Magnánimo señor, a quien las [frentes]
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humillan estos montes coronados
de nieve, que bajando en puras fuentes
besan tus pies en estos verdes prados,
por consejo de Nuño y sus parientes,
en tu valor divino confiados,
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te vine a hablar y te pedí licencia,
y honraste mi humildad con tu presencia.
Haber estado en esta casa creo
que obligue tu valor a la venganza
de caso tan atroz, inorme y feo,
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que [a] la nobleza de tu nombre alcanza.
Si alguna vez amor algún deseo
trujo la posesión a tu esperanza,
y al tiempo de gozarla la perdieras,
considera, señor, lo que sintieras.
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Yo, solo labrador en la campaña
y en el gusto del alma caballero,
y no tan enseñado a la montaña
que alguna vez no juegue el limpio acero,
oyendo nueva tan feroz y estraña,
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no fui, ni pude, labrador grosero:
sentí el honor con no haberle tocado,
que quien dijo de sí, ya era casado.
Salí a los campos, y a la luz que excede
a las estrellas, que miraba en vano,
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a la luna veloz, que retrocede
las aguas y las crece al Océano,
dichosa -dije- tú, que no te puede
quitar el sol ningún poder humano,
con subir cada noche donde subes,
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aunque vengan con máscaras las nubes.
Luego, volviendo a los desiertos prados,
durmiendo con los álamos de Alcides,
las yedras vi con lazos apretados,
y con los verdes pámpanos las vides.
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¡Ay! -dije-, ¿cómo estáis tan descuidados?
Y tú, grosero, ¿cómo no divides,
villano labrador, estos amores,
cortando ramas y rompiendo flores?
Todo duerme seguro. Finalmente,
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me robaron, [señor], mi prenda amada,
y allí me pareció que alguna fuente
lloró también y murmuró turbada.
Llevaba yo -¡cuán lejos de valiente!-
con rota vaina una mohosa espada.
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Llegué al árbol más alto, y a reveses
y tajos [le] igualé [a las bajas] mieses.
No porque el árbol me robase a Elvira,
mas porque fue tan alto y arrogante
que a los demás como a pequeños mira:
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tal es la fuerza de un feroz gigante.
Dicen en el lugar -pero es mentira,
siendo quien eres tú- que, ciego amante
de mi mujer, autor del robo fuiste,
y que en tu misma casa la escondiste.
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«¡Villanos -dije yo- tened respeto!
Don Tello, mi señor, es gloria y honra
de la casa de Neira y, en efeto,
es mi padrino, y quien mis bodas honra».
Con esto, tú piadoso, tú discreto,
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no sufrirás la tuya y mi deshonra;
antes harás volver, la espada en puño,
a Sancho su mujer, su hija a Nuño.