John Lyly, Endymion

Endimión, o El hombre de la luna





Texto utilizado para esta edición digital:
Lyly, John. Endimión, o El hombre de la luna. Traducido por Rosa Díaz Cañabate, para la colección EMOTHE. Valencia: ARTELOPE Universitat de València, 2018.
Adaptación digital para EMOTHE:
  • Teruel Pozas, Miguel

Nota a la edición digital

Esta edición digital ha recibido el apoyo del proyecto GVAICO2016-094, financiado por Generalitat Valenciana (2016-2017).

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Noticia de representación

ENDIMIÓN, EL HOMBRE DE LA LUNA

Representada ante su Majestad la Reina en Greenwich, la noche de la Candelaria por la compañía de los Niños de la Catedral de Pablo.


Del impresor al lector

Desde que las funciones de la compañía de la Catedral de Pablo se suspendieron, llegó a mis manos cierta cantidad de comedias representadas ante su Majestad por la compañía de la Catedral de Pablo. Ésta es la primera, y, si en algún momento llega a desagradar, me esforzaré más para perfeccionar la próxima. Le remito a su imparcial juicio, al que complacería alegremente. Y si fuera de su agrado, entonces procederé a la publicación de las demás comedias. Mientras tanto, tenga la presente a bien para mi mayor motivación. Adiós.


Personajes por orden de aparición

Endimión, un joven
Euménides, su amigo
Telus, dama de compañía en la corte de Cintia
Flóscula, su sirviente
Dares, paje de Endimión
Samias, paje de Euménides
Sir Tofas, un fanfarrón
Epiton, su paje
Dipsas, una anciana hechicera
Scintila, sirviente de la corte
Fávila, sirviente de la corte
Bagoa, una hechicera, asistente de Dipsas
Tres mujeres damas y un hombre anciano, en una pantomima
Cintia, la reina
Semele, dama de compañía en la corte de Cintia
Corsites, un capitán
Panelion, caballero en la corte de Cintia
Zontes, caballero en la corte de Cintia
Geron, un sabio anciano, separado de Dipsas
Un alguacil
Dos guardias
Cuatro hadas
Pitágoras, filósofo griego en la corte de Cintia
Giptes, adivino egipcio en la corte de Cintia
Prólogo
Epílogo

Otro tipo


Prólogo

A la más digna y dichosa princesa: debemos relataros el cuento del Hombre de la Luna, que, si parece ridícula en su estilo o superflua en su tema, o increíble por sus medios, podemos justificar estas tres faltas con una sola excusa: es un cuento sobre El Hombre de la Luna. Antaño estaba prohibido discutir sobre quimeras, ya que eran ficción. Esperamos que en nuestros tiempos nadie les confiera verosimilitud puesto que son entelequias; pues no existe nadie sobre la tierra que sepa cómo interpretar al Hombre de la Luna. No presentamos una comedia, ni una tragedia, ni un hecho verídico, pero quienquiera que la escuche puede pensar esto: se trata de un cuento sobre El Hombre de la Luna.


ACTO I

Actus Primus, Scaena Prima

[Entran] ENDIMIÓN [y] EUMÉNIDES

Endimión
Hallo, Euménides, en todas las cosas tanto variedad que me contente como saciedad que me sature, con la única salvedad de mi afecto, pues es tan inamovible y de tal altura, que no logro satisfacer mi corazón con el amor, ni mis ojos con el asombro. Mis pensamientos, Euménides, se encuentran atados a las estrellas, las cuales, estando tan altas como puedo atisbar, ya te puedes imaginar cuán más lejanas están de mi posible alcance.

Euménides
Si enamorado estás de algo superior a la luna, tus pensamientos son ridículos, pues las cosas inmortales no están sujetas a ningún afecto; si seducido o encantado por las efímeras cosas bajo la luna, te muestras insensato al atribuir tan alta licencia a semejante minucia.

Endimión
Mi amor no se encuentra ni bajo la luna ni por encima de ella.

Euménides
Espero que no te encapriches como el hombre de la luna.

Endimión
No, pero estoy decidido a morir o poseer la luna misma.

Euménides
¿Ha perdido Endimión el juicio, o me equivoco? ¿Amas la luna, Endimión?

Endimión
Euménides, la luna.

Euménides
Nunca ha existido alguien tan estúpido como para imaginar a la luna capaz de mostrar su afecto o tomar forma de mujer, pues imposible es que el amor se ajuste a su temperamento, que nadie conoce, como si fuera un abrigo para su figura, que no se mantendría en un único tamaño mientras se lo prueba. Cesa pues, Endimión, de alimentar tanto tus sueños. Esta melancolía debe purgarse o te llevará a un encaprichamiento no menos miserable que monstruoso.

Endimión
No tienen venas mis pensamientos, y, a menos que los purguen con una sangría, pereceré.

Euménides
Pero albergan ínfulas, que si enmiendas, te recuperarás.

Endimión
Oh, bella Cintia, ¿por qué te tratan como inconstante cuando yo te encuentro inflexible? ¡Tiempos de injurias, costrumbres corruptas, hombres cruentos, quienes, encontrando una constancia sin parangón en mi dulce señora, la bautizaron de nueva, creciente y menguante! ¿Es ella inconstante quien mantiene el curso establecido, quien desde el momento de su creación no se alteró ni un minuto en sus movimientos? No hay nada más admirable o encomiable en el mar que el ciclo de la marea; ¿y debe la luna, de quien el mar toma esta virtud, estimarse caprichosa por crecer y menguar? Las flores en sus capullos no son valiosas hasta que no son polinizadas, ni su florecer admirado hasta que no maduren sus frutos; y, ¿debemos entonces afirmar que son cambiantes porque pasan de semillas a hojas, de hojas a brotes, y de brotes a su perfección? ¿Entonces por qué no llamamos titubeantes a las ramitas que se convierten en árboles, a los niños que llegan a hombres, y a las mañanas que se convierten en tardes, ya que no permanecen en el mismo estado? Ah, pero Cintia, estando en su plenitud, decae, como si no hubiera deleite en su belleza, o se marchitara cuando debiera ser más respetada. Cuando la malicia nada puede refutar, lo hará la estupidez, haciendo de ésta un vicio que pasa a ser la mayor virtud. ¿Quién sino Cintia, en el esplendor de su belleza y en el último minuto de su tiempo, es capaz de rejuvenecer de nuevo? Dime, pues, Euménides, ¿quién es el que, poseyendo una dama de edad madura y virtudes infinitas, grandes honores e innombrable belleza, no desearía su ternura, rejuveneciendo con el paso de los años y una belleza que jamás decayera, cuyo bello rostro no puede abrasar el arder del verano, ni agrietar el helar del invierno, ni el pasar de los años altera su color? Así es mi dulce Cintia, a quien el transcurso del tiempo no afecta porque es divina, ni ofende por su delicadeza. Oh Cintia, si continuaras siempre en toda tu plenitud, tanto dioses como hombres conspirarían para raptarte. Pero tú, para calmar la soberbia de nuestros afectos, restas valor a tus perfecciones, considerando suficiente si una vez al mes disfrutamos de un destello de tu majestuosidad, y entonces, para aumentar nuestro pesar, menguas tu luz, despojándote de tus ropajes reales con que nos deslumbras la vista hasta quedarte en paños que seducen nuestras miradas. Y, entonces –

Euménides
Aguarda, Endimión. Tú que la idolatras, blasfemarás si te lo permitimos. Dormir te hará más bien que hablar. Pues la luna no te escucha, y, si lo hace, te ignora.

Endimión
¡Oh, vano Euménides, cuyos pensamientos nunca ven más allá de tu coronilla! ¿Por qué me molestas, si no tienes ni raciocinio para concebir la causa de mi amor ni corazón para recibir sus efectos? Sigue, tú, tu suerte que se arrastra por la tierra, y permíteme seguir la mía, cuyo final, aunque desesperado, llegará por osado. Adiós.

[Sale.]

Euménides
Sin duda Endimión está embrujado, un hombre de tan inusuales virtudes no podría albergar tanta locura. Seguiré su camino, no sea que en su delirio con la luna se prive de volver a ver el sol.

Sale.

Actus Primus, Scaena Secunda

[Entran] TELUS [y] FLÓSCULA.

Telus
Desleal y embustero Endimión, ¿es Cintia la dulzura de tu vida y la amargura de mi muerte? ¿Qué venganza puedo idear tan llena de remordimiento como mis pensamientos llenos de malicia? Dime, Flóscula, si la falsedad en el amor puede castigarse con odio extremo. Mientras haya espada, fuego o veneno, nadie que traicione mi amor quedará libre de venganza. ¿Son tus juramentos innumerables, tus besos sin medida, tus suspiros interminables, forjados para engañar a esta crédula virgen, cuya simplicidad podría haber merecido tu favor y mejor fortuna? Si los dioses tratan con desigualdad las injurias, o se ríen ante el engaño de los enamorados, entonces permitamos que tal vileza le sea tan perdonada a las mujeres como soslayado el perjurio en los hombres.

Flóscula
Señora, si comparáis vuestra condición con la de Cintia, y la altura de los pensamientos de Endimión con la bajeza de vuestra fortuna, preferiríais ceder a competir, siendo imposible compararse con ella, y asombrarse en lugar de enfurecerse por la grandeza del intelecto de Endimión, siendo afectado por algo más que mortal.

Telus
¿No hay comparación, Flóscula? ¿A qué se debe? ¿Acaso no es mi belleza divina, cuyo cuerpo adornan bellas flores, cuyas venas son enredaderas, ofreciendo dulce licor a los espíritus más apagados, cuyas orejas son el maíz para traerles fuerzas, y cuyos cabellos son la hierba que trae la abundancia? ¿No deberían pues el incienso y la mirra emanarme de la nariz, y todos los sacrificios a los dioses engendrarse en mi vientre? Infinitas son mis criaturas, sin las cuales, ni tú, ni Endimión, ni nadie podrían amar o vivir.

Flóscula
¿Pero acaso no sabe, mi querida señora, que Cintia gobierna sobre todas las cosas? Vuestras uvas no serían más que cáscaras secas, vuestro maíz nada más que paja, y todas vuestras virtudes banales, si Cintia no preservara aquellas en el brote y el otro en la brizna, y por su influencia consolara todas las cosas y por su autoridad rigiera todas las criaturas. Deja, entonces, que Endimión persiga su afecto, aunque alcanzarla le sea imposible, y permitámosle regodearse en sus ensueños, pues no son inmortales.

Telus
Me resisto, Endimión, a que mueras, porque te amo bien, y el mantenerte en vida me apena, porque amas a Cintia en desmasía. En este caso extremo, ¿qué debiera yo hacer? Flóscula, no más palabrería. Estoy decidida: no debe morir pero tampoco vivir.

Flóscula
Maniobra algo extraña, si es posible.

Telus
Sí, lo envolveré en tal dulce red que no encontrará la manera de escapar, ni será su deseo. Lanzaré todo tipo de tentaciones ante sus ojos, en tal medida que menguará ese amor que ha jurado por Cintia, y arderá en el mío, del que parece indiferente. En este agotamiento ocasionado entre mis artimañas y su laxos deseos, deben arraigarse en su cabeza de tal manera tales pensamientos disolutos, y crecer sobre su corazón una piel tan gruesa, que ni la esperanza de ascenso, ni el miedo por el castigo, ni el consuelo del más sabio, ni la compañía del más noble alterará su temperamento ni le hará pensar en su honor.

Flóscula
Una venganza increíble, y, si me lo permite, contra natura.

Telus
Conocerá la malicia de una mujer sin punto medio ni fin, de una mujer engañada en el amor sin reglas ni razón. Puedo hacerlo, debo, lo haré. Todas sus virtudes ensombreceré con vicios; su persona - ¡oh, grata persona! – se cubrirá con tan elegantes ropajes que olvidará hasta su propia identidad, su agudo ingenio - ¡oh, demasiado agudo, que ha extinguido todas mis alegrías – lo usará para elogiar mi rostro y componer sonetos en mi nombre. Toda su juventud y orgullo se agotarán en pasiones melancólicas, en conductas descuidadas, en pensamientos desenfrenados y en afectos arrebatados.

Flóscula
Cuando haya terminado, ¿entonces qué? ¿Continuará así hasta su muerte, o delirará para siempre en este placer?

Telus
¡Ay, Flóscula, me desgarras el corazón, al poner en mi conocimiento tal final!

Flóscula
Pues, si este no llega a ser el final, todo habrá sido en vano.

Telus
Me permitiré imitar a Juno, quien convertía a todos los amantes de Júpiter en bestias, aun sabiendo que más tarde se volverían estrellas en el cielo.

Flóscula
El amor gestado con encantamientos es como una flor bordada en seda: parecida en la forma y el color, pero nada en la esencia y aroma.

Telus
Me bastará si el mundo comenta que Endimión me prefiere.

Flóscula
Bien, haced lo que deseáis, pero descubriréis que el amor obtenido a base de brujería es tan amargo como un pez envenenado.

Telus
Flóscula, aquellos que son tan pobres como para poseer red o anzuelo alguno preferirán el veneno que languidecer de hambre; y aquella tan angustiada por el amor que no consigue obtener su amante ni por belleza ni encanto intentará obtenerlo por medios indecentes antes que sufrir dolor alguno. Lo haré.

[Sale.]

Flóscula
A ello, pues. — Pobre Endimión, ¡qué trampas te tienen preparadas porque honras a quien todo el mundo admira! ¡Y qué conspiraciones se han levantado para causarte infortunio, a ti, que te esfuerzas por ser entre los hombres el más fiel!

[Sale.]

Actus Primus, Scaena Tertia

[Entran] DARES [y] SAMIAS.

Dares
Ahora nuestros señores están enamorados hasta el tuétano, ¿qué debemos hacer si no bribonadas aún más elevadas?

Samias
¡Oh! Aquí tenemos a Sir Tofas, valiente caballero, entre tanto júbilo – y ecce autem, hablando del rey de Roma ...

Entra Sir TOFAS [ridículamente armado y equipado, y] EPITON.

Tofas
¡Epi!

Epiton
Aquí, señor.

Tofas
Tolerar no puedo esta ociosa pantomima de amor. No crea mariposas en mi estómago, donde los expertos antiguamente suponían que procedía el amor.

Epiton
El amor, señor, puede que resida en vuestros pulmones, y pienso que así es, y esa es la causa por la que jadeáis y sois tan corto de resuello.

Tofas
Bah, muchacho, supongo que es alguna de las artimañas de esos poetas para sacar dinero.

Epiton
¿Poeta? ¿Qué es eso?

Tofas
¿Acaso no sabes qué es un poeta?

Epiton
No.

Tofas
¡Ja! Un poeta, necio, es como debería decir, un poeta. [Percatándose de Dares y Samias] Pero aguarda, aquí llegan dos pequeños pajarillos. ¿Les disparo?

Epiton
Se trata de dos jóvenes.

Tofas
Pequeños o grandes, los mataré.

Epiton
¿Grandes? ¿Estáis acaso ciego? Son dos muchachos.

Tofas
Pájaros o niños, ambos no son más que una nimiedad en mi desayuno. Por lo tanto, voy a por ellos, pues sus sesos deben, por lo que son, adornar mis flechas.

[Apunta a Samias y Dares.]

Samias
[A Sir Tofas] Aguardad, valiente, audaz caballero, vuestra sensatez se ha agotado de tal forma que languidece.

Dares
¿Cómo, Sir Tofas, habéis olvidado a vuestros viejos amigos?

Tofas
¿Amigos? Nego argumentum.

Samias
¿Y por qué no amigos?

Tofas
Porque amiccitia, como se encuentra en los viejos almanaques, se da inter pares. Ahora, mis fieles compañeros, veréis cuán diferentes sois de mí. Pero no os repudiaré por completo, os consideraré medio amigos, así, pues llegándome a la mitad, del suelo a la cintura, seré pues vuestro amigo.

Dares
Sabio enunciado. ¿Pero qué le pasará al resto de vuestro cuerpo, de cintura a cabeza?

Tofas
Mis pequeños, quod supra vos nihil ad vos, debéis pensar del resto como inmortal pues no podéis alcanzarlo.

Epiton
[A Samias y Dares] No, os digo que mi señor es más que un hombre.

Dares
[A Epiton] Y tú menos que un ratón.

Tofas
Pero, ¿quiénes sois vosotros dos?

Samias
Soy Samias, paje de Euménides.

Dares
Y yo Dares, paje de Endimión.

Tofas
¿Cuál es el oficio de vuestros señores?

Dares
¿Oficio? ¿Acaso sois estúpido? A qué sino a ser honrados y guerreros.

Tofas
Entonces son mis aprendices.

Dares
¿Tuyos? ¿Y eso por qué?

Tofas
Yo fui el primero en inventar la guerra, y por eso, el mismo Marte me concedió una armadura completa, así me veis vestido con toda clase de artillería. No es seda, ni pañuelos, ni la más fina de las lanas de Seres, sino hierro, acero, espadas, llamas, tiros, terror, clamor, sangre y ruina que adormecen mis pensamientos, que no han tenido nunca otro arrullo que la crueldad. Dejadme ver, ¿no sangráis?

Dares
¿Por qué?

Tofas
Normalmente mis palabras hieren.

Samias
¿Qué hacen entonces vuestros golpes?

Tofas
No solo hieren, sino que también aturden.

Samias
[A Epiton] ¿Cómo te atreves a estar tan cerca de tu señor, Epi? – Sir Tofas, perdónenos.

Tofas
Viviréis. Vos, Samias, porque sois pequeño; vos Dares, porque no sois más grande, y ambos, porque no sois más que dos, pues normalmente mato por docenas y tengo para cada adversario un arma singular.

[Expone sus armas.]

Samias
¿Podemos conocer su uso, para mejorar nuestra destreza en la guerra?

Tofas
Ahora veréis. Aquí está la saetilla, para la horripilante bestia, el mirlo.

Dares
¡Cuán cruel espectáculo!

Tofas
Aquí está el mosquete para el indómito, o, como el vulgar lo llama, el pato salvaje.

[Él hace la demostración, sin prestar atención a la charla de Samias y Dares.]

Samias
¡Desesperado intento!

Epiton
No, mi señor los igualará.

Dares
Sí, si los captura.

Tofas
Y aquí está la lanza y el escudo, los dos necesarios, una para conquistar y el otro para contener y superar todas las truchas, que aunque se encuentren bajo el agua, atando una cuerda en lo alto de mi lanza y una herramienta de hierro al final de la misma, la lanzaré sobre él y entonces, aquí dentro los pondré.

[Demuestra su engranaje y se pavonea, sin parar en la charla].

Samias
¡Oh, maravillosa guerra! Dares, ¿alguna vez escuchaste tal bobalicón?

Dares
Aún mejor. Nos entretendremos de aquí en adelante si conseguimos tiempo libre.

Samias
¿Tiempo libre? Prefiero perder el favor de mi señor que su compañía. Mira cómo se pavonea. [A Sir Tofas] ¿Pero qué es esto? ¿Lo llamáis espada?

Tofas
No, esta es mi cimitarra, que, por su estructura, a menudo estudiada para ser acortada, llamo destructora.

Dares
¿Qué sois estudioso, señor?

Tofas
¿Estudioso? Soy todo Marte y arte.

Samias
No, sois todo masa y farsa.

Tofas
¿Os burláis de mí? Ambos sufriréis aunque elegiréis las armas con las que pereceréis. ¿Soy todo masa o bulto? ¿No hay acaso proporción en mí? ¿Soy todo farsa? ¿No hay ingenio en mí? – Epi, prepáralos para la matanza.

Samias
Le ruego, señor, que nos escuche. Le llamamos "masa", que su sabiduría bien entenderá que es “hombría”, pues mas, maris es "hombre". Luego "farsa", como sabéis, es una gran destreza, y nosotros por sus virtudes lo tenemos a vos por bien diestro.

Tofas
El latín ha salvado vuestras vidas, a las que ni un mundo de plata podía haber rescatado. Os entiendo y os perdono.

Dares
Bueno, Sir Tofas, nos despedimos, y en nuestro siguiente encuentro estaremos prestos para serviros.

Tofas
Samias, os doy las gracias. Dares, os lo agradezco. Pero especialmente os lo agradezco a ambos.

Samias
[Aparte dirigiéndose a Dares] ¡Cuánta sabiduría! Vamos, la próxima vez tendremos unas cuantas bellas damas caminando con nosotros, porque sin duda con ellas será muy refinado.

Dares
[A Samias] Ea, veamos que hacen nuestros señores. Ya va siendo hora.

Salen [DARES y SAMIAS].

Tofas
Ahora marcharé a los campos, donde, si no me encuentro con mis despiadados enemigos, me retiraré al río a fortalecerme con pescado, pues no hay ni un minuto sin combate.

Salen [Sir Tofas y EPITON].

Actus Primus, Scaena Quarta

[Entran] TELUS [y] FLÓSCULA [por una puerta, y] DIPSAS [por otra].

Telus
Observa, Flóscula, nos hemos encontrado por casualidad con la mujer que buscábamos con empeño. Me dirigiré a ella sin ceremonias ni estratagemas, para que no perdamos el tiempo en consejos sino en acciones.

Flóscula
Sed discreta. En este caso no daré ni consuelo ni consentimiento, pues no puede haber nada más monstruoso que imponer el amor con brujería, ni siquiera puedo imaginar algo más imposible.

Telus
¡Bah! Flóscula, en la búsqueda del amor, ¿qué no intentaría? Y para ganarme a Endimión, ¿qué irreverencias no perpetraría? – Dipsas, a quien muchos honran por su edad y se maravillan por su astucia, escucha en pocas palabras mi relato y contesta en una sola palabra a propósito, pues ni mi ardiente deseo puede permitirse largos discursos ni mi afán me permite retrasos. ¿No es posible con hierbas, piedras preciosas, hechizos, encantamientos, conjuros, exorcismos, fuego, metal, alineación de planetas, o cualquier treta, sembrar afecto donde no hay y suplantar el que ya hay?

Dipsas
Mi buena señora, podéis imaginar que mis canosos cabellos no carecen de experiencia, ni el gran nombre que deriva de mi astucia no tiene fundamento. Puedo oscurecer el sol con mis habilidades y sacar a la luna de su curso; puedo restaurar la juventud a la vejez, crear colinas sin fondo. No hay nada que no pueda hacer excepto aquello que queréis que haga, y en ello difiero de los dioses, pues no soy capaz de gobernar los corazones; pues, aunque tuviera el poder de sembrar afecto por encargo, crearía tan demoníacos deseos, tan exorbitantes lujurias, tan maldecidos deseos, que todo el mundo se llenaría de pasiones supersticiosas y amor extremo.

Telus
Infausta Telus, cuyos deseos son tan desesperados que no pueden ser concebidos por ninguna criatura ni curados por ningún arte.

Dipsas
Esto puedo hacer: traer letargo en el amor, pero nunca arrancarlo. ¿Quién es él a quien amáis, y quién ella a quien este honra?

Telus
Endimión, dulce Endimión, es quien posee mi corazón; y Cintia, tan bella Cintia, el milagro de la naturaleza, del tiempo, de la fortuna, es la dama en la que se deleita, la que siente predilección y por la que muere diez mil veces cada día.

Dipsas
¿Querríais disminuir su amor por ausencia o por enfermedad? ¿Os gustaría que Cintia desconfiara de él o cele de él sin remedio?

Telus
Es lo único que ansío, que, al ver que mi amor por Endimión no puede ser aceptado, su confianza hacia Cintia, aunque innombrable, caiga bajo sospecha.

Dipsas
Emprenderé esto y me adelantaré a él, que su amor sea puesto en duda y por ello desespere. Pero eso se desarrollará con el tiempo que acaba con todo excepto la verdad.

Telus
Vayámonos.

Dipsas
Os sigo.

Salen.

ACTO II

Actus Secundus, Scaena Prima

[Entra] ENDIMIÓN.

Endimión
¡Oh, bella Cintia! ¡Oh, desafortunado Endimión! ¿Por qué no fue tu nacimiento tan elevado como tus pensamientos, o su belleza menos que celestial? ¿O por qué no son tus honores tan excepcionales como su belleza? ¿O tus fortunas tan grandes como tus méritos? Dulce Cintia, ¿cómo serías complacida, cómo poseída? ¿Alcanzarán tu amor mis esfuerzos, pacientes ante toda extrema adversidad? No hay montaña tan escarpada que no pueda escalar, ni monstruo al que no amanse, ni acción tan desesperada que no intente. ¿Deseas las pasiones del amor, los ánimos tristes y melancólicos de los espíritus perplejos, los inefables tormentos de doloridos pensamientos? Contempla mis tristes lágrimas, mis profundos suspiros, mis macilentos ojos, mis sueños discontinuos y mi pesado semblante. ¿Quieres que me prometa solo ante tu belleza y consuma cada minuto a tu servicio? Recuerda mi vida solitaria, casi estos siete años. ¿Qué he albergado aparte de mis propios pensamientos y tus virtudes? ¿Qué compañía he tenido más allá de la contemplación? ¿De quién no me he maravillado si no de ti? Es más, ¿a quién no desprecié por ti? ¿Acaso no me he humillado ante aquellos que debería haber pisado, solo porque tú brillas sobre ellos? ¿No han sido dulces para mí mis heridas porque tú me las concediste para que las llevara? ¿No he gastado mis mejores años en esperanzas, envejeciendo mientras deseaba, deseando nada más que tu amor? A Telus, hermosa Telus, engañé, usándola como tapadera para mi afecto, mientras otros, viendo mi retorcido y desordenado espíritu, pensarían que es por quien me ama, no por Cintia, cuya perfección no admite rival ni comparación. En mitad de estos mis pensamientos perturbados, no estás celosa de mi lealtad, pero sí descuidada, suspicaz y segura, que el extraño ánimo torna a mi espíritu tan desesperado como dudosas son tus ideas. No soy ninguno de esos lobos que aúllan cuando brillas con mayor fulgor, pero sí ese pez – tu pez, Cintia, en las aguas de Araris – que cuando creces es tan blanco como la nieve y cuando menguas tan negro como la oscuridad más extrema. Soy ese Endimión, dulce Cintia, el que ha llevado sus pensamientos al mismo nivel que sus acciones, siendo siempre tan libre de concebir maldad como de cometerla, ese Endimión cuyos ojos no amaban nada más bello que tu rostro, y cuya lengua no nombraban nada más espléndido que tus virtudes, y cuyo corazón no ideaba nada más milagroso que tu dominio; sí, ese Endimión que, divorciándose de la afabilidad del resto de las mujeres, del esplendor de las cortes, de la compañía de todos los hombres, ha elegido vivir su vida en solitario alimentándose solo de tu favor, encontrando en el mundo nada excelente (excepto tú), nada más inmortal. Por tanto puedes ver cada vena, nervio, músculo y arteria de mi amor, en el que no hay lisonjas ni engaños, error ni artificio. Pero aguarda, aquí se acerca Telus. Debo mostrar mi otra cara como Jano, para que no sea tan suspicaz como Juno.

Entra TELUS [con FLÓSCULA y DIPSAS].

Telus
Allí vislumbro a Endimión. Le haré creer que no sospecho nada, lo engatusaré, y viendo que no puedo conseguir la profundidad de su amor, puede que averigüe la altura de su disimulo. Flóscula y Dipsas, escondeos, pero al alcance de nuestras voces. [Flóscula y Dipsas se retiran.] ¿Y bien, Endimión, siempre solitario? ¿Sin más compañía que tus pensamientos? ¿Sin amigos más que tus melancólicas fantasías?

Endimión
Ya sabéis, bella Telus, que el dulce recuerdo de vuestro amor es el único compañero en mi vida, y vuestra presencia mi paraíso, así que no estoy solo cuando no hay nadie conmigo y me encuentro en el mismísimo cielo cuando vos estáis a mi lado.

Telus
¿Entonces me amáis, Endimión?

Endimión
De no ser así, no vivo, Telus.

Telus
¿No sería posible, Endimión, que me engañaras?

Endimión
No, Telus, a menos que me hagas mujer.

Telus
Vaya, ¿es el engaño tan consustancial a su sexo como el calor al fuego, la pesadez a la tierra, la humedad al agua, la ligereza al aire?

Endimión
No, pero se encuentra en su sexo tan fácil como las manchas en las palomas, lunares en los rostros, gusanos en las manzanas dulces, telarañas en las hermosas ventanas.

Telus
¿Disimulan todas ellas?

Endimión
Todas menos una.

Telus
¿De quién se trata?

Endimión
No osaré decirlo. Porque si dijera que sois vos, creerías que mi adulación es extrema, si otra, que mi amor no es más que indiferente.

Telus
Ten por seguro que no sacaré ventaja de tus palabras. En realidad, Endimión, sin más ambages, ¿no es acaso Cintia?

Endimión
Sabéis, Telus, que sobre los dioses nos es prohibido debatir, porque sus divinidades no acompasan nuestra razón; y sobre Cintia no se nos permite hablar sino admirarla, porque a sus virtudes no alcanzan nuestras capacidades.

Telus
Bah, no es más que una mujer.

Endimión
No más que Venus.

Telus
No es más que una virgen.

Endimión
No más que Vesta.

Telus
Tendrá su propio fin.

Endimión
También lo tendrá el mundo.

Telus
¿No está su belleza sujeta al tiempo?

Endimión
No más que el tiempo lo está a su eternidad.

Telus
¿La harás inmortal?

Endimión
No, pero incomparable.

Telus
Presta atención, Endimión, no sea que, como el luchador de Olimpia que, esforzándose por levantar un peso imposible, se hirió sin remedio, al fijar tus deseos por encima de los que alcanzas, caigas en una enfermedad de la que no podrás recuperarte. Pues veo ahora que estás enamorado de Cintia.

Endimión
No, Telus. Sabes que el majestuoso cedro, cuya cima alcanza las nubes, nunca inclina su cúspide hacia las hierbas que crecen en el valle; ni la hiedra que repta por el olmo puede hacerse con los rayos del sol. A Cintia honro con toda humildad, a quien nadie debería aventurarse a amar, cuyas afectos son inmortales y virtudes infinitas. Permíteme, entonces, contemplar a la luna, por quién, si no fuera por ti misma, moriría de asombro.

Salen.

Actus Secundus, Scaena Secunda

[Entran] DARES, SAMIAS, SCINTILA, [y] FAVILLA.

Dares
Ven, Samias, ¿alguna vez has escuchado tales suspiros, uno por Cintia, el otro por Semele, y ambos por el reflejo de la luna en el agua?

Samias
Dejémosles suspirar, y cantemos. – ¿Qué pensáis, queridas damas, no están nuestros señores perdidamente enamorados?

Scintila
Sus lenguas están quizás profundamente ligadas a palabras de amor y a dulces discursos, pero creo que sus corazones apenas están abocados al deseo constante.

Dares
¿Qué pensáis vos, Fávila, no es el amor un ladrón, que se lleva el apetito de los hombres para que no puedan comer, su humor para que no puedan reír, sus corazones para que no puedan luchar, sus ojos para que no puedan dormir, y no deja más que mariposas para crear enamorados?

Fávila
¡Aléjate, niño inquieto! Mejor sería una vara bajo el cinto que el amor en tu boca. Será como un gallo orgulloso que cacarea desde el cascarón.

Dares
¡Ay, mi vieja dama, cuán seria se ha puesto!

Scintila
Fávila, aunque parezca nada más que una chispita, es el fuego mismo.

Fávila
Y vos, Scintila, no siendo más que una chispa, seríais comparada con las llamas.

Samias
[Aparte a Dares] Sería muy entretenido ver la pelea entre dos chispas.

Dares
[Aparte a Samias] Dejémoslas, y sus palabras nos darán calor.

Scintila
¿No estáis enfadada, Fávila?

Fávila
Según, Scintila, como os plazca.

Samias
¡Eso, eso!

Scintila
Esto es lo que caracteriza a las mozas, que apenas dejando de jugar con muñecas ayer, se volverán señoras matronas antes de mañana.

Fávila
Os imploro piedad, su señoría matrona. Porque usáis chapines altos, os henchís de ínfulas. Sois mayor que yo porque camináis sobre escabeles y yo sobre el suelo.

Samias
Bien, bien.

Dares
[Aparte a Samias] Dejémoslas solas, y veamos con que semblante se reconcilian.

Scintila
[A Fávila] No, pensáis que sois la inteligente porque siempre tenéis la última palabra.

[Se amenazan entre ellas.]

Samias
Interponte entre ellas, no sea que se hieran. – De verdad, mis damas, viendo que veníamos a divertirnos, no dejéis que vuestra disputa arruine nuestras bromas. Sean amigas. ¿Qué decís?

Scintila
No estoy enfadada, solo me enfurece ver lo corta que es.

Fávila
Yo nada pretendía, hasta que se me opuso.

Dares
Olvidémoslo.

Scintila
Estoy de acuerdo.

Fávila
[Llorando] Y yo, nunca había sufrido nada más cruel en mi vida.

Scintila
[Llorando] Es por mí, que nunca propicié la ocasión.

Dares
Excelente. Igual que una mujer.

Samias
Cuán extraño, ver agua nacer del fuego.

Dares
Está en ellas llevar en sus ojos fuego y agua, lágrimas y antorchas, y en sus bocas miel y hiel.

Scintila
Tú serás un buen mozo si no te ahorcan. Pero, ¿quién es aquel pomposo caballero?

Entran SIR TOFAS [y EPITON].

Dares
[Aparte a sus amigos] Sir Tofas, el Sir Tofas de quien os hablé. Y si sois buenas muchachas haréis como si lo estimarais y admirarais.

Fávila
Cumpliremos con nuestra parte.

Dares
Pero primero retirémonos y dejémosle exhibir su atuendo, pues en él toda su gracia reside.

[Los pajes y doncellas esperan a un lado.]

Tofas
¡Epi!

Epiton
Aquí, señor.

Tofas
¿Cuánto gustáis de esta vida militar, donde nada excepto la sangre salpica nuestro pecho? Déjame ver, ¿están nuestros enemigos bien engordados?

Epiton
Lo suficiente. Y no cambiaría nada esta vida por ser un caballero, y vos sobrepasáis toda comparación, pues otros capitanes matan y vencen, pero no hay nada que usted mate y no deguste.

Tofas
Les arrancaré las tripas y les desgarraré la carne con mis dientes, tan mortal es mi odio y tan ávido mi insaciable apetito.

Epiton
[Aparte] Mi señor se cree el hombre más valiente del mundo por matar un pajarillo, considerando tan belicoso el cobrarse una vida, aunque solo se trate de una alondra.

Tofas
Epi, se me hinchas los pensamientos y toma alas mi espíritu, de tal modo que no puedo seguir el ritmo de tan exiguos combates.

Fávila
[Aparte] ¡Increíble!

Scintila
[Aparte] ¿Por qué, acaso no está loco?

Samias
No, pero es un poco vanaglorioso.

Tofas
¡Epi!

Epiton
¿Señor?

Tofas
Me enfrentaré a ese cruel y negro enemigo que lleva ásperos y despeinados rizos sobre su cuerpo, cuyo progenitor derrumba los más sólidos muros, cuyas patas son tantas como la suma de las nuestras y en cuya cabeza descansan los cuernos más horribles que la naturaleza concibió como defensa ante cualquier daño.

Epiton
¿Qué os lleva, señor, a tal desesperación?

Tofas
El honor me incita, y el hambre me obliga.

Epiton
¿Cuál es ese monstruo?

Tofas
El monstruoso ovis. Lo he dicho, deja que tu ingenio trabaje.

Epiton
No puedo imaginármelo. A ver. Un negro enemigo de ásperos rizos – puede ser una oveja, y ovis es oveja. Su progenitor muy fuerte – el carnero es el padre de la oveja, también un instrumento de guerra. Cuernos posee, y cuatro patas – igual que la oveja. Sin duda este monstruo es una oveja negra. ¿Os referís a la oveja?

Tofas
Has dado en el clavo. Este es el monstruo al que daré caza y con el que cenaré.

Samias
[A sus amigos] Venid, presentémonos ante él. [Los pajes y las sirvientas dan un paso al frente.] ¡Sir Tofas, os saludamos!

Tofas
Bienvenidos, niños. Rara vez inclino mi mirada tan bajo como para alcanzar las coronillas de vuestras cabezas y por eso, disculpad que no os haya hablado en todo este tiempo.

Dares
Descuide. Aquí estas bellas damas han venido a asombrarse ante vuestra persona, vuestro valor, y vuestro ingenio, que según las habladurías son capaces de hacerles olvidar sus propios honores para saciar sus ojos y corazones con los vuestros.

Tofas
Las habladurías no me traen más que injurias, ya que, desconociendo al completo lo que soy, presiento que han sido miserables en sus alabanzas.

Scintila
No, gentil caballero. Las habladurías han derrochado encomios, pues no han dejado rival para vos, ni crédito alguno para ellas. Cuanto nos han contado no es más de lo que vemos ahora.

Dares
[Aparte] ¡Qué buena muchacha!

Fávila
Si queda en vos algo de compasión hacia las mujeres como coraje contra vuestros enemigos, entonces, nos alegraremos, pues, al oir sobre vuestra persona, vinimos a verla, y viéndola, nos prendamos de ella.

Tofas
¿Prendadas, señoritas? Me lo creo fácilmente, pero mi arduo corazón no se impresiona con dulces palabras. Marte puede penetrarlo, Venus no pintará sobre él.

Fávila
Un cruel dicho.

Samias
[Aparte] Ahí va una mujer.

Dares
[A Sir Tofas] ¿Abandonaréis a estas damas, solo porque buscan un poco de amor? Mostradles vuestra amabilidad.

Tofas
De mis labios no sale sílaba tan afectuosa. La costumbre ha hecho violentas mis palabras y bárbaro mi corazón. Esa insignificante palabra, “amor”, cuán insípida es en mi boca. No lleva sonido. Odio, horror, muerte son expresiones que nutren mi espíritu. Me gusta la miel, pero no me preocupan las abejas: me deleito con la música, pero no en tocar la gaita; puedo conceder escuchar la voz de las mujeres, pero tocar sus cuerpos lo menosprecio siendo algo infantil y propio de aquellos que no pueden digerir nada más que leche.

Scintila
Un corazón duro. ¿Debemos entonces morir por vuestro amor sin encontrar ningún remedio?

Tofas
Ya he tenido en exceso.

Epiton
Buen señor, apiadaos de ellas.

Tofas
¿Piedad, Epi? No, no creo que este pecho deba molestarse con tan insignificante pasión. ¿Qué es lo que la dama lleva en su cadena?

Epiton
Es una ardilla.

Tofas
¿Una ardilla? ¡Oh, dioses, lo que se hace por dinero!

[Los pajes y sirvientas hablan entre sí a escondidas.]

Dares
¿No es este caballero demasiado sabio?

Fávila
Podría estar todo el día con él si no temiera al deshonor.

Scintila
¿No es posible encontrarnos de nuevo?

Dares
Sí, cuando sea.

Fávila
Entonces apresurémonos a casa.

Scintila
[En voz alta] Sir Tofas, que el dios de la guerra se lleve mejor con vos, de los que vos con el dios del amor.

Fávila
Este amor hacia nosotras lo podemos ocultar, digerirlo no podremos; pero no dudo de que el tiempo os frenará y nos ayudará.

Tofas
Desafío al tiempo, que nada reclama a mi corazón. – Ven, Epi, asísteme en la batalla contra la abominable bestia. El amor es una ñoñería y no me deleito en él pues no es terrible.

[Salen SIR TOFAS y EPITON.]

Dares
De hecho, una oveja negra es una bestia peligrosa. Veámonos en otro momento.

Fávila
Suspiraré por ese momento.

Salen.

Actus Secundus, Scaena Tertia

[Entran] ENDIMIÓN, [cerca del rimero de helechos; y sin ser vistos por él] DIPSAS [y] BAGOA.

Endimión
¿No hay descanso, Endimión? ¿Aún inseguro en cómo resolver tus pasos por el día y tus pensamientos en la noche? Tu fidelidad se mide con tu fortuna, y se te juzga infiel por tu infelicidad. Veré si puedo engañarme con el sueño; y, si la duermevela no se adueña de mis ojos, acogeré los pensamientos dorados y desearé derretirme en la contemplación. Así como el ébano, que el fuego no puede abrasar, se consume en dulces sabores, así mi corazón que no se doblega ante la inclemencia de la fortuna, puede salir herido con deseos amorosos. En aquel rimero no creció nada más que helechos, y desde hoy no tendré otro lecho para mí. ¡Oh, Endimión, Telus era bella! ¿Pero de qué sirve la belleza sin sabiduría? No, Endimión, era sabia. ¿Pero de qué sirve la sabiduría sin honor? Era honorable, Endimión, no la desmientas. Ah, ¿pero cuán oscuro es el honor sin fortuna? ¿No era ella afortunada, a quien muchos seguían? Sí, sí, pero vana es la fortuna sin majestad. Tu majestad, Cintia, todo el mundo la conoce y contempla, pero no hay nadie en el mundo que pueda imitarla o comprenderla. ¡No más, Endimión! Duerme o muere. No, muere, pues dormir es imposible; y aún, no sé cómo ocurre, siento tal pesadez en mis ojos y corazón que de repente se me paraliza cada articulación. Puede ser el agotamiento, pues, ¿cuándo descansé? Puede ser la melancolía, pues, ¿cuándo no suspiré? Cintia, oh, y “de nuevo”, ¡Cintia!

Se queda dormido.

Dipsas
[Adelantándose] Poco sabrás, Endimión, cuando despiertes; pues, si hubieras puesto tu corazón enamorado tan bajo como tu cabeza ahora adormecida, habrías elegido a Telus, en quien en lugar de encontrar un amante, encontrarás tu tumba. Esos ojos sellaré con magia, no de modo natural, para que no vuelvan a abrirse ni con magia ni de modo natural. Tú que yaces con tus dorados tirabuzones no despertarás hasta que tus cabellos se tornen plateados; y esa barbilla, en la que aún no aparece el vello, sea llenada por pelos tan ásperos como una escoba. Dormirás hasta que la juventud abandone tu cuerpo y te convertirás en heno seco antes de que te hayas sabido césped verde, y aquel joven de la corte que se entregó al sueño, estará listo por edad para entrar en la tumba cuando despierte. La malicia de Telus nos ha llevado a esto, que, si no me hubiera rogado de buen modo, me lo habría ordenado con amenazas; pues de ella obtenemos todas nuestras hierbas para realizar nuestros conjuros. [A Bagoa] Abanica su rostro con esta cicuta, y entona el encantamiento del sueño, mientras yo voy y termino todos los preparativos que requieren nuestras artes. Ten cuidado de no tocar su rostro, pues el abanico contiene tal veneno que quien ose rozarlo encontrará una muerte rápida, y sobre quien su aire resople, dormirá para siempre.

Sale.

Bagoa
Déjamelo a mí, tendré cuidado. [Abanica a Endimión mientras canta] ¿Cuál es tu suerte, Endimión, de caer en las manos de Dipsas? ¡Oh, bello Endimión, como me apena que ese bello rostro se torne en marchita piel y pruebe los dolores de la muerte antes que el regalo del amor! Me temo que Telus se arrepentirá de lo que los mismos cielos parecen lamentarse. – Pero escucho a Dipsas llegar. No osaré quejarme, para que ella no me doblegue, ni me meza en un sueño tan profundo que no despierte hasta el matrimonio.

Entra Dipsas.

Dipsas
¿Cómo vais, habéis terminado?

Bagoa
Sí.

Dipsas
Bien, entonces, entremos, y prometed no decir una palabra sobre lo que he hecho, pues si lo hacéis, tornaré vuestros cabellos en víboras y todos vuestros dientes en lenguas. Ea, vayámonos.

Salen[, dejando a Endimión dormido]
Una pantomima
La música suena. Entran tres damas, una con un cuchillo y un espejo, quien procurándose uno de los dos, se dispone a apuñalar a Endimión mientras duerme, pero la tercera se retuerce las manos, se lamenta, y como tratando de prevenir la desgracia, pero sin atreverse. Al final, la primera dama, mirando en el espejo, arroja el cuchillo. Salen [las damas]. Entra un anciano con libros de tres hojas, ofrece lo mismo dos veces. Endimión lo rechaza. El hombre arranca dos hojas y ofrece la tercera, y así permanece un buen rato, entonces Endimión acepta tomarla. Sale [el Hombre anciano. Endimión continúa durmiendo en el rimero de helechos, oculto a la vista].

ACTO III

Actus Tertius, Scaena Prima

[Entra] CINTIA, tres caballeros [CORSITES, ZONTES y PANELION], TELUS, [SEMELE y EUMÉNIDES]

Cintia
¿Es cierto lo que dicen que Endimión se halla en tal sueño mortal que nada puede moverlo o despertarlo?

Euménides
Demasiado para ser cierto, señora, y tanto para apenarse y asombrarse.

Telus
Mejor dormir y no hacer ningún mal que despertar y no hacer ningún bien.

Cintia
¿Qué os ocurre, Telus? ¿Por qué esa sequedad? Nadie era más importante que Endimión para ti.

Euménides
Es un antiguo dicho, señora, del árbol caído todos hacen leña.

Semele
Sería bueno, Euménides, que tomarais un descanso con vuestro amigo, pues vuestras palabras empiezan a ser algo pesadas.

Euménides
Al contrario que las vuestras, que siempre han sido ligeras.

Cintia
¿Esta indecorosa y descarada discusión está teniendo lugar ante mi presencia? Amansaré vuestras lenguas y pensamientos, y haré que vuestras palabras respondan a vuestros deberes y vuestras ideas sirvan a mi dignidad, de lo contrario, a ambos tendré que desterrar de mi mundo.

Euménides
Os ruego disculpas, pero tan ciega es mi fe en Endimión que cualquier cosa que parezca una aguja y pinche su dedo es una daga que hiere mi corazón.

Cintia
Si os es tan querido, ¿cómo es que ni lo has visitado, ni buscado remedio para él?

Euménides
Lo he visto, muy a mi pesar, y he buscado el remedio con desespero, pues no puedo imaginar quién pueda curarle para sorpresa de todos los hombres. Vuestra Alteza, en cuyas manos el curso de la Tierra se encuentra bajo mando (pero no en su posesión), puede mostrarse merecedora de vuestro sexo, vuestra naturaleza, y vuestro favor, si redimís al honorable Endimión, cuyos maduros años predicen increíbles virtudes y cuyos jóvenes pensamientos madurarán en buenos consejos.

Cintia
He puesto a prueba a Endimión, y concibo más grande la promesa de su vejez de lo que puedo esperar de su juventud.

Telus
Con el tiempo, señora, el árbol se dobla del mismo modo que un palo, y siendo joven, punza como lo hace una espina; y por tanto aquél que comenzó su vida con descuido, descuidado la acabará.

Cintia
Moza presuntuosa, haré de tu lengua un ejemplo del descontento irremediable. – Corsites, llévala al castillo en el desierto, donde deberá permanecer y tejer.

Corsites
¿Deberá crear historias o ficciones?

Cintia
No importa cuál. Ea, marchaos ambos, pues ella encontrará infinitos ejemplos en las dos, tal es el castigo para las malas lenguas. [Salen CORSITES y TELUS.] Euménides, si los adivinos de Egipto, o los hechiceros de Tesalia, o los filósofos de Grecia, o todos los sabios del mundo pueden encontrar el remedio, yo me lo procuraré. Partid con presteza: vos, Euménides, hacia Tesalia; vos, Zontes, a Grecia (pues eres conocido en Atenas); vos, Panelion, a Egipto, diciendo que Cintia os envía, o, si preferís, os ordena.

Euménides
De rodillas os lo agradezco, y con alas en mis piernas vuelo en busca del antídoto.

Zontes
Estamos listos para cumplir su cometido, Alteza, y esperamos regresar para vuestra satisfacción.

Cintia
Nunca se dirá que Cintia, cuya bondad y misericordia llenan los cielos de gozo y el mundo de maravillas, permite la muerte de Endimión, o de cualquiera si puede ser evitada.

Euménides
Vuestras palabras, Majestad, siempre han sido hazañas, y vuestras hazañas virtudes.

Salen.

Actus Tertius, Scaena Secunda

[Entran] CORSITES [y] TELUS.

Corsites
Hemos llegado al castillo, bella Telus, donde deberéis tejer, hasta que el tiempo agote vuestra vida o Cintia su descontento. Lamento que tan bello rostro esté sujeto a tan mala fortuna, y que la flor de la belleza, honrada en la corte, deba languidecer en prisión.

Telus
Corsites, Cintia podrá privarme de la libertad de mi cuerpo, pero no de mis pensamientos. Por lo tanto, me considero libre aún en este gran cautiverio.

Corsites
¿Podéis alimentaros de fantasías, y vencer la malicia de la envidia con la dulce imaginación?

Telus
Corsites, no hay música más dulce para el miserable que la desesperación; por eso, cuanto más rencor siento, más dulzura encuentro. Es tan vana la libertad, y tan inoportuna la fortuna, que prefiero languidecer en este castillo que reinar en cualquier otra corte.

Corsites
Actitud muy contraria a vuestra edad y nada acorde con vuestro sexo, una comúnmente atraída por el placer, el otro por el poder.

Telus
Me asombra, Corsites, que siendo capitán, quien debería sonar terrible y arrebatar vidas, pueda encontrar en vuestro corazón tan delicadas palabras, pues no concuerda con vuestra invocación de palabras tan suaves como las del amor.

Corsites
Señora, no sería adecuado hablar de guerras con mujeres, en cuyas mentes nada se cuela sino la delicadeza. Además, no debéis pensar que los soldados son tan rudos y están hechos de tal piedra que la belleza no pueda fascinarnos, y vos, siendo más que perfecta, hechizarnos.

Telus
Buen Corsites, no hables de amor, y déjame en mi labor. La poca belleza que me resta se la otorgaré a mi telar, a quien convertiré en mi amante.

Corsites
Entremos, y cualquier favor que pueda concederte, solo ordena.

Telus
El único favor que deseo es caminar de vez en cuando.

Salen.

Actus Tertius, Scaena Tertia

[Entran] Sir Tofas [armado como antes], y EPITON [con bata y otras parafernalias].

Tofas
¡Epi!

Epiton
Aquí, señor.

Tofas
Ayúdame con esto, ¡eh!

Epiton
¿Qué quiere decir eso?

Tofas
Es una interjección, con la que algunos se lamentan como eho, vah.

Epiton
No os entiendo.

Tofas
Me ves.

Epiton
Sí.

Tofas
Me escuchas.

Epiton
Sí.

Tofas
Me sientes.

Epiton
Sí.

Tofas
¿Y no me entiendes?

Epiton
No.

Tofas
Entonces solo soy tres cuartas partes de un sustantivo. Pero, ¡ay!, Epi, a decir verdad, solo soy adjetivo.

Epiton
¿Por qué?

Tofas
Porque no puedo ponerme sin estar al lado de otra.

Epiton
¿Quién es ella?

Tofas
Dipsas.

Epiton
¿Estáis enamorado?

Tofas
No, pero el amor, por así decirlo, ha exprimido mis pensamientos y drenado de mi corazón la sustancia misma de mi avezado coraje. Actúa en mi cabeza como un vino desconocido, así que debo lanzar mi fortín de acero, con tal de no romper mi cabeza y exponer mis sesos. Pero te ruego, que si me descubres plenamente, seré como un amante, y luego suspiraré y moriré. Toma mi arma y tráeme mi bata. Cedant arma togae.

Epiton
[Ayudando a Sir Tofas a desarmarse] Aquí tiene.

Tofas
Toma mi espada y escudo, y dame mi cepillo para la barba y tijeras. Bella gerant alii; tu, Pari, semper ama.

Epiton
¿La recortaréis señor?

Tofas
Aún no, pues me disputo entre una perilla o barba crecida. Pero toma mi lanza y dame la pluma. Dicere quae puduit, scribere jussit amor.

Epiton
Así lo haré, señor.

Tofas
Ahora por mi arco y saetas, dame tinta y papel; por mi cimitarra, un cortaplumas. Por scalpellum, calami, atramentum, carta, libelli, sint semper studiis arma parata meis.

Epiton
Señor, ¿desistiréis de la guerra y os divertiréis con ese juguete llamado amor?

Tofas
¿Desistir de la guerra? No, Epi. Militant omnis amans, et habet sua castra Cupido.

Epiton
El amor os ha hecho una persona muy elocuente pero vuestro rostro no os hace justicia.

Tofas
Non formosus erat, sed erat facundus Ulises.

Epiton
No, debo buscar un nuevo señor si no podéis recitar más que versos.

Tofas
Quicquid conabar dicere versus erat. Epi, siento que todo el Arte Amandi de Ovidio recae tan fuerte en mi corazón como una carga de troncos. ¡Oh, qué finos cabellos los de Dipsas! ¡Qué frente tan pequeña! ¡Cuán majestuosa nariz! ¡Qué vacíos sus ojos! ¡Qué grandes y jugosos labios! ¡Qué inofensiva es ella, sin dientes! ¡Sus dedos rechonchos y cortos, adornados por tan largas uñas como garzas! ¡En cuán dulce proporción sus mejillas cuelgan hacia su pecho como sus pezones hacia su cintura como si fueran bolsas! ¡Qué baja estatura y qué buenos pies lleva! ¡Cuán parsimoniosa es ella, quien no tiene desperdicio! ¡Tan virtuosa es, que ningún hombre puede estar celoso!

Epiton
Aguardad, señor, os estáis dejando llevar.

Tofas
Oh, Epi, así como un plato se derrite al fuego, mi ingenio crecerá por amor.

Epiton
Conciso, y al grano. Pero ¿qué?, ¿comenzáis a cabecear?

Tofas
Buen Epi, déjame descansar. Pues así como algunos hombres tienen a mejor robar un caballo y otros prefieren mirar desde el seto, así los somnolientos tendrán sueño cuando descansan de buen agrado.

[Se duerme.]

Epiton
¿Quién ha visto tal perdiz? ¿Amar a Dipsas? Sin duda todo el mundo lo considerará valiente, pues se aventura con ella a quien nadie osa aproximarse. Pero aquí vienen dos bromistas.

Entran DARES y SAMIAS.

Samias
[A Dares] Tu señor ha dormido lo merecido.

Dares
[A Samias] Creo que lo ha hecho para no pagarme mi salario.

Samias
Es muy extraño, y pienso que el mío no va a regresar, así que ambos debemos buscar un nuevo señor, pues no viviremos por nuestra cuenta.

Epiton
[A Samias y Dares] Si queréis un señor, uníos a mí y servid a Sir Tofas, quien necesita más hombres, pues está por desposarse.

Samias
Oye, Epi, ¿dónde se encuentra tu señor?

Epiton
Allí, durmiendo enamorado.

Dares
¿Es eso posible?

Epiton
Él ha rebajado sus expectativas, y dice que, en vista de la moda del mundo, dará la bienvenida a la belleza.

Samias
¿Cómo está ataviado?

Epiton
Elegantemente.

Dares
¿A quién ama este caballero apasionado?

Epiton
A Dipsas.

Samias
¿A esa criatura horrenda? Pero si no es más que una tonta, virago, gorda, sin maneras y casi sin ningún encanto.

Epiton
¡Bah, qué superficial! Mi señor tendrá un buen matrimonio.

Dares
¿Bueno? ¿Cómo?

Epiton
Pues desposándose con Dipsas, tendrá cada día doce platos de carne en su cena, aunque no haya nadie más que Dipsas con él. Cuatro de carne, cuatro de pescado, cuatro de fruta.

Samias
¿Cómo, Epi?

Epiton
Por carne, estos: perdiz, ganso, garza y garcilla.

Dares
En efecto, no echará en falta ninguno si Dipsas está allí.

Epiton
Por pescado, estos: cangrejo, carpa, lumpo y faneca.

Samias
¡Excelente! Pues a mi parecer ella es cangrejosa, lumposa y carposa.

Epiton
Por postre, estos: buñuelos, nísperos, alcachofas, y manzanas. Veréis que se alimentará como un rey aun siendo nada más que un mendigo.

Dares
Bueno, Epi, cena con él, pues yo prefiero ayunar a ver su cara. Pero mira, tu señor se despierta. Déjanos cantar para despertar a este apasionado caballero.

Epiton
De acuerdo.

Samias
Conforme.

Canción

Epiton
Ahí ronca Tofas,
El enamorado holgazán,
Que ama a Dipsas
Con su dulce rostro
Mentón y nariz unidas.

Los tres
Al mirarla la Furia salta
y lanza en su regazo sus azotes.

Dares
Ula, ula en su oído.

Samias
La bruja encajó sus dedos allí.

Epiton
Acalámbralo o retuércelo por la nariz

Dares
O coloca algo de lino ardiente en sus pies.

Samias
¿Cuál es la mejor música para despertarlo?

Epiton
¡Guau-guau! Soltemos a los perros y que lo zarandeen

Dares
Y que las víboras siseen en sus oídos.

Samias
O que las tijeretas se retuerzan allí.

Epiton
No, déjalo en paz, y cuando su lengua
Se despierte, maúlle como un gato.

Los tres
Pero si no abre ojos ni boca,
Que duerma sabio por un tiempo.

Tofas
[A sí mismo mientras despierta] Dormir es una atadura para los sentidos; amar, la liberación.

Epiton
[Aparte a Samias y Dares] Escuchémosle un momento.

Tofas
Apareció en mi sueño un sabio búho, que, sentado sobre mi hombro, chilló "Allooooo Alloooo" y ante mis ojos presentó la viva imagen de Dipsas. Me pregunté qué fue lo que el búho dijo, hasta que al final percibí: "allo, alloo, a ello, a ello", solo después de comprender la visión enviada por mi dulce Venus.

Samias
[En voz alta] Sir Tofas, habéis dormido excesivamente.

Tofas
No, joven, he dormido en mis sueños con mi amada.

Dares
¿Amada? No, es imposible que en tan noble e indomable valiente, teniendo una cabeza tan difícil de perforar como el acero, surja el amor para luego llegar al corazón armado con su camisa de malla.

Epiton
[Aparte a Samias y a Dares] ¡Sí! Mientras mi señor bostezaba un día de sol, el amor se adentró en su boca antes de que pudiera cerrarla, y mantuvo tal peso en su cuerpo que se alegró al desarmar su corazón y albergar al Amor como un extraño.

Tofas
Si aún queda algo de piedad en vosotros, implorad a Dipsas por mí.

Dares
¿Implorar? No, la forzaremos a ello. [Aparte a Samias] Vayamos junto a él con Dipsas, y tendremos un buen entretenimiento. – Pero Sir Tofas, ¿cuándo nos vamos? Pues encuentro mi discurso voluble, y mi corazón atrevido, y a todo mi ser como a mí mismo.

Samias
[Aparte a Dares] Ven, Dares, asegurémonos de no perderlo hasta que encontremos a nuestros señores, pues siempre que esté con vida, no nos faltará ni alegría ni comida.

Epiton
Procedamos. – ¿Iréis, señor?

Tofas
I prae, sequar.

Salen.

Actus Tertius, Scaena Quarta

[Entran] EUMÉNIDES [y] GERON [cerca de una fuente. Geron canta].

Euménides
Padre, vuestra melancólica música, estando en el mismo tono que mi áspera fortuna, ha derretido de tal forma mi espíritu que desearía poder encantarme con vuestras palabras hasta el fin de mis días.

Geron
A estas melodías, caballero, me he acostumbrado en estos cincuenta inviernos, no teniendo otro hogar donde guarecerme que los anchos cielos; y la miseria me es tan familiar que considero la pena mi principal consuelo. Y bienvenido es aquel invitado que cuente la más triste de las historias o la más sangrienta de las tragedias.

Euménides
Extraña actitud. ¿Puedo saber la causa?

Geron
Debéis perdonarme si me niego a decíroslo, pues, sabiendo que revelar mis penas es, en cierto modo, reavivar mi tristeza, he jurado en consecuencia ocultarlas, para no sentir ni la profundidad del perpetuo descontento ni el desespero por el remedio. ¿Qué os trae por aquí? ¿Qué fortuna ha forzado vuestra angustia?

Euménides
Me encamino a Tesalia para buscar la cura para Endimión, mi más querido amigo, quien ha sido forzado en un sueño mortal por casi estos veinte años, envejeciendo y preparándose para la tumba, cuando apenas abandonó la cuna.

Geron
No necesitáis ir más lejos para encontrar el remedio, pues quienes pueden ver el fondo de esta fuente tendrán el remedio para lo que sea.

Euménides
Parece imposible. ¿Pero qué virtud puede albergar el agua?

Geron
Sí, quien derrame lagrimas por un fiel amado obtendrá todo lo que desee. Lee las palabras gravadas en su borde.

Euménides
[Leyendo] ¿Sabéis si es esto cierto por experiencia, o se puso para engañar a los hombres?

Geron
Con solo haberlo experimentado, debería encontrar el fin a mi miseria. Y recitaría el más extraño de los discursos nunca escuchados.

Euménides
[A sí mismo] ¡Ah, Euménides!

Geron
¿De qué carecéis, caballero? ¿No os encontráis bien?

Euménides
Sí, padre, pero un recelo que a menudo atraviesa mi corazón toma ahora control de mí. Pero, ¿nunca vinieron amantes aquí?

Geron
Lujuriosos, pero no amantes. Pues a menudo los he visto llorar pero nunca escuché que vieran el fondo.

Euménides
¿Vinieron también mujeres?

Geron
Algunas.

Euménides
¿Qué vieron?

Geron
Todas ellas lloraron, tanto que la fuente se inundó de lágrimas, pero tan densa se tornó el agua con sus lágrimas que difícilmente podía discernir el borde, mucho menos ver el fondo.

Euménides
¿Son tan escasos los amantes fieles?

Geron
Eso parece, pues no he oído todavía de ellos.

Euménides
¡Oh, Euménides, cuán perplejo estás! Recuerda la belleza de tu dulce amada y la profundidad de tu incansable afecto. ¡Cuánto la has honrado, no solo sin mancha, sino sin sospecha de traición! ¡Y cómo te ha recompensado ella sin causa o sin darle ocasión para su desprecio! ¡Cuán discreto has sido estos siete largos años, que ni te has atrevido a nombrarla por miedo a disgustarla! ¡Cuán fiel, que has ofrecido tu vida para complacerla! ¡Infeliz Euménides!

Geron
Ea, caballero, ¿amasteis alguna vez?

Euménides
¿Alguna vez? Sí, padre, siempre lo haré.

Geron
¿Fue ella cruel, y vos fiel?

Euménides
Ella es entre todas la más perversa, y yo de entre todas las criaturas el más necio.

Geron
La adorasteis, entonces; no la amasteis. Pues el afecto está basado en la virtud, y la virtud no es nunca molesta; o en la belleza, y la belleza ama ser alabada.

Euménides
Sí, pero si cada virtuosa dama cediera a todos los que las aman, o todas las amables damas nos entretuvieran a todos los enamoradizos, sus virtudes se considerarían vicios y sus bellezas deformidades, pues este amor solo puede ser entre dos, y no procediendo de él, el más fiel, lo hará del más afortunado.

Geron
Ojalá fuerais tan fiel, que vuestras lágrimas os trajeran fortuna.

Euménides
Sí, padre, si mis lágrimas no aclaran esta fuente, entonces podéis jurar que esto no es más que mera burla.

Geron
Así es, a fe mía, todos hasta ahora así han llorado.

Euménides
[mirando a la fuente] ¡Ah, me desmayo, muero! Ah, dulce Semele, déjame solo, y disolveré mis lágrimas en el agua.

Geron
[Aparte] Extraño este sentimiento. Si no ve nada, sin duda este fingimiento se excede, pues nada me apartará de la creencia.

Euménides
Padre, veo claramente el fondo, y allí, en el blanquecino mármol grabadas estas palabras: "Pide un deseo, uno solamente".

Geron
¡Oh, afortunado Euménides (pues así es como escuché que os llamaban), déjeme ver. [Mira dentro de la fuente.] No puedo distinguir tal cosa. Creo que lo soñaste.

Euménides
Ah, padre, tú no eres un amante fiel y en consecuencia no puedes contemplarlo.

Geron
Entonces, pregunta, pues me satisfaré con el acontecimiento y tú serás bendecido.

Euménides
¿Preguntar? Eso haré. Y qué debo hacer más que preguntar, y por quién si no Semele, a quien poseer es un placer que no tiene comparación, cuyos dorados tirabuzones parecen más primorosos cuanto más descuidados, cuyas dulces miradas parecen más fascinantes cuanto más castas, y cuyas palabras, cuan más virtuosas son, más afectuosas considero. Te ruego, Fortuna, cuando me encuentre con la bella Semele, arruina mi deleite con algo de deshonra, no sea que, abrazando su dulzura sin medida, me exceda sin remedio. Dejémosle mostrar su acostumbrada reticencia, que yo podré abstenerme de mis deseos. Si no, la plenitud de mis alegrías disminuirá la dulzura, y pereceré por ellas antes de poseerlas. ¿Por qué pierdo el tiempo con palabras? El mínimo minuto gastado en conquistar a Semele vale más que el mundo entero; por eso déjame preguntar. – ¿Qué ocurre, Euménides? ¿A dónde has sido arrastrado? ¿Has olvidado la amistad y el deber, el cuidado de Endimión y la orden de Cintia? ¿Debe morir en un pesado sueño porque duermes en un sueño dorado? – Sí, que duerma para siempre, para que yo sueñe aunque sea solo un minuto con Semele. El amor no conoce de amigos ni de parientes. ¿Debo arriesgarme a perder un amigo por conseguirla a ella, por quien a menudo me perdería a mí mismo? Necio Euménides, ¿será la tentadora belleza de la más esquiva dama más fuerte que la excepcional fidelidad de un conocido amigo? El amor de los hombres a las mujeres es cosa común, y natural; la amistad entre hombres, infinita e inmortal. – Bah, Semele posee mi amor. – Sí, pero Endimión se lo merecía. Ayudaré a Endimión; supe a Endimión inmaculado en su verdad. – Sí, pero encontraré en Semele una amante constante. Tendré a Semele. – ¿Qué debo hacer? Padre, tus plateados cabellos son embajadores de la experiencia. ¿Qué debo desear?

Geron
Euménides, libera a Endimión; pues todas las cosas, excepto la amistad, están sujetas a la fortuna. El amor es como un gusano, que solo acaricia nuestras cabezas con esperanzas y deseos; la amistad, la imagen de la eternidad, en la que no hay nada variable, nada tramposo. Tantas diferencias hay entre la belleza y la virtud, lo cuerpos y los espíritus, las apariencias y lo real, como discordancias entre el amor y la amistad. El amor es como un camaleón que atrae a su boca nada más que aire, y nutre su cuerpo con solo soplidos. Créeme Euménides, el deseo muere, en el mismo momento en que la belleza se enferma, y la belleza se desvanece en el mismo instante en que florece. Cuando las adversidades crecen, el amor decae, pero la amistad permanece invariable en las tormentas. El tiempo dibuja arrugas en un bello rostro, pero añade frescura a un firme amigo, que ni el calor, frío, miseria, lugar, ni el destino, pueden alterar o disminuir. ¡Oh, la amistad, de todas las cosas la más excepcional, y en consecuencia más excepcional por su excelencia, cuyo consuelo en la miseria es siempre dulce y en la prosperidad afortunado! ¡Amor banal, solo cercano a la amistad en nombre, parecería igual, o mejor, en naturaleza!

Euménides
Padre, admito vuestras razones y por tanto lograré las mías. La virtud vencerá al afecto, la sabiduría a la lujuria, y la amistad a la belleza. Damas hay en todas partes, tan común como liebres en Athos, abejas en Hybla, aves en el aire; pero los amigos son como el fénix en Arabia, solamente uno, o como el amor entre los hermanos en Arays, nunca más de dos. Tendré a Endimión. [Mira dentro de la fuente de nuevo.] Sagrada fuente, en cuyas entrañas escondes secretos divinos, he aumentado vuestras aguas con las lágrimas de mis inmaculados pensamientos, a cambio, dejadme recibir la recompensa que prometéis. Endimión, mi verdadero amigo, y fielmente enamorado de Cintia, yace en un sueño tan profundo que nada puede despertarlo ni moverlo.

Geron
¿Ves algo?

Euménides
Veo en el mismo pilar estas palabras: “Cuando ella, cuya figura entre todas es la más perfecta y sin medida, siempre una, pero nunca la misma, siempre inconstante pero nunca vacilante, venga y bese a Endimión en su sueño, solo entonces despertará; de otra manera, nunca.” Es extraño.

Geron
¿Qué más veis?

Euménides
Viene sobre mí o una oscura niebla, o sobre la fuente un gran espesor, pues no puedo percibir nada. Pero, ¿cómo he sido engañado? ¿O cuán difícil, no, cuán imposible es esto?

Geron
Creo que es fácil.

Euménides
Buen padre, ¿cómo?

Geron
¿No es el círculo entre todas las figuras la más perfecta?

Euménides
Sí.

Geron
¿Y no es Cintia de entre todos los círculos el más absoluto?

Euménides
Sí.

Geron
¿No es imposible medirla, que siempre ejerce su influencia, nunca permaneciendo en el mismo estado?

Euménides
Sí.

Geron
¿No es ella siempre Cintia, raramente del mismo tamaño, siempre variando en su crecer y menguar, para que mejor estén gobernados nuestros cuerpos, y aumente nuestros frutos a diario, mas nunca se aleja de su curso siempre que los cielos sigan el suyo?

Euménides
Sí.

Geron
¿Entonces quién si no Cintia, cuyas virtudes siendo divinas, hacen que ocurran milagros? Ve humilde ante Cintia; cuéntale sobre tu victoria, de la que yo mismo he sido testigo. Y asegúrate de que ella, que te envió para encontrar los medios para salvarle, obre con su astucia.

Euménides
¡Cuán afortunado seré, si Cintia es quien debe hacerlo!

Geron
¡Qué ingenuo eres, si tú no lo crees!

Euménides
Me apresuraré hasta allá. Suplicaré de rodillas su ayuda, y acogeré entre mis brazos a mi amigo.

Geron
Iré contigo, pues ante Cintia debo revelar mis penas, y ella también tiene que obrar por mi alegría.

Euménides
¿Puedo saber ahora de qué se trata?

Geron
Te lo diré mientras caminamos y no hay duda de que la extrañeza de mi historia eliminará el tedio de nuestro viaje.

Euménides
Partamos.

Geron
Te sigo.

Salen.

ACTO IV

Actus Quartus, Scaena Prima

[Entra] TELUS.

Telus
Me asombra que Corsites me dé tanta libertad – conociendo todo el mundo la magnitud de su cometido y su bien distante naturaleza, de quien ha tratado tan dañinamente a honorables damas a las que no ha permitido ni tan solo asomarse por las ventanas, ni mucho menos pasear. Puede que esté enamorado de mí, pues a excepción de Endimión, insensible Endimión, ¿quién es el que no se enamora de mi belleza? ¿Pero acaso respetas tú del amor de todo el mundo? Endimión te odia. Ay, pobre Endimión, mi malicia sobrepasó mi amor, y tu lealtad a Cintia sofocó mis sentimientos. ¿Sofocar, Telus? No, los avivó de nuevo, de tal modo que me encuentro con abrasadoras llamas en lugar de ascuas muertas, y crueles encuentros de guerra en mi mente en vez de dulces palabras. ¡Ah, ojalá vuelva a ver una vez más a Endimión! Maldita niña, ¿qué esperanza tienes de ver a Endimión, en cuyo cabello ya han crecido canas, y cuya vida debe ceder ante la naturaleza antes que Cintia recobre la dicha? ¡Malvada Dipsas, y aún más retorcida Telus, la una por su exquisita astucia, la otra por odio intolerable! Se te ordenó tejer hechos y ficciones que ilustraban tanto ejemplos como castigos por malas lenguas, y tú, solo has bordado el dulce rostro de Endimión, ardides de amor, fantasías melancólicas y demás con tu quehacer, en lugar de esforzarte por sacarlo de tu mente. Pero aquí llega Corsites. Debo parecer complaciente y orgullosa, llena de dulzura mas atemperada con dignidad. Pues si me muestro muy flexible, podría darle más esperanzas de las que deseo; si soy demasiado obstinada, disfrutaría de menos libertad. Amarlo no puedo, entonces pondré en práctica aquello que menos caracteriza a nuestro sexo, engañar.

Entra CORSITES.

Corsites
Bella Telus, os levantáis con la alondra, y para vos cantáis con el ruiseñor.

Telus
Mi señor, no tengo compañero más que la ensoñación. Siéndome negada toda compañía, debo interrogarme y hacer de mis pensamientos mis amigos.

Corsites
Me gustaría que considerarais mis pensamientos también vuestros amigos, pues son tales que solo se ocupan de admirar vuestra belleza y sabiduría, y son los que consideran vuestra suerte demasiado funesta, y otros de tal clase que se ofrecen a liberaros si los liberáis.

Telus
No hay colores más opuestos que el blanco y el negro, ni elementos tan divergentes como fuego y agua, ni nada tan opuesto como los pensamientos del hombre y sus palabras.

Corsites
Aquel que otorgó a Casandra el don de la profecía, con la maldición de que, aunque pronunciase solo verdades, nunca las creerían, ha envenenado, a mi parecer, la suerte de los hombres, que, declarando los excesos de sus internas pasiones, siempre son sospechosos de perjurios externos.

Telus
Bien, Corsites, me engañaré y os creeré. ¿Qué haríais para gozar de mi amor?

Corsites
Liberaría a todas las damas del castillo y os convertiría en el placer de mi vida. Más no puedo hacer, menos no haré.

Telus
Grandes palabras, y se ajustan a tu petición, pues los capitanes deben prometer cosas imposibles. ¿Pero me concederíais un deseo, uno solamente?

Corsites
Cualquier cosa, dulce Telus, pues estoy dispuesto a todo.

Telus
Sabéis que Endimión duerme en el rimero de helechos.

Corsites
Lo sé.

Telus
Si lo cambiáis de lugar por la fuerza y lo llevas a una oscura cueva con astucia, os concedo la lealtad de una inmaculada virgen que solo podréis poseer como amante, y, pese a las habladurías, tomarme por esposa.

Corsites
¿Cambiarle de lugar, Telus? Sí, Telus él será desplazado, tan pronto como solicites mi diligencia y mi fuerza. Marcho.

[Se dispone a salir].

Telus
Aguarda. ¿Lo haréis?

Corsites
Sí, Telus. Así como nadie será partícipe de mi amor, nadie debe ser compañero en mi labor. Pero os ruego marchéis a tiempo, pues Cintia se despierta y si descubre nuestro amor, ambos pereceremos, pues nada la complace más que la belleza de la virginidad. Las cosas no deben solo darse sin lujuria sino también sin sospecha de frivolidad.

Telus
Partiré, y partid a encontraros con Endimión.

Corsites
Raudo, Telus, como el hombre más afortunado de todos.

Sale.

Telus
¡Tonto Corsites! Te encomendé una tarea, siendo hombre, que ni los dioses pueden llevar a cabo. Pues poco debes saber cuán pesada yace su cabeza, cuán funesta es su suerte. Mas tales habilidades deben tener las mujeres para engañar a los hombres y, bajo el viso de las cosas fáciles, pedir lo imposible. De lo contrario nos lastraríamos con infortunios, juramentos, suspiros, cartas y todos los artilugios del amor, que, resueltos en nuestro detrimento, es lo más desagradable. Iré y me reiré junto a las otras damas del sudor de Corsites.

Sale.

Actus Quartus, Scaena Secunda

[Entran] SAMIAS [y] DARES.

Samias
¿Nunca despertará tu señor?

Dares
No, pienso que duerme por dinero. ¿Pero cómo pasamos el tiempo? Sir Tofas está tan enamorado que languidece en su lecho y no sale de él.

Samias
Aquí viene Epi, enrabietado.

[Entra] EPITON.

Epiton
¡Caiga la peste contra todos los falsos proverbios! Si un paje fuera un proverbio, lo cogería de las orejas.

Samias
¿Por qué estás enfadado?

Epiton
¿Por qué? Bien sabéis lo que dicen, que el tiempo no espera a nadie.

Samias
Cierto.

Epiton
Monstruosa falacia; pues fui retenido dos horas, y retrasado durante una para liberarme.

Dares
¡Ay, pobre Epi!

Epiton
¿Pobre? No, no, vulgares esclavos, soy un caballero hecho y derecho, aunque me encuentre a malas con Sir Tofas.

Dares
¿Te ha negado su favor?

Epiton
Sí, porque no puedo llevarlo hasta Endimión. De buen grado descansaría unos cuarenta o cincuenta años.

Dares
Un sueño corto, considerando nuestra larga vida.

Samias
¿Está todavía enamorado?

Epiton
¿Enamorado? ¡Ja!, no hace más que escribir sonetos.

Samias
¿Puedes recordar alguno de sus poemas?

Epiton
Sí, este:
ErrorMetrica
El amante mendigo que no sabe donde guarecerse
Por fin dentro de mi corazón, mientras dormía,
Trepó
Me desperté y así mis sueños empezaron a alejarse.

Samias
Son versos muy largos.

Epiton
El otro fue corto. El primero se titulaba desde el pulgar al meñique, el segundo del meñique al codo, y algunos ha compuesto para alcanzar la coronilla de su cabeza y descender nuevamente a la planta del pie. Se ajustan al ritmo del Sanctus Negro, ratio est, porque Dipsas es una santa oscura.

Dares
Muy astuto. Pero te ruego, Epi, ¿cómo te sustentas? Y, sin tu señor, ¿qué oficio emprenderás?

Epiton
Sabéis, mis amados, soy un absoluto microcosmos, un insignificante mundo ante mí. Mi biblioteca es mi cabeza, pues no poseo otros libros que mi sesos; mi hatillo a la espalda, pues no poseo mayor atuendo que el que llevo sobre mi cuerpo; mi arsenal al final de mis dedos, pues no uso otra artillería que mis uñas; mi tesoro en mi billetera. Sie omnia mea mecum porto.

Dares
Bien.

Epiton
Ahora señores, mi palacio tiene por losas césped y estrellas por tejas, pues caelo tegitur qui non habet urnam, aquel que no tiene hogar debe permanecer en la hierba.

Samias
Valiente resolución. Pero, ¿cómo pasarás el tiempo?

Epiton
Con ninguna clase de melancolía. Para mi ejercitarme, pasearé caballos.

Dares
¡Qué malo!

Epiton
¿Por qué? ¿No se dice: a falta de pan buenas son tortas?

Samias
De mal en peor. Pero, ¿cómo vivirás?

Epiton
Pescando. Oh, un oficio majestuoso, permanecer cuatro horas en las frías mañanas y helarse la nariz antes de que el anzuelo atrape un pez.

Dares
Extraña empresa. ¿Nunca viajarás?

Epiton
Sí, en una barcaza hacia el oeste, y con buen viento y sanos tripulantes, uno puede avanzar diez millas en dos días.

Samias
Excelente elección. ¿Con qué te entretendrás? ¿Con nada?

Epiton
Sí, de la forma más rápida y vivaz.

Samias
¿Cuál, dados?

Epiton
No. Cuando esté en un apuro, veintiuna partidas al ajedrez para pasar unos minutos.

Dares
Toda una vida para un señorito lleno de vivacidad.

Epiton
Bah, no os preocupéis por mí. Pero debo ver si puedo encontrar dónde Endimión yace, y entonces ir a una fuente lejana, donde afirman que los amantes fieles obtendrán lo que deseen. Si puedo encontrar algo de esto, ego et magister meus erimus in tuto, yo y mi señor seremos amigos. Él está resuelto a llorar tres o cuatro cubos para evitar el mal de amores que retuerce su estómago.

Entra la guardia [dos GUARDIAS y un ALGUACIL].

Samias
¿Nunca veremos a tu señor, Dares?

Dares
Sí, vayamos ahora, pues mañana Cintia estará allí.

Epiton
Iré con vosotros. ¿Pero cómo lidiaremos con la guardia?

Samias
Bah, dejadme a mí. Me adelantaré a ellos. – Señores, que Dios os guarde.

Primer Guardia
Joven señor, ya vamos bien guarecidos.

Epiton
[Aparte a Samias y Dares] En efecto, pues ellos huelen a bebida tanto como la barba de un mendigo.

Dares
Con la venia, señores, ¿podríamos ver a Endimión?

Segundo Guardia
No, se nos ordenó en nombre de Cintia que ningún hombre debe verlo.

Samias
¿Ningún hombre? Pues no somos más que mozos.

Primer Guardia
[A su compañero guardia] Por mi vida, compañeros, él dice la verdad. Pues si juro que no bebo nunca un cuarto de galón, y pido dos pintas, creo que con la conciencia tranquila me tomaría ambas cosas.

Dares
[Aparte a Samias y Epiton] Justo en el clavo.

Segundo Guardia
[A sus compañeros guardias] Bah, bah, compañeros, explicadme eso.

Samias
[Aparte a Dares y Epiton] Esto se va a poner bien.

Dares
[Aparte a Samias y Epiton] Dejémosles solos.

Segundo Guardia
[A sus compañeros guardias] Si le digo a mi esposa, "Mujer, no quiero pasas en el pudin", ella pone pasas secas. Pasas secas siguen siendo pasas, y los mozos, hombres. Así como mi mujer no debió poner pasas en mi pudin, ningún mozo verá a Endimión.

Dares
[Aparte] ¡Cuánta sabiduría!

Epiton
Dejemos hablar al señor alguacil; creo que es el más sabio de vosotros.

Alguacil
Sabéis, compañeros, que es un viejo dicho: "Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad".

Todos los guardias
Cierto.

Alguacil
Bien. Ahí lo veis: los hombres son los borrachos, porque así lo dicen los niños.

Dares
Bien.

Alguacil
Digo entonces, compañeros, que los niños no deben ver a Endimión, porque los niños y los borrachos dicen la verdad.

Epiton
¡Oh, retorcida interpretación!

Samias
Ruinmente llevada a cabo.

Primer Guardia
No, él dice la verdad, así que hasta que Cintia no se presente, no será visto. De modo que fuera.

Dares
[Aparte a Samias y Epiton] ¿Guardias, decíais? Puede que un hombre estudie siete años para pronunciar sabias palabras pero aun así no diga ninguna. Su ingenio está tan oxidado como sus alabardas. – Pero venga, señor alguacil, ¿podemos cantar antes de marchar?

Alguacil
De buen grado.

Canción

Todos los guardias
Alto, ¿quién anda ahí?
Te ordeno sal de ahí
ante mi alguacil aquí.
En el nombre del Hombre de la Luna,
El guardia nocturno nos pregunta
Por qué os tambaleáis tan tarde
Y cómo os emborracháis tan pronto.

Pajes
¿Qué sois, rufianes?

Todos los guardias
El guardia,
Aquí está el alguacil.

Pajes
Un paria.

Alguacil
Derribadlos para que no se levanten
Y si alguno huye.
Es trabajo del antiguo guardia
Alcanzarlo con arma en mano.

Pajes
Oh, caballeros, aguarden.
Vuestros uniformes se congelan con el frío
Y vuestros podridos dientes bailan en vuestra cabeza.

Epiton
El vino nada te costará,

Samias
Ni enormes llamas te abrasarán.

Dares
Entonces sobriamente deja que nos guíen.

Alguacil
Venid, mis oxidados guardias, rugiremos,
En la puerta de la taberna golpearemos.

Todos
Y por la mañana a la cama saltaremos.

Salen.

Actus Quartus, Scaena Tertia

[Entra] Corsites solus. [Endimión yace dormido en el rimero de helechos.]

Corsites
Tengo a la vista el rimero de helechos. Sin duda Telus me prefiere, y astutamente, para que no pueda percibir su amor, me ha encomendado una tarea que está hecha antes de comenzarla. Endimión, debéis cambiar vuestra almohada, y si no estáis exhausto de dormir, os llevaré donde a gusto dormiréis hasta la saciedad. Será mejor que sin más dilación le lleve, a no ser que, siendo espiado, me atrapen y contraríe a Cintia, quien mandó proteger a Endimión de todo mal. (Se levanta.) Y ahora qué, ¿es vuestra señoría tan pesado? ¿O acaso estáis clavado al suelo? ¿Ni un ápice se mueve? – Entonces usa toda tu fuerza, aunque él la sienta y se despierte. –¿Qué, aún de piedra? Se habrá convertido en tierra, al yacer tanto tiempo en ella. ¿No fuiste tú, Corsites, quien ante Cintia levantó un árbol que se amarraba durante cuarenta años a sus raíces y se entretejía con nudos en el suelo? ¿No fuiste tú también quien abrió con tu fuerza las férreas puertas que ni ariete ni máquina podían mover? ¿Acaso mis débiles pensamientos han encogido mis fuertes brazos? ¿O es la naturaleza del amor, o la quintaesencia del espíritu lo que provoca parálisis, o languidez, o no sé qué debilitamiento en mis articulaciones y nervios, siendo éstos las amarras de mi cuerpo? ¿O es el recuerdo de Telus lo que convierte mis ánimos en materia tan sutil y divina que mis carnes no pueden trabajar mientras aquellos meditan? Descansa, descansa; no, hazte pedazos, Corsites, y lucha en contra del amor, la suerte y la naturaleza, para levantar este lánguido cuerpo, más pesado que un muerto y más insensible que la muerte. Entran las HADAS. ¿Pero qué son estas bellas diablillas que erizan mi cabello y menguan mi espíritu? ¡Arpías! – ¡Fuera! ¡Ay! ¡Ninfas, os ruego perdón! Sí, de mí, ¡fuera! ¿Qué hago aquí?

Las hadas bailan y con una canción le pellizcan y cae dormido.
[Canción]

Todas las hadas
Pellízcale, pellizca hasta hacerle un moratón.
Los traviesos mortales no deben ver
Lo que entretiene a la Reina de las estrellas,
Ni fisgonear en nuestro galanteo.

Primer Hada
Pellízcale morado,

Segunda Hada
pellízcale negro.

Tercer Hada
Que no le falten
Afiladas uñas para pellizcarle bien,
Hasta que el sueño arrulle su confusa cabeza.

Cuarta Hada
Por la transgresión que ha cometido
Manchas por su carne correrán.
Besa a Endimión, besa sus ojos;
Volvamos a nuestra danza.

Ellas besan a Endimión y parten[, dejándolo a él y al manchado Corsites dormidos]
[Entran] CINTIA, FLÓSCULA, SEMELE, PANELION, ZONTES, PITÁGORAS [y] GIPTES

Cintia
Veis, Pitágoras, qué ridículas opiniones defendéis, y no dudo que vuestra manera de pensar ha cambiado.

Pitágoras
Señora, claramente percibo cómo la perfección de vuestra luz ha penetrado el espesor que cubría mi mente, de tal modo que no siento más contento por ser rectificado que vergüenza al recordar mi ordinariez.

Giptes
Son tres veces más afortunados de vivir en vuestro palacio, donde la verdad no está en las apariencias sino en la vida, y las virtudes no son imaginarias, sino demostradas.

Cintia
Siempre me he esforzado por poseer virtudes reales que dioses pintados, y el cuerpo de la verdad en lugar de la tumba. Pero vayamos ante Endimión; puede que vuestro arte pueda liberarlo. Y en cuanto a Euménides, temo que está muerto.

Pitágoras
Ya he citado todas las razones posibles para un descanso tan largo.

Giptes
No puedo hacer nada hasta que lo vea.

Cintia
Ven, Flóscula, estoy segura de que os agradará contemplar a Endimión.

Flóscula
Seré bendecida si se recupera.

Cintia
¿Estáis enamorada de su persona?

Flóscula
No, sino de su virtud.

Cintia
¿Qué pensáis, Semele?

Semele
Señora, me temo que no diré nada por miedo a ofender.

Cintia
Parece que no podéis hablar sino solo para ser maliciosa. Pero es tan bueno permanecer en silencio como ser insolente. Panelion, ¿qué castigo se merecería Semele, en cuyas palabras y pensamientos solo hay desprecio y amargura?

Panelion
No me gustaría, señora, lanzar ningún juicio. Pero si Vuestra Majestad lo ordena, diría: hacer prisionera en su boca su lengua.

Cintia
Decidido. Semele, si hablas durante este año, quedarás privada de tu lengua. – Contempla a Endimión. Ay, pobre caballero, ¿has desperdiciado toda tu juventud durmiendo, tú que una vez te comprometiste a servirme? ¿Ojos demacrados? ¿Canas? ¿Mejillas arrugadas? ¿Y extremidades decaídas? ¿Es el destino o el engaño quien ha ocasionado esto? Si es el primero, ¿quién podría impedir tu desdicha? Si es el último, ojalá conociera a tu cruel enemigo. Te preferí, Endimión, por tu honor, tus virtudes, tu afecto; pero para llevar tus pensamientos al compás de tu suerte me mostré distante para que pudiera controlarte. Y ahora tus días se agotan antes de que te dé mi aprobación. Pero, ¿a quién tenemos aquí? ¿No es Corsites?

Zontes
Es él, pero más parecido a un leopardo que a un hombre.

Cintia
Despiértale. [Corsites es despertado] ¿Qué ocurre, Corsites, qué os trae por aquí? ¿A qué se debe vuestra degradación? Mira tus manos, y ahora mira la imagen de tu rostro.

Corsites
¡Miserable desdichado y maldecido! ¿Cómo he sido engañado? Señora, os ruego perdonéis mi ofensa, y veáis que mi fortuna merece misericordia.

Cintia
Continúa. Tu ofensa no merece peor castigo; pero procura contar la verdad, de otra manera no me encontrarás como desearías.

Corsites
Señora, así como no es ofensa estar enamorado, siendo mortal, espero que no sea vergonzoso contarle de quién, mi señora siendo divina. Vuestra Majestad puso a mi cargo a la bella Telus, cuya belleza en ese mismo momento cautivó mi corazón de tal manera que emprendí el hacer su cuerpo prisionero. Desde ese momento he encontrado tales batallas en mi mente entre deber y amor, reverencia y afecto, que no podría superar el conflicto ni esperar la conquista.

Cintia
¿Enamorado? Algo tan alejado de la naturaleza de un capitán, y según creo, de la dura y áspera naturaleza de Corsites. Pero adelante.

Corsites
Sintiendo esta continua guerra, preferí ceder por tregua que perecer por peligro seguro. Desvelé ante Telus la profundidad de mis sentimientos, y conduje a mi lengua a narrar una dulce historia de amor, cuando antes solía bramar amenazas de guerra. Ella, demasiado bella para ser fiel y demasiado falsa para ser tan bella, después de un tímido rechazo pergeñó un engaño notable, ordenándome a desplazar a Endimión de su morada y llevarlo a una oscura cueva; lo que yo, deseando cumplirlo, di por imposible, y por eso hadas o diablillos me han tratado de esta manera.

Cintia
¿Qué decís, mis caballeros? ¿No está Telus siempre urdiendo engaños? – En realidad, Corsites, tu rostro es ahora demasiado horrible para un amante y tu corazón demasiado enamoradizo para un soldado. Podéis ver, cuando los guerreros se vuelven lascivos, cómo sus maneras se alteran con su rostro. ¿No es una pena, Corsites, habiendo permanecido por tanto tiempo en los campos de Marte, que ahora seas acunado en la cama de Venus? ¿Llevas la aljaba de Cupido en tu cinturón, y lanceas las miradas? Bien, Corsites, anímate y sé lo que eras, y deja que Telus, quien está hecha de amor, se derrita en su disolución.

Corsites
Señora, no dudo poder recuperar mi estado, pues la belleza de Telus nunca ha causado tanto amor en mi espíritu como ahora su engaño me enfurece; y sin embargo, vengarme de una mujer fuera una cosa más femenil que el amor.

Giptes
Estas manchas, caballero, se crearon para que las llevarais si rozáis este helechal, y en el mismo lugar donde las recibiste, encontrarás su cura.

Corsites
Os lo agradezco. ¡Los dioses me protegen del amor y de estas bellas damas que frecuentan estas tierras!

Flóscula
Corsites, ojalá Telus viera tu adorable rostro.

[Corsites limpia sus manchas con helecho. Semele ríe].

Zontes
¡Con qué malicia ríe Semele, quien no se atreve a hablar!

Cintia
¿No podríais mover a Endimión con esa fuerza vuestra?

Corsites
Ni siquiera un dedo con todas mis fuerzas.

Cintia
Pitágoras y Giptes, ¿qué pensáis de Endimión? ¿Qué razón se le puede dar, qué remedio?

Pitágoras
Señora, es imposible conceder razones a cosas que abarca la naturaleza. Es segurísimo que algún encantamiento extraño ha cautivado todos sus sentidos.

Cintia
¿Qué decís, Giptes?

Giptes
Estoy de acuerdo con Pitágoras, en que se trata de un encantamiento, y tan extraño que ningún arte puede deshacerlo, pues tal pesadez evidencia una irremediable malicia por parte de la hechicera, y que ningún poder puede vencer hasta que ella muera o los cielos muestren medios más milagrosos.

Flóscula
¡Oh, Endimión! ¿Puede el rencor mismo idear artimaña tan monstruosa para matarte en vida, y viviendo estar tan cercano a la muerte? Donde unos cuentan sus años, sus horas, minutos, y ascienden en edad por escalones, tú solo tienes tus años y tiempos agolpados, envejeciendo antes de que puedas recordar que fuiste joven.

Cintia
Basta, Flóscula; compadecerse no le hace ningún bien. Ojalá algo pudiera. Juro por el inmaculado honor de una dama que él no perderá su juventud. ¿Pero es esto todo, Giptes, todo lo que puede hacerse?

Giptes
Todo. Puede que su hechicera muera o sea descubierta. Si eso acontece, entonces pondré en práctica todo el poder de mi arte. Mientras tanto, estaré vigilante en esta arboleda, y atraparé al primero que toque a Endimión.

Cintia
Corsites, ¿qué decís, llevaréis a cabo esto?

Corsites
Buena señora, perdonadme, hace poco que me aturdieron. Preferiría irrumpir en mitad de una batalla que volver a caer en las manos de esas bellas criaturas.

Cintia
Bien, me haré con otros. Pitágoras y Giptes, permaneceréis en mi corte hasta que descubra qué puede hacerse.

Pitágoras
Acudiremos.

Cintia
Vayamos.

Salen.
[Endimión continúa dormido en su banco de helechos, cercano a un árbol, pero quizás cubierto durante la música del entreacto].

ACTO V

Actus Quintus, Scaena Prima.

[Entran] SAMIAS [y] DARES.

Samias
Euménides ha contado tan extrañas historias que, aunque me asombren, nunca las creeré.

Dares
¡El otro anciano, qué conmovedoras palabras usó, que casi nos hacen llorar! Cintia está tan deseosa de poner a prueba su poder y tan dispuesta a liberar a Endimión de su funesta suerte, que tan pronto como oyó la historia, se dispuso a comprobar los hechos.

Samias
Los comprobaremos también. ¡Pero silencio! Aquí viene Cintia con su séquito. Escabullámonos entre ellos.

Entran CINTIA, FLÓSCULA, SEMELE, PANELION, etc.[, EUMÉNIDES, ZONTES, GIPTES, y PITÁGORAS. Samias y Dares se unen a la multitud].

Cintia
Euménides, me niego a creer que haya sido nombrada por la sagrada fuente, pues hay demasiadas cosas en el mundo a las que esas palabras pueden aludir.

Euménides
Buena señora, concédame un intento, de otra manera seré infeliz por no haber preguntado por mi dulce señora.

Cintia
¿No me diréis su nombre?

Euménides
Perdóneme, buena señora, pero si Endimión despierta, que lo hará. Me prometí nunca revelarlo.

Cintia
Bien, vayamos con Endimión. [Se acercan al yaciente Endimión.] No seré tan majestuosa, buen Endimión, para no inclinarme y hacerte bien; y si tu libertad radica en uno de mis besos, lo tendrás. Y aunque mi boca ha permanecido hasta ahora tan intacta como mis pensamientos, ahora para recuperar tu vida (porque tu juventud es imposible) lo haré por Endimión, aquello de lo que ningún mortal podría presumir hasta ahora ni podrá esperar en el futuro.

Le besa.

Euménides
Señora, comienza a moverse.

Cintia
Silencio, Euménides. Permanece quieto.

Euménides
Ah, veo sus ojos entreabiertos.

Cintia
Os ordeno de nuevo, no os mováis. Permaneceré tras él.

[Ella permanece donde Endimión no la pueda ver a simple vista.]

Panelion
¿Pero qué veo, Endimión casi despierto?

Euménides
Endimión, Endimión, ¿estás sordo o mudo? ¿O este largo letargo se ha llevado consigo tu memoria? Ah, mi dulce Endimión, ¿no ves a Euménides, tu fiel amigo, tu fiel Euménides, quien por tu seguridad ha dejado atrás su propio contento? ¡Habla, Endimión, Endimión, Endimión!

Endimión
¿Endimión? Recuerdo ese nombre.

Euménides
¿Te has olvidado de ti mismo, Endimión? Entonces no me asombra que no recuerdes a tu amigo. Te digo que tú eres Endimión y yo Euménides. Contempla también a Cintia, por cuyo favor has sido despertado, y por cuyo poder continuarás tu curso natural.

Cintia
Endimión, habla, dulce Endimión. ¿No recuerdas a Cintia?

Endimión
Oh, cielos, ¿a quién contemplo? ¿Bella Cintia, divina Cintia?

Cintia
Yo soy Cintia, y tú Endimión.

Endimión
¿Endimión? ¿Pero qué oigo? ¿Qué, canosa barba? ¿Hundidos ojos? ¿Cuerpo decaído? ¿Debilitadas extremidades? ¿Y todo en una noche?

Euménides
¿Una noche? Has dormido aquí cuarenta años, por una hechicera aún desconocida. Y mira, la ramita donde yacía tu cabeza se ha convertido en árbol. ¿No recuerdas a Euménides?

Endimión
Recuerdo tu nombre por el sonido, pero no tu rostro. Solo la divina Cintia, a quien se deben el tiempo, la fortuna, el destino y la muerte, la veo y recuerdo, y con toda humildad la considero y reverencio.

Cintia
Tenéis un buen motivo para recordar a Euménides, quien por salvarte renunció a su consuelo.

Endimión
¿Soy ese Endimión que solía llevar su vida en la corte, en justas y torneos, y armado para ejercitar su juventud? ¿Soy ese Endimión?

Euménides
Eres ese Endimión y yo Euménides. ¿Aún no me recuerdas?

Endimión
Ah, dulce Euménides, ahora me percato de quien eres, y de que yo soy Endimión. Pero que este sea mi cuerpo, lo dudo, ¿pues cómo mis rizados cabellos se tornaron grises y mi firme cuerpo en la más tenue debilidad, habiendo envejecido sin saberlo?

Cintia
Bien, Endimión, levanta. Siéntate un momento, pues tus extremidades aún están agarrotadas y no pueden mantenerte, y cuéntanos, ¿qué has visto en tus sueños todo este tiempo? ¿Qué sueños, visiones, pensamientos y suertes? Pues es imposible que en tanto tiempo no hayas visto nada extraño.

Endimión
Bella Cintia, contaré todo lo que he visto, deseando humildemente que si me extiendo demasiado, me advirtáis de que debo terminar. Pues decir todo lo que tengo que contar resultaría pesado, aunque la extrañeza puede de alguna manera abatir el tedio.

Cintia
Bien, Endimión, comienza.

Endimión
Creo haber visto una mujer muy bella pero cruel, que en una mano portaba un cuchillo con el que hizo ademán de cortarme la garganta, y en la otra un espejo, donde, viendo qué mal sentaba la ira a las damas, se retractó de su deliberado acto de violencia. Iba acompañada por otras damiselas, una de las cuales, con un semblante severo, y como si fuera por una acostumbrada malicia grabada en sus ojos, la incitó a que llevara a cabo su crueldad. Otra con mirada triste y melancolía constante, con sus brazos cruzados, y sus ojos en lágrimas, parecía lamentar mi suerte, pero no se atrevió a prevenir el desastre. En mi sueño me sobresalté, sintiendo que se hinchaban mis venas, mis nervios se estiraban de miedo, y tal frío sudor inundó todo mi cuerpo que la muerte en sí misma no podía ser más terrible que esta visión.

Cintia
Extraña visión. Giptes para nuestro mejor disfrute deberá explicarla.

Endimión
Después de un largo debate consigo misma, la misericordia sobrepasó al enfado, y apareció en su rostro celestial tan divina majestuosidad, mezclada con una dulce benevolencia, que dicha visión me fascinó sin medida, y deseé poder contemplarla sin cesar. Y así ella partió con las otras damas, de las cuales una aún conservaba esa inmovible crueldad, la otra una pena constante.

Cintia
Pobre Endimión, ¡cuán asustado estarías! ¿Qué más?

Endimión
Después de ella inmediatamente apareció un hombre entrado en edad con la barba tan blanca como la nieve, llevando en su mano un libro con tres hojas, y pronunciando, según recuerdo, estas palabras: ‘Endimión, recibe este libro con tres hojas, en el que se contienen consejos, estrategias e imágenes’. Y con esto me ofreció el libro, que rechacé; entonces con una pena llena de desdén, rompió la primera de las hojas en mil pedazos. La segunda vez que lo ofreció, lo volví a rechazar; ante lo cual, curvando sus cejas y clavando su mirada al suelo como si estuviera fijada en la tierra para nunca alzarse, súbitamente mirando a los cielos, rompió con rabia la segunda hoja y me ofreció el libro solo con una. No sé si fue el miedo a ofender o el deseo de descubrir algo extraño lo que me movió; tomé el libro, y así el anciano desapareció.

Cintia
¿Qué imaginaste que había en esa última hoja?

Endimión
Ahí – sí, vivamente retratados – con un temblor helado en cada articulación, contemplé muchos lobos ladrándote a ti, Cintia, quienes preparando sus colmillos para morder, con el esfuerzo se desangraron hasta la muerte. Allí podía ver la Ingratitud con cien ojos, buscando beneficios, y con miles de dientes mordisqueando las entrañas donde fue criada. La Traición se erigió envuelta toda en blanco, con una sonrisa en su semblante pero ambas manos bañadas en sangre. La Envidia, con pálido y seco rostro, cuyo cuerpo era tan delgado que uno podría contar todos sus huesos, y cuyas prendas eran tan andrajosas que era fácil contar cada hebra, permaneció disparando a las estrellas, cuyos dardos caían de nuevo sobre su cara. Allí podía ver zánganos, o escarabajos, no sé cómo nombrarlos ellos, arrastrándose bajo las alas de un águila real, en cuyo nido, intentaban sorber su vena hasta matarla. Reflexioné sobre cómo cosas tan vulgares pudieran intentar hechos tan bárbaros o se atrevieran a imaginar cosas tan sangrientas. Y muchas otras, señora, que de repetirlas puede que os entretengan demasiado y os resulten placenteras; pues las abejas se exceden a veces con la miel, y los dioses se saturan de armonía, y vuestra Alteza puede extenuarse de gozo.

Cintia
Me alegra estar de abstinencia; entremos, entonces. Euménides, asegúrate de que Endimión esté bien atendido, no sea que, por comer inmoderadamente o durmiendo demasiado de nuevo, incurra en un exceso mortal o en su anterior sueño. También proclamaré esto: aquel que descubra el hechizo tendrá mi agradecimiento y su recompensa no será menor.

Sale[, atendida por su séquito. Flóscula, Euménides y Endimión se quedan].

Flóscula
¡Ah, Endimión, no hay nadie más contenta de tu recuperación que Flóscula!

Euménides
Sí, Flóscula, permíte a Euménides estar más contento, y no hagas mal al comparar la asentada amistad entre hombres con el débil afecto de una mujer. – ¡Ah, mi querido Endimión, permíteme morir contemplándote!

Endimión
Euménides, tu amistad es inmortal e imposible de concebir, y tu buena voluntad, Flóscula, más de lo que merezco. Pero acompañemos a Cintia. Me asombra que Semele no haya dicho una palabra.

Euménides
Si lo hace perderá su lengua.

Endimión
¿Pero cómo avanza vuestro amor?

Euménides
No dije ni una palabra desde que caíste dormido.

Endimión
No dudo que vuestros sentimientos son mayores y frío vuestro apetito.

Euménides
No, Endimión, tú lo acrecentaste, y ahora la chispa se convirtió en llamas y mis deseos casi en frenesí. Pero sigamos, y más tarde debatiremos todo esto largo y tendido.

Salen.

Actus Quintus, Scaena Secunda

[Entran] Sir Tofas [y] EPITON.

Tofas
Epi, el amor ha empujado mi libertad a lo más bajo y ha tomado el control de mi razón.

Epiton
Permíteme zancadillear vuestro afecto y arrojar vuestro benévolo deseo por la alcantarilla.

Tofas
No, Epi, el amor es el obispo de los locos y mantiene la fiesta navideña en mi cuerpo.

Epiton
Sin duda tiene buen ánimo. ¿Con qué platos deleitoso Su Señoría os regala?

Tofas
Primero, con un buen plato de potaje de placer, estofado con el cordero de la suspicacia.

Epiton
¡Excelente caldo de amor!

Tofas
Luego vendría una tarta de paciencia, gallina a la miel, ganso con hiel, pollo al cuidado, y muchas otras viandas, algunas dulces, otras amargas, que prueban que el amor es como en los viejos tiempos: dulce venenum.

Epiton
Suculento banquete.

Tofas
Pero Epi, te ruego que toques mi barbilla, algo me pincha. ¿Qué sientes o ves?

Epiton
[Examinando su barbilla] Hay tres o cuatro pelos.

Tofas
Te ruego que los llames barba. ¡Cuán atormentado estaré cuando este joven brote crezca y se convierta en bosque!

Epiton
Oh, señor, vuestra barbilla aún no es más que un polluelo. Os hará más imponente cuando alcance su plenitud. Pero me asombra que améis a Dipsas, esa vieja arpía.

Tofas
Agnosco veteris vestigia flamma, me encanta el humo de un viejo fuego.

Epiton
Pero si ella es tan fría que ni el fuego puede derretir sus pensamientos.

Tofas
Es una vieja gansa, Epi, que no comerá avena; viejas vacas patearán, viejas ratas roerán queso, y viejos sacos tendrán demasiados parches. Prefiero un conejo viejo a uno lactante, y una gallina anciana antes que un polluelo.

Epiton
Argumentum ab antiquitate. [Aparte] Mi señor ama la antigüedad.

Tofas
Dame una reineta marchitada como una vieja esposa.

Epiton
Bien, señor.

Tofas
Entonces a contrario sequitur argumentum. Dame una esposa que luzca como una reineta pasada.

Epiton
[Aparte] Nada ha convirtido a mi señor en estúpido excepto un debate plano.

Tofas
¿No sabes que el vino añejo es el mejor?

Epiton
Sí.

Tofas
¿Y no sabes que la gente se gusta entre iguales?

Epiton
Sí.

Tofas
¿Y no sabes que a Venus le gusta el mejor vino?

Epiton
Así es.

Tofas
Mi conclusión es que Venus era una mujer anciana en una vieja copa de vino. Pues, est Venus in vinis, ignis in igne fuit.

Epiton
O lepidum caput. ¡Oh, descabellado señor! Mereceríais tener a Dipsas, si fuera el doble de vieja, pues en vuestro amor os ha quitado la lanilla de vuestro ingenio y os habéis quedado andrajoso. Pero aguardad, ¿quién se acerca?

[Entran SAMIAS y DARES.]

Tofas
Mis defensores.

Samias
¡Os saludamos, Sir Tofas! ¿Cómo os encontráis?

Tofas
Imponente en cada articulación, lo que la mayoría de la gente llama firmeza. ¿Dipsas se inclinará? ¿Cederá? ¿Aceptará?

Dares
Oh, señor, tanto como deseéis, pues su barbilla casi roza sus rodillas.

Epiton
Señor, se inclinará ante vos, os lo aseguro.

Tofas
¿Qué condiciones puso?

Samias
Ella prometió que nunca amaría a alguien que no tuviera menos dientes que ella.

Tofas
¿Cuántos tiene?

Dares
Uno.

Epiton
Esto va mal, señor, pues entonces no deberíais tener ninguno.

Tofas
Es un pequeño requisito y aceptable considerando la magnitud de su edad. ¿Qué debe hacer un hombre sabio con su boca llena de huesos como un osario? La fiel tórtola no tiene ni un diente.

Samias
[Aparte a Epiton] Tu señor está en una vena notable, es capaz de perder todos sus dientes para ser como una tórtola.

Epiton
[Aparte a Samias] Déjale perder la lengua también, no me importa.

Dares
No, también deberíais deshaceros de vuestras uñas, pues hace mucho tiempo que ella las perdió.

Tofas
Cederé a ello. ¡Qué vida más tranquila tendremos Dipsas y yo cuando no podamos ni morder ni arañar! Ya veréis, jóvenes, como la edad trae la paz.

Samias
[Aparte a Epiton y Dares] ¿Qué debemos hacer para que desista de su amor? Pues nunca hablamos con ella.

Dares
[Aparte a Samias] Déjamelo a mí. [A Sir Tofas] Ella es una bruja notable, y convirtió a su sirvienta Bagoa en un álamo por revelar sus secretos.

Tofas
La honro por su astucia, así cuando esté cansado de caminar con dos piernas, ¡qué placer me dará si ella me transforma en un buen asno y me ayuda con cuatro patas!

Dares
Entonces, debo contarle la verdad: su marido Geron ha vuelto a casa, quien la ha tenido como esposa estos cincuenta años.

Tofas
¿Qué oigo? ¿Tiene un marido? Ve al sacristán y dile que el Deseo ha muerto, y quiero que cave su tumba. Oh, cielos, ¿un marido? ¿Qué muerte se acomoda a mi suerte?

Samias
No desesperéis, os ayudaremos a buscar a una joven dama.

Tofas
No me gustan las pacientes Griseldas; son tan frágiles que se romperían como cristal; o tan refinadas que si son tocadas perderían su forma como la cera. Animus maioribus instat; deseo viejas matronas. ¡Qué bella imagen sería abrazar a alguien cuyo cabello es tan brillante como las perlas, cuyos dientes serán tan puros como el azul que deslucirían el mismísimo turquesa, cuya nariz echará más rayos que el carbúnculo más fiero, cuyos ojos estarán rodeados por tal rojez que superará el coral más profundo, y cuyos labios se compararán con la plata por su palidez! Si podéis ayudarme a encontrar a alguien así, zanjaré poco a poco mis sentimientos por Dipsas y pasearé mis henchidos pensamientos hasta que se enfríen.

Epiton
Sabiamente decidido. ¿Qué decís, amigos míos, ayudaréis a mi señor en su causa?

Samias
Con toda mi voluntad.

Dares
Y si no conseguimos que triunfe, quemaré mi gorro. Le serviremos en su causa, y sacaremos a una vieja esposa de su tumba para que conteste a su llamado.

Tofas
Jóvenes, adieu. Aquél que me traiga noticias poseerá mi herencia.

[Sale.]

Dares
[A Epiton] ¿Qué, es terrateniente tu señor?

Epiton
¿No sabéis que mi señor es liber tenens?

Samias
¿Qué es eso?

Epiton
Libre propietario. Pero voy a seguirle.

Samias
Y nosotros, a la espera de noticias de Endimión hasta el final.

Salen.

Actus Quintus, Scaena Tertia

[Entran] PANELION [y] ZONTES.

Panelion
¿Quién hubiera pensado que Telus, siendo tan bella por naturaleza, tan honorable de nacimiento, tan inteligente por su educación, cometería maldad tan odiosa para los cielos, tan detestable para los hombres, y tan maliciosa para su amigo?

Zontes
Si Bagoa no la hubiera delatado, ¿cómo se hubiera descubierto? Pero vemos que el oro y las buenas palabras son capaces de corromper al hombre más fuerte y por tanto manipular a las mujeres más tontas como a la cera.

Panelion
Me pregunto que determinará Cintia en esta causa.

Zontes
Me temo que lo mismo que en otras: escuchar con justicia y actuar con misericordia. ¿Pues cómo podría ser que ella que no es capaz de castigar a sus enemigos mortales con desgracias, vengara ofensas de su propio séquito con la muerte?

Panelion
Esa vieja bruja Dipsas, enfurecida, sabiendo que sus argucias fueron descubiertas convirtió a la pobre Bagoa en un álamo. Pero apresurémonos y traigamos a Telus ante Cintia, pues ella venía detrás de nosotros.

Zontes
Vámonos.

Salen.

[ESCENA 4]

[Entran] CINTIA, SEMELE, FLÓSCULA, DIPSAS, ENDIMIÓN, EUMÉNIDES [y, GERON, PITÁGORAS, GIPTES y Sir Tofas. Un árbol permanece al lado del rimero de helechos, como en Acto IV escena 3 y Acto V escena 1].

Cintia
Dipsas, tus años no son tantos como tus vicios, pero más en número de lo que la naturaleza se puede permitir o la justicia autorizar. ¿Has practicado por estos casi cincuenta años la detestada maldad de la brujería? ¿Fuiste tan estúpida como para pretender conocer la naturaleza de las hierbas, tú, de todas las criaturas la más pecaminosa? Has amenazado con desviar mi curso y alterar por tus malditos artes el dominio que me concedieron los dioses eternos. Pero has de saber, tú, Dipsas, y que todos los hechiceros sepan, que Cintia, siendo consagrada a ser luz en la tierra, también la protegen los poderes del cielo. Habla si quieres, recolecta tus hierbas, encuentra las piedras adecuadas a tu arte, pero nada de esto conseguirá horrorizar mi corazón, en el cual el coraje está tan enraizado, y la constante persuasión por la misericordia de los dioses está tan bien fundada, que considero tu brujería tan débil como el mundo considera tu causa miserable. Este noble caballero, Geron, antes tu marido y ahora tu odio mortal, lo condenaste a vagar en el desierto, casi desesperado. A Endimión, la flor de mi corte y la esperanza de los tiempos venideros, hechizaste con tus artes antes de que lo dejaras florecer por naturaleza.

Dipsas
Señora, lo pasado, pasado está. No hay nada tan retorcido que no haya intentado, ni nada tan deseado como la muerte. Y de todas las cosas que he perpetrado, no hay ninguna que haya atormentado tanto mis indecisos y desvalijados pensamientos que haberme divorciado de mi marido en la flor de su juventud por mis artes endiabladas, por las que, si la muerte es la expiación, no viviré hasta mañana. Si vivir y ser más miserable le contenta, desearía de todas las criaturas ser la más vieja y fea.

Geron
Dipsas, has distinguido entre Endimión y yo, que siendo ambos jóvenes, a mí me condenaste a vagar en la melancolía, perdiendo las alegrías de mi juventud, y a él a dormir, olvidándose de la suya.

Cintia
Aguardad, aquí llega Telus. Ahora lo sabremos todo.

Entran CORSITES [y] TELUS, [escoltados por] PANELION [y ZONTES].

Corsites
[A Telus] Deberías excusarte francamente ante Cintia tan bien como usaste tu ingenio conmigo.

Telus
La verdad será mi respuesta, y por eso no buscaré excusa.

Cintia
¿Es posible, Telus, que en tan poco tiempo hayas ideado tantas maldades? He soportado tu henchido orgullo, puesto que la belleza lo mitiga, y la cual, cuanto más excede los límites de ésta, más se aproxima al desdén. De tus artimañas contra Corsites, me río, pues cuanto más agudo es tu ingenio, tanto más inteligentes son tus artimañas. Pero esta incomparable y antinatural conspiración con un encantamiento vil contra tan noble caballero como Endimión la aborrezco como cosa maliciosa y tendrá una venganza aún más monstruosa. Y, en cuanto vos, Dipsas, os enviaré al desierto entre bestias salvajes, a intentar si podéis hacer caer a leones, tigres, jabalíes, y osos en un sueño tan mortal como hicisteis con Endimión, o convertirlos en árboles como hiciste con Bagoa. Pero dime Telus, ¿cuál es la causa de esta cruel acción, tan impropia de tu sexo, en el que nada debería existir excepto inocencia, y en disonancia con tu rostro, en el que nada parecía haber más que dulzura?

Telus
Divina Cintia, por quien recibo mi vida y contenta estoy de ponerle fin, no puedo excusar mi error sin mentir ni confesarlo sin vergüenza. Si fuera posible que en tan celestiales pensamientos como los tuyos pudieran caer tan terrenales emociones como las mías, esperaría entonces, si no el ser perdonada sin castigo extremo, ser escuchada sin asombro alguno.

Cintia
Continúa, Telus. No puedo imaginar qué pueda matizar tanta crueldad.

Telus
Endimión, ese Endimión, en la flor de su juventud cautivó de tal manera mi corazón que para obtener mis deseos no podía encontrar medios, ni combatir la razón. ¿Qué mujer no podría enamorarse de Endimión, joven, inteligente, honrado y virtuoso? Además, ¿de qué metal estaría hecha, si fuera mortal, que no fuera afectado por el picante, ni infectada con el veneno de ese amor inefable pero siempre sentido, que quiebra los sesos y nunca hiere la frente, consume el corazón y nunca toca la piel, y crea heridas tan profundas que se sienten antes de que se perciba la cicatriz? Mi corazón, tan frágil para resistir tal furia divina, cedió al amor – señora, no sin ruborizarme, confieso haber cedido al amor.

Cintia
Extraño efecto del amor, crear un odio tan extremo. ¿Cómo decís, Endimión, todo esto fue por amor?

Endimión
Digo entonces, señora, que los dioses me enviaron el odio de una mujer.

Cintia
Aquello fue terrible, pues, de no haber ocurrido lo contrario, nunca tendrías un momento de paz. Pero sigue, Telus, escuchemos el final.

Telus
Sintiendo un arder continuo en mis entrañas y un estallido en cada una de mis venas, no pude sofocar mi fuego interior, pero era necesario que se percibiera por el humo exterior; y, por el revoloteo de diversas chispas, varios juzgaron mis hirvientes llamas. Endimión, tan lleno de arte como ingenio, penetrando en mis ojos (en los que casi podía ver los suyos), mis suspiros (por los que podía escuchar el sonido de su nombre), apuntando a mi corazón (en el que se aseguró de que yo portara grabada su persona), y con preguntas sonsacó lo que estaba listo para estallar. Cuando vio la profundidad de mi afecto, juró que mis sentimientos con respecto a los suyos eran como los vapores a Etna, los valles a los Alpes, las hormigas a las águilas, y nada podía compararse con mi belleza excepto su amor y eternidad. Así, colocando un delicado zapato en un retorcido pie, él me hizo creer (lo que todo nuestro sexo está dispuesto a saber) que era bella, y maravillarme de (que de hecho es algo milagroso) que todos en su sexo serían fieles.

Cintia
Endimión, ¿cómo aclararéis esto?

Endimión
Señora, a través de quien me acusa.

Cintia
Bien, Telus, prosigue, pero se breve, no sea que, disfrutando del relato de tu amor, nos ofendas con la extensión del mismo.

Telus
Acabaré, señora, rápidamente con mi amor y mi historia. Viendo en aumento mis atormentados pensamientos y viendo que disfrutar de mi amor causaba heridas más profundas que el empezarlo, no pude encontrar otro camino para aliviar mi pena que seguir a Endimión, y tenerlo continuamente como objeto de mis miradas, quien me hizo esclava de su amor. Pero en el momento en el que sospeché su deshonestidad, ya abrasada por las llamas de mi afecto, encontré (ah, ¡qué dolor! justo ahí me perdí a mi misma), lo encontré tan melancólico y desesperado, maldiciendo sus estrellas, su estado, la tierra, los cielos, el mundo, y todo por el amor de...

Cintia
¿De quién? Telus, habla claramente.

Telus
Señora, no osaré hablar por miedo a ofender.

Cintia
Habla, te ordeno. ¿Quién osaría ofenderse si Cintia te lo ordena?

Telus
Por el amor de Cintia.

Cintia
¿Por mi amor, Telus? Sería extraño. ¿Endimión, es eso cierto?

Endimión
Completamente, señora. Telus no ha mentido.

Cintia
¿Qué nos traerá esto al final? Bien, Endimión, escuchémoslo todo.

Telus
Viendo que mis esperanzas se volvieron contratiempos, y su constante fingimiento para conmigo, y el inamovible deseo hacia Cintia, olvidándome de mí misma y de mi sexo, caí en un odio antinatural. Pues sabiendo que tus virtudes, Cintia, son inmortales, no podía imaginar cómo conseguirlo; y encontrando mis propios sentimientos insaciables, no podía soportar el pensamiento de cualquiera poseyendo lo que perseguía. Aunque en majestuosidad, belleza, virtud y dignidad siempre me humillé y cedí ante Cintia, en afecto me estimé igual que las diosas, y otras criaturas según su condición. Pues las estrellas deben su luz a su tamaño, y nada al sol. Y las pequeñas jarras, cuando no pueden contener más, tienen tanta plenitud como los grandes cántaros cuando se desbordan. Entonces, señora, con toda verdad he expresado la infelicidad de mi amor y la causa de mi odio, cediendo totalmente al juicio divino que nunca erró por carecer de sabiduría o envidió por excesiva parcialidad.

Cintia
¿Qué decís, caballeros, sobre este asunto? ¿Y tú, Endimión, crees que ha contado Telus toda la verdad?

Endimión
Señora, completamente, a excepción de que la amé y juré honrarla.

Cintia
¿Hubo tal momento en el que por mi amor juraste morir, y respecto a ello aborreciste tu vida? Habla, Endimión. No me vengaré con odio.

Endimión
Ese momento existió, señora, y existe, y existirá por siempre, en el que honré a Vuestra Alteza por encima de todo el mundo; pero ir tan lejos como llamarlo amor, no habría osado. Nadie ha complacido mis ojos como Cintia, nadie deleitó mis oídos como Cintia, nadie poseyó mi corazón más que Cintia. He renunciado a cualquier fortuna por seguir a Cintia, y aquí estoy listo a morir si eso complace a Cintia. Tal diferencia han impuesto los dioses entre nuestras condiciones que todo debe ser deber, lealtad, y reverencia; nada, nada a no ser que lo permita Vuestra Alteza, se llamará amor. A mis inmaculados pensamientos, mi decaído cuerpo, mi infeliz vida, concedámosles por un principesco favor aquello que no deben pretender desafiar, al tratarse solo de imposibles; imaginándolos emplearé mi espíritu, y para mí, tan bajo que ninguna criatura logrará escuchar, lo llamaré amor. Y si alguien me obliga a decir lo que susurré, entonces lo llamaré honor. Si no me apartaran de esta dulce contemplación, viviré de todos los hombres el más feliz, gozando más de mis envejecidos pensamientos que de mis jóvenes acciones.

Cintia
Endimión, este tu honorable respeto hacia mí se bautizará como “amor” en ti, y mi recompensa por él, “favor”. Persevera, Endimión, en amarme, pues reconozco más fuerte un corazón sincero que una ciudad amurallada. He trabajado para ganarlo todo, y me he esforzado para mantener aquello que he conseguido; pero aquellos a quienes mi favor no puede incitar a seguir constantes, ni mis ofrecimientos a ser fieles, los dioses los doblegarán o se vengarán por sus traiciones con justicia. Endimión, continúa como has comenzado y comprobarás que Cintia no brilla en ti en vano.

[La juventud de Endimión es restablecida.]

Endimión
Vuestra Alteza me ha bendecido, y vuestras palabras han restaurado mi juventud. Creo sentir mis articulaciones fuertes, y a estos decrépitos cabellos mudarse, y todo por vuestro poder, Cintia, en cuyas manos se produce el equilibrio entre el tiempo y la fortuna.

Cintia
¿Qué, joven de nuevo? Entonces sería una pena castigar a Telus.

Telus
¡Ah, Endimión! Ahora te reconozco y te pido perdón. Permíteme desear tu bien.

Endimión
Telus, Cintia ordenará lo que desee.

Flóscula
Endimión, me alegro de verte en tu anterior estado.

Endimión
Buena Flóscula, contigo vuelvo a mi anterior afecto.

Euménides
Endimión, consuelo de mi vida, cómo me deleito con incomparable gozo, con la única excepción de la alegría de mi amada.

Cintia
Endimión, ahora debéis revelar a quien Euménides consagra como santa.

Endimión
A Semele, señora.

Cintia
¿Semele, Euménides? ¿Es Semele? ¿La más avispa de todas las mujeres, cuya lengua resquema tanto como la picadura de una culebra?

Euménides
Es Semele, Cintia, la posesión de cuyo amor es lo único que prolongará mi vida.

Cintia
No, ya que Endimión se ha recuperado, todos seréis complacidos. Semele, ¿estáis de acuerdo después de tanto tiempo profesándote su fe, con tal secretismo, y tan inmaculado amor, en tomar a Euménides? – ¿Qué, no decís nada? ¿Ni una palabra?

Endimión
Su silencio, señora, consiente. Esto es más que cierto.

Cintia
Es verdad, Endimión. Euménides, toma a Semele, Tómala, te digo.

Euménides
Humildes gracias, señora. Ahora es cuando comienza mi vida.

Semele
Difícil elección, señora, casarme si no nada digo o perder mi lengua si pronuncio palabra. Prefiero escoger mi lengua cortada a mi corazón enojado. No lo tomaré.

Cintia
¿Cotorreando? Ella asentirá de ahora en adelante, con señas. ¡Cortadle la lengua, no, la cabeza, que a pesar de tener a un pretendiente de honorable abolengo, honestos modales, y verdadero amor, no sea convencida!

Semele
No es un amante fiel, señora, pues si lo fuera hubiera solicitado a su dama.

Geron
Si no hubiera sido fiel, nunca hubiera visto nada en la fuente, y entonces hubiera perdido tanto a su amigo como a su dama.

Euménides
Tus propios pensamientos, dulce Semele, atestiguan en contra de tus palabras, pues ¿qué has encontrado en mi vida más que amor? ¿Y qué he encontrado en mi amor más que amargura? Señora, perdonad a Semele, y que mi lengua sustituya a la suya.

Cintia
¿Tu lengua, Euménides? ¿Cómo vivirás, sin lengua con la que alabar la belleza de Semele? – Bien, Semele, no te ordenaré amar, pues el amor no puede ser forzado. Permíteme rogar por él.

Semele
Estoy satisfecha con vuestras órdenes, Alteza, pues ahora considero a Euménides fiel, que está dispuesto a perder su lengua por mi bien; aunque reacia, porque debería concederme un mejor favor. Señora, acepto a Euménides.

Cintia
Os lo agradezco, Semele.

Euménides
¡Ah, feliz Euménides, que tienes un amigo tan fiel y una amada tan bella! ¿Con qué trampa los dioses arruinarán este gozo? Dulce Semele, vivo o muero a tu discreción.

Cintia
¿Qué ocurrirá con Telus? Telus, sabéis que Endimión se entregó a un empeño del que ni la muerte podrá separar. Corsites aún te lanza amorosas miradas. ¿Qué decís, aceptaréis a Corsites y con ello recibiréis el perdón por todo lo pasado?

Telus
Señora, estoy dispuesta.

Cintia
Pero no puedo asegurarte que Corsites esté de acuerdo.

Corsites
Sí, señora, más dichoso seré con tener a Telus que con el gobierno del mundo.

Euménides
Pero fue la culpable del ataque de las hadas.

Corsites
Sí, pero su belleza ha atacado mi corazón más profundamente.

Cintia
Bueno, disfruta de tu amor. Pero, ¿qué habéis bordado en el castillo Telus?

Telus
Solo el retrato de Endimión.

Cintia
Confórmate entonces con poseer de Endimión lo que emana de su retrato.

Corsites
Ah, mi dulce Telus, mi amor será como tu belleza, sin igual.

Cintia
Ahora solo queda, Dipsas, que si renuncias a ese vil arte del encantamiento, Geron ha prometido aceptarte de nuevo; de otro modo, si permaneces atada a esa maldad, debo y te castigaré como a nadie.

Dipsas
Señora, renuncio a ambas, realidad y sombras, de la más horrible y odiosa profesión, prometiendo a los dioses continua penitencia y a Vuestra Alteza obediencia.

Cintia
¿Qué decís, Geron, la aceptaréis como esposa?

Geron
Sí, con más alegría que la primera vez, pues nada podría hacerme más feliz que la renuncia a su oficio malicioso y deleznable. Dipsas, te acepto.

Dipsas
Y yo a ti, Geron, a quien más adelante relataré la causa de estas mis primeras locuras.

[Se abrazan].

Cintia
Bueno, Endimión, nada queda ahora más que nuestra partida. Tú tienes mi favor, Telus su amado, Euménides se encuentra en el paraíso con Semele, Geron contentado con Dipsas.

Tofas
No, aguarda. No podré acostarme contento sin Bagoa.

Cintia
Bien, Sir Tofas, será que poseo más virtudes de las que conozco, pues desperté a Endimión, y con mis palabras devolví su juventud. Intentaré devolver a ese árbol a la forma de tu verdadero amor.

Tofas
Conviértase en verdadero o falso amor, con tal que sea una moza, no me importa.

Cintia
Bagoa, Cintia pone fin a tu funesta suerte, pues habiendo sido transformada en árbol por revelar la verdad, te devolveré tu verdadera forma si mi poder tiene el efecto de la verdad.

[Bagoa recupera su forma humana.]

Tofas
¿Bagoa? ¡Plagas caigan sobre ti!

Cintia
Acercaos mis caballeros, entremos. Vosotros, Giptes y Pitágoras, si no podéis contentaros en nuestra corte con abandonar las vanas locuras de los filósofos en pos de las virtudes aquí cultivadas, seréis tratados en función de vuestros méritos, pues Cintia no rechaza a los extraños.

Pitágoras
Prefiero permanecer diez años en la corte de Cintia a una hora en Grecia.

Giptes
Y yo elijo vivir bajo la mirada de Cintia antes que poseer todo Egipto.

Cintia
Entonces seguidnos.

Euménides
Acudiremos todos.

Salen.

Epílogo

Un hombre errante, el viento y el sol luchaban por la soberanía, uno con sus ráfagas y el otro con sus rayos. El viento sopló fuerte; el hombre se arropó más fuerte con sus prendas. Una ráfaga aún más violenta; y él se las ciñó bien sujetas. "No puedo dominarle", dijo el viento. El sol, lanzando sus rayos cristalinos, comenzó a calentar al hombre, quien desató su túnica. Sin embargo brilló más fuerte; entonces se desprendió de ella. "Cedo", dijo el viento, "pues si continúas brillando también se deshará de su abrigo".

Mi temida soberana, los maliciosos que buscan sobrepasarnos con amenazas no hacen más que robustecer nuestros pensamientos y hacerlos más fuertes en las tormentas. Pero si Vuestra Alteza nos otorga vuestros favorables rayos para que brillen sobre nosotros, no solo nos inclinaremos, sino también con toda humildad extenderemos nuestros corazones y manos a los pies de Vuestra Majestad.