Lo que de mí
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sé, por lo que otro me dijo,
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escucha, bizarro joven,
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a quien con vergüenza miro,
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porque el segundo hombre eres
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que hasta hoy cara a cara he visto.
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Arceta, una ninfa bella
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que en estos campos floridos
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fue consagrado a Diana,
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en todos sus ejercicios
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festejada de un amante,
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fue pagando con desvíos
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las finezas; que lo ingrato
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sólo en la mujer no es vicio.
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Él a este templo de Venus
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una y muchas veces vino,
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como era madre de Amor,
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a rendirle sacrificios.
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Venus, del culto obligada,
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ya que quererle no hizo,
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hizo que hallarla pudiese
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en el despoblado sitio
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de este monte, donde, necio,
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hizo el mérito delito.
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Bajo género de amor
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debe de ser en los ritos
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suyos -que yo hasta ahora ignoro-
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la violencia, si imagino
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que no quiso como noble
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quien como tirano quiso;
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pues no es victoria del alma
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aquélla que yo consigo
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sin la voluntad de quien
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no me la dé por sí mismo.
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De esta especie de bastardo
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amor, de amor mal nacido,
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fui concepto. ¿Cuál será
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mi fin, si éste es mi principio?
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Mañosamente quejosa,
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Arceta se satisfizo
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de sus disculpas, bien como
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la serpiente que con silbos
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halaga para morder;
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y fue así, pues, divertido,
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le aseguró con blanduras,
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hasta que rosas y lirios
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que él hizo tálamo torpe,
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torpe túmulo ella hizo.
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Diole muerte con su acero,
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y, pasando los precisos
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términos que estableció
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Naturaleza consigo,
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llegó severo el infausto,
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el infeliz, el impío
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día de su parto, en tal
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horóscopo, según dijo
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Tiresias, que estaba todo
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ese globo cristalino
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-por un comunero eclipse
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que al Sol desposeerle quiso
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del imperio de los días-
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parcial, turbado y diviso,
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tanto, que entre sí lidiaron,
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sobre campañas de vidrio,
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las tropas de las estrellas,
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las escuadras de los signos,
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acometiéndose airados
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y ensangrentándose a visos.
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En civil guerra los dioses
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vieron este azul zafiro,
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en sus ejes titubeando,
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desplomado de sus quicios.
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Arceta, temiendo más
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su opinión que su peligro,
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sola al monte se salió,
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y en el más hondo retiro
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llamó a Lucina, que al parto
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vino tarde, o nunca vino,
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pues, víbora humana, yo
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rompí aquel seno nativo,
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costándole al Cielo ya
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mi vida dos homicidios.
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Aquí fue donde Tiresias
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me contó, más indeciso,
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de la suerte que me halló.
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¡Quién supiera repetirlo!
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A los últimos alientos
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de Arceta, y a mis gemidos,
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acudieron cuantas fieras
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contiene el monte en su asilo,
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y cuantas aves el viento;
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pero con fines distintos,
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porque las fieras quisieron
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despedazarnos y herirnos,
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y las aves defenderlo,
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estorbarlo y resistirlo.
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En esta lid nos halló
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Tiresias, que había salido
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a hacer del mortal eclipse
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no sé qué astrólogo juicio;
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y viendo de fieras y aves,
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en dos bandos divididos,
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un duelo tan desusado,
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un tan nuevo desafío,
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llegó al lugar, viome en él,
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y llevándome consigo,
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vio que le seguían las aves,
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llevando en garras y en picos
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de las rústicas majadas
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hurtados los lacticinios,
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que ser pudiesen entonces
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primero alimento mío.
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A tanto portento absorto,
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fue a consultar el divino
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oráculo de Venus,
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que de esta suerte le dijo:
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«Esa infanta alumna es mía,
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y como siempre vivimos
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opuestas Diana y yo,
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la ofende ella y yo la libro.
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Corrida de ver violada
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una ninfa suya, quiso
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que las fieras la ocultasen
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hoy en los sepulcros vivos
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de sus vientres; pero yo,
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que a defenderla me animo,
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porque fui primera causa
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que alma y vida la dedico,
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las aves, como, en efecto,
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Diosa del Aire, la envío
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a que la defiendan; ellas,
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a ley de preceptos míos,
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serán desde hoy sus nutrices,
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trayéndola a aqueste sitio
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cada día su alimento,
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bien que a costa del aviso
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que no sepan nunca de ella
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los hombres; porque he temido
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que Diana ha de vengarse
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de mí en ella, y con prodigios
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ha de alterar todo el Orbe,
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haciendo que sea el peligro
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más general su hermosura,
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que es el don que tiene mío.
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Excusa, pues, los insultos,
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los escándalos, los vicios,
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los alborotos, las ruinas,
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las muertes y los delitos
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que han de suceder por ella,
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desque aquí al rey más invicto
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haga tirano hasta que
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muera en fatal precipicio».
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Dijo la Diosa, añadiendo
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que al yerto cadáver frío
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de Arceta lo colocase,
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ya en un mármol convertido,
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en medio de esa laguna.
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Todo Tiresias lo hizo,
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y, así, en aquesta prisión
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tantos años me ha tenido
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sin que sepa más de aquello
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sólo que enseñarme quiso;
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y como en la lengua siria,
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quien dijo pájaro dijo
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Semíramis, este nombre
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me puso por haber sido
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Hija del Aire y las aves,
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que son los tutores míos.
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Pues que tú, gallardo joven,
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hoy la cárcel has rompido
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que fue mi centro, te ruego
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que allá me lleves, contigo,
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donde yo, pues advertida
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voy ya de los hados míos,
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sabré vencerlos; pues sé,
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aunque sé poco, que impío
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el Cielo no avasalló
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la elección de nuestro juicio.
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Esto postrada te ruego,
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esto humillada te pido,
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como mujer te lo mando,
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como esclava lo suplico,
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porque, si hoy la ocasión pierdo
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de verme libre, mi brío
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desesperado sabrá
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darse la muerte a sí mismo,
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donde la misma razón
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de excusar mi precipicio
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será la que le apresure;
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pues nada se vio cumplido
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más presto que lo que el hombre
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que no fuese presto quiso.