ESCENA III
Parabolano, Rosso y Alvigia.
Parabolano
Bien venida sea esta pareja.
Rosso
Esta que aquí veis, señor, os trae a casa el paraíso.
Parabolano
¿Sois vos la nodriza de mi ángel?
Alvigia
Soy vuestra humilde servidora. Y también, como decís, la nodriza de esa gentil persona
para quien lo sois todo, alma, vida y esperanza. ¡Pobrecita mía! Lo que estoy haciendo
me va a llevar al infierno, pero la quiero tanto...
Parabolano
¿Por qué al infierno, honrada anciana?
Alvigia
Porque el honor es un delicado tesoro. Y, sin embargo, no puedo ver sufrir a mi querida
Livia, a mi querida señora, que me manda a vuestra señoría para rogarle que se digne
aceptar su amor. Y ahora lo entiendo porque ¿quién no se enamoraría de tan gentil
persona?
Parabolano
De rodillas quiero escucharte.
(Se arrodilla ante ella)
Alvigia
Por favor, señor: levantaos.
Parabolano
No hago más que corresponderos.
Rosso
Levantaos, señor, que hoy día son fastidiosas todas estas ceremoniosidades a la española.
Parabolano
(Levantándose) Hablad, hablad, buena madre.
Alvigia
Me da vergüenza hablar con tan gran señor vestida como estoy.
Parabolano
(Quitándosela del cuello) Esta cadena os vista como merecéis.
Rosso
(A Alvigia) ¿No te he dicho que mi señor se desprende de cien escudos con la misma facilidad que
un abogado se agarraría a mil? [Aparte] En realidad, sería capaz de abrir en canal a una chinche para beberse la sangre.
Alvigia
Se lee la generosidad en su cara.
Rosso
Todos los años nos da no sé cuántos vestidos. [Aparte, como antes] ¡Ojalá nos pagase, por lo menos el salario!
Alvigia
Es un verdadero señor.
Rosso
Siempre es día de fiesta en su cocina.
(Ídem) Nos mata de hambre.
Alvigia
Eso lo dice todo.
Rosso
Nos trata como si fuésemos sus hijos. [Aparte] No nos pone buena cara ni aunque lo ahorquen
Rosso
Por el más humilde de nosotros sería capaz de ir a hablar al mismo Papa. [Aparte] No diría una palabra ni aunque lo ahorcasen.
Rosso
Nos ama como un padre. [Aparte] Le gustaría vernos muertos.
Parabolano
El Rosso me conoce bien y me quiere.
Rosso
¿Cómo podría no quereros, señor? Haced cuenta, señora Alvigia, que vuestra Livia ha
encontrado un tesoro enamorándose de él. Y no creáis que no tenga dónde elegir, porque
media Roma está tras él.
Alvigia
¿Y él no quiere a ninguna?
Parabolano
No digas eso. Soy yo quien bendice la suerte de que Livia se haya fijado en mí.
Rosso
No seáis humilde, señor.
Parabolano
Decidme, honrada madre: ¿con qué ojos me mira?
Alvigia
Con ojos enamorados.
Parabolano
¿Qué haría por mí?
Alvigia
Haría cosas capaces de corromper a un ermitaño.
Parabolano
¿Y qué me promete?
Alvigia
Ya os lo he dicho: todo.
Parabolano
¿No creéis que esté fingiendo?
Parabolano
¿No estará enamorada de otro?
Alvigia
¿De otro? Está sufriendo tanto por vos, que si sale de esta...
Parabolano
No, por mí no sufrirá más.
Parabolano
¿Qué está haciendo ahora?
Rosso
[Aparte] Está meando.
Alvigia
Maldice la luz del día y espera con impaciencia que llegue esta noche.
Parabolano
¿Por qué esta noche?
Rosso
Porque quiere veros esta noche, para dejar de sufrir o para morir de una vez.
Parabolano
¿Es verdad lo que dice el Rosso?
Alvigia
Es verdad, porque moriría si no le correspondieseis. Vamos dentro, que os explicaré
lo que tenéis que hacer. Espéranos aquí, Rosso, que en seguida volvemos.
Parabolano
No, no. Detrás de vos, madre mía.
Alvigia
¡Oh, señor! No me avergoncéis con vuestra generosidad.
Rosso
Vamos, Alvigia. Haced lo que dice el señor.
(Salen Alvigia y Parabolano)
ESCENA VI
Rosso y Alvigia.
Rosso
(Frotándose las manos) Ja, ja. Bien.
Alvigia
¡Qué jactancias! ¿Sabes lo que más me sorprende?
Alvigia
Que se crea que esa Livia, que ni siquiera lo conoce, esté loca por él.
Rosso
Pues no deberías sorprenderte porque este excelentísimo señor, hasta hace poco lleno
de piojos y ahora borracho de grandezas, se cree que todo el mundo tiene que adorarlo.
Se está labrando su propia ruina creyendo que Livia está enamorada de él.
Alvigia
No es más que un mentecato, y yo he visto a muchos, que mucho he vivido. Si te digo
la verdad, puedo decir contenta “Adiós, mundo cruel”, que no he dejado capricho que
no haya satisfecho. Ni Lorenzina, ni Beatriz, ni Angeletta la de Nápoles, ni aquella
Lucrecia a la que decían “Mimadrenomedeja”, ni la mismísima Imperia, me llegaban a
la altura de los chapines cuando yo era moza. Las modas, los bailes, los palacios,
las corridas de toros, las cabalgatas, las pieles, los papagayos y los monos y las
docenas y docenas de criadas y camareras que habré tenido yo.
(Haciendo el gesto de juntar los dedos de la mano) Y señores y monseñores y embajadores, así. Me acuerdo de un obispo que tuvo que regalarme
hasta la mitra y una criada mía se paseaba por Roma con ella en la cabeza. Y un mercader
de azúcar, que me tuvo que pagar con las existencias que tenía, y estuvimos una temporada
cocinándolo todo con azúcar. Luego vinieron las vacas flacas: cogí una enfermedad,
que todavía no he descubierto qué era, pero que me medicaron como si fuese el mal
francés y con tanta medicina empecé a estropearme y hacerme vieja y tuve que empezar
a tomar huéspedes y a vender joyas y vestidos y todo lo que había ganado mientras
era joven y hermosa. Y luego terminé de lavandera. Y ahora me dedico a aconsejar a
las jóvenes para que no hagan tonterías y aprovechen la juventud mientras dura y que
no la echen de menos cuando sean viejas. Me entiendes, ¿no? Pero ¿qué iba yo a decir?
Rosso
Ibas a decir que yo tampoco soy manco y que he sido fraile, tabernero, judío, aduanero,
arriero, corchete, rufián, tahúr, criado de estudiantes, servidor de cortesano y hasta
griego. De modo que: dame mi parte de la cadena que te ha regalado mi señor. En cuanto
a lo que pienses hacer con él, eso es asunto tuyo, Nanna.
Alvigia
Te aseguro que todo lo que te he contado iba sin doble intención. Quería decirte simplemente
que alfo llevo a la espalda, por no decir al culo. Además, nunca me he metido en un
lío como este.
Rosso
Razón de más para que no te olvides de mí. Sobre todo porque esta puede ser la última.
Alvigia
¿Por qué la última? ¿Es que me va a matar alguien?
Rosso
Algo así: digo la última porque ya no vas a tener que proporcionar tus mercancías
a la corte papal. Como ahora los prelados no pueden tomar esposa, tomarán marido.
Lo que es una solución para satisfacer sus deseos sin ir contra las leyes.
Alvigia
¡Qué vergüenza de corte! ¿Sabes qué te digo? Que tienen motivos más que sobrados para
llevar la corona de la vergüenza y en cambio llevan la mitra y sin avergonzarse.
Rosso
Deja estar, que no es asunto que nos toque. ¿Qué piensas hacer para satisfacer a mi
señor?
Alvigia
No creas que me falten recursos, que no soy tan simple.
Alvigia
La mujer de Arcolano, el panadero, es una mujer dispuesta. Y hará todo lo que yo le
diga. La traemos a casa y, de noche, todos los gatos son pardos.
Rosso
No está mal pensado.
Alvigia
Pues claro. Quítales esas ropas bordadas y esos colores con que se afeitan la cara
y ya veremos cuántas hermosas quedan. La Toña, la mujer del panadero que te digo,
tiene las carnes blancas, frescas y duras y es joven y limpia. Una reina la envidiaría.
Rosso
Y aunque fuese fea y vieja mi señor la tomaría por un ángel porque los señores no
saben lo que quiere. Los peores vinos y los alimentos más mezquinos que puedas imaginar,
a ellos les parecen néctar de dioses y manjares celestiales.
Alvigia
Quedamos de acuerdo. Ya hemos llegado. Vuelve con tu señor y hazme saber qué piensa
hacer y a qué hora vendrá. De la cadena ya hablaremos en mejor ocasión.
Rosso
De acuerdo. Hasta pronto.
ESCENA VII
Valerio y Flamminio.
Valerio
Te encuentro muy inquieto últimamente. No te preocupes por nada, que la recompensa
de las esperanzas de un cortesano surge cuando menos se piensa.
Famminio
¿Cómo voy a tener esperanza si ya no tengo fe? Me veo en el espejo la barba blanca
y me echo a llorar pensando que no he llegado a nada y que ni siquiera tengo de qué
vivir. ¡Pobre de mí! Cuántos holgazanes, cuántos sirvientes, cuántos ignorantes y
cuántos glotones conozco que son ricos, mientras yo sigo siendo más pobre que las
ratas. Estoy pensando marcharme a morir en cualquier rincón y lo que más me duele
es que llegué a Roma joven y me marcho viejo, llegué vestido y me voy desnudo, llegué
contento y me voy desesperado.
Valerio
¿Pero qué estás diciendo? ¿Vas a arrojar por la borda el tiempo en que con tanta fidelidad
y tanta solicitud has estado sirviendo?
Flamminio
Eso es lo que más me duele.
Valerio
El señor te estima; espera a que llegue la ocasión y verás cómo se acuerda de ti.
Famminio
Aunque el río Tíber fuese de leche, el señor no me permitiría ni arrojar un dedo.
Valerio
¡Qué ideas te metes en la cabeza! Pero, ¿dónde vas a ir, a qué lugar o con qué señor?
Flamminio
El mundo es grande.
Valerio
El mundo era grande antes, que ahora es tan pequeño que un hombre honrado no cabe
en él. Yo no digo que nuestra corte sea un paraíso, pero, por lo menos, todos los
que vienen aquí, mal que bien, sobreviven.
Famminio
Pase lo que pase, yo me voy.
Valerio
Piénsalo bien antes de tomar una resolución, que los tiempos han cambiado mucho. Antes,
en todas partes había lugar para un buen cortesano. En Nápoles, los reyes; en Roma,
los nobles. Como ahora están los Medici en Florencia, los Petrucci en Siena, en Bolonia
los Bentivoglio y en Módena los Rangoni, sobre todo el conde Guido, que obliga con
su cortesía a todo hombre de valor a aposentarse en su generosidad. Y a donde no llagaba
él, lo suplía la señora Argentina, ejemplo único de virtudes en estos tristes tiempos.
Flamminio
Bien la conozco y, además de por sus virtudes, la admiro por el singular amor que
tiene al magnánimo rey Francisco, al que espero ver pronto en tanta felicidad como
sus méritos exigen y como tan noble señora y el resto del mundo desean.
Valerio
Pero volvamos a nuestro razonamiento. ¿Dónde vas a ir? A Ferrara, ¿a qué? A Mantua,
¿a hacer qué? A Milán, ¿a esperar qué? Haz caso a quien bien te quiere y quédate en
Roma, que aunque no fuese más que por seguir el ejemplo de generosidad que le está
dando Hipólito de’ Medici, refugio de virtuosos, tiene que volver a los buenos tiempos
de antes.
Flamminio
Quizá me vaya a Venecia, donde ya he estado antes, cuya generosidad puede proteger
mi indigencia, porque allí, por lo menos, no se puede asesinar impunemente a un pobre
desprotegido por el simple capricho de ningún favorito o favorita. Allí existe la
justicia y solo allí no tienes la obligación de adorar, por miedo, a un grande que
no hace ni dos días no era más que un piojoso. Y si alguien duda de los méritos de
la Serenísima República, mire en qué esplendor la mantiene Dios. Es la ciudad santa
y el paraíso terrenal. Además, allí no tienes que cabalgar: en comparación con la
suavidad de las góndolas, cabalgar es un rompe-calzones y un quiebra-personas.
Valerio
En eso tienes razón. Además, se vive mejor y hasta parece que se vive más tiempo.
Pero no creo que estén completamente satisfechos los que viven allí.
Flamminio
¿Por qué dices eso?
Valerio
Falta el trato con tan grandes personajes como tenemos aquí.
Flamminio
Estás equivocado, porque allí residen el valor y la virtud y la gentileza, mientras
que en Roma viven la villanía y la envidia. ¿Dónde ves tú otro fray Francesco Giorgi,
pozo de sabiduría? ¡Ojalá esta corte lo acogiese en su seno, si Dios inspira al Papa
para que premie sus méritos! ¿Y qué me dices del venerable padre Damiano, que hace
llorar a las piedras con sus sermones, verdadero intérprete de las Sagradas Escrituras?
¿No has oído hablar de Gaspar Contarini, sol de la Filosofía y de las letras griegas
y latinas y ejemplo de bondad y de buenas costumbres?
Valerio
Conocí a Su Excelencia en Bolonia cuando fue de embajador al emperador. Y de esos
dos santos religiosos también he oído hablar y a fray Giorgi lo he visto aquí, en
Roma.
Flamminio
¿Y quién no sería capaz de salir corriendo para ir a conocer al ilustre Giambattista
Memo, genio de las ciencias matemáticas y sabio sin discusión?
Valerio
También conozco su fama.
Flamminio
Y lo mismo tienes que conocer a Bavazzano, lumbrera entre los sabios de Roma; y habrás
oído hablar también de Capello. ¿Y dónde me dejas al gran Trifón Gabrielli, cuyo juicio
mejora la naturaleza y el arte? Pues de la misma categoría son Girolamo Quirini, todo
ingenio y gracia, que está siguiendo las huellas de su tío, el incomparable messer
Vincenzio, honor de su patria mientras estuvo en vida y de Roma tras su muerte; y
Girolamo Molino, favorito de las Musas. ¿Y quién no sería feliz oyendo las agradables
composiciones de Lorenzo Viniero y la gentil conversación de Luigi Quirini, que a
los honores de la milicia ha añadido los alcanzados en sus estudios de jurisprudencia?
Y me han dicho el Pero y nuestro admirado Eurialo d’Ascoli, que es el mismísimo Apolo,
que en estos momentos está en Venecia Francesco Salamona, que cantando acompañado
de la lira haría callar al mismo Orfeo.
Valerio
También a mí me lo han dicho.
Flamminio
Y el honrado Molza me ha dicho que hay allí ahora dos jóvenes que son dos portentos:
Luigi Priuli y Marco Antonio Soranzo, que no solo han alcanzado la cumbre de lo que
se puede llegar a saber, sino de todo lo que se puede llegar a desear saber. ¿Y quién
iguala en cortesanía, en virtud y en juicio a monseñor Valerio, gentilhombre completo,
y a monseñor Brevio?
Valerio
Bien conocidos son aquí.
Flamminio
Entonces no me digas que en Venecia escasean la virtud y la honesta diversión. Allí
he oído hablar al gran Andrea Navagiero, cuyos pasos sigue hoy Bernardo. Y no quiero
olvidarme de Maffio Lione, un nuevo Demóstenes, un nuevo Cicerón. Y mil otros ilustres
ingenios que honran nuestro siglo, como Egnazio, luz única de la elocuencia latina
y honra de la historia. Y no creas que en Roma encontrarás quien pueda compararse
a messer Giovanni da Legge, conde de Santa Croce, que sentí cátedra en Bolonia de
espléndida liberalidad y ánimo generoso.
Valerio
En suma, que su es como dices, nosotros aquí en Roma, excluida la Academia de los
Medici, estamos tratando con una banda de muertos de hambre y demás cantamañanas.
Flamminio
Y todavía más de lo que te digo. Me ha contado el gentil Firenzuola que hay un tal
Francesco Berettai que vale más improvisando versos que todos estos poetas rompe-oídos
que tenemos aquí escribiéndolos. Pero dejemos aparte filósofos y poetas. ¿Dónde reina
la paz, fuera de Venecia? ¿Por qué crees que se ha ido a vivir a Venecia el obispo
de Chieti, espejo de santidad, padre de la humildad y ejemplo de buenos religiosos
(es decir, todo lo contrario que los prelados que tú y yo conocemos), sino por el
bien de su alma, alejándose de Roma y de su poco edificante vida? Yo estuve en Venecia
un par de carnavales y me quedé admirado de las cabalgatas de la compañía de la Calza
y de las espléndidas fiestas de las cofradías de los Reales, los Floridos y los Corteses.
Era un contento ver a tantos padres de la patria, tantos ilustres senadores, tantos
egregios procuradores, tantos doctores y caballeros, tanta nobleza, tanta juventud
y tanta riqueza. He leído en una carta al Cristianísimo Rey de Francia que, yendo
una vez al serenísimo Dux Andrea Gritti, con todo el Senado, en el Bucintoro, para
honrar a la familia real de Francis y a la duquesa de Ferrara, era tal el peso de
su majestad que la nave estuvo a punto de hundirse. Las gestas guerreras conseguidas
por las armas de la serenísima, bajo el mando de su capitán general el duque de Urbino,
se recordarán eternamente contadas en las historias de monseñor Bembo. Y no te creas
que los embajadores que negocian en nombre de sus estados ante el Senado veneciano
sean menos brillantes que los que vienen aquí a negociar ante Su Santidad, porque
allí están el reverendísimo legado monseñor Aleandro (bueno sería para la reputación
del clero que todos imitasen su piedad y su doctrina) y el famoso don Lope, guardián
de los secretos y los negocios del invicto César Carlos V, sostén de la cristiandad.
Valerio
¿Te refieres a don Lope de Soria, en cuya bondad tiene Pietro Aretino depositadas
sus esperanzas?
Flamminio
Exacto: el nuevo Ulises.
Valerio
Al sonido de su nombre me inclino, porque es el protector de toda virtud.
Valerio
Desde luego que has callado todas mis objeciones.
Flamminio
Pues he silenciado la multitud de pintores y escultores que allí viven, empezando
por el excelente Simón Bianco, o de los que ha llevado consigo a Constantinopla el
sin par Luigi Caorlini, de donde acaba de volver el sin rival Marco di Niccolò, cuya
magnificencia se iguala con la de los reyes; por eso el gran señor que es Luigi Gritti
lo ha acogido bajo su protección. Y, ¡así se mueran todos los envidiosos del mundo!,
en Venecia se encuentra el increíble milagro que es el Tiziano, cuyos pinceles respiran
como la carne viva, que parece que pintan el aliento y el pulso. El inigualable Miguel
Angel alabó con maravilla el retrato que le hizo al duque de Ferrara, que el emperador
se llevó consigo. También allí está el Pordonone, cuyas obras hacen dudar si la naturaleza
copia al arte o el arte a la naturaleza. No niego que Marcantonio fuese único con
el buril, pero su discípulo Giangiacobo Caralio, veronés, lo ha superado, no solo
alcanzando, como podemos ver en sus grabados en cobre. Y allí viven también Matteo
del Nassaro, famoso grabador, que tanto tiempo estuvo en la corte de Francisco I,
y Giovanni di Castel Bolognese, grabador y medallista, y Luigi Anichini, autor de
obras milagrosas en cristales, piedras y aceros; y el virtuoso ingenio de Francesco
Marcolini, de Forlí. Allí están igualmente el arquitecto Serlio, de Bolonia, y el
divino calígrafo Francesco Alunno, diseñador de los caracteres de todas las lenguas
del mundo para las prolíficas imprentas de Venecia. ¿Qué más? El gran Jacobo Sansovino
ha cambiado Roma por Venecia, y ha hecho bien, porque como dice Adriano, padre de
la música, aquella es el Arca de Noé.
Valerio
Te creo, pero al mismo tiempo te pido que tú creas lo que yo voy a decirte.
Flamminio
Vamos a ver, dime.
Valerio
Pues, yéndome por los cerros de Úbeda, te digo que de tu fracaso tiene la culpa el
poco respeto que has mostrado siempre a la corte. Criticas lo que aquí se piensa y
se hace y eso te ha perjudicado siempre y seguirá perjudicándote.
Flamminio
Prefiero decir la verdad, aunque me perjudique, que no decir mentiras que me beneficien.
Valerio
Pues decir la verdad es precisamente lo que no debes hacer, que no hay cosa que moleste
más a los señores. El mal que pueden hacer los grandes, hay que alabarlo como si fuera
un bien, porque tan peligroso es criticarlos como útil es alabarlos. A ellos les está
permitido hacer lo que quieran y a nosotros no nos está permitido decir lo que pensamos.
A Dios le toca corregirlos y castigarlos, que no a nosotros. Reflexiona con calma
y habla sin apasionarte: ¿te parece que has hecho bien criticando a la corte, como
has hecho?
Flamminio
¿Y qué es lo que he dicho?
Valerio
Siempre la has tachado de hereje, de falsaria, de traidora, de desvergonzada y de
deshonesta. Todo lo cual hoy corre en boca de la gente, por culpa tuya.
Flamminio
Por culpa de la corte diría yo más bien.
Valerio
Sigue, pues. Pero no deberías decir las cosas que dices. Para eso ya tenemos a Pasquino.
Y después de criticar a la corte papal, te has metido también a hablar mal de las
de los príncipes: los azotes, los sufrimientos, las murmuraciones, los favoritismos.
Por el modo en que hablas de ellos parece que eres tú quien ha hecho a los duques.
Deberías avergonzarte de las cosas que dices.
Flamminio
¿Por qué habría de avergonzarme de hablar de lo que ellos no se avergüenzan de hacer?
Valerio
Porque los señores son los señores.
Flamminio
Si los señores son señores, los hombres son hombres. Parece que gozan viendo morir
de hambre a los que les sirven. Parece que disfrutan viendo sufrir a un hombre honrado.
Y para más escarnio, lo mismo embisten contra un indefenso que contra un cornudo.
De modo que hago bien en publicar su holgazanería. Me callaría con que hubiera dos
de ellos, solo dos, capaces de ser comparados en bondad y liberalidad con el rey de
Francia. Pero no creo que los encuentres.
Flamminio
Porque más fácil es que la corte papal se haga digna de su nombre que no encontrar
a esos dos. Voy a hablarte con el corazón en la mano: después de tantos años sirviendo
en la corte, me he acostumbrado a ello y no sé hacer otra cosa. He decidido ir a la
corte del rey de Francia, porque me contentaría tan solo con ver tantos grandes señores,
tantos valientes capitanes y tantas honradas personas. La pompa, la alegría y la libertad
que allí reinan me compensarán de la miseria, la melancolía y la servidumbre que aquí
me oprimen. La magnanimidad del cristianismo es tanta que todos lo adoran. Mientras
que aquí la torpe rudeza de estos señores nos empuja a que los odiemos.
Valerio
Eso que dices es cierto porque no hay otro como el rey de Francia en todo el mundo.
Su fama hace que hasta quien nunca lo ha visto lo alabe, lo celebre y lo contemple.
Flamminio
Por eso mismo quiero sacudirme todas las miserias de Roma e ir a servirlo. Tengo unas
cartas de presentación de monseñor Baïf, antiguo embajador en Venecia, que me aseguran
la mejor acogida por parte de su majestad. Y de no ser así, me iría a Constantinopla,
a servir al señor Aluigi Gritti, en el que se ha reunido toda la cortesía que han
despreciado los demás señores, que de señores no tienen más que el nombre. Con él
se hubiera ido ya Pietro Aretino si no lo hubiesen atado las cadenas de oro con que
lo ha sujetado el rey Francisco o si no lo hubieran enriquecido los subsidios y los
presentes que le ha hecho el magnánimo Antonio de Leyva.
Valerio
He oído hablar de esos regalos que le ha hecho son Antonio, que es el mejor exponente
de los triunfos del César Carlos. Pero ya que vas a Francia, ¿por qué no esperas a
la partida de su santidad para encontrarse con el rey?
Flamminio
Porque esperaría tanto como Noé esperó al cuervo.
Valerio
¿No crees que el Papa vaya a ir?
Flamminio
Yo solo creo en Dios.
Valerio
¡Qué obstinado eres! Todo el mundo está preparándose para la partida y tú no te lo
crees.
Flamminio
Mira: Si el Papa se decide a ir, empezaré a creer que se acerca el fin del mundo.
Y que es capaz de volver convertido en un hombre de bien, en cuyo caso no me importaría
quedarme en Roma ejerciendo el más humilde de los trabajos que puedas imaginar. Si
el Papa se alía con el rey, se acabaron las miserias. Aunque lo dudo. Y, por otro
lado, si vamos a Marsella de la forma que fuimos a Bolonia al encuentro con el emperador,
seremos el hazmerreír de los cortesanos franceses, acostumbrados como están a dilapidar
en vestidos, banquetes y fiestas. Si no fuera por la pompa con que viaja el cardenal
de’ Medici, pareceríamos pordioseros o comerciantes en quiebra.
Valerio
Calla, que ahí viene el señor. Vamos donde tú sabes y hablaremos de este viaje de
la corte.
ESCENA VIII
Parabolano y Rosso.
Parabolano
Te he visto entrar por la puerta del jardín. ¿Qué dice madama Alvigia?
Rosso
Queda admirada de vuestra buena crianza, vuestra gracia y vuestra liberalidad y quiere
crianza como merecéis. En otras palabras, no habéis topado con una persona desagradecida.
Parabolano
Pues no he hecho nada en comparación con lo que pienso hacer por ella.
Rosso
A las siete y cuarto estará en su casa quien vos sabéis. Pero me ha encargado que
os diga que es tan vergonzosa que le ha pedido que el encuentro tenga lugar a oscuras.
No os preocupéis: pronto se hará la luz.
Parabolano
No me considera digno de poner mis ojos en su divina persona.
Rosso
Nada de eso. La primera vez, todas las mujeres se andan con esos melindres, pero después
dejan de lado toda vergüenza y serían capaces de desahogar sus deseos en plena plaza
de San Pedro.
Parabolano
¿Entonces crees que es timidez?
Rosso
Pues claro. ¿Qué pensabais?
Parabolano
¡Qué dulce es amar y ser amado!
Rosso
Más dulce es la taberna, como dijo el Cappa.
Rosso
Fantasías. Por mi parte, prefiero una jarra de vino griego a la hermosa Angela la
Greca.
Parabolano
Si hubieses gustado la ambrosía que destilan unos labios enamorados, los mejores vinos
te parecerían amargos.
Rosso
¿Creéis que soy virgen todavía o qué? Yo ya he probado lo que tenía que probar y os
aseguro que no es para tanto.
Parabolano
No lo has probado con una gentil dama como la mía.
Rosso
¡Claro! Las damas no mean como las otras.
Parabolano
Es inútil hablar de esto.
Rosso
Es inútil contestaros a esto. Pero, esperad, quiero haceros una pregunta. ¿No habéis
dicho alguna vez que las palabras que salen de la boca del poeta son más dulces que
la miel y la malvasía?
Parabolano
Sí, ciertamente.
Rosso
Entonces por eso es por lo que me gustan tanto los sonetos de Pasquino.
Parabolano
No sabía que te gustase la poesía.
Rosso
¿Cómo no? Sabed que si yo hubiera estudiado habría llegado a filósofo o a sombrerero.
Rosso
Sí. Cuando yo estaba al servicio de Antonio Lelio Romano, me quitaba el tiempo del
sueño para poder leer las cosas que componía en honor de los cardenales. Me sé de
memoria un montón. ¡Son divinos! Y estoy de acuerdo con lo que dice el barbero: que
habría que leer todas las mañanas un par de ellos, entre la Epístola y el Evangelio.
Rosso
Qué opináis del soneto que empieza:
ErrorMetrica
“El papa León tiene tantos parientes...”
Parabolano
Ah, sí. Es magnífico.
Rosso
O ese otro:
ErrorMetrica
“La donación que hizo Constantino
20
por curarse la lepra que tenía...”
Parabolano
Ese también es muy ingenioso.
Rosso
O aquel:
ErrorMetrica
“Cocinero debe de ser San Pablo
si sale papa uno de esos tres frailes...”
Rosso
O este:
ErrorMetrica
“¿Queréis, señora Iglesia, como esposo
al tibio cardenal del Ermellino...?
Rosso
O este:
ErrorMetrica
25
“Oh, cardenales, poneos en mi lugar,
que yo en el vuestro no quisiera estar...”
Voy a ver si puedo encontrar los que ha hecho maestro Pasquino ese año, porque deben
estar cargados de pólvora.
Parabolano
A fe mía, Rosso, que tienes gracia.
Parabolano
Pero no perdamos más tiempo. Sube un momento a casa, que quiero que vayas ahora mismo
a llevarle mi respuesta a la vieja.
ESCENA XII
Padre Guardián del Araceli y Alvigia.
Guardián
Oves et boves universas insuper, et pecora campi.
Alvigia
Siempre estáis ensimismado en vuestras oraciones.
Guardián
No rezo tanto como creéis, que yo no soy de los que tienen prisas por subir al cielo.
Si no voy hoy, ya iré mañana. Sin prisas, que el paraíso es tan grande que, Dios mediante,
cabremos todos.
Alvigia
Así quisiera creerlo, pero no estoy segura. Si no cabemos ni en el Coliseo cuando
se presenta la Pasión en Semana Santa... Y eso que allí no va más que la gente de
Roma.
Guardián
No debes ponerlo en duda, mujer de poca fe, porque las almas no ocupan lugar. ¿Cómo
te diría yo? Las almas son como las mentiras.
Guardián
Exempli gratia. Imagínate que estás encerrada en una hornacina pequeñita, pequeñita y que de pronto
dices que el elefante hizo testamento antes de morir. ¿No es esto una mentira excomulgada?
Guardián
TamenTamenAsí en la edición empleada. ¿Quizá ‘Amén’?, la hornacina no se queda abarrotada por eso ni por otras mil mentiras que dijeras
después. Pues bien, las almas del paraíso no ocupan lugar, de la misma forma que etiam las mentiras no llenan tu hornacina. En otras palabras, en el paraíso cabrían dos
universos.
Alvigia
¡Qué hermoso debe ser saber interpretar las Sagradas Escrituras! A propósito, padre
mío: yo quisiera que vuestra paternidad reverendísima me contestase dos preguntas.
La primera es si el alma de mi maestra se ha salvado y la otra si los turcos invadirán
Italia.
Guardián
En cuanto a la primera, te digo que tu maestra tendrá que estar veinticinco días en
el purgatorio, o circum circa, y que después irá otros cinco o seis días al limbo y luego
(En éxtasis, con los ojos vueltos al cielo, levantando las manos y voz arrobada) dextram patris, coeli coelorum.
Alvigia
Y, sin embargo, andan diciendo que no, que debe estar condenada.
Guardián
¡Si lo sabré yo!
Alvigia
¡Cuántas lenguas viperinas hay!
Guardián
En cuanto a la invasión de los turcos, no es cierto nada de lo que se dice. Y aunque
fuera cierto, ¿a ti qué te importa?
Alvigia
¿Que qué me importa? No me hace ninguna gracia que me empalen. ¿Os parece bien eso
de empalar a las pobres viejecitas? Parece como si estos curas que tenemos aquí estuviesen
deseando que nos invadiesen esos empaladores.
Guardián
¿Por qué dices eso?
Alvigia
Porque no se toma ninguna medida cada vez que se corre la voz de la invasión.
Guardián
Todo eso no son más que patrañas. Queda con Dios, que tengo ahora mismo una cita.