
Algunas veces, tu consejo es valioso, y, por esta vez, no está nada mal.

NIVELET
Haríais bien en seguirlo. Pero, señor, ¿seríais tan miserable como para quedaros con las sobras de Basilio? A fe mía que nunca tendría buena opinión de vos.

RODOMONTE
¿Crees que Basilio ha desflorado a Genoveva?

NIVELET
¿Ponéis en duda una cosa tan clara? ¿Pensáis que ha sido tan necio como para no acudir a la cita? Además, habéis oído lo que se decían uno al otro, pues estabais muy cerca de ellos, sin que os pudieran ver, tanto por la penumbra, como por la carreta tras la que os ocultabais.

RODOMONTE
Que Dios os pague con creces el consejo que me habéis dado. Pues, con la rabia que tenía, si hubiese seguido mi instinto habría dado muerte, por lo menos, a quinientos hombres, que bien pueden decir que, después de a Dios, a ti deben dar gracias por estar vivos. Vayamos a buscar a Eustaquio. Tras haber desistido de mi empresa, he pensado que haré como él y me tomaré las cosas como vienen, sin enredar a mi cerebro en pasiones amorosas.

NIVELET
Si queréis hablar con Gerardo, me parece que ahí lo tenéis con una mujer y otro hombre.

RODOMONTE
Si me ve, hablaré con él. Si no es así, dejaré pasar la ocasión.

ESCENA V

GERARDO, LUISA, RODOMONTE, ALFONSO, ANTONIO

GERARDO
En lo que a mí concierne, no creo que pueda hacer que el capitán se case con vuestra hija, por mucho que aparente amarla; y no se lo aconsejaría, ni a vos, tampoco.

LUISA
¿Por qué, compadre? ¿Acaso mi hija no es bastante para él?

GERARDO
De eso no tengo duda, pero me parece que ella no estaría muy contenta si se casara con un hombre, al que quizá no viera más de cuatro veces al año. Sabéis que en cuanto se oyen tambores de guerra, él es de los primeros en subirse al caballo.

ALFONSO
A decir verdad, me temo que utilizara los bienes de mi sobrina y la dote del matrimonio para ascender.

LUISA
No obstante, me han dicho de buena tinta que cuenta con una renta de, al menos, cuatro mil libras.

GERARDO
Creo que dispondría de esa cuantía, y de más aún, si no debiera nada.

ALFONSO
Sin faltar a la verdad, raro es que un hombre de su condición no tenga trato con los hermanos de San MateoNXNota del traductor

Antes de convertirse en apóstol, Mateo era recaudador de impuestos. Su cofradía designa a los banqueros, usureros y otro tipo de prestamistas.

.

GERARDO
Si así lo queréis, no obstante, hablaré con él sobre este particular.

LUISA
Os lo pido con toda humildad y por ello sabré que cuento con vuestra amistad. Me parece que allí lo tenemos; al menos, creo reconocer a su lacayo, vestido de verde.

GERARDO
Señor, Rodomonte, estoy muy contento de haberos encontrado para hablaros de un asunto que es importante para vos.

RODOMONTE
¡Cómo! ¿habéis tenido alguna noticia de que vamos a Flandes en este momento, o a Portugal?

GERARDO
No pretendo hablaros de guerra, sino de paz. Me han pedido que averigüe si tenéis intenciones de casaros.

RODOMONTE
Os diría que todos mis amigos me lo recomiendan, y me dicen que ya es hora de que me lo piense, si quiero ver a mis hijos en edad de luchar.

GERARDO
Si queréis que os hable de un buen partido que conozco, espero hacer tan bien mi encargo que no encontrará ningún obstáculo.

RODOMONTE
Decidme, pues, de quién se trata.

GERARDO
¿Conocéis a la señora Luisa, a la que veis aquí presente?

RODOMONTE
Sí, verdaderamente, y os aseguro que me gustaría servirla en todo lo que pueda.

LUISA
Señor, os lo agradezco con toda humildad. ¿No queréis cubrirosNXNota del traductor

Rodomonte se había quitado, cortésmente, el sombrero para saludarla.

?

GERARDO
Creo que conocéis a su hija Genoveva, si no me equivoco.

RODOMONTE
La conozco y sé que es una de las jóvenes más bellas de todo el barrio.

GERARDO
De ella es de quien quería hablaros y si, como me han dicho, le tenéis afecto, me comprometo a transmitirle vuestros deseos.

RODOMONTE
Me concedéis más honor del que merezco por querer que tenga una esposa tan hermosa; pero me hallo en un estado de ánimo inusual, que no encajaría muy bien con el de ella. Por lo tanto, os ruego que me excuséis, si no puedo ocuparme, ahora, de este asunto.

GERARDO
¿Cómo? Me dijeron que bebíais los vientos por ella, y ahora que estáis apunto de conquistarla, ¿os echáis atrás? Parece, de buena fe, que teméis el desafío.

RODOMONTE
No os miento si os digo que estuve enamorado de ella, cuando era una chica, con un amor tan puro, como nunca amó ningún caballero; pero, desde el momento en que descubrí que otro llegó antes que yo, y ella se dejó hacer, decidí borrarla para siempre de mi pensamiento

LUISA
En verdad, señor, cometéis un error: Genoveva es una joven de bien.

ALFONSO
Mi capitán, con esas necias palabras que pronunciáis al hablar así de mi sobrina, que vale más que vos, bien mostráis que vuestra cabeza carece de cerebro.

RODOMONTE
No creo haber dicho nada que no deba.

LUISA
Acusar a una joven de un pecado que ella jamás osaría cometer, no es cosa de hombres de bien.

ALFONSO
¡Si ella fuera culpable, lejos estaríamos de defender su honor y encubrir sus faltas, como acostumbraban los Caballeros de la Mesa Redonda!

RODOMONTE
No he dicho nada que no haya visto y oído. ¿Quisierais vos que vuestra hija tuviera dos maridos al mismo tiempo? Señora, puesto que ella ha elegido a Basilio por marido, creo que deberíais permitírselo, y creo que ese matrimonio estará bien avenido.

LUISA
¿Qué os ha hecho creer ese disparate?

ALFONSO
Apuesto a que es una invención de Basilio.

RODOMONTE
Basilio ni me ha dicho, ni hecho saber nada de eso. Lo he visto hace un instante hablando con vuestra hija; y les he oído decir que su matrimonio había sido consumado esta tarde y que Basilio llevaba las ropas de Eustaquio.

ANTONIO
Parece que están hablando de mi señor. Me voy a acercar un poco más, para oír lo que dicen.

LUISA
Os equivocáis: era una mujer disfrazada de hombre que había venido a ver a mi hija para proponerle un desafío. Aquí está mi compadre que os lo puede decir.

GERARDO
Comadre, puesto que el capitán conoce todo lo ocurrido, tan bien como yo, es el momento de llamar a las cosas por su nombre. Como creo que gustáis de actuar con justicia, os afligiría quitarle la mujer a aquel a quien pertenece, para dársela a otro. Estad segura de que el capitán está diciendo la verdad y de que Basilio se ha casado con vuestra hija, e incluso más, ha consumado el matrimonio.

LUISA
¡Dios de la verdad! ¿Qué me estáis diciendo?

GERARDO
La verdad, que el propio Basilio me ha confesado.

LUISA
¡Ay, Dios, qué miserable que soy! ¡Ese traidor y deshonesto Basilio! Ya sabía yo que algún día me jugaría una mala pasada. Mas, aún no me lo puedo creer, porque, ¿cómo ha podido salir sin que lo viera?

GERARDO
Muy fácil, por la ventana de la habitación. Y, después, para salvaguardar el honor de vuestra hija, ha puesto a la señora Alix en su lugar.

ALFONSO
Tened cuidado con lo que decís.

GERARDO
Bien sé lo que digo y no hablo a la ligera.

LUISA
¡Qué mala suerte la mía, que he criado a una hija que será la causa de mi muerte!

GERARDO
Comadre, el señor Basilio es un joven honesto, rico y de buena familia. Él os aprecia y os respeta más que cualquier otro. Creo que haríais bien si le entregaseis a vuestra hija, más aún cuando ya es suya.

LUISA
Temo que él ya no quiera, ahora que ya ha satisfecho su deseo.

GERARDO
No diga eso. Sé que es un hombre de bien como para cometer un acto tan despreciable.

LUISA
Si la quiere, que se la lleve. No me atormentaré más con lo ocurrido, puesto que no voy a ganar nada con ello.

ANTONIO
Voy a contarle a mi señor, que no está lejos de aquí, las noticias que acabo de oír. ¡Dios mío, cuánto va a alegrarse!

LUISA
Amigos míos, os ruego que no me abandonéis.

GERARDO
¿Por qué decís eso? ¿Acaso no sabéis que, por vos, haría lo que fuera?

LUISA
¡Ay, compadre, cuánto temo que se eche atrás! Mas, si la rechaza, haré de él el hombre más miserable de Francia. Os suplico que, si llegáramos a eso, prestaseis, si hiciera falta, vuestro testimonio.

GERARDO
Preferiría morir antes de no hacerlo así.

RODOMONTE
No, no, señora. Si él no reparase el daño, mi espada y mi brazo lo obligarían a hacerlo aun cuando no quisiera.

LUISA
Amigos míos, grande es mi obligación para con vosotros ¡Desgraciadamente, Dios mío, en este instante he comprobado que lo que se dice es cierto: los matrimonios se acuerdan en el Cielo y se consuman en la tierra.

GERARDO
Puedo deciros, aquí, al oído, entre vos y yo, que salís ganando con el cambio. Os lo ruego, ¿qué provecho sacaría vuestra hija con este fanfarrón?

LUISA
Ella no ha hecho el mejor de los casamientos; mas, el temor que tenía a lo que había ocurrido esta tarde, me ha llevado a apresurarme a hablaros de ello.

GERARDO
Veo que Dios está de nuestra parte. ¿Veis cómo ha puesto a Basilio en nuestras manos?

RODOMONTE
¡Pardiez! Se casará con vuestra hija de inmediato, si no, le clavaré la espada con todas mis fuerzas.

LUISA
Vamos a esperarlo aquí de pie, sin movernos, ya que viene derecho hacia nosotros.

ESCENA VI

BASILIO, ANTONIO, LUISA, GERARDO, ALFONSO, RODOMONTE

BASILIO
¿Estás seguro de que Luisa lo sabe todo?

ANTONIO
No os lo diría, si no fuera así.

BASILIO
Y ¿que yo había ido a ver a su hija?

ANTONIO
Podéis estar seguro.

BASILIO
Y ¿qué me escapé de allí, dejando a Alix en mi lugar?

ANTONIO
Lo sabe tan bien como vos y como yo.

BASILIO
Pero, ¿quién se lo ha dicho?

ANTONIO
El capitán y Gerardo.

BASILIO
Pero ¿no se ha puesto hecha un basilisco conmigo?

ANTONIO
Por supuesto que sí, pero finalmente, Gerardo ha logrado calmarla, y ella ha prometido entregaros a su hija, si hacéis el honor de tomarla.

BASILIO
¿Cómo que ese honor? ¿Acaso cree que soy un hombre capaz de renunciar a una oferta tan ventajosa para mí?

ANTONIO
Solo tenemos que avanzar un poco; los tenemos delante de nosotros.

BASILIO
Buenas tardes, señora. Buenas tardes, señor. Me han dicho que queríais verme, para tratar un asunto que me importa tanto como mi propia vida. Os ruego que tengáis a bien pedirme y veréis, una vez que lo hayáis hecho, cuán presto estaré a obedeceros.

LUISA
Basilio, hasta este instante os tenía por hombre cabal, pero la falta que habéis cometido indica todo lo contrario. Agradeced profundamente que estos caballeros hayan intercedido para que aceptara, como reparación de vuestra ofensa, el castigo de vivir con aquella que es cómplice de vuestra deslealtad y de quien, si hubieseis estado tan enamorado como se decía, no habríais mancillado su honor, como así habéis hecho.

BASILIO
Señora, toda la falta que he cometido ha sido no esperar a vuestro consentimiento, como hubiera debido; mas, puedo deciros que no he mancillado el honor de vuestra hija, sobre todo, porque lo considero como el mío propio, ya que ha consentido que sea su marido; y, si a vos os complace tenerme por tal, espero que algún día, gracias mis buenos servicios, os parezca que no podríais haber elegido un yerno mejor, aun cuando lo hubierais buscado por todo París.

LUISA
Lo que lamento es la manera en que habéis procedido.

BASILIO
Señora, cuando hayáis sopesado todas las razones, aprobaréis lo que he hecho. Seguramente, recordaréis que, hace más de un año que persigo sellar esta alianza en las condiciones que antaño me propusisteis. Sabéis que ha sido en vano, pues nunca habéis querido escucharme ni que la concertásemos. Por otro lado, os habéis percatado, a menos que estuvieseis completamente ciega, del afecto que vuestra hija hacia mí sentía. Ahora, os pregunto: ¿qué otra cosa podía hacer que no fuera lo que he hecho? ¿Debía esperar vuestro consentimiento, que nunca me hubierais dado? ¿Debía esperar a que otro se me adelantara y me cerrara la puerta en las narices? Señora, os suplico que consideréis todas estas razones, y admitáis que lo que os digo tiene cariz de ser razonable.

GERARDO
Comadre, erráis al rebatir lo que dice Basilio. Recibidlo con complacencia como vuestro yerno, puesto que Dios lo ha casado con vuestra hija.

LUISA
Mucho me apenaría si os contradijera.

ALFONSO
Puesto que Dios ha permitido que las cosas se hagan de esta manera, no estaría bien pensar en enmendarlas.

BASILIO
Madre mía, no os arrepentiréis de haber sellado esta alianza conmigo, y puesto que os veo tan indulgente como para perdonarme la falta que, a decir verdad, a primera vista, parece tan grave, estad segura de que, hoy, más que un marido para vuestra hija, habéis hallado un humilde servidor para vos.

LUISA
Basilio, amigo mío, a Dios ruego que os quiera perdonar, porque, en lo que a mí respecta, os perdono de corazón. Amigos míos, me parece que ya son casi las seis. Os ruego tengáis a bien venir a cenar a mi casa, para poner fin a lo que con vuestras favorables intervenciones habéis comenzado.

GERARDO
Si creyéramos que nuestra presencia pudiera seros útil para algo, no nos haríamos de rogar dos veces.

LUISA
Entremos entonces, pues estoy segura de que aún os necesitaremos. Mandaré ir a buscar a Eustaquio y a la señora Francisca, para que la comitiva sea más completa.

GERARDO
No haré que me lo pidáis dos veces, puesto que esto es lo que os complace.

RODOMONTE
Y a mí, me entristecería no complaceros. Señoras, que con tanta paciencia nos habéis oído esta tarde, volved a este mismo lugar el día de las nupcias de Basilio y Genoveva, si así os complace, y tendréis el placer de ver la carrera de la sortija, el quiebro de la lanza en la liza, el combate en la barrera, con la pica y la espada, y otros diez mil pasatiempos, con los que, un regimiento de capitanes, mis amigos y yo, haremos los honores a este bienaventurado matrimonio. Y allí, podréis descubrir con qué destreza manejo el caballo en corveta, a galope, al paso, haciendo cabriolas y a rienda suelta; y con qué gracia ensarto la sortija, con qué fuerza rompo una lanza hasta la empuñadura, manejo la pica y empuño la espada. Pero, señoras, protegeos de las astillas que saldrán volando y cuidad que el viento de mi espada, que ha hecho a menudo desvanecerse a hombres de armas, no os derribe y os haga caer al suelo: porque todo se acabaría ahí y bien podríais rezar el In manus. Sin embargo, haréis bien en retiraros a vuestras casas; pues ha llegado la hora de comenzar a cenar en las casas de bien. Y si nuestra comedia os ha gustado, os pido que nos lo demostréis con un aplauso.

FIN