Escucha, atiende.
Llamó don Luis turbado,
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entró atrevido, reportose osado,
prevínose prudente,
pensó discreto y resistió valiente;
miró la casa ciego,
recorriola advertido, hallote y luego
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ruido de cuchilladas
habló, siendo las lenguas las espadas.
Yo, viendo que era fuerza
que dos hombres cerrados, a quien fuerza
su valor y su agravio,
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retórico el acero, mudo el labio,
no acaban de otra suerte
que con sólo una vida y una muerte,
sin ser vida ni alma,
mi casa dejo y a la obscura calma
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de la tiniebla fría,
pálida imagen de la dicha mía,
a caminar empiezo;
aquí yerro, aquí caigo, aquí tropiezo,
y torpes mis sentidos
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prisión hallan de seda mis vestidos.
Sola, triste y turbada,
llego de mi discurso mal guiada
al umbral de una esfera
que fue mi cárcel, cuando ser debiera
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mi puerto o mi sagrado
-mas, ¿dónde le ha de hallar un desdichado?-.
Estaba a sus umbrales
-¡cómo eslabona el cielo nuestros males!-
don Juan, don Juan, mi hermano,
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que ya resisto, ya defiendo en vano
decir quién soy, supuesto
que el haberlo callado nos ha puesto
en riesgo tan estraño.
¿Quién creerá que el callar me ha hecho daño,
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siendo mujer? Y es cierto,
siendo mujer, que por callar me he muerto.
En fin, él esperando
a esta puerta estaba, ¡ay, cielo!, cuando
yo a sus umbrales llego,
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hecha Volcán de nieve, Alpe de fuego.
Él, a la luz escasa
con que la luna mansamente abrasa,
vio brillar los adornos de mi pecho
-no es la primer traición que nos ha hecho-
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y escuchó de las ropas el ruido
-no es la primera que nos han vendido-;
pensó que era su dama
y llegó, mariposa de su llama,
para abrasarse en ella
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y hallome a mí por sombra de su estrella.
¿Quién de un galán creyera
que, buscando sus celos, conociera
tan contrarios los cielos
que ya se contentara con sus celos?
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Quiso hablarme y no pudo,
que siempre ha sido el sentimiento mudo.
En fin, en tristes voces,
que mal formadas anegó veloces
desde la lengua al labio,
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la causa solicita de su agravio.
Yo responderle intento
-ya he dicho cómo es mudo el sentimiento-
y, aunque quise, no pude,
que mal al miedo la razón acude,
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si bien busqué colores a mi culpa;
mas, cuando anda a buscarse la disculpa,
o tarde o nunca llega:
más el delito afirma que le niega.
«Ven -dijo-, hermana fiera,
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de nuestro antiguo honor mancha primera;
dejarete encerrada
donde segura estés y retirada
hasta que, cuerdo y sabio,
de la ocasión me informe de mi agravio».
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Entré donde los cielos
mejoraron, con verte, mis desvelos.
Por haberte querido,
fingida sombra de mi casa he sido;
por haberte estimado,
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sepulcro vivo fui de mi cuidado;
porque no te quisiera
quien el respeto a tu valor perdiera;
porque no te estimara
quien su traición dijera cara a cara.
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Mi intento fue el quererte,
mi fin amarte, mi temor perderte,
mi miedo asegurarte,
mi vida obedecerte, mi alma amarte,
mi deseo servirte
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y mi llanto, en efeto, persuadirte
que mi daño repares,
que me valgas, me ayudes y me ampares.