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¡Basta ya, basta ya! Ha visto el poeta
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que tema humilde, cómico deber,
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versos vulgares, personajes bajos,
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y censurar costumbres, no complace
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a todo el mundo, pues del estirado
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sólo lo serio mueve el interés.
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También hay quien, amigo del furor,
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prefiere a Polidoro ejecutado,
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Hércules entre llamas, Ifigenia
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sacrificada y Troya saqueada
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al recreo que ahora les traemos.
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Grandes temas son, y nunca morirá
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de la furia tan bien representada
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la memoria, mas no se alabe tanto
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de antiguas manos la escritura regia
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pues, si hubiera querido este Poeta
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habría contentado a esa gente
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con lo que gusta en un poema grave.
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Mas, como a todos quiere complacer,
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y no desprecia al bajo populacho;
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como se ve que antaño no fue menos
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el honor recibido por la pluma
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diestra y rauda escritora de comedias
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que el recibido por la de tragedias;
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como ve que esa forma de escribir
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es ignorada en Francia tanto tiempo
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y nadie ha vuelto a intentar hacer
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lo que el pasado tanto valoró,
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el poeta ha empeñado aquí su esfuerzo
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para ofrecernos su comedia Eugenio:
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Que ha decidido así llamar por ser
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Eugenio personaje principal.
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No es de un viejo Menandro esta invención,
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nada extranjero en ella escucharéis.
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Nuestro el estilo, cada personaje
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utiliza también este lenguaje;
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Y, sin enturbiar, como hacen las farsas,
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el santo arroyo donde moran nuestras
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Santas hermanas, no moralizamos,
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un consejo, un escrito, un tiempo, un todo,
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una carne, un espíritu: ese enredo
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que ha sido para tantos alocados
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tantas veces honor de su teatro.
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Mas, por la senda de los más antiguos,
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vencedores del puerto del olvido,
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este poeta anima aquí a Francia
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para que a mucho más aún se atreva,
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aunque en esta Comedia, con frecuencia,
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la voz de las personas más audaces
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más grave sea de lo que debiera
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si imitáramos fielmente al latino.
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Y no piense ningún severo que hemos
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eludido las leyes de lo cómico:
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la lengua, aún tan floja de por sí,
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sufrir no puede una flojera extrema,
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y, además, los que aquí muestran su audacia
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son algo más que el rudo populacho,
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pues cual los vemos son, entre nosotros.
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Mas, decidme, ¿con qué os quedaríais
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qué verso, risa, qué honor y palabras
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si solo aquí sonaran unos zuecos?
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Los Cómicos antiguos, no olvidéis,
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gritar más alto hicieron a los dioses.
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Y en cuanto a los teatros, aunque ahora
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no tengan forma ya de semicírculo
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como antes y de otro modo los dispongan
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al de antaño, tendremos que aceptarlo,
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pues lo exquisito de este viejo ornato
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ahora se dedica sólo a príncipes;
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¡qué bárbaro os hubiera parecido
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el sonido que había entre los actos
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si hubiéramos tomado buen cuidado
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por imitar la Antigüedad en todo!
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Pero, ¿qué ocurre aquí? Pero, ¿a qué viene
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tanta sorpresa? ¿Acaso no sabéis
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todavía de qué trata esta fábula?
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Pues al instante todos lo veréis,
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cuando escuchéis esta primera escena.
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Callaré, que el Abad lleva mis riendas.
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Ahí dentro está, charla con el cura
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sobre su estado, que es inmejorable;
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Camina impaciente por salir a escena
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para contar su buena dicha a todos.
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Jactándose, a su voz da rienda suelta,
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para echaros un lazo con la boca
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y robaros la mente por la oreja
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con esta divertida maravilla.