[ACTO III, Escena 2]
La escena cambia a la Nueva Lonja de Mercaderes
Entran CORNELIUS, HARCOURT y DORILANT
DORILANT.
¿Comprometido con mujeres, no cenáis, pues, con nosotros?
CORNELIUS.
Sí, que la peste se las lleve a todas.
HARCOURT.
Erais mucho más razonable esta mañana y teníais las mismas nobles resoluciones en su contra que un viudo en su primera semana de libertad.
DORILANT.
¿Acaso alguna vez llegué a pensar que le haríais compañía a las mujeres en vano?
CORNELIUS.
¿En vano? No —es que como no puedo amarlas, me vengaré de ellas.
HARCOURT.
Ahora que habéis perdido el aguijón, vuestro aspecto en el palco, entre todas aquellas mujeres, era como el de un zángano en la colmena; todas encima, todas empujándoos y maltratándoos, zarandeándoos de un lado para otro.
DORILANT.
Sí, pero tiene que estar zumbando en su derredor, como otros zánganos rijosos y chorlitos. Evitadlas y odiadlas, como ellas os odian a vos.
CORNELIUS.
Puesto que las odio y más que las odiaré, habré de frecuentarlas. Podéis ver, gracias al matrimonio, que nada hace más odiosa a la mujer que su constante intimidad. En dos palabras, si intimo con ellas, lo hago al igual que con los necios ricos, para reirme de ellas y abusar de ellas.
DORILANT.
Pero, yo no cenaría con mujeres a menos de que pudiera yogar con ellas, como no cenaría con un pisaverde rico, a menos de que pudiera estafarle.
CORNELIUS.
Sí. Se ha dado el caso de que has cenado con un necio por su beber; si podía disponer vuestra mano tan sólo en ese sentido estabais satisfecho y, si resultaba ser un bebedor sin fondo, era suficiente.
HARCOURT.
Sí. A menudo un hombre bebe con un necio, igual que echa los dados con un árbitro de juegos, para no perder la práctica. Pero, ¿las damas beben?
CORNELIUS.
Sí, señor; y tendré el placer de tumbarlas con una botella y acarrearles un escándalo tan grande como, en su día, lo hiciera de la otra manera.
HARCOURT.
Puede que, entre ellas, resultéis un hermano tan débil de esa manera como de la otra.
DORILANT.
¡Bah! Beber con mujeres es tan antinatural como zaherir con ellas. No es sino un placer de fornicadores en decadencia y el modo más bajo de saciar el amor.
HARCOURT.
No, es ahogar el amor, más que saciarlo. Pero, ¡mira que dejarnos por mujeres comedidas!
DORILANT.
Sí, considerando que no va a suponerles mejora. Apenas si podemos perdonar a un hombre que deja a su amigo por una moza; y eso que tal caso no supone desafuero.
CORNELIUS.
A fe que no os dejaría por ellas si no bebieran.
DORILANT.
¿Quién dejaría plantada a la compañía en Casa Lewis por un chismorreo?
HARCOURT.
¡Bah! El vino y las mujeres, buenos por separado, juntos son tan nauseabundos como el málaga y el azúcar. Hacedme caso, señor, antes de ir; algo de vuestros consejos. Un general viejo y lisiado, cuando ya no es útil para la acción, es más adecuado como consejero. Yo tengo otros planes para las mujeres que no el comer y beber con ellas. Estoy enamorado de la amada de Barbilindo, con quien ha de casar mañana. Ahora bien, ¿cómo podré tenerla?
Entra BARBILINDO, mirando en derredor
CORNELIUS.
Pues aquí llega quien os hará de tercero.
HARCOURT.
¡Él! Os digo que él es mi rival y estorbará mi amor.
CORNELIUS.
No. Un rival necio y un marido celoso ayudan a los planes de sus rivales, pues es seguro que harán que sus mujeres les odien, lo que constituye el primer paso para que amen a otro hombre.
HARCOURT.
Pero yo no puedo aproximarme a su amada si no es en su compañía.
CORNELIUS.
Tanto mejor para vos, puesto que a los bobos se les engaña mucho más fácilmente cuando ellos mismo son cómplices; y se le burla la dama, al igual que se le birla el dinero, la amante común, haciéndole compañía.
BARBILINDO.
¿A quien se va a burlar? A fe, dejad que participe. No topo una burla desde Navidades. Dios, se me antoja que las burlas, como sus hermanas las chochaperdices, salen con el tiempo frío.
HARCOURT.
(Aparte a CORNELIUS) ¡Pestes! No lo habrá oído todo, espero.
BARBILINDO.
Vamos, pícaros burlones, ¿dónde vamos a cenar?—Ah, Harcourt, mi enamorada me dice que le habéis estado haciendo ferozmente el amor durante toda la comedia, ¡ja, ja!, Pero yo...
HARCOURT.
¿Hacerle yo el amor?
BARBILINDO.
¡Va! Te perdono. Pues creo conocerte a ti y yo la conozco a ella; pero estoy seguro de conocerme a mi mismo.
HARCOURT.
¿Así os lo dijo ella? Veo que todas las mujeres son como estos de la Lonja de Mercaderes, que, para encarecer el precio de sus bienes, les relatan a sus caros clientes ofertas que nunca recibieron.
CORNELIUS.
Sí, mientras los hombres lo hacen después, las mujeres tienden a relatar los amores con antelación y, así, mostrarse el sexo vano. Pero, ¿tienes enamorada, Barbilindo? Me cuesta creerlo, igual que si alguna vez hubieras dispuesto de una burla, como hace un momento te ufanabas.
BARBILINDO.
Oh, vuestro seguro servidor, señor. ¿Volvéis a vituperar, señor? Pero algunos de nosotros os ganamos la mano, hoy, en la comedia. Los ingeniosos se mostraron algo atrevidos con vos, señor; ¿no nos oísteis reír?
HARCOURT.
Sí, pero creía que habíais ido a la comedia a reíros del ingenio del poeta, no del vuestro.
BARBILINDO.
Vuestro seguro servidor, señor; no, gracias. Pardiez, yo me voy a una comedia como me retiro a una casa de solaz. Llevo mi propio vino a la una y mi propio ingenio a la otra; de lo contrario, estoy seguro de no estar contento en ninguna de ambas partes. Y la razón por la cual, a menudo, éramos más ruidosos que los actores, es porque creo que hablamos con mayor ingenio y así nos volvemos rivales del poeta ante su público. Pues, a decir, verdad, detestamos a los pícaros necios, incluso objetamos a sus obscenidades en la escena mientras que nosotros, en el patio de mosqueteros, no elevamos tanto el tono.
CORNELIUS.
Pero, ¿por qué habrías de odiar a los bobos de los poetas? Tienes demasiado ingenio como para ser uno de ellos y ellos, como las putas, solamente se odian entre sí. Y seguro estoy que desdeñas la escritura.
BARBILINDO.
Sí. Sabed que desdeño la escritura. Pero las mujeres, las mujeres, que hacen que los hombres cometan necedades, también les hacen escribir canciones. Todo el mundo lo hace. Es casi tan común entre amantes como jugar con los abanicos. Y no puedes evitar hacerle rimas a tu Filis, como tampoco beber con tu Filis.
HARCOURT.
Cierto, la poesía en el amor es tan inevitable como los celos.
DORILANT.
Pero, los poetas maldijeron vuestras canciones, ¿no?
BARBILINDO.
Malditos sean los poetas. Los trocaron en versos burlescos, como lo llaman. Eso de lo burlesco es un truco suyo de abracadabra, que, por virtud de sus totum revolutum y de sus volteretas, truecan a un hombre, sabio y discreto en el mundo, en un gracioso sobre las tablas, ¡a saber como lo hacen! —Y por eso los odio también pues, por lo que yo sé, puede ser mi propio caso; ya que meterán a un hombre en una comedia por mirar de reojo. Sus predecesores se bastaban con hacer graciosos de comedia a los criados; pero estos bellacos tienen que hacerlo con hidalgos — ¡que la peste se los lleve! — incluso con caballeros titulados. Y, a fe, que no se ve gracioso en la escena que no sea un caballero. Y, si he de deciros la verdad, llevan seis años evitando que realmente me intitulara de caballero, por miedo a que me hicieran caballero en una comedia y se me motejara de necio.
DORILANT.
No se lo tengáis en cuenta, han de seguir su copia —la época.
HARCOURT.
Pero, ¿por qué habrías de temer que te incluyan en una comedia, cuando os mostráis todos los días en los teatros de comedias y también en lugares públicos?
CORNELIUS.
Solamente es por estar en la escena en vez de estar de pie en un banco del patio.
DORILANT.
¿No dais dinero a los pintores para que pinten vuestra semejanza? Y ¿teméis vuestros retratos prolongados en los teatros de comedias, donde todas vuestras amantes pueden veros?
BARBILINDO.
¡Y una peste! Los pintores no dibujan las viruelas ni las pecas de la cara. ¡Va! ¡Por el mundo! Malditos sean todos los necios autores, sean cuales fueren, todos lo libros y libreros, y todos los lectores, corteses o descorteses.
HARCOURT.
Pero, ¿quién viene aquí, Barbilindo?
Entran MAESE CUCO y su mujer vestida en ropa de hombre, ALITEA, LUCÍA su doncella
BARBILINDO.
¡Oh, escondedme! También está mi amada.
BARBILINDO se esconde tras HARCOURT
BARBILINDO.
Pero yo no he de verla. Es hora de ir a Palacio y no puedo faltar en la antecámara.
HARCOURT.
Por favor, primero llevadme a reconciliarme con ella.
BARBILINDO.
¡En otro momento! A fe mía, el rey ya habrá cenado.
HARCOURT.
Tu ausencia no le habrá revuelto el estómago. Eres uno de esos bobos que creen su presencia en las comidas del rey tan necesarias como la de sus físicos, aun cuando le causáis mayores problemas que sus médicos o sus perros.
BARBILINDO.
¡Bah! Yo sé lo que me interesa, señor. Por favor, escóndeme.
CORNELIUS.
Cuco, servidor de Vuesamerced. ¡Cómo! ¿No nos conoce?
CUCO.
(A su mujer, aparte) Vamos.
DOÑA CUCA.
Por favor, ¿tenéis algún romance? ¿Alguno de a seis peniques?
HEBILLA.
No tenemos romances.
DOÑA CUCA.
Dadme, entonces, Diversiones de Covent Garden y una comedia o dos... Oh, aquí están Las argucias de Tarugo y La doncella desairada. Démelas.
CUCO.
(Aparte a ella) No, las comedias no son para vuestra lectura. Vamos, ¿queréis que os descubran?
CORNELIUS.
¿Quién es el lindo mozo que va con él, Barbilindo?
BARBILINDO.
Creo que es el hermano de su mujer, porque se le parece; pero la he visto solamente una vez.
CORNELIUS.
Extremadamente apuesto. Yo también he visto una cara como esa. Sigámosles.
Mutis CUCO, DOÑA CUCA, ALITEA, LUCÍA; CORNELIUS y DORILANT les siguen
HARCOURT.
Vamos, Barbilindo. Vuestra amada os ha visto y le enfadará que no vayáis con ella. Además, quisiera reconciliarme con ella y eso solamente lo podéis conseguir vos, querido amigo.
BARBILINDO.
Bueno, esa es una razón mejor, querido amigo. No me acercaría a ella, ahora, ni por ella, ni por mí; pero no puedo negaros nada; pues, aunque te conozco desde hace mucho, da igual, te tengo en la misma estima como si acabara de conocerte.
HARCOURT.
Querido amigo, grande es mi obligación hacia vos. Quisiera estar a bien con ella solamente por seguir estando a bien contigo; puesto que estos lazos con esposas suelen disolver todos los lazos con las amistades. Yo me daría satisfecho conque gozara de vos por las noches; pero os querría para mí durante el día, como hasta ahora ha sido, querido amigo.
BARBILINDO.
Y me gozarás de día, querido, querido amigo, pierde cuidado; antes me divorciaré de ella que de tí. Vamos...
HARCOURT.
(Aparte) Difícil lo tenemos cuando hacemos de nuestro rival nuestro tercero; pero ni ella ni su hermano me permitirán acercarme a ella, ahora. A fin de cuentas, un rival es la mejor capa bajo la cual robar una amada, sin sospechas; y una vez la hemos conseguido como queríamos nos desembarazamos de él como de otras capas.
Mutis BARBILINDO y HARCOURT tras él
Vuelven a entrar CUCO, DOÑA CUCA en ropas de hombre
CUCO.
(A ALITEA [fuera del escenario]) Hermana, si no queréis ir, habremos de dejaros.
(Aparte) El necio de su galán y ella reclutarán a todos los jóvenes paseantes a este lugar y dejarán a sus queridas costureras para seguirnos. ¡Menudo rebaño de cornudos y de cornífices que hay aquí! —Vamos, vámonos, Doña Margarita.
DOÑA CUCA.
Ni hablar, aún no he me hartado de mirar.
CUCO.
Entonces, por aquí.
DOÑA CUCA.
¡Señor y que carteles más lucidos! Fijaos, — ¡La Testa de Toro, La Testa de Carnero, La Testa de Ciervo! Querido...
CUCO.
Ah, si el cartel propio de todo marido fuera visible aquí, todos serían parejos.
DOÑA CUCA.
¿Qué quieres decir con eso, capullito?
CUCO.
No importa... no importa, capullito.
DOÑA CUCA.
Dímelo, por favor, insisto en saberlo.
CUCO.
Todos serían testas de toros, de ciervos y de carneros.
Mutis MAESE CUCO y DOÑA CUCA
Vuelven a entrar BARBILINDO, HARCOURT, ALITEA y LUCÍA por la otra entrada
BARBILINDO.
Vamos, querida señora, os habéis de reconciliar con él por mi amor.
HARCOURT.
Eso suena harto cruel, señora: odiarme por él.
BARBILINDO.
Sí, en efecto, señora, harto cruel para mí odiar a mi amigo por mi amor.
ALITEA.
Le odio porque es vuestro enemigo; y vos deberíais odiarle también, por hacerme el amor, si es que me amáis.
BARBILINDO.
Esa es buena; ¡yo odiar a un hombre por amaros! Si os ama es porque no puede evitarlo y es falta vuestra y no suya si os admira. Odio a cualquier hombre que sea de mi opinión. No, no lo haré nunca, por el mundo que no.
ALITEA.
¿Es por vuestro honor o por el mío, aguantar que un hombre me haga el amor, a mí, que he de desposaros mañana?
BARBILINDO.
¿Es por vuestro honor o por el mío darme de celos? El hecho de que os haga el amor es muestra de que sois apuesta; y el hecho de que yo no sufra de celos, es cartel de vuestra virtud. Eso creo que favorece vuestro honor.
ALITEA.
Pero también me preocupo por vuestro honor.
HARCOURT.
Pero, ¿por qué, queridísima señora, habríais de estar más preocupada por su honor que por el vuestro? Dejad en paz a su honor, por mi amor y por el suyo. Él, él no tiene honor...
BARBILINDO.
¿Cómo es eso?
HARCOURT.
Más allá del que mi querido amigo puede guardar por él mismo.
BARBILINDO.
¡Ja! —Tiene razón, de nuevo.
HARCOURT.
Vuestra preocupación por su honor arguye su propia despreocupación, lo que no arguye honor alguno a favor de mi amigo, aquí presente; por lo tanto y una vez más, dejad que su honor se encamine por donde quisiere, querida señora.
BARBILINDO.
Sí, sí, ¿sería acaso un honor para mí casarme con una mujer cuya virtud yo pusiera en duda y que no pudiera confiar en manos de un amigo?
ALITEA.
¿No teméis perderme?
HARCOURT.
¿Él temer perderos, señora? No, no —podéis ver como valora a la más estimable y más gloriosa criatura del mundo. ¿No queréis verlo?
BARBILINDO.
En verdad, honrado Paco. Albergo tan noble valor en ella que no puedo estarle celoso.
ALITEA.
No le habéis entendido. Lo que quiere decir es que ni os importo yo ni quien me pueda tener.
BARBILINDO.
¡Por Dios, señora, veo que estáis celosa! ¿Le arrancaréis a un pobre hombre el significado de sus palabras por la fuerza?
ALITEA.
Me espantáis, señor, con vuestra falta de celos.
BARBILINDO.
Y a mí, señora, me aturdís con vuestros celos y temores y virtud y honor. ¡Pardiez! Ya veo que la virtud vuelve a una mujer tan molesta como algo de lectura o de instrucción.
LUCÍA.
(Detrás) Desde luego, ¡con qué maridos tan fáciles se encuentran las damas de calidad! Una pobra camarera nunca tendrá esta suerte propia de damas. Además, se ha echado a perder para ella; ella no hará uso alguno de su fortuna, su bendición; nada como un caballero para un cornudo de casta, porque se requiere buena crianza para ser un cornudo.
ALITEA.
Os lo diré entonces abiertamente: persigue desposarme.
HARCOURT.
Vamos, señora, ya veis que os esforzáis en vano porque esté celoso de mí. Mi querido amigo es la criatura más amable en el mundo para mí.
BARBILINDO.
Pobre hombre.
HARCOURT.
Pero su sola amabilidad no es suficiente para mí sin vuestro favor. Vuestra buena opinión, señora, es lo que ha de volver mi felicidad perfecta. El buen caballero cree todo cuanto digo; ¡ojalá vos hicierais lo mismo! ¡Celoso de mí! No le faltaría a él ni a vos por nada del mundo.
ALITEA camina de un lado para otro sin prestar atención
BARBILINDO.
Pero, fijaos. Escuchadle, escuchadle y no os apartéis de ese modo.
HARCOURT.
Os amo, señora, tanto...
BARBILINDO.
¿Cómo está eso? —Ahora si que empezáis a ir demasiado lejos, a fe.
HARCOURT.
Tanto, lo confieso, tanto os amo que no soportaría veros desdichada y arrojada a alguien tan indigno y de tan poca consideración como lo que aquí veis.
Se golpea el pecho con la mano y señala a BARBILINDO
BARBILINDO.
No, a fe. No creo que lo hicierais. Ahora está claro su sentido. Pero ya lo supe antes, que no me haríais agravio ni a mí ni a ella.
HARCOURT.
No, no permita el cielo que la gloria de su sexo cayera tan bajo como los abrazos de un ser despreciable, el último de la humanidad — mi querido amigo, aquí— yo lo agravio.
Abraza a BARBILINDO
BARBILINDO.
No, no querido amigo, yo lo sabía. Señora, veis que antes se hará agravio a si mismo que a mí, llamándose por tales nombres.
ALITEA.
¿Aún no le habéis entendido?
BARBILINDO.
Sí. Con cuanta modestia habla de si mismo, el pobre.
ALITEA.
Yo creo que habla de vos con desvergüenza puesto que —y delante de vos, incluso. De manera que no puedo sufrir por más tiempo su rastrero abuso de vos, ni su amor por mí.
Hace ademán de irse
BARBILINDO.
No, por favor, señora, quedaos. ¡Su amor por vos! Por Dios, señora, ¿no ha hablado con suficiente claridad todavía?
ALITEA.
Sí en efecto. Yo diría que sí.
BARBILINDO.
Entonces, por el mundo ¿acaso un hombre no puede hablar comedidamente con una mujer, sin que ella crea que le hace el amor? No, señora, os quedaréis aquí, con perdón, puesto que aun no le habéis entendido; hasta que os haya hecho esclarecimiento de su amor por vos, es decir de qué tipo de amor se trata.
[A HARCOURT] Responde según tu catecismo, amigo, ¿amáis a mi amada aquí presente?
HARCOURT.
Sí. Desearía que no lo dudara.
BARBILINDO.
Pero, ¿cómo la amáis?
HARCOURT.
Con toda mi alma.
ALITEA.
Le doy las gracias. Creo que ahora habla con total llaneza.
BARBILINDO.
(A ALITEA) Aún no lo habéis comprendido. —Pero, ¿con qué clase de amor, Harcourt?
HARCOURT.
Con el amor mejor y más verdadero del mundo.
BARBILINDO.
¡Fijaos! Pues, no habla de amor matrimonial, estoy seguro.
ALITEA.
¡¿Cómo?! ¿Decís que el amor matrimonial no es el mejor?
BARBILINDO.
(Aparte) ¡Pardiez! Ahí he ido demasiado lejos, antes de darme cuenta. —Pero, hablad por vos mismo, Harcourt. Dijisteis que no nos haríais agravio ni a mi ni a ella.
HARCOURT.
No, no, señora. Tomadlo, por el amor de Dios...
BARBILINDO.
Fijaos, señora.
HARCOURT.
A aquel que, con toda justicia, ha de ser vuestro, quien os ama más.
Se da un golpe en el pecho
ALITEA.
Fijaos, Maese Barbilindo. ¿De quien se trata?
BARBILINDO.
¡¿De quien va a ser?! Proseguid, Harcourt.
HARCOURT.
Quien os ama por encima de mujeres, títulos o bufones de la fortuna.
Apunta a BARBILINDO
BARBILINDO.
Fijaos, sigue refiriéndose a mí, pues me apunta con el dedo.
HARCOURT.
Quien sólo puede ser vuestro igual en fidelidad y constancia en el amor.
HARCOURT.
Quien sabe, si es posible, cómo valorar tanta belleza y virtud.
HARCOURT.
Aquel cuyo amor no puede hallar parangón en este mundo, salvo esa celestial forma vuestra.
HARCOURT.
Quien no podría sufrir mayor rival que vuestra ausencia y, al tiempo, no podría sospechar de vuestra virtud por encima de su propia constancia en el amor que os profesa.
HARCOURT.
Quien, en dos palabras, os ama más que a sus propios ojos, que fueron los que hicieron nacer en él su amor por vos.
BARBILINDO.
Sí. –No, señora, a fe, no os podéis marchar hasta que...
ALITEA.
Cuidado, no me hagáis permanecer tiempo sobrado...
BARBILINDO.
Sólo hasta que os haya saludado; de modo que yo pueda saber a ciencia cierta que sois amigos; tras su honrado consejo y declaración. Vamos, señora, os lo ruego, sed amigos.
Entran MAESE CUCO, DOÑA CUCA
ALITEA.
Debéis disculpar, señor, que no os obedezca todavía.
CUCO.
¡¿Cómo?! ¿Invitando a vuestra esposa a besar hombres? ¡Monstruoso! ¿No os da vergüenza? Nunca os perdonaré.
BARBILINDO.
¿No os da vergüenza que yo tenga mayor confianza en la castidad de vuestra familia que la que vos mismo tenéis? No me daréis lecciones, señor. Soy un hombre de honor, señor, aunque sea ingenuo y libre. Yo soy ingenuo, señor...
CUCO.
Muy ingenuo, señor, compartiendo vuestra esposa con vuestros amigos.
BARBILINDO.
Él es un amigo humilde y de casa, de los que reconcilian las diferencias del lecho matrimonial. Sabéis que marido y mujer no siempre están de acuerdo; yo le he planeado a él para tal uso, de modo que quisiera que estuviera a bien con mi mujer.
CUCO.
Un amigo de la casa. Conseguiréis muchos amigos de la casa mostrando a vuestra esposa como lo hacéis.
BARBILINDO.
¿Y qué? Puede que me complazca en ello, como me complace mostrar ropas elegantes en el teatro de comedias el día de estreno y contar mis dineros delante de los pobres bellacos.
CUCO.
Quien muestra a su esposa o sus dineros, corre el riesgo de prestarlos en algún momento.
BARBILINDO.
Adoro que me envidien y no me casaría con una mujer a quien tan sólo yo pudiera amar. Amar a solas es tan soso como comer a solas. ¿No es esta la época de los ingenuos? Yo soy una persona ingenua. Y, si he de deciros la verdad, puede que adore tener rivales por mi esposa; causan la impresión de que un hombre lo que tiene es una amante mantenida. Y, en fin, buenas noches, he de ir a Palacio. Señora, espero que os hayáis reconciliado ahora con mi amigo; y, por tanto, os deseo unas buenas noches, señora, y que durmáis, si podéis, pues mañana he de haceros una visita con un canónico caballero. Buenas noches, querido Harcourt.
Mutis BARBILINDO
HARCOURT.
Señora, espero que no rechazaréis mi visita si se produjera antes, con un canónico caballero, que la de Maese Barnilindo.
CUCO.
(Interponiéndose entre ALITEA y HARCOURT) Esta dama todavía se encuentra bajo mi custodia; por lo que habréis de evitar vuestras libertades para con ella, señor.
CUCO.
Sí, señor. Es mi hermana.
HARCOURT.
Bien está que lo sea, señor; pues yo habré de ser su servidor, señor. Señora...
CUCO.
Vámonos, hermana. Nos habríamos ido de no haber sido por vos y habríamos evitado a estos rijosos impíos que parecen sombras nuestras.
Entran CORNELIUS y DORILANT adonde están ellos
CORNELIUS.
¿Qué tal, Cuco?
CUCO.
Servidor de Vuesamerced.
CORNELIUS.
¡Vaya! Veo que un ratito en el campo vuelve a un hombre salvaje y bravo, sólo apto para conversar con sus caballos, perros y ganado.
CUCO.
Tengo negocios, señor, y he de atenderlos. Vuestro negocio es el placer, señor, por lo que nuestros senderos han de ser distintos.
CORNELIUS.
Id en buena hora; pero este apuesto señorito...
Sujeta a DOÑA CUCA
DORILANT.
Y la camarera...
CORNELIUS.
Permanecerán con nosotros: pues que supongo que su negocio es el mismo que el nuestro —el placer.
CUCO.
(Aparte) ¡Muerte de...! La reconoce; ella se muestra tan simple. Pero si no fuera así, más simple sería yo si lo revelara.
ALITEA.
Dejadnos marchar, señor.
CORNELIUS.
(A DOÑA CUCA) ¿No preferiríais permanecer con nosotros? Cuco, por favor, ¿quién es este apuesto señorito?
CUCO.
Uno de quien soy tutor.
(Aparte) Ojalá pudiera mantenerla alejada de vuestras manos.
CORNELIUS.
¿Quién es? Nunca vi nada tan bonito en toda mi vida.
CUCO.
¡Bah! No lo miréis con tanta insistencia; es un pobre mozo tímido, haréis que se sienta incómodo. Vámonos, vámonos, hermano.
Hace ademán de llevárselo
CORNELIUS.
Ah, ¿vuestro hermano?
CUCO.
Sí, el hermano de mi mujer. Vamos, vamos, nos estará esperando para cenar.
CORNELIUS.
Lo imaginé, pues es muy parecido a la que vi con vos en la comedia y de quien os dije que estaba enamorado.
DOÑA CUCA.
(Aparte) ¡Señor Jesús! ¿Es éste el que está enamorado de mí? Me alegro de ello, a fe, pues un caballero interesante y apuesto y yo ya estoy enamorada de él también.
(A MAESE CUCO) ¿Es éste el que decíais, capullito?
CUCO.
(A su mujer) ¡Vámonos, vámonos!
CORNELIUS.
¿Pero qué prisas tenéis? ¿Por qué no me dejáis hablar con él?
CUCO.
Porque lo pervertiréis. Él es joven e inocente todavía y no querría que lo pervirtierais por nada en el mundo.
(Aparte) ¡Cómo fija la mirada en ella! ¡Demonio!
CORNELIUS.
Harcourt, Dorilant, mirad aquí. Esta es la viva imagen de aquella arlote de la que nos habló, de su esposa. ¿Habéis visto alguna vez criatura más adorable? El bribón tiene razón en estar celoso de su mujer, pues es como éste, ella haría que todos los que la viéramos nos enamorásemos de ella.
HARCOURT.
Y, si mal no recuerdo, es su viva imagen.
DORILANT.
Es bonita, en verdad, si se le parece a él.
CORNELIUS.
¿Muy bonita? ¡Bonita alabanza! Es una criatura gloriosa, hermosa por encima de cuanto he visto hasta ahora.
HARCOURT.
Más hermosa que la primera amada de un poeta, en su imaginación.
DORILANT.
O que la última amada de otro hombre, en carne y hueso.
DOÑA CUCA.
Vamos, burláis, señor; no os burléis de mí.
CUCO.
Vamos, vamos
(Aparte) Cielos, se va a descubrir.
CORNELIUS.
Hablo de vuestra hermana, señor.
CUCO.
Sí, pero al decir que era apuesta, de ser como él, le ha hecho ruborizarse.
(Aparte) ¡Que tormento!
CORNELIUS.
Diría que es tan apuesto que no puede ser un hombre
CUCO.
(Aparte) Ya ha salido, la ha descubierto. No puedo sufrirlo más.
(A su mujer) Vámonos, vámonos, te digo.
CORNELIUS.
No, con vuestra venia, señor, no ha de irse todavía.
(A ellos) Harcourt, Dorilant, atormentemos un poco a este celoso bellaco.
HARCOURT y DORILANT.
¿Cómo?
CORNELIUS.
Os lo mostraré.
CUCO.
Vamos, dejadle ir. Ya no soporto tanta insensatez; os digo que su hermana nos espera para cenar.
CORNELIUS.
¿Ah, sí? De acuerdo, iremos todos y cenaremos con ella y contigo.
CUCO.
No, no. Ahora que lo pienso, después de haber estado esperándonos tanto tiempo seguro que se ha metido en cama.
(Aparte) Ojalá que ella y yo estuviéramos bien fuera del alcance de éstos. —Vamos, he de madrugar mañana, vamos.
CORNELIUS.
Bien, si se ha ido a la cama le deseo a ella y a vos unas buenas noches. Pero, os lo ruego, señorito, presentadle a ella mis más humildes respetos.
DOÑA CUCA.
Gracias de corazón, señor.
CUCO.
(Aparte) ¡Muerte de...! Se va a descubrir, haga yo lo que haga. —Parece más comedido con vos, por vuestra amabilidad para con su hermana de lo que yo mismo lo soy, según parece.
CORNELIUS.
Decidle a ella, primoroso señorito, por mucho que esté vuestro hermano aquí presente, que vos habéis revivido el amor que sentí por ella, nada más verla en el teatro de comedias.
DOÑA CUCA.
Pero, ¿de verdad y de verdad que la amáis?
CUCO.
Vamos, vamos —Vámonos, digo.
CORNELIUS.
No, quedaos. Sí, de verdad y de verdad; os ruego que así se lo digáis y que le deis este beso de mi parte.
La besa
CUCO.
(Aparte) ¡Cielos! ¡Cómo sufro! Ahora resulta más que evidente que la ha reconocido y, aun así...
CORNELIUS.
Y este y este...
La besa de nuevo
DOÑA CUCA.
¿A qué me besáis? No soy mujer.
CUCO.
(Aparte) ¡Va! —Ya ha salido —Vamos, ni puedo ni quiero seguir aquí.
CORNELIUS.
En absoluto. Ellos también le van a mandar un beso a vuestra señora esposa. Harcourt, Dorilant, ¿no os parece?
Ellos la besan
CUCO.
(Aparte) ¡¿Cómo sufrirlo?! ¿Acaso no estaba yo acusando hace un momento a otro de esta paciencia villanesca de permitirle a otro besar a su mujer en su presencia? ¡Que diez míl chancros le corroan los labios! —Vamos, vamos.
CORNELIUS.
Buenas noches, mi querido señorito. Señora, buenas noches. Id con Dios, Cuco.
(Aparte a HARCOURT y DORILANT) ¿No os dije que le removería su celosa bilis?
Mutis CORNELIUS, HARCOURT y DORILANT
CUCO.
Bueno, al fin se han ido. Un momento, voy a ver si el coche está en esta puerta.
Mutis
CORNELIUS, HARCOURT y DORILANT regresan
CORNELIUS.
¡¿Cómo?! ¿No os habéis ido todavía? ¿Seguro que haréis lo que deseo que hagáis, caro caballero?
DOÑA CUCA.
Dulce caballero, ¿qué me daréis a cambio?
CORNELIUS.
Cualquier cosa. Venid, vayamos a la siguiente alameda.
Mutis CORNELIUS, tirando de DOÑA CUCA
ALITEA.
¡Alto, alto! ¿Qué hacéis?
LUCÍA.
Parad, parad. No os vayáis...
HARCOURT.
Alto, señora, alto. Dejad que le regale, enseguida estará de vuelta; a fe de que no me iré hasta que no hayáis dado respuesta a mi pleito.
ALITEA y LUCÍA forcejeando con HARCOURT y DORILANT
LUCÍA.
Por Dios, señor; he de seguirles.
DORILANT.
No. También yo tengo un regalo para vos; no les seguiréis.
CUCO vuelve
CUCO.
¿Dónde? ¿Cómo? ¿Qué le ha ocurrido? ¿Ido? ¿Dónde?
LUCÍA.
Solamente se ha ido con el caballero; que le va a dar algo, con la venia de Vuesamerced.
CUCO.
¡Algo! Darle algo. ¡Pestes! ¿Dónde están?
ALITEA.
Sólo en la siguiente alameda, hermano.
CUCO.
¡¿Sólo, sólo?! ¡¿Dónde, dónde?!
Mutis CUCO, que regresa enseguida y vuelve a hacer mutis
HARCOURT.
¿Qué le ocurre? ¿Por qué se preocupa tanto? Pero, queridísima señora...
ALITEA.
Os lo ruego, señor, dejadme marchar. Ya he dicho y soportado bastante.
HARCOURT.
Entonces, ¿ni consideraréis mis cuitas ni os compadeceréis de ellas?
ALITEA.
Considerarlas, cuando no puedo ser su auxilio, sería crueldad y no compasión; por tanto nunca más habré de veros.
HARCOURT.
Permitidme, entonces, señora, el privilegio del amante abandonado, de quejarme y de vituperar y de daros, al menos, una razón de despedida del por qué, si no podéis condescender a desposarme, no habrías de hacerlo con ese miserable, mi rival.
ALITEA.
Sólo él y no vos, puesto que mi honor con él está comprometido, puede darme la razón de por qué no habría de desposarle. Pero, si es fiel y tiene para conmigo lo que creo, también yo he de serle fiel. Servidora de Vuesamerced.
HARCOURT.
¿Acaso las mujeres solamente son constantes en el vicio y, al igual que la Fortuna, solamente les son fieles a los necios?
DORILANT.
(A LUCÍA, que se esfuerza por liberarse de él) ¡No te moverás, robusta criatura! Ya veis que puedo con vos; por tanto, quedaos conmigo y sedme amable.
Entra CUCO
CUCO.
¡Idos, idos, no hay manera de hallarlos! ¡Idos del todo! ¡Que diez mil plagas se los lleven! ¿Por dónde fueron?
ALITEA.
Pues por la otra alameda, hermano.
LUCÍA.
Su asunto habrá culminado enseguida, seguro, con la venia de Vuesamerced. No puede llevarles mucho tiempo, estoy segura de ello.
CUCO.
No. ¡Vos sabéis dónde están, infame mujer, vergüenza eterna de vuestra familia a quien no os basta con deshonrar por vos misma sino que pensáis necesario ayudarle a ella a lo propio, legión de celestinas!
CUCO.
¡Maldita, maldita hermana!
ALITEA.
Mirad, aquí llega ella.
Entra DOÑA CUCA en ropas de hombre, corriendo, con su sombrero bajo el brazo, lleno de naranjas y de fruta seca. Le sigue CORNELIUS
DOÑA CUCA.
¡Oh, querido capullito, mira todo lo que tengo, mira!
CUCO.
(Aparte, frotándose la frente) Y lo que yo también tengo aquí y vos no podéis ver.
DOÑA CUCA.
El fino caballero me ha dado mejores cosas todavía.
CUCO.
¿Conque sí? –
(Aparte) ¡Sin aliento y con la cara toda roja! He de contenerme.
CORNELIUS.
Sólo le he dado a vuestro hermanito una naranja, señor.
CUCO.
(A CORNELIUS) Gracias, señor.
(Aparte) Os habéis limitado a exprimir mi naranja, supongo, para devolvérmela luego. Pero he de tener la paciencia de la Villa.
(A su mujer). – Vamos, vámonos.
DOÑA CUCA.
Espera a que me haya recompuesto mis finas ropas, capullito.
Entra DON GASPAR AZOGUE
DON GASPAR.
Oh, Maese Cornelius, vamos, vamos, las damas os esperan; vuestra amiga, mi esposa, se espanta de que no acudáis con mayor presteza.
CORNELIUS.
He permanecido esta media hora por vos y culpa vuestra es que no esté con vuestra esposa.
DON GASPAR.
Pero, os lo ruego, no dejéis que ella se entere. La verdad es que le estaba proponiendo cierto proyecto a su Majestad acerca de —os lo diré.
CORNELIUS.
No, vayamos a escucharlo a vuestra casa. Buenas noches, dulce señorito. Un beso más; me recordaréis ahora, espero.
(La besa)
DORILANT.
¡¿Cómo, Don Gaspar?! ¿Separaréis a los amigos? Prometió cenar con nosotros y si os lo lleváis a vuestra casa correréis el riesgo de nuestra compañía también.
DON GASPAR.
Ay de mí, caballeros, mi casa no es apropiada para vuesas mercedes; no hay sino mujeres comedidas, que no son adecuadas. Él, como sabéis, puede soportar ahora la compañía de mujeres comedidas, ¡ja, ja, ja! Además, pertenece a mi familia, él es, ¡je, je, je!
DON GASPAR.
A fe, mi eunuco, si es que habéis de saberlo, ¡je, je, je!
[Mutis] DON GASPAR AZOGUE y CORNELIUS
DORILANT.
Preferiría que fueras su cornudo o el mío. Harcourt, ¡qué buen cornudo se ha perdido por falta de un hombre que lo transforme en uno! Tú y yo no podemos tener el privilegio de Cornelius, quien sí puede hacer uso de él.
HARCOURT.
A fe, para el pobre Cornelius es como recibir una hacienda con sesenta años cuando un hombre no va a poder sacarle provecho.
DOÑA CUCA.
Al punto, capullito.
DORILANT.
Bien, vayámosnos nosotros también.
(A ALITEA). Señora, servidor de Vuesamerced.
(A LUCÍA) Buenas noches, ramo de cachondiez.
HARCOURT.
Señora, aunque no me dejéis tener unas buenas noches o unos buenos días, yo os los deseo; pero no me atrevo a nombrar la otra mitad de mi deseo.
ALITEA.
Buenas noches por siempre jamás, señor.
DOÑA CUCA.
No sé dónde poner esto de aquí, capullito querido. Cómetelo. A fe que participaréis de las cosas buenas del fino caballero o de los regalos, como él los llamaba, cuando lleguemos a casa.
CUCO.
Cierto.Los merezco puesto que he proveído la mejor parte.
(Aparta la naranja de un manotazo)
ErrorMetrica
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El galán regala, da albricias, y da el baile y todo
Pero es el cornudo ausente el que cargará todo.