Actus Quintus, Scaena Prima.
[Entran] SAMIAS [y] DARES.
Samias
Euménides ha contado tan extrañas historias que, aunque me asombren, nunca las creeré.
Dares
¡El otro anciano, qué conmovedoras palabras usó, que casi nos hacen llorar! Cintia
está tan deseosa de poner a prueba su poder y tan dispuesta a liberar a Endimión de
su funesta suerte, que tan pronto como oyó la historia, se dispuso a comprobar los
hechos.
Samias
Los comprobaremos también. ¡Pero silencio! Aquí viene Cintia con su séquito. Escabullámonos
entre ellos.
Entran CINTIA, FLÓSCULA, SEMELE, PANELION, etc.[, EUMÉNIDES, ZONTES, GIPTES, y PITÁGORAS.
Samias y Dares se unen a la multitud].
Cintia
Euménides, me niego a creer que haya sido nombrada por la sagrada fuente, pues hay
demasiadas cosas en el mundo a las que esas palabras pueden aludir.
Euménides
Buena señora, concédame un intento, de otra manera seré infeliz por no haber preguntado
por mi dulce señora.
Cintia
¿No me diréis su nombre?
Euménides
Perdóneme, buena señora, pero si Endimión despierta, que lo hará. Me prometí nunca
revelarlo.
Cintia
Bien, vayamos con Endimión.
[Se acercan al yaciente Endimión.] No seré tan majestuosa, buen Endimión, para no inclinarme y hacerte bien; y si tu
libertad radica en uno de mis besos, lo tendrás. Y aunque mi boca ha permanecido hasta
ahora tan intacta como mis pensamientos, ahora para recuperar tu vida (porque tu juventud
es imposible) lo haré por Endimión, aquello de lo que ningún mortal podría presumir
hasta ahora ni podrá esperar en el futuro.
Le besa.
Euménides
Señora, comienza a moverse.
Cintia
Silencio, Euménides. Permanece quieto.
Euménides
Ah, veo sus ojos entreabiertos.
Cintia
Os ordeno de nuevo, no os mováis. Permaneceré tras él.
[Ella permanece donde Endimión no la pueda ver a simple vista.]
Panelion
¿Pero qué veo, Endimión casi despierto?
Euménides
Endimión, Endimión, ¿estás sordo o mudo? ¿O este largo letargo se ha llevado consigo
tu memoria? Ah, mi dulce Endimión, ¿no ves a Euménides, tu fiel amigo, tu fiel Euménides,
quien por tu seguridad ha dejado atrás su propio contento? ¡Habla, Endimión, Endimión,
Endimión!
Endimión
¿Endimión? Recuerdo ese nombre.
Euménides
¿Te has olvidado de ti mismo, Endimión? Entonces no me asombra que no recuerdes a
tu amigo. Te digo que tú eres Endimión y yo Euménides. Contempla también a Cintia,
por cuyo favor has sido despertado, y por cuyo poder continuarás tu curso natural.
Cintia
Endimión, habla, dulce Endimión. ¿No recuerdas a Cintia?
Endimión
Oh, cielos, ¿a quién contemplo? ¿Bella Cintia, divina Cintia?
Cintia
Yo soy Cintia, y tú Endimión.
Endimión
¿Endimión? ¿Pero qué oigo? ¿Qué, canosa barba? ¿Hundidos ojos? ¿Cuerpo decaído? ¿Debilitadas
extremidades? ¿Y todo en una noche?
Euménides
¿Una noche? Has dormido aquí cuarenta años, por una hechicera aún desconocida. Y mira,
la ramita donde yacía tu cabeza se ha convertido en árbol. ¿No recuerdas a Euménides?
Endimión
Recuerdo tu nombre por el sonido, pero no tu rostro. Solo la divina Cintia, a quien
se deben el tiempo, la fortuna, el destino y la muerte, la veo y recuerdo, y con toda
humildad la considero y reverencio.
Cintia
Tenéis un buen motivo para recordar a Euménides, quien por salvarte renunció a su
consuelo.
Endimión
¿Soy ese Endimión que solía llevar su vida en la corte, en justas y torneos, y armado
para ejercitar su juventud? ¿Soy ese Endimión?
Euménides
Eres ese Endimión y yo Euménides. ¿Aún no me recuerdas?
Endimión
Ah, dulce Euménides, ahora me percato de quien eres, y de que yo soy Endimión. Pero
que este sea mi cuerpo, lo dudo, ¿pues cómo mis rizados cabellos se tornaron grises
y mi firme cuerpo en la más tenue debilidad, habiendo envejecido sin saberlo?
Cintia
Bien, Endimión, levanta. Siéntate un momento, pues tus extremidades aún están agarrotadas
y no pueden mantenerte, y cuéntanos, ¿qué has visto en tus sueños todo este tiempo?
¿Qué sueños, visiones, pensamientos y suertes? Pues es imposible que en tanto tiempo
no hayas visto nada extraño.
Endimión
Bella Cintia, contaré todo lo que he visto, deseando humildemente que si me extiendo
demasiado, me advirtáis de que debo terminar. Pues decir todo lo que tengo que contar
resultaría pesado, aunque la extrañeza puede de alguna manera abatir el tedio.
Cintia
Bien, Endimión, comienza.
Endimión
Creo haber visto una mujer muy bella pero cruel, que en una mano portaba un cuchillo
con el que hizo ademán de cortarme la garganta, y en la otra un espejo, donde, viendo
qué mal sentaba la ira a las damas, se retractó de su deliberado acto de violencia.
Iba acompañada por otras damiselas, una de las cuales, con un semblante severo, y
como si fuera por una acostumbrada malicia grabada en sus ojos, la incitó a que llevara
a cabo su crueldad. Otra con mirada triste y melancolía constante, con sus brazos
cruzados, y sus ojos en lágrimas, parecía lamentar mi suerte, pero no se atrevió a
prevenir el desastre. En mi sueño me sobresalté, sintiendo que se hinchaban mis venas,
mis nervios se estiraban de miedo, y tal frío sudor inundó todo mi cuerpo que la muerte
en sí misma no podía ser más terrible que esta visión.
Cintia
Extraña visión. Giptes para nuestro mejor disfrute deberá explicarla.
Endimión
Después de un largo debate consigo misma, la misericordia sobrepasó al enfado, y apareció
en su rostro celestial tan divina majestuosidad, mezclada con una dulce benevolencia,
que dicha visión me fascinó sin medida, y deseé poder contemplarla sin cesar. Y así
ella partió con las otras damas, de las cuales una aún conservaba esa inmovible crueldad,
la otra una pena constante.
Cintia
Pobre Endimión, ¡cuán asustado estarías! ¿Qué más?
Endimión
Después de ella inmediatamente apareció un hombre entrado en edad con la barba tan
blanca como la nieve, llevando en su mano un libro con tres hojas, y pronunciando,
según recuerdo, estas palabras: ‘Endimión, recibe este libro con tres hojas, en el
que se contienen consejos, estrategias e imágenes’. Y con esto me ofreció el libro,
que rechacé; entonces con una pena llena de desdén, rompió la primera de las hojas
en mil pedazos. La segunda vez que lo ofreció, lo volví a rechazar; ante lo cual,
curvando sus cejas y clavando su mirada al suelo como si estuviera fijada en la tierra
para nunca alzarse, súbitamente mirando a los cielos, rompió con rabia la segunda
hoja y me ofreció el libro solo con una. No sé si fue el miedo a ofender o el deseo
de descubrir algo extraño lo que me movió; tomé el libro, y así el anciano desapareció.
Cintia
¿Qué imaginaste que había en esa última hoja?
Endimión
Ahí – sí, vivamente retratados – con un temblor helado en cada articulación, contemplé
muchos lobos ladrándote a ti, Cintia, quienes preparando sus colmillos para morder,
con el esfuerzo se desangraron hasta la muerte. Allí podía ver la Ingratitud con cien
ojos, buscando beneficios, y con miles de dientes mordisqueando las entrañas donde
fue criada. La Traición se erigió envuelta toda en blanco, con una sonrisa en su semblante
pero ambas manos bañadas en sangre. La Envidia, con pálido y seco rostro, cuyo cuerpo
era tan delgado que uno podría contar todos sus huesos, y cuyas prendas eran tan andrajosas
que era fácil contar cada hebra, permaneció disparando a las estrellas, cuyos dardos
caían de nuevo sobre su cara. Allí podía ver zánganos, o escarabajos, no sé cómo nombrarlos
ellos, arrastrándose bajo las alas de un águila real, en cuyo nido, intentaban sorber
su vena hasta matarla. Reflexioné sobre cómo cosas tan vulgares pudieran intentar
hechos tan bárbaros o se atrevieran a imaginar cosas tan sangrientas. Y muchas otras,
señora, que de repetirlas puede que os entretengan demasiado y os resulten placenteras;
pues las abejas se exceden a veces con la miel, y los dioses se saturan de armonía,
y vuestra Alteza puede extenuarse de gozo.
Cintia
Me alegra estar de abstinencia; entremos, entonces. Euménides, asegúrate de que Endimión
esté bien atendido, no sea que, por comer inmoderadamente o durmiendo demasiado de
nuevo, incurra en un exceso mortal o en su anterior sueño. También proclamaré esto:
aquel que descubra el hechizo tendrá mi agradecimiento y su recompensa no será menor.
Sale[, atendida por su séquito. Flóscula, Euménides y Endimión se quedan].
Flóscula
¡Ah, Endimión, no hay nadie más contenta de tu recuperación que Flóscula!
Euménides
Sí, Flóscula, permíte a Euménides estar más contento, y no hagas mal al comparar la
asentada amistad entre hombres con el débil afecto de una mujer. – ¡Ah, mi querido
Endimión, permíteme morir contemplándote!
Endimión
Euménides, tu amistad es inmortal e imposible de concebir, y tu buena voluntad, Flóscula,
más de lo que merezco. Pero acompañemos a Cintia. Me asombra que Semele no haya dicho
una palabra.
Euménides
Si lo hace perderá su lengua.
Endimión
¿Pero cómo avanza vuestro amor?
Euménides
No dije ni una palabra desde que caíste dormido.
Endimión
No dudo que vuestros sentimientos son mayores y frío vuestro apetito.
Euménides
No, Endimión, tú lo acrecentaste, y ahora la chispa se convirtió en llamas y mis deseos
casi en frenesí. Pero sigamos, y más tarde debatiremos todo esto largo y tendido.
Salen.
Actus Quintus, Scaena Secunda
[Entran] Sir Tofas [y] EPITON.
Tofas
Epi, el amor ha empujado mi libertad a lo más bajo y ha tomado el control de mi razón.
Epiton
Permíteme zancadillear vuestro afecto y arrojar vuestro benévolo deseo por la alcantarilla.
Tofas
No, Epi, el amor es el obispo de los locos y mantiene la fiesta navideña en mi cuerpo.
Epiton
Sin duda tiene buen ánimo. ¿Con qué platos deleitoso Su Señoría os regala?
Tofas
Primero, con un buen plato de potaje de placer, estofado con el cordero de la suspicacia.
Epiton
¡Excelente caldo de amor!
Tofas
Luego vendría una tarta de paciencia, gallina a la miel, ganso con hiel, pollo al
cuidado, y muchas otras viandas, algunas dulces, otras amargas, que prueban que el
amor es como en los viejos tiempos: dulce venenum.
Epiton
Suculento banquete.
Tofas
Pero Epi, te ruego que toques mi barbilla, algo me pincha. ¿Qué sientes o ves?
Epiton
[Examinando su barbilla] Hay tres o cuatro pelos.
Tofas
Te ruego que los llames barba. ¡Cuán atormentado estaré cuando este joven brote crezca
y se convierta en bosque!
Epiton
Oh, señor, vuestra barbilla aún no es más que un polluelo. Os hará más imponente cuando
alcance su plenitud. Pero me asombra que améis a Dipsas, esa vieja arpía.
Tofas
Agnosco veteris vestigia flamma, me encanta el humo de un viejo fuego.
Epiton
Pero si ella es tan fría que ni el fuego puede derretir sus pensamientos.
Tofas
Es una vieja gansa, Epi, que no comerá avena; viejas vacas patearán, viejas ratas
roerán queso, y viejos sacos tendrán demasiados parches. Prefiero un conejo viejo
a uno lactante, y una gallina anciana antes que un polluelo.
Epiton
Argumentum ab antiquitate. [Aparte] Mi señor ama la antigüedad.
Tofas
Dame una reineta marchitada como una vieja esposa.
Tofas
Entonces a contrario sequitur argumentum. Dame una esposa que luzca como una reineta pasada.
Epiton
[Aparte] Nada ha convirtido a mi señor en estúpido excepto un debate plano.
Tofas
¿No sabes que el vino añejo es el mejor?
Tofas
¿Y no sabes que la gente se gusta entre iguales?
Tofas
¿Y no sabes que a Venus le gusta el mejor vino?
Tofas
Mi conclusión es que Venus era una mujer anciana en una vieja copa de vino. Pues,
est Venus in vinis, ignis in igne fuit.
Epiton
O lepidum caput. ¡Oh, descabellado señor! Mereceríais tener a Dipsas, si fuera el doble de vieja,
pues en vuestro amor os ha quitado la lanilla de vuestro ingenio y os habéis quedado
andrajoso. Pero aguardad, ¿quién se acerca?
[Entran SAMIAS y DARES.]
Samias
¡Os saludamos, Sir Tofas! ¿Cómo os encontráis?
Tofas
Imponente en cada articulación, lo que la mayoría de la gente llama firmeza. ¿Dipsas
se inclinará? ¿Cederá? ¿Aceptará?
Dares
Oh, señor, tanto como deseéis, pues su barbilla casi roza sus rodillas.
Epiton
Señor, se inclinará ante vos, os lo aseguro.
Tofas
¿Qué condiciones puso?
Samias
Ella prometió que nunca amaría a alguien que no tuviera menos dientes que ella.
Epiton
Esto va mal, señor, pues entonces no deberíais tener ninguno.
Tofas
Es un pequeño requisito y aceptable considerando la magnitud de su edad. ¿Qué debe
hacer un hombre sabio con su boca llena de huesos como un osario? La fiel tórtola
no tiene ni un diente.
Samias
[Aparte a Epiton] Tu señor está en una vena notable, es capaz de perder todos sus dientes para ser como
una tórtola.
Epiton
[Aparte a Samias] Déjale perder la lengua también, no me importa.
Dares
No, también deberíais deshaceros de vuestras uñas, pues hace mucho tiempo que ella
las perdió.
Tofas
Cederé a ello. ¡Qué vida más tranquila tendremos Dipsas y yo cuando no podamos ni
morder ni arañar! Ya veréis, jóvenes, como la edad trae la paz.
Samias
[Aparte a Epiton y Dares] ¿Qué debemos hacer para que desista de su amor? Pues nunca hablamos con ella.
Dares
[Aparte a Samias] Déjamelo a mí.
[A Sir Tofas] Ella es una bruja notable, y convirtió a su sirvienta Bagoa en un álamo por revelar
sus secretos.
Tofas
La honro por su astucia, así cuando esté cansado de caminar con dos piernas, ¡qué
placer me dará si ella me transforma en un buen asno y me ayuda con cuatro patas!
Dares
Entonces, debo contarle la verdad: su marido Geron ha vuelto a casa, quien la ha tenido
como esposa estos cincuenta años.
Tofas
¿Qué oigo? ¿Tiene un marido? Ve al sacristán y dile que el Deseo ha muerto, y quiero
que cave su tumba. Oh, cielos, ¿un marido? ¿Qué muerte se acomoda a mi suerte?
Samias
No desesperéis, os ayudaremos a buscar a una joven dama.
Tofas
No me gustan las pacientes Griseldas; son tan frágiles que se romperían como cristal;
o tan refinadas que si son tocadas perderían su forma como la cera. Animus maioribus instat; deseo viejas matronas. ¡Qué bella imagen sería abrazar a alguien cuyo cabello es
tan brillante como las perlas, cuyos dientes serán tan puros como el azul que deslucirían
el mismísimo turquesa, cuya nariz echará más rayos que el carbúnculo más fiero, cuyos
ojos estarán rodeados por tal rojez que superará el coral más profundo, y cuyos labios
se compararán con la plata por su palidez! Si podéis ayudarme a encontrar a alguien
así, zanjaré poco a poco mis sentimientos por Dipsas y pasearé mis henchidos pensamientos
hasta que se enfríen.
Epiton
Sabiamente decidido. ¿Qué decís, amigos míos, ayudaréis a mi señor en su causa?
Samias
Con toda mi voluntad.
Dares
Y si no conseguimos que triunfe, quemaré mi gorro. Le serviremos en su causa, y sacaremos
a una vieja esposa de su tumba para que conteste a su llamado.
Tofas
Jóvenes, adieu. Aquél que me traiga noticias poseerá mi herencia.
[Sale.]
Dares
[A Epiton] ¿Qué, es terrateniente tu señor?
Epiton
¿No sabéis que mi señor es liber tenens?
Epiton
Libre propietario. Pero voy a seguirle.
Samias
Y nosotros, a la espera de noticias de Endimión hasta el final.
Salen.
[ESCENA 4]
[Entran] CINTIA, SEMELE, FLÓSCULA, DIPSAS, ENDIMIÓN, EUMÉNIDES [y, GERON, PITÁGORAS,
GIPTES y Sir Tofas. Un árbol permanece al lado del rimero de helechos, como en Acto
IV escena 3 y Acto V escena 1].
Cintia
Dipsas, tus años no son tantos como tus vicios, pero más en número de lo que la naturaleza
se puede permitir o la justicia autorizar. ¿Has practicado por estos casi cincuenta
años la detestada maldad de la brujería? ¿Fuiste tan estúpida como para pretender
conocer la naturaleza de las hierbas, tú, de todas las criaturas la más pecaminosa?
Has amenazado con desviar mi curso y alterar por tus malditos artes el dominio que
me concedieron los dioses eternos. Pero has de saber, tú, Dipsas, y que todos los
hechiceros sepan, que Cintia, siendo consagrada a ser luz en la tierra, también la
protegen los poderes del cielo. Habla si quieres, recolecta tus hierbas, encuentra
las piedras adecuadas a tu arte, pero nada de esto conseguirá horrorizar mi corazón,
en el cual el coraje está tan enraizado, y la constante persuasión por la misericordia
de los dioses está tan bien fundada, que considero tu brujería tan débil como el mundo
considera tu causa miserable. Este noble caballero, Geron, antes tu marido y ahora
tu odio mortal, lo condenaste a vagar en el desierto, casi desesperado. A Endimión,
la flor de mi corte y la esperanza de los tiempos venideros, hechizaste con tus artes
antes de que lo dejaras florecer por naturaleza.
Dipsas
Señora, lo pasado, pasado está. No hay nada tan retorcido que no haya intentado, ni
nada tan deseado como la muerte. Y de todas las cosas que he perpetrado, no hay ninguna
que haya atormentado tanto mis indecisos y desvalijados pensamientos que haberme divorciado
de mi marido en la flor de su juventud por mis artes endiabladas, por las que, si
la muerte es la expiación, no viviré hasta mañana. Si vivir y ser más miserable le
contenta, desearía de todas las criaturas ser la más vieja y fea.
Geron
Dipsas, has distinguido entre Endimión y yo, que siendo ambos jóvenes, a mí me condenaste
a vagar en la melancolía, perdiendo las alegrías de mi juventud, y a él a dormir,
olvidándose de la suya.
Cintia
Aguardad, aquí llega Telus. Ahora lo sabremos todo.
Entran CORSITES [y] TELUS, [escoltados por] PANELION [y ZONTES].
Corsites
[A Telus] Deberías excusarte francamente ante Cintia tan bien como usaste tu ingenio conmigo.
Telus
La verdad será mi respuesta, y por eso no buscaré excusa.
Cintia
¿Es posible, Telus, que en tan poco tiempo hayas ideado tantas maldades? He soportado
tu henchido orgullo, puesto que la belleza lo mitiga, y la cual, cuanto más excede
los límites de ésta, más se aproxima al desdén. De tus artimañas contra Corsites,
me río, pues cuanto más agudo es tu ingenio, tanto más inteligentes son tus artimañas.
Pero esta incomparable y antinatural conspiración con un encantamiento vil contra
tan noble caballero como Endimión la aborrezco como cosa maliciosa y tendrá una venganza
aún más monstruosa. Y, en cuanto vos, Dipsas, os enviaré al desierto entre bestias
salvajes, a intentar si podéis hacer caer a leones, tigres, jabalíes, y osos en un
sueño tan mortal como hicisteis con Endimión, o convertirlos en árboles como hiciste
con Bagoa. Pero dime Telus, ¿cuál es la causa de esta cruel acción, tan impropia de
tu sexo, en el que nada debería existir excepto inocencia, y en disonancia con tu
rostro, en el que nada parecía haber más que dulzura?
Telus
Divina Cintia, por quien recibo mi vida y contenta estoy de ponerle fin, no puedo
excusar mi error sin mentir ni confesarlo sin vergüenza. Si fuera posible que en tan
celestiales pensamientos como los tuyos pudieran caer tan terrenales emociones como
las mías, esperaría entonces, si no el ser perdonada sin castigo extremo, ser escuchada
sin asombro alguno.
Cintia
Continúa, Telus. No puedo imaginar qué pueda matizar tanta crueldad.
Telus
Endimión, ese Endimión, en la flor de su juventud cautivó de tal manera mi corazón
que para obtener mis deseos no podía encontrar medios, ni combatir la razón. ¿Qué
mujer no podría enamorarse de Endimión, joven, inteligente, honrado y virtuoso? Además,
¿de qué metal estaría hecha, si fuera mortal, que no fuera afectado por el picante,
ni infectada con el veneno de ese amor inefable pero siempre sentido, que quiebra
los sesos y nunca hiere la frente, consume el corazón y nunca toca la piel, y crea
heridas tan profundas que se sienten antes de que se perciba la cicatriz? Mi corazón,
tan frágil para resistir tal furia divina, cedió al amor – señora, no sin ruborizarme,
confieso haber cedido al amor.
Cintia
Extraño efecto del amor, crear un odio tan extremo. ¿Cómo decís, Endimión, todo esto
fue por amor?
Endimión
Digo entonces, señora, que los dioses me enviaron el odio de una mujer.
Cintia
Aquello fue terrible, pues, de no haber ocurrido lo contrario, nunca tendrías un momento
de paz. Pero sigue, Telus, escuchemos el final.
Telus
Sintiendo un arder continuo en mis entrañas y un estallido en cada una de mis venas,
no pude sofocar mi fuego interior, pero era necesario que se percibiera por el humo
exterior; y, por el revoloteo de diversas chispas, varios juzgaron mis hirvientes
llamas. Endimión, tan lleno de arte como ingenio, penetrando en mis ojos (en los que
casi podía ver los suyos), mis suspiros (por los que podía escuchar el sonido de su
nombre), apuntando a mi corazón (en el que se aseguró de que yo portara grabada su
persona), y con preguntas sonsacó lo que estaba listo para estallar. Cuando vio la
profundidad de mi afecto, juró que mis sentimientos con respecto a los suyos eran
como los vapores a Etna, los valles a los Alpes, las hormigas a las águilas, y nada
podía compararse con mi belleza excepto su amor y eternidad. Así, colocando un delicado
zapato en un retorcido pie, él me hizo creer (lo que todo nuestro sexo está dispuesto
a saber) que era bella, y maravillarme de (que de hecho es algo milagroso) que todos
en su sexo serían fieles.
Cintia
Endimión, ¿cómo aclararéis esto?
Endimión
Señora, a través de quien me acusa.
Cintia
Bien, Telus, prosigue, pero se breve, no sea que, disfrutando del relato de tu amor,
nos ofendas con la extensión del mismo.
Telus
Acabaré, señora, rápidamente con mi amor y mi historia. Viendo en aumento mis atormentados
pensamientos y viendo que disfrutar de mi amor causaba heridas más profundas que el
empezarlo, no pude encontrar otro camino para aliviar mi pena que seguir a Endimión,
y tenerlo continuamente como objeto de mis miradas, quien me hizo esclava de su amor.
Pero en el momento en el que sospeché su deshonestidad, ya abrasada por las llamas
de mi afecto, encontré (ah, ¡qué dolor! justo ahí me perdí a mi misma), lo encontré
tan melancólico y desesperado, maldiciendo sus estrellas, su estado, la tierra, los
cielos, el mundo, y todo por el amor de...
Cintia
¿De quién? Telus, habla claramente.
Telus
Señora, no osaré hablar por miedo a ofender.
Cintia
Habla, te ordeno. ¿Quién osaría ofenderse si Cintia te lo ordena?
Telus
Por el amor de Cintia.
Cintia
¿Por mi amor, Telus? Sería extraño. ¿Endimión, es eso cierto?
Endimión
Completamente, señora. Telus no ha mentido.
Cintia
¿Qué nos traerá esto al final? Bien, Endimión, escuchémoslo todo.
Telus
Viendo que mis esperanzas se volvieron contratiempos, y su constante fingimiento para
conmigo, y el inamovible deseo hacia Cintia, olvidándome de mí misma y de mi sexo,
caí en un odio antinatural. Pues sabiendo que tus virtudes, Cintia, son inmortales,
no podía imaginar cómo conseguirlo; y encontrando mis propios sentimientos insaciables,
no podía soportar el pensamiento de cualquiera poseyendo lo que perseguía. Aunque
en majestuosidad, belleza, virtud y dignidad siempre me humillé y cedí ante Cintia,
en afecto me estimé igual que las diosas, y otras criaturas según su condición. Pues
las estrellas deben su luz a su tamaño, y nada al sol. Y las pequeñas jarras, cuando
no pueden contener más, tienen tanta plenitud como los grandes cántaros cuando se
desbordan. Entonces, señora, con toda verdad he expresado la infelicidad de mi amor
y la causa de mi odio, cediendo totalmente al juicio divino que nunca erró por carecer
de sabiduría o envidió por excesiva parcialidad.
Cintia
¿Qué decís, caballeros, sobre este asunto? ¿Y tú, Endimión, crees que ha contado Telus
toda la verdad?
Endimión
Señora, completamente, a excepción de que la amé y juré honrarla.
Cintia
¿Hubo tal momento en el que por mi amor juraste morir, y respecto a ello aborreciste
tu vida? Habla, Endimión. No me vengaré con odio.
Endimión
Ese momento existió, señora, y existe, y existirá por siempre, en el que honré a Vuestra
Alteza por encima de todo el mundo; pero ir tan lejos como llamarlo amor, no habría
osado. Nadie ha complacido mis ojos como Cintia, nadie deleitó mis oídos como Cintia,
nadie poseyó mi corazón más que Cintia. He renunciado a cualquier fortuna por seguir
a Cintia, y aquí estoy listo a morir si eso complace a Cintia. Tal diferencia han
impuesto los dioses entre nuestras condiciones que todo debe ser deber, lealtad, y
reverencia; nada, nada a no ser que lo permita Vuestra Alteza, se llamará amor. A
mis inmaculados pensamientos, mi decaído cuerpo, mi infeliz vida, concedámosles por
un principesco favor aquello que no deben pretender desafiar, al tratarse solo de
imposibles; imaginándolos emplearé mi espíritu, y para mí, tan bajo que ninguna criatura
logrará escuchar, lo llamaré amor. Y si alguien me obliga a decir lo que susurré,
entonces lo llamaré honor. Si no me apartaran de esta dulce contemplación, viviré
de todos los hombres el más feliz, gozando más de mis envejecidos pensamientos que
de mis jóvenes acciones.
Cintia
Endimión, este tu honorable respeto hacia mí se bautizará como “amor” en ti, y mi
recompensa por él, “favor”. Persevera, Endimión, en amarme, pues reconozco más fuerte
un corazón sincero que una ciudad amurallada. He trabajado para ganarlo todo, y me
he esforzado para mantener aquello que he conseguido; pero aquellos a quienes mi favor
no puede incitar a seguir constantes, ni mis ofrecimientos a ser fieles, los dioses
los doblegarán o se vengarán por sus traiciones con justicia. Endimión, continúa como
has comenzado y comprobarás que Cintia no brilla en ti en vano.
[La juventud de Endimión es restablecida.]
Endimión
Vuestra Alteza me ha bendecido, y vuestras palabras han restaurado mi juventud. Creo
sentir mis articulaciones fuertes, y a estos decrépitos cabellos mudarse, y todo por
vuestro poder, Cintia, en cuyas manos se produce el equilibrio entre el tiempo y la
fortuna.
Cintia
¿Qué, joven de nuevo? Entonces sería una pena castigar a Telus.
Telus
¡Ah, Endimión! Ahora te reconozco y te pido perdón. Permíteme desear tu bien.
Endimión
Telus, Cintia ordenará lo que desee.
Flóscula
Endimión, me alegro de verte en tu anterior estado.
Endimión
Buena Flóscula, contigo vuelvo a mi anterior afecto.
Euménides
Endimión, consuelo de mi vida, cómo me deleito con incomparable gozo, con la única
excepción de la alegría de mi amada.
Cintia
Endimión, ahora debéis revelar a quien Euménides consagra como santa.
Endimión
A Semele, señora.
Cintia
¿Semele, Euménides? ¿Es Semele? ¿La más avispa de todas las mujeres, cuya lengua resquema
tanto como la picadura de una culebra?
Euménides
Es Semele, Cintia, la posesión de cuyo amor es lo único que prolongará mi vida.
Cintia
No, ya que Endimión se ha recuperado, todos seréis complacidos. Semele, ¿estáis de
acuerdo después de tanto tiempo profesándote su fe, con tal secretismo, y tan inmaculado
amor, en tomar a Euménides? – ¿Qué, no decís nada? ¿Ni una palabra?
Endimión
Su silencio, señora, consiente. Esto es más que cierto.
Cintia
Es verdad, Endimión. Euménides, toma a Semele, Tómala, te digo.
Euménides
Humildes gracias, señora. Ahora es cuando comienza mi vida.
Semele
Difícil elección, señora, casarme si no nada digo o perder mi lengua si pronuncio
palabra. Prefiero escoger mi lengua cortada a mi corazón enojado. No lo tomaré.
Cintia
¿Cotorreando? Ella asentirá de ahora en adelante, con señas. ¡Cortadle la lengua,
no, la cabeza, que a pesar de tener a un pretendiente de honorable abolengo, honestos
modales, y verdadero amor, no sea convencida!
Semele
No es un amante fiel, señora, pues si lo fuera hubiera solicitado a su dama.
Geron
Si no hubiera sido fiel, nunca hubiera visto nada en la fuente, y entonces hubiera
perdido tanto a su amigo como a su dama.
Euménides
Tus propios pensamientos, dulce Semele, atestiguan en contra de tus palabras, pues
¿qué has encontrado en mi vida más que amor? ¿Y qué he encontrado en mi amor más que
amargura? Señora, perdonad a Semele, y que mi lengua sustituya a la suya.
Cintia
¿Tu lengua, Euménides? ¿Cómo vivirás, sin lengua con la que alabar la belleza de Semele?
– Bien, Semele, no te ordenaré amar, pues el amor no puede ser forzado. Permíteme
rogar por él.
Semele
Estoy satisfecha con vuestras órdenes, Alteza, pues ahora considero a Euménides fiel,
que está dispuesto a perder su lengua por mi bien; aunque reacia, porque debería concederme
un mejor favor. Señora, acepto a Euménides.
Cintia
Os lo agradezco, Semele.
Euménides
¡Ah, feliz Euménides, que tienes un amigo tan fiel y una amada tan bella! ¿Con qué
trampa los dioses arruinarán este gozo? Dulce Semele, vivo o muero a tu discreción.
Cintia
¿Qué ocurrirá con Telus? Telus, sabéis que Endimión se entregó a un empeño del que
ni la muerte podrá separar. Corsites aún te lanza amorosas miradas. ¿Qué decís, aceptaréis
a Corsites y con ello recibiréis el perdón por todo lo pasado?
Telus
Señora, estoy dispuesta.
Cintia
Pero no puedo asegurarte que Corsites esté de acuerdo.
Corsites
Sí, señora, más dichoso seré con tener a Telus que con el gobierno del mundo.
Euménides
Pero fue la culpable del ataque de las hadas.
Corsites
Sí, pero su belleza ha atacado mi corazón más profundamente.
Cintia
Bueno, disfruta de tu amor. Pero, ¿qué habéis bordado en el castillo Telus?
Telus
Solo el retrato de Endimión.
Cintia
Confórmate entonces con poseer de Endimión lo que emana de su retrato.
Corsites
Ah, mi dulce Telus, mi amor será como tu belleza, sin igual.
Cintia
Ahora solo queda, Dipsas, que si renuncias a ese vil arte del encantamiento, Geron
ha prometido aceptarte de nuevo; de otro modo, si permaneces atada a esa maldad, debo
y te castigaré como a nadie.
Dipsas
Señora, renuncio a ambas, realidad y sombras, de la más horrible y odiosa profesión,
prometiendo a los dioses continua penitencia y a Vuestra Alteza obediencia.
Cintia
¿Qué decís, Geron, la aceptaréis como esposa?
Geron
Sí, con más alegría que la primera vez, pues nada podría hacerme más feliz que la
renuncia a su oficio malicioso y deleznable. Dipsas, te acepto.
Dipsas
Y yo a ti, Geron, a quien más adelante relataré la causa de estas mis primeras locuras.
[Se abrazan].
Cintia
Bueno, Endimión, nada queda ahora más que nuestra partida. Tú tienes mi favor, Telus
su amado, Euménides se encuentra en el paraíso con Semele, Geron contentado con Dipsas.
Tofas
No, aguarda. No podré acostarme contento sin Bagoa.
Cintia
Bien, Sir Tofas, será que poseo más virtudes de las que conozco, pues desperté a Endimión,
y con mis palabras devolví su juventud. Intentaré devolver a ese árbol a la forma
de tu verdadero amor.
Tofas
Conviértase en verdadero o falso amor, con tal que sea una moza, no me importa.
Cintia
Bagoa, Cintia pone fin a tu funesta suerte, pues habiendo sido transformada en árbol
por revelar la verdad, te devolveré tu verdadera forma si mi poder tiene el efecto
de la verdad.
[Bagoa recupera su forma humana.]
Tofas
¿Bagoa? ¡Plagas caigan sobre ti!
Cintia
Acercaos mis caballeros, entremos. Vosotros, Giptes y Pitágoras, si no podéis contentaros
en nuestra corte con abandonar las vanas locuras de los filósofos en pos de las virtudes
aquí cultivadas, seréis tratados en función de vuestros méritos, pues Cintia no rechaza
a los extraños.
Pitágoras
Prefiero permanecer diez años en la corte de Cintia a una hora en Grecia.
Giptes
Y yo elijo vivir bajo la mirada de Cintia antes que poseer todo Egipto.
Cintia
Entonces seguidnos.
Euménides
Acudiremos todos.
Salen.