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Luego que con esta armada
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partiste, ilustre don Lope,
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a buscar la de Rogerio,
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que la costa a España corre
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en venganza de la muerte
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de su hijo, que una noche
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mató el Príncipe don Pedro,
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que estaba en Sicilia entonces
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-bien que, por ser en torneos
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no fue venganza conforme;
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pero la muerte de un hijo
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obliga a hacer sinrazones-;
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el mismo Príncipe, a quien
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fuiste a servir, y conoces
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por mancebo inquieto y fácil,
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todas tus obligaciones
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quiso pagar en tu ausencia,
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para que mientras le cobres
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la tierra que le han quitado,
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en la suya te deshonren.
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Dio Pedro en solicitarme
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y con papeles de amores
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hizo terceras por fuerza
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a muchas señoras nobles.
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Dio en hacer públicas fiestas,
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dio en vestir de mis colores
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su persona y sus crïados.
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Yo, viendo tanta desorden,
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quejéme al Rey; mas es padre:
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no le castigó, riñole
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con más blandura que es justo,
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pues le dio licencia al doble.
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Que quien de secreto yerra,
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con temor se descompone;
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pero en viendo que se sabe,
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no hay mal a que no se arroje.
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Vino una noche, y aun muchas,
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con tantos armados hombres,
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como si a Sicilia fuera
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contra el fuego de sus montes.
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Dicen que trajo instrumentos
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de músicas y de voces,
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-pero ausentes los maridos
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son los silencios mejores-;
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dábalas tu fama al cielo
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y deste delito inorme:
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oyólas tu viejo padre,
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que descansaba en Segorbe.
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Descolgó la antigua espada,
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la que en tantas ocasiones
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fue defensa de su Rey,
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la que por entrambos cortes
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tiñó mil veces la sangre
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de los moros españoles,
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y ciñéndosela al lado,
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vino secreto a la corte
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la noche de más rüido,
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aunque es verdad que no rompen
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voces de músicas dulces
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oídos y honor de bronce.
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Metió mano el noble viejo
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sin hacer las prevenciones
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que a su Príncipe eran justas,
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aunque agravien los mayores;
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mas dicen que él no pensó
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que estaba allí, y atrevióse
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como honrado, que al agravio
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no hay razón que le reporte.
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Huyó la gente de Pedro,
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porque eran aduladores,
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y las manos y la lengua
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nunca en una mesa comen.
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Quedó Pedro con tu padre,
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y, por mi desdicha, hirióle,
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aunque tan poco, que apenas
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corrió sangre que le tomen.
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Pero era sangre real,
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que ésta aun, dicen los dotores,
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que sacarla a un Rey enfermo
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es género de traiciones.
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El rey don Alonso, airado
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contra tu padre, le pone
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en la Torre de Serranos,
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cien hombres guardan la torre.
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Esta es la causa de haber
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mandado que cuando tornes,
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cierre sus puertas Valencia,
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y que ninguno te honre.
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Los jinetes de la costa
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con el pendón de San Jorge,
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secretos están mirando
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en qué tierra los pies pones.
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Con guerra, Lope, te aguardan,
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y lo menos, con prisiones.
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Valencia se llamó Roma
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y pues fue su antiguo nombre,
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hoy querrá serlo contigo,
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y tú de sus Cipïones;
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hoy serás el Africano,
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tan vitorioso y tan pobre.