Escucha un momento:
salía, por donde suele,
el sol muy galán y rico,
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con la librea del rey
colorado y amarillo;
andaban los carretones
quitándole el romadizo
que da la noche a Madrid;
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aunque no sé quién me dijo
que era la calle Mayor
el soldado más antiguo,
pues nunca el mayor de Flandes
presentó tantos servicios;
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pregonaban agua ardiente,
agua biznieta del vino,
los hombres Carnestolendas,
todos naranjas y gritos;
dormían las rentas grandes,
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despertaban los oficios,
tocaban los boticarios
sus almireces a pino,
cuando la gata de casa
comenzó, con mil suspiros,
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a decir «¡Ay, ay, ay, ay!
Que quiero parir, marido».
Levantose Hociquimocho
y fue corriendo a decirlo
a sus parientes y deudos;
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que deben de ser moriscos,
porque el lenguaje que hablaban,
en tiple de monacillos,
si no es jerigonza entrellos,
no es español ni latino.
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Vino una gata vïuda,
con blanco y negro vestido
-sospecho que era su agüela-,
gorda y compuesta de hocico;
y si lo que arrastra honra,
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como dicen los antiguos,
tan honrada es por la cola
como otros por sus oficios.
Trújole cierta manteca,
desayunose y previno
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en qué recibir el parto.
Hubo temerarios gritos.
No es burla. Parió seis gatos
tan remendados y lindos,
que pudieran, a ser pías,
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llevar el coche más rico.
Regocijados, bajaron
de los tejados vecinos
caballetes y terrados,
todos los deudos y amigos:
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Lamicola, Arañizaldo,
Marfuz, Marramao, Micilo,
Tumbaollín, Mico, Miturrio,
Rabicorto, Zapaquildo,
unos vestidos de pardo,
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otros de blanco vestidos,
y otros con forros de martas,
en cueras y capotillos.
De negro vino a la fiesta
el gallardo Golosino;
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luto que mostraba entonces
de su padre el gaticidio.
Cual la morcilla presenta;
cual, el pez, cual, el cabrito,
cual, el gorrión astuto,
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cual, el simple palomino.
Trazando quedan agora,
para mayor regocijo
en el gatesco senado,
correr gansos cinco a cinco.
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Ven presto, que, si los oyes,
dirás que parecen niños
y darás a la parida
el parabién de los hijos.