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Ya no habrá de qué me acuses,
si no es que adelante pases.
No dirás que no te oí.
Dime, Lucencio, ¿es mejor
a peligro de un error
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poner mi vida por ti?
¿A este daño me acomodas
si todos los que han escrito
han reprehendido infinito
siempre las segundas bodas?
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La viudez casta y segura,
¿no es de todos alabada?
Si es de la invidia infamada,
este engaño poco dura;
que al fin vence la verdad
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y vuela la buena fama,
que es Fenis que de su llama
nace para nueva edad.
No, sino venga un mancebo
de estos de ahora, de alcorza,
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con el sombrerito a orza,
pluma corta, cordón nuevo,
cuello abierto muy parejo,
puños a lo veneciano,
lo de fuera limpio y sano,
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lo de dentro sucio y viejo;
botas justas, sin podellas
descalzar en todo un mes,
las calzas hasta los pies,
el bigote a las estrellas;
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jaboncillos y copete,
cadena falsa que asombre,
guantes de ámbar, y grande hombre
de un soneto y un billete;
y con sus manos lavadas
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los tres mil de renta pesque,
con que un poco se refresque
entre sábanas delgadas;
y pasados ocho días,
se vaya a ver forasteras,
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o en amistades primeras
vuelva a deshacer las mías!
Vendrá tarde; yo estaré
celosa; dará mi hacienda;
comenzará la contienda
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de esto de si fue o no fue.
Yo esconderé y él dará;
buscará deudas por mí;
entrará justicia aquí;
voces y aun coces habrá.
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No habrá noche, no habrá día,
que la casa no alborote:
«-Daca la carta de dote.
-Soltad la hacienda, que es mía.
-Entrad en esta escritura.
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-No quiero. -¡Ah, sí! ¿No queréis?
Yo os haré, infame, que entréis,
si el brío de ahora os dura».
Y que mientras más me postro,
me haga muy más apriesa
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de dos títulos condesa,
Concentaina y Puñoenrostro.
Yo he dicho.