Escucha, así Dios te guarde.
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Por la tarde salió Inés
a la feria de Medina,
tan hermosa, que la gente
pensaba que amanecía.
Rizado el cabello en lazos,
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que quiso encubrir la liga,
porque mal caerán las almas
si ven las redes tendidas.
Los ojos, a lo valiente,
iban perdonando vidas,
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aunque dicen los que deja
que es dichoso a quien la quita.
Las manos haciendo tretas,
que, como juego de esgrima,
tiene tanta gracia en ellas,
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que señala las heridas.
Las valonas esquinadas
en manos de nieve viva,
que muñecas de papel
se han de poner en esquinas.
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Con la caja de la boca
allegaba infantería,
porque, sin ser capitán,
hizo gente por la villa.
Los corales y las perlas
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dejó Inés, porque sabía
que las llevaban mejores
los dientes y las mejillas.
Sobre un manteo francés
una verdemar basquiña,
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porque tenga en otra lengua
de su secreto la cifra.
No pensaron las chinelas
llevar de cuantos la miran
los ojos en los listones,
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las almas en las virillas.
No se vio florido almendro
como toda parecía,
que del olor natural
son las mejores pastillas.
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Invisible fue con ella
el amor, muerto de risa
de ver, como pescador,
los simples peces que pican.
Unos prometieron sartas
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y otros arracadas ricas,
pero en oídos de áspid
no hay arracadas que sirvan;
cuál a su garganta hermosa
el collar de perlas finas;
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pero, como toda es perla,
poco las perlas estima.
Yo, haciendo lengua los ojos,
solamente le ofrecía
a cada cabello un alma,
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a cada paso una vida.
Mirándome sin hablarme,
parece que me decía:
«No os vais, don Alonso, a Olmedo,
quedaos agora en Medina».
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Creí mi esperanza, Fabia...
Salió esta mañana a misa,
ya con galas de señora,
no labradora fingida.
Si has oído que el marfil
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del unicornio santigua
las aguas, así el cristal
de un dedo puso en la pila.
Llegó mi amor basilisco,
y salió del agua misma
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templado el veneno ardiente
que procedió de su vista.
Miró a su hermana, y entrambas
se encontraron en la risa,
acompañando mi amor
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su hermosura y mi porfía.
En una capilla entraron;
yo, que siguiéndolas iba,
entré imaginando bodas:
¡tanto quien ama imagina!
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Vime sentenciado a muerte,
porque el amor me decía:
«Mañana mueres, pues hoy
te meten en la capilla».
En ella estuve turbado:
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ya el guante se me caía,
ya el rosario, que los ojos
a Inés iban y venían.
No me pagó mal; sospecho
que bien conoció que había
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amor y nobleza en mí;
que quien no piensa no mira,
y mirar sin pensar, Fabia,
es de ignorantes, y implica
contradición que en un ángel
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faltase ciencia divina.
Con este engaño, en efeto,
le dije a mi amor que escriba
este papel; que si quieres
ser dichosa y atrevida
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hasta ponerle en sus manos,
para que mi fe consiga
esperanzas de casarme
-tan honesto amor me inclina-,
el premio será un esclavo,
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con una cadena rica,
encomienda de esas tocas,
de malcasadas envidia.