Rey poderoso en Castilla,
oye una maldad tan grande
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que aun en tu misma presencia
puede cubrirse y sentarse.
Bien te acuerdas de las fiestas
donde te serví esta tarde,
si no es que entre los despachos
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perdistes los memoriales;
acabadas, partí a Olmedo,
cuando en el camino salen
diez hombres, que en aquel campo
estaban en una calle;
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quieren matarme, y yo digo
que perjuicio no me pare
la muerte hasta confesar;
ellos replican, no obstante.
En fin, por no porfiar,
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dije: «Quiero que me maten»,
que no es bien, por cosas leves,
exponerme a algún desaire;
¿y qué sé yo si mi vida
más que a mí puede importarles?,
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que quizá no tienen otra
vida con que sustentarse,
y para mí habrá remedio,
pues, cuando en ésta me maten,
hay mil modos de vivir
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para el que quiere aplicarse.
Con esto embisten los diez
conmigo y, sin avisarme,
me mataron, como el día
en que me parió mi madre.
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Y viendo que de la muerte
soy la más cercana parte,
en virtud de un poder mío
he venido a querellarme.
Justicia, justicia pido,
1650
y ya que tú no los mates,
denme hacienda en la otra vida
con que poder sustentarme.