Después que de la carrera
de aquel caballo, -que a España
1635
fue el de Troya, pues ha sido
de tan gran desdicha causa-
quedó el príncipe don Juan
tan enfermo en Salamanca,
de su mal lograda vida,
1640
con tan pocas esperanzas,
Fernando y doña Isabel,
la jornada de Granada
dejando, dieron la vuelta
a llorar tan gran desgracia.
1645
Siete dotores lo curan,
y entre ellos el de la Parra,
nuevo Galeno español
que a Esculapio se adelanta.
Todos hasta el catorceno
1650
la vida al príncipe alargan,
y el de la Parra una noche
le dice tales palabras:
«Muy malo está Vuestra Alteza,
don Juan, Príncipe de España;
1655
al cuerpo faltan remedios,
acúdanse a los del alma.
La muerte a nadie perdona,
que de los reyes las guardas
atropella y no respeta
1660
como mayor rey la manda.
Tres horas tenéis de vida,
y la una ya se pasa,
que de la vida es el pulso
el reloj que las señala.
1665
Quien os engaña no os quiere,
y a quien hoy os desengaña
debéis más, que las lisonjas
aquí no sirven de nada.
Sin herederos vos deja
1670
el cielo; secretas causas
debe de haber que lo ordenan,
que en la tierra no se alcanzan.
El reino, por vuestra muerte,
queda a la señora infanta;
1675
ampare Dios a Castilla
y a vos os perdone el alma».
Valor mostrando, responde
el príncipe al de la Parra:
«Con ser la verdad primera
1680
que me han dicho, no me espanta.
Natural cosa es la muerte;
colo me aflige la falta
que puedo hacer a Castilla,
aunque dejo tres hermanas;
1685
pero Dios, que determina
que muera, sabrá ampararla
con herederos que importen
más a su iglesia romana».
Y recibiendo de nuevo
1690
los sacramentos, dio el alma
al cielo, luto a Castilla
y general llanto a España.
En la catedral se hizo
un túmulo, cuya rara
1695
fábrica admiró en su pompa
la arquitectura romana.
El edificio soberbio
las cuatro especies mostraba
de las colunas antiguas
1700
que inventó Efesia y Acaia:
las dóricas y corintias,
las jónicas y tuscanias,
que el español mauseolo
hasta los cielos levantan,
1705
sobre los envasamentos
de pedestales y vasas,
cuadros, echinos, boceles,
lengüetas, escitas, zanjas,
nacelas, filetes, plintos,
1710
murecillos, contrabasas,
troquilos, planos, talones,
armilas, gradillas, bandas
cuyo hermoso frontispicio
con el capitel rematan
1715
arquitrabes y cornisas,
frisos y molduras varias,
coronas, gulas, casetos,
gotas, balaustres, armas,
ejes, triglifos, metopas,
1720
témpanos, linteles, jambas.
Tocaba el capel ardente
en la cúpula musaica
de la capilla mayor,
adonde un águila estaba
1725
al sol probando sus hijos,
y uno de ellos, con las alas
batiendo sus rayos de oro,
con unas letras doradas
que dicen: «Éste es mi nido.
1730
¡Adiós, grandezas humanas,
que parecéis muy pequeñas
desde tan alto miradas!»
Doce pendones pendían
luego con las castellanas
1735
y aragonesas insinias;
y en el capitel, España,
armada como la pintan,
pisando yelmos y espadas,
cuyas lágrimas son letras
1740
que de esta suerte lloraban:
«Yo he perdido solamente,
que el príncipe don Juan gana
más dichosas monarquías,
conquistas más soberanas».
1745
Al lado derecho suyo
estaba también la Fama,
y al siniestro la Fortuna,
que rendida se mostraba,
y más abajo la muerte,
1750
arrepentida y turbada,
reclinando el flaco cuerpo
sobre su corva guadaña.
En medio de este edificio,
que ardiendo en luces estaba,
1755
el del Príncipe pusieron,
armado con blancas armas,
la corona en la cabeza,
puesta la mano en la espada,
dando ocasión a los ojos,
1760
que con lágrimas cegaran.
Mostrando el valor que tienen,
los Católicos Monarcas
a las obsequias asisten;
y luego, en siendo acabadas,
1765
los monteros de Espinosa
el cuerpo en hombros levantan,
y a la bóveda le llevan,
donde un secretario aguarda,
que toma por testimonio
1770
que queda en aquella caja
de plomo el cuerpo; y con esto
todos los actos se acaban,
previniendo el juramento
de la infanta doña Juana,
1775
que mil años guarde el cielo
como ha menester España.