Escena primera
(Entra Lussurioso, con Hippolito)
Hippolito
Mi señor, ¿tiene algo que ordenarme?
 
Lussurioso
Dejadnos, os lo ruego.
 
Hippolito
¿Cómo así? ¿Venid, y dejadnos?
 
Hippolito
Señoría, estoy listo para lo que queráis encomendarme.
 
Lussurioso
¿Qué hacéis aquí, amigo mío?
 
Hippolito
(Aparte)  ¡Bonito capricho de señor! Me manda presentarme, y ahora que me marche. Algo le ha picado en su honor.
 
Lussurioso
Venid, acercaos. No sois tan bueno, me parece. Estoy disgustado con vos.
 
Hippolito
¿Conmigo, señor? Eso me disgusta a mí conmigo mismo.
 
Lussurioso
Me recomendasteis a un buen hombre. Y fue una sabia elección, es cierto. Creí que era un rufián, y ha resultado un canalla para mí.
 
Hippolito
Lo elegí como el mejor, mi señor. Y gran pesar me produciría que alguna negligencia suya hubiera hecho nacer el descontento en vos.
 
Lussurioso
¿Una negligencia? Fue más bien su intención. Juzgadlo: vino muy decidido a relatarme un hecho increíble, de los que no deben pensarse, y aún menos hablarse, entre mi madrastra y el bastardo: ah, un asunto de placeres incestuosos entre ellos.
 
Hippolito
¡Qué vergüenza, mi señor!
 
Lussurioso
Y yo, por gentil lealtad a la frente de mi padre, hice de ello un arma desesperada, y preso de esa cólera cometí traición sobre su lecho lícito, llegando a rasguñar con la espada el pecho de mi padre. A punto estuve por esa razón de ser alcanzado por la zarpa de la muerte.
 
Hippolito
Bien que lo lamento. (Aparte)  Maldición, justamente ahora se presenta mi hermano, instrumento a contrapié en esta orquesta. No puede salir de aquí buena música.
 
(Entra Vindice)
Vindice
Mi honorable señor…
 
Lussurioso
Fuera, dejadnos, os lo ruego. No os conozco de ahora en adelante.
 
Vindice
¿Qué no me conocéis? Su señoría no tiene elección.
 
Lussurioso
Fuera, digo. Sois un canalla lleno de falsedad.
 
Vindice
Esos son los más fáciles de conocer, mi señor.
 
Lussurioso
Os mostraré mi aspecto más cruel y con una sola palabra. Os haré prisionero para siempre, sujeto con grilletes.
 
Vindice
(Aparte)  Uh, una sentencia que haría enmudecer hasta a una mujer… Habiendo fallado con el bastardo, y luego con él, el viento ha cambiado para mí. Ahora le toca a mi hermano quedarse, y a mí irme.
 
(Vase)
Lussurioso
Me ha enojado mucho.
 
Hippolito
Es muy culpable, ciertamente.
 
Lussurioso
Pero me repondré, y ello será su ruina. Se me ha dicho hace poco, no sé si con falsedad, que teníais un hermano.
 
Hippolito
¿Quién, yo? Sí, mi señor, tengo un hermano.
 
Lussurioso
¡Es curioso que no lo haya visto nunca en la corte! ¿Cuál es su natural? ¿En qué emplea sus horas?
 
Hippolito
Pues en maldecir el destino, el cual es a su parecer el responsable de su pobreza. Se recluye en su casa, lleno de necesidad y descontento.
 
Lussurioso
(Aparte)  Hay esperanza entonces, pues el descontento y la necesidad son el mejor barro para modelar bribones. Hippolito, quiero que vuestro hermano venga a vernos. Si hay en él algo que plazca a nuestro temperamento, por vos le haremos ascender y convertiremos en buena su muy humilde fortuna, pues está en nuestro ánimo levantar torres donde solo había chozas.
 
Hippolito
Así será, señor. Visitará a su señoría, aunque es un hombre en el que habita mucha melancolía.
 
Lussurioso
Bueno, mejor. Traedlo a la corte.
 
Hippolito
Lo haré con gusto y celeridad. (Aparte)  Ahora va a triunfar el mismo que acaba de ser despedido. Debes quitarte el disfraz, hermano. Ahora te presentaré con tu verdadera apariencia. Es extraño de qué modo él mismo se lleva a su propia ruina.
 
(Vase)
Lussurioso
Ese hombre me va a venir como anillo al dedo. Matará a ese otro canalla que abusó de mi cólera y la hizo crecer hasta cometer traición. Puse en él mucho de mi corazón, así que debe morir. Los que conocen los secretos de los grandes y se conducen de forma indigna de esa confianza, no llegan nunca a ver cómo se les blanquea la barba. Sí, uno matará a otro, y emplearé al hermano. Los canallas se parecen en eso a los clavos, y así uno sacará a otro. Si es de natural pesaroso, propicio a la necesidad y al descontento, la esperanza de ascender lo irá mellando hasta sacarle punta.
 
(Entran dos nobles)
Primer noble
Buenos días tenga su señoría.
 
Lussurioso
Lo mismo os deseo, gentiles caballeros.
 
Segundo noble
¿Habéis visto a nuestro señor el duque?
 
Lussurioso
¿A mi señor y padre? ¿Es que está fuera de la corte?
 
Primer noble
Sin duda debe de ser así, pero dónde haya ido, qué camino eligió su capricho es algo que ignoramos y que nadie sabe decirnos.
 
Lussurioso
Estos que llegan lo sabrán.
(Entran más nobles) 
¿Habéis visto a mi padre y señor?
 
Tercer noble
No desde dos horas antes del mediodía, mi señor. En ese momento se fue a caballo con un asunto privado.
 
Lussurioso
Ah, se ha ido a cabalgar.
 
Primer noble
Y con mucho secreto.
 
Segundo noble
No hay nadie en la corte que sepa nada más.
 
Lussurioso
Su excelencia el duque es viejo e irreflexivo. No es traición decir que mi padre ha tenido un capricho, o un antojo. Lo que en nosotros parecería ligereza, en él parece virtud.
 
Tercer noble
Son palabras de oráculo, mi señor.
 
(Vanse)
 
Escena segunda
(Entran Vindice, ya sin disfraz, e Hippolito)
Hippolito
Bien, bien, ya todo está como debe, y tú eres tú mismo.
 
Vindice
¡Cómo me hace cambiar de rumbo este grandísimo villano!
 
Hippolito
Ahora que eres tú mismo, el mismo que hace muy poco te despidió disfrazado te demostrará gran respeto.
 
Vindice
Será el más ingenioso de los engaños. Pero, hermano, espera, ¿para qué crees que requiere mis servicios?
 
Hippolito
No lo sé, y has de perdonármelo. Tiene alguna misión para ti, pero en qué consista solo lo saben él y su confidente el diablo.
 
Vindice
Bien, tendré que adecuar mi lengua a sus planes, sean del color que sean, con la esperanza de finalmente concentrar en su pecho todos mis deseos.
 
Hippolito
Él mismo indica el camino, ciertamente.
 
Vindice
Ahora que el duque ha muerto, el reino está vestido de arcilla. Y como su muerte no es sabida, la gente sigue siendo gobernada en su nombre. Y tú, su hijo, no vivirás largamente, no disfrutarás de su desaparición. Matarte sería hacerte un gran honor, pues todos creerían con firmeza que eras un hijo amoroso y que el dolor había sido la única causa de tu muerte.
 
Hippolito
Razonas bien, pero hablemos ahora del presente. Tendrás que presentarte de forma diferente, y también en tu atavío, para que todo eso sea posible. Si das un solo traspié, caeremos para siempre. No es buena política la de ser sospechoso. Tendrás que cambiar tu lengua, pues la primera que empleaste es ya conocida.
 
Vindice
Adoptaré una vena melancólica, templaré las cuerdas de tonos graves, como un instrumento que tocara tristemente un aire alegre.
 
Hippolito
Así es entonces como yo pensaba. Ya te anuncié a él como lleno de descontento.
 
Vindice
Me transformaré, y después…
 
Hippolito
Calla, que aquí viene. ¿Has pensado bien en ello?
 
Vindice
Salúdalo, y no temas por mí.
 
(Entra Lussurioso)
Lussurioso
¿Quién es aquel de allí?
 
Hippolito
Es Vindice, mi descontento hermano, al cual he traído a la corte conforme a vuestro deseo.
 
Lussurioso
¿Es ese vuestro hermano? Que el diablo me lleve si no tiene una buena presencia. Me sorprende que haya estado tanto tiempo fuera de la corte. Acercaos.
 
Hippolito
Hermano, el señor Lussurioso, el hijo del duque.
 
(Vindice se quita el sombrero y le hace una reverencia. Hippolito se mantiene un poco distante)
Lussurioso
Acercaos más… Sed bienvenido. Aún más próximo…
 
Vindice
Con Dios. ¿Qué tal estáis?
 
Lussurioso
Bien, gracias. ¡Qué extraño resulta ese tosco y llano saludo en palacio, donde nos saludamos nerviosos, con lengua ágil e impaciente! Si nombráramos a Dios en los saludos, no se entendería. Por los cielos, decidme, ¿qué es lo que os ha hecho tan melancólico?
 
Vindice
Bueno, pues recurrir a la ley.
 
Lussurioso
¿Y eso puede volver melancólico a un hombre?
 
Vindice
Sí, tanto tiempo viendo la tinta y el paño negro de los abogados… Me metí en juicios en el anno quadragesimo secundo, y no salí de ellos hasta el anno sexagesimo tertio.
 
Lussurioso
¿Cómo? ¿Veintitrés años metido en juicios?
 
Vindice
Los he conocido que han estado cincuenta y cinco, y todo por unos pollos y unos cerdos.
 
Lussurioso
¿Es posible que haya sobre la tierra hombres que compliquen tanto los procesos judiciales?
 
Vindice
Es para algunos su sustento, mi señor. Todavía hay viejos tan envenenados por la afectación de la jerga legal que lo habitual en ellos es hablar en latinajos. Así, no saben rezar sino en términos legales, y piden que se les perdonen los pecados mediante un recurso y que sus almas suban al cielo mediante una sentencia sin apelación.
 
Lussurioso
Muy extraño me parece todo eso. No obstante, todo el mundo coincide en la misma inclinación: allí donde está el corazón, allí da la lengua su consentimiento. ¿Cómo empleáis vuestro tiempo de estudio, amigo?
 
Vindice
¿De estudio? Pues pensando en cómo agoniza en su lecho el rico y poderoso, mientras el pobre zapatero remendón dobla las campanas por él; en cómo no puede dejar el mundo y en cómo ve ante él, acostado y ya sin habla, su gran cofre, y en cómo al punto os enseña todas sus cajas; en cómo cuando –según todos los comentarios– ya ha perdido la memoria, sigue pensando en confiscaciones y obligaciones, sí, cuando –y todo el mundo lo oye– emite los sordos ruidos de los últimos estertores, está atareado amenazando a sus pobres arrendatarios. Este último pensamiento me da para pensar unos siete años más o menos. Pero tengo sobre todo esto la ingeniosa idea de pintar un cuadro, que yo mismo dibujaré y regalaré a su señoría. Necesariamente habrá de pareceros bien, pues su señoría no me dará nada por él.
 
Lussurioso
Os equivocáis conmigo, entonces, pues es bien sabido que soy sumamente generoso. Probemos vuestra ingeniosa idea.
 
Vindice
¿En pintura, señor?
 
Lussurioso
Sí, en pintura.
 
Vindice
De acuerdo, sería así: un padre usurero va a quemarse en el fuego del infierno, y su hijo y heredero está bailando sobre él con una puta.
 
Hippolito
(Aparte)  Ya lo ha desollado en vivo.
 
Lussurioso
La idea es en verdad bonita, pero –os lo digo con toda sinceridad– no creo que gustara.
 
Vindice
¿No? Estoy seguro de que la puta gustaría mucho.
 
Hippolito
(Aparte)  Y a él mismo también, seguro, si estuviera fuera del cuadro.
 
Vindice
Y en cuanto al hijo y heredero, no será algo que ofenda a la vista de los jóvenes vividores, pues lo presentaré vestido con calzones de paño de oro.
 
Lussurioso
Os habéis metido en el bolsillo mi idea y ya no podéis sacarla. Este era mi pensamiento: ver el retrato de un pobre usurero quemándose en el fuego del infierno es algo que no les gustaría nada a nuestros ricos.
 
Vindice
Es cierto, y os ruego sinceramente que me perdonéis. Sé el motivo, y es que algunos de ellos preferirían ser condenados de verdad a serlo en los colores de un cuadro.
 
Lussurioso
(Aparte)  ¡Tiene astucia el melancólico! Le sobra ingenio para asesinar a cualquiera, y yo voy a proporcionarle los medios.
(A él) Creo que tenéis problemas de dinero…
 
Vindice
¿De dinero? ¡Ja, ja! Ha sido tan larga mi penuria que ahora ya me lo tomo a broma. Hasta el color de la plata he olvidado.
 
Lussurioso
(Aparte)  Le duele tanto como yo imaginaba.
 
Vindice
De los que temen mi humor obtengo buenos vestidos, y en cuanto a la mesa, me alimento a costa de los que no pueden desembarazarse de mí.
 
Lussurioso
Tomad esto, que con todo os pondrá en pie.
 
(Le da dinero)
Lussurioso
¿Qué os pasa, amigo?
 
Vindice
Que casi me quedo ciego. Ese brillo potente y para mí desacostumbrado me resulta excesivo. No me atrevo a mirar hasta que el sol esté oculto tras una nube.
 
Lussurioso
Me parece que me va a gustar su melancolía. ¿Cómo están ahora vuestros ojos?
 
Vindice
Mejor gracias a vuestro interés.
 
Lussurioso
Aún estaréis mejor si seguís fielmente a mi plan.
(Hace señas a Hippolito para que se acerque) 
Ahora que ambos estáis presentes, les mostraré a vuestras espadas vengadoras a un villano tan secreto y privado que nunca se oyó de nadie igual, y que os ha traído grandes desgracias y a nosotros ha agraviado.
 
Hippolito
¿Grandes desgracias a nosotros?
 
Lussurioso
Sí, Hippolito. Yo lo guardaba aquí para que ahora rápidamente se unieran vuestras iras.
 
Vindice
Estoy ávido de conocer a ese villano.
 
Lussurioso
Lo conocéis, es ese canalla alcahuete llamado Piato, al que hace poco amenazamos con las rejas de una prisión perpetua.
 
Vindice
(Aparte)  Todo eso va por mí.
 
Hippolito
¿Él es, mi señor?
 
Lussurioso
A vos os lo diré, que fuisteis quien me lo recomendó.
 
Vindice
¿Fuiste tu, hermano?
 
Hippolito
Yo fui, en efecto.
 
Lussurioso
Y el desagradecido canalla, para pagar esa amabilidad, intentó persuadirme, siendo como veis un hombre dado al placer, para que corrompiera con oro a vuestra hermana doncella.
 
Vindice
Sin duda ha de morir quien eso hizo.
 
Lussurioso
Yo, lejos de pensar en hacer daño a virgen alguna, especialmente en este caso, pues sabía de ella que era tan casta como esa parte de la cara que apenas puede tocarse –el ojo–, no pude soportarlo.
 
Vindice
¿No pudisteis, mi señor? ¡Muy honorable fue vuestro comportamiento!
 
Lussurioso
Y así lo mantuve a distancia con algunos gestos adecuados.
 
Vindice
¡Fuera con él, canalla!
 
Lussurioso
¿Qué me hizo, por el contrario, a modo de venganza? Fue por cuenta propia a minar el honor de vuestra hermana, a la que yo honro con toda mi alma por su estima de la castidad; y no teniendo éxito en el asunto (pues no debía de ser sino una locura desesperada el intentarlo), por puro capricho, en el camino abordó a vuestra madre, cuya honra, cobarde al parecer, rindióse con poco esfuerzo.
 
Lussurioso
Y él, orgulloso de lo que pensaba que era una ventaja, me trajo esas noticias como buenas nuevas. Pero yo, cielos, y perdonadme por ello…
 
Vindice
¿Qué hizo su señoría?
 
Lussurioso
Lleno de furia lo aparté de mí, le pisé la garganta y, dándole patadas, lo cubrí de magulladuras. A decir verdad que fui cruel en exceso.
 
Hippolito
Fue un noble comportamiento.
 
Vindice
(Aparte)  ¿No tiene oídos el cielo? ¿Se han agotado sus rayos?
 
Lussurioso
Si yo fui tan impaciente en una causa para mí pequeña, ¿cómo habíais de ser vosotros?
 
Vindice
Estamos totalmente fuera de nuestro ser; no vivirá para ver el cambio de luna.
 
Lussurioso
Anda por palacio; Hippolito, encaminad allí a vuestro hermano para que pueda tomar buena nota de él.
 
Hippolito
No será necesario, mi señor. Yo puedo llevar a mi hermano hasta él.
 
Lussurioso
Con todo, solo por mi odio, llevadlo a palacio, pues yo mismo quiero ver su sangre.
 
Hippolito
(Aparte)  ¿Y ahora qué hacemos, hermano?
 
Vindice
(Aparte)  Lo que desees, pero no tienes más remedio que obedecer su orden.
 
Hippolito
(Aparte)  Juraría que es tarea imposible traer aquí a alguien que ya lo está.
 
(Vase)
Lussurioso
Decidme vuestro nombre, que lo he olvidado.
 
Vindice
Vindice, mi señor.
 
Lussurioso
Denota valor. Debéis ser valiente y acabar con vuestros enemigos.
 
Vindice
Eso espero, mi señor.
 
Lussurioso
Y este canalla es uno de ellos.
 
Lussurioso
Y yo os elogiaré por ello. Cuanto más me complazcáis, más ascenso os procuraré.
 
(Entra Hippolito)
Vindice
Os lo agradezco de verdad.
 
Lussurioso
Y bien, Hippolito, ¿dónde está ese canalla y alcahuete?
 
Hippolito
Su señoría obtendría una despreciable impresión de él, algo muy desagradable. No está ahora en condiciones de ser visto, mi señor. Lo habita el peor de los pecados mortales, esa mezquina maldición que es la ebriedad.
 
Lussurioso
Doblemente canalla es entonces.
 
Vindice
(Aparte)  Bien traído, con ese ingenio improvisado.
 
Lussurioso
Entonces, ¿estáis ambos firmemente decididos? Quiero verlo muerto con mis propios ojos.
 
Vindice
Por nuestras vidas.
 
Lussurioso
Encaminad a vuestro hermano para que tome buena nota de él.
 
Lussurioso
Si subís en esto, no caeréis nunca.
 
Vindice
Somos vasallos de su señoría.
 
Lussurioso
(Aparte)  Lo he llevado con habilidad. Con nuestra astuta política hemos hecho de ellos unos necios. Pues han de morir los villanos cuando tanto saben.
 
(Vase)
Vindice
¡Oh, poderosa paciencia! Me sorprende que un tipo como este, todo desvergüenza y maldad, no cayera fulminado por un rayo o reventado con violencia por una tempestad secreta. ¿Es que ya no existe el trueno divino o es que se guarda para una venganza más fulminante? Ah, aquí está…
 
(Suena un trueno)
Hippolito
Vamos a perdernos, hermano.
 
Vindice
No, que ya he hallado el camino. Y lo conservaremos, no lo dudes. ¡Gracias hay que dar al espíritu que lo ha mezclado con mis planes!
 
Hippolito
¿De qué se trata?
 
Vindice
Es un plan seguro y bueno, y tú participarás en él. Se me ha contratado para matarme a mí mismo.
 
Vindice
Presta atención: el viejo duque está muerto, pero aún no está enterrado. Ya se ha advertido su ausencia, y, ya sabes, el asesinato logra escapar hasta de la cáscara más cerrada.
 
Vindice
¿Qué opinas entonces de la idea de vestir el cuerpo del duque…
 
Hippolito
¿Con el atuendo que tú llevabas?
 
Vindice
Eres rápido; ya lo has cogido.
 
Hippolito
Me gusta de modo extraordinario.
 
Vindice
¿Y si, puesto que está bebido –como tú le has hecho saber–, lo recostáramos apoyado en el codo, como si lo hubiera atrapado el sueño, que tanto se interesa por los perezosos?
 
Hippolito
Aún mejor, pero tengo una duda: nosotros, que según el hijo del duque vamos a matar a ese alcahuete, pasaremos por asesinos del duque cuando este sea reconocido.
 
Vindice
Ninguna de las dos cosas, gracias a Dios. Todo está muy pensado. Pues, estando él vestido de ese disfraz que yo llevaba, se creerá que yo, al que él llama alcahuete, maté al duque y huí con su atuendo, dejándolo a él así vestido para evitar una persecución inmediata…
 
Hippolito
Cada vez lo hallo más seguro.
 
Vindice
No dudes. Está dibujado con trazo indeleble. Te garantizo que no se le va a ir el color.
 
Vindice
Por cierto, hermano, y ahora que pienso en ello, tenemos que expulsar de nuestra madre el inmundo demonio que la habita.
 
(Vanse)
 
Escena cuarta
(Entran Vindice e Hippolito, llevando a su madre por los hombros y con una daga cada uno)
Vindice
¡No hay nombre que sea demasiado malo para ti!
 
Gratiana
¿Qué vais a hacer, hijos míos? ¿Vais a matarme?
 
Vindice
¡Madre malvada y contraria a la naturaleza!
 
Hippolito
¡Demonio de mujer!
 
Gratiana
Ah, en monstruos se han convertido mis hijos. ¡Ayuda!
 
Gratiana
¿Tan salvajes sois como para poner pezones de hierro a los pechos que os amamantaron?
 
Vindice
Ese pecho se ha convertido en cuajada de veneno.
 
Gratiana
¡No acortéis así vuestros días! ¿No soy acaso vuestra madre?
 
Vindice
Ese título lo habéis usurpado mediante un fraude, pues bajo una apariencia de tal ha crecido una alcahueta.
 
Gratiana
¿Una alcahueta? ¡Oh, nombre con mucho más aborrecible que el del infierno!
 
Hippolito
Así habría de ser si conocieras bien tu deber.
 
Gratiana
Es cierto que odio ese nombre.
 
Vindice
Ah, ¿es posible? ¿Vos los decís? ¡Oh, poderes de lo alto, que las mujeres finjan hasta en el momento de morir!
 
Vindice
¿Acaso el hijo del duque no os envió a un hombre de mundana condición que corrompió todo lo que de bueno había en vos? ¿Y que os hizo olvidaros salvajemente de vos misma y lograr que nuestra hermana cediera a la lujuria?
 
Gratiana
¿Quién yo? Eso habría sido monstruoso. Desafío a ese hombre que tal cosa dice. Ni viviendo con toda pureza se puede evitar la calumnia. Hijo mío, no lo creas.
 
Vindice
Oh, ya dudo si soy yo mismo o no. Esperad, dejadme que mire esta cara de nuevo. ¿Quién se salvará si las madres no son virtuosas?
 
Hippolito
Hay algo que casi os hará desesperar.
 
Vindice
Yo era ese hombre. ¡Desafiadme ahora! Veamos, hacedlo con vuestra modestia.
 
Gratiana
¡Oh, mi alma es un infierno!
 
Vindice
Con ese disfraz, y enviado por el hijo del duque, yo os sometí a prueba y os hallé metal de inmunda ley. Lo mismo podría haber hecho cualquier villano.
 
Gratiana
Oh, no, solo tu lengua podría haberme hechizado de esa manera.
 
Vindice
Sois ágil para la condenación y rápida para la respuesta oportuna. Ningún demonio podría encender un fuego con tanta presteza. Con una palabra me quitasteis las esperanzas.
 
Gratiana
¡Oh, hijos, perdonadme! Seré más digna de mí misma. Ante vosotros que deberíais honrarme me arrodillo.
 
(Se arrodilla y llora)
Vindice
¡Que sea su madre quien encamine a una mujer al pecado!
 
Hippolito
Es cierto, hermano, que es una gran transgresión de lo natural, aunque son muchas madres que lo hacen.
 
Vindice
Vamos, madre, ya habéis llorado bastante. Id ahora a acostaros. La humedad provoca rubor en el hierro, que se torna de color rojo. Hermano, está lloviendo, y la lluvia va a estropearte la daga. Guárdala.
 
Vindice
Es en verdad un chaparrón delicioso, y hará mucho bien. Los fructíferos campos y prados de su alma están desde hace mucho tiempo secos. ¡Desciende, rocío bendito! Levantaos, madre. Este agua os ha hecho crecer.
 
Gratiana
¡Oh, cielos! ¡Sacad de mi alma esta mancha contagiosa! La lavaré con siete aguas de mis ojos. Haced que mis lágrimas sean saladas con el sabor de la gracia. Llorar es algo que a las mujeres se nos ha dado por naturaleza, pero hacerlo con sinceridad es un don del cielo.
 
Vindice
Sí, voy a daros un beso. Bésala tú también, hermano. Atémosla a nuestras almas, en las que no hay lujuria, amémosla con respeto.
 
Vindice
Pues las mujeres honestas son tan raras de encontrar y tan escasas que es bueno mimar a las pocas que tenemos. Mujer que estáis hecha de una cera maleable, ¡imaginad, ahora que la enfermedad os ha abandonado, qué signo de lepra habría impuesto esa tarea en vuestra frente! Todas las madres que tuvieran algún virtuoso pudor se habrían puesto máscaras para esconder su rostro ante el vuestro. Y también se habría llegado a que, al oír vuestro inmundo nombre, las doncellas aún verdes en su inmadurez enrojecieran de vergüenza.
 
Hippolito
Y además nuestra hermana, vendida y llena de bajeza…
 
Vindice
¡Otra vergüenza más! ¡La concubina del hijo del duque! Una prostituta de lujo, una puta con vestido de plata, a la que hay que sostenerle bien alta la cola mientras su alma se arrastra por la suciedad. Gran…
 
Hippolito
Lamentablemente grande: ser rica para ganarse la miseria eterna.
 
Vindice
¡Oh, locura general! Preguntad a la ramera de más éxito, en un momento de sangre fría, y os dirá que daría el mundo por recuperar su honor. Diréis quizás que es solamente con el hijo del duque, en privado. Siempre empieza por uno quien después se convierte en prostituta para un millar. Pues romped el hielo por un sitio, y se quebrará por muchos más.
 
Gratiana
Es muy cierta la comparación.
 
Hippolito
Hermano, estás olvidando nuestro asunto.
 
Vindice
Haces bien en recordármelo. La alegría es un duende sutil. Pienso que el hombre es más feliz cuando se olvida de sí mismo. Adiós, prado que una vez estuvo seco y que ahora está regado por agua santificada. Nuestros corazones, antes abrumados por el peso del plomo, se van ahora ligeros con su carga de plumas.
 
Gratiana
Una cosa te concedo, y es que nunca conocí a nadie que defendiera mejor que tú la causa del diablo, ni a nadie que mejor la atacara.
 
Vindice
Me hacéis sentirme orgulloso.
 
Hippolito
Saludad en la virtud a nuestra hermana.
 
Vindice
Sí, por el amor de Dios, a esa casta doncella.
 
Gratiana
Lo haré con mis mejores palabras.
 
Vindice
Ahora sí que ha hablado una madre.
 
(Vanse Vindice e Hippolito)
Gratiana
Me pregunto qué furia me transportó. Siento ahora cómo empiezan a asentarse en mí los buenos pensamientos. ¿Ay, cómo voy a mirarla con la cabeza alta, a ella, cuyo honor asalté de forma tan impía? Aquí viene.
 
(Entra Castiza)
Castiza
Madre, con tanta fuerza me habéis insistido que, por mi propio ascenso, y también para calmar la pena de vuestra lengua, estoy conforme.
 
Gratiana
¿Qué estás conforme? ¿Con qué?
 
Castiza
Con hacer lo que deseabais que hiciera: prostituir mi pecho al hijo del duque y entregarme al oficio público.
 
Gratiana
Espero que no vayas a hacerlo.
 
Castiza
¿Cómo? ¿Qué no lo haga? Esa no es la esperanza en la que pensabais hallar la salvación.
 
Gratiana
Cierto, pero así es.
 
Castiza
No os engañéis. Ahora soy como vos me sacasteis del mármol con vuestro esfuerzo. ¿Qué queréis ahora? ¿Es que aún no estáis satisfecha de mí? No obtendréis de mí más lascivia de la que yo quiera conceder.
 
Gratiana
No sigas helándome el alma.
 
Castiza
¿Cuántas veces me habéis exhortado, so pena de perder vuestra bendición, a convertirme en una mujer maldita? Cuando visteis que vuestra bendición no tenía fuerza suficiente para arrastrarme a la lujuria, echasteis sobre mí vuestra maldición. Y eso me hizo más. La maldición de una madre es algo que pesa mucho: cuando interviene en la lucha, el sol se nubla en tormenta y cualquier hija pierde su luz.
 
Gratiana
Niña querida, doncella mía, si queda dentro de ti alguna chispa de fuego espiritual del cielo, deja que soplando lo resucite hasta que aparezca la llama. No lo apagues del todo con necia obstinación de mujer. Ya he sanado de esa inmunda enfermedad que a tantas madres atormenta. Perdóname, hija querida, y no me hagas recaer ahora que estoy curada. Mis palabras vencieron cuando hablaban de maldad: ¡cuánto más ahora que son de bien y de justicia!
 
Castiza
No sé qué es lo que queréis decir, pues ¿no sois acaso aquella por cuyas corrompidas razones apenas pude pronunciar arrodillada mis oraciones, la que me enredó una serpiente negra de la que a duras penas consiguieron librarme tres horas de lectura?
 
Gratiana
Es estéril, y resulta tedioso repetirlo, hablar de lo pasado. Ahora soy tu madre de verdad.
 
Castiza
Bah, ya es demasiado tarde.
 
Gratiana
Reflexiona una vez más; no sabes lo que acabas de decir.
 
Castiza
¿Qué no? ¿Rechazar el ascenso y la fortuna, rechazar al hijo del duque?
 
Gratiana
Mira, yo pronuncié esas palabras, y ellas ahora me envenenan. ¿De qué sirven entonces los hechos? Ascenso, sí: ¡todo lo alto que puede alcanzar la vergüenza! ¿Fortuna? ¿Hubo alguna vez una prostituta rica? ¿O que pudiera construir, con el beneficio de sus pecados, un hospicio para todos sus bastardos? Y el hijo del duque… Ah, la que es cortesana en su juventud acaba siendo sin falta mendiga en la vejez. De conocer las miserias que experimenta la mayoría de las prostitutas, desearías no haber nacido el día de la pérdida de tu castidad.
 
Castiza
Oh, madre, permitidme que os abrace y os bese hasta fundir mi alma en vuestros labios. No hice todo esto sino para probaros.
 
Castiza
Sí, por ese motivo lo hice, pues no hay lengua que tenga la fuerza necesaria para desviarme de la virtud. Si las doncellas quisieran, las palabras de los hombres no tendrían poder alguno. El honor de una virgen es una torre de cristal que, siendo frágil, está guardada por buenos espíritus. Hasta el momento en que cede con infamias, ningún mal la habita.
 
Gratiana
¡Hija bendita! En verdad que me ha salvado tu nobleza. ¡Entre un millar de hijas, la más bendita de todas! Que seas espejo de doncellas, y de madres yo.
 
(Vanse)