65
Ya sabes cómo en Urgel
tuve, antes de mi partida,
del amor del de Bearne
y el de Fox, larga noticia.
De Diana pretendientes,
70
dieron con sus bizarrías
voz a la fama y asombro
a todas estas provincias.
El ver de amor tan rendidos,
como la fama publica,
75
dos príncipes tan bizarros,
que aun los alaba la envidia,
me llevó a ver si esto en ellos
era por galantería,
gusto, opinión o violencia
80
de su hermosura divina.
Entré, pues, en Barcelona;
vila en su palacio un día,
sin susto del corazón
ni admiración de la vista:
85
una hermosura modesta,
con muchas señas de tibia,
mas sin defecto común
ni perfección peregrina;
de aquellas en quien el juicio,
90
cuando las vemos queridas,
por la admiración apela
al no sé qué o a la dicha.
La ocasión de verme entre ellos
cuando al valor desafían
95
en públicas competencias,
con que el favor solicitan,
ya que no pudo a mi amor,
empeñó mi bizarría
ya en fiestas y ya en torneos
100
y otras empresas debidas
al culto de una deidad,
a cuya soberanía
sin el empeño de amor,
la obligación sacrifica.
105
Tuve en todas tal fortuna
que, dejando deslucidas
sus acciones, salí siempre
coronado con las mías.
Y el vulgo, con el suceso,
110
la corona merecida
con la suerte dio a mi frente
por mérito, siendo dicha,
que cualquiera de los dos
que en ella me competía
115
la mereció más que yo.
Pero para conseguirla
tuve yo el faltar mi amor
y no tener la codicia
con que ellos la deseaban,
120
con que por fuerza fue mía;
que en los casos de la suerte,
por tema de su malicia,
se van siempre las venturas
a quien no las solicita.
125
Siendo, pues, mis alabanzas
de todos tan repetidas,
sólo en Diana hallé siempre
una entereza, tan hija
de su esquiva condición,
130
que, siendo mis bizarrías
dedicadas a su aplauso,
nunca me dejó noticia,
ya que no de favorable,
siquiera de agradecida.
135
Y esto con tanta esquivez,
que en todos dejó la misma
admiración que en mis ojos,
pues la extraña demasía
de su entereza pasaba
140
del decoro la medida
y, excediendo de recato,
tocaba ya en grosería.
Que a las damas de tal nombre
puso el respeto dos líneas:
145
una es la desatención,
y otra, el favor; mas la avisa
que ponga entre ellas la planta
tan ajustada y medida
que en una ni en otra toque:
150
porque si, de agradecida,
adelanta mucho el pie,
la raya del favor pisa,
y es ligereza; y si, entera,
mucho la planta retira,
155
por no tocar el favor
pisa en la descortesía.
Este error hallé en Diana
que empeñó mi bizarría
a moverla por lo menos
160
a atención, si no a caricia;
y este deseo en las fiestas
me obligaba a repetirlas,
a buscar nuevos empeños
al valor y a la osadía.
165
Mas nunca pude sacar
de su condición esquiva
más que más causa a la queja
y más culpa a la malicia.
Desto nació el inquirir
170
si ella conmigo tenía
alguna aversión o queja,
mal fundada o presumida;
y averigüé que Diana,
del discurso las primicias,
175
con las luces de su ingenio,
le dio a la filosofía.
Deste estudio y la lición
de las fábulas antiguas
resultó un común desprecio
180
de los hombres, unas iras
contra el orden natural
del amor, con quien fabrica
el mundo a su duración
alcázares en que viva,
185
tan estable en su opinión,
que da con sentencia fija
el querer bien por pasión
de las mujeres indigna.
Tanto, que siendo heredera
190
desta corona y precisa
la obligación de casarse,
la renuncia y desestima
por no ver que haya quien triunfe
de su condición altiva.
195
A su cuarto hace la selva
de Diana, y son las ninfas
sus damas, y en este estudio
las emplea todo el día.
Sólo adornan sus paredes
200
de las ninfas fugitivas
pinturas que persüaden
al desdén: allí se mira
a Dafne huyendo de Apolo;
Anaxarte, convertida
205
en piedra, por no querer;
Aretusa, en fuentecilla
que al tierno llanto de Alfeo
paga en lágrimas esquivas.
Y viendo el conde, su padre,
210
que en este error se confirma
cada día con más fuerza,
que la razón no la obliga,
que su riesgo no la ablanda
y con tal furia se irrita,
215
en hablándola de amor,
que teme que la encamina
a un furor desesperado.
Que el medio más blando elija
le aconseja su prudencia,
220
y a los príncipes convida
para que, haciendo por ella
fiestas y galanterías,
sin la persuasión ni el ruego,
la naturaleza misma
225
sea quien lidie con ella,
por si teniendo a la vista
aplausos y rendimientos,
ansias, lisonjas, caricias,
su propio interés la vence
230
o la obligación la inclina;
que en quien la razón no labra
endurece la porfía
del persuadir, y no hay cosa
como dejar a quien lidia
235
con su misma sinrazón,
pues si ella misma le guía
al error, en dando en él,
es fuerza quedar vencida,
porque no hay, con el que a escuras
240
por un mal paso camina,
para que vea su engaño,
mejor luz que la caída.
Habiendo ya averiguado
que esto en su opinión esquiva
245
era desprecio común
y no repugnancia mía,
claro está que yo debiera
sosegarme en mi porfía,
y, considerando bien
250
opinión tan exquisita,
primero que a sentimiento
pudiera moverme a risa.
Pues, para que se conozca
la vileza más indigna
255
de nuestra naturaleza,
aquella hermosura misma
que yo antes libre miraba
con tantas partes de tibia,
cuando la vi desdeñosa,
260
por lo imposible, a la vista
la que miraba común
me pareció peregrina.
¡Oh, bajeza del deseo!,
que, aunque sea la codicia
265
de más precio lo que alcanza
que lo que se le retira,
sólo por la privación
de más valor lo imagina
y da el precio a lo difícil
270
que su mismo ser le quita.
Cada vez que la miraba
más bella me parecía
y iba creciendo en mi pecho
este fuego tan aprisa
275
que, absorto de ver la llama,
a ver la causa volvía
y hallaba que aquella nieve
de su desdén, muda y tibia,
producía en mí este incendio.
280
¡Qué ejemplo para el que olvida!
Seguro piensa que está
el que en la ceniza fría
tiene ya su amor difunto:
¡qué engañado lo imagina!
285
Si amor se enciende de nieve,
¿quién se fía en la ceniza?
Corrido yo de mis ansias,
preguntaba a mis fatigas:
¡Traidor corazón!, ¿qué es esto?
290
¿Qué es esto?, ¡aleves caricias!
La que neutral no os agrada
¿os parece bien esquiva?
La que vista no os suspende
¿cuando es ingrata os admira?
295
¿Qué le añade a la hermosura
el rigor que la ilumina?
¿Con el desdén es hermosa
la que sin desdén fue tibia?
El desprecio ¿no es injuria?
300
La que desprecia ¿no irrita?
Pues la que no pudo afable,
¿por qué os arrastra enemiga?
La crueldad, a la hermosura,
el ser de deidad le quita.
305
Pues ¿qué, para mí la ensalza
lo que para sí la humilla?
Lo tirano se aborrece,
pues a mí ¿cómo me obliga?
¿Qué es esto? ¿Amor? ¿Es acaso
310
hermosa la tiranía?
No es posible, no, esto es falso;
no es esto amor ni hay quien diga
que arrastrar pudo, inhumana,
la que no movió divina.
315
Pues ¿qué es esto? ¿Esto no es fuego?
Sí, que mi ardor lo acredita;
no, que el hielo no le causa;
sí, que el pecho lo publica.
No puede ser, no es posible;
320
no, que a la razón implica.
Pues ¿qué será? Esto es deseo.
¿De qué? ¿De mi muerte misma?
Yo mi mal querer no puedo...
Pues ¿qué será? ¿Una codicia
325
de aquello que se me aparta?
No, porque no lo quería
el corazón. ¿Esto es tema?
No. Pues, alma, ¿qué imaginas?
¿Bajeza es del pensamiento?
330
No es sino soberanía
de nuestra naturaleza,
cuya condición altiva
todo lo quiere rendir,
como superior se mira.
335
Y habiendo visto que hay pecho
que a su halago no se rinda,
el dolor deste desdén
le abrasa y le martiriza
y produce un sentimiento
340
con que a desear se obliga
vencer aquel imposible.
Y ardiendo en esta fatiga,
como hay parte de deseo
y este deseo lastima,
345
parece efecto de amor,
porque apetece y aspira;
y no es sino un sentimiento
equivocado en caricia.
Esto la razón discurre;
350
mas la voluntad, indigna,
toda la razón me arrastra
y todo el valor me quita.
Sea amor o sentimiento,
nieve, ardor, llama o ceniza,
355
yo me abraso, yo me rindo
a esta furia vengativa
de amor, contra la quietud
de mi libertad tranquila.
Y, sin esperanza alguna
360
de sosiego en mis fatigas,
yo padezco en mi silencio,
yo mismo soy de las iras
de mi dolor alimento;
mi pena se hace a sí misma,
365
porque, más que mi deseo,
es rayo que me fulmina
-aunque es tan digna la causa-
el ser la razón indigna,
pues mi ciega voluntad
370
se lleva y se precipita
del rigor, de la crueldad,
del desdén, la tiranía,
y muero, más que de amor,
de ver que a tanta desdicha,
375
quien no pudo como hermosa,
me arrastrase como esquiva.