Edición filológica utilizada:
Romeo y Julieta. Tragedia. Novísima traducción literal y directa del inglés por J. Roviralta Borrell, in Teatro antiguo y moderno, Vol.44, tra. José Roviralta Borell. Barcelona: Libreria de Antonio López, 1908.
Procedencia:
Biblioteca de la Universitat de Barcelona
- Ureña Tormo, Clara
Elenco
| Escalo, Príncipe de Verona. |
| Páris, joven noble, pariente del Príncipe. |
| Montesco, jefes de las dos familias enemistadas entre sí. |
| Capuleto, jefes de las dos familias enemistadas entre sí. |
| Un anciano, pariente de Capuleto. |
| Romeo, hijo de Montesco. |
| Mercucio, pariente del Príncipe y amigo de Romeo. |
| Benvolio, sobrino de Montesco y amigo de Romeo. |
| Tibaldo, sobrino de la señora de Capuleto |
| Fray Lorenzo, frailes franciscanos. |
| Fray Juan, frailes franciscanos |
| Baltasar, criado de Romeo. |
| Sansón, criados de Capuleto |
| Gregorio, criados de Capuleto. |
| Pedro, escudero de la Nodriza de Julieta |
| Abraham, criado de Montesco. |
| Un boticario |
| La Señora de Montesco |
| Julieta, hija de Capuleto. |
| La Señora de Capuleto |
| La Nodriza de Julieta |
| Un criado, (El clown ó gracioso). |
| Tres músicos |
| El paje de Páris |
| El paje de Mercucio |
| Un cabo de ronda. |
| Ciudadanos de Verona |
| Varios parientes y parientas de ambas familias |
| Máscaras |
| Guardias |
| Celadores |
| Acompañamiento |
PRÓLOGO
de nuestra escena, dos familias, iguales
ambas en nobleza, impulsadas por antiguos
rencores, se arrojan á nuevos disturbios en
los que la sangre civil tiñe civiles manos.
Del seno fatal de estas dos familias enemigas
nacieron bajo fatídica estrella dos
amantes, cuya azarosa y lamentable ruina
sepulta con la muerte de ellos la enemistad
paterna. Los trágicos incidentes de sus
amores, marcados con el sello de la muerte,
y el obstinado encono de los padres,
que, fuera del triste fin de sus hijos, nada
pudo extinguir, va á ser durante estas dos
horas el asunto de nuestra representación.
Si atentamente la escucháis con benévolo
oído, nos esforzaremos en reparar con
nuestro celo las faltas que en ella hubiere.
ESCENA PRIMERA
que nos echen una alabarda.
nos tomarían por acémilas.
cólera, sacaremos á relucir la herramienta.
tal cosa en la cabeza.
á pegar.
á moverme.
ser valiente es aguardar á pie firme; así
que, si estás movido, echas á correr.
á mantenerme en mi puesto. Yo le tomaré
la acera á todo criado ó doncella de la casa
de Montesco.
ganapán, puesto que el más débil es quien
se arrima á la pared.
son vasijas más débiles, son empujadas
siempre hacia la pared. Por consiguiente,
yo echaré de la pared á los criados, y arrimare
á ella las muchachas.
amos, y entre nosotros sus criados.
tirano. Cuando me haya batido con los
hombres, seré cruel con las doncellas, y las
exterminaré cortándoles…
La cuestión es que no queden doncellas.
Tómalo en el sentido que tú quieras.
sentido son las que lo sientan.
yo tener firme; y es cosa sabida que
soy un bonito pedazo de carne.
de serlo, hubieras sido un pedazo de
atún. Saca tu garrancha, que aquí vienen
dos de la casa de los Montescos.
yo te guardaré las espaldas.
echando a correr?
ti!
parte; que empiecen ellos.
lo tomen como les dé la gana.
morderé el pulgar cuando pasé por su
lado, y será una mengua para ellos si lo
toleran.
os mordéis el pulgar, caballero?
pulgar, caballero.
mordéis el pulgar, caballero?
parte la ley si digo que sí?
muerdo el pulgar por vosotros, pero lo
cierto es que me muerdo pulgar,
caballero.
vuestra disposición. Sirvo á un amo que
vale tanto como el vuestro.
más; aquí viene un pariente de mi amo.
Gregorio, no olvides tu ruidosa estocada.
Envainad las espadas. No sabéis lo que
estáis haciendo.
desnudo entre esos cobardes canallas? Vuélvete,
Benvolio, y mira por tu vida.
envaina tu acero, o bien empléalo para
ayudarme a separar esa gente.
y hablar de paz! Odio esa palabra como
odio al infierno, á todos los Montescos y á
ti. ¡Defiéndete, cobarde!
alabardas! ¡Pegad de firme! ¡Dad en tierra
con ellos! ¡Abajo los Capuletos! Abajo
los Montescos!
Traedme mi larga espada.
¿Para qué pedís una espada?
viejo Montesco blandiendo su hoja para
causarme despecho.
(A la señora de Montesco y otros que le sujetan). No me detengáis, soltadme.
solo paso para ir al encuentro de un
enemigo.
de la paz, profanadores de ese acero tinto
en sangre de vuestros conciudadanos…
¡Qué!...¿No me escucharán?¡Ea! Vosotros,
hombres, fieras, que apaguéis el fuego
de vuestra saña cruel con purpúreos manantiales
que brotan de vuestras venas,
bajo pena de tormento arrojad de esas manos
sangrientas vuestras mal templadas
armas, y oíd la sentencia de vuestro airado
Príncipe. Por ti, anciano Capuleto, y por
ti, Montesco, tres reyertas intestinas, originadas
de una palabra formada de aire,
han turbado por tres veces el sosiego de
nuestras calles, y los ancianos de la ciudad
de Verona hanse visto forzados a abandonar
los graves ornamentos propios de su
edad, para empuñar con sus viejas manos
partesanas igualmente viejas y corroídas
por la paz, a fin de despartir vuestro
odio venenoso. Si en lo venidero promovéis
nuevos disturbios en nuestras calles,
vuestras vidas pagarán el quebranto de la
paz. Por esta vez, retiraos todos, excepto
vos Capuleto, que vendréis conmigo, y
vos, Montesco, venid esta tarde á la
antigua Villafranca, nuestro habitual
punto de justicia, para informaros de lo
que tenga yo á bien resolver sobre
este caso. Lo repito, bajo pena de muerte,
retírese todo el mundo.
esta antigua discordia? Habla, sobrino,
¿estabas tú presente cuando empezó?
adversario y los vuestros peleando
cuerpo á cuerpo antes de que yo llegara;
eché mano á la espada con el fin de separarlos,
y en aquel preciso instante, con el
hacer dispuesto, acude el fogoso Tibaldo,
quien, lanzando provocaciones á mis oídos,
comenzó a blandir la espalda sobre su
cabeza rasgando los vientos, los cuales, sin
recibir el menos daño por sus golpes, silbaban
haciendo escarnio de él. Mientras
asó andábamos los dos á tajos y reveses, iba
acudiendo cada vez más gente, que peleaba
en favor de uno y otro bando, hasta que
llegó el Príncipe, y despartió las dos partes.
¿Le visteis hoy? ¡Mucho me huelgo de que
no se encontrara en esa refriega!
antes que el almo sol asomara por los áureos
balcones del Oriente, cierta inquietud
me impulsó á salir de casa; y allí, en el
bosquecillo de sicomoros que se extiende
al occidente de la ciudad, divisé á vuestro
hijo paseándose en una hora tan temprana.
Fuíme hacia él, pero advirtiendo ROMEO
mi presencia, se escabulló internándose en
lo más umbrío de la arboleda. Yo, juzgando
de sus afecciones por las mías, que entonces
más que nunca me hacían buscar
los parajes donde menos pudiera nadie encontrarme,
pues, de puro agobiado, érame
insoportable hasta mi propia compañía,
seguí mi propia inclinación dejando de
perseguir la suya y gustoso evité á quien
gustoso huía de mí…
en tal sitio acrecentando con sus lágrimas
el fresco rocio matinal y añadiendo á
las nubes nuevas nubes con sus hondos
suspiros; mas, no bien el sol que todo lo
alegra y anima. Allá en los confines del
Oriente comienza á descorrer las sombrías
cortinas del lecho de la Aurora, mi apesarado
hijo, huyendo de la luz, vuelve furtivamente
al hogar, se aprisiona solo en su
aposento, cierra las ventanas, y sin dejar
que penetre la hermosa luz del día, se labra
así una noche artificial. Esta melancolía
tendrá un fin deplorable y funesto si un
buen conejo no logra extirpar la causa.
que él me la descubra.
algún medio?
muchos otros amigos. Mas él, confidente
único de sus propias afecciones, es para sí
mismo, no quiero decir cuán fiel, pero sí
tan reservado é impenetrable, tan lejos
está de dejarse sondear y de que se descubra
su pecho, como el capullo de una flor
roído por aleve gusano, antes que pueda desplegar
al aire sus perfumados pétalos ó
dedicar al sol su belleza. Si tan siquiera
alcanzáramos á saber de qué dimanan sus
cuitas, tanto empeño tendríamos en remediarlas
como en conocerlas.
retiraros. O muy reservado se mostrará
conmigo, ó yo sabré cual es el quebranto
que le aflige.
afortunado en tu porfía para oir una confesión
sincera! Venid, señora; retirémonos.
por aquí?
las horas tristes!... ¿No era mi padre
aquel que se alejaba de aquí con tal prisa?
esa que dilata las horas de ROMEO?
aquella á quien adoro.
apariencia, haya de ser tan cruel y tirano
en la prueba!
vendados los ojos, halle sin ayuda de
ellos camino abierto á su voluntad! …
(Con marcada transición.) ¿Dónde comeremos
hoy? … ¡Cielos! ¿Qué reyerta ha habido
aquí? … Pero no, no me lo digas, pues todo
lo he oído. Mucho da que hacer aquí el
odio, pero aun más el amor. ¡Oh, sí!
¡Amor pendenciero, odio amoroso, un todo
de nada creado, ligereza abrumadora, grave
vanidad, informe caos de formas seductoras,
pluma de lomo, resplandeciente
humo, fuego helado, salud enfermiza, sueño
siempre desvelador, que no es lo que es!
Tal es el amor que yo siento, sin sentir en
él amor alguno. ¿No te ríes, Benvolio?
amistad. Mis propios pesares abruman mi
pecho, y tú acabas de abrumarlo acreciendo
mis dolores con los tuyos. Ese afecto
que me has mostrado añade mayor pesadumbre
al exceso de la mía. El amor es
humo engendrado por el hálito de los suspiros;
si nada lo turba, es chispeante fuego
en los ojos de los enamorados; si lo contrarían,
es un mar nutrido con lágrimas de
amantes. ¿Qué más diré? Discretísima locura,
hiel que sofoca, almíbar que mantiene.
Adiós, primo mío.
acompañarte. Si de tal guisa me dejas, mal
te portas conmigo.
estoy aquí. Este que aquí ves no es ROMEO;
ROMEO está en otra parte.
estás enamorado?
gimiendo?
seriamente quién es esa persona.
su testamento. ¡Ah! Qué palabra
tan mal traída á cuento para un hombre
que tan mal se halla! En serio y desgraciadamente,
primo, adoro á una mujer.
yo que estabas enamorado.
la mujer á quien amo.
gentil primo, es muy fácil de acertar.
hay manera de que la saeta de Cupido
haga blanco en ella. Tiene el espíritu de
Diana, y bien protegida con la resistente
armadura de su castidad, vive al abrigo del
infantil y endeble arco del Amor; no se
dejará ella asediar de propuestas amorosas,
ni aguardará el ataque de asaltadores ojos,
ni abrirá su seno al oro, que hasta á los
santos seduce. ¡Oh! Es rica en belleza, y
únicamente pobre en el sentido de que,
cuando ella muera, con su hermosura tendrá
fin su caudal.
de vivir en perpétua castidad.
gran derroche, pues marchitando su belleza
con tales rigores, priva de ella á toda la
posteridad. Es sobrado hermosa, sobrado
discreta, sobrado discretamente hermosa
para merecer la gloria siendo causa de mi
desesperación: ha jurado renunciar al amor,
y con tal voto, vivo yo muero, que sólo
vivo para contártelo en este momento.
en ella.
yo dejar de pensar.
en otras beldades.
aun más en su exquisita é incomparable
belleza. Esos afortunados antifaces
que besan el rostro de las damas bellas,
nos recuerdan con su negro matiz la radiante
hermosura que encubren. Aquel
que ciega de golpe no puede olvidar el
preciado tesoro de su vista perdida; muéstrame
una dama de extremada belleza; ¿de
qué servirá esa belleza sino de escrito en
el cual pueda yo leer quien aventajó aquella
aventajada belleza? Adiós; tú no sabes
enseñarme á olvidar.
contrario moriré deudor.
ESCENA II
yo, bajo igual pena; y no será difícil, según
imagino, para unos hombres tan caducos
como nosotros, el mantener la paz.
y es harto sensible que hayáis vivido
tanto tiempo enemistados. Mas, hablando
de otra cosa, decidme, señor: ¿qué respondéis
á mi demanda?
antes. Mi hija no conoce el mundo todavía;
no ha visto aún transcurrir catorce
primaveras. Dejad que otros dos veranos
se marchiten en su esplendidez antes de
creerla nosotros en sazón para ser
desposada.
dichosas.
aquellas que tan precozmente han sido
madres. La tierra ha tragado todas mis
esperanzas, á excepción de ella; ella es la
futura señora de mis tierras. Pero galanteadla,
noble Páris, conquistad su corazón; mi
voluntad es sólo una parte de su asentimiento;
si ella accede su elección entraña
mi asenso y voto favorable. Siguiendo
una inveterada costumbre, doy esta noche
una fiesta para la cual he invitado á varias
personas de mi aprecio, y vos seréis muy
bien venido si con vuestra presencia aumentáis
el número de los concurrentes.
En mi humilde mansión aprestaos á contemplar
esta noche estrellas que pisan la
tierra eclipsando la luz del cielo. El deleite
que experimenta el lozano mancebo cuando
el engalanado Abril pisa los talones del
claudicante invierno, lo sentiréis vos en
mi casa esta noche rodeado de frescos capullos
femeniles. Escuchad á todas esas
beldades, examinadlas todas, y dad la
preferencia á aquella cuyo mérito sea mayor.
Entre ellas, si os fijáis con detención,
veréis á mi hija, que puede figurar en el
número, mas no debe entrar en la cuenta.
Ea, venid conmigo. (Al criado, dándole un escrito)
Ve, muchacho; recorre toda la
hermosa Verona; busca las personas cuyos
nombres están aquí inscritos y diles que
si en ello tienen placer, mi casa y
bienvenida les están aguardando.
están aquí inscritos! Escrito está que
el zapatero se entienda con su vara de medir,
el sastre con su horma, el pescador
con sus pinceles y el pintor con sus redes.
Pero á mí me mandan á buscar aquellas
personas cuyos nombres están aquí escritos,
y el caso es que nunca sabré yo qué
nombres son esos que el escribiente ha escrito
aquí. Tendré que acudir á una persona
de saber… En buena ocasión llegan.
extingue el ardor de otro; un dolor se mitiga
con el sufrimiento de otro dolor; da
vueltas hasta que te acometa el vértigo, y
te aliviarás girando en dirección inversa;
un pesar extremado se remedia con la aflicción
que otro causara; deja que se inficione
de nuevo tu ojo, y desaparecerá la violenta
ponzoña del mal antiguo.
atado que un loco, recluído en una prisión,
privado de mi sustento, azotado y atormentado
y… (Al criado, que se acerca á ROMEO, gorro en mano y saludando.) Buenas
tardes, buen hombre.
¿sabéis leer todo cuanto véis?
¡Ea, divertirse!
El señor Martino, su esposa é hijas; el conde
de Anselmo y sus agraciadas hermanas; la señora
viuda de Vitruvio; el señor Placencio y
sus simpáticas sobrinas; Mercurio y su hermano
Valentín; mi tío Capuleto, su esposa é
hijas; mi encantadora sobrina Rosalina;
Livia; el señor Valencio y su primo Tibaldo;
Lucio y la vivaracha Elena.
(Devuelve el papel al criado.) ¡Brillante reunión!
¿Y á dónde hay que ir?
que debía yo haberte preguntado.
mi amo es el riquísimo Capuleto,
y si no sois vos de la casa de los Montescos,
os ruego vengáis á vaciar una copa de vino. Vaya, ¡divertirse!
de los Capuletos, juntamente con todas las
admiradas beldades de Verona, cena la
encantadora Rosalina, á quien tanto amas;
ve allá, y con ojos desapasionados compara
su rostro con algunos que voy á mostrarte,
y haré que acabes por creer que tu
cisne es un cuervo.
ojos sostenga semejante falsedad, truéquense
mis lágrimas en llamas, y estos
diáfanos herejes, tantas veces anegados
sin poder morir jamás, sean quemados
como impostores. ¡Una mujer más bella que
mi amada! El sol que todo lo ve, nunca
vió su igual desde que el mundo empezó á
existir.
porque no habiendo otra á su lado, se
equilibró ella sola en la balanza de tus
ojos; pero contrapesa en esas balanzas cristalinas
tu dueño adorado con alguna otra
doncella que yo te mostraré resplandeciente
en esa fiesta, y entonces apenas te
parecerá bien la que ahora te parece
superior.
muestres el espectáculo de semejantes beldades,
sino para recrearme en el esplendor
de la mía.
ESCENA III
Llámala y que venga.
tenía yo doce años, que ya le he dicho que
viniera. (Llamando.) ¡Eh, cordera! ¡Eh,
pimpollo!... ¡Quiera Dios que no le haya
pasado algo! Pero, ¿dónde estará esa chica?...
¡Eh, Julieta!
Ama, déjanos solas un momento; tenemos
que hablar reservadamente… Pero no,
ama, vuelve acá, lo he pensado mejor, tú
oirás nuestro secreto. Bien sabes que mi
hija tiene una edad razonable.
equivocarme de una hora.
años.
(aunque, con mucho pesar lo digo, tengo
sólo cuatro) á que ella no tiene catorce
años todavía. ¿Cuánto falta para el día
primero de agosto?
semanas.
cabalmente en ese día del año, la víspera
del próximo día primero de agosto por la
noche, cumplirá ella catorce años. Julieta
y Susana (Dios la tenga en su santa gloria)
tenían la misma edad. ¡Como ha de ser!
Susana está gozando de Dios; era demasiado
buena para mí. Pues como iba diciendo,
la víspera del día primero de agosto
por la noche cumplirá ella catorce años.
¡Vaya si los cumplirá! Lo recuerdo muy
bien. Del terremoto hace ahora once años,
y de todos los días del año justamente
aquel mismo día (nunca lo olvidaré) fué
cuando la destetamos; porque entonces yo
me había untado los pezones con ajenjo, y
estaba sentada al sol junto á la pared del
palomar. Mi amo y vos estabais á la sazón
en Mántua… ¡Qué, si la memoria que yo
tengo…! Pues, como decía, cuando la chiquilla
cató el ajenjo que había en la teta y
lo encontró amargo, ¡pobre angelito!,
era de ver el mohín que hizo y cómo se
enfurruñó con el pecho. En esto, el palomar
empezó á tambalearse. No hubo necesidad,
os lo juro, de que me dijeran que echase
yo á correr. Y desde aquel tiempo han pasado
once años, porque entonces ella ya
podía tenerse en pie solita, ¡qué digo! Por
mi santiguada, si ya podía correr y andar
como un pato de una parte á otra, porque
cabalmente el día antes se hizo ella un
chichón en la frente, y entonces mi marido
(de Dios goce su alma) – era un hombre
muy chusco, - levantó del suelo á la chiquilla,
y le dijo: ¡Vaya! ¿Te caes de bruces?
Cuando tengas más juico te caerás de espaldas.
¿No es eso Julia? Y por mi salvación,
la bribonzuela cesó de llorar en
seco, y dijo: Sí. ¡A ver ahora como una
burla se convertirá en veras! Os aseguro
que aunque viviera yo mil años, nunca lo
olvidaría: ¿No es eso Julia? dijo él, y la
loquilla se reprimió y dijo: Si.
menos de reirme al pensar que ella dejó
de llorar y dijo: Sí; y eso que, os lo aseguro,
tenía en la frente un chichón tan grande
como una criadilla de gallo tierno, un
porrazo tremendo, y ella lloraba sin consuelo.
¡Vaya! dijo mi marido; ¿te caes de
bruces? Ya te caerás de espaldas cuando seas
mayor. ¿No es verdad, Julia? y la chiquilla se reprimió
y dijo: Si.
también, ama, te digo.
favorezca con su gracia. Tú fuiste la criatura
más gachona que he criado jamás; y si
llegara yo á vivir bastante para verte algún
dia casada. Quedarían cumplidos mis
deseos.
precisamente de lo que iba yo á hablar.
Dime, Julieta, hija mía: ¿sientes inclinación
a casarte?
soñado.
nodriza, diría que habías mamado la sabiduría
en los pechos á que te criaste.
en el matrimonio. Aquí en Verona otras hay
más jóvenes que tú, señoras que gozan de
gran estimación, y ya son madres; yo misma,
según mis cuentas, era ya tu madre
mucho antes de esa edad en que tú eres
doncella todavía. Así, pues, te lo diré en
breves palabras: el arrogante Páris te
solicita por esposa.
un hombre… vaya, ¡la mar! Digo, digo;
si es una figura de cera.
alguna flor que le iguale.
flor, á fe mía.
Esta noche le verás en nuestra fiesta.
Lee en el libro del rostro del joven
Páris, y descubre allí el encanto escrito con
la pluma de la gentileza; examina la armonía
de todas sus facciones y como ellas se
prestan realce mutuamente; y si algo
obscuro hay en este hermoso libro, búscalo
escrito en el margen de sus ojos. Este
precioso libro de amor, este amante sin
enlace, para completar su belleza sólo
necesita una cubierta. El pez vive en el
mar, y es un grande orgullo para la belleza
exterior encubrir la belleza interior.
El libro que, encerrando una aurea leyenda,
está adornado con chapas de oro, participa
de la gloria de ellas á los ojos de multitud
de gente; así también tú, teniéndole
á él, participarás de todo cuanto posee, sin
recibir mengua alguna.
á los hombres, las mujeres abultan más.
agrado el amor de Páris?
mueve el amar; pero los dardos de mis
ojos no irán más allá de lo que consienta
la fuerza que á su vuelo preste vuestra
licencia.
la cena está servida; piden por vos;
preguntan por la señorita; en la despensa
están diciendo al ama, y todo está en
el colmo del movimiento. Yo tengo que
irme para servir, os ruego que vengáis sin
tardar.
ESCENA IV
este discurso, ó nos colamos dentro
sin andarnos en apologías ni requilorios?
ya de moda. No tendremos ningún Cupido
con una venda en los ojos y en la mano un
arco tártaro hecho de una lista de pintada
madera, asustando á las damas como si
fuera un espantajo; ni tampoco para entrar
tendremos ningún prólogo sin libro,
pronunciado con voz desmayada siguiendo
al apuntador. Que nos midan como ellos
quieran; por nuestra parte les mediremos
algún paso de danza, y luego nos marcharemos.
yo por esos contoneos. Como estoy tan
sombrío, quiero llevar la luz.
Queremos que bailes.
bailones de suela ligera; y yo tengo el
alma de plomo, que me deja clavado en el
suelo sin que pueda yo moverme.
te preste sus alas, y remóntate con ellas
á desusadas alturas.
por su saeta para remontarme con sus leves
alas, y, encadenado como estoy, no
puedo saltar un punto por encima de la
negra pesadumbre. Caigo agobiado bajo la
abrumadora carga del amor.
al Amor con tu peso: harto grande opresión
para un sér tan tierno.
demasiado brutal, demasiado violento, y
pincha como el abrojo.
con él, y puesto que él te pica á ti, híncale
tú el pincho, y cátale rendido. Dadme
un estuche en que poner mi rostro.
(Poniéndose el antifaz). ¡Una careta para otra
careta! ¿Qué me importa á mí ahora que
algún ojo curioso advierta mis deformidades?
Aquí están estos mofletes de cartón que
se ruborizarán por mí.
bien estemos dentro, que cada cual recurra
á sus piernas.
de corazón alegre hagan en buen
hora cosquillas con los pies á los insensibles
juncos; por mi parte, aténgome al
refrán del abuelo; yo tendré la luz, y miraré.
El juego nunca se presintió mejor, y yo
he concluído de jugar. Mis negros duelos
no se concilian con los regocijos de esta
noche.
son pardos, como dijo el otro, y si eres
tú de un color parecido, te sacaremos de
ese lodazal (con perdón sea dicho) de tu
amor, en que te hallas hundido hasta las
orejas. Ea, ven; que estamos alumbrando
al sol.
con esas dilaciones, gastamos en vano
nuestras luces, como sí fueran lámparas
encendidas en pleno día. Toma mis palabras
en su verdadero sentido, puesto que
nuestra intención se halla cinco veces en él
antes que una sola vez en nuestras cinco
potencias.
al concurrir á esta mascarada, pero es una falta de sentido ir á ella.
una visita la reina Mab. Ella es la partera
de las ilusiones, y en una figura no
mayor que la piedra ágata que brilla en el
dedo índice de un regidor, preséntase
arrastrada por un tronco de átomos diminutos
por las narices de los hombres mientras
están dormidos. Los rayos de las ruedas
de su coche son fabricados de largas
patas de araña; la cubierta, de alas de saltamontes;
los tirantes, de finísima telaraña;
los arneses, de húmedos rayos de la luna;
su látigo es un hueso de grillo; la traílla
de hebra sutil; su auriga es un pequeño
cinife de librea gris, que no es ni la mitad
tan grande como el redondo gusanillo que
con la punta de un alfiler se saca del perezoso
dedo de una doncella; su carroza
es una cáscara de avellana labrada por la
ardilla, maestra carpintera, ó por el viejo
gorgojo, que de tiempo inmemorial son los
artífices de carruajes de las hadas. Y con
ese fastuoso tren galopa noche tras noche
por los sesos de los enamorados, que luego
sueñan con amores; sobre las rodillas de
los cortesanos; que al punto sueñan con
reverencias; por los dedos de los abogados
que inmediatamente sueñan con honorarios;
por los labios de las damas, que acto
contínuo sueñan con besos, por esos labios
que á menudo la airada reina Mab infecta
de pupas, por haber ellas viviado su aliento
con aromáticos dulces. Ora galopa
por la nariz de un palaciego, y entonces
sueña él que anda husmeando una promoción;
ora viene ella, y con el rabo de un
lechón del diezmo hace cosquillas en la nariz
de un canónigo mientras duerme, y le
hace soñar con una nueva prebenda; ora
se pasea en su carroza por el cuello de un
soldado, y entonces sueña él con degüellos
de enemigos, brechas, emboscadas, hojas
toledanas, brindis y tragos sin fin; y á lo
mejor del caso toca ella junto á su oído un
redoble de tambor, con lo cual despierta él
sobresaltado, y con semejante susto en el
cuerpo reniega una oración ó dos, y se
queda otra vez dormido. Esta propia Mab
es la que durante la noche trenza las crines
de los caballos y conglutina las enmarañadas
greñas en feos y asquerosos nudos
de cabello, que una vez desenredados,
presagian grandes calamidades. Esta es la
bruja que cuando las doncellas están tendidas
boca arriba en la cama, las aprieta y
las enseña primero á resistir haciendo de ellas mujeres de
mucho aguante; esta es la que...
que vaciedades.
son los hijos de un cerebro ocioso, engendrados
tan sólo por la vana fantasía,
insubstancial como el aire y más variable
que el viento, que ahora acaricia el seno
helado del Norte, y una vez irritado, da
bufidos desde allí volviendo la faz al mediodía
destilador de rocío.
nos arrastra lejos de nosotros mismos;
la cena habrá terminado ya, y llegaremos
demasiado tarde.
porque mi corazón presiente que algún fatal
suceso, todavía suspendido en los astros,
va á comenzar amargamente su temible
curso con los bulliciosos regocijos de esta
noche, y pondrá término á esta odiosa vida
encerrada en mi pecho, con el golpe
aleve de prematura muerte. Pero que Aquel que
gobierna el timón de mi existencia
guie mi nave. Adelante, alegres
camaradas.
ESCENA V
ayuda á quitar la mesa? ¿El cambiar un
plato? ¿El fregar un plato?
está en manos de uno ó dos solamente, y
aun estás sin lavar, es un asco.
quita el aparador, ojo á la vajilla de plata!
Oye, mi buen amigo: resérvame un trozo
de mazapán, y puesto que me aprecias, haz
que el portero deje entrar á Susana
Asperón y á Leonor. (Llamando). ¡Antonio!
¡Peroles!
os llaman, preguntan por vosotros y os
andan buscando.
allí.
un poco, y el último que quede
arramble con todo.
que no tengan callos en los pies se
dignarán dar unas vueltecitas con vosotros.
¡Ajajá, señoras mías! ¿Quién será de vosotras
que se niegue ahora á bailar? La que
se haga la melindrosa, de juro, es que tiene
callos. Que tal, ¿lo acerté?
(A otros invitados que van llegando.) Bien venidos seáis,
caballeros. En mis buenos tiempos también
me ponía yo antifaz, y sabía contar en voz
baja al oído de una hermosa dama algún
cuentecillo muy agradable; pero ¡se acabó,
se acabó, se acabó!...
(A ROMEO y sus compañeros.) Sed bien venidos, señores. Ea,
músicos, á tocar. ¡Plaza, plaza! Despejar un
poco, y á bailar con pie ligero, niñas.
(Los músicos tocan y empieza el baile.) Más luz,
muchachos. Retirad las mesas, apagad la
lumbre, que hace demasiado calor en este
salón. ¡Ah, compadre! Nos viene de perlas esta inesperada
fiesta. Vaya, sentaos, sentaos, querido
primo CAPULETO. Para vos y para mí ha
pasado ya el tiempo de bailar. ¿Cuánto
tiempo hará de la última vez que estuvimos
en un baile de máscaras?
No tanto, no tanto. De las bodas de
Lucencio, venga la Pascua tan aprisa como
quiera, hace veinte y cinco años, y entonces
nos disfrazamos.
Si su hijo tiene más edad, señor mío; su
hijo cuenta ya treinta años.
años que su hijo no había salido aún de
tutela.
mano de aquel caballero?
la luz de las antorchas. Con su hermosura,
parece que cuelga en la mejilla de
la noche como una valiosa joya en la oreja
de una etíope. ¡Belleza harto exquisita para
gozar de ella; harto preciosa para la tierra!
Cual nívea paloma en medio de una bandada
de cuervos, se muestra esa dama entre
sus compañeras. Luego que termine el
baile, observaré donde vaya ella á colocarse,
y con el contacto de la suya haré venturosa
mi ruda mano. ¿Por dicha amó
hasta ahora mi corazón? Jurad que no,
ojos míos, pues hasta la noche presente jamás
ví la verdadera hermosura.
debe de ser un Montesco. (A un paje.)
Tráeme acá mi espada, muchacho.
(Aparte.) ¿Cómo se atreve el menguado á venir
aquí, cubierto el rostro con grotesco antifaz,
para hacer befa y ludibrio de nuestra
solemne fiesta? A ser ello así, juro por mi
linaje y el honor de mi familia que no
tendría por pecado tenderle muerto á mis
pies.
¿Por qué así te alteras?
un adversario nuestro, un villano que por
despecho ha venido aquí esta noche para
escarnecer nuestro brillante festín.
en paz, pues se porta cual noble caballero,
y á decir verdad, Verona está enorgullecida
de él por ser un joven virtuoso y de
intachable conducta. No quisiera yo, á trueque
de todas las riquezas de la ciudad, inferirle
aquí en mi casa el menor ultraje.
Así pues, cálmate, y no te ocupes más de
él. Esta es mi voluntad, y si tú la respetas,
muestra un aire afable y depón ese ceño,
ese talante fiero que tan mal cuadra en una
fiesta.
los concurrentes hay un canalla como
ése. No le sufriré.
gasta el nene! Le sufrirás, te digo.
¡Vaya! ¿Quién manda aquí, tú ó yo? ¡Vaya!
¿Que no le sufrirás? ¡Dios me perdone!
¿Vas á pomover un motín entre mis huéspedes?
Tú quieres tener mucho gallo y
echarlo todo á rodar. ¡Vamos! Que para
esas cosas eres aún muy niño.
Eres un chiquillo impertinente. ¿Conque
es una vergüenza, eh? Cuidado no te cueste
la cosa, y bien sé lo que me digo.
¡Pues no faltaba más que vinieras á llevarme
la contra! Pardiez, ¡en buena ocasión!...
(A los que bailan.) ¡Bravamente, hijos
míos!... (A TIBALDO.) Eres un fachendoso.
Vamos, haya paz, ó de lo contrario...
(A uno de los criados.) ¡Más luz, más luz!
(A Tibaldo) ¡Eso es un escándalo! Pero yo te
bajaré los bríos. ¡Ea, animarse, hijos míos!
con una voluntaria cólera hacen estremecer
mi cuerpo cada vez que se encuentran.
Voy á retirarme, pero esa intrusión que
ahora parece tan dulce, se trocará en amarguísima
hiel.
mi diestra por demás indigna profano yo
ese santo sagrario, sea esta la dulce expiación:
mis labios, cual dos ruborizados peregrinos,
están prestos á suavizar con un
tierno beso este rudo contacto.
sois con vuestra mano, que en esto sólo
muestra respetuosa devoción; pues los
santos tienen manos á quienes tocan las manos
de los peregrinos, y enlazar palma con
palma es el ósculo de los piadosos
palmeros.
también los piadosos palmeros?
emplear en la oración.
que hagan los labios lo que hacen las
manos; ellos te ruegan, accede tú, no sea
que la fe se mude en desesperación.
accedan á las súplicas.
recojo el fruto de mis preces. Así, mediante
vuestros labios, los míos quedan limpios
de pecado.
pecado que ellos han contraído...
culpa deliciosamente transferida! Devolvedme,
pues, el pecado mío.
deciros dos palabras.
señora de la casa, y es una buena señora,
prudente y virtuosa. Yo crié á su hija, esa
con quien estábais hablando, y os aseguro
que aquel que logre pescarla, tendrá no
poco din.
me sale la cuenta! Debo la vida á mi enemigo.
fiesta ha llegado al colmo de su esplendor.
intranquilidad.
á salir. Nos espera un modesto é insignificante
refrigerio.
(ROMEO y sus amigos se excusan con ademanes.) ¿Conque insistís? Entonces
os doy las gracias á todos. Gracias, respetables
caballeros; adiós... ¡Más antorchas
aquí!... Adelante, pues; vámonos á
acostar. (A Capuleto 2.º.) Ah, querido!
A fe mía, va haciéndose tarde. Voyme á descansar.
caballero?
Tiberio.
la puerta?
Petruchio.
bailar, ¿quién es?
Si está casado, mi tumba ha de ser
probablemente mi lecho nupcial.
Montesco. Es el hijo único de vuestro mayor
enemigo.
odio! ¡Harto pronto le vi sin conocerle, y
harto tarde le conocí! ¡Portentoso fruto del
amor es para mí, que tenga yo que amar
á un enemigo execrado!
de uno con quien bailaba.
salgamos; todos los huéspedes se han ido
ya.
PRÓLOGO
lecho de muerte, y una joven pasión aspira
á ser su heredera. Aquella beldad por quien
el amante suspiraba y quería morir,
comparada con la tierna Julieta, ha dejado de
ser bella. Ahora ROMEO es amado, y ama
él á su vez. Igualmente hechizados están
los dos amantes por el encanto de sus miradas;
pero él ha de expresar sus querellas
á la supuesta enemiga suya, y ella ha de
robar de temibles anzuelos el delicioso cebo
del amor. Considerado como adversario,
no puede él acercarse á su amada para
expresarle aquellos votos que suelen hacer
los amantes, y ella, igualmente enamorada,
cuenta aún con menos medios para verse
en alguna parte con su recién amado. Mas
la pasión les presta fuerza, y el tiempo medios
para encontrarse, suavizando con extremada
dulzura el extremado rigor de la
suerte.
ESCENA PRIMERA
está aquí? Vuelve atrás, tierra inerte,
y encuentra tu centro.
mi vida, juraría que nos ha dado
esquinazo para irse á acostar.
aquí y ha saltado la tapia de este jardín.
Llámale, amigo Mercucio.
¡ROMEO! ¡caprichos! ¡insano! ¡pasión!
¡amante! Aparece en forma de suspiro; recita
un verso siquiera, y me doy por satifecho.
Exclama únicamente: ¡Ay de mí!
Aparea tan sólo anhelo y mi cielo; echa
un piropo á mi comadre Venus; inventa
un apodo para su ciego hijo y heredero, el
tierno Abraham Cupido, aquel que hizo
un disparo tan certero cuando el rey Cofétua
se enamoró de la joven mendiga...
Pero no oye, ni se agita, ni se mueve.
El pobrecillo estará bien muerto, y no habrá
más remedio que conjurarlo. ¡Por los brillantes
ojos de Rosalina, por su alta frente
y sus labios de coral, por su hechicero pie,
esbelta pierna, tremulento muslo y por los
territorios allí adyacentes, yo te conjuro
para que te nos aparezcas en tu propia
figura!
que le causaría un disgusto sería hacer
surgir en el círculo de su ninfa un fantasma
de extraña naturaleza, y dejarle erguido
allí hasta que ella le hubiese abatido á
fuerza de exorcismos. Esto sí que le causaría
despecho; pero mi evocación es razonable
y honesta, y en nombre de su dama
tan sólo le conjuro para hacerle surgir
á él.
estos árboles para estar en consorcio con la
vaporosa noche. Su amor es ciego, y en
ninguna parte se halla mejor que en la
obscuridad.
el blanco. Ahora se estará ROMEO sentado
al pie de un níspero deseando que su dama
sea esa especie de fruta que las muchachas
designan con un nombre muy expresivo
cuando bromean á solas. ¡Ah, ROMEO!
¡Si ella fuese, oh, si ella fuese un etcétera
abierto, y tú una pera poperina!... ROMEO,
buenas noches. Yo me voy á mi cama
de ruedas; este lecho de campaña es
demasiado frío para que pueda yo dormir.
Ea, ¿vámonos?
perdido buscar en este sitio á quien
no quiere que le hallen.
ESCENA II
recibió herida alguna. Aparece JULIETA en un balcón.
Pero ¡silencio! ¿Qué resplandor se abre paso
á través de aquella ventana? Es el oriente,
y Julieta el sol. Aparece, sol hermoso, y
mata la envidiosa luna, que ya languidece
y se pone pálida de sentimiento porque tú,
doncella suya, la aventajas mucho en belleza.
No la sirvas, puesto que es envidiosa;
su vestal exterior es enfermizo y verdoso,
como el color del vestido que llevan
los bufones; deséchalo. Es mi dueño; ¡oh, es
mi amor! ¡Ah! ¡si ella supiera que lo es!...
Habla, pero nada deja oir; mas ¿qué importa?
Hablan sus ojos; voy á responderles.
Pero soy harto presuntuoso; no es á
mí á quien habla: dos de las más hermosas
estrellas del firmamento, teniendo algún
quehacer, ruegan á sus ojos que resplandezcan
en sus esferas hasta su regreso. ¿Y
si estuviesen los ojos de ella en el cielo, y
las estrellas en su rostro? No; la brillantez
de su semblante avergonzaría aquellos astros,
como la luz del día avergüenza la de
una lámpara. Sus ojos, desde la celeste bóveda,
despedirían á través de la región etérea
unos rayos de luz tan esplendorosos,
que los avecillas empezarían á gorjear
pensando que no era de noche... ¡Ved cómo
apoya la mejilla en su mano! ¡Ah! ¡Si
fuera yo guante de tal mano para poder tocar
esa mejilla!
nuevo, ángel resplandeciente! Pues eres
tan esplendorosa esta noche, estando encima
de mi cabeza, como un alado mensajero
celeste ante los ojos puestos en blanco
y maravillado de los mortales que se inclinan
hacia atrás para contemplarle cuando
él, montado sobre las perezosas nubes, navega
en el seno del aire.
¿Por qué eres tú ROMEO? Niega á tu padre
y desecha tu nombre; ó si esto no quieres,
júrame tan sólo que me amas, y al punto
dejaré yo de ser CAPULETO.
responderé á sus palabras?
enemigo. Tú eres tú mismo, seas ó no
seas Montesco. ¿Qué es Montesco? No
es mano, ni pie, brazo, rostro ni otra parte
alguna de hombre. ¡Oh! ¡Sea otro tu nombre!
¿Qué hay en un nombre? Aquello que
llamamos rosa ¿no exhalaría con cualquiera
otra denominación el mismo grato perfume?
Así también ROMEO, aun cuando no
se apellidara ROMEO, conservaría sin tal
título las raras perfecciones que atesora.
ROMEO, abdica tu nombre, y á trueque de
ese nombre que no forma parte de ti, tómame
á mi entera.
sólo «amor mío», y seré de nuevo bautizado.
Desde este instante, nunca más seré
ROMEO.
la noche, de tal modo sorprendes mi
secreto?
quién soy. Mi nombre, santa adorada,
me es odioso porque es para tí un enemigo.
A tenerla escrita, rasgara yo tal
palabra.
palabras proferidas por esa lengua, y á pesar
de ello conozco el acento. ¿No eres tú
ROMEO y Montesco?
te desplace cualquiera de los dos.
para qué? Las tapias del jardín son altas y
difíciles de escalar, y el sitio es de muerte,
considerando quien eres tú, si alguno de
mis deudos te sorprende aquí.
muros, pues no hay cerca de piedra que
pueda atajar el amor, y aquello que el
amor puede hacer, aquello que el amor osa intentar;
así que, tus deudos no son estorbo
para mí.
en veinte espadas de ellos. Mírame sólo
con amor, y estoy fuerte contra su
enemistad.
que te vieran en este sitio.
ocultarme á sus miradas; y si no me amas,
déjales que me hallen aquí. Vale más terminar
mi vida siendo víctima de su odio,
que diferir la muerte, falto de tu amor.
este sitio?
á inquirir; prestóme él consejo, y yo
le presté mis ojos. No soy piloto, y á pesar
de ello, aunque estuvieras tan lejos como
la dilatada ribera que baña el más remoto
mar, no vacilaría yo en arriesgarme por
semejante mercancía.
velo de la noche; de otra suerte, virginal
rubor teñiría mis mejillas por lo que me
oíste expresar esta noche. Gustosa quisiera
yo guardar las formas; gustosa, sí, muy
gustosa negar cuanto dije. Mas, dejémonos
de ceremonias. ¿Me amas de veras? Bien sé
que me dirás que sí, y yo te creeré sobre
tu palabra; además, si lo juras, puedes resultar
falso, y de los perjurios de los amantes
diz que Júpiter se ríe. ¡Oh! Dulce
ROMEO, si de veras me quieres, decláralo
sinceramente; ó si tú imaginas tal vez que
yo me dejo seducir sobrado pronto, me pondré
ceñuda, seré esquiva, y así tendrás empeño
en galantearme; de otra suerte, por nada
del mundo haría yo tal. A la verdad, gentil
Montesco la pasión me hace ser harto
indiscreta y por tal motivo acaso tacharás
de liviana mi conducta. Mas créeme,
noble doncel, yo daré pruebas de ser
más sincera que aquellas que tienen más
destreza en disimular. Sí; hubiera yo sido
más reservada, debo confesarlo, á no haber
tú oído por azar, y antes que yo lo advirtiera,
los apasionados desahogos de mi verdadero
amor. Perdóname, pues, y no achaques
á liviano amor esta flaqueza mía, que
así ha descubierto la obscura noche.
que platea las copas de todos estos árboles,
te juro...
inconstante luna que cada mes cambia al
girar en su órbita; no sea que tu amor resulte
igualmente variable.
empeñas, jura por tu agraciada persona,
que es el dios de mi idolatría, y te creeré.
en ti, no me dan gusto los esponsales
de esta noche; son asaz bruscos,
asaz temerarios, asaz repentinos; harto semejantes
al rayo, que se extingue antes que
uno tenga tiempo de nombrarlo. ¡Adiós,
mi bien! Este capullo de amor, madurado
por el ardiente hálito del estío, quizá esté
convertido en galana flor cuando nos veamos
otra vez. ¡Adiós! ¡Buenas noches! Tan
dulce descanso y sosiego llegue á tu corazón
como al que está dentro de mi pecho.
esta noche?
de tu amor.
tú me la pidieras, y á pesar de ello, quisiera
tener que dártela aún.
fin, amor mío?
una vez más; y con todo, no anhelo sino
aquello que ya poseo. Mi generosidad es
tan ilimitada como el océano, y como éste
es profundo mi amor. Cuanto más te doy,
tanto más tengo, pues lo uno y lo otro son
infinitos. (La Nodriza llama dentro.) Oigo
rumor allá dentro. Amor mío, adiós. – Al
momento, buena ama. – Dulce Montesco,
sé fiel. Espera un instante no más; vuelvo
en seguida.
temo que siendo ahora de noche, todo
esto no sea más que un sueño demasiado
dulce y halagador para ser real.
adiós de veras. Si son honestas tus miras
amorosas, y tu designio es el matrimonio,
hazme saber mañana, por conducto de una
persona que yo procuraré enviarte, dónde
y á que hora quieres tú efectuar la ceremonia,
y poniendo mi suerte á tus pies, te
seguiré como á mi dueño y señor hasta el
fin del mundo.
no son puras tus intenciones, conjúrote...
pongas fin á tus galanteos, y me dejes
abandonada á mi dolor. Mañana enviaré.
tuya! El amor corre hacia el amor como
los escolares se alejan de sus libros; mas el
amor se aleja del amor como los niños se
dirigen á la escuela con ojos apesarados.
tuviera la voz del halconero para atraer de
nuevo aquí este dócil terzuelo! La esclavitud
está enronquecida y no puede hablar
en alta voz; de otra suerte, haría yo estremecer
la caverna donde habita Eco, y
pondría su lengua aérea más ronca que la
mía a fuerza de repetir el nombre de mi
ROMEO... ¡ROMEO!
me llama por mi nombre. ¡Cuán dulce
y argetina suena en medio de la noche la
voz de los amantes, cual música suavísima
al atento oído!
á ti mañana?
No recuerdo para qué te llamé.
que lo recuerdes.
ahí, recordando lo mucho que me place
tu compañía.
que tú sigas en tu olvido, sin acordarme
de otro hogar que éste.
hubieses ausentado ya, pero no más lejos
que el pajarillo de una niña juguetona, que
lo suelta de la mano dejando que salte un
poco, cual infeliz preso aherrojado con sus
grillos, y luego con un hilo de seda lo trae
de nuevo hacia sí: ¡tan amorosamente celosa
está de su libertad!
pero te mataría á fuerza de caricias. ¡Adiós,
adiós! La despedida es un pesar tan dulce,
que me estaría yo repitiendo: ¡buenas noches!
Hasta que fuese llegando el día.
tu pecho el sosiego! ¡Quién me diera á mí
ser sueño y sosiego para reposar tan
dulcemente!... Desde aquí voyme á la celda de
mi padre espiritual para implorar su ayuda
y relatarle mi feliz suerte.
ESCENA III
á la ceñuda noche jaspeando con rayas
de luz las nubes del Oriente, y la moteada
obscuridad, tambaleándose como un beodo,
huye de la senda del día ante las ígneas
ruedas del carro de Titán. Ahora,
antes que el sol avance su ojo ardiente para
alegrar el día y secar el húmedo rocío de
la noche, debo llenar nuestra cesta de
mimbres con hierbas nocivas y flores
de precioso jugo. La tierra, que es madre
de la naturaleza, es también su tumba; lo
que es su hoya sepulcral, es su matriz; y
de su seno nacidas, y chupando el sustento
en su pecho maternal, encontramos criaturas
de diversa especie, muchas de ellas
excelentes por sus numerosas propiedades.
No hay una sola que no tenga alguna, y
sin embargo, todas son distintas. ¡Oh! Mucha
es la poderosa virtud que reside en las
hierbas, plantas, piedras, y sus verdaderas
cualidades; pues no vive en la tierra cosa
alguna tan despreciable que no proporcione
á la tierra algún especial beneficio, ni hay
cosa alguna tan buena que, desviada de su
debido uso, reniegue de su orígen verdadero
al caer en el abuso. La virtud misma, siendo
mal aplicada, se convierte en vicio, y
el vivio se ennoblece en algunos casos por
la acción. Dentro del tierno cáliz de esta
débil flor residen el veneno y una medicinal
virtud; pues, oliéndola, juntamente
con el olfato, recrea y anima cada una de
las partes del cuerpo; gustándola, mata los
sentido á la par que el corazón. En el
hombre, lo mismo que en las plantas, se
acampan siempre dos reinas bien opuestas:
la bondad y la malignidad. Cuando predomina
lo peor, muy pronto es devorada
aquella planta por la gangrena de la
muerte.
me saluda tan dulcemente? Hijito mío arguye
una cabeza alterada despedirse tan
pronto del lecho. El cuidado vela de contínuo
en los ojos del anciano; y allí donde
se alberga el cuidado, jamás yacerá el sueño;
empero allí donde la juventud indemne,
con la cabeza libre de zozobras, se
tiende para proporcionar descanso á los
miembros, allí reina el dorado sueño. Así
que, tu madrugar es para mí seguro indicio
de que te ha despertado alguna inquietud;
ó bien, de no ser así (y en este caso
doy en lo justo), nuestro ROMEO no se ha
acostado esta noche.
dulce reposo ha sido el mío.
¿Estuviste con Rosalina?
olvidado ese nombre y la amargura de ese
nombre?
Pero, ¿dónde has estado entonces?
preguntes de nuevo. He estado en un festín
con mi contrario, y allí, de improviso,
me hirió una persona á quien yo herí á mi
vez. El remedio de ambos depende de tu
auxilio y santa medicina. No abrigo rencor
alguno, padre mío; porque, bien lo ves, mi
intercesión favorece igualmente á mi
enemigo.
en lo que intentes decir. Una confesión
equívoca sólo encuentra un absolución
equívoca.
férvido amor de mi corazón está puesto en
la hermosa hija del acaudalado Capuleto;
y así como mi amor es para ella, el suyo es
para mí, y sólo falta, para que sea completa
nuestra unión, que nos unas tú en santo
matrimonio. Cuándo, dónde y cómo
nos vimos, nos enamoramos y cambiamos
nuestros juramentos, te lo relataré andando
nuestro camino. Pero lo que sí te ruego
es que consientas en desposarnos hoy
mismo.
mudanza es ésa! ¿Tan pronto has olvidado
á Rosalina, á quien tan apasionadamente
amabas? Entonces el amor de los jóvenes
no está de fijo en el corazón, sino en los
ojos. Jesu Maria! ¡Qué raudal de amargo
llanto ha inundado tus pálidas mejillas
por causa de Rosalina! ¡Cuánta agua salobre
vertida inútilmente para sazonar un
amor, que ni gusto de ella tiene. Aun
no ha disipado el sol en el cielo las nubes
de tus suspiros; todavía resuenan en mis
viejos oídos tus antiguos lamentos; mira,
aquí en tu mejilla está el rastro de una antigua
lágrima que aun no se ha borrado.
Si algún día tú fuiste tú mismo y esas cuitas
eran las tuyas, tú y esas cuitas era todo
para Rosalina; ¿y estás cambiado? Pronuncia,
pues, esta sentencia: bien pueden caer
las mujeres, cuando en los hombres no hay
fortaleza.
amar á Rosalina.
hijo mío.
enterraras un amor para hacer surgir
otro de ella.
quien amo ahora paga fineza con fineza,
amor con amor. No obraba así la otra.
amor recitaba de memoria sin saber deletrear.
Pero vamos, veleidoso mancebo,
vente conmigo. Por cierta razón quiero yo
asistirte, pues acaso resulte provechosa esta
alianza, trocando en puro afecto el rencor
de vuestras familias.
con toda urgencia.
que corren mucho dan tropezones.
ESCENA IV
ese ROMEO? ¿No fué á su casa anoche?
con su doméstico.
corazón empedernido, esa Rosalina le
martiriza de un modo tal, que á buen seguro
acabará él por volverse loco.
del viejo Capuleto, le ha mandado un billete
á casa de su padre?
mía.
contestar á un billete.
ROMEO de la manera atrevida que él
sabe, cuando se le atreve alguno.
muerto. Herido por los negros ojos de una
descolorida mozuela; atravesado de parte
á parte el oído con canciones amorosas;
lacerado el mismo centro de su corazón por
la certera flecha del ciego arquerito, ¿es
hombre él para habérselas con Tibaldo?
puedo asegurártelo. ¡Oh! Es el más
valeroso capitán de etiquetas y ceremonias.
Se bate como cantarías tú una pieza con
nota: guarda tiempos, distancia y medida;
te da por descanso la pausa de una mínima:
una, dos, y la tercera ¡zas! en medio
del pecho. Es un verdadero matarife de
botones de seda; un espadachín, un
espadachín de primera; un caballero de
primissimo rango, de la primera y segunda
causa. ¡Ah! ¡El inmortal passado! ¡el
punto reverso! ¡El hai!...
ridículos, ceceosos y pintureros; esos
nuevos afinadores de palabras!... ¡Jesús!
¡Es una excelente espada! ¡es un hombre de
copete! ¡una soberbia hetera!... Vaya, abuelo,
¿no es fuerte cosa que hayamos de
vernos molestados por esos moscones exóticos,
esos innovadores de modas, esos
pardonnez-moi,tan apegados á las nuevas
formas, que no pueden estar cómodamente
sentados en un banco viejo? ¡Oh!
¡sus bons, sus bons! ¡Sus huesos habrían de
pagarlo!
venido á quedarse como arenque salado.
¡Ay, carne, carne! ¡Cómo te has vuelto pescado!
Ahora no está sino por los versos que
fluían de la lira de Petrarca. Laura, al lado
de su dama, no era más que una fregona;
pero eso sí: tenía ella un amante más hábil
para cantarla en sus rimas; Dido, una
zarrapastrosa; Cleopatra, una gitana; Helena
y Hero, mujerzuelas y rameras; Tisbe,
una chica de ojos garzos, ó cosa así,
pero que no le llega, ni con mucho. Signior
ROMEO, bon jour! Ahí va un saludo francés
en honor á tus gregüescos á la francesa.
Nos la pegaste muy lindamente anoche.
me hablas.
falsas... ¿Todavía no caes?... Que te
escurriste sin que nos diéramos cuenta de
ello.
quehacer de importancia, y en un caso tal
bien puede uno violar la cortesía.
caso como el tuyo fuerza á un hombre á
doblarse por las corvas.
las hizo.
ahora esta broma hasta que hayas
estropeado tus escarpines; para que cuando
su única suela esté echada á perder, la broma
quede, de puro gastada, sola y sin par.
sola y sin par por la singularidad!
BENVOLIO. Mis potencias desfallecen.
y sino, llamo otro competidor.
la caza del ganso bravo, doyme
por vencido; pues tienes tú más de ganso
bravo en una sola de tus potencias que yo
en todas las cinco juntas, seguro estoy de
ello. ¿Te diste por aludido al hablar yo de
gansos?
el papel de ganso eres tú.
oreja por esa chanza.
agridulce. Es una salsa muy picante.
el ganso dulce?
cabritilla, que se estira desde una pulgada
estrecha hasta una vara ancha.
que, aplicada al ganso, prueba que eres en
todos conceptos un ganso desmesurado.
estar ahí gimiendo de amores? Ahora sí que
eres sociable; ahora eres ROMEO; ahora eres
tú lo que eres, tanto por educación como
por naturaleza; puesto que ese amor estúpido
se parece á una insigne idiota que corre
de Ceca en Meca, sacando un palmo de
lengua, para esconder su chisme en un
agujero.
mi cuento á contrapelo.
cuento.
acortado, pues había llegado al mismo fondo
de la cosa, y la verdad, no pensaba ocuparme
más en el asunto.
tape el rostro con él, que es más bello que su cara.
dama.
porque la deshonesta manecilla del reloj
señala en este momento las doce en punto.
ha hecho para desfigurarse á si mismo.
¿para desfigurarse á sí mismo, dice?...
Señores, ¿sabría decirme alguno de vosotros
en dónde puedo encontrar al joven ROMEO?
una vez le hayáis encontrado, será
más viejo que cuando le andabáis buscando.
Yo soy el más joven de tal nombre, á
falta de otro peor.
discurrido, á fe mía. ¡Sublime!
¡Sublime!
desearía haceros una pequeña confianza.
una alcahueta!... ¡Ea, sus!
sea una liebre en empanada de cuaresma,
de esas que se pasan y enrancian antes
de acabarse.
comeremos.
señora, señora.
señor: ¿qué deslenguado mercachifle era
ése que tan surtido estaba de sus
truhanerías?
escucharse á sí mismo, y habla más en un
minuto que no atenderá en un mes.
de mí, yo le dejaré apabullado; así fuera
más mocetón de lo que es y que veinte tunos
de su ralea. Y si yo no puedo, ya sabré
encontrar quienes lo hagan. ¡Pillastre sin
vergüenza! ¿Se habrá figurado que yo soy
alguna de sus mancebas ó alguno de sus
compinches? (A Pedro). ¿Y tú, has de
quedarte ahí como un estafermo, dejando
que cualquier bribón me trate á su
placer?
os tratase á su placer; pues, á haberlo visto,
al punto hubiera yo desenvainado mi
arma, os lo aseguro; que á desenvainar
más pronto nadie me gana, con tal de que vea
yo ocasión para una buena querella y esté
la ley de mi parte.
á Dios por testigo, que no hay parte de mi
cuerpo que no me tiemble. ¡Bellaco sin
vergüenza!... Permitidme, señor, una palabra.
Pues, como os decía, mi señorita me
ha mandado que os buscara, y tocante á lo
que ella me ha mandado deciros, eso me
lo guardaré para mí; pero dejadme antes
que os diga que si habéis de embobarla
con dedaditas de miel, como dice, sería
portarse peor que un arriero, como dicen;
porque la señorita es muy niña todavía,
y así es que si habéis de jugarle una
trastada, no hay duda que eso sería una
cosa muy fea que no dèbe hacerse á ninguna
señorita decente, y una conducta muy
indigna.
dueña. Protesto ante ti...
voy á decírselo todo. ¡Señor, señor, y poquito
contenta que se va á poner!
atiendes?
lo cual, á mi entender, es
portarse como caballero.
para ir á confesar esta tarde, y allí en su celda,
fray Lorenzo la confesará y desposará.
Toma por tu trabajo.
sola parpalla.
estará.
la tapia del convento. Dentro de una hora
mi criado se avistará contigo y te traerá
unas cuerdas dispuestas á guisa de escala,
que durante la silenciosa noche han de
conducirme al pináculo de mi ventura.
Adiós. Sé fiel, y yo sabré recompensar tus
desvelos. Adiós. Mis recuerdos á tu señora.
bendiga! Escuchad, señor.
habéis nunca oído decir que secreto entre
dos malo es de guardar?
lo garantizo.
más dulce de la tierra... ¡Señor,
Señor! Cuando ella era una chiquilla churrullera...
¡Ah! En la ciudad hay un noble caballero,
un tal Páris, que de buen grado
quisiera entrar al abordaje; pero ella, que
es un alma de Dios, con tanto gusto vería
un sapo, sí, señor, un verdadero sapo, como
le vería á él. Algunas veces la hago yo
rabiar diciéndole que Páris es más un buen
mozo; pero, podéis bien creerme, cuando
esto le digo, se pone ella más blanca
que el pañal más blanco de todo el mundo.
Decidme: ¿no empiezan con una misma
letra romero y ROMEO?
empiezan con R.
del perro; la R es para el... No; ya sé
yo que empieza con otra letra. Y de esto,
de vos y del romero ha sacado ella unos
pensamientos tan bonitos, que os daría
gusto oírlos.
(Vase Romeo.) ¡Pedro!
delante con paso ligero.
ESCENA V.
á la nodriza; ofrecióme ella volver en
media hora. Acaso no haya podido dar con
él. No, no es eso. ¡Ah! Es que ella cojea.
Los mensajeros de amor debieran ser
pensamientos, que corren diez veces más veloces
que los rayos del sol cuando ahuyentan
las sombras que se ciernen sobre las
brumosas colinas. Por esto tiran del carro
del Amor palomas de ligeras alas, y por esto
tiene alas Cupido raudo como el viento.
Ya está el sol en la suprema altura de la
jornada de este día. De nueve á doce han
transcurrido tres horas interminables, y á
pesar de todo ella no ha venido aún. ¡Ah!
Si tuviese afecciones y la ardiente sangre
juvenil, hubiérase ella movido con la presteza
de una pelota; mis palabras la hubieran
lanzado á mi dulce bien, y las de él
la hubieran lanzado á mí. Pero ¡los viejos!...
Muchos de ellos parece que estén
muertos: torpes en sus movimientos, tardíos,
pesados y pálidos como el plomo...
¡Oh, Dios! Aquí llega.
¿Le encontraste? Despide á tu escudero.
Dios mío! ¿Por qué tienes ese aire tan
mohíno? Aunque sean tristes las nuevas,
anúncialas alegremente; si son faustas, tú
afeas la melodía de las gratas noticias
haciéndomela oir con tan hosco semblante.
un poco. ¡Ay! ¡Cómo me duelen los huesos!
¡Vaya una carrera la que he dado!
mis huesos y tuviera yo tus nuevas. Vamos;
habla, por favor; ama de mi vida, habla.
aguardar un instante? ¿No véis que estoy
sin aliento?
aliento para decirme que te hallas sin él?
Más larga es la excusa que alegas para ese
retardo, que el relato que excusas hacer.
¿Son buenas ó malas las noticias? Responde
á esto; dime si son lo uno ó bien lo otro,
y luego esperaré con paciencia los detalles.
Dame ese contento: ¿son buenas ó
son malas?
elección muy desacertada! No sois entendida
en escoger marido. ¡ROMEO! No, no es
él. Verdad es que su cara es mejor que la
de otro hombre cualquiera; pero, en cambio,
su pierna aventaja á la de todos. Y en
cuanto á su mano y su pie y su talle, aunque
no vale la pena hablar de ello, están
sobre toda comparación. No es la nata
y flor de la galantería; pero, podéis bien
creerme, es tierno lo mismo que un corderito.
Anda, anda, picarona; sirve á Dios.
¡Qué! Se ha comida ya en casa?
¿Qué dice él de nuestro casamiento? ¿Qué
dice sobre esto?
cabeza! No sé cómo la tengo: Siento en ella
unos latidos como si fuera á estallar en mil
pedazos. Y por añadidura, los riñones...
¡Ay, mis riñones, mis riñones! ¡Mal haya
vuestro corazón por enviarme de una parte
á otra, para que yo reviente con tanto
correr de aquí para allá!
dime, amita mía, amita de mi alma, ¿qué
dice mi amor?
caballero, y cortés y amable y gallardo, y
os lo garantizo, como virtuoso... ¿Dónde
está vuestra madre?
dentro estará. ¿Dónde había de estar? ¡Qué
extraña manera de responder! Vuestro
amor, dice, como honrado caballero, ¿dónde
está vuestra madre?
acalorada estáis? ¡Pardiez, idos á paseo!
¡Digo, digo! ¿Esa es la bizma para mis
huesos doloridos? De ahora en adelante,
llevaos vos misma los recados.
vamos, ¿qué dice ROMEO?
confesar?
á la celda de fray Lorenzo; en ella está
esperando un marido para hacer de vos una
esposa. Ahora se os sube la pícara sangre
á las mejillas, que se os pondrán al punto
como la escarlata al oir ciertas noticias.
Corred vos á la iglesia; yo debo tomar otro
camino para ir á buscar una escala,
subiendo por la cual vuestro amante ha de
alcanzar un nido de pájaro tan pronto
como anochezca. Yo me estoy aperreando
y sufriendo fatigas para vuestro gusto, pero
pronto seréis vos quien llevará la carga
en cuanto llegue la noche. Vaya, yo me
voy á comer, y vos corred á la celda...
Buena ama, adiós.
ESCENA VI
acto, para que los venideros tiempos
no nos lo reprochen amargamente.
amarguras que vinieren, no pueden ellas
contrapesar el gozo que me causa un solo
instante de estar en presencia de mi amada.
Enlaza tú no más nuestras manos con
santas palabras, y que después la muerte,
devoradora del amor, haga lo que quiera.
Bástame sólo el que yo pueda llamarla
mía á Julieta.
un fin igualmente violento, y en su triunfo
mueren, semejantes al fuego y la pólvora,
que al besarse se consumen. La más dulce
miel se hace empalagosa por su mismo
excesivo dulzor, y al gustarla embota el
paladar. Por lo tanto, ama con mesura: así
se conduce el amor duradero. Tan tarde
llega quien va harto aprisa como el que va
harto despacio. Aquí viene la dama. ¡Oh!
Nunca gastará un pie tan leve estas losas
perdurables. Un enamorado podía cabalgar,
sin caerse, en los tenuísimos filamentos
que flotan en el aire juguetón del verano:
tan ligera es la ilusión.
hija mía, por él y por mí.
lo contrario, sus gracias fueran demasiadas.
está colmada cual la mía, y si tienes
más arte para pregonarla, perfuma con tu
aliento este aire que nos rodea, y haz que
la melodiosa música de tu voz exprese la
soñada felicidad que experimentamos tú y
yo con motivo de este grato encuentro.
que en palabras, se evanece de su
esencia, no de su adorno. Simples mendigos
son aquellos que pueden contar sus
caudales; mas mi sincero amor hase acrecentado
hasta un extremo tal, que no alzcanzo
á sumar ni la mitad de mi riqueza.
será nuestra obra. Pues, con vuestro beneplácito,
no os permitiré estar solo hasta
que la santa Iglesia os haya incorporado á
los dos en uno.
ESCENA PRIMERA
retirémonos. El día es muy caluroso, los
Capuletos andan de aquí para allá, y si llegamos
á toparnos con ellos, no podremos
evitar una bronca; pues ahora, en esos días
de bochorno bulle la frenética sangre.
al poner los pies en una taberna, echan
con estrépito la tizona sobre la mesa diciendo:
¡Quiera Dios que no tenga yo necesidad
de ti! Y no bien produce su efecto el
segundo vaso, tiran de ella contra el mozo
cuando realmente menos necesidad había
de tal cosa.
tan impetuoso en tu furor como el que
más en Italia, y tan presto provocado á cólera,
como presto á montar en cólera para
sentirte provocado.
tú, muy pronto nos quedaríamos sin ninguno,
pues se matarían el uno al otro. ¡Tú!
Vaya, hombre, tú armarías camorra con
uno que tuviese en la barba un pelo más ó
un pelo menos que tú; reñirías con otro
que partiera avellanas, sin más razón que
el tener tú los ojos de color de avellana.
¿Qué ojos, sino unos ojos como esos, verían
en ello el motivo para tal quimera? Tan
atestada de causas de disputa se halla tu
cabeza, como de substancia un huevo; lo
cual no quita que á fuerza de querellas y
porrazos se te haya quedado tan huera como
un huevo huero. Un día tuviste una
pelotera con un hombre que tosía en la calle,
por la sencilla razón de que despertó á
tu perro que estaba durmiendo al sol. ¿No
la emprendiste una vez con un sastre por
llevar su jubón nuevo antes de Pascua, y
con otro porque llevaba atados con una
cinta vieja sus zapatos nuevos? ¡y á pesar
de todo pretendes ahora enseñarme á huir
de bronquinas!
tú, cualquiera podría comprar la propiedad
de mi vida simplemente por una hora y
cuarto.
cuarto! ¡Ah, simplón!
Capuletos.
eso muy sin cuidado.
pues quiero hablarles.
(A Mercurcio y BENVOLIO.) Señores,
buenas tardes: una palabra con uno de vosotros.
de nosotros? Apareadla con algo, para que
resulten una palabra y un golpe á la vez.
si me dáis ocasión para ello.
sin esperar á que os la dieran?
ROMEO...
tomas acaso por músicos? Si nos tomas por
músicos, no esperes oir otra cosa que disonancias.
He aquí mi arco de violín
(indicando la espalda); este es lo que os hará
bailar. ¡Voto á tal! ¡De concierto!...
paraje público y de mucha concurrencia.
Retirémosnos á algún sitio apartado y
discutamos tranquilamente sobre vuestros
agravios, ó de lo contrario, separémonos.
Aquí toda la gente tiene los ojos fijos en
nosotros.
deja, pues, que nos miren. Yo no me muevo
de aquí por dar gusto á nadie, ea.
paz, caballero. Aquí llega mi mozo.
lleva él vuestra librea. Pero, voto á sanes,
no tenéis más que salir al campo, y él os
seguirá al punto. En este sentido sí que
vuestra señoría bien puede llamare su
mozo.
no puede sugerirme otra expresión mejor
que esta: eres un canalla.
para quererte bien excusan en gran parte
el encono inherente á tal saludo. No soy un
canalla. Conque, adiós. Veo que no me
conoces.
agravios que me inferiste. Así que, vuélvete,
y desnuda el acero.
bien te aprecio mucho más de lo que nunca
podrás imaginar, hasta que sepas la razón
de mi afecto. Y así, buen Capuleto
(nombre que yo estimo tanto como el
mío), date por satisfecho.
deshonrosa y rastrera! Alla estoccata se
acaba con eso de una vez. (Desenvaina la espada.)
Tibaldo, cazador de ratones,
¿tienes ganas de bailar?
sino una de vuestras nueve vidas, de la
que pienso hacer lo que me plazca, y según
la manera de portaros luego conmigo,
sacudiré de lo lindo las ocho restantes.
¿Queréis de una vez agarrar por las orejas
vuestra tizona y arrancarla de su zamarro?
Andad listo, no sea que antes de sacar vos
la vuestra, zumbe la mía á vuestros oídos.
vuestro passado.
¡Qué escándalo! ¡Señores, guardaos
de cometer tal desafuero! Tibaldo,
Mercucio, el Príncipe ha prohibido de un
modo expreso armar pendencias en las calles
de Verona. ¡Teneos, Tibaldo, buen Mercucio!
familias!... Estoy despachado ya. ¿Y
él se ha escapado con el pellejo sano?
mas, voto á cribas, ya es bastante. ¿Dónde
está mi paje? Anda, granuja, á buscarme
un cirujano.
cosa de importancia.
pozo ni tan ancha como un portal de iglesia;
pero es lo suficiente, y ya producirá su
efecto. Preguntad mañana por mí, y me
encontraréis hecho un hombre de peso.
Por lo que toca á este mundo, estoy escabechado
ya, os lo aseguro. ¡Mala peste á
vuestras familias!... ¡Por vida de…! ¡Un
perrro, un ratón, una rata, un gato, matar
así á un hombre de un arañazo! ¡Un fanfarrón,
un canalla que se bate según las reglas
de la aritmética! (A ROMEO.) ¿Por
qué diablos te metiste? Ese bribón
me hirió por debajo de tu brazo.
BENVOLIO, ó me dará un soponcio. ¡Mala
peste á vuestras familias!... Han hecho de
mí pasto de gusanos... ¡Ya la pillé... y
buena!... ¡Vuestras familias!...
cercano del Príncipe y mi verdadero
amigo, ha recibido su mortal herida. Mi
reputación está manchada por el ultraje
de TIBALDO... ¡Tibaldo, que hace una hora
es mi primo!... ¡Ah, dulce Julieta, cómo
me han afeminado tus hechizos y han
ablandado en mi alma el acero del valor!
Mercucio ha muerto! Ese noble espíritu
que en hora harto temprana ha desdeñado
vivir en la tierra, hase elevado á las nubes.
suspendida sobre nuevos días. Este sólo
da principio á la desdicha; otros han de
darle fin.
TIBALDO.
muerto! Vete á los cielos, respetuosa blandura,
y sea esta vez mi guia la furia de
ardientes ojos. Entra de nuevo TIBALDO.
Ahora, Tibaldo, recobra el canalla que poco
ha me dirigiste. Puesto que el alma de
Mercucio se cierne muy próxima sobre
nuestras cabezas, aguardando que la tuya
vaya á hacerle compañía; fuerza es que ó
tú, ó yo, entrambos vayamos con él.
aquí, tú irás con él.
están excitadísimos, y Tibaldo ha
muerto. No te estés así lleno de estupor.
Si te prenden, el Príncipe te condenará á
muerte. ¡Vete, vete, huye de aquí!
ha matado á Mercucio? Y Tibaldo, ese
asesino, ¿por dónde ha escapado?
nombre del Príncipe os mando que
obedezcáis.
de esta refriega?
todo el desastrado curso de esta fatal reyerta.
Ahí yace, muerto por el joven ROMEO,
el que mató á tu deudo, el bravo Mercucio.
hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe!
¡sobrino mío! ¡esposo! ¡Funeste espectáculo!
¡Ay de mí! ¡Hase vertido la sangre de
mi amado pariente! ¡Príncipe, pues eres
justo, por la sangre nuestra derrámese la
sangre de Montesco! ¡Ah, sobrino,
sobrino mío!
sangrienta riña?
dió muerte la mano de ROMEO. Con lenguaje
cortés, ROMEO le rogó que reflexionara
cuán trivial era la porfía, y le expuso
á la par vuestro profundo enojo; todo ello
expresado con afable acento, mirada tranquila
y humildemente dobladas las rodillas,
no fué parte á mitigar la desenfrenada
cólera de Tibaldo, quien, por el
contrario, sordo á la paz, arremete con
penetrante acero contra el pecho del valeroso
Mercucio; éste, no menos airado,
opone el arma mortífera á la suya, y con
marcial desdén, desvía con una mano la
helada muerte, mientras con la otra la devuelve
á Tibaldo, cuya destreza la repele.
ROMEO dice á voces: ¡Teneos, amigos! ¡Amigos,
separaos! Y más rápido que su lengua,
con ágil brazo abate sus fatales armas y se
precipita entre los dos; empero, por debajo
de su brazo, una traidora estocada hiere
mortalmente al intrépido Mercucio. En
seguida Tibaldo emprende la fuga, mas de
allí á poco vuelve dirigiéndose hacia ROMEO,
quien empezaba tan sólo á acariciar
ideas de venganza, y á ella se arrojan como
el rayo, pues antes que yo tuviera tiempo
de desnudar mi acero para separarlos, caía
sin vida el animoso Tibaldo, y al verle
caer, volvió ROMEO las espaldas y dió á
huir. Esta es la verdad; de lo contrario,
Benvolio muera.
afecto le hace ser falaz; no dice la verdad.
Una veintena de ellos peleaban en esta
atroz refriega, y todo esos veinte juntos
no han podido matar sino á un hombre
solo. Justicia imploro, que tú, Príncipe,
has de otorgar. ROMEO ha dado muerte á
Tibaldo; ROMEO no ha de vivir.
Tibaldo á Mercucio: ¿quién ha de pagar,
pues, el precio de su estimada sangre?
era amigo de Mercucio. Su delito no ha
hecho sino terminar aquello á que la ley
debía poner fin: la vida de TIBALDO.
al punto de aquí. El curso que siguen vuestros
rencores también me afecta á mí; á
causa de vuestras rudas quimeras está corriendo
mi sangre; empero os impondré
tan fuerte multa, que todos lloraréis la
pérdida mía. Sordo seré á intercesiones y
disculpas; ni lágrimas ni súplicas podrán
reparar tales desmanes; así que, no apeléis
á unas ni á otras. Que no se ausente presuroso
ROMEO, pues, de lo contario, cuando se le
encuentre, aquella hora será la última de
su vida. Llevaos de aquí este cadáver, y
respetad nuestra voluntad. La clemencia
asesina cuando perdona á los que matan.
ESCENA II
flamígeros pies hacia el lecho de Febo.
Un áuriga tal como Faetón os fustigaría
lanzándoos al ocaso, y traería al instante
la tenebrosa noche. Extiende tu velo tupido,
noche consumadora del amor. Ciérrense
los errantes ojos, y vuele ROMEO
á mis brazos, sin que nadie le descubra ni
de él se ocupe. Para celebrar su ritos amorosos
bástales á los amantes la luz de
sus propios atractivos; y si el amor es ciego,
aviénese mejor con la noche. Ven, noche
complaciente, matrona de negra y severa
vestidura, y enséñame á perder una
ganancial partida jugada por un par de
virginidades sin tacha. Cubre con tu negro
manto, á guisa de capillo, mi bravía sangre
virginal que se agita en mis mejillas,
hasta que el tímido amor, ya más osado,
estime como pura honestidad la consumación
del verdadero amor. Ven noche;
ven, ROMEO; ven, tú, que eres día en la
noche, pues que, sobre las alas de la noche,
aparecerás más blanco que la nieve
recién posada sobre un cuervo. Ven, noche
apacible; ven, amorosa noche de atezado
rostro; dame mi ROMEO; y cuando expire,
cógelo y divídelo en pequeñas estrellitas,
y hará él tan bella la faz de los
cielos que el mundo entero se prendará de
la noche y dejará de dar culto al sol
deslumbrador. ¡Ah! Yo he comprado una
mansión de amor, mas aun no he tomado
posesión de ella, y aunque vendida, todavía
no he sido yo gozada. Tan enojoso, tan
interminable es este día, como lo es la noche
que precede á una fiesta para el impaciente
niño que tiene un vestido nuevo y
no puede estrenarlo. ¡Oh! Aquí llega la
nodriza, que me trae nuevas, y toda lengua
que pronuncie tan sólo el nombre de
ROMEO, habla con elocuencia celestial. Entra la NODRIZA con una escala de cuerdas.
Y bien, ama, ¿qué nuevas hay? ¿Qué es lo
que traes? ¿Son las cuerdas que ROMEO te
encargó fueras á buscar?
tuerces las manos?
ha muerto, ha muerto! ¡Estamos perdidas,
señorita, estamos perdidas! ¡Malaventurado
día! ¡Ya no existe, le han matado, está
muerto!
¡ROMEO, ROMEO! ¡Quién lo hubiera pensado
jamás! ¡ROMEO!
atormentas? Semejante tortura debiera sólo
expresarse con rugidos en el averno espantoso
¿Se ha dado muerte ROMEO? Dí sencillamente
sí, y esta sola sílaba sí será
más venenosa que el mortífero ojo del basilisco.
Dejo yo de existir si existe tal sí, ó
si están cerrados aquellos ojos que te
hacen responder sí. Si le han matado, dime
sí, y si no, no:esos breves sonidos decidan
de mi ventura ó de mi duelo.
mis propios ojos... ¡Dios nos libre! Aquí
en su pecho varonil. Un lastimoso cadáver,
un lastimoso cadáver ensangrentado, pálido,
pálido como la cera; todo él manchado
de sangre; todo él cubierto de sangre
cuajada. Yo me desmayé al verlo.
quebrado, quebrántate de una vez!
¡Aprisionaos, ojos míos, jamás penséis en
la libertad! Tierra vil, abandónate á la tierra;
cese aquí el movimiento, y que,
con vuestro peso cargado, un mismo féretro
os estreche á ti y ROMEO.
amigo que yo tenía! ¡Oh, galante Tibaldo!
¡leal caballero! ¡Que haya de vivir yo para
verte muerto!
tan contrarias direcciones? ¿ROMEO ha sido
asesinado, y Tibaldo está muerto? ¿Mi
amado primo, y mi esposo aun más amado?
Entonces anuncia, pavorosa trompeta,
con tu sonido el juicio final; porque ¿quién
puede vivir si no existen ya estos dos?
desterrado. ROMEO, que le mató á él, está
desterrado.
vertido la sangre de Tibaldo?
Así es.
con un semblante florido! ¡Hubo jamás
dragón que habitara un antro tan seductor?
¡Hermoso tirano! ¡demonio angelical! ¡cuervo
con plumas de paloma! ¡cordero con entrañas
de lobo! ¡detestable substancia de la
más divinal apariencia! ¡Exactamente lo
contrario de aquello que tú exactamente
pareces, santo condenado, honorable villano!...
¡Oh, naturaleza! ¿Qué sér tenías
tú destinado para el infierno, cuando
alojaste á un espíritu maligno en el mortal
paraíso de tan agraciado cuerpo? ¿Vióse
jamás tan ricamente encuadernado un libro
que contenga tan vil materia? ¡Ah! ¡qué
la impostura resida en tan suntuoso
alcázar!
en los hombres. Todos ellos son unos
perjuros, todos falsos, todos inícuos, todos
hipócritas. ¡Ay! ¿Dónde está mi escudero?
Dadme un sorbito de aguardiente. Estos
disgustos, estos dolores, estas penas
me envejecen. ¡Caiga la vergüenza sobre
ROMEO!
deseo! ROMEO no ha nacido para la
vergüenza; sobre su frente la vergüenza se
avergonzaría de posarse, porque es un trono
en donde el honor puede ser coronado
rey único de toda la tierra. ¡Oh! ¡Cuán necia
fui yo en acriminarle!
á vuestro primo?
mi esposo? ¡Ay, pobre esposo mío! ¿Qué
lengua acaricia tu nombre, cuando yo,
que sólo hace tres horas soy tu esposa, lo
he ultrajado? Mas ¿por qué, pérfido, diste
muerte á mi primo? Sin duda, este pérfido
primo hubiera matado á mi esposo. ¡Atrás,
lágrimas insensatas, volved á vuestro nativo
manantial! Esas gotas, tributo que al
dolor pertenece, vosotras erradamente
las consagráis al regocijo. Vive mi esposo,
á quien Tibaldo quería matar, y
ha muerto Tibaldo, que pretendía dar
muerte á mi esposo: todo ello es un
consuelo. ¿A qué, pues, llorar? ¡Ah! Cierta
palabra escuché peor que la muerte
de Tibaldo, y esta palabra me ha asesinado.
Bien quisiera yo olvidarla, pero ¡ay! ella
oprime la memoria mía, como los negandos
crímenes oprimen la conciencia de los
delincuentes. Tibaldo ha muerto, y ROMEO
está... desterrado. Este desterrado, esta sola
palabra desterrado ha matado diez mil
Tibaldos. Bastante infortunio era la
muerte de Tibaldo, si el mal hubiese aquí
terminado. Si la acerba desventura se complace
en ir acompañada y debe forzosamente
juntarse con otros quebrantos, ¿por
qué, al decirme el ama: Tibaldo ha muerto,
no añadió: tu padre, ó tu madre, y hasta
diré ó entrambos, lo cual me hubiera causado
una aflicción ordinaria? Mas, como
epílogo de la muerte de Tibaldo añadir:
ROMEO está desterrado, decir eso es lo mismo
que padre, madre, Tibaldo, ROMEO,
Julieta, todos asesinados, todos muertos.
¡ROMEO está desterrado! No hay fin, término,
medida ni límite en la muerte que entrañan
estas palabras; no hay acentos
capaces de expresar toda la intensidad de
tal dolor. ¿Dónde están mi padre y mi madre,
ama?
de TIBALDO. ¿Queréis ir adonde está?
Yo os acompañaré allí.
de Tibaldo, y cuando se hayan secado
estas lágrimas, el destierro de ROMEO hará
verter las mías. Recoge esas sogas. ¡Pobre
escala! Tú y yo hemos sido burladas, pues
ROMEO está proscrito. ROMEO te fabricó
para servir de camino á mi lecho; mas yo,
virgen como soy, muero en virginal viudez.
Venid, cuerdas; ven, ama. Voy á mi
tálamo nupcial, y que la muerte, ya
que no ROMEO, coja mi virgínea flor!
en busca de ROMEO para que os consuele.
Yo sé bien dónde está. Atended: vuestro
ROMEO vendrá aquí esta noche. Voy á
verle; está oculto en la celda de fray
Lorenzo.
sortija (sacándosela del dedo) á mi fiel
caballero, y ruégale que venga á darme su
postrer adiós.
ESCENA III
ROMEO; ven acá, hombre temeroso.
La aflicción se ha enamorado de tus
partes, y tú estás desposado con la desventura.
es la sentencia del Príncipe? ¿Qué duelo
desconocido aún para mí, ansia trabar
conocimiento conmigo?
caro hijo con tan cruel compañía. Te traigo
nuevas de la sentencia del príncipe.
es el fallo del Príncipe?
salido de sus labios: no es la muerte del
cuerpo, sino el destierro del cuerpo.
muerte, porque, en su aspecto, el destierro
es más aterrador, mucho más que la muerte.
No profieras esa palabra destierro.
de Verona. Ten calma, pues el mundo es
vasto y espacioso.
hay mundo, sino purgatorio, tortura y el
mismo infierno. Estar desterrado de aquí
es hallarme desterrado del mundo, y el destierro
del mundo es la muerte; así que, el
destierro es muerte bajo un falso nombre.
Al titular la muerte destierro, tú cortas
mi cabeza con una segur de oro, sonriendo
al darme el golpe que me asesina.
ingratitud! Tu delito nuestras leyes lo
califican de muerte, mas el bondadoso
Príncipe, interesándose por ti, ha torcido
la ley, y ha trocado en destierro esa negra
palabra muerte. Esta es verdadera merced,
y tú no lo reconoces.
está aquí, donde vive Julieta; y cualquier
gato y perro y ratoncillo y cualquiera criatura
despreciable viven aquí en el cielo, y
pueden contemplarla; pero ROMEO no puede.
Mayor valimiento, más honrosa situación,
más cortesanía que en ROMEO, hay
en las moscas que viven en la podredumbre;
pueden ellas posarse en el blanco prodigio
de la mano de mi idolatrada Julieta
y robar una felicidad inmortal de sus labios,
que la pura y virginal modestia mantiene
constantemente ruborosos, cual si
creyeran ellos ser pecado sus recíprocos
besos. Pero ROMEO no puede hacer eso:
está proscrito. Las moscas pueden hacerlo,
mientras que yo debo huir de tal cosa; ellas
son libres, pero yo estoy desterrado. ¿Y
aun dices que el destierro no es la muerte?
¿No tenías, para matarme, alguna venenosa
mixtura, alguna afilada cuchilla, un rápido
instrumento de muerte cualquiera, si
bien menos infame que esa palabra desterrado?
¡Desterrado! ¡Oh, padre mío! Esa
palabra la profieren los condenados en el
infierno, acompañándola con aullidos.
¿Cómo, pues, tienes tú corazón, siendo un
sacerdote, un santo confesor que tiene el
don de perdonar los pecados y es mi amigo
declarado, para anonadarme con esa palabra
desterrado?
loco apasionado.
otra vez.
que te defienda de tal palabra: la filosofía,
dulce bálsamo de la adversidad.
Ella te proporcionará consuelo aun hallándote
proscrito.
tu filosofía! A no ser que la filosofía
sea capaz de crear una Julieta, mudar de
sitio una ciudad, ó revocar la sentencia
de un Príncipe, para nada sirve, nada vale.
No me hables más de eso.
no tienen oídos.
cuerdos no tienen ojos?
sobre tu situación.
no sientes. Si tú fueras joven cual yo, si
fuera Julieta tu amor, si desde una hora
estuvieras casado y hubieras dado muerte
á Tibaldo, si cual yo amaras con delirio, y
cual yo te vieras extrañado, entonces podrías
tú hablar, entonces podrías mesarte
los cabellos y arrojarte al suelo como hago
yo ahora, tomando la medida de una fosa
no abierta todavía.
ROMEO, escóndete.
de mis dolorosos suspiros, á guisa de niebla,
me envuelva sustrayéndome á escudriñadoras
miradas.
¿Quién va? Levántate, ROMEO;
que te van á prender. Aguardad un instante.
Alza del suelo. (Llaman.) Corre á mi
estudio. Al momento. ¡Poder de Dios!
¡Qué locura es esa! ¡Voy, voy! (Llaman.)
¿Quién llama tan recio? ¿De dónde venís?
¿Qué queréis?
sabréis el recado que traigo, Vengo de parte
de la señorita Julieta.
venida seáis.
santo fraile: ¿dónde está el marido de mi
señora? ¿En dónde está ROMEO?
con su propio llanto.
señora; exactamente en el caso de ella.
lastimero trance!
gimiendo, gimiendo y llorando como una
Magdalena. (A ROMEO.) Levantaos, levantaos;
alzad, si sois hombre. Por amor de
Julieta, por su amor, levantaos y poneos
en pie. ¿Por qué habéis de caer en una desesperación
tan profunda?
de hacer! La muerte es el fin de todo.
piensa ella que soy un consumado asesino,
yo que acabo de manchar la infancia de
nuestra dicha con una sangre que tan poco
difiere de la suya? ¿En dónde está? ¿Cómo
se encuentra? ¿Y qué dice mi secreta
esposa de nuestro invalidado amor?
No hace sino llorar y más llorar, y ahora
se deja caer en su lecho, luego se levanta
sobresaltada, y llama á Tibaldo, y después
clama á ROMEO, y al fin vuelve á caer sin
aliento.
por arma mortífera la mató, como la mano
maldita que lleva tal nombre dió muerte á
su primo. ¡Oh! Dime, padre mío, dime:
¿en qué vil parte de este cuerpo mísero
se aloja mi nombre? Dímelo, para que pueda
yo devastar la odiosa mansión.
tu diestra desesperada. ¿Eres hombre?
Tu figura pregona que lo eres; tus lágrimas,
empero, son de mujer; tus actos frenéticos
revelan el irreflexivo furor de la
fiera. Desfigurada mujer en una aparente
figura de hombre, ó mal semejado bruto
en una aparente semejanza de hombre y
mujer. Pasmado me dejas. Por mi santa
Orden, creía que era de más temple tu
carácter. Después de matar á Tibaldo, ¿quieres
ahora matarte á ti mismo y matar
igualmente á tu esposa que vive en ti,
desencadenando sobre ti mismo un odio
execrable? ¿Por qué ultrajas tu nacimiento, el
cielo y la tierra, pues nacimiento, cielo
y tierra, los tres en ti se aunan, y quisieras
tú perderlos á la vez? ¡Qué abominación!
Tú envileces tu figura, tu amor, tu razón;
tú que, como el avaro, abundas en todas
estas partes y no utilizas ninguna de ellas
para aquel verdadero uso que seguramente
daría realce á tu figura, á tu amor y á tu
razón. Tu noble figura no es más que una
imagen de cera desprovista de ardimiento
varonil; tus juramentos de tierno amor no
son sino vano perjurio, que matan aquel
amor que tú juraste guardar en tu pecho;
tu razón, ese ornamento de tu figura y de
tu amor, desviada en el gobierno de
entrambos, como la pólvora en el frasco de
inexperto bisoño, se inflama por tu propia
torpeza, dejándote mutilado tu propio medio
de defensa. ¡Ea, anímate, hijo mío!
Tu Julieta, por cuyo caro amor poco ha tú
morías, vive: en esto eres afortunado. Tibaldo
pretendía matarte, mas tú le diste
muerte á él; en esto también eres afortunado.
La ley, que amenazaba muerte, declárase
amiga tuya, y la conmuta en destierro;
en esto eres igualmente afortunado. Una
carga de bendiciones pesa suavemente sobre
tus espaldas; la fortuna te acaricia luciendo
sus mejores galas; pero tú, cual
descompuesta y arisca mujerzuela, pones
mal gesto á tu fortuna y á tu amor. ¡Cuidado,
cuidado! Porque quien tal hace muerte
miserablemente. Anda, vete á casa de tu
amada, según estaba decidido, subo á su
estancia y prodígale consuelos. Mas ten
cuidado de no detenerte allí hasta estar
montada la guardia, pues entonces no podrías
trasladarte á Mántua, en donde has
de residir hasta que encontremos coyuntura
para hacer público vuestro himeneo,
reconciliar á vuestras familias; impenetrar el
perdón del Príncipe y llamarte para que te
restituyas aquí con mil y mil veces más
alborozo que gemidos exhales al partir. Ve
delante, ama. Ofrece mis respetos á tu señora,
y ruégale que dé prisa á toda la casa
para recogerse, á lo cual todos estarán dispuestos
por razón de su intenso pesar.
pasado yo aquí toda la noche oyendo
tan buenos consejos. ¡Ah! ¡Lo que es el
saber! (A ROMEO.) Caballero, anunciaré á mi
señora que vos vendréis.
apreste á reñirme.
me encargó os entregara. Daos prisa, no
perdáis tiempo, pues se hace muy tarde.
depende toda tu suerte: ó te pones en
camino antes de estar montada la guardia, ó
bien sales de aquí disfrazado al rayar el alba;
permaneces en Mantua; yo iré en busca
de tu criado, y él te notificará de cuando
en cuando todo suceso que aquí ocurra
favorable para ti. Dame tu mano; es tarde
ya. Adiós, felices noches.
no me llamara á otro sitio, fuera un pesar
separarme tan presto de ti. Adiós.
ESCENA IV
señor mío, que no hemos tenido
tiempo de persuadir á nuestra hija. Considerad
que ella quería entrañablemente á
su primo Tibaldo, y yo no menos que ella.
Pero ¿qué remedio? Todos hemos nacido
para morir. Es ya muy tarde; Julieta no
bajará esta noche, y os aseguro que, á no
ser por vuestra compañía, hace una hora
que ya estaría yo acostado.
á los galanteos. Señora, buenas noches.
Ofrecer mis recuerdos á vuestra hija.
temprano sabré yo su modo de pensar.
Esta noche está ella encerrada con su
pesadumbre.
del amor de mi hija. Imagino que
ella se dejará gobernar por mí en todos
conceptos; mejor diré, no dudo de ello.
Esposa mía, id á verla antes de recogeros.
Instruídla al punto del amor de mi hijo.
Páris, y hacedle saber, advertidlo bien,
que el miércoles próximo... pero ¡calla!
¿Qué día es hoy?
demasiado pronto; será el jueves. Decidle
que el jueves habrá ella de enlazarse con
este noble conde. ¿Estaréis vos dispuesto?
¿No os place tal precipitación? No haremos
gran ruido, … un amigo ó dos, pues
ya comprenderéis que siendo tan reciente
la muerte de Tibaldo, podrían pensar que
hacíamos poco aprecio del que era nuestro
pariente, si nos entregáramos á bulliciosos
regocijos. Así pues, convidaremos á media
docena de amigos, y asunto concluído.
Mas ¿qué decís vos á que esto sea el jueves?
fuera mañana.
pues, el jueves. Id, esposa mía, á ver á Julieta
antes de acostaros, y preparadla para
el día de la boda. Adiós, caballero. ¡Hola!
que traigan luz á mi aposento. ¡Por mi
vida! Es ya tan tarde, tan tarde, que de
aquí á poco podremos decir que es temprano.
¡Buenas noches!
ESCENA V
el día. Era el ruiseñor, y no la alondra
quien hirió tu temeroso oído. Todas
las noches trina en aquel granado. Créeme,
amor mío, era el ruiseñor.
no el ruiseñor. Mira, bien mío, que
envidiosas franjas de luz ribetean las rasgadas
nubes allá en el Oriente. Las candelas
de la noche hanse consumido ya, y el
día placentero asoma de puntillas en la
brumosa cima de las montañas. Es menester
que yo me ausente y viva, ó me quede
y muera.
del día, bien lo sé. Es algún meteoro
luminoso que exhala el sol para que te
sirva de porta-antorcha y te alumbre esta
noche en tu camino de Mantua. Quédate,
pues; aun no tienes precisión de
marcharte.
contento estoy si tú lo quieres. Diré
que aquel tinte gris no es el semblante de
la aurora, sino el pálido reflejo del rostro
de Cintia, y que no son tampoco de
la alondra esas notas que hieren la bóveda
celeste tan alto por encima de nuestras cabezas.
Mayor afán tengo yo de quedarme
que voluntad de partir. ¡Ven, muerte, bien
venida seas! Julieta así lo quiere. Pero,
¿qué te pasa, vida mía? Platiquemos, aun
no ha llegado el día.
vete de aquí! Es la alondra que canta de
un modo tan desentonado lanzando estridentes
disonancias é ingratos chirridos. Diz
que la alondra, al emitir sus notas, hace
una dulce separación; pero no es así,
pues ella nos separa á nosotros. Dicen que
la alondra y el repugnante sapo cambian
los ojos. ¡Ay! ¡Ojalá hubiesen ellos trocado
ahora también la voz! puesto que
esa voz nos llena de temor y te arranca de
mis brazos ahuyentándote de aquí con su
claro manantial. ¡Oh, parte ahora mismo!
Clarea cada vez más.
se ennegrecen nuestros duelos!
vuestro aposento. Ha despuntado el día.
Andad con mucha cautela, y ojo alerta.
luz del día y salir mi vida.
esposo, amigo? Necesito saber de tí cada
día de cada hora, pues en un minuto
hay muchos días. ¡Oh, según esta cuenta
habré yo envejecido antes que torne á ver
á mi ROMEO!
para enviarte mis recuerdos, amor mío.
vernos algún día?
nos servirán de tema para dulces coloquios
en nuestros días venideros.
negros presentimientos!... Se me figura
verte, ahora que estás abajo, semejante á
un cadáver en el fondo de la tumba. O tengo
turbada la vista, ó tú estás pálido.
también lo estás. Los áridos tormentos
beben nuestra sangre. ¡Adiós, adiós!
veleidosa. Si eres tal, ¿qué tienes tú
que ver con quien goza de renombre por
su fidelidad? Sé tornadiza, fortuna, porque
entonces, según espero, no le retendrás
mucho tiempo, antes lo restituirás pronto
á mi lado.
ya levantada?
madre? ¿Será que no se ha recogido aún
en hora tan avanzada, ó que ya se ha levantado
tan de mañana? ¿Qué insólita
causa la conduce aquí?
de tu primo? ¡Qué! ¿Pretendes acaso arrancarle
de la tumba á fuerza de lágrimas? Y
aun cuando eso lograras, no podrías tú
volverle la vida. Así pues, cesa de llorar.
Un sentimiento moderado muestra un amor
grande, mientras que un exceso de sentimiento
es siempre indicio de falta de sensatez.
pérdida tan sensible.
pérdida, mas no sentirás junto á ti al amigo
por quien lloras.
no puedo menos de llorar sin tregua al amigo.
no tanto por su muerte, como porque vive
aún el infame que le asesinó.
cuántas millas de distancia! ¡Dios le
perdone como de todo corazón le perdono
yo! Y eso que ningún hombre aflige tanto
mi corazón como él.
pérfido asesino.
lejos del alcance de estas mis manos. Quisiera
que nadie sino yo vengara la muerte
de mi primo.
no temas. Así pues, cese tu llanto. Enviaré
cierta persona á Mantua, donde vive
ese desterrado vagabundo, á quien propinará
una singular bebida que le mandará presto
á hacer compañía á Tibaldo; y entonces,
como espero, tú estarás satisfecha.
satisfecha hasta que yo le vea... muerto...
está mi pobre corazón de tal manera
torturado por la muerte de un deudo.
Señora, si encontráis vos tan siquiera un
hombre para llevar el tósigo, yo misma lo
prepararé, de suerte que, no bien lo
haya tomado, presto duerma ROMEO en
paz. ¡Ay! ¡Cuánto detesta mi corazón el
oirle nombrar y no poder encaminarme
adonde él está, para hacer sentir el
amor que yo profesaba á mi primo Tibaldo,
en el cuerpo de aquel que le quitó la
vida!
encontraré tal hombre. Mas ahora vengo á
comunicarte alegres nuevas, hija mía.
que tan necesitada está de ella. ¿Qué
nuevas son esas, señora? Decidlo, por favor.
que se interesa mucho por ti, hija mía;
un padre que por sacarte de tu desolación,
ha ideado un imprevisto día de regocijo,
que ni tú esperabas ni yo me prometía.
es ése?
jueves, muy de mañana, el galante,
joven y noble hidalgo, el conde Páris, tendrá
la dicha de hacer de ti una feliz esposa
en la iglesia de San Pedro.
aun por San Pedro mismo, él no hará de
mí una feliz esposa. Me admira su prisa, y
que yo me haya de desposar antes que venga
á hacerme la corte el que ha de ser mi
esposo. Os ruego, señora, digáis á mi padre
y señor que no intento casarme todavía;
y que, de hacerlo, os juro que será con
ROMEO, á quien vos sabéis que odio, antes
que con PÁRIS. ¡Vaya unas nuevas, á fe mía.
vos misma, y veréis como lo va á
tomar al oiros.
destila rocío; mas por el ocaso del hijo de
mi hermano, llueve á chorros. ¿Qué es
eso? ¿Un caño, muchacha? ¡Qué! ¿Has de
estar siempre bañada en llanto y llorando
eternamente á mares? En tu pequeño cuerpo
tú remedas una barca, el océano y el
huracán; pues contínuamente tus ojos, que
bien puedo yo llamar océano, tienen flujo
y reflujo de lágrimas; tu cuerpo es la barca
que navega en ese piélago salobre; tus suspiros
con tus lágrimas, y éstas con éllos, si
no sobreviene una súbita calma, harán zozobrar
tu cuerpo combatido por la tempestad.
Y bien, esposa, ¿habéisle notificado
nuestra determinación?
las gracias. ¡Así se casara esa necia con su
tumba!
¡Cómo! ¿No quiere? ¿no nos lo agradece?
¿no se siente enorgullecida? ¿no tiene
á dicha, por muy indigna que de ello sea,
el que nosotros le hayamos procurado para
novio de un tan noble hidalgo?
notadlo bien. Jamás puedo estar orgullosa
de lo que yo detesto; pero sí estoy agradecida
hasta por lo que odio cuando se hace
con amoroso designio.
zurcidora de retóricas! ¿Qué significa
eso? Estoy orgullosa y os lo agradezco,
y no os lo agradezco, y sin embargo, no estoy
orgullosa... Lo que habéis de hacer
vos, deslenguada señorita, es dejados de
esas jerigoznas de agradecimientos y orgullos,
y aprestar vuestras finitas piernas para
el próximo jueves, á fin de ir con Páris á
la iglesia de San Pedro, ó de lo contrario,
te llevaré arrastrando hasta allí sobre un
zarzo. ¡Quítate de mi presencia, encarroñada
clorótica! ¡Fuera de aquí, ramera,
cara de acelga!
Oídme con benevolencia; una palabra no más.
perdida, criatura ruin y desobediente!
Escucha bien lo que te digo: ó te vas á
la iglesia el jueves, ó nunca más me mires á
la cara. (Julieta hace ademán de querer hablar.) Ni una palabra,
no repliques, no respondas. Siento una comezón en los
dedos... ¡Ah, esposa mía! Apenas nos creíamos
felices por no habernos Dios concedido
más que esta hija; pero ahora veo que
con esta hija única hay de sobra, y que con
ella nos ha caído encima una maldición.
¡Apártate de mi vista, mujerzuela.
Hacéis muy mal, señor, en regañarla
así.
Cerrad el pico, madre prudencia. Idos á
cotorrear con vuestras comadres.
vuestra prosopopeya en el tazón de una
comadre, que aquí no hace falta ninguna.
vuelve loco. De día, de noche, á todas horas,
en toda ocasión, á cada momento, trabajando,
divirtiéndome, solo, en compañía,
siempre fué mi anhelo verla desposada; y
ahora que le habíamos deparado un caballero
de noble alcurnia, de pingüe patrimonio,
joven y educado con el mayor esmero,
henchido (como dicen) de honrosas cualidades,
un hombre; en fin, tan cumplido
como pudiera uno desear; venirnos una miserable
y estúpida quejicosa, una muñeca
llorona, que, al sonreirle la fortuna, diga
por toda respuesta: yo no quiero casarme;
yo no puedo amar; soy demasiado niña; os
ruego me perdonéis. Pero si no queréis casaros,
bueno será mi perdón: ido á pacer
donde os plazca, que en mi casa no pondréis
más los pies. Miradlo bien, pensadlo
bien; yo no acostumbro chancearme. El
jueves se acerca; poneos la mano sobre el
corazón, y reflexionad. Si sois mi hija, os
daré á mi amigo; si no lo sois, ahorcaos,
mendigad, consumíos de hambre y miseria,
morid como un perro en medio de la
calle; pues, por mi alma lo juro, nunca os
reconoceré, ni jamás os aprovechará lo
mío. Tenedlo por seguro, meditadlo bien;
yo no quebrantaré mi palabra.
mire hasta el fondo de mi dolor? ¡Oh, dulce
madre mía, no me rechacéis! Diferid
esta boda un mes, una semana, y donde
no, aparejad mi lecho nupcial en aquel
sombrío panteón do yace TIBALDO.
ni una palabra. Obra como gustes,
pues todo ha concluído entre las dos.
remediará esto? Mi esposo está en la tierra,
mi fe en el cielo: ¿cómo volverá de nuevo
esta fe á la tierra, á no ser que mi esposo,
abandonado en este mundo, me la envíe
desde el cielo? Consuélame, aconséjame.
¡Ah, que haya de emplear el cielo artificios
contra un sér tan débil como yo! Pero
¿qué dices tú? ¿No tienes ni una sola palabra
de alegría? Dame algún consuelo, ama.
desterrado, y apostaría yo el mundo entero
contra nada, á que nunca más él se atreve
á volver aquí para reclamaros; y, de hacerlo,
ha de ser forzosamente de tapadillo.
Estando, pues, las cosas como están ahora,
creo yo que lo mejor será que os caséis con
el conde. ¡Oh! Es un galante caballero. A
su lado, ROMEO es un estropajo. El águila,
señorita, no tiene unos ojos tan verdes,
tan vivos, tan bellos como los de PÁRIS.
Mal haya mi propio corazón si no creo que
seréis dichosa en este segundo matrimonio,
puesto que aventaja al primero; y cuando
no, vuestro primer marido ha muerto, ó
tanto monta como si lo estuviera, teniéndole
vivo y no poder serviros de él.
si no es así, malditos sean los dos.
admirablemente. Vete, y di á mi madre y señora
que, por razón del enojo que causé á mi
padre, he ido á la celda de fray Lorenzo
para confesarme y recibir la absolución.
¿Cuál es mayor pecado: tentarme de tal
guisa á ser perjura, ó vituperar á mi esposo
con esa misma lengua con que mil y mil
veces le había ensalzado sobre toda comparación?
Vete, consejera; de hoy más, tú y mi
corazón estaréis divididos. Voyme á ver
qué remedio me da mi confesor. Si fracasan
todos los restantes medios, por mi
parte quédanme alientos para morir.
ESCENA PRIMERA
muy breve.
no soy tardo ni perezoso para que vaya yo
á moderar su prisa.
todavía la inclinación de la dama. Irregular
es la manera de proceder y no la apruebo.
Tibaldo, y así es que poco le hablé de
amor, pues Venus no sonrie en una mansión
de lágrimas. Pues bien, su padre juzga
peligroso que ella dé así rienda suelta á
su dolor, y con prudente acuerdo acelera
nuestro himeneo á fin de atajar tal inundación
de llanto. Ese pesar que absorbe
en demasía su ánimo en la soledad, tal vez
se aparte de ella mediante la compañía.
Ahora sabéis la razón de tal premura.
yo porque ello debe retardarse. (Alto.)
Ved, caballero, aquí viene la dama hacia
mi celda.
sea yo esposa.
el próximo jueves.
padre?
con vos.
ello, que vos me amáis.
semejante confesión siendo hecha á espaldas
de vos, que si lo fuera á vuestra faz.
lágrimas tu rostro!
lágrimas con eso, pues bastante marchito
estaba antes de sentir sus rigores.
que con tu llanto.
es verdad; y lo que digo yo, lo digo á mi
cara.
(A Fray Lorenzo) ¿Estáis desocupado al
presente, buen padre, ó volveré á la misa
de la tarde?
acongojada hija mía. (A PÁRIS.) Caballero,
os suplicamos nos dejéis solos un
momento.
Julieta, el jueves, temprano, iré á despertaros.
Hasta entonces, adiós; y recibid este
santo beso.
hacerlo, ven á llorar conmigo. No hay esperanza,
ni remedio, ni auxilio para mí.
pesadumbre, que me saca de tino. He sabido
que el jueves próximo, sin que baste
nada á diferirlo, debes enlazarte con ese
conde.
mío, si no me dices cómo puedo yo evitarlo.
Si en tu sabiduría no logras darme un
remedio, aprueba al menos mi determinación,
y con esta daga remediaré al punto mi mal.
Dios unió mi corazón al de ROMEO,
tú enlazaste nuestras manos, y antes
que mi diestra, que tú sellaste para ROMEO,
sea el sello de otro contrato: antes
que con pérfida deslealtad mi fiel corazón
se dirija a otro, este acero acabará con entrambos.
Así que, dame al instante un
consejo nacido de tu dilatada experiencia,
ó de lo contrario, entre mí y el rigor de
mi suerte esta daga sedienta de sangre decidirá
la cuestión arbitrando lo que la autoridad
de tus canas y de tu saber no pudo
llevar á honroso término... No seas tan
tardo en hablar; tárdame el morir si lo que
vas á expresar no habla de remedio.
cierta esperanza que exige una resolución
tan desesperada, como desesperado es
el mal que intentamos prevenir. Si, antes
que dar la mano al conde Páris, tiene suficiente
fuerza de voluntad para quitarte
la vida, es probable que te resuelvas á
arriesgarte á un simulacro de muerte para
rechazar semejante deshonor, tú que, para
huir de él, te arrojas á la muerte misma.
Si á ello te atreves, yo te daré el remedio.
Páris, que me arroje yo de lo alto de las
almenas de un torreón; que me pasee
por los caminos infestados de bandoleros; dime
que vaya á echarme entre ponzoñosas serpientes;
encadéname junto con rugientes
osos; enciérrame de noche en un osario
todo cubierto de crujientes huesos de
difuntos, de ennegrecidas canillas y armarillentas
calaveras descarnadas; mándame
que vaya á meterme en una huesa recién
cavada, y que me amortaje juntamente con
un cadáver; cosas que, al oírlas, me horripilaban,
y yo lo haré, sí, lo haré sin temor
ni vacilación alguna, á trueque de vivir
como esposa sin mancilla de mi dulce
amor.
á tu casa; muéstrate jovial, y consiente en
casarte con PÁRIS. Mañana es miércoles;
mañana por la noche procura recogerte
sola, no permitas que tu nodriza se quede
contigo en tu estancia. Luego que te hayas
acostado, toma este pomito y bebe hasta la
última gota este destilado licor. Al punto
correrá por tus venas todas un humor frío
y letárgico, que se apoderará de tus espíritus
vitales. Así es que ningún pulso
conservará su movimiento natural, antes
dejará de latir; ni calor ni aliento testificarán
que tú vives; las rosas de tus labios y
mejillas se marchitarán hasta quedar cual
pálida ceniza; las ventanas de tus ojos se
cerrarán como cuando las cierra la muerte
á la luz de la vida. Cada uno de tus miembros,
privado de flexible gobierno, quedará
yerto, rígido y frío como el de un cadáver;
y en tal simulada apariencia de contraída
muerte permanecerás por espacio de cuarenta
y dos horas, y luego despertarás como
de un plácido sueño. Ahora bien, cuando
por la mañana vaya el novio á hacerte levantar
del lecho, te encontrará muerta.
Entonces, según la usanza de nuestro país,
ataviada con tus mejores galas y descubierta
en el féretro, serás conducida á la
antigua cripta en donde reposa toda la familia
de los Capuletos. En el interín, antes
que tú despiertes, ROMEO se informará
por cartas mías de nuestro plan, y vendrá;
él y yo esperaremos antentos tu despertar,
y aquella noche misma ROMEO te llevará
á Mantua. Esto te librará de esa inminente
deshonra, si algún efímero capricho o algún
temor mujeril no abate tu ánimo en
el momento de obrar.
de temor.
pues, y retírate. Sé firme y afortunada en
tu resolución. Yo despacharé sin tardanza
un fraile á Mantua, con cartas mías para
tu esposo.
y la fortaleza me proporcionará remedio! Adiós,
amado padre.
ESCENA II
(Al Criado 2º) Y tú, buena pieza, ve á ajustarme
veinte hábiles cocineros.
pues yo experimentaré si se chupan los dedos.
así?
aquel que no se chupa los dedos; y así,
aquel que no se chupe los dedos no me lo
llevo conmigo.
La fiesta nos va á coger muy
desprevenidos esta vez. – Y bien, ¿fué mi hija
á ver á fray Lorenzo?
ella algún bien. ¡Pero qué díscola y voluntariosa
es la muy bribona!
¡Qué cara más risueña!
fuiste á corretear?
del pecado de desobediente oposición á
vos y á vuestros mandatos, y según me lo
ha prescrito el santo fray Lorenzo, vengo á
postrarme á vuestras plantas implorando
perdón. ¡Perdonadme, os lo ruego! En lo
sucesivo me dejaré siempre gobernar por
vos.
informarle de esto. Mañana por la mañana
quiero tener anudado este nudo.
de fray Lorenzo, y le ofrecí el afecto que
buenamente podía yo ofrecerle sin rebasar
los límites de la honestidad.
marcha á las mil maravillas. Levántate; la
cosa va en toda regla. Quiero ver al conde.
Sí, pardiez; id, digo, y traedle acá. Juro á
Dios que toda esta ciudad queda muy obligada
á este venerable y santo religioso.
gabinete para ayudarme á escoger aquellas
indispensables galas que tú creas convenientes
para ataviarme yo mañana?
tiempo suficiente.
á la iglesia.
terminar nuestros preparativos. Ya es casi
de noche.
reposo, y todo marchará bien; yo te lo garantizo,
esposa mía. Vete al cuarto de Julieta,
ayúdala á engalanarse. Yo no me
acostaré esta noche; dejadme solo y á mi
gusto; por esta vez quiero hacer de ama de
casa. ¡Hola! ¡eh!... Todos se fueron: No importa,
iré yo mismo á ver al conde Páris,
a fin de prevenirle para el día de mañana.
Mi corazón se ha regocijado de un modo
prodigioso desde que esa díscola rapazuela
se ha amansado así.
ESCENA III
te ruego, buena ama, que me dejes sola
esta noche, pues necesito orar mucho para
mover a los cielos a sonreirme en mi situación,
que, bien lo sabes tú, es azarosa y
llena de pecado.
¿necesitáis de mi ayuda?
menester que exige mañana nuestra condición.
Y así, tened á bien dejarme ahora
sola, y permitid que esta noche el ama la
pase con vos, pues seguro estoy de que
vuestras manos no estarán un punto ociosas
en esa tan apremiante tarea.
y descansa, que bien lo necesitas.
volveremos á vernos. (Cierra la puerta.)
Siento un vago y glacial temor que me da
estremecimientos al correr por mis venas,
y casi hiela en mí el calor de la vida. Voy
á llamarlas á mi lado para que me infundan
valor. ¡Ama!... Pero ¿qué ha de hacer
ella aquí? Forzoso es que yo sola represente
mi tremendo drama... Ven, redoma... ¿Y
si este brebaje no obra efecto alguno? ¿Será
preciso entonces desposarme yo mañana con
el conde? No, no; esto lo impedirá. Quédate aquí. (Sacando una daga de su seno, y dejándola junto al lecho.)
¿Y si fuera esto una
ponzoña que arteramente me hubiese proporcionado
el fraile para darme la muerte
por miedo á la deshonra que le causaría
esta boda después de haberme casado él
con ROMEO? Recelo que sí... pero no, imagino
que no debe de serlo, pues siempre
ha dado él pruebas de ser un santo varón.
No quiero abrigar pensamiento tan
ruin..... ¿Y si una vez depositada en la
tumba, me despierto antes de venir ROMEO
á libertarme? ¡Trance horrendo! ¿No habré
de ahogarme entonces en aquel antro
subterráneo, por cuya infecta y espantosa
boca ningún aire salubre penetra, y morir
sofocada antes de llegar mi ROMEO? Y dado
que yo viva, ¿no es muy probable que
la aterradora idea de la muerte y de la
noche, juntamente con el pavor que inspira
aquel sitio, una cripta, un antiguo calavernario,
en donde por espacio de muchos
centenares de años se han ido hacinando
las osamentas de todos mis sepultos antepasados;
allí donde, cubierto de sangre y
recién enterrado, yace Tibaldo pudriéndose
en su mortaja; adonde, según cuentan,
á ciertas horas de la noche concurren los
espíritus... ¡ay! no es probable que yo, al
despertarme tan presto, entre pestilentes
emanaciones y unos chillidos semejantes
á los de la mandrágora al ser arrancada de
la tierra, que enloquecen á los mortales que
los oyen, ¡oh! si entonces me despierto,
no se trastornará mi razón al verme yo
cercada de todos esos espeluznantes horrores?
¿No sería posible que en mi delirio
jugara yo con los restos de mis antepasados
y arrancara de su mortaja al desfigurado
Tibaldo, y que, poseída de tal frenesí, con
un hueso de alguno de mis abuelos, á guisa
de clava, me hiciera saltar los desesperados
sesos? ¡Ah! ¿Qué es lo que miro?
Paréceme que veo el espectro de mi primo
acosando á ROMEO, que atravesó su cuerpo
con la punta de una espada... ¡Tente, Tibaldo,
tente!... ¡ROMEO, ROMEO! Voy á
reunirme contigo. Aquí está el licor: ¡lo
bebo á tu salud!
ESCENA IV
y tráeme más especias.
membrillos.
ha cantado ya por segunda vez, y ha sonado
la campana de la queda; son las tres.
Cuida de los pasteles, buena Angélica,
y no repares en gastos.
cama. A buen seguro mañana os váis á
sentir mal por haber trasnochado.
Otras veces, con menos motivo, he pasado
en vela toda la noche, y nunca me sentí
mal.
nocturnas habéis sido en vuestro tiempo!
Pero ya os vigilaré yo para que no
veléis ahora así.
no sé qué cosas son.
galopín, anda á buscar fogotes más secos. Llama
á Pedro, y te dirá en dónde los hay.
sabrá encontrar los fogotes sin necesidad
de molestar á Pedro por tal cosa.
ahí un hideputa bien chusco. ¡Ja, ja! A
este paso acabarás por ser un zoquete de
pies á cabeza... Por mi santiguada, que
es ya de día, y el conde va á llegar de un
momento á otro con la música, según lo
prometió... (Suena música dentro) Oigo
que se acerca. ¡Eh! ¡ama! ¡esposa!... ¿No
oís? ¡Eh, ama, digo!
engalanadla bien. Yo voy á charlar con PÁRIS.
Corred, daos prisa, daos prisa, que ya
está aquí el novio. Despachad, digo.
ESCENA V
¡Vamos, señorita!... ¡Julieta!... Duerme como
un poste, no hay duda. ¡Eh, corderita! ¡Eh,
señora!... ¡Vaya, vaya, dormilona!... ¡Ea,
prenda!... ¡Vaya, digo!... ¡Señora! ¡corazón
mío!... ¡Vamos, señora novia!... ¿Ni por
esas? ¿ni una palabra?... Ahora estáis
aprovechando vuestras miajitas de sueño.
Dormid, dormid una semana sin parar, pues
la noche que viene, yo os lo aseguro, el
conde Páris está decidido á no dejaros apenas
descansar. ¡Dios me perdone! ¡Ay sí,
amén!... Pero¡qué sueño más pesado! Nada,
tendré yo que despertarla. ¡Señorita...
señorita... señorita...! Sí, dejad que el conde
os coja en la cama; valiente susto os va á
dar, á fe, ¿no es cierto? (Descorre las cortinas.)
¡Cómo! ¡Engalanada y con el vestido
puesto! ¡y otra vez acostada! No hay más,
será menester que os despierte.
(Sacudiéndola.) ¡Señorita,... señorita,... señorita!...
¡Triste de mí! ¡Triste de mí! ¡Socorro,
socorro! ¡La señorita está muerta! ¡Oh, qué
calamidad! ¡Ojalá nunca hubiera yo nacido!
¡Ay! Dadme un poquito de aguardiente...
Venid, señor, señora.
mi única vida, revive, abre los ojos, ó voy
á morir contigo. ¡Favor! ¡Socorro! ¡Pedid
auxilio!
Julieta; su esposo ha llegado ya!
¡Qué desgracia!
muerta, muerta!
de mí! Está fría; su sangre no circula;
sus miembros están yertos; la vida huyó
de esos labios largo tiempo ha; la muerte
hase posado sobre ella, cual intempestiva
escarcha sobre la flor más galana de toda
la pradera. ¡Hora maldita! ¡Infortunado
viejo!
hija para hacerme gemir, traba mi lengua
y no me deja hablar.
volver nunca. (A PÁRIS.) ¡Ay, hijo mío! En la
noche precursora de tus bodas el fantasma
de la muerte hase acostado con tu esposa.
Mírala ahí tendida, flor como era, por
él desflorada. Ese horrible fantasma es mi
yerno, es mi heredero; con él se ha desposado
mi hija. Quiero morir, y se lo dejaré
todo á él; vida, hacienda, todo es de
la muerte.
faz de este día, para que me ofreciera él
un espectáculo semejante?
execrable! Hora la más infausta que
jamás vieron los tiempos en el incesante y
penoso trabajo de su peregrinación. Sólo
tenía yo una hija ¡pobrecilla! Una infeliz y
amante hija; una criatura que era mi alegría
y mi consuelo, y la despiadada muerte
la ha arrebatado de mi vista!
malaventurado, malaventurado día! ¡El día
más fatal, el más doloroso día que nunca,
nunca yo haya visto! ¡Qué día! ¡qué día!
¡qué día!¡qué abominable día! Jamás se
vió tan negro día como este. ¡Oh día de
dolor! ¡oh día de dolor!
asesinado! ¡Oh muerte mil veces
aborrecible! ¡Burlado por ti; por ti, cruel,
cruel, completamente anonadado! ¡Oh,
amor! ¡oh vida! ¡No ya vida, sino amor en
la muerte!
torturado, matado! Hora aciaga,
¿cómo viniste á destruir, á exterminar
nuestra solemne fiesta? ¡Oh, hija, hija mía!
¡Alma mía, que no hija mía! ¡Estás muerta!...
¡Muerta!... ¡Ay, mi hija no existe ya,
y con mi hija se han sepultado mis alegrías
todas!
es ese? El remedio de la confusión no
está en esas confusiones. El cielo y vosotros
teníais parte en esta agraciada niña;
ahora el cielo poséela toda entera, y esto
es para ella el mayor beneficio. La parte
que en ella teníais no pudisteis preservarla
de la muerte, mientras que el cielo guarda
su parte en la vida eternal. Lo que vosotros
más anhelabais era su encumbramiento,
pues el verla á ella enaltecida hubiera
sido vuestra gloria. ¿Y lloráis ahora
viéndola exaltada sobre las nubes y encumbrada
hasta el mismo cielo? ¡Oh! Amando
así, amáis tan mal á vuestra hija que enloquecéis
al verla feliz. No es la mejor esposa
aquella que vive desposada largo tiempo,
sino la desposada que muere siendo joven
esposa. Enjugad, pues, esas lágrimas, y
depositad vuestro romero sobre este
bello cadáver, y luego, como de costumbre,
adornado con todas sus mejores galas,
conducidlo á la iglesia; pues si bien la
apasionada naturaleza nos fuerza á
lamentarnos todos, las lágrimas de la naturaleza
son objeto de ludibrio para la razón.
fiesta, desciándose de su oficio, sirve para
el triste funeral; nuestros instrumentos
músicos truécanse en melancólicas campanas;
nuestro festín de bodas en luctuoso
banquete funerario; nuestros solemnes epitalamios
en lúgubres endechas; nuestras
flores nupciales son para un sepultado
cadáver, y todas las cosas múdanse en sus
contrarias.
seguidle; id vos también, conde PÁRIS.
Apréstense cada cual á acompañar á su tumba
este hermoso cadáver. El cielo se os
muestra ceñudo por alguna ofensa; no le
enconéis más contrariando sus altos designios.
caramillos, y largarnos con la música
á otra parte.
buena gente, porque, ya lo véis, este es un
caso muy triste.
arreglarse tan fácilmente como una
cassa di viola.
feliz, corazón feliz.¡Ay! Si no queréis que
yo muera, tocadme: Corazón feliz.
corazón, por su parte, tañe: Mi corazón está
lleno de dolor. ¡Oh! Tocadme alguna
endecha bien alegre para consolarme,
ésta ocasión de tocar.
será bien sonada, por cierto.
es una leccioncita de solfeo que os dará
que rascar, y no el violín.
en vuestra mollera. Ea, re-la-mi-do, que
ya me carga tanto oíros tocar el violón, y os
voy á marcar el compás sobre las costillas.
¿Tomáis nota de lo que os digo?
seréis vos quien tomará nota de nosotros.
daga, y sacad á relucir vuestra agudeza.
mi agudeza. Os voy á dejar aplastados con
una agudeza acerada, y envainaré mi daga
de acero. A ver si me contestáis como hombres:
Cuando punzante dolor el corazón lacera,
– y negras melancolías la mente oprimen, – entonces
la música con su son argentino...
¿Por qué dice son argentino? ¿por qué
la música con su son argentino? A ver, ¿qué
decís vos, Simón Bordón?
dulce sonido.
Rabel?
los músicos suenan por el argento.
Alma-de-Violín?
vos sois el cantor. Pues bien, lo diré
por vos. Se dice: la música con su argentino,
porque los músicos no hacen sonar el oro. (Canta.)
Entonces la música con su son argentino,
–- con su pronto remedio presta eficaz consuelo.
Venid; entrémonos por aquí. Aguardaremos
el cortejo fúnebre, y luego nos
quedaremos á comer.
ESCENA PRIMERA
del sueño, mis ensueños auguran
próximas y faustas nuevas. Plácidamente
sentado en su trono está el señor de mi
pecho, y todo este día una insólita animación
me eleva por encima de la tierra
con pensamientos placenteros. Soñé que
venía mi esposa y me encontraba muerto
(¡sueño portentoso, que concede á un muerto
la facultad de pensar!), y con sus besos
infundía en mis labios una vida tal que yo
revivía y era emperador. ¡Ah! ¡Cuán
dulce es la posesión del sér amado, cuando
su sola sombra es tan rica en deleites! Entra BALTASAR, con botas de montar.
¡Nuevas de Verona! ¿Qué ocurre Baltazar?
¿No me traes cartas de fray Lorenzo? ¿Cómo
está mi señora? Y mi padre, ¿está bien?
¿Cómo lo pasa mi Julieta? Te lo pregunto
por segunda vez, pues nada puede ir mal
si ella está bien.
puede ir mal. Su cuerpo reposa en el panteón
de los Capuletos, y su parte inmortal
vive con los ángeles. Yo la ví depositar en
el fondo de la cripta de su familia, y sin
dilación tomé la posta para instruiros de
ello. ¡Oh! Perdoname si os traigo estas
dolorosas nuevas, señor, puesto que tal
misión me confiastéis.
vosotros, astros. (A Baltasar.) Tú sabes
mi alojamiento; procúrame tinta y papel,
y alquila caballos de posta. Esta noche
quiero partir.
Vuestro semblante pálido y desencajado
anuncia algún desastre.
que te ordeno. ¿No tienes para mi carta
alguna de fray Lorenzo?
al momento seré contigo. (Vase Baltasar.)
Sí, Julieta; esta noche reposaré
á tu lado. Tracemos los medios... ¡Oh mal,
cuán presto te insinúas en el pensamiento
de los hombres desesperados! Recuerdo un
boticario (y por aquí cerca vive), á quien
vi poco ha con harapiento ropaje y tétrica
mirada cogiendo hierbas medicinales.
Demacrado era su rostro; acerba miseria
habíale consumido hasta los huesos. Del
techo de su mezquina tienda pendían una
tortuga, un caimán disecado y otras pieles
de peces disformes; en sus anaqueles había
un pobre surtido de cajas vacías, tarros de
tierra verde, vejigas y mohosas simientes,
trozos de bramante y viejos panes de rosas,
todo ello con escasez y bien separado para
hacer más ostentación. Advirtiendo tal penuria,
dije para mí: si un hombre necesitara
en este momento un veneno, cuya
venta en Mantua se castiga inmediatamente
con la muerte, aquí vive un pobre miserable
que se lo expendería. ¡Oh! Este
mismo pensamiento no hacía sino adelantarse
á mi necesidad, y este mismo hombre
necesitado es quien ha de vendérmelo.
Si mal no recuerdo, ésta debe de ser la
casa Como es hoy disanto, la puerta del
mísero está cerrada. ¡Hola! ¡Ah de casa! ¡boticario!
llama tan recio?
indigente. Toma; ahí van cuarenta ducados,
y despáchame una dosis de veneno,
una substancia de efectos tan rápidos
que, al difundirse por todas las venas, caiga
muerto aquel que, hastiado de la vida,
la tomara, y que el cuerpo quede descargado
de aliento con igual violencia que la
impetuosa pólvora inflamada se precipita
fuera de las entrañas del cañón destructor.
pero las leyes de Mántua castigan con la
muerte á quien las expenda.
miseria, ¿y aun temes morir? El hambre se
muestra en tus mejillas; la indigencia y la
estrechez asómanse famélicas á tus ojos; el
desprecio y la pobreza pesan sobre tus
espaldas; ni el mundo ni las leyes mundanas
son tus amigos; el mundo no estatuye ley
alguna para enriquecerte; así que, no seas
pobre, antes quebranta la ley y toma este oro.
voluntad, consiente.
y bebedlo hasta la última gota, y así tuviérais
la fuerza de veinte hombres, os despacharía
en un instante.
veneno más funesto para el alma de los
hombres, y que ocasiona más muertes en
este mundo abominable que esas pobres
mixturas que no te es lícito despachar. Soy
yo quien vende á ti el tósigo, no me lo has
vendido tú á mí. Adiós. Cómprate alimentos
y recobra tus carnes. Ven, cordial, no
veneno; ven conmigo á la tumba de Julieta,
que allá es donde yo debo hacer uso de ti.
ESCENA II
¡Hermano! ¡Eh!
Juan. Bien venido seas de Mántua. ¿Qué
dice ROMEO? O, si es que está escrito su
pensamiento, dame su carta.
acompañara, un hermano descalzo de nuestra
Orden, que se hallaba en esta población
visitando á los enfermos, y al topar con él,
los celadores de la ciudad, sospechando
que los dos habíamos estado en
una casa donde reinaba la infecciosa pestilencia,
sellaron las puertas y no nos permitieron
salir. De modo que aquí quedó
atajada mi presteza para ir á Mantua.
ROMEO?
vez. Tampoco pude encontrar mensajero
alguno para traértela, tanto era el temor
que tenían todos al contagio.
Orden, no era trivial la carta, antes bien
contenía un mensaje de suma importancia
y cuyo descuido puede acarrerar un gran
peligro. Vete, hermano Juan; procúrame
una palanca de hierro y tráela sin dilación
á mi celda.
vaya solo al panteón. Dentro de tres horas
se despertará la hermosa JULIETA. ¡Qué de
maldiciones me va á echar ella por no haber
tenido ROMEO noticia de estos sucesos!
Pero escribiré de nuevo á Mantua, y á ella
la guardaré en mi celda hasta la llegada de
ROMEO. ¡Pobre cadáver viviente encerrado
en la tumba de un muerto!
ESCENA III
Retírate y permanece á alguna distancia de
aquí. Pero no, apaga esa luz, pues no
quiero ser visto. Tiéndete al pie de aquellos
tejos, y aplica el oído al hueco suelo,
pues estando éste reblandecido é inconsistente
á fuerza de cavar fosas en él, ninguna
planta pisará el cementerio sin que
tú lo oigas. Si tal sucede, da un silbido en
señal de que oyes acercarse alguno. Dame
acá esas flores. Véte, y haz cuanto te dije.
solo aquí en el cementerio; no obstante,
voy á aventurarme.
de flores (¡ay dolor! polvo y piedras son tu
pabellón), que con agua olorosa acudiré á
regar todas las noches, ó á falta de ella, con
lágrimas destiladas por mis quejidos; las
exequias que por ti celebraré todas las noches,
serán llorar y esparcir flores sobre tu
sepulcro. (El paje silba.) El paje da aviso
de que alguien se acerca. ¿Qué pie maldito
vaga esta noche por este sitio para interrumpir
mis exequias y el culto del verdadero
amor? ¡Qué! ¡Con una antorcha!
Encúbreme noche, con tu velo por un instante.
Atiende: toma esta carta, y por la mañana
muy temprano procura entregarla á
mi padre y señor. Dame la luz. Por tu vida
te prevengo que, sea lo que fuere que tú
oigas ó veas, permanezcas alejado de aquí,
y no me interrumpas en mi tarea. La razón
de bajar yo á este lecho de muerte, en
parte es para contemplar el rostro de mi
señora, pero principalmente para quitar de
su dedo sin vida una sortija preciosa, una
sortija que yo necesito para cierto uso de
importancia. Así pues, vete, aléjate de
aquí. Mas si tú, receloso, vuelves á este
sitio para acechar lo que luego intento
hacer, júrote por los cielos que voy á
descuartizarte miembro por miembro, y
esparcir tus restos por este hambriento cementerio.
Cual la hora, mis designios tienen
una crueldad salvaje; son mucho más
feroces é implacables que los tigres famélicos
y el bramador océano.
(entregándole una bolsa de dinero); vive
y sé dichoso. Adiós, buen compañero.
ocultarme cerca de aquí. Sus miradas me
asustan, y sus intentos me dan que recelar.
repleto del más exquisito bocado de la
tierra, así fuerzo yo á abrirse tus podridas
quijadas, y á despecho tuyo, voy á atiborrarte
de nuevo pasto.
Montesco que asesinó al primo de
mi dama; y del dolor que esto le causara
se presume que sucumbió esa bella criatura.
Y aquí ha venido á cometer alguna torpe
profanación con los muertos. Voy á
prenderle. (Adelantándose.) ¡Cesa en tu
sacrílego empeño, vil Montesco! ¿Ha de
llevarse la venganza aun más allá de la muerte?
¡Maldito villano, date preso! Obedece
y sígueme, porque debes morir.
Bueno y noble mancebo; no tientes á un
hombre desesperado. Huye de aquí y déjame
en paz. Piensa en esos que partieron
de este mundo, y que ellos te infundan temor.
Te lo suplico, garzón, no acumules
un nuevo pecado sobre mi cabeza exasperándome
hasta el furor. ¡Oh, vete! Por el
cielo te juro que te aprecio más que á mí
mismo, pues armado contra mí mismo he
venido yo aquí. No te detengas, aléjate de
este sitio. Vive, y dí luego que la clemencia
de un loco te instó á que huyeras de aquí.
prendo por felón.
¡defiéndete, rapaz!
la ronda.
abre esa tumba y déjame al lado de
JULIETA.
cerca ese rostro. ¡El pariente de Mercucio,
el noble conde Páris!... ¿Qué me decía mi
criado mientras cabalgábamos, cuando mi
alma violentamente combatida no le atendía?
Contábame creo, que Páris tenía que
desposarse con JULIETA. ¿No era eso lo que
dijo, ó lo habré yo soñado? ¿O es que soy
un insensato, que oyéndole hablar de
Julieta, imaginé tal cosa? – ¡Oh, dame la mano,
tú, que como yo, fuiste inscrito en el
libro del amargo infortunio! Yo te sepultaré
en una tumba espléndida. ¡Qué digo
tumba! ¡Ah, no! una linterna, joven
víctima, pues aquí descansa Julieta, y su
hermosura hace de esta cripta un regio saló
de fiestas radiante de luz. Muerte,
yace ahí enterrada por un muerto.
(Colocando á Páris en la tumba.) – ¡Cuántas
veces, cuando los hombres están á punto
de morir han experimentado cierta alegría!
A esto llaman sus enfermeros el relámpago
precursor de la muerte. ¡Ah! ¿Cómo
puedo yo llamar eso un relámpago?
(Contemplando á Julieta.) ¡Oh, amor mío,
esposa mía! La muerte, que ha libado el néctar
de tu aliento, ningún poder ha tenido aún
sobre tu belleza. Tú no has sido vencida;
la enseña de la hermosura todacía ostenta
su carmín en tus labios y mejillas, y el
pálido estandarte de la muerte no ha sido
aún enarbolado aquí. ¡Y tú, Tibaldo, ¿no
yaces ahí envuelto en tu sangrienta mortaja?
¡Ah! ¿Qué mayor merced puedo yo hacerte
que con aquella mano que segó tu
vida en flor, tronchar la del que fué tu
enemigo? ¡Perdóname primo! – ¡Ah, Julieta
idolatrada! ¿Por qué eres aún tan bella?
¿Habré yo de pensar que el incorpóreo
fantasma de la muerte se ha prendado
de ti, y que ese descarnado mostruo
aborrecible te guarda en esas tinieblas para
hacer de ti su concubina? Por temor de
eso quiero permanecer siempre á tu lado,
y nunca más salir de este alcázar de sombría
noche. Aquí, aquí yo quiero quedarme
con los gusanos que forman tu servidumbre.
¡Oh, sí! Aquí fijaré yo mi
eterna morada, librando así del yugo de
adversos astros esta carne hastiada del mundo.
— Ojos míos, mirad por vez postrera!
Brazos, dad vuestro último abrazo! Y vosotros,
labios, puertas del aliento, sellad con
un legítimo beso un contrato ilimitado
con la muerte que todo lo acapara.
(Cogiendo la redoma.) ¡Ven, amargo conductor;
ven, austero guía! Tú, desesperado
piloto, lanza ahora de golpe, para que vaya
á estrellarse contra las rompientes, tu maltrecho
bajel, cansado de navegar! ¡Brindo
por mi amada! (Bebe.) – ¡Oh, veraz boticario!
Activas son tus drogas... ¡Así muero...
con un beso!
¡Cuántas veces han tropezado esta
noche con las tumbas mis añosos pies!
¿Quién está ahí? ¿Quién es ése que tan á
deshora acompaña á los muertos?
vuestro, y uno que os conoce bien.
buen amigo: ¿qué antorcha es aquella que
en balde presta su luz á los gusanos y á las
calaveras sin ojos? Si mal no distingo, arde
en el panteón de los Capuletos.
mi amor, á quien vos apreciáis.
que yo esté aquí, y me ha amenazado
terriblemente de muerte si me quedaba yo
para acechar sus intentos.
(Aparte.) Apodérase de mí el espanto.
¡Ah! Mucho temo un accidente funesto.
aquel tejo, soñaba que mi amo se batía con
otro, y que mi amor le mataba.
de mí! ¿Qué sangre es ésa que tiñe el marmóreo
umbral de este sepulcro? ¿Qué significan
estos aceros enrojecidos, que yacen
abandonados y sangrientos en esta
mansión de paz? (Entra en el panteón.) ¡ROMEO!
¡Oh, está, pálido!...¿Quién más? ¡Cómo!
¿París también? ¡Y bañado en sangre! ¡Ah!
¿Qué hora despiadada es culpable de este
lance desastroso?... La dama se mueve...
mi dueño? Bien recuerdo el sitio en que
debía yo hallarme, y en él me hallo. Pero
mi ROMEO ¿dónde está?
de ese antro de muerte, pestilencia y sueño
contranatural. Un poder superior, que no
podemos nosotros contrastar, ha desbaratado
nuestros designios. Ven, salgamos de
este sitio. Ahí en tu seno yace tu esposo
exánime, lo propio que PÁRIS. Ven, yo te
haré ingresar en una comunidad de santas
religiosas. No te detengas en interrogarme,
pues la ronda se avecina. ¡Ea, ven, buena
JULIETA. (Ruido dentro más cerca.) No me
atrevo á esperar más.
de aquí. – ¿Qué es eso? ¿Una copa
fuertemente apretada en la mano de mi
fiel amado? El veneno, según veo, ha sido
la causa de su fin prematro. ¡Ah, ingrato!
¿Todo lo apuraste, sin dejar para mí una
sola gota benéfica que me ayude á seguirte?
Besaré tus labios. Tal vez haya quedado en
ellos un resto de ponzoña, que me haga morir
con un cordial. (Le besa.) Tus labios
están calientes aún.
dónde?
¡Oh, daga bienhechora. Esta es tu vaina. (Se hiere.)
Enmohécete aquí y haz que
yo muera.
antorcha.
todo el cementerio. Id, algunos de
vosotros, y prended á quienquiera que
encontréis. (Vanse algunos Guardias) ¡Qué
lastimoso espectáculo! Aquí yace asesinado
el conde, y aquí Julieta chorreando sangre,
caliente aún y recién fallecida, después de
haber estado aquí dos días sepultada. Id á
prevenir al Príncipe; corred al palacio de
Capuleto; despertad á los Montescos; que
indaguen algunos otros (Vanse otros Guardias.)
Vemos donde han acontecido esos
desastres; mas ¿por dónde se han originado
todos esos lamentables desastres? No es
posible descubirlo sin conocer los detalles.
hemos encontrado en el cementerio.
que venga el Príncipe.
suspira y llora. Le hemos quitado esta piqueta
y este azadón cuando él venía de este
lado del cementerio.
fraile también.
tanto que así á nuestra persona despierta
del sueño matinal?
en todas partes?
¡ROMEO! Unos; otros, ¡Julieta! Y
otros, ¡Páris! Y corren todos con grandes
clamores hacia nuestro panteón.
sobresalto en nuestros oídos?
PÁRIS asesinado; ROMEO ya cadáver, y
JULIETA, que había muerto ya, caliente aún
y recién matada.
ha ocurrido esta horrenda matanza.
del difunto ROMEO con unas herramientas
que llevaban, propias para abrir las tumbas
de esas cadáveres.
como sangra nuestra hija! Esta daga
ha errado la senda (pues ved, su vaina está
vacía en la espalda de Montesco), y se ha
envainado por error en el pecho de mi
hija.
de muerte es como una campana que llama
mi vejez al sepulcro.
levantado tempranamente para ver caído
más tempranamente aún á tu hijo y heredero.
expirado esta noche. La pesadumbre motivada
por el destierro de mi hijo cortó su
aliento. ¿Qué nuevo dolor conspira contra
mi ancianidad?
son ésas, de lanzarte á la tumba antes
que tu padre?
boca, hasta que veamos aclarados
estos misterios y sepamos su origen, su
causa, su verdadera sucesión; y entonces
seré yo caudillo de vuestros duelos y os
guiaré hasta á la muerte si preciso fuere.
Mas en el interín, conteneos, y haced que
la desventura sea esclava de la resignación.
Traed á mi presencia los individuos
sospechosos.
el menos capaz de cometer actos tales. No
obstante, soy en el alto grado sospechoso,
pues la hora y el luegar deponen contra mí
en esa monstruosa carnicería; y aquí me
tenéis dispuesto á acusarme y defenderme,
siendo yo mismo quien se condena y quien
se disculpa.
sobre el caso.
plazo que me resta de vida no es tan dilatado
como el enojoso relato del suceso.
ROMEO, ahí muerto, era esposo de esa Julieta
que véis; y ella, ahí difunta, era de
ese ROMEO fiel consorte. Yo los desposé, y
el día de su secreto himeneo fué el postrer
día de Tibaldo, cuya prematura muerte
fué causa de salir desterrado de esta ciudad
el novel esposo, por quién, y no por
Tibaldo, languidecía JULIETA. Vos, Capuleto,
á fin de alejar de ella aquel asalto de
dolor, la prometísteis al conde Páris, y os
empeñásteis, mal de su grado, en casarla
con él. En esto, acude ella á mí, y con
descompuesto semblante me suplica que trace
yo algún arbitrio para librarla de este segundo
matrimonio, ó de lo contrario, allí
mismo, en mi celda, se quitaría ella la
vida. En tal situación, aleccionado por mi
arte, ofrecíle una bebida soporífera, la que
obró cual yo esperaba, pues produjo en
ella la apariencia de la muerte. Entre tanto,
escribó á ROMEO para que viniera aquí
esta misma noche fatal, á fin de ayudarme
á sacar á Julieta de su falta tumba, por ser
el tiempo en que debía cesar la fuerza del
narcótico. Pero el portador de mi carta,
fray Juan, vióse detenido por un accidente
casual, y ayer noche me devolvió mi escrito.
Entonces yo solo, á la hora prefijada
del despertar de Julieta, he acudido á sacarla
de la cripta de sus mayores, con el
intento de guardarla secretamente en mi
celda hasta que yo entontrara oportunidad
para enviar recado á ROMEO. Mas cuando
he llegado, breves minutos antes del momento
de que despertara ella, yacían aquí
muertos prematuramente el noble Páris y
el fiel ROMEO. Despiértase Julieta; yo la
instaba á que saliera de allí y soportara
con resignación este golpe de los cielos,
mas en aquel punto hase oído un rumor
que me ha hecho huir sobresaltado de la
tumba. Ella, harto desesperada, resistíase
á seguirme, y según todas las apariencias,
ha atentado violentamente contra sí misma.
Esto es todo cuanto sé, y respecto al
casamiento, la nodriza de Julieta está en el
secreto. Si en este suceso alguna cosa ha
salido mal por mi culpa, sea sacrificada mi
caduca existencia breves horas antes de su
término, bajo el rigor de la más severa ley.
santo varón. ¿Dónde está el criado de ROMEO?
¿Qué puede manifestar sobre esto?
muerte de Julieta, y en seguida, corriendo
la posta, vino él de Mántua á este mismo
sitio, á este mismo panteón. Me ordenó
que muy de mañana entregara esta
carta á su padre, y en el momento de entrar en la
cripta me ha amenazado de muerte si yo
no partía y le dejaba solo allí.
¿Dónde está el paje del conde, el
que llamó á la ronda? Dí, muchacho: ¿qué
hacía tu amo en este sitio?
sobre la tumba de su dama. Ordenóme
que permaneciera á alguna distancia, y así
lo hice. A poco, viene un hombre con una
luz á abrir el panteón, y un instante después
mi amo le acomete con la espada desnuda,
y al punto he ido corriendo á llamar
la ronda.
del fraile. En ella se relatan los incidentes
de tales amores, las nuevas de la muerte
de Julieta, y aquí escribe ROMEO que compró
á un pobre boticario un tósigo con el
cual vino á esta cripta para morir y reposar
al lado de su amada... ¿Dónde están
esos enemigos? ¡Capuleto! ¡Montesco! Ved
qué castigo ha caído sobre vuestros rencores.
El cielo ha encontrado manera de matar
vuéstras alegrías por medio del amor.
Y yo, por haber cerrado los ojos ante vuestras
discordias, también perdí á dos de mis
deudos. Todos sufrimos nuestro castigo.
mano. Esta es la viudedad de mi hija. Nada
más puedo pedor.
Erigiré á Julieta una estátua de oro purísimo,
para que mientras Verona sea conocida
por este nombre, ninguna efigie sea tenida
en tan alto aprecio como la de la fiel
y constante Julieta.
ROMEO al lado de su esposa. ¡Pobres víctimas
sacrificadas á nuestra enemistad!
esta aurora; á causa de su duelo el sol no
mostrará su faz. Salgamos de aquí para
que hablemos más largamente de estos
lamentables sucesos. A unos les alcanzará el
perdón, á otros el castigo; pues nunca
hubo más dolorosa historia que la de Julieta
y su ROMEO.
