[IV.i]
                     
                     
                     (Un banquete. Oboes. Entran Bonaventura, Giovanni, Annabella, Filotis, Soranzo, Donado,
                        Florio, Richardetto, Putana y Vázquez.)
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
BONAVENTURA.
                           
                           
                              
                              945
                              Cumplido el rito sagrado, ahora es tiempo
                              
                              
                              de que el banquete os ocupe el resto del día.
                              
                              
                              Pues tal ágape es oportuno y complace a los santos
                              
                              
                              que son vuestros invitados, aunque el ojo mortal
                              
                              
                              no los vea. ¡Que el júbilo del otro os traiga
                              
                              
                              950
                              prosperidad, en este día y en adelante!
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Padre, se ha escuchado vuestro ruego. La mano
                              
                              
                              del cielo me ha escudado de la muerte y,
                              
                              
                              como mayor bendición, ha enriquecido mi vida
                              
                              
                              con la joya más preciada. Premio como éste
                              
                              
                              955
                              no hay en la tierra igual.
                              
                              
                              Alégrate, mi amor; caballeros y amigos,
                              
                              
                              compartid conmigo el gozo y la alegría. El día
                              
                              
                              coronaremos con copas rebosantes a la salud de Annabella.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
GIOVANNI.
                           
                           
                              
                              
                                 (Aparte.)
¡Oh, tormento! Por no ver acabada esta boda, 
                              
                              
                              960
                              
                                 y aguantar esta visión, la de mi amada
                              
                              
                              
                                 en brazos de otro, retaría a la desgracia
                              
                              
                              
                                 y soportaría el horror de diez mil muertes.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿Os encontráis mal, señor?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
GIOVANNI.
                           
                           
                              
                              Te lo ruego, mozo, atiende a los demás,
                              
                              
                              que yo no necesito tu importuna diligencia.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
FLORIO.
                           
                           
                              
                              965
                              Venid, señor Donado, y olvidad
                              
                              
                              los recientes lances ahogando en vino vuestra pena.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Tráeme esa copa tan grande y pesada.
                              
                              
                              Giovanni, hermano, este brindis va por ti:
                              
                              
                              tú serás el siguiente, aunque ahora estés soltero.
                              
                              
                              970
                              ¡Por la felicidad de tu hermana, y por la mía!
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Bebe, y le ofrece la copa a Giovanni.)
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
GIOVANNI.
                           
                           
                              
                              Me haría un gravísimo daño.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Te ruego que no le insistas si no quiere beber.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Oboes.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
FLORIO.
                           
                           
                              
                              ¿Qué ocurre, qué ruido es este?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Se me olvidó deciros, señor, que algunas doncellas de Parma,
                              
                              en honor del matrimonio de la señora Annabella, le envían
                              
                              su afecto y cariño con un baile de máscaras, para el que
                              
                              solicitan humildemente vuestra paciencia y silencio.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Agradecidos estamos, y aún más, por ser esta
                              
                              
                              975
                              cortesía inesperada. Hacedlas entrar.
                              
                              
                              (Entra Hipólita y Mujeres con máscaras, ropas blancas y con guirnaldas de sauce. Música
                                 y una danza.)
                              
 
                              
                              
                              Gracias, dulces doncellas. Ahora si nos decís
                              
                              
                              con quién quedamos en deuda por estas atenciones,
                              
                              
                              os lo agradeceremos.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
HIPÓLITA.
                           
                           
                              
                              Sí, yo os lo diré.
                              
                              
                              (Se quita la máscara.)
 
                              
                              
                              ¿Qué pensáis ahora?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
HIPÓLITA.
                           
                           
                              
                              La misma,
                              
                              
                              980
                              no os sorprendáis; ni os sonrojéis, linda muchacha
                              
                              
                              que no vengo a despojaros de vuestro hombre.
                                 
                                 
                                 
                                 
(A Soranzo.)
 No es momento de echar cuentas
                              
 
                              
                              
                              de lo que en Parma hace tiempo se dice sobre nosotros;
                              
                              
                              que corra el rumor imprudente, que el aliento que lo impulsa
                              
                              
                              lo hará explotar cual burbuja al final.
                                 
                                 
                                 
                                 
(A Annabella.)
 Y ahora a vos, dulce criatura, dadme la mano.
                              
 
                              
                              
                              985
                              Quizá os habían dicho que yo reclamaría
                              
                              
                              algún derecho sobre Soranzo, ahora vuestro señor.
                              
                              
                              Su alma sabe mejor lo que tengo derecho a hacer,
                              
                              
                              mas como sea mi deber por vuestra noble virtud,
                              
                              
                              dulce Annabella, y mi afecto para vos,
                              
                              
                              990
                              tomad aquí, Soranzo, su mano que yo os la doy.
                              
                              
                              Y una vez más uniré lo que ya por la Santa Iglesia
                              
                              
                              está finito y aprobado. ¿He hecho bien?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Con vos nos comprometemos en demasía.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
HIPÓLITA.
                           
                           
                              
                              Una cosa más.
                              
                              
                              Para dejaros constancia de mi amor sincero,
                              
                              
                              995
                              renuncio aquí libremente a todo derecho
                              
                              
                              que os pudiera reclamar, y os devuelvo vuestros votos.
                              
                              
                              Y para confirmarlo, dadme una copa de vino.
                              
                              
                              Mi señor Soranzo, ¡con este licor brindo
                              
                              
                              por vuestro largo descanso! Encárgate, Vázquez.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     (Le da una copa envenenada y ella se la bebe.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1000
                              Hipólita, os lo agradezco. Y brindaré con vos
                              
                              
                              para honrar esta feliz unión cual nueva vida.
                              
                              
                              ¡Vino, aquí!
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Ni beberéis vino, ni brindaréis con ella.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Sabed, Doña Demonio, que esta malvada traición, que es
                              
                              solamente vuestra, es la que os ha matado. No me casaré con vos.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Ingenua mujer, eres ya como una brasa que ha encendido a otros
                              
                              para quemarse sola: troppo sperar, inganna. Tu arrogante esperanza
                              
                              vana te ha engañado, estás más muerta que viva. Si tienes
                              
                              piedad alguna, reza.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Ten algo de pudor y muere en paz! Este ser mezquino,
                              
                              esta mujer, me sobornó en privado con promesas de
                              
                              matrimonio, para que en este falso acto de reconciliación,
                              
                              envenenase a mi señor mientras ella se reiría de su desgracia
                              
                              en el día de su boda. Le di mi promesa, pero sabiendo cuál
                              
                              sería mi recompensa; incluso de buena gana le habría
                              
                              perdonado la vida, pero me di cuenta del peligro de su carácter,
                              
                              y ahora le he pagado justamente con su propia moneda.
                              
                              Ahí está, ya lo tiene. Termina en paz tus días, vil mujer,
                              
                              y por lo que respecta a la vida, no lo pienses más,
                              
                              no hay esperanza.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
TODOS.
                           
                           ¡Oh, justicia prodigiosa!
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
HIPÓLITA.
                           
                           
                              
                              ¡Ay, es verdad!
                              
                              
                              Presiento que mi hora llega. Si ese desgraciado
                              
                              
                              1005
                              hubiera cumplido su promesa, ¡oh, tormento!, a esta hora,
                              
                              
                              Soranzo, habrías muerto, ¡fuego y brasas del infierno!
                              
                              
                              Y aun antes de que me vaya, ¡oh, crueles, crueles llamas!,
                              
                              
                              aquí os maldigo a los dos: que vuestro lecho
                              
                              
                              nupcial sea un lecho de tortura en el alma,
                              
                              
                              1010
                              que os queme la sangre y ardáis en la venganza. ¡Ay,
                              
                              
                              mi corazón, este fuego es insufrible! Ojalá tengas vida
                              
                              
                              para engendrar bastardos, y ojalá que de su vientre nazcan
                              
                              
                              monstruos, y que muráis juntos por vuestro pecado,
                              
                              
                              odiados, menospreciados y sin piedad! ¡Oh, oh!
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Muere.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
FLORIO.
                           
                           
                              
                              1015
                              ¿Hubo alguna vez criatura más infame?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
RICHARDETTO.
                           
                           
                              
                              Así terminan
                              
                              
                              la lujuria y el orgullo.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Qué visión más espantosa.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Vázquez, ahora sé que tengo en ti un servidor
                              
                              
                              leal, no lo olvidaré. Ven, mi amor,
                              
                              
                              vamos a casa y demos gracias al cielo por su favor.
                              
                              
                              1020
                              Padre, amigos, debemos interrumpir esta alegría,
                              
                              
                              es un festín demasiado triste.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
DONADO.
                           
                           
                              
                              Llevaos el cuerpo de aquí.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
BONAVENTURA.
                           
                           
                              
                              He aquí una transformación funesta.
                              
                              
                              Presta atención, Giovanni, y haz caso.
                              
                              
                              Temo el final; pues rara vez es feliz el enlace
                              
                              
                              1025
                              si el banquete nupcial empieza en sangre.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Salen.)
                     
                   
                  
                  
                  
                     [IV.iii]
                     
                     
                     (Entra Soranzo, a medio vestir, arrastrando a Annabella.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¡Vamos, furcia, puta de mala ralea! Si cada gota de sangre
                              
                              
                              que te corre por esas venas de adúltera
                              
                              
                              fuera una vida, con esta espada, ¿la ves?
                              
                              
                              de un golpe las sesgaría. Golfa insigne, más que golfa,
                              
                              
                              1060
                              que sin vergüenza afirmas tu pecado,
                              
                              
                              ¿No había otro más que yo en Parma a quien volver
                              
                              
                              alcahuete de tus vicios y ese astuto puterío?
                              
                              
                              ¿Acaso tu ardiente furor, la plétora del deseo
                              
                              
                              o el auge de tu lujuria debían alimentarse
                              
                              
                              1065
                              hasta cebarlos del todo? ¿Y acaso debía ser yo
                              
                              
                              el elegido para ocultar tus oscuras artimañas,
                              
                              
                              los placeres de tu vientre? Me toca a mí ser el padre
                              
                              
                              del hervidero de chusma embutido
                              
                              
                              en ese vientre corrupto que solo engendra bastardos.
                              
                              
                              1070
                              Di, ¿es así?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Bestia de hombre! ¡Ése es tu destino!
                              
                              
                              No te he buscado yo; pues de no haber creído
                              
                              
                              que aquí su señoría, don loco de amor, loco se habría vuelto
                              
                              
                              con mi rechazo, te habría contado en qué circunstancia
                              
                              
                              estaba, si me hubieras dado más tiempo.
                              
                              
                              1075
                              Pero había que hacerlo a tu manera.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¡Puta entre las putas!
                              
                              
                              ¿Te atreves a hablar así?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Ah, sí, ¿por qué no?
                              
                              
                              Conmigo os habéis engañado; no es por amor
                              
                              
                              que os he elegido, es por honor. Y aun sabed
                              
                              
                              que si sois paciente, y ocultáis vuestra vergüenza,
                              
                              
                              1080
                              buscaré la forma de poder amaros.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¡Mujerzuela sin par!
                              
                              
                              ¿Pues no estás embarazada?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¿De qué sirve todo esto
                              
                              
                              si lo sabéis de sobra? Confieso que lo estoy.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Calma, señor, que esto no estaba en el trato.
                              
                              
                              Y aun algo, señor mío, para calmar vuestro antojo
                              
                              
                              1085
                              me contentaré con daros: el hombre,
                              
                              
                              el más que hombre, que engendró a este niño tan vivo;
                              
                              
                              pues es niño, señor, para mayor gloria vuestra,
                              
                              
                              es varón vuestro heredero…
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Pues nada, si no escucháis, no diré palabra alguna.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1090
                              Sí, habla, será lo último que digas.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Muy de acuerdo por mi parte!
                              
                              
                              Esa noble criatura cuyo porte era el de un ángel,
                              
                              
                              tan divino era que cualquier ninfa
                              
                              
                              que no hubiera sido humana, como yo,
                              
                              
                              se hubiera arrodillado ante él y hubiera rogado amor.
                              
                              
                              1095
                              ¡Vos! ¡Ja! No sois digno de decir
                              
                              
                              su nombre sin venerarlo, o, no, tan siquiera
                              
                              
                              de oír a otro decirlo sin postraros de rodillas.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Aún no hemos llegado a eso.
                              
                              
                              Será suficiente con que tengáis la gloria
                              
                              
                              1100
                              de ser padre de aquello que tan bravo padre engendró.
                              
                              
                              En fin, que si esta suerte no hubiera venido así,
                              
                              
                              jamás habría malgastado ni un minuto
                              
                              
                              en considerar vuestra existencia. En cuanto
                              
                              
                              al matrimonio, ya apenas lo imagino.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Ay, ay, eso es todo!
                              
                              
                              ¿Lo creeréis?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Que nunca lo habéis de saber.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Nunca! Maldita sea yo si lo hacéis.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              No habré de saberlo, ¡golfa! Te arrancaré el corazón
                              
                              
                              y ahí lo encontraré.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Y con los dientes destrozaré
                              
                              
                              1110
                              a ese sátiro monstruoso miembro a miembro.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Ja, ja, ja, qué hombre más divertido!
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¿Te hace gracia?
                              
                              
                              Ven aquí, puta, y dime quién es tu amante, o te juro
                              
                              
                              que te hago jirones la carne. ¿Quién es?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              
                                 
                                 (Canta.)
 Che morte piu dolce che morire per amore? 
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1115
                              Te arrancaré los pelos y arrastraré tu cuerpo
                              
                              
                              infectado de lujuria por el fango.
                              
                              
                              Dime su nombre.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Morendo in gratia Dei, morirei senza dolore.
                              
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¿Aún te regodeas? Ni todo el oro del mundo
                              
                              
                              1120
                              podría redimirte. Aunque mil reyes suplicaran
                              
                              
                              de rodillas por tu vida, o los ángeles bajaran
                              
                              
                              llorando a rogar por ti, ¡ninguno de ellos podría
                              
                              
                              aplacar mi ira! ¿Acaso no tiemblas?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¿Por qué? ¿Por morir? No, sé cortés como verdugo.
                              
                              
                              1125
                              Te reto a que hagas lo peor: golpea, y haz blanco.
                              
                              
                              Habrás de sentir que dejo la venganza tras de mí.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Antes de morir dime, y contesta con la verdad:
                              
                              
                              ¿lo sabe tu anciano padre?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¿Confesarás, para salvar tu vida?
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              1130
                              ¡Mi vida! No compraré mi vida tan cara.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     (Entra Vázquez.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿Qué vais a hacer, mi señor?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Abstente, Vázquez, esta puta endemoniada
                              
                              
                              no merece compasión.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Que no lo permitan los dioses! ¿Y seréis vos su verdugo,
                              
                              y la mataréis también en un ataque de ira? Oh, no sería propio
                              
                              de un hombre. Ella es vuestra esposa; las faltas que cometiera
                              
                              antes de desposarse, no fueron contra vos; ay, pobre mujer, ¿qué
                              
                              habrá cometido ella que cualquier mujer en Italia no habría
                              
                              hecho en su caso? Señor, debéis dejaros guiar por la razón
                              
                              y no por la furia, que eso sería inhumano y de bestias.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Vamos, claro que sí. Vos queréis que ella os revele el autor de su
                              
                              presente desgracia, y os doy fe: es demanda inconcebible,
                              
                              y de haberlo hecho, habría perdido la estima que, por mi parte,
                              
                              reconozco a su valor. Señor, de todo hombre sobre la tierra,
                              
                              vos sois el último que ha de saberlo. Buen señor, reconciliaos,
                              
                              ¡pobre, buena mujer!
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Bah, no ruegues por mí: no estimo mi vida
                              
                              
                              1135
                              en nada. Si lo que le hace falta al hombre es volverse loco,
                              
                              
                              deja que me la quite.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Sí, y es muy digna de alabanza; con ello muestra la nobleza de
                              
                              un espíritu valiente, y maldita sea mi alma, si no es eso propio
                              
                              de un carácter sin igual. (Aparte a Soranzo.) Señor, en cualquier caso contened vuestra
                              
                              
                              venganza y dejadme que sea yo quien siga el rastro a vuestra afrenta.
                              
                              
                              Hacedme caso, si en algo apreciáis vuestro honor, o lo estropearéis todo.
                              
                              
                              (En alto.) Señor, si alguna vez en algo estimasteis mis servicios, no
                              
                              dejéis que un arrebato os lleve a tanta violencia. Ahora estáis casado,
                              
                              ¡menuda alegría para los otros pretendientes sería escuchar una
                              
                              noticia así! Tan humano es soportar la ofensa más atroz, como divino es perdonarla.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              ¡Oh, Vázquez, Vázquez! ¡En este trozo de carne,
                              
                              
                              en este su rostro infiel, había depositado
                              
                              
                              el tesoro de mi corazón! Si hubieras sido virtuosa,
                              
                              
                              1140
                              bella, mala mujer, ni los placeres incomparables
                              
                              
                              de la vida eterna me habrían tentado a vivir
                              
                              
                              con otra santa que contigo. Falsa criatura,
                              
                              
                              cómo te has burlado de mi esperanza, y en la deshonra
                              
                              
                              de tu vientre inmundo, ¡cómo me has enterrado vivo!
                              
                              
                              1145
                              Te amé y te adoré demasiado.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           (Aparte.) Así está bien, acompañad a este humor con algo de sentimiento. Sed
                              
                              
                              breve y conmovedor, por el bien del objetivo.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Sean testigos de mis palabras tu alma y tus pensamientos,
                              
                              
                              y dime si nunca pensaste que en mi corazón
                              
                              
                              te adoraba como a un ídolo sagrado.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              Debo confesar que sabía que me amabais.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1150
                              ¿Y aún así me tratas de este modo? Oh, Annabella,
                              
                              
                              ten por cierto que quien quiera que sea el villano
                              
                              
                              que te ha tentado así a esta desgracia,
                              
                              
                              podrá haberte deseado, pero no amado como yo.
                              
                              
                              Él se quedó prendado de la imagen de tus mejillas
                              
                              
                              1155
                              por el capricho de su mirada,
                              
                              
                              y no de tu corazón, que es la parte que más yo amaba,
                              
                              
                              y, como pensé, de tus virtudes.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
ANNABELLA.
                           
                           
                              
                              ¡Oh, señor!
                              
                              
                              Vuestras palabras hieren más hondamente que vuestra espada.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Que el diablo me lleve si no empiezo yo también a llorar
                              
                              de tanta lástima que me da. Veis, señora, ya sabía yo que cuando se
                              
                              pasara la ira, se convertiría en esto.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Perdóname, Annabella. Aunque tu juventud,
                              
                              
                              1160
                              por encima de tu fuerza, te ha tentado a la locura,
                              
                              
                              no he de olvidar por ello lo que debo ser,
                              
                              
                              lo que soy, un esposo. En ese título
                              
                              
                              se encierra lo divino; si veo
                              
                              
                              que en adelante deseas ser honesta, aquí mismo
                              
                              
                              1165
                              te perdono tus pecados anteriores, y te acojo en mi pecho.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           A fe mía que es un acto de muy noble caridad.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     (Hace ademán de arrodillarse.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Levantaos, no debéis arrodillaros.
                              
                              
                              Id a vuestro aposento, procurad no mostrar
                              
                              
                              alteración ninguna. Estaré con vos en seguida.
                              
                              
                              La razón me dice ahora que tan corriente
                              
                              
                              1170
                              es pecar por flaqueza como ser mujer.
                              
                              
                              Id a vuestro aposento.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Sale Annabella.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Bueno, esto ha ido bien. ¿Qué pensáis ahora de vuestro paraíso
                              
                              de felicidad, mi señor?
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Llevo el infierno conmigo; la sed de venganza
                              
                              
                              me abrasa en la sangre.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           La tendréis, ¿pero acaso sabéis cómo, o contra quién? Ay,
                              
                              hoy en día es normal casarse con una gran mujer, cuando
                              
                              otro la ha hecho grande; pero saber qué hurón es el que
                              
                              duerme donde lo hace vuestro conejo, eso es maña.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Haré que lo diga ella misma, o…
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿O qué? No debéis hacer eso. Dejad que os convenza y tened
                              
                              un poco más de paciencia; id con ella, tratadla amablemente, ganáosla
                              
                              si fuera posible para que, voluntariamente, os lo cuente entre sollozos.
                              
                              En cuanto al resto, si sale bien, no erraré el tiro. Os lo ruego, señor, id dentro;
                              
                              en breve os contaré la más grande de las sorpresas.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1175
                              La demora en la venganza propicia un golpe más cruel.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Sale.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Ah, amigo, aquí hay trabajo que hacer! Ya llevaba yo tiempo
                              
                              sospechando algo raro; pero después de ver las miradas
                              
                              de desprecio de mi señora aquí en casa, sus comentarios envenenados
                              
                              y su admisión de culpa a viva voz, solo me viene a la cabeza
                              
                              el refrán que dice: “Mal las cosas andan, cuando el gallo calla
                              
                              y la gallina canta.” Pardiez, que si los bajos de una pícara costurera
                              
                              pueden tapar tamaño bulto en el vientre, no me vuelvo a quejar
                              
                              de una puntada falsa en el zapato mientras viva. ¿Preñada y ya
                              
                              engordando? ¿Y con tanta prisa? Hará falta un buen plan para
                              
                              saber de quién, eso está claro, y ya se cuál va a ser: por este
                              
                              camino, o por ninguno.
                              
                              (Entra Putana.) 
                              
                              ¡Qué! ¡Lloráis, buena mujer! Ay de mí, si no os puedo culpar,
                              
                              si es que tenemos un amo, que el cielo nos ampare, que está tan
                              
                              loco como el mismísimo demonio; vergüenza había de darle.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¡Ay, Vázquez, haber nacido para ver un día como éste! ¿También
                              
                              os trata así a veces, Vázquez?
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿A mí? A mí me trata como a un perro. Pero si hubiera alguien más
                              
                              que pensara como yo, ya sé lo que íbamos a hacer. Tan cierto como
                              
                              que soy un hombre honrado que acaba matando a mi señora con tanta
                              
                              crueldad. Pongamos que está encinta, ¿es que se puede culpar a una
                              
                              chica tan joven por eso?
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           Ay, corazón, ha sido todo contra su voluntad.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Yo juraría que toda esta locura es porque ella no quiere confesar
                              
                              de quién es, cosa que él acabara sabiendo, y cuando lo sepa,
                              
                              tan bien lo conozco, que sé que se le olvidará en seguida. Ojalá
                              
                              ella lo dijera todo a las claras, porque por ahí iríamos bien.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Bah, lo sé; siempre y cuando el otro no la hubiera obligado.
                              
                              Un día se le ocurrió pensar que vos lo sabríais, y a punto estuvo
                              
                              de sacároslo a la fuerza, pero conseguí calmarlo y quitárselo
                              
                              de la cabeza. Aunque seguro que sabéis un montón.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¡Que el cielo nos perdone! Algo sé, Vázquez.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿Y cómo no iba a ser así? ¿Quién si no lo iba a saber? A fe mía
                              
                              que ella os quiere muchísimo, y vos no haríais nada que le causara
                              
                              sufrimiento, por nada en el mundo.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           Por nada en este mundo, Vázquez, por mi vida.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           No valdría nada si lo hicierais. Pero en este caso
                              
                              deberíais tanto aliviar su inquietud como apaciguar a mi señor,
                              
                              ganándoos a la vez su eterno afecto y preferencia.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¿Vos creéis, Vázquez?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Claro, lo sé; seguro que fue alguien cercano, un buen amigo.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           Sí que era un amigo muy querido, pero…
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿Pero qué? No tengáis miedo a decirlo, mi vida entre vos y
                              
                              el peligro. A fe, no creo que fuera alguien vulgar.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¿Te interpondrás tú entre el castigo y yo?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Válgame! ¿Pues qué iba a hacer? También se os recompensará, confiad en mí.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           No fue ni más ni menos que su propio hermano.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Su hermano Giovanni, seguro!
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           Nadie más, Vázquez. Jamás caballero tan bravo besó a
                              
                              dama tan hermosa. ¡Oh, se aman tanto y tan para siempre!
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Un bravo caballero, en efecto. Vaya, en eso le alabo el gusto a ella.
                              
                              (Aparte.) ¡Tanto mejor!
                              
                              
                              (A Putana.) ¿Segura estáis de que fue él?
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           Segura; y ya veréis que él no se aleja de ella mucho rato.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Pobre de él si lo hiciera, ¿pero tengo que creeros?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¡Creerme! ¿Cómo, me tomáis por turca o por judía? No, Vázquez,
                              
                              sé de esa relación desde hace demasiado como para contar mentiras
                              
                              ahora.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¿Dónde estáis? ¡Adentro, señores!
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Entran los Bandidos.)
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¿Qué es esto, quiénes son?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           En seguida lo sabréis. Venga, cogedme a esta
                              
                              vieja arpía, amordazadla en el acto y sacadle los ojos.
                              
                              ¡Aprisa, aprisa!
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
PUTANA.
                           
                           ¡Vázquez, Vázquez!
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           ¡Amordazadla os digo! Voto a…¿pero vais a aguantar tanta
                              
                              cháchara? ¿A qué viene tanta torpeza? ¡Dejádmela a mí, ya me encargo
                              
                              yo de esa boca desdentada, perra con vientre de sapo! Lleváosla
                              
                              a la carbonera y sacadle los ojos ahora mismo. Si se queja, cortadle
                              
                              la nariz, ¿oído? Sed rápidos e infalibles. Vaya, esto es excelente,
                              
                              por encima de lo esperado.
                              
                              (Salen los Bandidos con Putana.) 
                              
                              ¡Su propio hermano! ¡Oh, qué horrible! ¡A qué extremo de indecencia
                              
                              y perdición ha arrastrado el diablo a nuestro tiempo; su hermano!
                              
                              Bien, esto no es sino el comienzo; debo hablar con mi señor y aconsejarle
                              
                              mejor al respecto de su venganza. Ahora veo que una mentira habilidosa
                              
                              va mejor que ser hábil con otra cosa. Pero silencio, ¿qué viene ahora?
                              
                              (Entra Giovanni.) 
                              
                              ¡Giovanni! Como era de esperar. Se confirma la trama, es tan
                              
                              sólida como el invierno y el verano.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
GIOVANNI.
                           
                           ¿Dónde está mi hermana?
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Indispuesta otra vez con angustias, señor, está un poco
                              
                              enferma.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
GIOVANNI.
                           
                           Demasiada carne, me parece.
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Cierto, señor, y en eso, creo yo, habéis acertado. Pero mi
                              
                              virtuosa dama…
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           En su habitación, si quisierais visitarla, está a solas.
                              
                              
                              (Giovanni le da dinero.) Vuestra generosidad me hace doblemente
                              
                              vuestro servidor, por siempre vuestro, siempre.
                              
                              (Sale Giovanni.) 
                              
                              (Entra Soranzo.) 
                              
                              Señor, soy un hombre hecho y derecho, he interpretado mi papel
                              
                              con astucia y con éxito. Os ruego que hablemos en privado.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Ha venido el hermano de mi señora; ahora lo sabrá todo.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           Que lo sepa; ya me he encargado de alguna con presteza
                              
                              suficiente. ¿Cómo han ido las cosas con mi señora?
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              Tranquilamente, como aconsejaste. ¡Oh, mi alma
                              
                              
                              no para quieta con las ansias de venganza!
                              
                              
                              Mas Vázquez, debes saber…
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
VÁZQUEZ.
                           
                           No, yo no debo saber más, pues ahora es vuestro turno de saber.
                              
                              Pero no hablaré aquí tan públicamente. Dejad que mi joven
                              
                              amo se tome el tiempo que quiera y haga a placer: ya lo han
                              
                              vendido a la muerte y ni el diablo puede rescatarlo. Señor,
                              
                              os lo ruego, hablemos en privado.
                           
                           
                        
                      
                     
                     
                     
                        
                           
                           
SORANZO.
                           
                           
                              
                              1180
                              No hay victoria que se lleve la gloria de verme así.
                              
                            
                           
                        
                      
                     
                     
                     (Salen.)