[IV.i]
(Un banquete. Oboes. Entran Bonaventura, Giovanni, Annabella, Filotis, Soranzo, Donado,
Florio, Richardetto, Putana y Vázquez.)
BONAVENTURA.
945
Cumplido el rito sagrado, ahora es tiempo
de que el banquete os ocupe el resto del día.
Pues tal ágape es oportuno y complace a los santos
que son vuestros invitados, aunque el ojo mortal
no los vea. ¡Que el júbilo del otro os traiga
950
prosperidad, en este día y en adelante!
SORANZO.
Padre, se ha escuchado vuestro ruego. La mano
del cielo me ha escudado de la muerte y,
como mayor bendición, ha enriquecido mi vida
con la joya más preciada. Premio como éste
955
no hay en la tierra igual.
Alégrate, mi amor; caballeros y amigos,
compartid conmigo el gozo y la alegría. El día
coronaremos con copas rebosantes a la salud de Annabella.
GIOVANNI.
(Aparte.)
¡Oh, tormento! Por no ver acabada esta boda,
960
y aguantar esta visión, la de mi amada
en brazos de otro, retaría a la desgracia
y soportaría el horror de diez mil muertes.
VÁZQUEZ.
¿Os encontráis mal, señor?
GIOVANNI.
Te lo ruego, mozo, atiende a los demás,
que yo no necesito tu importuna diligencia.
FLORIO.
965
Venid, señor Donado, y olvidad
los recientes lances ahogando en vino vuestra pena.
SORANZO.
Tráeme esa copa tan grande y pesada.
Giovanni, hermano, este brindis va por ti:
tú serás el siguiente, aunque ahora estés soltero.
970
¡Por la felicidad de tu hermana, y por la mía!
(Bebe, y le ofrece la copa a Giovanni.)
GIOVANNI.
Me haría un gravísimo daño.
ANNABELLA.
Te ruego que no le insistas si no quiere beber.
(Oboes.)
FLORIO.
¿Qué ocurre, qué ruido es este?
VÁZQUEZ.
Se me olvidó deciros, señor, que algunas doncellas de Parma,
en honor del matrimonio de la señora Annabella, le envían
su afecto y cariño con un baile de máscaras, para el que
solicitan humildemente vuestra paciencia y silencio.
SORANZO.
Agradecidos estamos, y aún más, por ser esta
975
cortesía inesperada. Hacedlas entrar.
(Entra Hipólita y Mujeres con máscaras, ropas blancas y con guirnaldas de sauce. Música
y una danza.)
Gracias, dulces doncellas. Ahora si nos decís
con quién quedamos en deuda por estas atenciones,
os lo agradeceremos.
HIPÓLITA.
Sí, yo os lo diré.
(Se quita la máscara.)
¿Qué pensáis ahora?
HIPÓLITA.
La misma,
980
no os sorprendáis; ni os sonrojéis, linda muchacha
que no vengo a despojaros de vuestro hombre.
(A Soranzo.)
No es momento de echar cuentas
de lo que en Parma hace tiempo se dice sobre nosotros;
que corra el rumor imprudente, que el aliento que lo impulsa
lo hará explotar cual burbuja al final.
(A Annabella.)
Y ahora a vos, dulce criatura, dadme la mano.
985
Quizá os habían dicho que yo reclamaría
algún derecho sobre Soranzo, ahora vuestro señor.
Su alma sabe mejor lo que tengo derecho a hacer,
mas como sea mi deber por vuestra noble virtud,
dulce Annabella, y mi afecto para vos,
990
tomad aquí, Soranzo, su mano que yo os la doy.
Y una vez más uniré lo que ya por la Santa Iglesia
está finito y aprobado. ¿He hecho bien?
SORANZO.
Con vos nos comprometemos en demasía.
HIPÓLITA.
Una cosa más.
Para dejaros constancia de mi amor sincero,
995
renuncio aquí libremente a todo derecho
que os pudiera reclamar, y os devuelvo vuestros votos.
Y para confirmarlo, dadme una copa de vino.
Mi señor Soranzo, ¡con este licor brindo
por vuestro largo descanso! Encárgate, Vázquez.
(Le da una copa envenenada y ella se la bebe.)
SORANZO.
1000
Hipólita, os lo agradezco. Y brindaré con vos
para honrar esta feliz unión cual nueva vida.
¡Vino, aquí!
VÁZQUEZ.
Ni beberéis vino, ni brindaréis con ella.
VÁZQUEZ.
Sabed, Doña Demonio, que esta malvada traición, que es
solamente vuestra, es la que os ha matado. No me casaré con vos.
VÁZQUEZ.
Ingenua mujer, eres ya como una brasa que ha encendido a otros
para quemarse sola: troppo sperar, inganna. Tu arrogante esperanza
vana te ha engañado, estás más muerta que viva. Si tienes
piedad alguna, reza.
VÁZQUEZ.
¡Ten algo de pudor y muere en paz! Este ser mezquino,
esta mujer, me sobornó en privado con promesas de
matrimonio, para que en este falso acto de reconciliación,
envenenase a mi señor mientras ella se reiría de su desgracia
en el día de su boda. Le di mi promesa, pero sabiendo cuál
sería mi recompensa; incluso de buena gana le habría
perdonado la vida, pero me di cuenta del peligro de su carácter,
y ahora le he pagado justamente con su propia moneda.
Ahí está, ya lo tiene. Termina en paz tus días, vil mujer,
y por lo que respecta a la vida, no lo pienses más,
no hay esperanza.
TODOS.
¡Oh, justicia prodigiosa!
HIPÓLITA.
¡Ay, es verdad!
Presiento que mi hora llega. Si ese desgraciado
1005
hubiera cumplido su promesa, ¡oh, tormento!, a esta hora,
Soranzo, habrías muerto, ¡fuego y brasas del infierno!
Y aun antes de que me vaya, ¡oh, crueles, crueles llamas!,
aquí os maldigo a los dos: que vuestro lecho
nupcial sea un lecho de tortura en el alma,
1010
que os queme la sangre y ardáis en la venganza. ¡Ay,
mi corazón, este fuego es insufrible! Ojalá tengas vida
para engendrar bastardos, y ojalá que de su vientre nazcan
monstruos, y que muráis juntos por vuestro pecado,
odiados, menospreciados y sin piedad! ¡Oh, oh!
(Muere.)
FLORIO.
1015
¿Hubo alguna vez criatura más infame?
RICHARDETTO.
Así terminan
la lujuria y el orgullo.
ANNABELLA.
Qué visión más espantosa.
SORANZO.
Vázquez, ahora sé que tengo en ti un servidor
leal, no lo olvidaré. Ven, mi amor,
vamos a casa y demos gracias al cielo por su favor.
1020
Padre, amigos, debemos interrumpir esta alegría,
es un festín demasiado triste.
DONADO.
Llevaos el cuerpo de aquí.
BONAVENTURA.
He aquí una transformación funesta.
Presta atención, Giovanni, y haz caso.
Temo el final; pues rara vez es feliz el enlace
1025
si el banquete nupcial empieza en sangre.
(Salen.)
[IV.iii]
(Entra Soranzo, a medio vestir, arrastrando a Annabella.)
SORANZO.
¡Vamos, furcia, puta de mala ralea! Si cada gota de sangre
que te corre por esas venas de adúltera
fuera una vida, con esta espada, ¿la ves?
de un golpe las sesgaría. Golfa insigne, más que golfa,
1060
que sin vergüenza afirmas tu pecado,
¿No había otro más que yo en Parma a quien volver
alcahuete de tus vicios y ese astuto puterío?
¿Acaso tu ardiente furor, la plétora del deseo
o el auge de tu lujuria debían alimentarse
1065
hasta cebarlos del todo? ¿Y acaso debía ser yo
el elegido para ocultar tus oscuras artimañas,
los placeres de tu vientre? Me toca a mí ser el padre
del hervidero de chusma embutido
en ese vientre corrupto que solo engendra bastardos.
1070
Di, ¿es así?
ANNABELLA.
¡Bestia de hombre! ¡Ése es tu destino!
No te he buscado yo; pues de no haber creído
que aquí su señoría, don loco de amor, loco se habría vuelto
con mi rechazo, te habría contado en qué circunstancia
estaba, si me hubieras dado más tiempo.
1075
Pero había que hacerlo a tu manera.
SORANZO.
¡Puta entre las putas!
¿Te atreves a hablar así?
ANNABELLA.
Ah, sí, ¿por qué no?
Conmigo os habéis engañado; no es por amor
que os he elegido, es por honor. Y aun sabed
que si sois paciente, y ocultáis vuestra vergüenza,
1080
buscaré la forma de poder amaros.
SORANZO.
¡Mujerzuela sin par!
¿Pues no estás embarazada?
ANNABELLA.
¿De qué sirve todo esto
si lo sabéis de sobra? Confieso que lo estoy.
ANNABELLA.
Calma, señor, que esto no estaba en el trato.
Y aun algo, señor mío, para calmar vuestro antojo
1085
me contentaré con daros: el hombre,
el más que hombre, que engendró a este niño tan vivo;
pues es niño, señor, para mayor gloria vuestra,
es varón vuestro heredero…
ANNABELLA.
Pues nada, si no escucháis, no diré palabra alguna.
SORANZO.
1090
Sí, habla, será lo último que digas.
ANNABELLA.
¡Muy de acuerdo por mi parte!
Esa noble criatura cuyo porte era el de un ángel,
tan divino era que cualquier ninfa
que no hubiera sido humana, como yo,
se hubiera arrodillado ante él y hubiera rogado amor.
1095
¡Vos! ¡Ja! No sois digno de decir
su nombre sin venerarlo, o, no, tan siquiera
de oír a otro decirlo sin postraros de rodillas.
ANNABELLA.
Aún no hemos llegado a eso.
Será suficiente con que tengáis la gloria
1100
de ser padre de aquello que tan bravo padre engendró.
En fin, que si esta suerte no hubiera venido así,
jamás habría malgastado ni un minuto
en considerar vuestra existencia. En cuanto
al matrimonio, ya apenas lo imagino.
ANNABELLA.
¡Ay, ay, eso es todo!
¿Lo creeréis?
ANNABELLA.
Que nunca lo habéis de saber.
ANNABELLA.
¡Nunca! Maldita sea yo si lo hacéis.
SORANZO.
No habré de saberlo, ¡golfa! Te arrancaré el corazón
y ahí lo encontraré.
SORANZO.
Y con los dientes destrozaré
1110
a ese sátiro monstruoso miembro a miembro.
ANNABELLA.
¡Ja, ja, ja, qué hombre más divertido!
SORANZO.
¿Te hace gracia?
Ven aquí, puta, y dime quién es tu amante, o te juro
que te hago jirones la carne. ¿Quién es?
ANNABELLA.
(Canta.)
Che morte piu dolce che morire per amore?
SORANZO.
1115
Te arrancaré los pelos y arrastraré tu cuerpo
infectado de lujuria por el fango.
Dime su nombre.
ANNABELLA.
Morendo in gratia Dei, morirei senza dolore.
SORANZO.
¿Aún te regodeas? Ni todo el oro del mundo
1120
podría redimirte. Aunque mil reyes suplicaran
de rodillas por tu vida, o los ángeles bajaran
llorando a rogar por ti, ¡ninguno de ellos podría
aplacar mi ira! ¿Acaso no tiemblas?
ANNABELLA.
¿Por qué? ¿Por morir? No, sé cortés como verdugo.
1125
Te reto a que hagas lo peor: golpea, y haz blanco.
Habrás de sentir que dejo la venganza tras de mí.
SORANZO.
Antes de morir dime, y contesta con la verdad:
¿lo sabe tu anciano padre?
SORANZO.
¿Confesarás, para salvar tu vida?
ANNABELLA.
1130
¡Mi vida! No compraré mi vida tan cara.
(Entra Vázquez.)
VÁZQUEZ.
¿Qué vais a hacer, mi señor?
SORANZO.
Abstente, Vázquez, esta puta endemoniada
no merece compasión.
VÁZQUEZ.
¡Que no lo permitan los dioses! ¿Y seréis vos su verdugo,
y la mataréis también en un ataque de ira? Oh, no sería propio
de un hombre. Ella es vuestra esposa; las faltas que cometiera
antes de desposarse, no fueron contra vos; ay, pobre mujer, ¿qué
habrá cometido ella que cualquier mujer en Italia no habría
hecho en su caso? Señor, debéis dejaros guiar por la razón
y no por la furia, que eso sería inhumano y de bestias.
VÁZQUEZ.
Vamos, claro que sí. Vos queréis que ella os revele el autor de su
presente desgracia, y os doy fe: es demanda inconcebible,
y de haberlo hecho, habría perdido la estima que, por mi parte,
reconozco a su valor. Señor, de todo hombre sobre la tierra,
vos sois el último que ha de saberlo. Buen señor, reconciliaos,
¡pobre, buena mujer!
ANNABELLA.
Bah, no ruegues por mí: no estimo mi vida
1135
en nada. Si lo que le hace falta al hombre es volverse loco,
deja que me la quite.
VÁZQUEZ.
Sí, y es muy digna de alabanza; con ello muestra la nobleza de
un espíritu valiente, y maldita sea mi alma, si no es eso propio
de un carácter sin igual. (Aparte a Soranzo.) Señor, en cualquier caso contened vuestra
venganza y dejadme que sea yo quien siga el rastro a vuestra afrenta.
Hacedme caso, si en algo apreciáis vuestro honor, o lo estropearéis todo.
(En alto.) Señor, si alguna vez en algo estimasteis mis servicios, no
dejéis que un arrebato os lleve a tanta violencia. Ahora estáis casado,
¡menuda alegría para los otros pretendientes sería escuchar una
noticia así! Tan humano es soportar la ofensa más atroz, como divino es perdonarla.
SORANZO.
¡Oh, Vázquez, Vázquez! ¡En este trozo de carne,
en este su rostro infiel, había depositado
el tesoro de mi corazón! Si hubieras sido virtuosa,
1140
bella, mala mujer, ni los placeres incomparables
de la vida eterna me habrían tentado a vivir
con otra santa que contigo. Falsa criatura,
cómo te has burlado de mi esperanza, y en la deshonra
de tu vientre inmundo, ¡cómo me has enterrado vivo!
1145
Te amé y te adoré demasiado.
VÁZQUEZ.
(Aparte.) Así está bien, acompañad a este humor con algo de sentimiento. Sed
breve y conmovedor, por el bien del objetivo.
SORANZO.
Sean testigos de mis palabras tu alma y tus pensamientos,
y dime si nunca pensaste que en mi corazón
te adoraba como a un ídolo sagrado.
ANNABELLA.
Debo confesar que sabía que me amabais.
SORANZO.
1150
¿Y aún así me tratas de este modo? Oh, Annabella,
ten por cierto que quien quiera que sea el villano
que te ha tentado así a esta desgracia,
podrá haberte deseado, pero no amado como yo.
Él se quedó prendado de la imagen de tus mejillas
1155
por el capricho de su mirada,
y no de tu corazón, que es la parte que más yo amaba,
y, como pensé, de tus virtudes.
ANNABELLA.
¡Oh, señor!
Vuestras palabras hieren más hondamente que vuestra espada.
VÁZQUEZ.
Que el diablo me lleve si no empiezo yo también a llorar
de tanta lástima que me da. Veis, señora, ya sabía yo que cuando se
pasara la ira, se convertiría en esto.
SORANZO.
Perdóname, Annabella. Aunque tu juventud,
1160
por encima de tu fuerza, te ha tentado a la locura,
no he de olvidar por ello lo que debo ser,
lo que soy, un esposo. En ese título
se encierra lo divino; si veo
que en adelante deseas ser honesta, aquí mismo
1165
te perdono tus pecados anteriores, y te acojo en mi pecho.
VÁZQUEZ.
A fe mía que es un acto de muy noble caridad.
(Hace ademán de arrodillarse.)
SORANZO.
Levantaos, no debéis arrodillaros.
Id a vuestro aposento, procurad no mostrar
alteración ninguna. Estaré con vos en seguida.
La razón me dice ahora que tan corriente
1170
es pecar por flaqueza como ser mujer.
Id a vuestro aposento.
(Sale Annabella.)
VÁZQUEZ.
Bueno, esto ha ido bien. ¿Qué pensáis ahora de vuestro paraíso
de felicidad, mi señor?
SORANZO.
Llevo el infierno conmigo; la sed de venganza
me abrasa en la sangre.
VÁZQUEZ.
La tendréis, ¿pero acaso sabéis cómo, o contra quién? Ay,
hoy en día es normal casarse con una gran mujer, cuando
otro la ha hecho grande; pero saber qué hurón es el que
duerme donde lo hace vuestro conejo, eso es maña.
SORANZO.
Haré que lo diga ella misma, o…
VÁZQUEZ.
¿O qué? No debéis hacer eso. Dejad que os convenza y tened
un poco más de paciencia; id con ella, tratadla amablemente, ganáosla
si fuera posible para que, voluntariamente, os lo cuente entre sollozos.
En cuanto al resto, si sale bien, no erraré el tiro. Os lo ruego, señor, id dentro;
en breve os contaré la más grande de las sorpresas.
SORANZO.
1175
La demora en la venganza propicia un golpe más cruel.
(Sale.)
VÁZQUEZ.
¡Ah, amigo, aquí hay trabajo que hacer! Ya llevaba yo tiempo
sospechando algo raro; pero después de ver las miradas
de desprecio de mi señora aquí en casa, sus comentarios envenenados
y su admisión de culpa a viva voz, solo me viene a la cabeza
el refrán que dice: “Mal las cosas andan, cuando el gallo calla
y la gallina canta.” Pardiez, que si los bajos de una pícara costurera
pueden tapar tamaño bulto en el vientre, no me vuelvo a quejar
de una puntada falsa en el zapato mientras viva. ¿Preñada y ya
engordando? ¿Y con tanta prisa? Hará falta un buen plan para
saber de quién, eso está claro, y ya se cuál va a ser: por este
camino, o por ninguno.
(Entra Putana.)
¡Qué! ¡Lloráis, buena mujer! Ay de mí, si no os puedo culpar,
si es que tenemos un amo, que el cielo nos ampare, que está tan
loco como el mismísimo demonio; vergüenza había de darle.
PUTANA.
¡Ay, Vázquez, haber nacido para ver un día como éste! ¿También
os trata así a veces, Vázquez?
VÁZQUEZ.
¿A mí? A mí me trata como a un perro. Pero si hubiera alguien más
que pensara como yo, ya sé lo que íbamos a hacer. Tan cierto como
que soy un hombre honrado que acaba matando a mi señora con tanta
crueldad. Pongamos que está encinta, ¿es que se puede culpar a una
chica tan joven por eso?
PUTANA.
Ay, corazón, ha sido todo contra su voluntad.
VÁZQUEZ.
Yo juraría que toda esta locura es porque ella no quiere confesar
de quién es, cosa que él acabara sabiendo, y cuando lo sepa,
tan bien lo conozco, que sé que se le olvidará en seguida. Ojalá
ella lo dijera todo a las claras, porque por ahí iríamos bien.
VÁZQUEZ.
Bah, lo sé; siempre y cuando el otro no la hubiera obligado.
Un día se le ocurrió pensar que vos lo sabríais, y a punto estuvo
de sacároslo a la fuerza, pero conseguí calmarlo y quitárselo
de la cabeza. Aunque seguro que sabéis un montón.
PUTANA.
¡Que el cielo nos perdone! Algo sé, Vázquez.
VÁZQUEZ.
¿Y cómo no iba a ser así? ¿Quién si no lo iba a saber? A fe mía
que ella os quiere muchísimo, y vos no haríais nada que le causara
sufrimiento, por nada en el mundo.
PUTANA.
Por nada en este mundo, Vázquez, por mi vida.
VÁZQUEZ.
No valdría nada si lo hicierais. Pero en este caso
deberíais tanto aliviar su inquietud como apaciguar a mi señor,
ganándoos a la vez su eterno afecto y preferencia.
PUTANA.
¿Vos creéis, Vázquez?
VÁZQUEZ.
Claro, lo sé; seguro que fue alguien cercano, un buen amigo.
PUTANA.
Sí que era un amigo muy querido, pero…
VÁZQUEZ.
¿Pero qué? No tengáis miedo a decirlo, mi vida entre vos y
el peligro. A fe, no creo que fuera alguien vulgar.
PUTANA.
¿Te interpondrás tú entre el castigo y yo?
VÁZQUEZ.
¡Válgame! ¿Pues qué iba a hacer? También se os recompensará, confiad en mí.
PUTANA.
No fue ni más ni menos que su propio hermano.
VÁZQUEZ.
¡Su hermano Giovanni, seguro!
PUTANA.
Nadie más, Vázquez. Jamás caballero tan bravo besó a
dama tan hermosa. ¡Oh, se aman tanto y tan para siempre!
VÁZQUEZ.
Un bravo caballero, en efecto. Vaya, en eso le alabo el gusto a ella.
(Aparte.) ¡Tanto mejor!
(A Putana.) ¿Segura estáis de que fue él?
PUTANA.
Segura; y ya veréis que él no se aleja de ella mucho rato.
VÁZQUEZ.
Pobre de él si lo hiciera, ¿pero tengo que creeros?
PUTANA.
¡Creerme! ¿Cómo, me tomáis por turca o por judía? No, Vázquez,
sé de esa relación desde hace demasiado como para contar mentiras
ahora.
VÁZQUEZ.
¿Dónde estáis? ¡Adentro, señores!
(Entran los Bandidos.)
PUTANA.
¿Qué es esto, quiénes son?
VÁZQUEZ.
En seguida lo sabréis. Venga, cogedme a esta
vieja arpía, amordazadla en el acto y sacadle los ojos.
¡Aprisa, aprisa!
PUTANA.
¡Vázquez, Vázquez!
VÁZQUEZ.
¡Amordazadla os digo! Voto a…¿pero vais a aguantar tanta
cháchara? ¿A qué viene tanta torpeza? ¡Dejádmela a mí, ya me encargo
yo de esa boca desdentada, perra con vientre de sapo! Lleváosla
a la carbonera y sacadle los ojos ahora mismo. Si se queja, cortadle
la nariz, ¿oído? Sed rápidos e infalibles. Vaya, esto es excelente,
por encima de lo esperado.
(Salen los Bandidos con Putana.)
¡Su propio hermano! ¡Oh, qué horrible! ¡A qué extremo de indecencia
y perdición ha arrastrado el diablo a nuestro tiempo; su hermano!
Bien, esto no es sino el comienzo; debo hablar con mi señor y aconsejarle
mejor al respecto de su venganza. Ahora veo que una mentira habilidosa
va mejor que ser hábil con otra cosa. Pero silencio, ¿qué viene ahora?
(Entra Giovanni.)
¡Giovanni! Como era de esperar. Se confirma la trama, es tan
sólida como el invierno y el verano.
GIOVANNI.
¿Dónde está mi hermana?
VÁZQUEZ.
Indispuesta otra vez con angustias, señor, está un poco
enferma.
GIOVANNI.
Demasiada carne, me parece.
VÁZQUEZ.
Cierto, señor, y en eso, creo yo, habéis acertado. Pero mi
virtuosa dama…
VÁZQUEZ.
En su habitación, si quisierais visitarla, está a solas.
(Giovanni le da dinero.) Vuestra generosidad me hace doblemente
vuestro servidor, por siempre vuestro, siempre.
(Sale Giovanni.)
(Entra Soranzo.)
Señor, soy un hombre hecho y derecho, he interpretado mi papel
con astucia y con éxito. Os ruego que hablemos en privado.
SORANZO.
Ha venido el hermano de mi señora; ahora lo sabrá todo.
VÁZQUEZ.
Que lo sepa; ya me he encargado de alguna con presteza
suficiente. ¿Cómo han ido las cosas con mi señora?
SORANZO.
Tranquilamente, como aconsejaste. ¡Oh, mi alma
no para quieta con las ansias de venganza!
Mas Vázquez, debes saber…
VÁZQUEZ.
No, yo no debo saber más, pues ahora es vuestro turno de saber.
Pero no hablaré aquí tan públicamente. Dejad que mi joven
amo se tome el tiempo que quiera y haga a placer: ya lo han
vendido a la muerte y ni el diablo puede rescatarlo. Señor,
os lo ruego, hablemos en privado.
SORANZO.
1180
No hay victoria que se lleve la gloria de verme así.
(Salen.)