Texto utilizado para esta edición digital:
Viau, Théophile de. Los amores trágicos de Píramo y Tisbe. Traducido por Evelio Miñano Martínez, para la colección EMOTHE. Valencia: ARTELOPE Universitat de València, 2018.
- Durá Celma, Rosa
 
Elenco
| Tisbe | 
| Píramo | 
| Bersiana | 
| Narbal | 
| Lidias | 
| El Rey | 
| Sílar | 
| Disarco | 
| Deuxis | 
| La Madre de Tisbe y su Confidente | 
| [El Mensajero] | 
N.B. El Mensajero solo figura en 1626S, para corregir la errónea atribución de dos intervenciones
                     a Sílar en el acto III, escena II.
Escena 1
Según Michèle Rosellini (2012a: 39), el autor se refiere al espíritu vital de la medicina galénica.
Alleaume (Viau, 1855: 97), aun reconociendo que las diferentes ediciones atribuyen
                                       este verso a Bersiana, considera que tiene más sentido si lo pronuncia Tisbe.
Escena II
Radamantis, hijo de Zeus y Europa, juzga a los muertos en los Infiernos.
Ixión fue castigado por Zeus a quedar eternamente atado a una rueda que giraba sin
                                       cesar.
Sísifo fue condenado a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una pendiente,
                                       que volvía a caer cuando llegaba arriba.
Tántalo fue condenado al suplicio de una sed eterna. Sumergido hasta el cuello, cada
                                       vez que intentaba beber, el líquido retrocedía.
Escena III
En la elegía “Cloris, lorsque je songe en te voyant si belle” (Viau, 2017: 174-176),
                                       el poeta desarrolla con mayor amplitud este mismo tema para mostrar cómo a la vista
                                       de las injurias que inflige la muerte al cuerpo amado, el amante no puede persistir
                                       en su amor: “Ceux qui jurent d’avoir l’âme encore assez forte / Pour vivre dans les
                                       yeux d’une maîtresse morte, / N’ont pas pris le loisir de voir tous les efforts /
                                       Que fait la mort hideuse à consumer un corps (…)”.
En su sorprendente edición expurgada de las obras de Théophile de 1633, para adecuar
                                       el poeta libertino a los valores establecidos, Esprit Aubert añade aquí dos versos:
                                       “Les dons faits largement ont une grand’puissance, / Tout se fait par l’espoir de
                                       quelque récompense” (Lachèvre, 1911: 40). La sentencia nada aporta a las palabras
                                       de Sílar. Tal vez Esprit Aubert se sintiera impulsado a añadir esos versos para mantener
                                       la alternancia de las rimas masculine (no acabada en e muda francesa) y féminine (acabada en e muda francesa) entre los actos.
Escena 1
La idea de que los amantes se hablan con su silencio ya figura en las historias de
                                       los amantes de Marino (1993, 421: vv. 490-510) y de Montemayor (1602: 214). Ambos
                                       se refieren al momento concreto en que, por primera vez, Píramo ve a Tisbe.
Esprit Aubert, en su edición expurgada de la obra de Théophile de 1633, ha sustituido
                                       arbitres por barbares (Lachèvre, 1911: 40).
Esta misma idea, con un desarrollo diferente, figura en Piramo e Tisbe, idilio VIII de La Sampogna de Marino (1993: 418, vv. 445-452), formulada por el narador en este caso, como ya
                                       selañaron Schirmacher y Cabeen (Saba, 1999a, II: 319). La misma idea también se encuentra
                                       en Píramo y Tisbe de Jorge de Montemayor (1602 [1561]: 213). Góngora sugiere algo parecido sin hablar
                                       propiamente de piedad: la pared, que separó a los amantes desde la infancia y oyó
                                       los ruidos de uno y otro lado, “tan bien la audiencia le supo / que años después se
                                       hizo / rajas en servicio suyo” (Góngora, 2011 [1618]: 57, vv. 37-40); la propia Tisbe
                                       considera después que la grieta es un efecto del amor: “Efecto improviso es, / no
                                       de los años diuturno / sino de un niño en lo flaco / y de un dios en lo oportuno.
                                       / Pared que nació conmigo / del amor solo el estudio/ no la fueza de la edad / desatar
                                       sus piedras pudo” (Góngora, 2001 [1618]: 59, vv. 193-200). H.C. Lancaster (1966 [1929],
                                       I: 173) considera que la misma idea se les pudo ocurrir independientemente a Marino
                                       y a Théophile, y no piensa que este le deba nada a Góngora.
Esta contundente y explícita acusación de Píramo a los padres no se encuentra por
                                       lo general en las reescrituras francesas del mito, más proclives a buscar su conmiseración.
                                       El antecedente más directo son las acusaciones de Tisbe al padre en el idilio VIII
                                       de La sampogna de Marino (1993 [1620]: 456 vv. 1429-1442), que a su vez siguen de muy cerca las
                                       del Píramo y Tisbe de Montemayor (1602 [1562]: 227). Curiosamente, frente a lo que ocurre en ambas obras,
                                       Tisbe no acusará aquí a sus padres antes de morir al final de la tragedia.
Escena II
Théophile desarrolla también esas ideas sobre la vejez, con argumentos muy parecidos,
                                       en su “Satire première” (Viau, 2017: 150-151).
Como ya había visto H.C. Lancaster (1966 [1929], I: 173), estos versos podrían ser
                                       una reminiscencia de Le meurier de Baïf (1883 [1572], II: 169). Tisbe, en esta obra, también compara la desgracia
                                       de los amantes separados a la libertad con que se unen aves y plantas. Van Emden (1973a:
                                       878), que también señaló el parecido, lo considera un ejemplo de las concordancias
                                       que se dan exclusivamene entre los textos de Baïf y Viau.
Escena 1
El can monstruoso Cerbero, que guarda la entrada a los Infiernos.
Paraíso de la mitología griega, reservado a las personas heroicas y virtuosas.
Hermes, con el que se identifica el Mercurio romano, acompañaba las almas de los difuntos a los Infiernos.
Río de los Infiernos.
Esprit Aubert, para evitar probablemente una evocación que consideraba demasiado cruda,
                                       ha sustituido este verso por “Que celle à Deuxis, tu mourras à cette heure” (Lachèvre
                                       1911: 41).
Este verso atribuido a Sílar falta en 1623Q, 1626BQ y 1626JM. Solo figura en 1632S,
                                       donde se restablece la rima pareada. Esprit Aubert remedió esta falta con el verso:
                                       “Je m’enfuis pour ne voir si promptement l’enfer” (Lachèvre, 1911: 41).
Escena II
La indicación de los personajes que intervienen en esta escena (Píramo, Deuxis, Sílar,
                              el Rey) es errónea en 1623Q, 1626BQ y 1626JM. Solo aparecen en la escena el Rey, Sílar
                              y un personaje cuyas dos intervenciones son equivocadamente atribuidas a este. En
                              1632S se ha corregido parcialmente el error haciendo desaparecer a Deuxis e introduciendo
                              un mensajero, al que se atribuyen las dos réplicas erróneas de Sílar. No obstante,
                              en esa edición se sigue manteniendo a Píramo, que no aparece en ningún momento en
                              la escena.
En ninguna de las cuatro ediciones manejadas se indica que estas palabras son pronunciadas
                                       por el Rey.
Las dos réplicas del mensajero son erróneamente atribuidas a Sílar en 1623Q, 1626BQ
                                       y 1626JM. En 1632S se atribuyen a un mensajero.
Escena I
Los celos del amante por los cabellos de la dama, que la besan, y por el mirto y la
                                       yedra que miran a los amantes, ya figuraban en el poema “La solitude” (Viau, 2017:
                                       66, 70). Théophile ha desarrollado aquí el tema con profusión.
Lachèvre (1911: 41) considera execrables los dos versos que Esprit Aubert ha añadido
                                       aquí, solo excusables por su intención moralizadora: “L’Amour se voit tousjours mesler
                                       de jalousie, / S’il est accompagné, c’est une grand’manie”.
Rey legendario asirio. Esta alusión permite localizar la historia en Babilonia.
A lo largo de la tradición literaria de esta historia, la propuesta de la fuga ha
                                       sido atribuida conjuntamente a los amantes (Ovidio, Christine de Pisan, etc.), a la
                                       dama (Piramus et Tisbé francés del siglo XII, primer Ovide moralisé en prosa) o a Píramo (segundo Ovide moralisé, Moralité nouvelle de Piramus et Tisbee del XV, etc.). Théophile opta por Píramo, como otros escritores anteriores de su
                                       tiempo: Guillaume Belliard (1578: 77), Baïf (1883 [1572], II: 170) y Góngora (2011
                                       [1618]: 59, vv. 269-280), en tanto que la Roque (1597: 9), Marino (1993 [1620]: 431,
                                       vv. 780-783) y Montemayor (1602 [1651]: 218) optan por una decisión conjunta de los
                                       amantes.
Escena II
Encontramos un antecedente de sueño premonitorio en el Piramus et Tisbé del siglo XII. En esa obra (Anónimo, 2000: 56-58, vv. 523-548), es Tisbe quien le
                                       cuenta el sueño que tiene a su amante: Píramo, triste y pensativo se presenta ante
                                       ella, angustiada y atormentada; la joven le tiende las manos, pero entonces todo se
                                       disipa. Además, una voz le dice que se vaya del lugar con su amigo. Tisbe ruega que
                                       ese sueño sea favorable –“Diex donge / Que biens me viengne de cest songe” (Anónimo,
                                       2000: 65: vv. 539-540), lo que revela sus temores. Théophile ha trasladado el sueño
                                       premonitorio a la madre de Tisbe. El hecho de que haya conservado el sueño, frente
                                       a las otras versiones, sería una prueba, entre otras, de su conocimiento de la obra
                                       medieval (Van Emden, 1973a: 875).
Estos dos versos están encabezados por comillas en 1623Q, 1626JM y 1632S para mostrar
                                       su carácter sentencioso, algo propio de tragedias de la época que insisten en la enseñanza
                                       moral. La inserción entre comillas de las sentencias y proverbios es frecuente en
                                       el teatro francés del siglo XVI y principios del XVII, aunque no todos siempre las
                                       llevan y, en otras ocasiones, lo hacen frases que no son de ese tipo (Scherer, 1977:
                                       320-321).
Théophile ha atenuado la dureza de la madre en esta escena, haciendo que, tras el
                                       sueño, recapacite sobre el trato que da a su hija y se proponga ser más tolerante
                                       con ella. Théophile, con este tramiento del personaje de la madre se opone a los autores
                                       que no diferencian a los padres, como el propio Ovidio, o a los que han hecho, sin
                                       más, a la madre protagonista del confinamiento de la joven para que no pueda ver a
                                       Píramo, como ocurre en el Piramus et Tisbé francés del siglo XII (Anónimo, 2000: 26-28, vv. 85-92) y en las dos redacciones
                                       del Ovide moralisé en prosa (Anónimo, 1954: 134; van Enden, 1973b: 38). Más próximos a Théophile en
                                       el tiempo, François Habert (1541: 98) y la Roque (1597: 6) tampoco han diferenciado
                                       en este punto a los padres, en tanto que Baïf (1883 [1572], II: 167) y Belliard (1578:
                                       71-72) han hecho protagonista del encierro de Tisbe a la madre. Marino (1993 [1620]:
                                       409, vv. 240-245), siguiendo a Montemayor (1602 [1561]: 210), hace que el padre prohíba
                                       a Tisbe ver a Píramo, y matiza al personaje de la madre en la misma dirección que
                                       Théophile. Así, en la obra de Montemayor (1602 [1561]: 228), antes de su suicidio,
                                       y tras haber lanzado duros reproches a su padre, Tisbe usa un tono muy diferente para
                                       dirigirse a su madre ausente, que llama piadosa, mostrándola más cercana a ella que su padre: le recuerda, que es honroso no romper
                                       la fe dada y que por eso muere, pidiéndole que la entierre junto a Píramo. En la obra
                                       de Marino (1993 [1620]: 456, vv. 1443-1452), Tisbe también llama pietosa a su madre y le pide que los entierre juntos.
Escena III
Frente a las versiones anteriores, parcas en la descripción del lugar de encuentro,
                                       Montemayor (1602 [1561]: 220) le dedica a ello una bella décima concentrándose en
                                       la luz de la luna, las flores del campo y el efecto que hacía una suave brisa meneando
                                       las ramas y esparciendo el olor de las flores. Marino (1993 [1620]: 436: vv. 907-953)
                                       ha ampliado considerablemente este pasaje en su obra, con un intenso enriquecimiento
                                       estilístico, al fondo del cual se ven las ideas fundamentales de Montemayor. Tisbe
                                       toma en esa obra la palabra mostrando o anhelando la complicidad de los elementos
                                       de la naturaleza con sus amores: “Ecco il cielo fatto è spia / de’ nostri dolci furti.
                                       /Ne’ miei casi felici / vogliono ancor le stelle / vigilar spettatrici” (Marino, 1993
                                       [1620]: 437, vv. 926-930). Todo indica, pues, que Théophile ha seguido a esos dos
                                       antecesores haciendo que Tisbe en esta escena se dirija con más amplitud a los elementos
                                       de la naturaleza y seres mitológicos pidiéndoles su ayuda, dando así una indirecta
                                       descripción, realzada por figuras, del lugar de encuentro.
Joven pastor del que Selene se enamoró en la mitología griega.
Divinidades romanas protectoras de los bosques.
Ninfa de los bosques. Según la leyendo acabó convertida en una voz que repite las últimas palabras pronunciadas.
Théophile desarrolla una imagen parecida en la oda II de La maison de Sylvie, jugando con la paradoja del agua que se hace fuego por la mirada que un ser hermoso
                                       lanza sobre ella: “Ses yeux jetaient un feu dans l’eau : / Ce feu choque l’eau sans
                                       la craindre, / Et l’eau trouve ce feu si beau / Qu’elle ne l’oserait éteindre ” (Viau,
                                       2017: 189).
Escena I
La idea de un lugar sagrado frecuentado por Diana, en el que penetran los amantes,
                                       ya figuraba en el poema “La solitude”: “Cette forêt n’est point profane ; / Ce ne
                                       fut point sans la fâcher Qu’Amour y vint jadis cacher / Le berger qu’enseignait Diane.
                                       /Amour pouvait, par innocence, /Comme enfant, tendre ici des rets ; / Et comme reine
                                       des forêts, / Diane avait cette licence (Viau, 2017 : 62).
La Roque es el único autor que, como Théophile, indica la posibilidad de que Tisbe
                                       haya sido presa de leones u osos, lo que corrobora, entre otras cosas, que Théophile
                                       conoció la obra de La Roque (van Emden, 1973c: 582-583).
Esta referencia a un ave de mal agüero también se encuentra en el Piramus et Tisbé del siglo XII, aunque aquí la protagonista es Tisbe. Según van Emden (1973a: 875),
                                       es una prueba de que Théophile conocía el texto medieval.
Ni en Ovidio, ni en las versiones medievales francesas Píramo acusa en este momento
                                       a la divinidad por haber permitido la muerte de Tisbe. En cambio, en el Renacimiento
                                       algunos autores han puesto en boca de Píramo reproches o acusaciones de ese tipo.
                                       Así, Píramo acusa a Cupido de cruel (Habert, 1541: 102), la voz narradora acusa a
                                       los dioses de inhumanos (Baïf, 1883 [1572], II: 175), la Roque (1597: 12, 14) acusa
                                       al Cielo de despiadado –”ô Ciel impitoyable!”– y falto de clemencia para los que lo
                                       han ofendido y lo llama “injuste autheur de mon ennuy”. También tanto Montemayor como
                                       Marino han puesto en boca de Píramo, junto antes de darse la muerte, palabras contra
                                       la divinidad: “cielos, mis quexas tomad” (Montemayor, 1602 [1561]: 226); “prendi,
                                       malvagio Cielo / i lamenti e sospiri” (Marino, 1993 [1620]: 453, vv. 1350-1351). Théophile
                                       sigue en esa línea, pero añade la posibilidad de que los dioses no existan. Conociendo
                                       cómo el libertino utiliza la cultura pagana para disimular sus ideas, puede que esa
                                       insinuación vaya más allá de los dioses paganos.
La interpelación que hace aquí Píramo a los elementos de la naturaleza, tras descubrir
                                       la muerte de Tisbe, tiene antedecentes en otros autores que ampliaron la única del
                                       texto de Ovidio, dirigida al león. Esas interpelaciones han fluctuado entre el lamento
                                       ante esos elementos o su acusación, todo ello acompañado por un enriquecimiento estilístico
                                       de diferentes dimensiones. La interpelación a los elementos es claramente acusatoria
                                       en el Piramus et Tisbé anónimo del siglo XII: “Nuis de dolour, nuis de torment, / Moriers, arbres de plorement,
                                       / Prez, qui dou sanc estes sanglent, / Fontaine, / Que me m’avez rendue saine / Cele
                                       cui sans gist en l’araine!” (Anónimo, 2000: 66-68, vv. 686-6919). El primer Ovide moralisé en prosa sigue en la misma dirección, aun cuando suaviza la acusación: “Hé morier,
                                       qui mort signifies, et, fontaine de douleur, et vous, prez parez de tristesse et triste
                                       verdure (…) trop m’est muée la consolacion joyeuse que j’esperoye avoir o vous en
                                       lamentacions amères” (Anónimo, 1954: 136). La segunda redacción del Ovide moralisé solo conserva la interpelación al moral (vam Emden, 1973b: 44). François Habert (1541:
                                       102) hace que Píramo acuse a la noche y al bosque por la desgracia vivida, y Guillaume
                                       Belliard (1578: 79-80) hace que se lamente ante el moral por haber consentido la muerte
                                       de Tisbe bajo sus ramas. Marino (1993 [1620]: 450-451, vv. 1284-1312) desarrolla ampliamente
                                       este pasaje con diversas figuras: insiste en la envidia del cielo y de la luna, siguiendo
                                       en esto a Montemayor (1602 [1561]: 225), y hace testigo de su pena a la fuente, que
                                       junto a otros elementos también era acusada de envidia en Montemayor (1602 [1561]:
                                       225). Las palabras que dirige aquí Píramo al sol, apuntando la vergüenza que sufría
                                       cuando Tisbe estaba viva, nos recuerdan la acusación a la luna en las obras de Montemayor
                                       y Marino. La acusación a la fuente, que no figura en Marino, recuerda otros antecedentes,
                                       desde la novela francesa del siglo XII hasta Montemayor.
Théophile ha ampliado con fuerza la apostrofe a los leones que ya aparece en Ovidio
                                       (1964: 128, vv. 112-114): “Despedazad mi cuerpo y devorad a fieros modiscos estas
                                       vísceras criminales, oh leones todos que habitáis en esta roca”. El Piramus et Tisbé del siglo XII amplió esa interpelación haciendo, entre otras cosas, que Píramo se
                                       dirigiera al león pidiéndole que, pues había bebido la sangre de Tisbe, bebiera también
                                       la suya (Anónimo, 2000: 70, v. 728). Los autores renacentistas franceses, con mayor
                                       o menor insistencia, han ampliado también este apóstrofe (Habert, 1541: 102, nueve
                                       versos; Belliard, 1578: 78-79: veinticuatro versos; La Roque, 1597: 6, trece versos).
                                       Van Emden (1973a: 877) ha encontrado un parecido entre los textos de Baïf y Théophile
                                       que atestiguaría que ambos conocieron alguna de las impresiones que hizo Vérard, a
                                       partir de 1493 en París, del segundo Ovide moralisé en prosa. Vérard añadió la imagen de que, una vez devorado Píramo, el vientre de
                                       la bestia se convierte en sepultura de los amantes: “Si coucherons tous deux en ung
                                       cercueil”. Efectivamente tanto Baïf (1883, II [1572]: 176) –“Vos gorges [las de los
                                       leones] soyent au moins la sepulture / De deux amans, et vos ventres comblez / Soyent
                                       le cercueil de nos cors assemblez”– como Théophile, modulan cada uno a su manera esa
                                       idea. No obstante, algo muy parecido también se encuentra en la Moralité nouvelle de 1535, cuando Píramo le pide al león que lo devore: “Affin que dedans ung cerceuil
                                       / Soyons tous deux après la mort” (Anónimo, 1901: 27, vv. 406-407) y en Belliard (1578:
                                       79): “Et que puissent dormir souz une mesme lame / Tysbé l’infortunée, et son amy
                                       Pirame”. La idea también está presente en Marino –y no en Montemayor en este caso–,
                                       cuando Píramo dirigiéndose a la bestia le dice “se quel conoscimento / (…) ancor non
                                       ti mancasse / in saver qual tesoro / nel ventre tuo si chiuda, / non saresti sì cruda
                                       / que nel’istessa tomba / non sepellissi insieme / ancor la spoglia mia / per darle
                                       compagnia“ (Marino, 1993 [1620]: 450, vv. 1272-1283). Todo indica, pues, que Théophile
                                       pudo tener una reminiscencia de otros textos que el Ovide moralisé en prosa, en particular de Marino, cuya obra probablemente conocía.
En estos versos Théophile consigue una gran plasticidad por medio de cambios y metamorfosis
                                       poéticas, muy barrocos, como hace en otras ocasiones (véase Viau, 2017: 186-199, oda
                                       II de La maison de Sylvie): el cambio de naturaleza del león, la desaparición del horror de los bosques, el
                                       engendramiento de amorcillos por las fieras, las tranformación de la sangre en rosas,
                                       etc. Celicia Rizza considera que las metamorfosis en la obra de Théophile son metáfora
                                       de un universo donde todo está ligado “et où la vie même consiste en ce mouvement
                                       perpétuel et en ce changement de formes”, al tiempo que revelan “la conscience de
                                       la confusion et de la dissolution des êtres dans le paraître et, par conséquent, l’inquiétude
                                       de l’homme et l’inquiétude des choses” (Rizza, 1996 : 111-112).
Escena II
La suavidad del aliento de la persona amada, contemplada cuando duerme, ya figura
                                       en las famosas estancias “Quand tu me vois baiser tes bras…” (Viau, 2017: 104), donde
                                       recibe un amplio desarrollo imaginativo: “La rose en rendant son odeur, / Le soleil
                                       donnant son ardeur, / Diane et le char qui la traîne, / Une naïade dedans l’eau, /
                                       Et les Grâces dans un tableau, /Font plus de bruit que ton haleine.”
Théophile utiliza aquí la palabra estomac. Guido Saba, en su edición de la obra (Saba, 1999, II: 330) entiende estomac como sein, poitrine. La palabra poitrine fue, de hecho, objeto de alguna condena por excesivamente realista (sic)  en el clasicismo francés, por lo que algunos recurieron a estomac con ese sentido.
                                       Furetière ha recogido esa acepción en su diccionario : “Se dit abusivement de la partie
                                       extérieure du corps, qu’on appelle autrement le sein, la poitrine et qui est au-dessus de la ceinture”. No obstante, Píramo en las versiones anteriores
                                       no siempre se suicida hiriéndose el pecho: su golpe le alcanza en los ijares en la
                                       fábula de Ovidio y en el Piramus et Tisbé anónimo del siglo XII; en los Ovide moralisé su herida es par mi le corps (Anónimo, 1954: 136; van Emden,1973c: 44). No hemos leído nada en esta obra que indique
                                       claramente el lugar del cuerpo en que se hiere en su suicidio. Théophile, igual que
                                       François Habert (1541: 103), utiliza después la misma palabra estomac, para indicar el lugar en que Tisbe se clava el hierro.
En varias versiones, Tisbe en este momento hace un llamamiento a los elementos de
                                       la naturaleza para que sean testigos de la desgracia de los amantes. Así se exclama
                                       la joven en el Piramus et Tisbé del siglo XII: “ Lune, fontaine, prez, moriers, / Nuit pale / Qui enseigne me feïs
                                       male / Quan sui issue de la sale / Oiez ! / Pri vous que ma mort tesmoignez” (Anónimo,
                                       2000 : 74-76, vv. 822-827). En algunos casos esa petición se acompaña del deseo de
                                       que esos elementos sean testigos mediante algún cambio o transformación. Así, Habert
                                       (1541: 103) pide a los dioses que el río se seque y el mármol de la fuente se vuelva
                                       negro : “Et que ceste eau qui rend si doulx murmure, / De marbre blanc qui a vive
                                       closture / Perdre son cours du beau son argentin, / Et le blanc marbre, en pris grand
                                       et haultin, / Devienne noir pour le malheur hideux, / Prenant le tainct de ce sang
                                       de nous deux“. Curiosamente, tanto Píramo como Tisbe hacen la súplica en la obra de
                                       la Roque (1597: 12, 19). Píramo suplica: “ Donc, Nymphes de ces bois, roches, arbres
                                       et fleurs, / Lamentez maintenant, et pleurez mes douleurs, / Ternissez vos beautés,
                                       pour tesmoigner ma perte, / Et en habit de deuil changez la robbe verte. / Et vous,
                                       chers oisyllons des forests et des champs, / Qui sçavez mon angoisse et mes regrets
                                       tranchans, / Voletez pres de moy en ces obscurs tenebres / Et changez vos chansons
                                       en complaintes funebres”, lo que es aún más ampliado en palabras de Tisbe. Como era
                                       de esperar, Marino (1993 [1620]: 457, vv. 1452-1472) ha dado un intenso desarrollo
                                       a este pasaje haciendo que Tisbe le pida a un amplio número de seres de la naturaleza:
                                       “siate voi dela pena / ch’a morir mi conduce / guidici e testimoni”, y a los faunos,
                                       pastores y ninfas, que escriban en las cortezas de los troncoss, con su propia sangre
                                       su infortunio. Se aleja de su modelo Montemayor (1602 [1561]: 228), en este caso mucho
                                       más escueto: “frutos, plantas se enlutaron / por los dos que con mas fe / en esta
                                       vida se amaron”. Théophile recoge, pues, aquí esta tradición, con la particularidad
                                       de que parte de esos cambios no son un deseo, sino que ya se han producido antes de
                                       la muerte de Tisbe. Además, cambiando de actitud, el personaje también manifiesta
                                       desconfianza por el luto de algunos elementos, ya que se renuevan todos los años.
Ovidio (1964: 128-129, vv. 154-166) concluye su relato con las dos conocidas súplicas de Tisbe: a los padres, que sepulten juntos a los amantes; al árbol, que el color de sus frutos sea negro para dar testiminio de la desgracia. Nos indica después que las súplicas conmovieron a padres y dioses, que accedieron a ellas. Previamente, el cambio de color del fruto ya se había producido al contacto de la sangre de Píramo, sin que este pronunciara ruego alguno (Ovidio, 1964: 127, vv, 119-127). Estos elementos de la fábula han recibido diferentes tratamientos en las reescrituras francesas: unas veces cada amante ha hecho un ruego –por ejemplo en el Piramus et Tisbé del siglo XII (Anónimo, 2000: 70, vv. 743-746)– ; otras, solo Tisbe ha hecho un único ruego (Habert, 1541: 103) o los dos (Baïf, 1883 [1572], II [1572]: 180); tampoco se han repartido siempre del mismo modo los dos ruegos, dándose además el caso de que se ruege no a los dioses sino solo al árbol (la Roque, 1597: 15), a Júpiter (Belliard, 1578: 80) o a Dios en singular –como ocurre en el segundo Ovide moralisé en prosa (van Endem, 1973b: 44)–, etc. Y también hay diferencias en el tratamiento de la metamorfosis, pues unas veces se ha producido la metamorfosis al contacto de la sangre de Píramo y otras, no. Théophile recoge la tradición de que solo Tisbe pronuncie una súplica al árbol, pero añade matices importantes. Sus palabras indican que el cambio de color ya se ha producido, por la sangre de Píramo, lo que conecta directamente con Ovidio (1964: 127, vv.121-127), pues le pide al árbol que arranque sus cabellos para mostrar mejor sus moras rojas al cielo; ahora bien, no pide al árbol que deje testimonio del infortunio de los amantes, sino del daño que ha infligido el Cielo a sus deseos. Théophile tampoco sigue aquí ni a Marino, ni indirectamente a Montemayor. En Marino (1993 [1620], 458: 1480-1484) Tisbe no pronuncia ningún ruego y es la sangre mezclada de ambos amantes la que al tocar el moral produce el cambio de color del fruto. En Montemayor tampoco se pronuncian ruegos y parece que la metamorfosis se produce en dos fases: rojo frutos al contacto de la sangre de Píramo, pues el fruto cobró “el mismo color que Píramo había perdido” (Montemayor, 1602 [1561]: 227); negros frutos al contacto con la sangre de Tisbe y Píramo mezcladas (Montemayor, 1602 [1561]: 228), como en su imitador Marino.
En el interrogatorio del 26 de marzo de 1624 le recriminaron a Théophile este verso, por deducirse de él que no creía en la resurrección, lo que implicaba acusarlo de ateísmo (Lachèvre, 1909, I: 391-392). El escritor se defendió argumentando que eso había sido escrito en una tragedia donde se representaban personajes paganos y que él siempre había mostrado su creencia en la resurrección. Que Théophile negara en esta obra el retorno de un lugar de ultratumba pagano no evitó la acusación. Fue la única del juicio referida a a esta obra.
Estos dos versos son conocidos por la crítica que hizo de ellos Boileau (1701: 3),
                                       con tanta fortuna para la posteridad: “Toutes les glaces du Nord ensemble ne sont
                                       pas, à mon sens, plus froides que cette pensée ? Quelle extravagance, bon Dieu ! de
                                       vouloir que la rougeur du sang, dont est teint le poignard d’un Homme qui vient de
                                       s’en tuer lui-mesme, soit un effet de la honte qu’a ce poignard de l’avoir tué ?”.
                                       No obstante, esa pointe de Théophile ya había sido admirada e imitada por varios dramaturgos
                                       (Saba, 1999a, I: 332; Angebault, 2009: 92), cuando Boileau hizo ese juicio despectivo.
                                       Y antes que Boileau, Charles Vion d’Albray (2015 [1632], s.p.) ya decía: “Ces trop
                                       grands chercheurs de subtilités sont les plus grands ennemis qu’aient le Muses” en
                                       el “Avertissement” a su traducción de la Aminta de Tasso, poniendo como ejemplo precisamente estos versos de Théophile.
Théophile acaba la obra con tres versos que son un verdadero reto para el lector,
                                       y confirman que ha querido concluir con la máxima intensidad lírica la obra, pues
                                       tras la agudeza imaginativa del puñal, sigue este laberinto conceptual donde la acumulación
                                       de dos proformas en el último verso desafía la comprensión. La entrada en el cuerpo
                                       del puñal, manchado de la sangre de Píramo, es percibida extremadamente suave y amable
                                       por Tisbe, lo que sugiere evocaciones eróticas y mórbidas a un tiempo. En contraposición
                                       a la favorable acogida de este golpe –por el puñal de Píramo–, Tisbe muestra su odio
                                       al golpe de los cieloscelui des cieux– a Píramo–autre objet–, lo que formula negativa y restrictivamente: yo no podía odiar el golpe de los cielos
                                       por otra persona; esto es, lo odio porque ha golpeado a Píramo. Esta es nuestra interpretación
                                       del verso; agradecemos a Michèle Rosselini y Guillaume Peureux su ayuda en el debate
                                       que hemos tenido sobre estos versos.
