Texto utilizado para esta edición digital:
L’Hermite, Tristian. La Mariana. Traducida y anotada por Miguel Ángel García Peinado y Ángeles García Calderón, para la Biblioteca Digital EMOTHE. Valencia: ARTELOPE - EMOTHE Universitat de València, 2023
- Tronch Valls, Carme
Nota a esta edición digital
Esta publicación es parte del proyecto I+D+i «Teatro español y europeo de los siglos XVI y XVII: patrimonio y bases de datos», referencia PID2019-104045GB-C54 (acrónimo EMOTHE), financiado por MICIN/AEI/10.13039/501100011033.
A MI SEÑOR EL DUQUE DE ORLEANS
MI SEÑOR,
Después de la estima que habéis demostrado por este cuadro parlante de Mariana, sentiría haber rebajado considerablemente su precio si no tuviera el honor de presentárselo a Vuestra Alteza. Habéis pagado demasiado generosamente por una rareza tan pequeña, al haberla llamado Maravillosa, y ciertamente este elogio en boca de tan gran Príncipe me invitará a reconocimientos más dignos que éste. Tampoco pretendo, mi Señor, cumplir con los honores que debo a Su Alteza pagando un tributo tan pequeño: sería emplear una acción de gracias demasiado común, hacia una Divinidad tan propicia. Espero algún día presentar ofrendas más aceptables en vuestros altares. Las Musas, dispensadoras de gloria, sólo tendrán que proporcionarme la suficiente industria para este bello propósito, y estoy seguro de que vuestros ilustres hechos me proporcionarán suficiente materia. El Ángel que vela por la salvación de Francia, y que trabaja tan gloriosamente por su prosperidad, no la ha conducido todavía a la grandeza que debe alcanzar. Si la Justicia y la Piedad, acompañadas del Valor, no prometen más que éxitos favorables a los nobles planes del Rey, los límites de este Estado se extenderán al menos tan lejos bajo el reinado del victorioso Luis como bajo el de Carlomagno: y Vuestra Alteza será sin duda de gran utilidad para este digno establecimiento. Ya sea que mandéis un ejército más allá de los Alpes, para ir a buscar en Italia los derechos de vuestros predecesores; ya sea que, con mayores fuerzas, vayáis a quitar el yugo a Grecia, para dárselo a toda Asia, según la ley de los Oráculos, mi Señor; haréis cosas más que humanas y que harán que las mentes excelentes de este siglo emprendan bellos efectos, para inmortalizarlas. No hará falta mucha invención para dar a la imagen de vuestra vida mucho esplendor después de estos trabajos; bastará con que podamos representar ingenuamente los laureles con que seréis coronado. No he envejecido tanto al servicio de Vuestra Alteza como para que no pueda esperar todavía ver este progreso, y aun entonces producir alguna obra que dé testimonio de vuestra gloria y de mi muy humilde celo en vuestro servicio; haciéndoos admitir que después del placer que se siente al hacer buenas obras, no hay ninguno igual al de oírse alabar con buena gracia. Soy,
MI SEÑOR,
DE VUESTRA ALTEZA
vuestro muy humilde y obediente servidor,
TRISTAN L'HERMITE
ADVERTENCIA
El tema de esta tragedia es tan conocido que no necesita explicaciones. Cualquiera que haya leído a Josefo, a Zonaras, a Hegesipo y, recientemente, la política infeliz, expresada con magnífico estilo por el reverendo padre Caussin, sabe bastante acerca de la violencia de Herodes, que fue fatal para los inocentes, y particularmente para esta ilustre Mariana, cuyo lecho y libertad había usurpado con la corona de Judea. He procurado retratar el temperamento de este Príncipe sanguinario, a quien la Naturaleza había concedido gracias suficientes para hacer de él uno de los hombres más grandes de su siglo, si no hubiera empleado estas maravillosas ventajas contra su propia reputación, corrompiendo bienes tan puros con el desbordamiento de una crueldad sin par y otras depravaciones que se han señalado en su vida. Hay que ver este retrato en su época, y no buscar en él refinamientos que podrían debilitar de algún modo la audacia del diseño. No me he propuesto llenar esta obra de imitaciones italianas y pullas rebuscadas; sólo he queridoquise describir con un poco de decoro los diversos sentimientos de un tirano valeroso e ingenioso, las artimañas de una mujer envidiosa y vengativa, y la constancia de una reina cuya virtud merecía un destino más favorable. Y todo esto lo he representado de la manera que he creído más adecuada para el teatro, sin enredarme en una delicadeza demasiado estudiada, que resultaría muy artificiosa, en una época en la que se presta más atención a la belleza natural que a la que se adorna.
PERSONAJES
| HERODES, Rey de Jerusalén |
| THARÉ, su capitán de la guardia |
| FERORAS, hermano de Herodes |
| SALOMÉ, su hermana |
| MARIANA, esposa de Herodes |
| ALEJANDRA, madre de Mariana |
| DINA, Dama de honor y confidente de Mariana |
| COPERO |
| EL GRAN PREBOSTE |
| JUEZ PHALEG |
| JUEZ SADOS |
| SOEMOS, servidor de Herodes |
| EUNUCO |
| CONSERJE |
| UJIER |
| NARBAL, Gentilhombre, que relata la muerte de Mariana |
| CABALLERO DE HONOR |
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERANXNota del traductor
ARGUMENTO: Herodes se despierta sobresaltado, confuso por una visión espantosa. Su hermano (Feroras) y hermana (Salomé), tratan de recuperar su mente de este espanto, hablándole de la intrascendencia de los sueños. Herodes medita sobre su vida, valora la amistad de los romanos y la influencia que han tenido en ella. Tras disipar el miedo del sueño, se queja de la poca correspondencia amorosa de su esposa, Mariana, con él. Feroras y Salomé se esfuerzan, en vano, de ponerlo en contra de su esposa. Herodes manda a Soemos que vaya a buscar a Mariana, a la que pretende forzar a que lo quiera más.
ESCENA II
ESCENA III
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERANXNota del traductor
ARGUMENTO: Mariana se queja de las crueldades de Herodes, y revela a su confidente (Dina) la orden que le había dado a Soemos de que la apuñalara, si no volvía de Rodas. Salomé dialoga con Mariana. Luego, termina de animar y de instruir al copero, que va a acusar a Mariana y se prepara para llevar a cabo su proceso.
ESCENA SEGUNDA
ESCENA III
ESCENA IV
ESCENA V
ESCENA VI
ESCENA VII
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERANXNota del traductor
ARGUMENTO: Herodes acusa a Mariana, y la enfrenta con el Copero que la responsabiliza del supuesto envenenamiento. Ella testifica defendiéndose de este crimen con más coraje que ingenio. Pero mientras desafía a la fortuna y a la muerte con una constancia digna de una gran Princesa, no puede evitar derramar algunas lágrimas ante los sentimientos de la Naturaleza, imaginando el estado en que se encontrarían sus hijos, al verse privados de su ejemplo y apoyo. Herodes se siente conmovido por sus lágrimas y el amor, que había abandonado su corazón por la puerta del miedo y la cólera, vuelve inmediatamente por la de la piedad. En medio de esta aparente reconciliación, Mariana le descubre una fuente de insatisfacción, que ya no podía ocultarle relativa a la orden secreta que había dado a Soemos, para que se librara de ella si perdía la vida en su viaje a Rodas. Este Príncipe, desconfiado por naturaleza, concibe celos extremos de Soemos: envía a buscarlo, lo examina por su falta de fidelidad, e incapaz de contener su cólera, lo hace matar en el acto, junto con el Eunuco de la Reina, a quien creía cómplice de un crimen imaginario.
ESCENA II
ESCENA III
ESCENA CUARTA
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERANXNota del traductor
ARGUMENTO: Herodes se encuentra agitado por una cruel inquietud; duda de la castidad de Mariana; cree que ella se ha querido deshacer de él; que puede aún atentar contra su vida y, sin embargo, no puede decidirse a mandarla matar. Mientras que su mente, confusa por el miedo y el amor, está titubeando entre la clemencia y la justicia, Feroras y Salomé, juntos, lo hacen inclinarse por el rigor. Mariana se queja de sus desgracias, teniendo premoniciones sobre su muerte, y las resuelve con gran constancia. Su madre la insulta, al verla ir al suplicio; piensa que esta cruel estratagema eliminará cualquier sospecha de que hubiera sido cómplice del atentado.
ESCENA II
ESCENA III
ESCENA IV
ESCENA V
ESCENA VI
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERANXNota del traductor
ARGUMENTO: Tras la gran tormenta en la que se muestra el fracaso de la vida de Mariana, Herodes vuelve en sí y se horroriza por su crueldad. Le gustaría impedir la sentencia mortal que ha pronunciado contra esta inocente Reina, y desearía que no se hubiera acelerado su ejecución. Pero, mientras reflejaba su inquietud, uno de los suyos viene a contarle el relato de su constancia y de su muerte. En eso, este espíritu violento, que siempre había sentido una inclinación invencible por esta hermosa y casta Princesa, se entrega por completo al dolor; en el desasosiego de su rabia ruega a los judíos que purguen por la muerte de su legítima Señora; y al no verse obedecido se deja llevar por su cólera y lleva a cabo una furiosa imprecación contra ellos, con la que parece predecirles todos los males que les sucederán. El Príncipe queda sumido en una gran exaltación; su hermano y su hermana comienzan, de un modo indiscreto, a consolarlo; pero su hastío lo irrita tanto que los hace salir de su habitación. Finalmente, esta alma atribulada, debatiéndose inútilmente en sus sentimientos por una pérdida irreparable, y no viendo ya más que las imágenes de su amor y las de su aflicción, que se desdibujan en su memoria, imagina de pronto que ve a Mariana subir al Cielo. El desdichado Príncipe le habla de sus sentimientos con tanto celo que cae débilmente en brazos de los suyos.
ESCENA II
ESCENA III
