Pietro Aretino, La Cortigiana (1534)

La comedia de la corte





Texto utilizado para esta edición digital:
Aretino, Pietro. La comedia de la corte. En La comedia de la corte ; El caballerizo / Pietro Aretino ; Edición y traducción Angel Chiclana. Edición y traducción de Ángel Chiclana. Madrid: Espasa-Calpe, 1989.
Adaptación digital para EMOTHE:
  • Durá Celma, Rosa

Nota a la edición digital

La colección EMOTHE agradece a los familiares del profesor Ángel Chiclana el haber concedido permiso para la reproducción de su traducción.


PERSONAJES

FORASTERO }
GENTILHOMBRE }, que recitan el prólogo
MESSER MACO, burgués de Siena, objeto de la burla de uno de los argumentos
SANDIO, su criado
MAESTRO ANDREA, pintor romano, artífice de la burla a Messer Maco
PÍCARO, vendedor de pliegos de cordel
ROSSO }
CAPPA }, mozos de cuadra de Parabolano
FLAMMINIO }
VALERIO }, servidores de Parabolano
PARABOLANO, burgués napolitano
PESCADOR
SACRISTÁN DE SAN PEDRO
SEMPRONIO, viejo
ALVIGIA, alcahueta
GRILLO, otro criado de Messer Maco
ZOPPINO
PADRE GUARDIÁN DEL ARACELI
MAESTRO MERCURIO, médico
TOÑA, mujer de Arcolano
ARCOLANO, panadero
JUDÍO
ALCAIDE
CORCHETES
BIAGINA, criada de Camilla

PRÓLOGO (Recitado por el FORASTERO y EL GENTILHOMBRE)

Forastero
Este lugar es tan hermoso y tan exquisitamente elegante que me recuerda al mismísimo don Antonio de Leyva, el Grande. Sin duda que aquí va a celebrase alguna gran fiesta. Voy a preguntarle a aquel Geltilhombre. Por favor, señor, ¿podríais decirme para qué han levantado aquí este escenario tan aparatoso?

Gentilhombre
Para una comedia que se va a representar dentro de un momento.

Forastero
¿Quién la ha escrito? ¿La divina marquesa de Pescara?

Gentilhombre
No, que últimamente dedica su inmortal ingenio a elevar entre el número de los dioses a su egregio marido.

Forastero
Entonces quizá sea de la señora Verónica da Corregio.

Gentilhombre
Tampoco aquí acertáis, que está dedicada a más comprometidos trabajos.

Forastero
¿Es de Luigi Alemanni?

Gentilhombre
El gran Luigi está actualmente celebrando los méritos del Cristianísimo Rey de Francia, ejemplo digno de toda virtud.

Forastero
Entonces será de Ariosto.

Gentilhombre
¡Ay de mí!, que el gran Lodovico acaba de subir al cielo porque en esta tierra ya había alcanzado toda la gloria posible.

Forastero
Gran pérdida hemos sufrido todos, en verdad, que, además de sus méritos como poeta, era la misma bondad personificada.

Gentilhombre
¡Qué pena que no hubiese sido la misma desgracia personificada!

Forastero
¿Y eso por qué?

Gentilhombre
Porque las tristezas no se acaban nunca.

Forastero
No es ninguna tontería lo que habéis dicho. Pero decidme, ¿no será obra del dulcísimo Molza o del padre de las Musas, Pietro Bembo, a quien hubiera debido nombrar en primer lugar?

Gentilhombre
Ni del Bembo ni del Molza, que el uno está escribiendo la historia de Venecia y el otro las alabanzas de Hipólito de’ Medici.

Forastero
Entonces debe ser del Guidiccione.

Gentilhombre
No, que no se dignaría emplear su milagrosa pluma en este tipo de escritos.

Forastero
Entonces, sin duda que es del Ricco, autor de aquella comedia tan decorosa que se representó ante el Papa y el emperador.

Gentilhombre
Tampoco es de Ricco, que ahora está dedicado a más graves estudios.

Forastero
Entonces no me queda más que pensar que sea obra de cualquier chiquilicuatro, quae pars est, que nos están diluviando últimamente más poetas que luteranos. Si el mismísimo bosque de Baccaro fuese todo de laureles, aún no tendríamos bastante para coronar a tantos verdugos como le han salido a Petrarca, que con sus comentarios le están haciendo decir al pobre enamorado de Laura tantas cosas que no las confesaría ni con diez vueltas de mancuerda. Más suerte está teniendo Dante que, gracias a sus diablos, mantiene a raya a toda esa canalla. Si no, también él estaría crucificado.

Gentilhombre
Ja, ja, ja.

Forastero
¿Será quizá de Giulio Camillo?

Gentilhombre
No, no es suya, porque ahora está ocupado en enseñar al rey el gran edificio de los milagros de su ingenio.

Forastero
¿Es del Tasso?

Gentilhombre
El Tasso se dedica en estos momentos a agradecer las bondades del príncipe de Salerno. Ya está bien, os lo diré: es una comedia de Pietro Aretino.

Forastero
Pues aunque me hubiera de costar la vida quiero verla, porque estoy seguro de que trata temas ejemplares, con profetas y evangelista. ¿Y de quién habla en esta comedia?

Gentilhombre
Canta, con increíbles acentos, las excelencias del rey Francisco.

Forastero
¿Y quién hay que no alabe al Rey Cristianísimo?

Gentilhombre
Pues está alabando igualmente al duque Alejandro, al marqués del Vasto y a Claudio Rangone, ejemplo de valor y de prudencia.

Forastero
Con solo tres flores no se hace una guirnalda.

Gentilhombre
Pues también al liberalísimo Massimiano Stampa.

Forastero
¿Y alguno más?

Gentilhombre
Lorena, Medici y Trento.

Forastero
Sí, es verdad. En realidad, alaba a todos cuantos lo merecen. Pero, ¿por qué no habéis dicho “al cardenal de Lorena, al cardenal d’ Medici y al cardenal de Trento”?

Gentilhombre
Por no manchar tan claros nombres con tan sucios títulos.

Forastero
Ja, ja, ja. ¡Buen golpe! Y decidme, ¿de qué trata esta comedia?

Gentilhombre
Trata dos argumentos a la vez. En primer lugar, sale un Messe Maco, de Siena, que llega a Roma para cumplir un voto que había hecho su padre, que quería que fuera cardenal; cuando le dicen que nadie puede ser cardenal si antes no ha sido cortesano, toma como pedagogo pedante a Maestro Andrea porque cree que es maestro que enseña cortesanía. Cuando el Maestro Andrea lo lleva a los baños se imagina que las estufas son los moldes de hacer cortesanos. Finalmente, mal remendado de cortesano, quiere apoderarse de Roma entera, como podréis oír. Con este argumento se entrelaza el de un tal Signor Parabolano, de Nápoles (que es una especie de Accursio o de Sarapico, que por obra de la desvergonzada Fortuna suben desde los establos al gobierno de los estados). Este tal se enamora de Livia, mujer de Lucio Romano, y aunque mantiene en secreto este amor, una noche, soñando, lo pone de manifiesto y su criado, Rosso, lo descubre todo y urde un engaño contra su señor, haciéndole creer que la mujer que ama está también locamente enamorada de él. Entonces lo pone en contacto con la alcahueta Alvigia, diciéndole que se trata de la nodriza de Livia, y así consigue que se consume la unión, pero no con Livia sino con la mujer del panadero Arcolano. Pero, en fin, la comedia os lo explicará todo con orden, porque yo no me la sé de memoria.

Forastero
¿Y dónde tienen lugar esos argumentos tan graciosos?

Gentilhombre
En Roma. ¿No la veis aquí?

Forastero
¿Esto es Roma? ¡Dios mío! No la habría reconocido.

Gentilhombre
No me extraña, que bien ha purgado sus pecados a manos de los españoles, y peor hubiera podido quedar. Ahora, retirémonos del escenario. ¡Ah! Y no os riais si veis salir a los personajes más de cinco veces a escena, porque ni las mismísimas cadenas que anclan los molinos al río serían capaces de atar a la clase de locos que hay hoy en día. Y tampoco os maravilléis si el estilo cómico no observa las reglas de las preceptivas al uso, porque en Roma se vive de forma diferente a como se vivía en la antigua Atenas.

Forastero
¿Y quién lo duda?

Gentilhombre
¡Aquí está Messer Maco! Ja, ja, ja.


ACTO I

ESCENA I

Messer Maco y Sandio.

Messer Maco
Y ya estamos en Roma, que es coda mundi.

Sandio
Querréis decir capus mundi.

Maco
Es lo mismo. Y su yo no llego a venir...

Sandio
Se hubiera hundido el mundo.

Maco
Digo que si no llego a verla nunca hubiera creído que fuese más hermosa que Siena.

Sandio
¿No os decía yo que Roma era Roma? Y vos, ¡dale con Siena! Que si la guardia, que si la universidad con sus doctores, que si la fuente Branda, que si la fuente Becci, que si la plaza con sus paseantes, la fiesta de agosto, los carros con los cirios, que si las chucherías, las cacerías de toros, el palio, que si los albaricoques, que si los mazapanes de Siena...

Maco
Y te olvidas que el emperador es nuestro aliado.

Sandio
No contestáis lógicamente.

Maco
¡Calla un momento! Mira un mono allí arriba, en esa ventana. Pss. pss. Mono. ¡Eh! ¡Monito!

Sandio
¿No os da vergüenza hablar con los monos por la calla? No pararéis hasta que todos se hayan dado cuenta de que estáis loco, aunque no sepan que sois de Siena.

Maco
¡Oye! Un papagayo que habla.

Sandio
Es un pájaro carpintero, mi amo.

Maco
Es un papagayo, digas lo que digas.

Sandio
Es uno de esos animales de colores chillones, como el que confundió vuestro abuelo con un papagayo.

Maco
Yo le he enseñado las plumas al orfebre ese que trabaja en latón, y me ha dicho que son plumas de papagayo, y de lo más finas.

Sandio
Sois una bestia, y perdonad que os lo diga, si creéis lo que dice el orfebre.

Maco
Te voy a dar de bastonazos...!

Sandio
No os enfadéis, por favor.

Maco
¡Pues claro que me enfado! Y si no me guardas el respeto debido se te va a caer el pelo.

Sandio
Pero si yo os respeto.

Maco
¿Cómo que me respetas?

Sandio
Tanto como al dinero.

Maco
Está bien. Te perdono.

ESCENA II

Maestro Andrea, pintor, Messer Maco y Sandio.

Maestro Andrea
¿Estáis buscando amo?

Messer Maco
Sabed que yo soy amo.

Sandio
Dejadme hablar a mí, que entiendo la lengua de Roma.

Maco
Está bien. Adelante.

Andrea
Contestad. Si buscáis empleo...

Sandio
Messer Maco, docto in libris, rico y natural de Siena...

Andrea
Precisamente. Os pagaré cinco carlines mensuales, y no tendréis nada que hacer sino almohazar cuatro caballos y dos mulas, llevar agua y leña a la cocina, barrer la casa, servirme de palafrenero y limpiarme la ropa. El resto del tiempo podéis tocaros los cojones.

Maco
A decir verdad, yo he venido a Roma para...

Sandio
Hacerse cardenal y aliarse con...

Maco
...el rey de Francia.

Sandio
O mejor, con el Papa. ¿Pero no os he dicho que me dejéis hablar a mí?

Andrea
Ja, ja, ja.

Maco
¿De qué os reís, señor caballero?

Andrea
Me río porque estáis equivocado. El caso es que primero hay que hacerse cortesano para poder ser después cardenal. Y yo precisamente soy el maestro encargado de enseñar cortesanía. He sido yo quien ha hecho a monseñor de la Storta, el reverendísimo de Baccano, al preboste de Monte Mari, al patriarca de la Magliana, y miles y miles más. Si os place, lo haré igualmente con vuestra señoría, porque me dais la impresión de que honraréis a vuestra patria.

Maco
¿Qué me dices de esto, Sandio?

Sandio
Que me gusta, que me place, que me agrada.

Maco
¿Cuándo empezamos?

Andrea
Hoy mismo, o mañana. Cuando guste vuestra señoría.

Maco
Pues ahora mismo.

Andrea
A vuestro servicio. Voy a buscar el libro de enseñar cortesanía y vuelvo ahora mismo. ¿Dónde os alojáis?

Maco y Sandio
En casa de Cercotto, el genovés.

Andrea
Hablad de uno en uno, que no es de buena educación hablar de dos en dos.

Maco
Es este pícaro el que me hace meter la pata.

Sandio
No soy ningún pícaro y sabed, además, que yo quería ser soldado y vos no quisisteis que corriese riesgo.

Andrea
No os enfadéis porque la palabra pícaro en Roma es todo un honor. Bien. Voy y vuelvo en seguida.

Maco
¿Cómo os llamáis?

Andrea
Maestro Andrea es mi honrado nombre. A los pies de vuestra señoría.

Maco
Dios os guarde.

Sandio
Y volved pronto.

Andrea
En seguida vuelvo.

ESCENA III

Maco y Sandio.

Maco
Sic fata volunt.

Sandio
Sí, sí, daos tono hablando en latín.

Maco
¿Qué estás murmurando?

Sandio
A ver qué tal sois capaz de decir “Vuestra señoría”. ¿No habéis oído al maestro que decía: “A los pies de vuestra señoría”?

Maco
“A los pies de vuestra señoría”. Con la gorra en la mano, ¿no?

Sandio
Exactamente. Poneos derecho, echad atrás los hombros, arreglaos esas ropas, escupid con fuerza. Andad con grandes zancadas. Estupendo; así; estupendo.

ESCENA IV

Pícaro, vendedor de historias, Maco y Sandio.

Pícaro
¡A las buenas historias! ¡Vendo buenas historias!

Maco
¡Calla! ¿Qué está diciendo ese?

Sandio
Debe estar loco.

Pícaro
¡A las buenas historias! ¡Traigo buenas historias! La invasión de Hungría por los turcos, los sermones de fray Martín Lutero, el Concilio. ¡Historias! ¡Historias frescas! El Cisma de Inglaterra, pompa y lujo del Papa y del Emperador, la Circuncisión del Voivoda, el saco de Roma, las conversaciones de Marsella y sus conclusiones. ¡Historias frescas!

Maco
¡Sal corriendo, Sandio! Toma; aquí tienes un julio. Cómprame la historia de los cortesanos que me voy a hacer cortesano antes de que vuelva el maestro. ¡Ah! Pero no te hagas cortesano antes que yo, ¿eh?

Sandio
Desde luego que no. ¡Ah! ¡El de los libros! ¡El de los discursos! ¡El de los documentos! ¡Eh, tú! ¡Eh, vos! ¡Así te rompas el alma! Ya se ha ido. Voy tras él.

Maco
Sí, ¡Corre! ¡Corre!

ESCENA V

Messer Maco, solo.

Maco
¡Qué calles tan limpias! ¡Hombre! En aquella ventana veo a una hermosa dama. Debe ser, por lo menos, la duquesa de Roma. ¡Qué hermosa es! Me enamora. Cuando sea cardenal, cuando sea cortesano, no se me escapará, no. Me está mirando, se está fijando en mí. A esta la hecho yo el anzuelo. Aquí viene mi criado. ¿Dónde está el libro?

ESCENA VI

Sandio y Messer Maco.

Sandio
Aquí está. Mirad el título.

Maco
“La vida de los turcos”, compuesta por el obispo de Nocera. ¡Así revientes, ladrón! ¿Y qué quieres que haga yo con los turcos? Para limpiarme el... No; con los turcos no quiero bromas. Devuélvesela.

Sandio
Yo le pedí algo sobre los cortesanos y él me dio esto y me dijo “Pregúntale a tu amo si quiere La sífiles, de Strascino da Siena”.

Maco
¿La sífilis? ¡Un hombre de mi categoría con la sífilis!

Sandio
¿Tan grave es?

Maco
Vamos, vamos a casa, que voy a despellejarte.

Sandio
De eso nada, mi amo.

Maco
Date por despedido. Y en tu lugar cogeré a Grillo.

ESCENA VII

Rosso y Cappa, lacayos del Signor Parabolano.

Rosso
Nuestro amo es el más gentil bribón, el más excelente holgazán y el más respetable asco de toda Italia. No hace ni dos días que era un simple mozo de cuadra y ahí lo tienes ahora, que hay que darle el tratamiento de excelencia.

Cappa
Verdaderamente, quien negase que es un bribón redomado sería un embustero. ¿Has visto la bellaquería que usa? Les dice a los criados que vienen buscando trabajo: “Durante un mes nos haremos la prueba el uno al otro; si os plazco como amo, os podéis quedar y si no me gustáis como criado, yo también seré libre de despediros.” Y al cabo de un mes les dice: “No, no me interesáis.”

Rosso
¿Te parece poca vergüenza? Así está siempre bien servido y no tiene que pagar salario.

Cappa
A mí me hace reír y... y blasfemar al mismo tiempo, cuando lo veo apoyado en dos criados para que le aten las calzas; que si las agujetas no están igualadas o si las puntas no coinciden hunde el cielo a gritos.

Rosso
¿Y qué me dices del papel higiénico que usa, que tiene que ser perfumado y se lo hace servir en bandeja de plata? Y, además, no se sirve de él sin antes no le hacen la salva.

Cappa
Ja, ja, ja. ¿Y lo ridículo que es cuando va a la iglesia? Por cada Ave María que dice el paje que lo acompaña, él pasa un Paternoster de su rosario. O la ceremonia que usa para santiguarse: el paje moja el dedo en el agua bendita, después de habérselo besado, y luego se lo ofrece con una reverencia a la española, y él lo toca y se hace la señal de la cruz.

Rosso
Ja, ja, ja. Me parece más ridículo que el antiguo prior de Capua que, cuando tenía ganas de orinar, se hacía abrir la bragueta por un paje y tenía otro paje para que le sacase el pájaro. O cuando se peinaba la barba, que tenía un camarero sosteniéndole el espejo y como un solo pelo quedase despeinado, hacía apalear al barbero.

Cappa
Ja, ja, ja. ¿Te has fijado en las ceremonias que hace para limpiarse los dientes después de las comidas?

Rosso
¿Cómo que si me he fijado? Me parto de risa cuando lo veo, después de haber estado tres horas enjuagándose, dándose con la servilleta y restregándose los dientes con los dedos. Y luego, por cualquier tontería que le digan, se queda boquiabierto para que se le vean bien los dientes blancos. Y no digamos cuando va andando, pavoneándose o cuando se acaricia los pelos de la barba. O cuando mira a alguien, con esas miradas sensuales y provocativas.

Cappa
Un día le voy a dar un hachazo en la cabeza, y sea lo que Dios quiera.

Rosso
Y que aprendan así los que son como él. ¡Cuidado! Ahí viene Valerio. Ojalá no nos haya oído. ¡Vámonos!

ESCENA VIII

Valerio, solo.

Valerio
¡Eh! ¡Truhanes! ¡Borrachos! ¡Traidores! Os he oído. ¡Claro que os he oído! Sí, escondeos. ¡Vaya forma de tratar a vuestro amo! ¡Vaya una gentuza! ¿Es que el señor no te trata bien. Rosso? Valen más que tú las ropas que te regala cada año. Está visto que mientras peor te portes con tu señor, mejor te trata. “De lo contrario come el lobo”.

ESCENA IX

Flamminio y Valerio.

Flamminio
¿A qué vienen esos gritos? ¿Qué haces hablando solo?

Valerio
Estoy negro por las bellaquerías que estaban diciendo de nuestro amor el Rosso y Cappa. Ya les daría yo su merecido si no fuera por no dejar sin clientes al verdugo. Y todo por culpa de esos defectillos que tiene. Cuando un criado conoce las debilidades de su amo, se convierte él mismo en señor.

Flamminio
Así es, en verdad. Y no creas que el Rosso es el único. Yo he oído, a uno a quien tú conoces, decir judiadas de su señor. Un señor como Dios manda y que, por serlo, trata a sus criados como si fuesen hijos. Pero la culpa es de los señores, que se rodean de bellacos y de ignorantes en lugar de buscar criados honrados y de noble cuna.

Valerio
Eso es porque los señores quieren hacer lo que les viene en gana y sin que nadie les diga nada. Y cuando no sabe lo que quiere, apalea e insulta y trata a patadas a los criados. Y esto no se puede hacer con una persona honrada y de noble cuna, que sería capaz de mendigar antes que tener que vaciar una privada o lavar un orinal. Una persona honrada reventaría antes de disimular y callar los sucios caprichos que se les ocurren a los señores. En otras palabras, que quien quiera triunfar en la corte tiene que ser sordo, ciego, mudo, burro y... y hasta cabrón, para decirlo todo.

Flamminio
Y esto es así porque la mayor parte de los grandes de hoy día son de orígenes tan oscuros que no pueden ni compararse con los que provienen de sangre ilustre. Y ahí los tienes: siempre inventándose escudos de armas o buscándose apellidos ilustres que los hagan parecer de noble estirpe.

Valerio
¿Y quién puede ser de más noble estirpe que el señor Constantino, príncipe de Macedonia y déspota de la Morea y actualmente gobernador de Fano?

Flamminio
Pero dejemos estas razones, que todo consiste en tener buena suerte. Pero dime: ¿qué le pasa a nuestro señor, que se pasa el día suspirando?

Valerio
No lo sé, pero me parece que está enamorado.

Flamminio
No nos faltaba más que eso. ¿Vamos a dar un paseo por el Belvedere?

Valerio
Buena idea. Vamos.

ESCENA X

Signor Parabolano y Rosso.

Parabolano
¡Ya estás aquí! ¿De dónde vienes?

Rosso
De Campo di Fiori.

Parabolano
¿Y con quién has estado?

Rosso
Con el Patillas, el Destripador, el Tartaja y el Tapas. He visto el cartel de desafío que manda Ceremonias de Moncada a don Puntilloso de Valencia. Después me pasé por la calle de la Paz y vi a la señora, que estaba hablando de ir a merendar a no sé qué viña de las afueras. En realidad, fui para darle un par de estocadas al que estaba hablando con ella, pero supe contralarme a tiempo.

Parabolano
De todos modos, no importa; ya no estoy enamorado de ella.

Rosso
¿Ya no? Desde luego, si yo fuese mujer antes me dejaba quemar viva que dar oídos a un enamorado como vos. Hace dos días estabais derritiéndoos y hoy huis de ella como de la peste. Los señores no sabéis lo que queréis.

Parabolano
Ya está bien de charlas. Toma estos diez escudos y compra unas lampreas, todas las que encuentres, y llévaselas a ese gentilhombre que está alojado en casa de Cercotto.

Rosso
¿El loco de Siena?

Parabolano
Loco o cuerdo, se las llevas. Ya sabes con cuanta amabilidad nos recibió en su casa cuando fuimos a Siena.

Rosso
Sería mejor regalarle un par de cachorros.

Parabolano
¿Es que los seneses comen perros, desgraciado?

Rosso
Unas alcachofas serían más que suficientes.

Parabolano
¿Y dónde encuentras alcachofas en este tiempo?

Rosso
Buscadlas.

Parabolano
Anda, ve y compra lo que te he dicho y preséntaselo con todos mis respetos y dile que mañana iré a visitarlo porque hoy estoy muy ocupado en palacio.

Rosso
Yo creo que con unas cuantas tortugas quedaríamos bien. Hay que saber quedar bien con las personas de calidad.

Parabolano
¿Y unas tortugas serían un regalo digno de una persona de mi condición, pedazo de bestia? Anda, date prisa, y llévale las lampreas. Y a ver si eres capaz de hablarle como una persona de buena crianza.

Rosso
Claro que sabré hacerlo, señor. Ojalá el mismísimo Sofí de Persia me enviase como embajador al Papa. Yo le diría: Serenísimo, Reverendísimo, Excelentísimo, Majestad, Santidad, Paternidad, Magnífico Señor, Omnipotencia y Reverencia y hasta Viro Domino, y le haría una reverencia así y otra así.

Parabolano
Altaria fumant. Ayúdame a quitarme esta casaca y llévala a casa, que voy a visitar las cuadras y el jardín.

ESCENA XI

Rosso solo, con la casaca de Parabolano.

Rosso
Voy a ver qué tal me sienta la seda. Daría un ojo de la cara para poder tener un espejo y mirarme en él con el otro ojo con estos vestidos. Digan lo que digan, son los hábitos los que hacen al monje. Si todos estos señores de pacotilla estuviesen vestidos de trapillo como vamos nosotros, se les vería el pelo de la dehesa. No me explico cómo no han mandado romper todos los espejos de sus casas para no verse las caras de muertos de hambre que tienen. Y yo soy un idiota por no marcharme ahora mismo y hacerle un leva eius con estas ropas y estos dineros. Robar a un señor es la primera de las obras de caridad. Pero por ahora vamos a buscar estas lampreas, que ya encontraremos mejor ocasión de explotar a ese. ¡Hombre! Ahí va un pescador, que precisamente tiene aspecto de listo y debe ser tonto.

ESCENA XII

Rosso y Pescador.

Rosso
Estas vestiduras son incómodas. Reconozco que me sientan bien, pero no me gustan. ¿Qué llevas ahí? ¿Pescado?

Pescador
A vuestro servicio, señoría.

Rosso
¿No tienes más que estas lampreas?

Pescador
Acabo de vender otras tantas al despensero de fray Mariano para la cena de esta noche del Moro, el Brandino, el Proto y el Troya y los demás tragones de palacio.

Rosso
Resérvame siempre todas las que cojas. Yo soy el despensero de nuestro señor. Si quedo satisfecho me serviré de ti de ahora en adelante.

Pescador
Soy esclavo de vuestra señoría.

Rosso
¿Cuánto quieres por estas?

Pescador
Lo que vuestra señoría me dé.

Rosso
Habla, habla. ¿Cuánto quieres?

Pescador
Diez ducados, si a vuestra señoría le parece bien.

Rosso
Con ocho creo que ya estarían bien pagadas.

Pescador
Lléveselas vuestra señoría como regalo, que, aunque pobre, me sentiré muy honrado.

Pescador
No solo en los palacios viven los ánimos generosos. (Como hablando consigo mismo, en voz alta) A ver si mi criado me trae la mula de una vez. Seguro que me trae el caballo, que tarda un siglo en ensillármelo. No sé cómo no le hecho.

Pescador
No se impaciente vuestra señoría; ahora se la traigo yo. Mi hijo se quedará aquí con el pescado.

Rosso
Gracias, buen hombre. (Como antes) Como me lo encuentre en el Borgo se va a acordar del día de hoy. (Al pescador) Ven aquí.

Pescador
A vuestras órdenes.

Rosso
¿De quién eres partidario, de los Colonna o de los Orsini?

Pescador
¿Yo? Del que gane. Bolas, bolas.

Rosso
¿De dónde eres?

Pescador
Soy florentino, nacido en Porta Pinti y de buena familia. Pero quebré por culpa de un as que me falló cuando más lo necesitaba.

Rosso
Ja, ja. ¿Y cómo te llamas?

Pescador
Me dicen el Correveidile, para serviros. Y tengo tres hermanas en el Borgo; también al servicio de vuestra señoría.

Rosso
¡Hombre, qué suerte! Ahí está nuestro mayordomo, a la puerta de San Pedro. Le diré que te pague las lampreas, que creo que no llevo bastante dinero encima. Espérame aquí.

Pescador
Como gustéis.

ESCENA XIII

Rosso, solo.

Rosso
(Simula enfado con el inexistente criado) ¡Y este desgraciado que no viene! No puede uno fiarse de los criados. Voy a molerlo a palos. Ladrón. Sinvergüenza.

ESCENA XIV

Rosso y Sacristán de San Pedro.

Rosso
Perdonad, señor. Mirad, aquel pobre hombre que veis ahí tiene a la mujer endemoniada con más de diez demonios en el cuerpo. Vive en la posada de la Luna. Ruego a vuestra reverencia, por amor de Dios, que os encarguéis de él, que es un simple y también él anda medio endemoniado.

Sacristán
En cuanto termine con este amigo mío, me encargaré de él con mucho gusto. Decidle que venga.

ESCENA XV

Rosso, Pescador y Sacristán.

Rosso
(Llamando al Pescador) ¡Correveidile!

Pescador
(Acercándose) Mande vuestra señoría.

Sacristán
(Al Pescador) Cuando termine con este señor te atiendo.

Pescador
Como ordene vuestra señoría.

ESCENA XVI

Rosso y Pescador.

Rosso
Aquí tienes cinco julio, como señal para el sastre, y dile que cuando vuelva a Roma ya le liquidaré yo el precio de las calzas.

Pescador
Vuestra señoría es demasiado generoso. Tomad las lampreas.

Rosso
Sí, dame. Está visto que tendré que hacer yo de criado, ya que mi criado está por ahí, como un señor. Adiós.

Pescador
Esperad, señor despensero. Para las calzas: ¿cuáles son vuestros colores?

Rosso
Los que te den la gana. No tiene importancia. Que sigas bien.

ESCENA XVII

Pescador, solo.

Pescador
Me va a dar ocho escudos por lo que no vale ni cuatro. ¡Valiente despensero! Ja, ja. Como va vestido de seda se cree el rey del mundo. A ver si termina este charlatán. Es más largo que un día sin pan.

ESCENA XVIII

Sacristán y Pescador.

Sacristán
A ver, ven aquí.

Pescador
A vuestro servicio.

Sacristán
Perdóname si te he hecho esperar.

Pescador
¿Perdonaros? Por vos iría al fin del mundo.

Sacristán
En seguida te arreglo.

Pescador
Y mucha falta que me está haciendo, señor, que tengo cinco hijos que están en los huesos, los angelitos.

Sacristán
(Para sí) Vamos a ver qué me dice de esos demonios. (Alto, al pescador) ¿Cuántos son? (Para sí) ¿Que cuántos son? ¡Ah, sí! Las lampreas. (Alto) Son diez y bien hermosas, señor.

Sacristán
¿Diez? No está mal.

Pescador
Sí, para los tiempos que corren, no está mal haber pescado diez.

Sacristán
¿Y la hacen sufrir mucho?

Pescador
¿Sufrir? ¡Oh, no, señor! Las lampreas son muy ligeras.

Sacristán
¡Pobrecillo! Estás desvariando.

Pescador
¿Cómo desvariando? Preguntad a cualquier médico.

Sacristán
¿Los cogió de noche o de día?

Pescador
¿Qué tendrá que ver? Pesqué seis anoche y las otras cuatro esta mañana. Y págueme de una vez y terminemos, que tengo mucho que hacer.

Sacristán
Sin duda que tu padre te dejó esta maldición.

Pescador
¿Os parece poca maldición el ser pobre?

Sacristán
Haz que le digan las misas de San Gregorio.

Pescador
¿Y qué coño tienen que ver las lampreas con las misas de San Gregorio? Pagadme de una vez, antes de que empiece a mentar a todos los santos del cielo.

Sacristán
(Para sí) Está peor de lo que pensaba. (Hacia fuera) ¡Eh, vosotros! ¡Ayudadme! Ayudadme. Hacedle el signo de la cruz. (Exorcizándolo con grandes gestos) In adiutorium Altissimi...

(Entran varios, vestidos con traje eclesiástico, que forcejean para sujetar al Pescador)

Pescador
(Resistiéndose) ¡Ah!, ¡granujas! ¡Soltadme!

Sacristán
(Igual que antes)Et homo factus est.”

Pescador
(Ídem) ¡Cabrones! ¡Maricones!

Sacristán
¡Cuidado, que muerde!

(Le da de puñetazos)

Pescador
¿A puñetazos, maricones?

Sacristán
(Como antes)Et in virtute tua salvum me fac.” Agua santa.

Pescador
¡Soltadme, canallas! ¿Endemoniado yo? ¿Yo endemoniado?

Sacristán
(Igual) ¿Dónde irás a esconderte de la mirada del Señor?

Pescador
¿Qué dónde me voy a esconder? ¡En tu culo, maricón!

Sacristán
(Igual)In ignem aeternum.”

Pescador
Os juro que...

Sacristán
Lleváoslo de aquí. “Conculcabis leonem et draconem...”

(Salen todos arrastrándolo, seguidos por el Sacristán que va salmodiando)

ESCENA XIX

Signor Parabolano, solo.

Parabolano
Ni caballos, ni jardines, ni ningún otro placer es capaz de apartarme de los vagos pensamientos que me trae la dulce imagen de Livia; estoy en tal estado que la comida me es como veneno, el reposo es fatiga, el día oscuridad y la noche, que debería serme descanso, me aflige de tal forma que, odiándome a mí mismo, antes querría morir que vivir en este estado. Pero ahí viene Maestro Andrea. Si me ha oído pronto estaré en boca de las gentes. Será mejor que me encierre en casa.

(Sale)

ESCENA XX

Maestro Andrea, con un libro en la mano, y Rosso.

Rosso
Te encuentro riéndote, ja, ja. Y yo también me río. ¡Una broma estupenda! Ja, ja. Un pescador, ja, ja. Te la contaré luego, más despacio. Voy a llevar estas ropas que llevo aquí y estas lampreas: la mitad las tendrá quien las debe tener y la otra mitad me las voy a comer yo en la reverendísima taberna. Adiós.

Andrea
Que sigas bien.

ESCENA XXI

Maestro Andrea, solo.

Andrea
Yo, que quería buscarle amo al forastero ese de Siena, y resulta que soy yo quien me voy a quedar con él como pedagogo. Le llevo este libro de astrología para convertirlo en cortesano, ja, ja. Vamos con él para que agosto lo encuentre en su conjunción. No ya a un senés, sino a mi mismísimo padre se la pegaría si estuviese tan loco como este. A quien quiere mandar el cerebro por correo, lo mejor es pagarle la posta; sería una obra de caridad tan buena como la de desembarazarse de tanto fraile y tanto cura como pulula por ahí. Cuando una cabeza se queda vacía, en seguida se llena de estados y de grandezas y de tesoros y nada agradece más que el que le sigan la corriente. Por eso, si yo le digo a todo que sí, este idiota me quedará más agradecido que un sifilítico al palo santo de Indias. Ahí va paseando. ¡Ay, qué ridículo es! A fe, que lo incluiría en el santoral de los menos para que se conmemorase solemnemente su día, para honor y gloria de su tierra.

ESCENA XXII

Maestro Andrea y Messer Maco.

Andrea
Salud y suerte.

Maco
Buenos días y buen año. ¿Dónde está el libro?

Andrea
Aquí lo tenéis.

Maco
Estoy deseando que me expliquéis la primera lección ahora mismo.

Andrea
¡Qué gracioso sois!

Maco
¿Y por qué me insultáis?

Andrea
¿Yo os insulto por llamaros gracioso?

Maco
Sí, que ni yo ni nadie de mi familia ha sido nunca gracioso. Vamos, empezad.

Andrea
La primera cosa que un cortesano debe saber es blasfemar bien. Debe ser jugador, envidioso, putañero, hereje, adulador, maldiciente, desagradecido, ignorante, bestia y debe ser vanidoso y hacer el mariquita y ser a la vez agente y paciente.

Maco
Despacio, despacio. No entiendo ese lenguaje. ¿Qué quiere decir agente y paciente?

Andrea
Ser tanto dante como tomante. Marido y mujer, vamos.

Maco
Me parece que comprendo. ¿Qué hay que hacer para ser hereje?

Andrea
Nada.

Maco
Yo nado muy bien.

Andrea
No me habéis entendido. Si alguien os dijere que en la corte existen la bondad, la discreción, el amor o la fidelidad, decid: No lo creo.

Maco
(Ampulosamente, como ensayando) No lo creo.

Andrea
Muy bien. Si os dijesen que es pecado romper el ayuno de la Cuaresma, contestad: Yo me río de esas cosas.

Maco
(Ídem) Yo me río de esas cosas.

Andrea
A quien os hablare bien de la corte, decid: Sois un embustero.

Maco
Creo que sería mejor decir: (Ídem) Mentís por la gola.

Andrea
Sí, es mejor. Queda más inteligible y es más breve.

Maco
¿Y por qué deben blasfemar los cortesanos, maestro?

Andrea
Para mostrar espíritu práctico y por la crueldad de los que dispensan favores en las cortes, que acogen a los bribones y desprecian a los buenos y maltratan de tal forma a los cortesanos que los hacen apostatar del Bautismo.

Maco
¿Y para ser ignorante?

Andrea
Basta seguir siendo tan burro como cuando se entra.

Maco
¿Y envidioso?

Andrea
No soportando la felicidad ajena.

Maco
¿Y adulador?

Andrea
Alabando todo tipo de bellaquería.

Maco
¿Cómo se consigue ser vanidoso?

Andrea
Contando milagros.

Maco
¿Y cómo se hace el mariquita?

Andrea
Eso podréis aprenderlo de cualquier cortesanillo fullero que se está de la mañana a la noche, como si fuera una promesa, haciéndose cepillar la capa y el vestido y que se pasa las horas ante el espejo rizándose y perfumándose el cabello. Y parlando toscano y llevando siempre un Canzoniere de Petrarca. Y diciendo: “Sí, a fe” y “Juro a Dios” y “Besoos las manos”, pareceréis la quintaesencia de la cortesanía.

Maco
¿Y cómo se dice mal de la gente?

Andrea
Simplemente, diciendo la verdad.

Maco
¿Y cómo se es desagradecido?

Andrea
Fingiendo que no veis a quien os ha hecho bien.

Maco
¿Y cómo se es bestia?

Andrea
Eso podéis preguntarlo hasta a las piedras de Palacio. Y basta por hoy. En la segunda lección trataremos del Coliseo.

Maco
Un momento, un momento. Esto del CULIseo, ¿qué es?

Andrea
Es lo mejor de Roma y su mayor placer.

Maco
¿Y cómo es eso?

Andrea
Ya os lo explicaré mañana Y después estudiaremos a maestro Pasquino.

Maco
¿Quién es maestro Pasquino?

Andrea
Uno que (Gesto obsceno) calafatea a señores y monseñores. ¡Y en verso!

Maco
También yo soy poeta. En latín y en italiano. Sé de memoria un epigrama laudatorio...

Andrea
¿En honor de quién?

Maco
De mi persona.

Andrea
¿Ah, sí? ¿Y quién es el autor?

Maco
Un gran poeta.

Andrea
¿Y quién es ese gran poeta?

Maco
Yo mismo.

Andrea
Ja, ja. Por favor, recitádmelo, que quiero oírlo.

Maco
Hanc tua Penelope musam meditaris avenam.
Nil mihi rescribas, nimium ne crede colori.
Cornua cum Lunae recubans sub tegmine fagi.
Tityre tu patulae lento tibi mittit Ulysses.

Andrea
¡Al ladrón! ¡Al ladrón!

Maco
¿Por qué pedís socorro?

Andrea
Porque alguien, arrastrado por el épico furor, ha debido robaros vuestros versos.

Maco
¿A quién os referís? ¿Quién es ese furioso ético?

Andrea
Un desgraciado que se ha atrevido a desafiar a cañonazos a su maestro. Seguid, por favor, que quiero conocer entero vuestro poema.

Maco
5
Arma virumque cano vacinia nigra leguntur.
Italiam fato numerum sine viribus uxor.
Omnia vincit amor nobis ut carmina dicunt.
Silvestrem tenui, et nos cedamus Amori.

Andrea
Si queréis publicarlos y atribuirlos al Jovial de Bolonia, contad conmigo para escribir el prólogo.

Maco
Ago vobis gratia.

Andrea
Pues vamos a casa a prepararlo todo. ¿Dónde está vuestro criado?

Maco
Ese es un sinvergüenza y Grillo un hombre de bien; de modo que cambiaré de criado. Entrad, maestro.

ESCENA XXIII

Pescador (Roto y maltratado por los exorcismos)

Pescador
“Roma, que a los locos doma.” ¿Quién creería que en el Paraíso diesen estos porrazos? ¡Qué barbaridad! Si así engañan a un florentino, ¿qué no harán con un senés? Estoy que muerdo de rabia: dos horas me han tenido, atado a la columna como si estuviera endemoniado y todo el mundo alrededor tirándome de los pelos y pisoteándome y golpeándome. Unos pidiendo que abriese y cerrase las puertas, otros que encendiese y apagase las velas, otros... ¡Qué el diablo se los lleve! Quédate con Dios, Roma, que estoy harto de ti. ¡Y yo que pensaba que lo había engañado con las lampreas! Si me encuentro con ese sacristán y esos desgraciados de curas que me han puesto así, juro que..., juro que les aplasto la nariz, y les rompo los huesos todos, y les... y les saco los ojos. ¡Maldita sea Roma y todos los que viven en ella! Y yo que pensaba que el castigo que Cristo le ha mandado por medio de los españoles la habría escarmentado, ¡y está más degenerada que nunca!


ACTO II

ESCENA I

Cappa, solo.

Cappa
(Habla y actúa como un borracho) Quien no haya estado nunca en una taberna no sabe lo que el paraíso. Mi buen amigo Rosso me ha invitado y nos hemos comido cinco lampreas que me ha sabido a gloria bendita. ¡Oh, taberna santa! ¡Oh, taberna milagrosa! La llamo santa porque en la taberna no hay ni preocupaciones ni miserias. Y es milagrosa porque los asadores dan vueltas solitos. En verdad que la buena educación y la cortesía provienen de las tabernas, que están llenas de reverencias (Se tambalea y parece que parodia una reverencia) y de “Sí, señor” (Se inclina víctima de la borrachera) y de “No señor”. (Ídem, tambaleándose a uno y a otro lado) Ni el mismísimo Gran Turco come como se come en una taberna. En comparación con los olores que allí se respiran hasta los mismos perfumes huelen a mierda. ¡Oh, suave y dulce y celestial música la que sube de los asadores, forrados de tordos y de perdices y de capones, consuelo del alma mía! Oliendo esa música celestial estaría siempre durmiendo... si no fuese porque me despierta el apetito. Mira que es bueno hacer el amor con una hermosa mujer, pues mejor todavía es la taberna. Porque en la taberna ni se llora, ni se suspira, ni se sienten celos, ni se sufre de amor. Los césares celebraban sus triunfos pasando por esos arcos que se ven por aquí y por allá; si los hubiesen celebrado pasando por las tabernas, sus soldados se los hubiesen comido a besos... como yo me he comido esas lampreas. ¡Ay qué lampreas! Yo no me he peleado en mi vida con nadie, por lo menos, que yo recuerde; pero por una de esas lampreas sería capaz de matar a mi padre. Y no le tengo envidia a ningún mozo de cuadra como yo, aunque gane mil ducados, pero cuando veo a algunos comiendo una lamprea parece como si me estuviesen robando algo mío. Ahora tengo que ir al sastre, que mi señor quieres estrenar ese vestido mañana. ¡Qué ignorante y qué grosero es!

(Sale tambaleándose)

ESCENA II

Maestro Andrea y Messer Maco.

Andrea
¡Qué bien os sienta ese vestido nuevo! Parecéis un príncipe.

Maco
Reír me hacéis, reír.

Andrea
¿Recuerda vuestra señoría todo lo que le he enseñado?

Maco
Todo lo recuerdo, todo.

Andrea
Veamos: haced como si fuerais un duque, como hacen los bribones imitando a los cardenales.

Maco
¿Cómo lo hago? ¿Así: embozándome en la capa?

Andrea
Eso es.

(Maco camina embozado en la capa que le tapa la cara y tropieza y cae al suelo)

Maco
¡Ay de mí! ¡Qué porrazo! Que no sé hacer el duque a oscuras.

Andrea
(Para sí) Poneos de pie, necio.

Maco
Mandaré que le abran dos agujeros a la capa si queréis que haga el duque. Sabed que he estado a punto de soltar un despropósito.

Andrea
Hubierais debido soltarlo. A ver, ¿cómo se contesta a los señores?

Maco
(Con inclinaciones ridículas) Sí, señor. No, señor.

Andrea
Muy cortesanamente. ¿Y a las señoras?

Maco
Bésoos la mano.

Andrea
Muy bien. ¿Y a los amigos?

Maco
Sí, a fe.

Andrea
¡Pero qué magnífico! ¿Y a los prelados?

Maco
Juro a Dios.

Andrea
¡Estupendo! ¿Y cómo se ordena a los criados?

Maco
(En tono violento y prepotente) ¡Tráeme la mula, tráeme los vestidos, haz la cama, arregla la habitación! ¡Voto al cielo, que te voy a dar de palos!

ESCENA III

Los mismos y Grillo, criado de Maco.

Grillo
Ya os he oído, señor. Maestro Andrea, haced que me paguen lo que me deben que no quiero seguir sirviendo en estas condiciones.

Maco
No te asustes, Grillo, que yo hablo así para aprender a ser cortesano.

Grillo
¡Qué susto me habéis dado!

Andrea
Ja, ja. Vamos a ir ahora a visitar Campo Santo y el obelisco y la Piña de San Pedro y la vía dei Banchi y la Torre di Nona.

Maco
¿Torre di Nona es la que toca las campanas?

Andrea
Sí, tirando de las cuerdas de la horca.

(Hace el gesto de ahorcar)

Maco
¡Carajo!

Andrea
Y después iremos a Ponte Sisto y a visitar los sitios donde hay jaleo.

Maco
¿Hay burdeles en Roma?

Andrea
Y en toda Italia.

Maco
¿Qué iglesia es esta?

Andrea
Esta es San Pedro. Entrad con devoción.

Maco
Laudamus te, benedicimus te.

Andrea
Así, así.

Maco
Et in terra pax bonae voluntatis. Vamos a entrar. Venid, maestro. Hosanna in excelsis.

ESCENA IV

Rosso, solo.

Rosso
Me ha caído encima la Fortuna, como le caen las budas a los que se acuestan con la Beatriz. Y no me refiero solo a los diez escudos ni a las lampreas que le he afanado a ese pobre pescador, que eso no es nada. Me ha caído una suerte, gracias, sin duda, a mi buena conducta, que no la cambiaría por la de un obispo. Resulta que mi señor está enamorado y guarda el secreto con más cuidado que no guarda sus doblones. Yo me di cuenta hace unos días, oyéndolo hablar solo y suspirar y viéndolo, que parece que está en la luna, pensé que Cupido lo tenía en sus garras. Dos o tres veces he estado a punto de preguntarle qué le pasaba, pero me he callado. ¿Y qué ha pasado? Que esta noche lo he confirmado: pasando por delante de la cámara de mi señor, arrimé la oreja a la puerta y lo oí que hablaba dormido, soñando sin duda que estaba con la amada: “¡Livia, me muero por ti! ¡Livia, ardo de pasión. Livia, no me hagas sufrir! y una larga retahíla de palabras que me han confirmado que está enamorado como una bestia. Y luego, soñando que hablaba con el marido de ella, decía: “Oh, Lucio, qué feliz eres poseyendo a la mujer más hermosa del mundo!” Y volviendo a Livia otra vez: “¡Oh, Livia mía, alma mía, corazón mío, esperanza mía...!”, hasta que sentí unos temblores en la cama que parecía que se venía..., que se venía el cielo encima. Me volví a mi cuarto y dándole vueltas a la cosa he estado pensando en cómo aprovecharme de él y sacarle todo el partido que pueda. Y luego, entre el ir y venir, y engañar al pescador y comerme las lampreas con el Cappa en esa santísima taberna, no he tenido tiempo de hacer nada. Voy a ir a hablar con Alvigia, la vieja alcahueta que sería capaz de corromper a la misma Castidad, porque sin ella no podría hacer nada y veremos el modo de exprimir a este cojonazos de mi señor. Estos señores de pacotilla se creen que todas las reinas y todas las duquesas del mundo están enamoradas de ellos. Engañarlo será más fácil que caer mal en la corte. Vamos allá, a ver a Alvigia. ¡La que se puede armar!

ESCENA V

Parabolano, solo.

Parabolano
Esta vida es una locura. Cuando era pobre, la ambición de subir a mejor estado me espoleaba continuamente, y ahora que puedo llamarme afortunado me atormenta esta extraña pasión que ni ensalmos ni hierbas logran curar. ¡Ay, Amor!, ¿quién puede resistirte? Ciertamente, la Naturaleza fue enemiga de la felicidad de los mortales cuando te creó, Amor, mal irremediable de hombres y dioses. ¿De qué me sirve tener a la Fortuna de mi parte si el Amor me ha robado el corazón, antes feliz y ahora en el más oscuro de los abismos? ¿Qué debo hacer, sino llorar y suspirar como una mujer, por una mujer? No me queda otro camino que el que han seguido tantos otros amantes desgraciados antes que yo.

(Sale)

ESCENA VI

Sempronio, viejo y Flamminio.

Flamminio
¿Y para qué queréis colocar a vuestro hijo en la corte?

Sempronio
Para que aprenda virtud y buena crianza, con las que encontrará sin duda provechosa y honrada ocupación.

Flamminio
¿Virtud y buena crianza en la corte? ¡Hum!

Sempronio
En mis tiempos solo en las cortes se daban tan hermosas cualidades.

Flamminio
En vuestros tiempos los asnos sentaban cátedra. Vosotros, los viejos, seguís aferrados a las costumbres de antaño, sin daros cuenta de que vivimos en otros tiempo, ¡por el diablo!

Sempronio
¿Qué me dices, Flamminio?

Flamminio
El Evangelio, Sempronio.

Sempronio
¿Es posible que el mundo haya cambiado así en tan poco tiempo?

Flamminio
El mundo ha tardado menos en hacerse malo que en hacerse bueno, os lo digo yo.

Sempronio
No puedo creerte.

Flamminio
Si queréis convenceros, contadme cosa de vuestra época, que yo os contaré parte de las cosas de hoy, que contaros todas sería demasiado largo.

Sempronio
Mira, en mi época, apenas llegaba uno a Roma se le buscaba acomodo con un señor; y según la edad, la condición y las inclinaciones, se le asignaba una ocupación: tenía habitación, cama, un servidor, se le mantenía el caballo, se le pagaban la lavandera, el barbero, el médico y las medicinas y se le daba vestido una o dos veces al año; se repartían honradamente los beneficios vacantes y todos eran recompensados de forma que no se oía una sola queja. Y si alguno tenía inclinación por las letras o la música, se le pagaban los estudios.

Flamminio
¿Algo más?

Sempronio
Los servidores de una misma casa vivían en tan buena compañía que allí no había distinción de nacionalidades, antes bien todos parecían hijos del mismo padre. Todos se alegraban del bien ajeno como si fuera propio. Y si alguno caía enfermo, los demás lo cuidaban como si aquello fuera una congregación religiosa.

Flamminio
¿Todavía más?

Sempronio
Muchísimo más. Y no es que me ciegue el hecho de haber sido servidor en la corte.

Flamminio
Pues oídme ahora a mí, cortesano del papa Juan. Ahora llega a Roma uno, adornado de todas las cualidades que se puedan pedir para servir en la corte, y tiene que resolver cielos y tierras para que lo malacepten de pinche de cocina. Ahora se usa proporcionar un criado para cada dos cortesanos y ¿cómo es posible que a uno le sirva medio hombre? Actualmente, en una habitación de diez pies por ocho tienen que dormir cinco o seis personas; y uno tiene que comprarse la cama o alquilarla, si no le gusta dormir en el suelo. En estos tiempos, si uno no paga de su bolsillo la cebada y la paja, los caballos se tendrían que alimentar del aire, como los camaleones. Actualmente, quien quiere ir vestido tiene que derrochar su patrimonio, y quien no lo tiene, “pobre y desnuda vas, Filosofía”. Actualmente, si uno tiene la desgracia de enfermar sirviendo a un señor, ya se le hace un gran favor con buscarle un sitio en el hospital del Espíritu Santo. En estos tiempo, barberos y lavanderas tenemos que pagarlos de nuestro bolsillo. Y si vaca algún beneficio, en estos tiempos se dan a quien no ha pisado jamás la corte, o si no, se reparten entre tantos que tocan a un ducado cada uno. Y todavía podemos darnos por satisfechos si no hay que litigar diez años por ese ducado. En estos tiempos, no ya que se le paguen los estudios a los que quieren estudiar, sino que se les persigue como a herejes aunque estudien a su costa; porque los señores no quieren a su lado personas más cultas que ellos. Y en estos tiempos, nos comeríamos vivos los unos a los otros, porque nos odiamos unos a otros como un condenado a su juez.

Sempronio
Si es como dices, prefiero que mi hijo se quede conmigo.

Flamminio
Y haríais bien en tenerlo con vos, a menos que no queráis mandarlo a la corte para que aprenda a robar.

Sempronio
¿Cómo a robar?

Flamminio
Aquí robar es más corriente que comer. ¿O no es un hurto haberle robado veinticuatro años de su vida a un gentilhombre tan excelente como messe Vincenzio Bovio, que ha echado las canas en la corte y después de tantos servicios se ha retirado con un par de ropas por todo pago? La mejor prueba de su valía es precisamente no haber recibido nada de su señor, porque en la corte no se aceptan más que ignorante, plebeyos, parásitos y rufianes.

Sempronio
Hablemos de otra cosa.

Flamminio
¿Y no es una prueba de la antinatural crueldad de la corte el hecho de que, y es cierto, estemos siempre deseando la muerte de alguien para poder heredar sus beneficios? Y si acaso se cura, todas las fiebres y todos los dolores y los retortijones de estómago que ha sufrido el que pensabas heredar, los sufres tú. No es normal desear la muerte de quien no te ha hecho nada.

Sempronio
Eso es cierto.

Flamminio
¿Y la última moda? Ahora los señores acostumbran a hacer una sola comida al día, alegando que comer mucho es malo para la salud. Por la noche toman un ligero refrigerio y en seguida se levantan y se retiran a sus habitaciones, solus peregrinus, pero no por sobriedad, sino para evitar toda virtuosa conversación de sobremesa.

Sempronio
No es eso lo que dice el cardenal de’ Medici.

Flamminio
Una golondrina no hace verano.

Sempronio
Tienes razón.

Flamminio
Y es para partirse de risa cuando se encierran en la biblioteca con el pretexto del estudio.

Sempronio
Eso es digno de alabanza.

Flamminio
Sí, pero es que se reúnen en cónclave utrius sexus, con una muchachita o con un muchacho muy lindos y agradables, que eso va en gustos, para que les enseñen... Filosofía. Os voy a contar algo para que podáis ver la esplendidez de los señores. El cocinero del cardenal Ponzetti hizo el otro día una tortilla de tres huevos para dos personas y para que pareciese más grande la extendió en una mesa y la estuvo planchando hasta que un golpe de viento la levantó y se le plantó en la cabeza.

Sempronio
Ja, ja.

Flamminio
Y ya sabéis lo del obispo de Molfetta, que no comía por ahorrar y cuando murió dejó no sé cuántos miles de ducados a León X. Bueno, pues su despensero compró un día un sábalo y porque le habían cobrado una miseria de más el reverendísimo monseñor le obligó a devolverlo. Se pusieron de acuerdo todos los criados y pagando un tanto cada uno se quedaron el sábalo para comérselo, y cuando ya estaba en la mesa llegó el señor obispo atraído por el olor y diciendo que quería su ración.

Sempronio
Ja, ja.

Flamminio
Y me han contado que el mayordomo del cardenal de Santa María in Pórtico recortaba las raciones a los familiares y les contaba los bocados; y que los días de fiesta tocaban a un bocado más.

Sempronio
Ja, ja.

Flamminio
¡Ah! Se me olvidaba. En vuestros tiempos los mayordomos eran hombres, ¿no? Pues ahora son mujeres.

Sempronio
¿Cómo mujeres?

Flamminio
Mujeres, sí señor, mujeres. En casa de..., no quiero decir de quién, se dice que son las madres de no sé qué cardenales las que administran la casa, aguan el vino, pagan los salarios y despiden a los familiares. Y que les forman cada escándalo a sus eminentísimos hijos cuando estos se propasan en la mesa... o en la cama... Y todo el mundo sabe que el padre de un eminentísimo prelado se queda con las rentas del hijo y le pasa un tanto al mes para que viva.

Sempronio
Por lo que me dices se debe estar mejor en el infierno que en la corte.

Flamminio
Cien veces mejor, porque en el infierno se atormenta el alma y en la corte el alma y el cuerpo.

Sempronio
Ya seguiremos hablando. Y, desde luego, estoy dispuesto a ahogar a mi hijo con mis propias manos antes que mandarlo a la corte. Bueno, voy al banco de Agostino Chigo a buscar dinero. Adiós.

ESCENA VII

Rosso y Alvigia, alcahueta.

Rosso
Pero ¿dónde vas con tanta prisa?

Alvigia
De un lado para otro, con la lengua fuera.

Rosso
¿Con la lengua fuera una que manda en Roma?

Alvigia
Es que a mi maestra...

Rosso
¿Qué le pasa a tu maestra?

Alvigia
Que la queman.

Rosso
¿Cómo que la queman?

Alvigia
Sí, pobrecita mía.

Rosso
¿Pero qué ha hecho?

Alvigia
Nada.

Rosso
¿Y desde cuándo se quema a la gente por nada?

Alvigia
Nada. Por un poco de veneno que dio a uno, porque se lo había encargado una comadre amiga suya, Roma va a perder a la vieja más sabía que ha habido nunca.

Rosso
Hoy no se sabe aguantar una broma.

Alvigia
Y tiró al río una criatura que acababa de parir una señora amiga suya. Total, lo de todos los días.

Rosso
Habladurías seguramente.

Alvigia
Y porque con no sé qué conjuro hizo que un maldito marido celoso se rompiera el cuello cayéndose por la escalera.

Rosso
A mí esas cosas no me parecen tan graves.

Alvigia
Porque tú eres un hombre de bien. Me ha dejado heredera de todo lo que tenía.

Rosso
Me alegro. ¿Y qué te deja, si se puede saber?

Alvigia
Pues un alambique para destilar hierbas cogidas a la luz de la luna, aguas para quitar las pecas, ungüentos para quitar el paño de la cara, una botellita con lágrimas de enamorados, óleo para resucitar... tú ya sabes.

Rosso
¿Para resucitar, qué?

Alvigia
La carne.

Rosso
¿Qué carne?

Alvigia
Tú me entiendes.

Rosso
¿La carne de la bragueta?

Alvigia
Sí.

Rosso
Ja, ja.

Alvigia
Me deja unos ceñidores que sirven para levantar las tetas caídas, un lectuario para empreñar y otro para ayudar a parir, un frasco de orines de virgen.

Rosso
¿Y para qué sirven los orines de virgen?

Alvigia
Es bueno para el mal de madre si se bebe en ayunas y sirve también para los dolores del mes. Me deja pergaminos, cuerdas de ahorcados inocentes, polvos para matar maridos celosos, encantamientos para provocar la locura, oraciones para dormir y recetas para rejuvenecer. Ah, y me deja también un demonio encerrado.

Rosso
¿Encerrado dónde?

Alvigia
Encerrado en un orinal.

Rosso
Ja, ja.

Alvigia
¿De qué te ríes, maricón? En un orinal, sí. Es un espíritu casero: te hace encontrar las cosas perdidas, te dice si tu amiga te ama o no. Se llama Folletto. ¡Ah! Y me ha dejado también el ungüento para ir al aquelarre de los sábados.

Rosso
Que Dios se lo tenga en cuenta allá en su gloria.

Alvigia
Amén.

(Llora)

Rosso
No llores, madre, que por eso no la vas a resucitar.

Alvigia
¡Ay, qué dolor! No puedo contener las lágrimas cuando pienso en ella, que a todo el mundo atendía. Que bebía de los mejores vinos del mundo y no se vanagloriaba de ello.

Rosso
Dios la tenga en su gloria, que no era nada melindrosa.

Alvigia
Nunca, pero nunca, ha habido otra que supiese tan bien su oficio. En el carnicero, en el salchichero, en el mercado, en la panadería, en el río, en los baños, en la feria, en el Ponte Santa María, en el Ponte Cuatro Cabras, en el Ponte Sisto, siempre, siempre salía en la conversación; y todo el mundo: los alguaciles, los taberneros, los mozos de cuerda, los cocineros, los frailes, decían de ella que era una Salomona, una Sibila y una crónica. E iba sin miedo, como una leona, como una paladina, a la horca a sacarle los ojos a los ajusticiados y a los cementerios a buscar uñas.

Rosso
¡Y que la muerte se la haya llevado!

Alvigia
¡Y qué religiosa que era! La víspera de Pentecostés no probaba la carne; la víspera de Navidad ayunaba a pan y... vino, y vivía la Cuaresma como un ermitaño, a base de huevos.

Rosso
Total que, entre la horca y la hoguera, no van a dejar vivo a ningún hombre de bien.

Alvigia
Lo dices con doble, pero es la verdad.

Rosso
Con que la hubiesen herrado en la frente y le hubiesen cortado las orejas, ya hubiera sido bastante.

Alvigia
Y más que bastante. Y si quieres, además, llevar la coroza, que ya la llevó hace tres años, el día de San Pedro Mártir, y bien que la llevaba: que prefirió ir en el burro y no en el carro y ni siquiera se preocupó por lo que decían los carteles que le colgaron, para que no dijesen que lo hacía por vanagloriarse.

Rosso
Quien se humilla será exaltado.

Alvigia
¡Pobrecilla! Era uña y carne con los de la cofradía del buen vino, que fueron descuartizados injustamente.

Rosso
Esa fue otra de sus buenas cualidades. Dejemos estas cosas tristes y vamos a hablar de algo más alegre. Si me ayudas podemos hacernos ricos: mi amo está enamorado hasta las cachas de Livia, la mujer de Lucio.

Alvigia
Podía aspirar a más.

Rosso
Y a pesar de que lo tenía oculto, yo he conseguido descubrir ese amor.

Alvigia
¿Cómo?

Rosso
Soñando.

Alvigia
Ja, ja. ¿Y qué piensas hacer?

Rosso
Pues, fingiendo que no sé nada de lo que le pasa, hacerle creer que Livia está perdidamente enamorada de él y que te lo ha confiado a ti, que eres su nodriza.

Alvigia
No me digas más. Ya comprendo. Vamos a ver cómo llevamos el asunto. Entra.

Rosso
Para lo que estoy pensando me vienes al pelo; como una letrina a quien ha tomado un purgante.

Alvigia
Vamos adentro, loco.

Rosso
Dame un beso, reina.

Alvigia
Déjame, loco.

ESCENA VIII

Messer Maco y Maestro Andrea, que salen de San Pedro.

Maco
¿Dónde crecen esas piñas de bronce tan grandes?

Andrea
En los pinares de Rávena.

Maco
¿Y de quién es esa nave llena de santos que parecen ahogarse?

Andrea
De un tal “mosaico”.

Maco
Y esos obeliscos, ¿dónde se fabrican?

Andrea
En Pisa.

Maco
¿Y qué significa esa cripta llena de muertos?

Andrea
Nescio.

Maco
¡Qué sed tengo!

Andrea
Alabado sea Dios; me lo habéis quitado de la boca.

Maco
Venite, adoremus.

(Entran en la taberna)

ESCENA IX

Parabolano, solo.

Parabolano
¿Callaré? ¿Le hablaré? Porque si callo, será mi muerte y si le hago saber mi amor quizá desprecie mi humilde origen. Pero si callo el fuego que me consume, tan extrema pasión me llevará al más desdichado fin.

ESCENA X

Parabolano y Valerio.

Valerio
Por cumplir como fiel servidor con el amor que os tengo, me gustaría conocer las razones del estado en que os encuentro, para poder así ayudaros, aun a costa de mi vida.

Parabolano
¿Eres tú, Valerio?

Valerio
El mismo, señor. Que, habiendo visto que el amor hace de vos lo que hacer suele de todo noble corazón, quisiera conocer las circunstancias que os aquejan para poner mi fidelidad al servicio de vuestros deseos.

Parabolano
(Disimula) ¿Amor? No, no es amor.

Valerio
Si no es amor, ¿por qué ocultarlo a quien os quiere más que a la niña de sus ojos? Y si es amor, ¿qué obstáculos os impiden que gocéis de la persona a la que amáis? Que no estáis privado, como tantos otros, de toda suerte de calidades para ser correspondido.

Parabolano
Si la dulzura de tan sabias palabras pudiesen curar las heridas, tú ya habrías cerrado las mías.

Valerio
Ánimo, señor. Que con vuestros sufrimientos no hacéis más que servir de regocijo a tantos que envidian vuestra calidad, porque si se extendiese la fama de vuestro dolor, ¡qué alegría se llevarían los amigos!

Parabolano
Supongamos que sí, que estoy enamorado. ¿Qué me aconsejarías?

Valerio
Lo primero, buscar una alcahueta.

Parabolano
¿Y después?

Valerio
Con ella haría llegar una carta a la persona que amáis.

Parabolano
¿Y si ella no la quisiera recibir?

Valerio
Las mujeres no rechazan nunca ni las cartas de amor ni los regalos.

Parabolano
¿Y qué crees tú que debería decirle?

Valerio
Lo que el amor os dicte.

Parabolano
¿Y si lo tomase a mal?

Valerio
¿Tomarlo a mal? No creías que las mujeres de hoy día sean tan crueles. Hubo un tiempo en que sí, que dudaban diez años antes de dirigiros la palabra y que había que recurrir poco menos que a la magia para que aceptasen una misiva. Y luego, cuando se llegaba a un acuerdo, había que andarse por los tejados, a riesgo de romperse el cuello, o pasarse un día entero en algún húmedo sótano, en pleno invierno, u oculto bajo un pajar, en pleno verano. Y luego, cualquier tontería, un estornudo, un movimiento, lo mandaba todo a paseo. ¿Y el peligro a que se exponía uno con aquellas escalas de cuerda?

Parabolano
¿Y qué quieres dar a entender con esto?

Valerio
Quiero decir que ahora se entra por la puerta principal y a plena luz del día y que los amantes son recibidos y festejados por los mismos maridos. Porque las guerras, las pestes, las carestías y las costumbre, que nos invitar a gozar de esta vida sin tardanza, han prostituido a toda Italia. Ahora, se lían sin ningún miramiento primos con primas, cuñados con cuñadas y hermanos con hermanas, y sin vergüenza y sin que les importe una higa lo que diga la gente. Conozco más casos de estos que pelos tengo en la cabeza. De modo que no desconfiéis de los resultados, que tenéis más posibilidades que esperanzas tiene Pietro Aretino en la generosidad del insigne señor don Antonio de Leyva, invicto general del emperador.

Parabolano
Todo lo que me dices no disminuye en un ápice mi dolor.

Valerio
Levantad esos ánimos, señor. ¿Dónde está ese valor que siempre os ha abierto camino en las mayores dificultades? Vamos a casa y ya pensaremos el medio de hacerle llegar una carta, que yo sabré pergeñar cuatro líneas de apasionadas palabras en vuestro favor.

Parabolano
Vamos, sí; porque ni dentro ni fuera encuentra sosiego mi corazón.

ESCENA XI

Maestro Andrea, solo.

Andrea
Mientras estábamos en la taberna, ese bobo ha visto a la ventana a Camilla Pisana y se ha enamorado de ella, sin saber que es una prostituta famosa en toda Roma. Y el amor lo hace poeta, idest pecora. El dolor en persona se echaría a reír oyéndolo improvisar versos, con el estilo del prior de Gaeta cuando iba en el elefante. ¡Qué versos, Dios mío! Comparados con él, Cinotto, Casio y Marco da Lodi son Virgilio y Homero juntos. Y por si fuera poco, ¡qué carta le ha escrito! Hay que ver las tonterías que le escribe a la Camilla. (Saca la carta y lee:) “Salve, regina; ten misericordia de mí, porque vuestros perfumados ojos y vuestra marmórea frente, que destila melifluo maná, me han reducido a tal estado, que el oro y las perlas, aquí y allá, me sustraen a amaros. Que son únicas en el mundo esas mejillas de esmeralda y esos cabellos de leche y de púrpura que el aura mueve, esparce y desordena por vuestro enhiesto pecho, donde florecen dos meloncitos gemelos. Yo estoy destinado a ser cardenal y cortesano, para vuestro servicio. Así pues, encontrad el tiempo y esperad el lugar en que yo pueda declararos la crueldad de mi corazón, para confortarlo en los líquidos cristales de vuestros labios de mazapán. Et fiat voluntas tua porque omnia vincit amor. Vuestro amante Maco que, impasible, espera poseeros lo antes posible.” Estas palabras harían vomitar a un comedor de mierda. ¿Y la despedida? Ni Dios hubiera podido crear este mundo de despropósitos. ¿Quién hubiera podido pensar que de Siena, ciudad noble y culta, llena de brillantes ingenios, podría salir un asno como Messer Maco? Sin citar los grandes nombres que la han honrado y la honran, basta nombrar sus dos cultas Academias, la Grande y la Intronati, que tanto han embellecido la poesía y ennoblecido la lengua. Templo de la Sabiduría, como dice el gran Iacopo Eterno, que ha sabido unir a su doctrina en letras griegas y latinas, a más de las italianas, la suma hombría de bien. Pero, en fin: en todas partes cuecen habas, y mayores que este ignorante, que va a terminar canonizado por loco. Aquí viene.

ESCENA XII

Messer Maco y Maestro Andrea.

Maco
¿De qué estáis hablando, maestro?

Andrea
De vuestras tonterías.

Maco
¿De mis poesías?

Andrea
Eso quiero decir: de vuestras poesías.

Maco
¿Qué os parecen?

Andrea
Cecus non iudicat de coloris.

Maco
Pues ved ahora este estrambote. Leedlo en voz alta.

Andrea
Con mucho gusto.
10
“Estrella de mi amor que me habéis muerto
con vuestra hermosa cara de marfil:
estoy tan mal por vos cual nave en puerto.
Paso la noche en vela y sin dormir.
Vuestras bellezas vinieron del huerto.
15
Como aquel Judas que se estranguló,
por tus amores me hago cortesano yo,
que mis deseos me tienen seco y yerto.”

Maco
¿Qué me decís?

Andrea
¡Qué versos tan profundos, tan esdrujulantes! Son versos llenos de sentencias, dulces, doctos, suaves, sutiles, etéreos, claros, netos, tersos, sonoros, nuevos y divinos.

Maco
Os han dejado maravillado, ¿eh?

Andrea
Maravillado, atontado y desesperado. Pero hay algo que no encaja del todo.

Maco
¿Qué? ¿Lo de la nave en el puerto?

Andrea
Sí.

Maco
No habéis comprendido: se trata de una licencia poética.

Andrea
¡Ah, ya! ¿Y qué importancia tiene una licencia entre tan importantes pensamientos?

Maco
Eso digo yo. Bueno, me voy.

Andrea
[Aparte, haciendo un gesto para indicar que está loco] Hace ya tiempo que os habéis ido.

(Sale Maco)

ESCENA XIII

Maestro Andrea.

Andrea
Es tan idiota de primera calidad, tan memo de oro puro y tan necio de veinticuatro quilates, que me temo que termine triunfando en la corte. Razón tenía el obispo de Troya cuando se alegraba de que todos lo tuviesen por loco, porque para triunfar con los príncipes hay que estar loco y hacer el loco y vivir como loco. Bien lo sabía el abogado Gimignano da Modena cuando defendió a Giannino da Corregio, que era más culpable que Judas, y logró que lo absolvieran a base de despropósitos. No se puede hacer mayor injuria a un señor que discutirle algo con buena lógica. Este poetastro terminará paseando en camello, puesto que el elefante ya ha muerto. Voy a escribir una carta como si fuera la respuesta de tan alta señora agradeciéndole sus palabras y el soneto, y se la voy a hacer llegar por medio del Zoppino.

ESCENA XIV

Rosso, solo.

Rosso
¡Menuda pájara está hecha esta Alvigia! Tengo que andarme con cuidado. Es más atrevida que san Lorenzo, que bromeaba mientras lo estaban asando. ¡Pues sí que me ha dicho “no quiero”, “no puedo” o “no me atrevo a burlar a alguien tan poderoso”! Me ha entendido antes de que le dijese nada y está dispuesta a ayudarme yendo a hablar con mi señor como si la hubiese mandado Livia. Aquí viene Parabolano. ¡Dios mío, qué cara! Parece un muerto de hambre que se avergüenza de pedir la sopa boba. Dios os salve.

ESCENA XV

Parabolano y Rosso.

Parabolano
Solo la muerte puede salvarme. La muerte, que como las mujeres, huye de quien la llama y sigue a quien la huye.

Rosso
No os desesperéis así.

Parabolano
Quiero desesperarme. ¡Ojalá yo estuviese en tu pellejo y tú en el mío!

Rosso
Dios mío, concédeme esta gracia.

Parabolano
No lo dirías si supieses lo que estoy sufriendo.

Rosso
¡Palabras!

Parabolano
¡Ojalá fuesen palabras!

Rosso
Vamos, confortaos, que os voy a decir algo que sacaría de apuros al criado de un cura.

Parabolano
¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!

Rosso
Y dale con la literatura! Vamos, alegraos o no os diré lo que tengo que deciros. Os amargáis por nada, hacedme caso. Yo sé de una señora, la más gentil, la más rica y, lo que es más importante, la más hermosa de esta tierra, que de tal forma está prendada de vuestra señoría que, no pudiendo sufrirlo más, se ha confesado a su nodriza y esta, a su vez, compadecida por sus sufrimientos, me lo ha contado a mí.

Parabolano
¿Y quién es esa dama? ¡Dímelo!

Rosso
Tendréis que adivinarlo.

Parabolano
¿Su nombre empieza por “A”?

Rosso
No, no empieza por “A”.

Parabolano
¿Por “G”?

Rosso
Tampoco.

Parabolano
¿Por “N”?

Rosso
¡Huy! ¡Caliente, caliente!

Parabolano
¿Por “S”?

Rosso
¡No! ¡Habéis perdido!

Parabolano
¿Por “B”?

Rosso
No. Vamos a hacerlo de esta otra forma.

Parabolano
A ver, dime.

Rosso
¿Sabéis el abecedario?

Parabolano
Claro que sí. ¡Maldita sea! ¿A qué viene esa tontería?

Rosso
Pues es un milagro.

Parabolano
¿Por qué?

Rosso
Porque los señores no soléis preocuparos demasiado por la cultura. Vamos allá: vos me iréis recitando el abecedario y cuando lleguéis a la letra con la que comienza su nombre, yo os lo diré. De otra forma, no estoy dispuesto a acordarme. Empezad.

Parabolano
“A”, “B”, “C”, “D”, “E”, “F”, “G”. ¿Alguna de esas?

Rosso
No, seguid adelante.

Parabolano
¿Por dónde iba?

Rosso
Por el abecedario; empezad de nuevo.

Parabolano
“A”, “B”, “C”, “D”, “E”, “F”, “G”, “H”, “I”, “J”, “K”...

Rosso
Despacio, que ya llega.

Parabolano
“M”, “N”, “O”...

Rosso
(Interrumpiéndole) ¿Y dónde habéis dejado la “L”?

Parabolano
(Saltando de alegría) ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, Rosso divino! ¡Ay, Rosso celestial! ¡Ay, Rosso inmortal!

Rosso
Sí, ahora componed un salmo alabándome.

Parabolano
¡Livia mía!

Rosso
No sé de qué Livia habláis.

Parabolano
¿Pero dónde estoy?

Rosso
En la luna.

Parabolano
¿Estoy soñando?

Rosso
Sí, sí. Soñando con sacarme a mí de la miseria.

Parabolano
Vamos a casa, honrado Rosso.

Rosso
Hace un momento me llamabais traidor.

Parabolano
Estás equivocado, Rosso.

(Salen)

ESCENA XVI

Maestro Andrea y Zoppino.

Andrea
Es la mejor broma que se ha hecho, desde que se inventaron las bromas.

Zoppino
De modo que yo le digo que la señora Camilla me manda a él para decirle que lo espera y que si no fuera por miedo a don Diego Laínez, que es tan celoso que la tiene encerrada en casa, que podría venir cuando le diese la gana, pero que es mejor que venga en secreto y vestido de mozo de cuerda. ¡Silencio, que aquí viene! Desde luego, cualquier tonto parecería a su lado un genio.

ESCENA XVII

Zoppino, Messer Maco y Maestro Andrea.

Zoppino
La señora Camilla, mi ama, besa las manos a vuestra señoría.

Maco
Está por mis huesos, ¿no es eso?

Zoppino
Eso es poco.

Maco
Si me da un hijo, juro que... que le regalaría la luna.

Andrea
(A Zoppino) ¿Qué te parece?

Zoppino
(A Maco) Ahora que os he conocido personalmente comprendo el estado en que queda mi señora.

Maco
¿Cómo ha recibido mi carta?

Zoppino
¡Oh! Se la ha comido a besos.

Maco
¡Tirana mía! ¿Y el soneto? ¿Qué ha hecho con el soneto?

Zoppino
Ha mandado que le pongan música.

Maco
¿Ah, sí? ¿A quién?

Zoppino
A su sastre. El archipoeta no tiene nada que hacer comparado con vos, como no sea almohazar y servirle la cebada al asno de las musas, el alado Pegaso. Y de paso puede vender el estiércol.

Maco
Pues lo he improvisado.

Zoppino
¡Qué vena! ¡Qué vena!

Maco
Yo soy así.

Andrea
Desde luego, os honráis a vos mismo todo lo que podéis.

Maco
(A Zoppino) Y en cuanto a vos, ¿sabéis lo que voy a hacer?

Zoppino
No; decidme, señor.

Maco
Pues bien; os voy a regalar dos.

Andrea
(A Zoppino) ¿No te he dicho que era liberal como un príncipe? Vámonos, vámonos a arreglar esa entrevista con tu señora.

Maco
Daos prisa. (Gritando hacia una ventana) ¡Grillo! ¡Grillo! Asómate a la ventana.

ESCENA XVIII

Los mismos y Grillo, en la ventana.

Grillo
¿Qué queréis, señor?

Maco
Nada. ¡Oh, sí, sí! ¡Grillo!

Grillo
Aquí estoy, señor. ¿Qué queréis?

Maco
Pues no me acuerdo.

Andrea
Entrad, señor Zoppino.

Zoppino
Detrás de vos, Maestro Andrea.

Andrea
De ninguna forma, detrás de vos.

Zoppino
No, no, detrás de vos.

Maco
Entro yo primero. Entradme los dos detrás.

(Salen)

ESCENA XIX

Rosso.

Rosso
Mi señor me está dando más títulos y más tratamientos que no dan las ciudades de Norcia o de Todi a sus embajadores. Me cede el paso y me quiere hacer rico, con tal que yo lo aconseje, lo gobierne y lo guíe en este asunto. ¡Para que vayáis presumiendo por ahí vosotros, que no sabéis más que hacer muchas reverencias cuando presentáis el plato o la copa, y andar de puntillas, y hablar con ceremonia, y estar todo el día dando la coba a los señores, componiéndoles loas y poniéndoles música. ¿Así creéis que vais a ganároslos? No sabéis lo que os espera. ¡Buenas hembras es lo que quieren! Que si sabéis proporcionárselas y les caen bien, os llevarán a hombros por toda Roma y os mimarán y os cubrirán de oro. ¡Vaya un regalo! Una gorra, con su medallón y sus herretes de oro, que es todo lo que reluce. Voy a traerle a Alvigia. Como se descubra la cosa más vale salir volando. Pero a mí no me iba a encontrar ni el calendario, que conoce todas las fiestas del año, porque yo me conozco todos los burdeles de Italia... y de fuera de Italia. Bueno, a ver si encuentro a Alvigia, lo que es difícil porque maneja más negocios que la banca de Florencia.

ESCENA XX

Zoppino y Maestro Andrea.

Andrea
Yo creo que lo mejor sería vestir a Grillo con los vestidos de Messer Maco y a este con los harapos de un mozo de cuerda bergamasco.

Zoppino
Eso es. Y que se siente a la puerta de la Camilla y entonces yo, también disfrazado, llego y fingiendo que lo tomo por un mozo de cuerda lo llamo y le encargo que lleve un cadáver hasta el camposanto. Entonces tienes que llegar tú para convencerlo de que lo haga y entre tanto el Grillo hará como si no lo conociera.

Andrea
Estupendo.

Zoppino
Mientras tanto, y como quien no quiere la cosa, yo digo que por orden del corregidor andan buscando a un tal Messer Maco. Haz que todos estén listos y déjame a mí preparar el terreno.

ESCENA XXI

Andrea, Grillo, vestido como su amo, y Maco, de mozo de cuerda.

Andrea
Vamos, salid.

Grillo
¿Qué tal estoy con estos ropajes?

Maco
¿Y qué tal estoy yo con esto?

Andrea
Ja, ja. No os conocería ni la madre que os parió. Ahora prestad atención: haced como si llevaseis un paquete a casa de Camilla y, si no hay moros en la costa, entrad.

Maco
Me va a parecer mentira.

Andrea
Adelante. Ve tras él, Grillo, y si os ve don Diego, pasa tú delante y así creerá que eres un señor que vuelve del mercado con su criado.

Maco
Sí, quedaos cerca de mí, no sea que nos encontremos con ese español...

Andrea
No tengáis miedo; adelante. [Aparte] Qué gracia tiene ese Zoppino; por la forma de andar y de moverse y llevar la capa parece un español, de verdad

ESCENA XXII

Zoppino, disfrazado y Messer Maco, Maestro Andrea y Grillo.

Zoppino
(A Maco) ¿Quieres llevar un muerto al camposanto?

Maco
¿Yo? No sé siquiera dónde está el cementerio.

Zoppino
Claro. Como el pan está barato, los bribones como tú no queréis trabajar.

Maco
¿Cómo que no quiero trabajar? ¿Y este paquete que llevo?

Andrea
(A Maco) Obedece a este caballero, truhan.

Maco
¿Cómo? ¿No me conocéis, maestro?

Andrea
¿Conocerte? ¿Y quién diablo eres tú?

Maco
¡Dios mío! ¿Qué me ha pasado? ¿Me habré convertido en otro? Grillo, mírame: soy tu amo.

Grillo
¡Cuerpo de Cristo! ¿Qué locuras dices? ¡Pese a Dios, que te he de matar!

Zoppino
No os molestéis, caballeros, que yo haré que este bribón me lleve el tal muerto, quiera o no quiera. ¿Habéis oído del bando que se ha publicado, buscando a un tal Messer Maco, de Siena, que ha entrado en la ciudad sin pasaporte? Parece que se trata de un espía. Quien sepa algo de él debe entregar al gobernador, so pena de muerte. Creo que lo quieren castrar.

Grillo
(Fingiendo miedo) ¡Ay de mí! ¡Estoy perdido!

Andrea
(A Grillo) No tengáis miedo. Quitaos esas ropas y se las pondremos a este mozo de cuerda. Así lo llevaremos a la justicia y lo castrarán en vuestro lugar.

Maco
(Sale corriendo) ¡Yo soy mozo de cuerda! ¡Yo soy mozo de cuerda! ¡Socorro!

Zoppino
¡Cogedlo, cogedlo! ¡Al espía! ¡Detente, truhan! ¡Ja, ja! Corre tras él, Grillo, no le vaya a pasar algo malo y, si tiene conocimientos entre gente importante, tengamos luego que pagar por esto. ¡Ay, qué gracia! Me lo estoy imaginando en medio de la plaza, rodeado de pícaros riéndose de él.


ACTO III

ESCENA I

Parabolano y Valerio.

Parabolano
¡Bah! No tiene importancia que el Rosso vaya diciendo eso de mí.

Valerio
De acuerdo; que no ofende quien quiere y el Rosso no es nadie que pueda mancharos con su baba. Pero no está bien que lo disculpéis siempre.

Parabolano
Lo disculpo porque no hace más que preocuparse por mi bien. Servir no es solo hacer la cama y cepillar la ropa y hacer reverencias y venirme con los cuentos de las murmuraciones de los demás criados. Ni estar todo el día rompiéndome la cabeza con músicas y con versos para que dé regalos a unos y otros. (Con intención) ¿Entiendes lo que quiero decir, no?

Valerio
Por lo que a mí se refiere he sido siempre un servidor leal y cuidadoso de vuestro honor. Y prefiero ser reprendido por esto, que no premiado por haberos ayudado en cosa que va desdoro de vuestro honor y del mío. Es uso de los señores no querer oír la verdad.

Parabolano
¡Cállate!

Valerio
Soy un hombre sincero y por eso digo la verdad.

Parabolano
(Apaciguándose) Anda, ya está bien. Tranquilízate.

(Salen)

ESCENA II

Rosso y Alvigia.

Rosso
Ten mucho cuidado.

Alvigia
¿Crees tú que esta es la primera que hago?

Rosso
Apostaría que no.

Alvigia
Entonces, no te preocupes y déjame a mí.

Rosso
Allí está mi señor. Mira cómo está, con el gesto ceñudo, retorciéndose las manos, mordiéndose las uñas y rascándose la cabeza.

Alvigia
Señales todas del enamorado.

Rosso
Me hacen reír estos melindrosos a los que todo les parece poco en amor. Creo que encapricharse por una de estas señoronas de verdad es perder el tiempo. Todos estos que presumen de haber hecho o de haber dicho a la señora Tal o la señora Cual, terminan contentándose con cualquier putilla.

Alvigia
Ganas de complicarse la vida. Que aunque todas sean iguales y a todas les guste lo que tú y yo sabemos, estas señoras se contienen por miedo o por vergüenza o porque las pueden ver o, simplemente, porque no se atreven. Y luego se enredan fácilmente con cualquier criado, porque lo tienen en casa y es más seguro.

Rosso
También los pedantes mojan de vez en cuando. Que no contentos con enseñar a los hijos, se lo enseñan también a la madre. Y luego se lo endosan al marido.

Alvigia
Ja, ja. Tu señor nos ha visto. Aquí viene.

ESCENA III

Parabolano, Rosso y Alvigia.

Parabolano
Bien venida sea esta pareja.

Rosso
Esta que aquí veis, señor, os trae a casa el paraíso.

Parabolano
¿Sois vos la nodriza de mi ángel?

Alvigia
Soy vuestra humilde servidora. Y también, como decís, la nodriza de esa gentil persona para quien lo sois todo, alma, vida y esperanza. ¡Pobrecita mía! Lo que estoy haciendo me va a llevar al infierno, pero la quiero tanto...

Parabolano
¿Por qué al infierno, honrada anciana?

Alvigia
Porque el honor es un delicado tesoro. Y, sin embargo, no puedo ver sufrir a mi querida Livia, a mi querida señora, que me manda a vuestra señoría para rogarle que se digne aceptar su amor. Y ahora lo entiendo porque ¿quién no se enamoraría de tan gentil persona?

Parabolano
De rodillas quiero escucharte.

(Se arrodilla ante ella)

Alvigia
Por favor, señor: levantaos.

Parabolano
No hago más que corresponderos.

Rosso
Levantaos, señor, que hoy día son fastidiosas todas estas ceremoniosidades a la española.

Parabolano
(Levantándose) Hablad, hablad, buena madre.

Alvigia
Me da vergüenza hablar con tan gran señor vestida como estoy.

Parabolano
(Quitándosela del cuello) Esta cadena os vista como merecéis.

Rosso
(A Alvigia) ¿No te he dicho que mi señor se desprende de cien escudos con la misma facilidad que un abogado se agarraría a mil? [Aparte] En realidad, sería capaz de abrir en canal a una chinche para beberse la sangre.

Alvigia
Se lee la generosidad en su cara.

Rosso
Todos los años nos da no sé cuántos vestidos. [Aparte, como antes] ¡Ojalá nos pagase, por lo menos el salario!

Alvigia
Es un verdadero señor.

Rosso
Siempre es día de fiesta en su cocina. (Ídem) Nos mata de hambre.

Alvigia
Eso lo dice todo.

Rosso
Nos trata como si fuésemos sus hijos. [Aparte] No nos pone buena cara ni aunque lo ahorquen

Alvigia
¡Todo un señor!

Rosso
Por el más humilde de nosotros sería capaz de ir a hablar al mismo Papa. [Aparte] No diría una palabra ni aunque lo ahorcasen.

Alvigia
¡No me digas!

Rosso
Nos ama como un padre. [Aparte] Le gustaría vernos muertos.

Alvigia
Lo creo.

Parabolano
El Rosso me conoce bien y me quiere.

Rosso
¿Cómo podría no quereros, señor? Haced cuenta, señora Alvigia, que vuestra Livia ha encontrado un tesoro enamorándose de él. Y no creáis que no tenga dónde elegir, porque media Roma está tras él.

Alvigia
¿Y él no quiere a ninguna?

Rosso
Pues claro que no.

Parabolano
No digas eso. Soy yo quien bendice la suerte de que Livia se haya fijado en mí.

Rosso
No seáis humilde, señor.

Parabolano
Decidme, honrada madre: ¿con qué ojos me mira?

Alvigia
Con ojos enamorados.

Parabolano
¿Qué haría por mí?

Alvigia
Haría cosas capaces de corromper a un ermitaño.

Parabolano
¿Y qué me promete?

Alvigia
Ya os lo he dicho: todo.

Parabolano
¿No creéis que esté fingiendo?

Alvigia
¿Fingiendo?

Parabolano
¿No estará enamorada de otro?

Alvigia
¿De otro? Está sufriendo tanto por vos, que si sale de esta...

Parabolano
No, por mí no sufrirá más.

Alvigia
¡Dios lo quiera!

Parabolano
¿Qué está haciendo ahora?

Rosso
[Aparte] Está meando.

Alvigia
Maldice la luz del día y espera con impaciencia que llegue esta noche.

Parabolano
¿Por qué esta noche?

Rosso
Porque quiere veros esta noche, para dejar de sufrir o para morir de una vez.

Parabolano
¿Es verdad lo que dice el Rosso?

Alvigia
Es verdad, porque moriría si no le correspondieseis. Vamos dentro, que os explicaré lo que tenéis que hacer. Espéranos aquí, Rosso, que en seguida volvemos.

Parabolano
No, no. Detrás de vos, madre mía.

Alvigia
¡Oh, señor! No me avergoncéis con vuestra generosidad.

Rosso
Vamos, Alvigia. Haced lo que dice el señor.

Alvigia
Como gustéis.

(Salen Alvigia y Parabolano)

ESCENA IV

Rosso y Maco, vestido de mozo de cuerda.

Maco
¿Qué me aconsejáis que haga?

Rosso
Por mí, puedes ahorcarte, granuja.

Maco
[Aparte] Respiro tranquilo. No me ha reconocido.

Rosso
Tú y todos los granujas de tu especie.

Maco
Me está buscando la justicia sin razón.

Rosso
El verdugo debería buscarte, no la justicia.

Maco
¿Conocéis al signor Rapolano?

Rosso
¿Qué Rapolano?

Maco
Aquel señor que me mandó las lampreas. Vamos. ¿Es que no me reconoces?

Rosso
Pero... ¿sois Messer Maco?

Maco
¡Virgen Santa! El mismo.

Rosso
¿Y qué hacéis vestido así?

Maco
El Maestro Andrea me estaba buscando la ruina.

Rosso
(Para sí) Quiérase o no, todos los de Siena están igual de locos. Como frailes y curas.

ESCENA V

Parabolano, Rosso, Maco y Alvigia.

Parabolano
¿Qué ocurre aquí, Rosso?

Rosso
Este que aquí veis es vuestro amigo de Siena. Acaba de escapar de manos del Maestro Andrea en el estado en que lo veis.

Parabolano
¡Cuerpo de Dios, que me las ha de pagar!

Maco
No, no le hagáis nada. Son el corregidor y los corchetes quienes tienen la culpa.

Parabolano
Rosso, quédate con esta honrada mujer. Messer Maco, venid conmigo.

Maco
Gracias, signor Rapolano.

ESCENA VI

Rosso y Alvigia.

Rosso
(Frotándose las manos) Ja, ja. Bien.

Alvigia
¡Qué jactancias! ¿Sabes lo que más me sorprende?

Rosso
No, ¿qué es?

Alvigia
Que se crea que esa Livia, que ni siquiera lo conoce, esté loca por él.

Rosso
Pues no deberías sorprenderte porque este excelentísimo señor, hasta hace poco lleno de piojos y ahora borracho de grandezas, se cree que todo el mundo tiene que adorarlo. Se está labrando su propia ruina creyendo que Livia está enamorada de él.

Alvigia
No es más que un mentecato, y yo he visto a muchos, que mucho he vivido. Si te digo la verdad, puedo decir contenta “Adiós, mundo cruel”, que no he dejado capricho que no haya satisfecho. Ni Lorenzina, ni Beatriz, ni Angeletta la de Nápoles, ni aquella Lucrecia a la que decían “Mimadrenomedeja”, ni la mismísima Imperia, me llegaban a la altura de los chapines cuando yo era moza. Las modas, los bailes, los palacios, las corridas de toros, las cabalgatas, las pieles, los papagayos y los monos y las docenas y docenas de criadas y camareras que habré tenido yo. (Haciendo el gesto de juntar los dedos de la mano) Y señores y monseñores y embajadores, así. Me acuerdo de un obispo que tuvo que regalarme hasta la mitra y una criada mía se paseaba por Roma con ella en la cabeza. Y un mercader de azúcar, que me tuvo que pagar con las existencias que tenía, y estuvimos una temporada cocinándolo todo con azúcar. Luego vinieron las vacas flacas: cogí una enfermedad, que todavía no he descubierto qué era, pero que me medicaron como si fuese el mal francés y con tanta medicina empecé a estropearme y hacerme vieja y tuve que empezar a tomar huéspedes y a vender joyas y vestidos y todo lo que había ganado mientras era joven y hermosa. Y luego terminé de lavandera. Y ahora me dedico a aconsejar a las jóvenes para que no hagan tonterías y aprovechen la juventud mientras dura y que no la echen de menos cuando sean viejas. Me entiendes, ¿no? Pero ¿qué iba yo a decir?

Rosso
Ibas a decir que yo tampoco soy manco y que he sido fraile, tabernero, judío, aduanero, arriero, corchete, rufián, tahúr, criado de estudiantes, servidor de cortesano y hasta griego. De modo que: dame mi parte de la cadena que te ha regalado mi señor. En cuanto a lo que pienses hacer con él, eso es asunto tuyo, Nanna.

Alvigia
Te aseguro que todo lo que te he contado iba sin doble intención. Quería decirte simplemente que alfo llevo a la espalda, por no decir al culo. Además, nunca me he metido en un lío como este.

Rosso
Razón de más para que no te olvides de mí. Sobre todo porque esta puede ser la última.

Alvigia
¿Por qué la última? ¿Es que me va a matar alguien?

Rosso
Algo así: digo la última porque ya no vas a tener que proporcionar tus mercancías a la corte papal. Como ahora los prelados no pueden tomar esposa, tomarán marido. Lo que es una solución para satisfacer sus deseos sin ir contra las leyes.

Alvigia
¡Qué vergüenza de corte! ¿Sabes qué te digo? Que tienen motivos más que sobrados para llevar la corona de la vergüenza y en cambio llevan la mitra y sin avergonzarse.

Rosso
Deja estar, que no es asunto que nos toque. ¿Qué piensas hacer para satisfacer a mi señor?

Alvigia
No creas que me falten recursos, que no soy tan simple.

Rosso
Dime uno.

Alvigia
La mujer de Arcolano, el panadero, es una mujer dispuesta. Y hará todo lo que yo le diga. La traemos a casa y, de noche, todos los gatos son pardos.

Rosso
No está mal pensado.

Alvigia
Pues claro. Quítales esas ropas bordadas y esos colores con que se afeitan la cara y ya veremos cuántas hermosas quedan. La Toña, la mujer del panadero que te digo, tiene las carnes blancas, frescas y duras y es joven y limpia. Una reina la envidiaría.

Rosso
Y aunque fuese fea y vieja mi señor la tomaría por un ángel porque los señores no saben lo que quiere. Los peores vinos y los alimentos más mezquinos que puedas imaginar, a ellos les parecen néctar de dioses y manjares celestiales.

Alvigia
Quedamos de acuerdo. Ya hemos llegado. Vuelve con tu señor y hazme saber qué piensa hacer y a qué hora vendrá. De la cadena ya hablaremos en mejor ocasión.

Rosso
De acuerdo. Hasta pronto.

ESCENA VII

Valerio y Flamminio.

Valerio
Te encuentro muy inquieto últimamente. No te preocupes por nada, que la recompensa de las esperanzas de un cortesano surge cuando menos se piensa.

Famminio
¿Cómo voy a tener esperanza si ya no tengo fe? Me veo en el espejo la barba blanca y me echo a llorar pensando que no he llegado a nada y que ni siquiera tengo de qué vivir. ¡Pobre de mí! Cuántos holgazanes, cuántos sirvientes, cuántos ignorantes y cuántos glotones conozco que son ricos, mientras yo sigo siendo más pobre que las ratas. Estoy pensando marcharme a morir en cualquier rincón y lo que más me duele es que llegué a Roma joven y me marcho viejo, llegué vestido y me voy desnudo, llegué contento y me voy desesperado.

Valerio
¿Pero qué estás diciendo? ¿Vas a arrojar por la borda el tiempo en que con tanta fidelidad y tanta solicitud has estado sirviendo?

Flamminio
Eso es lo que más me duele.

Valerio
El señor te estima; espera a que llegue la ocasión y verás cómo se acuerda de ti.

Famminio
Aunque el río Tíber fuese de leche, el señor no me permitiría ni arrojar un dedo.

Valerio
¡Qué ideas te metes en la cabeza! Pero, ¿dónde vas a ir, a qué lugar o con qué señor?

Flamminio
El mundo es grande.

Valerio
El mundo era grande antes, que ahora es tan pequeño que un hombre honrado no cabe en él. Yo no digo que nuestra corte sea un paraíso, pero, por lo menos, todos los que vienen aquí, mal que bien, sobreviven.

Famminio
Pase lo que pase, yo me voy.

Valerio
Piénsalo bien antes de tomar una resolución, que los tiempos han cambiado mucho. Antes, en todas partes había lugar para un buen cortesano. En Nápoles, los reyes; en Roma, los nobles. Como ahora están los Medici en Florencia, los Petrucci en Siena, en Bolonia los Bentivoglio y en Módena los Rangoni, sobre todo el conde Guido, que obliga con su cortesía a todo hombre de valor a aposentarse en su generosidad. Y a donde no llagaba él, lo suplía la señora Argentina, ejemplo único de virtudes en estos tristes tiempos.

Flamminio
Bien la conozco y, además de por sus virtudes, la admiro por el singular amor que tiene al magnánimo rey Francisco, al que espero ver pronto en tanta felicidad como sus méritos exigen y como tan noble señora y el resto del mundo desean.

Valerio
Pero volvamos a nuestro razonamiento. ¿Dónde vas a ir? A Ferrara, ¿a qué? A Mantua, ¿a hacer qué? A Milán, ¿a esperar qué? Haz caso a quien bien te quiere y quédate en Roma, que aunque no fuese más que por seguir el ejemplo de generosidad que le está dando Hipólito de’ Medici, refugio de virtuosos, tiene que volver a los buenos tiempos de antes.

Flamminio
Quizá me vaya a Venecia, donde ya he estado antes, cuya generosidad puede proteger mi indigencia, porque allí, por lo menos, no se puede asesinar impunemente a un pobre desprotegido por el simple capricho de ningún favorito o favorita. Allí existe la justicia y solo allí no tienes la obligación de adorar, por miedo, a un grande que no hace ni dos días no era más que un piojoso. Y si alguien duda de los méritos de la Serenísima República, mire en qué esplendor la mantiene Dios. Es la ciudad santa y el paraíso terrenal. Además, allí no tienes que cabalgar: en comparación con la suavidad de las góndolas, cabalgar es un rompe-calzones y un quiebra-personas.

Valerio
En eso tienes razón. Además, se vive mejor y hasta parece que se vive más tiempo. Pero no creo que estén completamente satisfechos los que viven allí.

Flamminio
¿Por qué dices eso?

Valerio
Falta el trato con tan grandes personajes como tenemos aquí.

Flamminio
Estás equivocado, porque allí residen el valor y la virtud y la gentileza, mientras que en Roma viven la villanía y la envidia. ¿Dónde ves tú otro fray Francesco Giorgi, pozo de sabiduría? ¡Ojalá esta corte lo acogiese en su seno, si Dios inspira al Papa para que premie sus méritos! ¿Y qué me dices del venerable padre Damiano, que hace llorar a las piedras con sus sermones, verdadero intérprete de las Sagradas Escrituras? ¿No has oído hablar de Gaspar Contarini, sol de la Filosofía y de las letras griegas y latinas y ejemplo de bondad y de buenas costumbres?

Valerio
Conocí a Su Excelencia en Bolonia cuando fue de embajador al emperador. Y de esos dos santos religiosos también he oído hablar y a fray Giorgi lo he visto aquí, en Roma.

Flamminio
¿Y quién no sería capaz de salir corriendo para ir a conocer al ilustre Giambattista Memo, genio de las ciencias matemáticas y sabio sin discusión?

Valerio
También conozco su fama.

Flamminio
Y lo mismo tienes que conocer a Bavazzano, lumbrera entre los sabios de Roma; y habrás oído hablar también de Capello. ¿Y dónde me dejas al gran Trifón Gabrielli, cuyo juicio mejora la naturaleza y el arte? Pues de la misma categoría son Girolamo Quirini, todo ingenio y gracia, que está siguiendo las huellas de su tío, el incomparable messer Vincenzio, honor de su patria mientras estuvo en vida y de Roma tras su muerte; y Girolamo Molino, favorito de las Musas. ¿Y quién no sería feliz oyendo las agradables composiciones de Lorenzo Viniero y la gentil conversación de Luigi Quirini, que a los honores de la milicia ha añadido los alcanzados en sus estudios de jurisprudencia? Y me han dicho el Pero y nuestro admirado Eurialo d’Ascoli, que es el mismísimo Apolo, que en estos momentos está en Venecia Francesco Salamona, que cantando acompañado de la lira haría callar al mismo Orfeo.

Valerio
También a mí me lo han dicho.

Flamminio
Y el honrado Molza me ha dicho que hay allí ahora dos jóvenes que son dos portentos: Luigi Priuli y Marco Antonio Soranzo, que no solo han alcanzado la cumbre de lo que se puede llegar a saber, sino de todo lo que se puede llegar a desear saber. ¿Y quién iguala en cortesanía, en virtud y en juicio a monseñor Valerio, gentilhombre completo, y a monseñor Brevio?

Valerio
Bien conocidos son aquí.

Flamminio
Entonces no me digas que en Venecia escasean la virtud y la honesta diversión. Allí he oído hablar al gran Andrea Navagiero, cuyos pasos sigue hoy Bernardo. Y no quiero olvidarme de Maffio Lione, un nuevo Demóstenes, un nuevo Cicerón. Y mil otros ilustres ingenios que honran nuestro siglo, como Egnazio, luz única de la elocuencia latina y honra de la historia. Y no creas que en Roma encontrarás quien pueda compararse a messer Giovanni da Legge, conde de Santa Croce, que sentí cátedra en Bolonia de espléndida liberalidad y ánimo generoso.

Valerio
En suma, que su es como dices, nosotros aquí en Roma, excluida la Academia de los Medici, estamos tratando con una banda de muertos de hambre y demás cantamañanas.

Flamminio
Y todavía más de lo que te digo. Me ha contado el gentil Firenzuola que hay un tal Francesco Berettai que vale más improvisando versos que todos estos poetas rompe-oídos que tenemos aquí escribiéndolos. Pero dejemos aparte filósofos y poetas. ¿Dónde reina la paz, fuera de Venecia? ¿Por qué crees que se ha ido a vivir a Venecia el obispo de Chieti, espejo de santidad, padre de la humildad y ejemplo de buenos religiosos (es decir, todo lo contrario que los prelados que tú y yo conocemos), sino por el bien de su alma, alejándose de Roma y de su poco edificante vida? Yo estuve en Venecia un par de carnavales y me quedé admirado de las cabalgatas de la compañía de la Calza y de las espléndidas fiestas de las cofradías de los Reales, los Floridos y los Corteses. Era un contento ver a tantos padres de la patria, tantos ilustres senadores, tantos egregios procuradores, tantos doctores y caballeros, tanta nobleza, tanta juventud y tanta riqueza. He leído en una carta al Cristianísimo Rey de Francia que, yendo una vez al serenísimo Dux Andrea Gritti, con todo el Senado, en el Bucintoro, para honrar a la familia real de Francis y a la duquesa de Ferrara, era tal el peso de su majestad que la nave estuvo a punto de hundirse. Las gestas guerreras conseguidas por las armas de la serenísima, bajo el mando de su capitán general el duque de Urbino, se recordarán eternamente contadas en las historias de monseñor Bembo. Y no te creas que los embajadores que negocian en nombre de sus estados ante el Senado veneciano sean menos brillantes que los que vienen aquí a negociar ante Su Santidad, porque allí están el reverendísimo legado monseñor Aleandro (bueno sería para la reputación del clero que todos imitasen su piedad y su doctrina) y el famoso don Lope, guardián de los secretos y los negocios del invicto César Carlos V, sostén de la cristiandad.

Valerio
¿Te refieres a don Lope de Soria, en cuya bondad tiene Pietro Aretino depositadas sus esperanzas?

Flamminio
Exacto: el nuevo Ulises.

Valerio
Al sonido de su nombre me inclino, porque es el protector de toda virtud.

Valerio
Desde luego que has callado todas mis objeciones.

Flamminio
Pues he silenciado la multitud de pintores y escultores que allí viven, empezando por el excelente Simón Bianco, o de los que ha llevado consigo a Constantinopla el sin par Luigi Caorlini, de donde acaba de volver el sin rival Marco di Niccolò, cuya magnificencia se iguala con la de los reyes; por eso el gran señor que es Luigi Gritti lo ha acogido bajo su protección. Y, ¡así se mueran todos los envidiosos del mundo!, en Venecia se encuentra el increíble milagro que es el Tiziano, cuyos pinceles respiran como la carne viva, que parece que pintan el aliento y el pulso. El inigualable Miguel Angel alabó con maravilla el retrato que le hizo al duque de Ferrara, que el emperador se llevó consigo. También allí está el Pordonone, cuyas obras hacen dudar si la naturaleza copia al arte o el arte a la naturaleza. No niego que Marcantonio fuese único con el buril, pero su discípulo Giangiacobo Caralio, veronés, lo ha superado, no solo alcanzando, como podemos ver en sus grabados en cobre. Y allí viven también Matteo del Nassaro, famoso grabador, que tanto tiempo estuvo en la corte de Francisco I, y Giovanni di Castel Bolognese, grabador y medallista, y Luigi Anichini, autor de obras milagrosas en cristales, piedras y aceros; y el virtuoso ingenio de Francesco Marcolini, de Forlí. Allí están igualmente el arquitecto Serlio, de Bolonia, y el divino calígrafo Francesco Alunno, diseñador de los caracteres de todas las lenguas del mundo para las prolíficas imprentas de Venecia. ¿Qué más? El gran Jacobo Sansovino ha cambiado Roma por Venecia, y ha hecho bien, porque como dice Adriano, padre de la música, aquella es el Arca de Noé.

Valerio
Te creo, pero al mismo tiempo te pido que tú creas lo que yo voy a decirte.

Flamminio
Vamos a ver, dime.

Valerio
Pues, yéndome por los cerros de Úbeda, te digo que de tu fracaso tiene la culpa el poco respeto que has mostrado siempre a la corte. Criticas lo que aquí se piensa y se hace y eso te ha perjudicado siempre y seguirá perjudicándote.

Flamminio
Prefiero decir la verdad, aunque me perjudique, que no decir mentiras que me beneficien.

Valerio
Pues decir la verdad es precisamente lo que no debes hacer, que no hay cosa que moleste más a los señores. El mal que pueden hacer los grandes, hay que alabarlo como si fuera un bien, porque tan peligroso es criticarlos como útil es alabarlos. A ellos les está permitido hacer lo que quieran y a nosotros no nos está permitido decir lo que pensamos. A Dios le toca corregirlos y castigarlos, que no a nosotros. Reflexiona con calma y habla sin apasionarte: ¿te parece que has hecho bien criticando a la corte, como has hecho?

Flamminio
¿Y qué es lo que he dicho?

Valerio
Siempre la has tachado de hereje, de falsaria, de traidora, de desvergonzada y de deshonesta. Todo lo cual hoy corre en boca de la gente, por culpa tuya.

Flamminio
Por culpa de la corte diría yo más bien.

Valerio
Sigue, pues. Pero no deberías decir las cosas que dices. Para eso ya tenemos a Pasquino. Y después de criticar a la corte papal, te has metido también a hablar mal de las de los príncipes: los azotes, los sufrimientos, las murmuraciones, los favoritismos. Por el modo en que hablas de ellos parece que eres tú quien ha hecho a los duques. Deberías avergonzarte de las cosas que dices.

Flamminio
¿Por qué habría de avergonzarme de hablar de lo que ellos no se avergüenzan de hacer?

Valerio
Porque los señores son los señores.

Flamminio
Si los señores son señores, los hombres son hombres. Parece que gozan viendo morir de hambre a los que les sirven. Parece que disfrutan viendo sufrir a un hombre honrado. Y para más escarnio, lo mismo embisten contra un indefenso que contra un cornudo. De modo que hago bien en publicar su holgazanería. Me callaría con que hubiera dos de ellos, solo dos, capaces de ser comparados en bondad y liberalidad con el rey de Francia. Pero no creo que los encuentres.

Valerio
¿Por qué?

Flamminio
Porque más fácil es que la corte papal se haga digna de su nombre que no encontrar a esos dos. Voy a hablarte con el corazón en la mano: después de tantos años sirviendo en la corte, me he acostumbrado a ello y no sé hacer otra cosa. He decidido ir a la corte del rey de Francia, porque me contentaría tan solo con ver tantos grandes señores, tantos valientes capitanes y tantas honradas personas. La pompa, la alegría y la libertad que allí reinan me compensarán de la miseria, la melancolía y la servidumbre que aquí me oprimen. La magnanimidad del cristianismo es tanta que todos lo adoran. Mientras que aquí la torpe rudeza de estos señores nos empuja a que los odiemos.

Valerio
Eso que dices es cierto porque no hay otro como el rey de Francia en todo el mundo. Su fama hace que hasta quien nunca lo ha visto lo alabe, lo celebre y lo contemple.

Flamminio
Por eso mismo quiero sacudirme todas las miserias de Roma e ir a servirlo. Tengo unas cartas de presentación de monseñor Baïf, antiguo embajador en Venecia, que me aseguran la mejor acogida por parte de su majestad. Y de no ser así, me iría a Constantinopla, a servir al señor Aluigi Gritti, en el que se ha reunido toda la cortesía que han despreciado los demás señores, que de señores no tienen más que el nombre. Con él se hubiera ido ya Pietro Aretino si no lo hubiesen atado las cadenas de oro con que lo ha sujetado el rey Francisco o si no lo hubieran enriquecido los subsidios y los presentes que le ha hecho el magnánimo Antonio de Leyva.

Valerio
He oído hablar de esos regalos que le ha hecho son Antonio, que es el mejor exponente de los triunfos del César Carlos. Pero ya que vas a Francia, ¿por qué no esperas a la partida de su santidad para encontrarse con el rey?

Flamminio
Porque esperaría tanto como Noé esperó al cuervo.

Valerio
¿No crees que el Papa vaya a ir?

Flamminio
Yo solo creo en Dios.

Valerio
¡Qué obstinado eres! Todo el mundo está preparándose para la partida y tú no te lo crees.

Flamminio
Mira: Si el Papa se decide a ir, empezaré a creer que se acerca el fin del mundo. Y que es capaz de volver convertido en un hombre de bien, en cuyo caso no me importaría quedarme en Roma ejerciendo el más humilde de los trabajos que puedas imaginar. Si el Papa se alía con el rey, se acabaron las miserias. Aunque lo dudo. Y, por otro lado, si vamos a Marsella de la forma que fuimos a Bolonia al encuentro con el emperador, seremos el hazmerreír de los cortesanos franceses, acostumbrados como están a dilapidar en vestidos, banquetes y fiestas. Si no fuera por la pompa con que viaja el cardenal de’ Medici, pareceríamos pordioseros o comerciantes en quiebra.

Valerio
Calla, que ahí viene el señor. Vamos donde tú sabes y hablaremos de este viaje de la corte.

ESCENA VIII

Parabolano y Rosso.

Parabolano
Te he visto entrar por la puerta del jardín. ¿Qué dice madama Alvigia?

Rosso
Queda admirada de vuestra buena crianza, vuestra gracia y vuestra liberalidad y quiere crianza como merecéis. En otras palabras, no habéis topado con una persona desagradecida.

Parabolano
Pues no he hecho nada en comparación con lo que pienso hacer por ella.

Rosso
A las siete y cuarto estará en su casa quien vos sabéis. Pero me ha encargado que os diga que es tan vergonzosa que le ha pedido que el encuentro tenga lugar a oscuras. No os preocupéis: pronto se hará la luz.

Parabolano
No me considera digno de poner mis ojos en su divina persona.

Rosso
Nada de eso. La primera vez, todas las mujeres se andan con esos melindres, pero después dejan de lado toda vergüenza y serían capaces de desahogar sus deseos en plena plaza de San Pedro.

Parabolano
¿Entonces crees que es timidez?

Rosso
Pues claro. ¿Qué pensabais?

Parabolano
¡Qué dulce es amar y ser amado!

Rosso
Más dulce es la taberna, como dijo el Cappa.

Parabolano
¡Dulce Livia!

Rosso
Fantasías. Por mi parte, prefiero una jarra de vino griego a la hermosa Angela la Greca.

Parabolano
Si hubieses gustado la ambrosía que destilan unos labios enamorados, los mejores vinos te parecerían amargos.

Rosso
¿Creéis que soy virgen todavía o qué? Yo ya he probado lo que tenía que probar y os aseguro que no es para tanto.

Parabolano
No lo has probado con una gentil dama como la mía.

Rosso
¡Claro! Las damas no mean como las otras.

Parabolano
Es inútil hablar de esto.

Rosso
Es inútil contestaros a esto. Pero, esperad, quiero haceros una pregunta. ¿No habéis dicho alguna vez que las palabras que salen de la boca del poeta son más dulces que la miel y la malvasía?

Parabolano
Sí, ciertamente.

Rosso
Entonces por eso es por lo que me gustan tanto los sonetos de Pasquino.

Parabolano
No sabía que te gustase la poesía.

Rosso
¿Cómo no? Sabed que si yo hubiera estudiado habría llegado a filósofo o a sombrerero.

Parabolano
Ja, ja.

Rosso
Sí. Cuando yo estaba al servicio de Antonio Lelio Romano, me quitaba el tiempo del sueño para poder leer las cosas que componía en honor de los cardenales. Me sé de memoria un montón. ¡Son divinos! Y estoy de acuerdo con lo que dice el barbero: que habría que leer todas las mañanas un par de ellos, entre la Epístola y el Evangelio.

Parabolano
¡Qué idea!

Rosso
Qué opináis del soneto que empieza:
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“El papa León tiene tantos parientes...”

Parabolano
Ah, sí. Es magnífico.

Rosso
O ese otro:
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“La donación que hizo Constantino
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por curarse la lepra que tenía...”

Parabolano
Ese también es muy ingenioso.

Rosso
O aquel:
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“Cocinero debe de ser San Pablo
si sale papa uno de esos tres frailes...”

Parabolano
Ja, ja.

Rosso
O este:
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“¿Queréis, señora Iglesia, como esposo
al tibio cardenal del Ermellino...?

Parabolano
¡Muy bueno!

Rosso
O este:
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“Oh, cardenales, poneos en mi lugar,
que yo en el vuestro no quisiera estar...”
Voy a ver si puedo encontrar los que ha hecho maestro Pasquino ese año, porque deben estar cargados de pólvora.

Parabolano
A fe mía, Rosso, que tienes gracia.

Rosso
¿Y quién lo duda?

Parabolano
Pero no perdamos más tiempo. Sube un momento a casa, que quiero que vayas ahora mismo a llevarle mi respuesta a la vieja.

ESCENA IX

Andrea y Maco.

Andrea
Salisteis corriendo sin necesidad. El señor Parabolano, el que os envió a casa invisibilium, me ha hecho hacer en vuestro honor una bravuconada napolitanamente.

Maco
¿Ah, si, señor burlón? Pero decidme, ¿cómo se viene al mundo?

Andrea
A través de un agujero.

Maco
¿Ancho o estrecho?

Andrea
Ancho como la boca de un horno.

Maco
¿Y para qué se viene?

Andrea
Pues... para vivir.

Maco
¿Y cómo se vive?

Andrea
Comiendo y bebiendo.

Maco
Entonces, yo viviré, sin duda, porque como como un lobo y bebo como un caballo. ¡Sí, a fe! ¡Juro a Dios! ¡Bésoos las manos! ¿Y qué pasa luego, cuando se vive?

Andrea
Pues se muere uno, como todo el mundo.

Maco
¿No somos todos hijos de Caín y Abel?

Andrea
Querréis decir de Adán y Eva. [Aparte] En mi vida he visto un ignorante como este.

Maco
Volviendo a nuestro negocio. Esta noche he soñado que los cortesanos se hacen metiéndolos en un molde. Así me lo ha confirmado el Grillo. Y he pensado que lo mejor sería meterme en un molde de hacer cortesanos.

Andrea
Habláis con la elocuencia de un cangrejo, que, como sabéis, tiene dos bocas. Tenéis razón. Y para que lo sepáis, también los cañones, las campanas y las torres se hacen con moldes.

Maco
¿Las torres también? Yo creía que las torres salían solas, como las de Siena.

Andrea
Pues estabais equivocado.

Maco
¿Creéis que saldré buen cortesano con este procedimiento?

Andrea
Naturalmente.

Maco
¿Por qué?

Andrea
Porque es más fácil hacer un hombre que no un cañón o una campana. Ya que estáis decidido, démonos prisas.

Maco
Hoy mismo heme de meter en un molde, o morirá en la empresa.

ESCENA X

Alvigia.

Alvigia
Estoy más atareada que una pareja en su noche de bodas. Prepárame ese ungüento, dame los polvos para abortar, tráeme esas cartas, llévame este encargo, hazme tal encantamiento, recítame tal conjuro... El Rosso debe estar buscándome como un desesperado. ¿No dije? Aquí viene.

ESCENA XI

Rosso y Alvigia.

Rosso
¡Menos mal que te encuentro!

Alvigia
Soy la bestia de carga de toda Roma.

Rosso
Pues deja todos esos asuntos de poca monta y arréglatelas para que mi señor juste esta noche con la... garrocha.

Alvigia
Cuando termine de hablar con mi director espiritual, vendré a buscarte aquí mismo.

Rosso
O aquí, o en casa de mi señor. ¿Quién es este fraile?

Alvigia
El que estoy esperando. Ahora vete.

ESCENA XII

Padre Guardián del Araceli y Alvigia.

Guardián
Oves et boves universas insuper, et pecora campi.

Alvigia
Siempre estáis ensimismado en vuestras oraciones.

Guardián
No rezo tanto como creéis, que yo no soy de los que tienen prisas por subir al cielo. Si no voy hoy, ya iré mañana. Sin prisas, que el paraíso es tan grande que, Dios mediante, cabremos todos.

Alvigia
Así quisiera creerlo, pero no estoy segura. Si no cabemos ni en el Coliseo cuando se presenta la Pasión en Semana Santa... Y eso que allí no va más que la gente de Roma.

Guardián
No debes ponerlo en duda, mujer de poca fe, porque las almas no ocupan lugar. ¿Cómo te diría yo? Las almas son como las mentiras.

Alvigia
No entiendo.

Guardián
Exempli gratia. Imagínate que estás encerrada en una hornacina pequeñita, pequeñita y que de pronto dices que el elefante hizo testamento antes de morir. ¿No es esto una mentira excomulgada?

Alvigia
Sí, padre.

Guardián
TamenTamenAsí en la edición empleada. ¿Quizá ‘Amén’?, la hornacina no se queda abarrotada por eso ni por otras mil mentiras que dijeras después. Pues bien, las almas del paraíso no ocupan lugar, de la misma forma que etiam las mentiras no llenan tu hornacina. En otras palabras, en el paraíso cabrían dos universos.

Alvigia
¡Qué hermoso debe ser saber interpretar las Sagradas Escrituras! A propósito, padre mío: yo quisiera que vuestra paternidad reverendísima me contestase dos preguntas. La primera es si el alma de mi maestra se ha salvado y la otra si los turcos invadirán Italia.

Guardián
En cuanto a la primera, te digo que tu maestra tendrá que estar veinticinco días en el purgatorio, o circum circa, y que después irá otros cinco o seis días al limbo y luego (En éxtasis, con los ojos vueltos al cielo, levantando las manos y voz arrobada) dextram patris, coeli coelorum.

Alvigia
Y, sin embargo, andan diciendo que no, que debe estar condenada.

Guardián
¡Si lo sabré yo!

Alvigia
¡Cuántas lenguas viperinas hay!

Guardián
En cuanto a la invasión de los turcos, no es cierto nada de lo que se dice. Y aunque fuera cierto, ¿a ti qué te importa?

Alvigia
¿Que qué me importa? No me hace ninguna gracia que me empalen. ¿Os parece bien eso de empalar a las pobres viejecitas? Parece como si estos curas que tenemos aquí estuviesen deseando que nos invadiesen esos empaladores.

Guardián
¿Por qué dices eso?

Alvigia
Porque no se toma ninguna medida cada vez que se corre la voz de la invasión.

Guardián
Todo eso no son más que patrañas. Queda con Dios, que tengo ahora mismo una cita.

ESCENA XIII

Alvigia.

Alvigia
Dios vaya con vos. Estos frailes tienen mano en todas partes. Y es que parecen unos santos, con la cabecita siempre inclinada. ¿Y quién va a dudar de ellos, con los pies destrozados por esas sandalias y con la pobre cuerda que llevan a la cintura. Quien quiera salvarse, como se ha salvado mi maestra, es menester que sea un cúmulo de virtudes. Pensándolo bien, a mí me conviene que la hayan quemado, porque así tengo ya una medianera que ruegue por mí allí arriba. Voy a buscar a Rosso.

ESCENA XIV

Grillo.

Grillo
Maestro Andrea le ha dicho a Messer Maco que el Maestro Mercurio es el médico encargado de los moldes de hacer cortesanos. Tengo que encontrar a ese Maestro Mercurio, que es el mejor compadre y el mayor bromista que hay en Roma. Ah, aquí viene.

ESCENA XIV

Mercurio y Grillo.

Mercurio
¿Qué hay, Grillo?

Grillo
Algo para morirse de risa. Ha venido un necio de Siena que dice que quiere hacerse cardenal y el Maestro Andrea le ha dicho que vos sois el médico especialista en moldes cardenalicios.

Mercurio
No me digas más. Un criado, que está buscando trabajo porque ha reñido con ese idiota, me lo acaba de contar todo.

Grillo
Ja, ja.

Mercurio
Y he pensado que podríamos meterlo en una de esas tinajas donde tienen el agua caliente en los baños públicos. Pero antes le voy a suministrar una buena dosis de píldoras purgantes.

Grillo
Pues vamos deprisa, que el Maestro Andrea nos está esperando con vuestra víctima.


ACTO IV

ESCENA I

Maestro Andrea, Messer Maco, Maestro Mercurio, de médico y Grillo.

Andrea
Estamos de acuerdo en el precio. Además, el señor, con valor propio de un senés, se ha comprometido a tomar las píldoras que decía.

Maco
Aunque no las tengo todas conmigo, no creías.

Mercurio
Pilolarum Romanae Curiae sunt dulciora.

Grillo
Bromead con los santos y dejad en paz a los soldados.

Maco
¿Por qué dices eso?

Grillo
¿No habéis oído al médico, blasfemando como un carretero?

Maco
Está hablando en latín, bestia. Oídme, domine mi.

Mercurio
Dico vobis dulciora sunt Curiae Romanae pilolarum.

Maco
(Levantando un dedo, doctoralmente) Nego istam.

Mercurio
A progressus herbis, et in verbis sic inquit totiens quotiens aliquo cortigianos diventare volunt pilolarum accipere necessitatis est.

Maco
Eso de “cortigianos” no lo dice el Petrarca.

Andrea
Lo dice más de mil veces.

Maco
Es verdad: lo dice en el soneto “È sì debile il filo.”

Andrea
Sois más sabio que el mismísimo Roldán.

Mercurio
Vamos a lo que nos trae aquí. ¿Sabéis lo que son los nísperos?

Maco
Claro que sí.

Mercurio
Pues lo que en Siena se llama níspero es lo que llamamos píldora en Roma.

Maco
¿Ah, sí? En ese caso tomaré no una, sino veintisiete.

Grillo
[Aparte] Y toda la noche yendo al retrete.

Maco
¿Qué estás diciendo?

Grillo
Digo que, si os parece bien, voy a ver cómo están esos moldes que vais a usar.

Maco
Sí. Ve y procura que me estén cómodos.

Grillo
Está bien.

Maco
Oye. Coge los que sean más bonitos.

Grillo
Comprendido.

Maco
Y oye, Grillo: procura que nadie se meta en ellos para ser cortesano antes que yo.

Grillo
Así lo haré.

Andrea
Y no te olvides de la balanza, que en cuanto esté hecho hay que pesarlo y pagar a tanto la libra, según mandan los cánones.

Grillo
No faltará nada.

(Sale Grillo)

Andrea
Ya está todo listo. Ahora solo falta que juréis que, cuando seáis cortesano y cardenal, no os olvidaréis de mí y de lo que he hecho por vos; porque en cuanto uno llega a la corte lo primero que hace es olvidarse de sus promesas y el que antes era docto, sabio y bueno se convierte en ignorante, fatuo y miserable. El último de los bribones, en cuanto se ve vestido de seda, no se digna mirar a nadie y menos a quien antes le haya hecho un favor, porque se avergüenza de confesar que ha sido pobre antes que cortesano. Así que prometédmelo.

Maco
Que se muera mi madre.

Andrea
Esos son juramentos de niño. Jurad por otra cosa.

Maco
(Besándose los dedos cruzados) Por estas.

Andrea
Eso es cosa de mujeres.

Maco
Por los Santos Evangelios.

Andrea
Eso es cosa de campesinos.

Maco
A la fe.

Andrea
Así juran los mozos de cuerda.

Maco
Que me caiga muerto ahora mismo.

Andrea
Juramento hipócrita.

Maco
¡Cuerpo de Dios!

Andrea
Tonterías.

Maco
¿Pero qué queréis que diga?

Mercurio
El Grillo ha dicho hace un momento que bromeéis con los santos y dejéis en paz a los soldados.

Maco
Es que quiero que el Maestro Andrea quede satisfecho de mí.

Andrea
¿Y no os he dicho que es la blasfemia lo que mejor caracteriza al verdadero cortesano?

Maco
¡Es verdad! Pues me había olvidado.

Mercurio
Venga, no perdamos el tiempo, que se enfrían los moldes y ya sabéis lo cara que está la leña.

Maco
Si queréis mando que me traigan una carga de Siena.

Andrea
[Aparte] Desde luego, es un bobo plusquam perfecto.

Maco
¿Qué decís?

Mercurio
Que seréis un cortesano plusquam perfecto.

Maco
Gracias a vos, ilustre médico.

Grillo
(Entrando) Todo el mundo está esperando y las píldoras y los moldes están preparados.

Maco
¿En qué fase está la luna hoy?

Mercurio
In colocut.

Maco
Basta con que no esté la luna llena.

Mercurio
¡Qué va! Luna llena fue hace ya un año.

Maco
Entonces puedo tomar esas píldoras sine timore influxi.

Mercurio
Con absoluta tranquilidad.

Andrea
Vamos allá.

Maco
Sí, vamos.

ESCENA II

Alvigia y Rosso.

Alvigia
¿Qué hay de nuevo, granuja?

Rosso
Creía que te habías perdido.

Alvigia
Estoy derrengada. He hablado con mi confesor y ya sé en qué cae la Virgen de Agosto.

Rosso
¿Y para qué quieres saberlo?

Alvigia
Porque he prometido ayunar la víspera. Después me ha interpretado un sueño que he tenido. Y luego le he contado la vida y milagros de mi maestra para que los utilice en su próximo sermón. Luego he ido a ver a la Piamontesa, que ha abortado; no se lo digas a nadie. Luego he ido a ver a Beatriz; está lista: tiene el mal francés. Después he ido a ver si admitían a la Pagnina en el monasterio de las Arrepentidas y no he podido ir a san Giovanni para ver a la Ortega, que me han dicho que se ha hecho emparedar para llamar la atención de su don Diego.

Rosso
Sí, yo también he oído hablar de eso.

Alvigia
Y he hecho todo esto, me he bebido una jarra de vino corso en la taberna de la Liebre, y me he venido para acá a galope tendido.

Rosso
Alvigia, nosotros nos entendemos bien. Quiero que me digas una cosa y te juro por la sangre de la Intemerata y por el divino y consagrado, que podrás contar conmigo para todo.

Alvigia
Si no se trata más que de decir, cuenta con ello.

Rosso
Solo unas palabras y nada más.

Alvigia
Pues habla sin vergüenza.

Rosso
¿Vergüenza yo? ¿Y aquí en la corte?

Alvigia
Venga, di.

Rosso
Es que no me atrevo porque todavía no te he dado nada. Quédate con la cadena para ti sola.

Alvigia
La acepto y no la acepto. La acepto si puedo servirte en algo, si no, no la quiero.

Rosso
Hablas como la Sibila. Te voy a decir de qué se trata. Ya sabes que no me gusta Valerio; si cayese en desgracias de mi señor, yo sería quien gobernase la casa en su lugar. Cosa que a ti también te conviene.

Alvigia
Ya te he entendido. Quieres que tu señor lo tome entre ojos. Yo me encargo.

Rosso
¿Cómo?

Alvigia
Espera que lo piense.

Rosso
Piénsalo con calma, que una vez desembarazados de él, yo seré dominus dominantiun.

Alvigia
Ya está. Ya lo tengo.

Rosso
A ver, dime.

Alvigia
Le diré a tu amo que Valerio le ha ido con el cuento de lo que estamos haciendo con Livia al hermano de esta, Liello di Rienzo Mazzienzo di Capo Vaccina, el hombre más violento que hay en Roma; el que quemó la puerta de “Mi-madre-no-me-deja” que no quería abrirle una noche.

Rosso
¡Qué ingenio! ¡Qué perspicacia! Deberías ser, por lo menos, princesa de Cornetto, de Palo y de Magliana. Aquí viene mi amo, Alvigia. In te domine speravi. Duro con él, que yo diré que es verdad todo lo que le cuentes.

ESCENA III

Parabolano, Alvigia y Rosso.

Parabolano
¿Qué noticias me traes de mi amor?

Alvigia
(Fingiendo enfado) Creo que mis servicios no merecen este pago.

Parabolano
¡Dios mío! ¿Qué pasa?

Rosso
Ha sido una bellaquería.

Parabolano
¿Pero qué ha pasado?

Alvigia
Esto es lo que he ganado por serviros.

Parabolano
No me tengáis con el alma en un vilo.

Rosso
Es que Valerio...

Parabolano
¿Qué ha hecho Valerio?

Rosso
Yo...

Alvigia
¿Sabéis lo que ha hecho? Ha ido a contarle al hermano de Livia que el Rosso y yo estamos prostituyendo a su hermana.

Parabolano
¿Qué me decís?

Alvigia
Y es el jaque más cruel que hay en Trastevere. Ya ha matado a cuatro docenas de corchetes y cinco o seis alcaides. Ayer mismo dio de palos a dos alguaciles. Va siempre armado, a pesar de los bandos publicados por el gobernador. Ahora va a batirse con Rienzo, el tipo aquel que hizo pedazos al Peregrino. ¡Dios quiera que no le pase nada a vuestra señoría!

Parabolano
¡Lo mato, lo mato! ¡No me sujetéis! Voy a clavarle este puñal en el corazón. ¡No me sujetéis!

Alvigia
Quieto, tranquilo. Disimulad. Castigadlo, pero en secreto.

Parabolano
¡Traidor!

Rosso
Tranquilizaos. Que no se corran las voces.

Alvigia
Y que no salga mi nombre; que el honor de Livia quede a salvo.

Parabolano
¡Asesino! A mí, que lo he encontrado en la calle. Que lo he sacado del fango. Que me cuesta quinientos escudos al año.

Rosso
Que es un sueldo de príncipe.

Parabolano
Decidme: ¿será posible todavía que Livia...? ¿Calláis?

Rosso
Calla porque teme que no os va a poder servir.

Parabolano
Pídeselo, Rosso, amigo, ruégaselo.

Rosso
A mí me podéis pedir lo que queráis, señor, que sabéis que os serviré con toda mi alma. Pero no me digáis que obligue a Alvigia, porque es mejor ser un burro vivo que un obispo muerto.

Alvigia
No lloréis, señor, que quiero ir al infierno con tal de contentar a vuestra señoría. ¿Y qué más me da? Si el hermano me mata, por lo menos habré salido de esta miserable vida. Que no encuentro ni trabajo para hilar y me estoy muriendo de hambre.

Parabolano
(Le da un anillo) Comed con esto.

Rosso
¡No, diablo! Los diamantes son venenosos.

Alvigia
¿Qué sabrás tú?

Rosso
Sí, que me lo ha dicho Mainoldo el de Mantua, caballero católico y joyero apostólico y loco diabólico, cuando era su criado. [Aparte, a Alvigia] Cogedlo, que está loco.

Parabolano
Vamos, señora mía, tomadlo.

Alvigia
No sé cómo agradecer a vuestra señoría... Subid a mi casa. Espéranos aquí, Rosso.

Rosso
Aquí espero.

ESCENA IV

Rosso.

Rosso
Como dijo Mescolino de Siena, “Quien asno es y ciervo se cree, pierde pan y pierde perro”; o algo así. Valerio: te devuelvo pan por tortas. Y todavía irás diciendo que no te lo merecías. Presuntuoso, que ibas siempre insultando a los demás y llamándonos bestias. Y siempre bravuconeando, que parecías el general Giovanni de las Bandas Negras. Y si alguien le replicaba, lo menos que le decía era “Eso no es verdad, animal”. Ni el maestro de ceremonias le hace tantas reverencias al Papa como este cuando está hablando con alguien. Y a quien no se le haya destocado a tiempo (Hace el gesto de saludar con una reverencia, descubriéndose) le retira el saludo y deja de tratarlo. Además, es partidario del emperador, como si al rey de Francia le importasen nada estas gentes de poca monta, que no son dignos ni de cuidar de los perros de su majestad. Por una cuestión de etiqueta es capaz de discutir con el Santo Evangelio. ¡Pero si está enfadado con su hermano porque no le da el tratamiento debido cuando le escribe! Que no tienes de señor ni el nombre, por mucho dinero que hayas conseguido, bribón.

ESCENA V

Alvigia y Rosso.

Alvigia
¿Con quién estás hablando?

Rosso
Aquí estoy, hablando solo. Bien; ¿cómo van nuestros asuntos?

Alvigia
Bien, bien. Ha habido de todo: patadas, puñetazos, tirones de la barba y todo lo demás.

Rosso
Ja. ja. ¿Y qué decía Valerio?

Alvigia
(Imitando a Valerio y gesticulando) ¿Por qué me hacéis esto señor? ¿Qué he hecho yo, señor?

Rosso
¿Y el señor qué decía?

Alvigia
(Ídem) Ya sabes tú lo que has hecho, traidor.

Rosso
Ja. ja.

Alvigia
¿No te parece que me he ganado la cadena?

Rosso
Y el diamante también, sahumado y bendecido.

Alvigia
Podrías hacerle creer que el mundo está hecho de merengue, porque se vuelven como niños desde el momento en que se enamoran. Ya hemos quedado de acuerdo en las siete y cuarto. Me voy corriendo, que no tengo tiempo que perder. Que sigas bien.

Rosso
Ja, ja. Sabe un punto más que el diablo. ¿Cómo habrá sido la maestra, si la discípula ha salido así? Aquí estoy, señor.

ESCENA VI

Parabolano y Rosso.

Parabolano
Vaya forma que ha tenido Valerio de corresponder a mis bondades.

Rosso
Y todavía no sabéis lo peor. Pero no me gusta ir con chismes a la gente.

Parabolano
En la cárcel he de verlo.

Rosso
Venenos y cosas así...

Parabolano
(Sobresaltado) ¿Cómo “venenos y cosas así”?

Rosso
Bueno. Que habíais comprado un veneno y... eso.

Parabolano
Pero bueno. Yo lo denuncio a la justicia.

Rosso
Putas y... y mariconeo y... y juego.

Parabolano
(Irónico) ¡Qué espejo de virtudes!

Rosso
Ya va contando unas cosas de vuestra familia... especialmente de una tía.

Parabolano
¿Ah, también mi familia?

Rosso
Y que lo hacéis morir de hambre.

Parabolano
Ten criados y tendrás enemigos.

Rosso
Dice de vos que sois ignorante, ingrato y envidioso.

Parabolano
¡Miente por la gola! De ahora en adelante, Rosso, tú administrarás todos mis asuntos.

Rosso
No creo ser la persona indicada, señor. Fiel sí que soy, que en eso no tengo que envidiarle nada a nadie. Si Valerio ha cometido un error, castigadlo y ya está. Hablando de otra cosa, Alvigia me ha dicho que cumplirá lo prometido. ¿Qué pensáis decirle a vuestra amada cuando la veáis?

Parabolano
¿Qué le dirías tú?

Rosso
Yo hablaría solo con las manos.

Parabolano
Ja, ja.

Rosso
Es una pena que no pueda veros a la luz.

Parabolano
¿Por qué?

Rosso
Porque no hay enamorado que pueda compararse con vos. ¡Qué ojos, qué cejas, qué labios, qué dientes y qué aliento... perfumado! Vuestra señoría tiene una gracia natural, y no lo digo por adularos, lo juro por Dios, que cuando vais por la calle no sé cómo las mujeres no se tiran por las ventanas. ¡Ay! ¿Por qué no seré yo mujer?

Parabolano
¿Y qué harías si fueras mujer?

Rosso
Os saltaría encima o moriría en la empresa.

Parabolano
Ja, ja.

Rosso
Si queréis dar un paseo, la mula debe estar preparada.

Parabolano
Sí, voy a hacer un poco de ejercicio.

Rosso
No os fatiguéis demasiado, que ya sabéis que los juegos amorosos requieren mucha... gallardía.

Parabolano
¿En tan poco me tienes?

Rosso
No es eso, pero quisiera que os portaseis con Livia como ella se merece.

Parabolano
Vamos a dar un paseo hasta Santa María della Pace.

Rosso
Como guste vuestra señoría.

ESCENA VII

Valerio.

Valerio
Esto es como tropezar con una paja y romperse el cuello. No puedo imaginarme por qué mi señor me ha insultado y me ha tratado así. ¿Qué habrá podido decirle nadie en contra mía, movido, sin duda, por la envidia? ¿Es posible que los señores estén siempre dispuestos a dar crédito a la primera murmuración que les llega a los oídos, y sin molestarse en saber si es verdad, se dejen arrastrar por la cólera sin ningún miramiento? ¡Así son los señores, así es la vida de un criado y así son los usos de la corte! Los señores actúan irresponsablemente, los servidores dependemos siempre de los caprichos de otro y las cortes parecen que gozan reduciendo a la desesperación a los que esperan algo de ellas. ¡La envidia! La envidia, que nació cuando nació la primera corte y que no morirá hasta que no desaparezca la última de las cortes. En lo que a mí se refiere, no deseo otra cosa que retirarme a mi pueblo. Solo me apena tener que marcharme habiendo caído en desgracia de aquel a quien debo todo lo que soy y que la gente pueda tacharme de ingrato. Porque estoy seguro que todos dirán que el buen Valerio, en cuanto hubo ganado lo suficiente, le volvió las espaldas a su señor. No puedo contenerme, y no es por la injuria que he recibido injustamente, porque los que servimos estamos obligados a sufrir las iras y los enojos de nuestros señores, como si fueran nuestros padres; pero me está comiendo el no poder imaginar la razón por la que me ha tratado así. Puede que los sufrimientos que está padeciendo por culpa de estos amores lo hayan empujado a desahogarse en mí. Tiene que ser esto, porque de otro modo no puedo explicármelo. Lo que tengo que hacer es quedarme aquí, esperando a ver en qué termina la cosa. Me mostrará humilde con mi señor y ya veremos lo que pasa. Y mientras tanto, iré observando a todos los de la casa para descubrir la verdad.

ESCENA VIII

Alvigia y Toña.

Alvigia
Tic, toc.

Toña
¿Quién es?

Alvigia
Soy yo.

Toña
Y ¿quién es yo?

Alvigia
Soy yo, Alvigia, hija.

Toña
Esperad, que ahora bajo.

Alvigia
Bien hallada seas, hija mía. (Reza y durante el resto de la escena va mezclando a la acción sus oraciones para disimular su alcahuetería) Ave María.

Toña
¡Qué cara os vendéis! ¿Qué milagro es este de venir a visitarme?

Alvigia
Los ayunos y penitencias de Adviento y de Témporas me han dejado reducida a tal punto que no soy la misma. Gratia plena Dominus tecum.

Toña
Vos siempre con vuestras oraciones y yo que hace un siglo que no pido la iglesia ni hago nada a derechas.

Alvigia
Benedicta tu –yo lo necesito más que otras, que soy una pobre pecadora– in mulieribus. ¿Sabes a qué he venido?

Toña
No.

Alvigia
A decirte que vengas a mi casa esta tarde a las cinco, que voy a procurarte lo que deseas –et benedictus ventri tui–, y con más ganancias que la última vez –in hunc et in hora–, hazme caso –mortis nostrae– y no lo dudes. –Amén.

Toña
Desde luego que haré lo que me decís, que eso y más se merece el borracho de mi marido.

Alvigia
Y por precaución –Pater noster– vendrás disfrazada de hombre, que hay muchos maleantes –qui es in coelis–merodeando de noche –santificetur nomen tuum– y no quisiera que te dieses con uno de ellos –adveniat regnum tuum –como le pasó a la pobre Angela dal Moro –in coelo et in terra.

Toña
¡Pobre de mí! Ahí viene mi marido.

Alvigia
Tranquila, tonta, que no pasará nada –Panem nostrum quotidiano da nobis hodie–. (En voz alta, disimulando) Pues que yo sepa, esta semana no hay más oficios que hacer las estaciones a san Lorenzo Extramuros.

ESCENA IX

Arcolano, Toña y Alvigia.

Arcolano
¿De qué estabais hablando?

Alvigia
Debita nostra debitoribus. Pues aquí, la señora Antonia, que me estaba preguntando cuándo eran las estaciones a san Lorenzo Extramuros.

Arcolano
Pues no me gustan nada estas visitas. Algivia Et ne nos inducas. De vez en cuando es saludable pensar en la salvación del alma –in tentatione.

Arcolano
¡Qué buen ejemplo de santidad!

Toña
Te crees que todos somos como tú, que no vas nunca ni a misa ni a maitines.

Arcolano
¡Calla, desvergonzada!

Toña
Con tu alma y con tu cuerpo puedes hacer lo que te dé la gana, pero yo...

Arcolano
Si agarro un palo...

Alvigia
Sin violencia. –Sed libera nos a malo.

Arcolano
¿Sabes lo que te digo, vieja alcahueta?

Alvigia
Vita dulcedo. ¿Qué me decís?

Arcolano
Que si te encuentro otra vez hablando con esta putilla de mierda, voy a hacer una locura.

Alvigia
Lagrimarum valle. No pienso volver aunque me cubrieses de oro –a te suspiramus.– Dios conoce mis intenciones y mi buena voluntad. Señora Antonia, no dejéis de asistir a los oficios que os he dicho. El diablo tiene en el cuerpo vuestro marido –Clementes et flentes.

Toña
Lo que tiene en el cuerpo es más vino del que puede beber. Sí, iré a san Lorenzo.

Arcolano
¿Dónde vas a ir?

Toña
A las estaciones, a rezar por tu alma, ¿entiendes?

Arcolano
¡Anda para casa! ¡Deprisa!

Toña
Ya voy. Y veremos qué pasa.

ESCENA X

Arcolano.

Arcolano
Quien tiene cabras tiene cuernos. ¡Qué verdad dice el adverbio! Mi mujer es ligera de cascos y yo me he dado cuenta de que busca sus diversiones por ahí. Y esta vieja me huele a chamusquina. Esta tarde fingiré que estoy borracho –lo que no me va a costar gran esfuerzo– para descubrir en qué consisten estas estaciones que dice. (Llamando) ¡Toña!

ESCENA XI

Toña y Arcolano.

Toña
¿Qué me quieres?

Arcolano
Baja.

Toña
Aquí estoy.

Arcolano
No me esperes esta noche a cenar.

Toña
Qué cosa tan rara.

Arcolano
¡No me repliques!

Toña
Mejor harías en quedarte en casa y no perder el tiempo con putas por esas tabernas.

Arcolano
¡Déjame en paz!

Toña
No ha querido el diablo que te hubieras casado con una de ellas, que te pusiere lo que te mereces.

Arcolano
¡Calla, deslenguada!

Toña
La culpa es mía por ser tan buena.

Arcolano
Pues no me estés todo el día coqueteando a la ventana.

Toña
¿Crees tú que yo soy de esas? Tú sí que eres un sinvergüenza.

Arcolano
¡Basta ya! Me voy.

Toña
(Cuando queda sola) Y yo también me voy, pero a pasarlo mejor que tú, desgraciado: tú con tus putitas y yo con quien me merezca. Tú emborrachándote y yo gozando del amor de un hombre de verdad. Te los tienes merecidos y los vas a llevar bien puestos, borracho celoso.

ESCENA XII

Rosso y Parabolano.

Rosso
Tranquilizaos, señor. Estáis celoso del sol y de la luna.

Parabolano
¿Y por qué no, si es tan hermosa?

Rosso
¿Cómo va a enamorarse la luna de Livia, si es mujer, como ella?

Parabolano
Puede ser. ¿Pero y el sol?

Rosso
El sol tampoco, que está ocupado secando la camisa de Venus, que se la ha meado Mercurio. Quiero decir, Marte.

Parabolano
Déjame de bromas. Efectivamente, estoy celoso del lecho en que duerme, de los vestidos que la envuelven, de la casa que la alberga.

Rosso
Celos que os inspira el diablo. Creéis que el lecho y los vestidos y la casa sienten los mismos deseos que vos sentís.

Parabolano
Anda, vámonos para casa.

Rosso
¿Otra vez? Parece que tenéis el mal de san Vito, que no paráis un momento quieto.

ESCENA XIII

Grillo.

Grillo
Ja, ja. Messer Maco se ha metido en una caldera creyendo que era un molde y ha echado hasta la primera papilla por causa del calor. Y luego lo han perfumado, lo han afeitado y lo han vestido, que parece otro. Y está saltando y bailando y cantando y diciendo cosas y con unas palabras tan graciosas que parece de Bérgamo más que de Siena. Y el Maestro Andrea finge que se queda admirado de cada tontería que dice y le jura y rejura que no ha visto en su vida mejor cortesano. Y Messer Maco, que está cada vez más loco, se lo cree todo y piensa que es la maravilla del mundo. Y quiere a toda costa romper la caldera para que no puedan hacer en ella más cortesanos como él. Ahora quiere que le vaya a buscar mazapanes a Siena y me ha dicho que si no vuelvo ahora mismo que me mandará despellejar. Pues que espere sentado, porque yo... Y todavía queda lo mejor: cuando lo saquen de la caldera quieren ponerlo delante de un espejo cóncavo para que se vea todo deformado. ¡Qué risa! Si no fuera porque tengo que ir a casa del señor Agostino Chigi, me quedaría para verlo, pero no puedo. (Se cruza, al salir, con Rosso) Adiós, Rosso. No te había visto.

ESCENA XIV

Rosso.

Rosso
Adiós, Grillo. Hasta la vista. ¡Malditos sean los amores y quien cree en ellos y... y quien no cree! Ahora resulta que me he convertido en procurador porque exhorto la comparecencia de alcahuetas ante mi amo. Que, por cierto, quiere hacerme mayordomo. Yo preferiría antes ser un don nadie que un mayordomo, que se ceban a sí mismos y a sus concubinas y concubinos con los bocados que les roban a los pobres lacayos. Conozco a uno tan ladrón que presta a usura a su propio amo los dineros que le ha robado previamente administrando su casa. ¡Ladrones, que sois la plaga del mundo! Vais a la letrina alumbrándoos con antorchas de la mejor cera y nosotros tenemos que ir a la cama a oscuras; bebéis los mejores vinos y nosotros vinagre revenido y mohoso; coméis de las mejores carnes y nosotros de la mala y dura... y no siempre fresca. ¿Pero dónde se habrá metido esta Alvigia? ¿Qué anda pregonando aquel judío?

ESCENA XV

Romanello, judío, y Rosso.

Romanello
¡Hierro, cobre, ropas viejas..., lo compro!

Rosso
Voy a ver si lo engaño, como a aquel pescador...

Romanello
¡Hierro, cobre, ropas viejas..., lo compro!

Rosso
Acércate, judío.

Romanello
¿Qué me mandáis?

Rosso
A ver. Déjame ver ese vestido.

Romanello
Perteneció al caballero Brandino. Es de raso.

Rosso
¿Cuánto cuesta?

Romanello
Probáoslo antes, que ya hablaremos del precio.

Rosso
Dices bien.

Romanello
A ver. Quitaos la capa. Meted aquí los brazos. Que no pueda yo ver al Mesías, si no parece hecho para vos. ¡Qué bien os sienta!

Rosso
No me engañes.

Romanello
Que Dios no me permita entrar en la sinagoga, si no os viene que ni pintado.

Rosso
Pues vamos a ver qué me dices del precio y si me tratas bien me llevaré también ese hábito de fraile para un hermano mío que está en el convento del Araceli.

Romanello
Si os lleváis también el hábito os haré una rebaja. Y sabed que ha pertenecido precisamente al reverendísimo cardenal del Araceli in minoribus.

Rosso
Tanto mejor. Pero quisiera vértelo puesto antes de cerrar el trato, porque mi hermano es más bien grandote.

Romanello
Con mucho gusto; no quiero que compréis si no estáis contento.

Rosso
Toma, que se te ha caído el cordón. Ponte también el escapulario. Por mi fe, que te está bien.

Romanello
Además, mirad qué paño.

Rosso
De la mejor calidad. Mira: me pareces un hombre de bien y he pensado para ti algo que te conviene.

Romanello
Si me conviene...

Rosso
Quiero que te conviertas al cristianismo.

Romanello
¡Vaya, estáis de broma! Vos creéis en vuestro Dios y yo creo en el mío. Si queréis comprar, está bien, y si queréis bromear es otra cosa.

Rosso
No quiero más que tu bien. ¿No piensas en tu alma? El alma es lo más importante.

Romanello
Venga, quitaos mi vestido.

Rosso
Pero óyeme. Quiero que te hagas cristiano por tres razones.

Romanello
Que os quitéis mi vestido os estoy diciendo.

Rosso
¡Escucha, animal! Primero, si te haces cristiano, el día de tu bautizo te regalarán una palangana llena de oro y además toda Roma vendrá a verte coronado de olivo. ¿No te gustaría?

Romanello
Estáis de broma.

Rosso
Segundo, podrás comer carne de cerdo.

Romanello
No me interesa la carne de cerdo.

Rosso
¿Que no? Si probases una sola vez pan untado con manteca, renegarías cien veces de tu Mesías. Tú no sabes lo que es una buena rebanada de pan untado, al lado de la chimenea, con la jarra entre las piernas. Y unta y come y bebe; y unta y come y bebe...

Romanello
¡Vamos, ya! Dadme mi vestido que tengo que hacer.

Rosso
Y la tercera razón, es que no tendrías que llevar el triángulo rojo en el pecho.

Romanello
¿Y qué me importa a mí?

Rosso
Pues sí te importa. (En voz baja, como hablándole en secreto) Los españoles quieren crucificaros a todos los que lleváis esa señal.

Romanello
¿Y por qué habrían de crucificarnos?

Rosso
Porque esa señal la llevan también los judíos españoles y ya sabes cómo los odian.

Romanello
Y, sin embargo, diferencia hay de ellos a nosotros.

Rosso
Al revés, no hay ninguna diferencia. Además, si no llevas la señal, los pícaros no pueden saber si eres judío y no irán detrás tuya por las calles tirándote naranjas podridas y cáscaras de melón y trozos de calabaza. Hazte cristiano, hazte cristiano y hazte cristiano. Ya está, te lo he dicho tres veces.

Romanello
No me da la gana, no me da la gana y no me da la gana. Y yo os he contestado tres veces también.

Rosso
Señor judío: yo ya he cumplido con mi deber, como hombre de bien que soy. Ya he descargado mi conciencia. Ahora es asunto tuyo. Yo no daría ni un alfiler por tu seguridad. Vamos a ver. ¿Qué quieres por estas cosas que me llevo?

Romanello
Doce ducados.

Rosso
¿De oro o de plata?

Romanello
No, no; de oro.

Rosso
A ver. Date la vuelta, que yo vea cómo te cae por detrás.

Romanello
Como un guante. Mirad.

(Se da la vuelta)

Rosso
Estate quieto. A ver si tiene polillas...

Romanello
Qué ha de tener.

Rosso
Estate quieto, hombre. No te muevas.

Romanello
No me muevo, no. Miradlo cuanto queráis. (Rosso aprovecha para salir corriendo con el vestido del judío y cuando este se vuelve corre tras él, gritando) ¡Al ladrón, al ladrón! ¡Coged al ladrón! ¡Mi vestido!

ESCENA XVI

Alcaide, Corchetes, Rosso y Romanello.

Alcaide
¡Tenéis a la justicia! ¿Qué escándalo es este?

Rosso
Señor Alcaide, este fraile, que habrá bebido más de la cuenta en alguna casa de putas o el alguna taberna y me ha visto y ha echado a correr detrás mía dando gritos. Y yo, que no quiero jaleos con religiosos, he procurado escaparme. Pero si continúa importunándome le perderé el respeto a sus hábitos y al mismo san Francisco que viniera.

Romanello
Pero si yo no soy fraile. Yo soy Romanel, el judío. No soy fraile. Yo lo que quiero es ese vestido que lleva.

Alcaide
¡Perro, judío! (Sacudiéndolo) ¡Cerdo infiel! ¿Te burlas de nuestra religión? (A los Corchetes) Cogedlo, atadlo. Llevadlo a la cárcel.

Romanello
Señor Alcaide, señor Alcaide. Este, este es el culpable. Es un bribón.

Corchete
¡Calla, perro judío!

Alcaide
Ponedlo en cepos. Ponedle las esposas.

Corchete
Sí, señor Alcaide.

Alcaide
Y esta noche diez rebencazos.

Corchete
Y si diez no son bastantes, veinticinco.

(Se lo llevan, entre protestas)

Rosso
Castigadlo duro, señoría. ¡Cómo me ha hecho correr! ¡Estoy empapado en sudor! Voy a casa que no quiero enfriarme.

Alcaide
Andad, andad, que tenéis cara de hombre de bien.

(Sale tras los Corchetes)

Rosso
Para servir a vuestra señoría. ¡Pues sí que conoces tú a los hombres por la cara! ¡En qué manos está la justicia! A un pobre ladroncillo lo destrozan en el potro y a mí me llama hombre de bien porque lo he tratado de señoría. Bueno; vamos a buscar a la vieja. (Sale, mirándose el vestido) Le diré que mi señor me ha regalado este vestido y a él le diré que me lo ha dado Livia.

ESCENA XVII

Maestro Andrea, Messer Maco y Maestro Mercurio.

Andrea
Vale más buena fortuna que inteligencia ni empeño.

Maco
(Mirándose) ¡Qué maravilla, qué divino, qué hermosura de cortesano estoy hecho!

Mercurio
Ni en mil años nos saldría otro como vos.

Maco
Puesto que ya soy cortesano, quiero darme la importancia que merezco.

Andrea
Miraos en un espejo, pero no hagáis la locura que hizo Narciso.

Maco
Sí, dadme un espejo, sí. Pero ¡cuánto he sufrido! Antes quisiera parir que volver a meterme en un molde.

Andrea
Pero miraos, pero miraos.

(Le acerca el espejo cóncavo)

Maco
¡Pero Dios mío! ¡Dios mío de mi vida! ¡Estoy completamente estropeado! ¡Ladrones, devolvedme mi cara, devolvedme mi cabeza, mis cabellos, mi nariz! ¿Dónde está mi hermosura? ¡Dios mío! ¡Qué ojos, qué boca! Commendo spiritum meum.

Mercurio
Esos deben ser humores y humos que os hacen perder los sentidos.

Andrea
Miraos y veréis que ha debido ser un vahído.

Maco
(Ahora toma el espejo normal) ¡Ah, ya me veo! Estoy aturdido. Ahora contemplo de nuevo mis exquisitos rasgos varoniles.

Andrea
Me he sentido profundamente dolorido cuando vuestra señoría me ha dicho...

Maco
(Lo interrumpe) Ya estoy compuesto, ya estoy vivo, ya soy yo. Y ahora voy a ser lo que me merezco: dueño y señor de Roma. Lo primero que voy a hacer es despellejar al maldito gobernador que me mandó prender. Voy a blasfemar a mi gusto; voy a llevar las armas que me apetezcan; voy a joderme a todas las señoras que se me pongan por delante. (A Mercurio) Ya te puedes largar, medicucho, con tu puta madre. Ve tú delante, maestro, o ¡juro a Cristo...! No sabes de lo que soy capaz, ahora que soy cortesano.

(A Andrea)

Mercurio
A los pies de vuestra señoría.

(Sale riéndose)

Andrea
Ja, ja.

Maco
Quiero ser obispo ahora mismo, y mañana cardenal, y esta misma noche, Papa. Esa es la casa de mi Camilla. (A Andrea) Llama fuerte a la puerta.

ESCENA XVIII

Biagina, criada de Camilla, Maestro Andrea y Messer Maco.

Biagina
¿Quién llama?

Andrea
Abre a su excelencia.

Biagina
¿Y quién es esta excelencia?

Maco
Soy el señor Maco.

Biagina
¿Qué señor Maco?

Maco
¡Que el diablo te lleve, puta holgazana!

Biagina
La señora está acompañada en este momento.

Maco
Echad a quienquiera que sea.

Biagina
¿Cómo lo voy a echar, si es un amigo de mi señora?

Maco
¡Fuera, sí! ¡Échalo fuera! Si no te haré dar un diluvio de latigazos. Y a ella mil lavativas de agua helada.

Andrea
(Dejándose ver) Abre al señor cortesano.

Biagina
¡Ah, Maestro Andrea! Esta es otra de las vuestras.

Andrea
Vamos, abre de una vez.

Biagina
Ahora.

Maco
¿Qué ha dicho?

Andrea
Que os adora.

Maco
No me extraña.

Biagina
¡Qué insensato!

Maco
¿Qué está diciendo ahora?

Andrea
Pide perdón por no haberos conocido.

Maco
Pues quiero ser conocido donde llegue.

Andrea
Entre vuestra señoría.

Maco
Ya entro. ¡Cuerpo de...! (A Biagina) Id al lecho que os joderé a las dos.

ESCENA XIX

Rosso, Alvigia.

Rosso
(Llama a la puerta de la casa de Alvigia) Tic. tac, toc. Tic, tac, toc.

Alvigia
(Dentro) Quienquiera que llame, o está loco o es de casa.

Rosso
Tic, tac, toc.

Alvigia
¡Paso, quienquiera que sea! ¿Quieres romperme la puerta?

Rosso
Ábreme, que soy el Rosso.

Alvigia
(Sale) Creía que querías echarme la casa abajo.

Rosso
¿Qué estabas haciendo? ¿Algún encantamiento?

Alvigia
Estaba secando unas raíces... que no se pueden nombrar y había puesto al fuego el alambique para hacer aguardiente.

Rosso
¿Has hablado con ella?

Alvigia
Sí, pero...

Rosso
¿Qué quiere decir ese pero?

Alvigia
El cabrón de su marido, que está celoso...

Rosso
¿Qué dices? ¿Se ha dado cuenta?

Alvigia
Se ha dado cuenta y no se ha dado cuenta. Pero in extremis., ella vendrá.

Rosso
Pues dímelo en cristiano, que tus in extremis y tus verbi gratia y tus tamen no los entiende ni el maestro de ceremonias.

Alvigia
Hay que hablar así si no quieres que te tomen por un cualquiera. Ve a ver a tu señor y dile que venga a las siete y cuarto.

Rosso
Dame un beso, reina de las emperatrices y corona de las coronas. Roma sin ti sería como un pozo sin cubo. Lo haré venir cito, omnino e infallanter. ¿Te parece que hablo como se debe?

Alvigia
¡Calla, que estás loco!

Rosso
Anda, vuelve con tus conjuros. Yo voy a ver si encuentro a mi amo, que está tan pronto arriba como abajo, tan pronto abajo como arriba, tan pronto dentro como fuera, tan pronto fuera como dentro. ¡Ay, el amor, cómo lo tiene!

ESCENA XX

Rosso y Parabolano.

Rosso
Aquí está por fin. Salve, señor.

Parabolano
¿Qué noticias traes?

Rosso
Mejor que buenas: a las siete y cuarto os esperan en casa de madonna Alvigia.

Parabolano
¡Ay! Os doy las gracias a ti, y a ella y a la benigna fortuna. ¡Escucha! Una, dos, tres, cuatro...

(Han sonado unas campanillas)

Rosso
Ja, ja. Han sonado las campanillas de la puerta y vos creéis que sean las campanas del reloj.

Parabolano
No creo poder vivir hasta la noche.

Rosso
Ni yo tampoco, si no como algo.

Parabolano
¡Ah! ¡Estos deseos...!

Rosso
En este momento, más deseos tengo yo de almorzar que de ser canciller.

Parabolano
Pues ve a comer lo que quieras, que yo me alimento de esperanzas.

Rosso
También yo lo haría si las esperanzas engordaran. Vamos a casa.

Parabolano
Déjame solo.

(Entra Rosso)

ACTO V

ESCENA I

Valerio.

Valerio
He vivido engañado hasta ahora. Lo digo porque pensaba que la cara y las palabras de los hombres fuesen conformes a sus corazones y sus sentimientos; y lo creía no solo porque yo antes fuera influyente, sino porque gustosamente empleaba mi influencia en favorecer a los demás. Y por una y otra razón pensaba que la gente me quería de verdad. Ahora veo qué equivocado estaba. ¡Corte, perversa, ingrata y envidiosa! No hay en el mundo malicia, engaño o crueldad que se iguale a ti. Tan pronto como mi señor me retiró su confianza, toda la servidumbre se ha quitado la máscara con que me han estado engañando todo este tiempo y me han dejado ver la cara verdadera y el amor y la fidelidad que me fingían. El último de los criados huye de mí como de una serpiente venenosa. Y parecía que antes hasta las paredes de la casa se inclinaban a mi paso. Los mismo que antes me levantaban hasta el cielo con sus alabanzas me hunden ahora en el abismo con sus críticas. Todos se apresuran a presentarse ante mi señor con humilde semblante, con la mirada anhelante de los que esperan sin pedir, de los que solicitan sin decir palabra, y con gestos y arrumacos quieren hacerse dignos de los favores del señor para ocupar mi puesto. Hay, además, otros que, temiendo que yo pueda volver a mi anterior estado, no me atacan; aunque tampoco me defienden y se encogen de hombros anti mi desgracia. Pero los que están más seguros de conseguir lo que están buscando son los que más cruelmente me tratan. La envidia, origen de todas las maldades de la corte, también se está cebando en ellos y ya han empezado a chocar entre sí y quien más se acerca a la estimación del señor es más fieramente atacado por los que se consideran postergados. Todos se creen superiores, viéndome a mí por debajo. Esta situación es semejante a la de los simples arroyuelos cuando, hinchados por las crecientes lluvias, rivalizan con el río caudal invadiendo sus tierras para ampliar sus lechos. Pero yo soy inocente de lo que pueda acusarme mi señor y estoy seguro que a estos les sucederá lo que a esos arroyos, que, ensoberbecidos del favor que les presta el sol deshaciendo las nieves de las altas cumbres, se arrojan impetuosos a los profundos valles que los volverán a secar. Por otra parte, sé bien que con las armas de la paciencia se termina por vencer a la envidia y así terminaré destruyendo la trampa que me ha tendido la fortuna, única dueña de la suerte, favorable o contraria, de los hombres. Entre tanto, esperaré. Y para mejor sufrir mi estado seré mudo, sordo y ciego, como debería ser todo el que quiera vivir en la corte.

ESCENA II

Toña.

Toña
Toda la tarde esperando a ver si vuelve ese borracho de mi marido. ¡Ojalá se rompa una pierna, maldita sea! ¿No querrá llevárselo el demonio de una vez en una de sus borracheras? Nada: que no viene. Mala suerte le venga a quien me aconsejó que me casara con él. Aunque fuera para entregarme al peor de los hombres, ya no espero más; me voy. Tampoco voy a ser la primera que le ponga los cuernos a su marido. ¡Ah! Aquí viene, el muy haragán. ¡Y viene bueno! Viene que no ve el camino.

ESCENA III

Arcolano, fingiéndose borracho, y Toña.

Arcolano
Do... dónde está la p... la puerta? ¡Com... cómo se mueve la c... casa! Pare... parece que está b... borracha. Cu... cuidado, o terminaré ca... cayéndome al río...

Toña
Dios lo quiera, ladrón. Por lo menos aguarías el vino que llevas dentro.

Arcolano
¡Tus mu... muertos! (Fingiendo que cree seguir en la taberna) ¡Compañero! Préstame tu perro, que quiero que se coma a esta.

Toña
¡La justicia debía de comerte a ti, sinvergüenza! No sé cómo me contengo y no te ahogo.

Arcolano
Ay, qué mal me siento.

ESCENA IV

Parabolano y Rosso.

Parabolano
Duro como la muerte es esperar.

Rosso
¿Esperar la hora de la cena, señor?

Parabolano
Esperar a la mujer amada, animal.

Rosso
Creía que hablabais de la cena, perdón, señor.

Parabolano
No hay nada que perdonar. ¡Calla! Una, dos, tres.

(Cree oír campanadas)

Rosso
Estáis desvariando. Ha sido el cocinero, que le ha dado un porrazo a una sartén, y vos creéis que son las campanadas del reloj. Mal hayan todas las mujeres, malditas asesinas. Pensad lo que pueden llegar a hacer de uno que tengan bien cogido en sus garras, si vos, que todavía no la habéis visto, estáis como estáis.

Parabolano
Creía que ya era la hora, por eso me he asomado. Vamos adentro.

Rosso
Capaces son de volver loco a una pelota, que tiene el cerebro de viento.

ESCENA V

Toña, disfrazada con la ropa de su marido.

Toña
¿Por qué no habré nacido hombre, como estoy ahora vestida? ¡Qué desgracia es nacer mujer! ¿Para qué venimos a este mundo? Para coser, para hilar y para estar todo el año encerradas en casa y ser apaleadas e insultadas todo el día. ¿Y por quién? Por un haragán borracho como mi marido. ¡Pobres mujeres! ¡Cuántos sufrimientos! Si tu hombre juega y pierde, en ti descarga su mal humor; si no tiene dinero, a ti te tocan los berrinches; si el vino se le sube a la cabeza, tú eres la que pagas el pato. Y para colmo de males son tan celosos, que con que una mosca te pase cerca ya están pidiéndote cuentas de quién era y qué te quería. Menos mal que nosotras sabemos arreglárnoslas para divertirnos y para aliviarnos, que si no estaríamos listas. Los frailes deberían rogar a Dios por nuestra salvación, porque no es justo que una mujer de mis... condiciones vaya al infierno por culpa de un marido sin... condiciones. Que se me caiga la lengua ahora mismo si tengo la más mínima intención de ir a confesarme de uno solo de estos desahogos. ¡Pues sí que tiene que hacer penitencia una desgraciada como yo, con un marido que parece un desterrado, borracho, jugador, celoso y perro del hortelano, que ni... ni deja. ¡Coño! ¡Pues estamos frescas! Bueno; Alvigia debe estar esperándome. Voy a buscarla. Pero, ¿quién es ese que anda por ahí?

ESCENA VI

Maestro Andrea.

Andrea
El señor Cagarrutas se le ha echado encima a la Camilla, como el lobo a la oveja, y le está describiendo su amor con una cantidad de “joroadioses” y de “besolasmanos” que le envidiaría el más apasionado español; presume a la napolitana, suspira a la españolesca, ríe a lo sienés, ruega a lo corso y se la quiere fornicar en cualquier modo. Total, que la señora está que revienta de risa. Aquí viene el Zoppino. ¿Qué te ha pasado, que has desaparecido como la carne en un banquete de pobres?

ESCENA VII

Zoppino y Maestro Andrea.

Zoppino
Me quité de en medio porque ya estaba harto de las tonterías de tu senés.

Andrea
A fe que tienes razón, que ya estaban cansándome a mí también.

Zoppino
¿Sabes lo que nos puede pasar?

Andrea
¿Qué?

Zoppino
Que si seguimos con él vamos a terminar tan mentecatos como él. Debemos quitárnoslo de en medio. Vamos a sacar las capas y los sombreros y vamos a asaltar la casa de la Camilla con las espadas en la mano y dando gritos y vamos a tirarlo por la ventana. No creo que se haga daño.

Andrea
Tienes razón. Toma mi capa y dame.

(Se intercambian las prendas)

Zoppino
Dame tu sombrero y toma el mío.

Andrea
Tan bobo es que no nos reconocería aunque no nos cambiásemos.

Zoppino
Vamos. Fuerza la puerta y entra dando gritos, juramentos y amenazas.

Andrea
(Lo ejecuta así) ¡Ah! ¡Cobarde! ¡Hijo de puta! ¡Traidor!

Zoppino
(Ídem) Voy a rebanarte el cuello, ¡bribón! ¡Bellaco!

ESCENA VIII

Messer Maco (Saltando por la ventana, en camisa)

Maco
¡Muerto soy! ¡Socorro! ¡Favor! A la calle. (Al dejarse caer desde la ventana enseña el culo) ¡Me han herido! Esos españoles me han abierto una herida aquí detrás. ¿Dónde voy? ¿Dónde me escondo?

ESCENA IX

Parabolano y Rosso (Que acuden al ruido)

Parabolano
¿Qué pasa, Rosso? ¿Qué es ese ruido?

Rosso
No sé qué pueda ser.

Parabolano
No se ve a nadie.

Rosso
Volvamos a casa. Debe ser una broma de gentes que no tienen otra cosa que hacer y simulan que se están acuchillando y restregando las espadas en la pared.

Parabolano
¡Animales!

ESCENA X

Arcolano (Con los vestidos de su mujer)

Arcolano
¡La vaca, la perra...! ¡¡¡La puta!!! Voy a devolvérsela a su familia y que se queden con ella. Mátate trabajando para que no le falte nada, para esto. Bien me la ha jugado y parecía tonta. Apenas cierro los ojos y se pone mis ropas y sale corriendo. Para no ir desnudo por las calles he tenido que ponerme sus vestidos. Como la encuentre, como la encuentre me la como viva. Voy a ver por aquí, o mejor por allí, o mejor todavía, me voy al puente que por allí ha de pasar como todas las de su clase. ¡Hacerme esto a mí! ¡Traidora, tunante!

ESCENA XI

Parabolano y Rosso.

Parabolano
¿Qué hora ha sonado?

Rosso
No sé, no sabría deciros. No las he contado.

Parabolano
Calla, escucha: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete...

Rosso
Las siete. Dentro de un ratito... estaréis arreándole al instrumento de bragueta.

Parabolano
No seas vulgar.

Rosso
Aquí viene alguien con una luz. Por la forma de andar, me parece Alvigia.

ESCENA XII

Alvigia, Rosso y Parabolano.

Alvigia
Ya lo tengo todo preparado: la señora está en mi casa y parece una palomita temblando, esperando que el halcón se le eche encima. No se atreva vuestra señoría a encender la luz, que está asustada. Ha venido vestida de hombre, como yo le dije, para evitar cualquier escándalo.

Parabolano
¿Qué escándalo? Antes me abriría las venas que permitir que le pasase nada.

Alvigia
Sí, los señores siempre decís lo mismo y luego tratáis a patadas a esas perdidas.

Parabolano
¿Cómo perdidas? No entiendo nada.

Alvigia
Bueno; el Rosso sí que me entiende.

Rosso
¡Yo no, por Dios! Yo no sé nada.

Parabolano
¿Y qué escándalo puede venir porque vaya vestida de hombre?

Alvigia
El diablo nos tienta de todas formas y los señores no os andáis con remilgos.

Rosso
Ahora lo he entendido. Como va vestida de hombre, Alvigia piensa que quizá vos... por retaguardia...

Parabolano
¡Maldita sea! ¡Que el infierno se lleve a los que...!

Rosso
No digáis eso, señor.

Parabolano
¿Por qué?

Rosso
Porque el mundo podría quedarse deshabitado.

Parabolano
Vamos allá.

Alvigia
Confío en vuestra señoría. Esperadme aquí, que ahora vuelvo.

ESCENA XIII

Rosso y Parabolano.

Rosso
Estáis completamente demudado.

Parabolano
¿Yo?

Rosso
Sí, vos.

Parabolano
Es que... es tanto mi amor que...

Rosso
¿Qué?

Parabolano
... que no sé si me atreveré a dirigirle la palabra.

Rosso
Bien tonto es el hombre que no se atreve a hablarle a una mujer. Estáis pálido. Parecéis un enfermo arrancado a las garras de la muerte por alguno de los famosos médicos venecianos; Carlo da Fano, Polo Romano o Dionisio Capucci.

Parabolano
Quien ama está en continuo temor.

Rosso
Quien ama lo pasa estupendamente. Como vos, dentro de unos instantes.

Parabolano
¡Oh, feliz noche, más dulce para mí que los luminosos días de los que pueden gozar aquellos a los que la fortuna sonríe! No me cambiaría ahora mismo ni por todos los beatos que en el paraíso están contemplando la faz divina. ¡Oh, frente serena, pecho de cristal, cabellos dorados, marfileñas manos, tesoros de mi sin par amada! ¿Es posible que yo sea digno de contemplaros, de abrazaros, de besaros? ¡Oh, dulce boca, adornada de perlas sin tacha, que exhalas nectáreos aromas!, ¿consentirás que yo, indigno, sacie mis resecos labios en la celestial ambrosía que dulcemente destilas? ¡Oh, ojos divinos, a quien el sol debe su luz, en quienes el sol se esconde tras el ocaso, ¿no iluminaréis siquiera un momento con vuestros benignos rayos la oscura habitación en la que las tinieblas me disputan la contemplación de vuestra angélica imagen, curando así con vuestra vista la llaga de mi corazón?

Rosso
Vuestra señoría acaba de recitar un buen prólogo.

Parabolano
“Grandes deseos en poco espacio abrazo.”

ESCENA XIV

Alvigia, Rosso y Parabolano.

Alvigia
¡Silencio! ¡Despacio, por amor de Dios! Ni una palabra.

Rosso
¿Qué ocu-, Alvi-.

Alvigia
¡Chist! Pueden oíros los vecinos. Callaos. Mirad que no venga nadie. No hagáis ruido. ¡Qué situación tan delicada!

Rosso
No te preo-.

Alvigia
Calla, calla. Dadme la mano, señor.

Parabolano
La felicidad me ahoga.

Alvigia
Silencio, señor.

Rosso
Me había olvi- de una co-.

Alvigia
Vas a mandarlo todo a paseo. Van a oírnos. Maldita puerta, cómo chirría.

(Parabolano y Alvigia entran en la casa de esta)

Rosso
Anda y diviértete, así te mueras, que vas a comer carne de puta, como la que nos hacer comer a tus criados. Una cosa sola me falta para sr completamente feliz: que la Alvigia no tenga ahora en casa al Destripador, al Ruinas o al Descuartizador o cualquier otro rufián que lo despellejase. (Sale Alvigia) ¿Qué pasa, Alvigia? ¿De qué te ríes? Habla. ¿Ya está amasando a la señora panadera?

ESCENA XV

Alvigia y Rosso.

Alvigia
Ya está con ella. Está bramando como un semental que ha visto a una yegua. Y suspira y habla como un papagayo y le promete el mismo trono pontificio.

Rosso
Si habla como un papagayo se debe a que es napolitano.

Alvigia
¿Es napolitano este barbilampiño?

Rosso
¿No lo sabías? Es pariente de Giovanni Agnese.

Alvigia
¿De ese cabrón certificado y garantizado?

Rosso
Sí, de ese estafador, de ese ladrón, de ese traidor, cuyo menor vicio es ser un famoso infame.

Alvigia
Un avaro insaciable y un ladrón como pozo sin fondo. Pero no hablemos más de él, que se ensucia uno solo con nombrar a ese bellaco, holgazán y fullero. Dios nos libre. ¿Qué estás pensando?

Rosso
Estoy pensando que debería tratar a Parabolano como se merece un gran señor.

Alvigia
¿En qué sentido?

Rosso
Igual que los señores tienen al maestresala, que les prueba el vino y las viandas, yo debería actuar de maestrecama y probarle a la Toña antes que él la use.

Alvigia
Ja, ja.

Rosso
Después de esta creo que podré escaparme del tinelo (solo pensar en él me hace temblar), al que le temo más que a mil señores.

Alvigia
¿Y no tienes miedo de que se descubra el pastel?

Rosso
¿Por qué he de tener miedo? Yo, con echar a correr...

Alvigia
Y dime, ¿tan terrible es el tinelo para hacer temblar a un hombre como tú?

Rosso
Tan terrible que haría temblar a un Morgante y a un Margutte juntos, por no hablar de un Castellaccio, que era capaz de comerse un cordero, un par de capones y un centenar de huevos de una sentada.

Alvigia
Buen amigo mío es messer Castellaccio.

Rosso
Mira, Alvigia, mientras ese buitre de mi amo termina con esa carroña de la Toña, te voy a contar en dos palabras en qué consiste un tinelo de lo que aquí se usan.

Alvigia
Cuéntamelo, por favor.

Rosso
Si tienes la mala suerte de tener que comer en uno de ellos, nada más entrar te puedes imaginar que estás en una tumba, tan húmeda, tan oscura y tan horrible, que una tumba de las de verdad te parecería una fiesta. ¿Has visto alguna vez la prisión de Torre Savella cuando está llena de gente? Pues igual es la cocina cuando está llena de criados a la hora de las comidas; los que allí comemos parecemos prisioneros, igual que el refectorio parece una prisión. Aunque, a decir verdad, las cárceles son mejores porque en invierno se está caliente, como si fuera verano, pero las cocinas en verano están hirviendo y en invierno se te pueden helar las palabras en la boca. Y la peste de la cárcel es menos desagradable que la de la cocina, porque en la cárcel huele a la humanidad que vive allí y en la cocina huele a los hombres que allí mueren.

Alvigia
Pues sí que es para tenerle miedo.

Rosso
Oye, oye. Para comer se usa un mantel con más colores que el mandilón de un pintor. Y no digo que recuerda a las vendas que usáis las mujeres cuando os viene la cosa, por no levantarte el estómago.

Alvigia
¡Uag, uag! ¡Puf, puf!

Rosso
Sí, sí, vomita lo que quieras, pero la cosa es como te la cuento. ¿Sabes dónde se lava el mantel, una vez al mes?

Alvigia
¿Dónde?

Rosso
En el sebo de los cabos de vela que han ido sobrando; aunque a decir verdad, la mayoría de las noches cenamos a oscuras, lo que, por otra parte, es mejor, porque así no vemos la porquería de comida que nos dan, que nos quita las ganas de comer con solo mirarla.

Alvigia
¡Dios castigue a quien esto permite!

Rosso
Ni Dios ni el diablo hubieran podido hacer nada peor. Allí no se sabe cuándo es Navidad o cuándo carnaval. Allí, carne de san Lucas todos los días del año.

Alvigia
¿Cómo? ¿Que coméis carne de santo?

Rosso
Y el mismo crucifijo que nos comeríamos. Ja, ja. No es eso: quiero decir carne de buey. ¿No pintan a san Lucas como un buey?

Alvigia
Ahora caigo.

Rosso
Llega la estación de la fruta, y cuando los melones o las alcachofas, o la uva, los pepinos o las ciruelas están tiradas, para nosotros es como si costaran un reino. Es cierto que en vez de fruta nos dan cuatro cortezas de queso, tan duras y tan secas que se nos hace engrudo en el estómago. Y si alguna vez necesitas un poco de caldo, después de mil súplicas consigues que en la cocina te den una escudilla de lejía.

Alvigia
¿Ni si quiera os dan una buena sopa?

Rosso
Una sopa que no la querría ni un fraile. Y estoy seguro que hoy día se salen tantos frailes de los conventos precisamente por la sopa que allí dan.

Alvigia
¿Quieres decir que...? Sí, sí, ya te entiendo.

Rosso
Quiero decir que esos tragones renuncian a la vida conventual, como la corte ha renunciado a la vida virtuosa. ¿Y qué podría decirte del tormento de la Cuaresma? Que allí nos hacen ayunar no por la salvación del alma, sino por ahorrar dinero.

Alvigia
No hables tan irrespetuosamente del alma.

Rosso
Cada uno tiene su alma en su almario. Allí llega la Cuaresma y mira qué menú: dos anchoas para cada tres personas, como entrada, y de plato fuerte unas sardinas medio podridas, quemadas por fuera pero crudas por dentro, acompañadas de una especie de sopa de habas, sin sal ni aceite, que te hace renegar del paraíso. Y luego la cena: una ensalada de ortigas y un pedazo de pan. ¡Y buen provecho!

Alvigia
¡Qué poca vergüenza!

Rosso
Y todo esto no sería nada si por lo menos aquello fuese habitable. Pero sofocas por el calor y por el perfume que sale de los huesos y de las porquerías tiradas por el suelo, que no se barre nunca, y que son las delicias de las moscas, que esas sí que son felices en la cocina. Para beber te dan un vino rebajado con agua que ni siquiera está fría, que está allí todo el día en una perola de cobre y del que bebemos todos con un cubilete de latón que no lo lavaría ni toda el agua del río. Y mientras estás comiendo es una maravilla ver a los comensales limpiándose las manos en las calzas o en la capa y otros en el jubón y hasta en las paredes.

Alvigia
¿Quién hubiera podido imaginar estas miserias? ¿Y así ocurre en todas partes?

Rosso
Por todas partes. Y para colmo, ese poco y malo que nos dan, hay que tragarlo deprisa, sin masticar, como los pavos.

Alvigia
¿Y quién os impide que por lo menos podáis comer a vuestro aire?

Rosso
El trinchante, reverendo spectabile viro, que está presente con su bastón y nos da la señal para empezar y para que terminemos. (Da dos porrazos con un bastón imaginario en el sueño) ¡Pom! ¡Pom! Letamus y genua levate. (Al primer latín le corresponde el gesto de recogimiento para rezar y al segundo la indicación con las manos para que los imaginarios comensales se levanten de la mesa) Ya que no podemos atragantarnos de comida por lo menos podríamos hacerlo de palabras, pero ni eso.

Alvigia
¡Malditas costumbres! El tunante del trinchante es bien agobiante.

Rosso
Alguna vez puede haber en casa un banquete. Ese día puedes ver pasarte por delante cabezas, patas, cuellos, despojos y carcasas, que parece aquello la procesión de san Marcos, con los curas y los arciprestes y los canónigos y demás gentuza llevando los huesos y las reliquias de los mártires y confesores. Allí verás marmitones y pinches y porteros y trinchantes y demás tiñosos llevándose para ellos y para sus putas las sobras de un capón o de una perdiz y echándonos a nosotros el resto.

Alvigia
¿No querías corte? ¡Toma corte!

Rosso
Mira, Alvigia: ayer, sin ir más lejos, vi a uno que, oyendo la campana que llamaba a comer, embajadora del hambre, se puso a llorar como si doblase por su padre. Cuando le pregunté por qué lloraba me contestó: “Estoy llorando porque esa campanilla que suela nos llama a que comamos el pan del dolor, a que bebamos de nuestra sangre y a que nos alimentemos de la carne arrancada a nuestra vida y cocida en el sudor de nuestro trabajo.” Y esto me lo decía un prelado, a los que en época de ayuno le corresponden cuatro nueces para la cena, mientras que a un camarero le tocan tres, a un escudero, dos y a mí solamente una.

Alvigia
¿Pero también los prelados comen en la cocina?

Rosso
¡Y ojala hubiese cocinas para todos los prelados que vienen a Roma a buscar fortuna! ¿Pero no ves que todo el mundo quiere venir a Roma, como si aquí se atasen los perros con longanizas?

Alvigia
¡Benditos sean los españoles que bien nos han castigado!

Rosso
Sí, si hubiesen castigado a los tacaños y a los mezquinos en lugar de a los buenos. El prelado ese que te digo, el de las cuatro nueces, dice que ahora son más ricos que nunca y si se les critica porque no mantienen séquito o al que tienen lo hacen morir de hambre, contestan echándole la culpa al saqueo de los españoles del año 27.

Alvigia
Se nota que los conoces bien. ¿Pero qué es eso? Hay ruido en casa. ¡Pobre de mí! Estoy perdida. ¡Calla! Oye: el señor está gritando, lo ha descubierto todo. La culpa es mía por haberme dejado arrastrar a esto por ti.

Rosso
¡Calla! Que quiero oír lo que está diciendo.

Alvigia
Acerca la oreja a la puerta.

Rosso
Ya, ya lo hago.

Alvigia
¿Qué dice?

Rosso
(Enumera) “Puta puerca, traidor holgazán y alcahueta ladrona”.

Alvigia
¿Y a quién le dice todo eso?

Rosso
Lo de “pura puerca” se entiende que a la Toña, el “traidor holgazán” debo ser yo y la “alcahueta ladrona” tienes que ser tú.

Alvigia
Maldito sea el día que te hice caso.

Rosso
Dice que va a hacer azotar a la Toña, que a ti te va a mandar a la hoguera y a mí que piensa ahorcarme. ¡Hasta la vista!

(Sale corriendo)

Alvigia
No te vayas, tunante, no me dejes sola. Me está bien empleado, esto y más. Si salgo con bien de esta prometo ayunar todos los viernes de marzo y hacer las siete iglesias diez veces al mes. Prometo ir descalza a Santa María del Popolo y limpiar los privados en el Hospital de los Incurables y estar un año poniéndoles lavativas a los enfermos de Santo Ianni. Y hacerles los mandados a las Arrepentidas y lavar las ropas del Hospital de la Consolación durante ocho días, sin cobrar. Y si otras veces he roto mis promesas, esta vez prometo que las voy a cumplir. Beato san Rafael Arcángel, te pido por tus alas que me ayudes en esta. Señor Santo Tobías, te pido por tu pez que me salves de esta. Señor San Julián, guarda a esta tu abogada de las buenas acogidas..., que ahora mismo se va a su casa a esconderse.

ESCENA XVI

Parabolano.

Parabolano
Me he fiado de un criado y de una vieja alcahueta y he merecido lo que me ha pasado. Ahora conozco bien la estupidez de los señores, que por ser lo que somos nos creemos capaces de conseguir todo lo que queremos y, cegados por el poder, despreciamos el bien y la verdad. No pensamos más que en cosas lascivas y así, los que nos siguen la corriente, nos tienen bien sujetos por el cuello y, mientras tanto, nosotros tenemos entre ojos y castigamos a los que nos aconsejan sabiamente lo que en realidad nos conviene. Bien sabe esto mi buen Valerio. He sido burlado y no tardaré en oír mi historia de boca en boca por toda Roma, riéndose de mi estupidez. Aquí llega el pobre Valerio. ¡Qué triste viene!

ESCENA XVII

Parabolano y Valerio.

Valerio
Señor; puesto que la envidia de mis enemigos ha podido doblegar el buen concepto en que siempre me habéis tenido, he decidido, con vuestra licencia, marcharme de vuestro lado a algún lugar donde nunca más oiréis hablar de mí.

Parabolano
Perdóname, hermano, y no te entristezcas. Han sido el amor y mi demasiada credulidad quienes te han ofendido. Cualquier otra persona de más juicio que yo hubiera errado igualmente. No pocas situaciones ridículas hemos visto en estos últimos tiempos. Yo sé de algunas que podrían servir de argumento a una comedia. Yo mismo me he reído de messer Filippo Adimari, cortesano de León X, cuando le dijeron que habían encontrado en los cimientos de la casa que se estaba haciendo no sé cuántas estatuas de bronce. Salió corriendo por las calles, en camisa, y cuando descubrió que era una broma se quedó... como me he quedado yo con esta que me ha hecho el Rosso.

Valerio
El Rosso, ¿eh? Ya me lo sospechaba yo.

Parabolano
Y acuérdate cómo se reía toda Roma por aquel muñeco de cera que messer Marco Bracci se encontró debajo de su almohada. Que hizo que la justicia detuviera a la Matrica, que se había acostado con él aquella noche, porque decía que le estaba haciendo sortilegio.

Valerio
Ja, ja.

Parabolano
Y yo he sido quien más se ha reído de messer Francesco Tornabuoni cuando se tomó una docena de jarabes y no sé cuántas medicinas más porque le habían convencido de que tenía el mal francés.

Valerio
Sí, ya he oído hablar de todas esas historias.

Parabolano
¿Y qué me aconsejarías que hiciese yo en mi caso?

Valerio
Pues ser el primero en reíros e ir contando vos mismo la burla, con lo que la gente no tendrá de qué reír.

Parabolano
Hablas como un oráculo. Espera aquí un momento que vas a conocer a la que me han hecho pasar por una dama.

(Sale)

Valerio
Está visto que quien goza de los favores de su señor es quien le satisface en todos sus caprichos. Y quien no se lo crea, que vea lo que me hecho el Rosso, no por haberle conseguido a mi señor lo que quería sino por habérselo prometido. Que los señores estiman más el placer que la gloria.

ESCENA XVIII

Parabolano, Alvigia, Toña y Valerio.

Parabolano
¿Creías que te podías escapar de mí?

Alvigia
¡Piedad, señor! Piedad y no justicia.

Parabolano
¿Cómo os enterasteis de lo que yo sentía por Livia?

Alvigia
Porque una noche soñando lo descubristeis vos mismo y el Rosso se enteró.

Parabolano
Ja, ja.

Alvigia
Y yo me he metido en esto por ser demasiado buena.

Parabolano
Demasiado buena, ¿verdad?

Alvigia
Sí, señor. Que el Rosso me dijo que estabais que os moríais por Livia y yo no quería que un señor tan joven y tan galán se muriese. Por eso he hecho lo que he hecho.

Parabolano
Encima tendré que darte las gracias. Ja, ja. Decidme, sí, vos, acercaos, doña Truhana. (A Toña) Pero, si no me había dado cuenta: estáis vestida de panadero. Menos mal que no me ha tocado una puta de las de Puente Sixto.

Toña
Yo no tengo culpa de nada, señor. Ha sido esta bruja, que me ha arrastrado a vuestra casa con algún sortilegio.

Alvigia
Eso es mentira, chismosa, cara de mierda.

Toña
Eso es verdad.

Alvigia
Eso es mentira.

Parabolano
Vamos, no discutáis y dejad que sea yo el que grite. O mejor, el que ría.

Valerio
Siempre os he tenido por hombre discreto y en esta ocasión por discretísimo. Verdaderamente, la cosa es para reírse. ¡Anda! ¿Quién es este barbudo vestido de mujer?

ESCENA XXI

Los mismos y Arcolano.

Arcolano
Al fin te encuentro. Ya te tengo. Y a ti también, vieja alcahueta. Os mato. Os mato a las dos. No me sujetéis.

Parabolano
Estate quieto. Tranquilízate.

Arcolano
Soltadme. Dejadme, que castigue a mi mujer y a esta alcahueta.

Parabolano
Estate quieto.

Arcolano
¿A mí me has hecho esto, puta? ¿A mí, alcahueta?

Toña
Eso es mentira, desgraciado.

Alvigia
Señor Arcolano, cuidado con lo que decís.

Parabolano
¿Esta es tu mujer?

Arcolano
Sí, señor.

Parabolano
Pues más bien parece tu marido. Ja, ja. Anda, deja ese cuchillo, que sería una lástima que una comedia tan divertida terminase en tragedia.

ESCENA XXII

Los mismos y Messer Maco, con casaca.

Maco
¡Los españoles! ¡Que vienen los españoles!

Parabolano
Aquí está Messer Maco.

Maco
¡Los españoles! ¡Que me matan!

Parabolano
¿Y qué tenéis que ver con los españoles?

Maco
Dejadme que recupere el aliento. Yo..., yo...

Parabolano
¿Qué os pasa? Hablad.

Maco
Yo i... yo iba...

Valerio
Vamos a ver, ¿dónde ibais?

Maco
Yo iba... mejor dicho, había ido..., o mejor dicho iba a ir a... a casa de la señora Ca... Camilla. ¡Ay! ¡No puedo respirar! Estaos quieto, esperad, si queréis que os lo cuente. Veréis: el Maestro Andrea me había hecho cortesano, me había hecho cortesano con... con unos moldes, y luego el demonio me... me estropeó, y luego me arreglé, pero después me estropeé otra vez, y luego el Maestro Andrea me arregló de nuevo otra vez, y ya arreglado, así, guapo, elegante, como podéis ver, pues fui a casa de la señora Camilla, porque... porque podía ir, porque no sé por qué no iba a poder ir, siendo cortesano, como soy. Y entonces llegaron los españoles dando cuchilladas y tuve que escaparme por una ventana. Por una ventana altísima.

Parabolano
De modo que en esas estabais. Pero Dios, sin duda, ayuda a los niños y a los locos.

Maco
¿Cómo? ¿Qué queréis decir?

Parabolano
Que los ayuda como os ha ayudado a vos, que primero estabais estropeado y ahora estáis arreglado. Cuántos hay que vienen a Roma completamente arreglados y luego tienen que volverse a casa completamente estropeados y sin nadie que se preocupe de arreglarlos de nuevo, antes bien, procurando que se queden así del todo y para siempre. Aquí no se tiene miramiento ni por la nobleza, ni por el ingenio, ni por virtud alguna.

ESCENA XXIII

Los mismos y Maestro Andrea, que trae la capa y la gorra de Messer Maco.

Maco
¡Aquí! ¡Aquí llega uno de esos españoles! ¡Granuja, truhan, devuélveme mi capa! No me sujetéis.

Parabolano
Ja, ja. Esta ha sido una de las tuyas, ¿no, Maestro Andrea?

Andrea
No os enfadéis, Messer Maco.

Maco
Español ladrón.

Andrea
Que no, Messer Maco, que no. Que soy Maestro Andrea. Acabo de matar a uno que os había robado la capa y la gorra, y aquí os las traigo.

Maco
¡Qué Maestro Andrea! Tú eres el español que me las robó. Prepárate a morir.

(Tira de espada)

Valerio
Ja, ja. Volved en vuestro juicio. Dejad la espada quieta.

ESCENA XXIV

Los mismos y Pescador, Rosso y Judío.

Pescador
¿Con que querías escaparte, eh, granuja? ¿Creías que ya estabas seguro porque es de noche? ¿Crees que puede engañarse a un florentino sin más ni más?

Rosso
(Para sí) Estoy perdido. (Alto) Me habéis confundido con otro. Pecador Te he pescado. Devuélveme mis lampreas, traidor.

Valerio
Hay que ayudar al Rosso.

Parabolano
Estaos quieto, no hagáis eso. No estropeéis la comedia.

Pescador
Dejadme, que lo voy a abrir en canal. Este ladrón, que me ha afanado diez lampreas diciéndome que era el despensero del Papa, y luego, por medio de uno que me decía que era el mayordomo, me ha tenido dos horas atado a una columna aguantando exorcismos como si estuviera endemoniado.

Parabolano
Ja, ja. Rosso, eso ha tenido gracia.

Rosso
Señor, perdón, perdón, no me castiguéis y os estaré agradecido toda mi vida, a vuestra señoría y a messer Valerio. Perdón. Este pescador ha debido confundirme con otro.

Parabolano
Vamos, levántate. Ja, ja.

Rosso
Vuestro diamante y vuestra cadena las tiene aquí, la Alvigia.

Valerio
¡Ah! ¿Encima os han timado...?

Alvigia
Yo os los devolveré. Ha sido el Rosso el que me ha metido en este lío.

Rosso
Has sido tú, bellaca, la que me has metido a mí. Y me las vas a pagar.

Parabolano
Quietos, digo. Quietos todos. Si seguimos así, terminamos en tragedia.

Judío
Mi sayo, devuélveme mi sayo. Así os burláis de un pobre judío. (Se para de repente, tocándose los brazos) ¡Ay! ¡Mis brazos! Con la cuerda me han pagado lo que me debías. ¡Roma puttana! Esto es lo que eres. Y el diablo no permite que venga de una vez el Mesías, a arreglar esto, que va cada vez peor.

Parabolano
Tranquilízate, Isaac o Jacob o como te llames. Y confórmate con tu estado, que crucificásteis a Cristo y tú, por lo menos, todavía estás vivo. Judío ¿Qué puedo hacer? ¡Paciencia!

ESCENA XV

Todos.

Parabolano
Acercaos todos. Hablaré primeramente con vos, Messer Maco.

Maco
Es normal ser el primero, puesto que soy cortesano.

Parabolano
Ja, ja. Ante todo, quiero que hagáis las paces con el Maestro Andrea..., o con el español, como queráis. Si queréis como Maestro Andrea, haced las paces con él por haberos hecho y deshecho y rehecho. Y además, porque sería capaz de pegársela a su propio padre, si su padre hubiera querido hacerse cortesano de la manera que me habéis contado. Y si queréis como español, haced igualmente las paces y ya os explicaré otro día el por qué, que hoy no sería prudente hablar de estas cosas.

Maco
Bien. (Tiende la mano a Andrea) Amigos.

Parabolano
Y tú, Maestro Andrea, devuélvele la capa y la gorra.

Maco
Gracias, buen hombre.

Parabolano
Tú, panadero, toma a tu mujer y perdónala por buena y por hermosa. Que las mujeres de hoy día, por putas que sean, son reputadas por castas. Y quien piense que se ha casado con la mejor se ha llevado precisamente a la más puta.

Arcolano
Haré como dice vuestra señoría.

Valerio
Y harás bien.

Parabolano
También a ti te perdono, Alvigia. La culpa ha sido mía por haberme fiado de ti, que, al fin y al cabo, no hacías más que cumplir como buena con tu profesión.

Alvigia
Dios os lo pague.

Valerio
Ja, ja.

Parabolano
Y también a ti, Rosso, te perdono, porque has actuado de acuerdo con tu naturaleza, porque eres astuto y has obrado astutamente. Valerio, hombre de bien, te pido por favor que te reconcilies con el Rosso, porque yo ya lo he perdonado y porque ha tenido gracias para engañarme de la manera que ya te contaré.

Valerio
Todo queda olvidado.

Rosso
Quiero que sepáis, messer Valerio, que me dejaría matar por vos.

Valerio
Ja, ja.

Pescador
Y conmigo, ¿qué pasa? Yo me quedo sin lampreas y sin dinero.

Parabolano
Tú perdona también al Rosso, porque eres florentino y te has dejado engañar de la manera más tonta. Id con Valerio, tú y este judío, que él os pagará lo que os han timado.

Pescador
Gracias, señoría.

Judío
A los pies de vuestra señoría.

Pescador
Al Rosso sí que lo perdono, pero no a esos curas del demonio que me han estado despellejando.

Parabolano
Lo de los curas que te zurraron la badana es asunto tuyo. Y en cuanto a ti, Valerio, acepta todas mis excusas y perdóname todo lo que mi loco enamoramiento me hizo decirte. Hazlo en nombre de la humildad con que te lo pido, porque no es normal que un hombre de mi calidad confiese a un inferior sus errores. Y ahora, buen panadero, quien tiene los cuernos al alcance de la mano y no se los pone donde deben llevarse, es un idiota.

Arcolano
Y si los lleva donde hay que llevarlos, es un diablo.

Parabolano
Ciertamente, porque los cuernos son tan antiguos como el mundo y nos vinieron del cielo porque fue Dios quien se los dio a Moisés y a la Luna. Y por llevarlos ambos, no son tan malos como a ti te parecían, porque la Luna adorna el cielo y Moisés honra el Antiguo Testamento.

Arcolano
¿Queréis hacerme creer que no sea malo tener cuernos?

Parabolano
Claro que no es malo. Todas las cosas buenas de este mundo los tienen. Mira las terneras, los caracoles y los unicornios. Del cuerno de los unicornios se hace el mejor antídoto contra todo tipo de veneno. Por eso valen una fortuna. Y si el cuerno de este animal vale tanto y tiene tantas virtudes, ¿qué no será de los cuernos de los humanos? Los cuernos en los hombres son un antídoto contra la pobreza. Y muchos poderosos los llevan en sus escudos de armas.

Arcolano
Sea como decís. Que yo por mi parte, aquí donde me veis, se los he puesto a cierta persona, que no me creeríais si os dijera su nombre.

Parabolano
Así, pues, doña Busca-placeres, abrazad a vuestro marido.

Arcolano
Anda, dame un beso.

Toña
Quita, porquería, no me toques.

Arcolano
Encima que me has estado engañando.

Toña
¿Y qué querías que hiciera con las ganas que me sobraban? ¿Que se las echara a los cerdos?

Valerio
Vamos, hombre, que tu mujer tiene razón. Ja, ja.

Alvigia
Señor Parabolano: habéis sido tan bueno que quiero proporcionaros algo mejor que Livia, que, quitando esa cara graciosilla, no tiene gran cosa.

Parabolano
¡No me vengas con otra, por amor de Dios! Ja, ja. Pues no quiere meterme en otro lío. Valerio, vamos todos a casa porque quiero que todos cenen conmigo esta noche. Así oirás la historia completa y nos reiremos todos juntos. Que para eso estamos en carnaval.

Valerio
Ya estamos en casa. Maestro Andrea, acompañad vos a toda esta gente. Pasad vos delante, Messer Maco.

Maco
Nada de eso; primero el señor Parabolano.

Parabolano
Vamos, vamos. Vamos a cenar y luego estaremos de fiesta hasta el amanecer.

Rosso
Respetable auditorio. Si hay entre vosotros alguien que dijese que esta comedia ha sido demasiado larga, es que está poco acostumbrado a los usos de esta corte, que en Roma las cosas de palacio van despacio. Menos el arruinarse, que se consigue en seguida. Así pues, aplaudid nuestras largas peroratas y cortamos aquí, porque si siguiésemos hablando de esta corte no terminaríamos in seacula saeculorum.

FIN DE LA COMEDIA DE LA CORTE