Dos meses ha que pasó
la pascua, que por abril
viste bizarra los campos
de felpas y de tabís,
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cuando a la puente, que a medias
hicieron, a lo que oí,
Pero Anzures y su esposa,
va todo Valladolid.
Iba yo con los demás,
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pero no sé si volví,
a lo menos con el alma,
que no he vuelto a reducir,
porque junto a la Vitoria
un Adonis bello vi
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que a mil Venus daba amores
y a mil Martes celos mil.
Diome un vuelco el corazón,
porque amor es alguacil
de las almas, y temblé
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como a la justicia vi.
Tropecé, si con los pies,
con los ojos al salir,
la libertad en la cara,
en el umbral un chapín.
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Llegó, descalzado el guante,
una mano de marfil
a tenerme de su mano.
¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí!
Y diciéndome: «Señora,
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tened; que no es bien que así
imite al querub soberbio,
cayendo, tal serafín»,
un guante me llevó en prendas
del alma, y si he de decir
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la verdad, dentro del guante
el alma que le ofrecí.
Toda aquella tarde corta,
digo corta para mí,
que aunque las de abril son largas
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mi amor no las juzgó ansí,
bebió el alma por los ojos
sin poderse resistir
el veneno que brindaba
su talle airoso y gentil.
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Acostose el sol de envidia,
y llegose a despedir
de mí al estribo de un coche
adonde supo fingir
amores, celos, firmezas,
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suspirar, temer, sentir,
ausencias, desdén, mudanzas
y otros embelecos mil,
con que, engañándome el alma,
Troya soy, si Scitia fui.
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Entré en casa enajenada:
si amaste, juzga por ti
en desvelos principiantes
qué tal llegué. No dormí,
no sosegué; pareciome
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que olvidado de salir
el sol ya se desdeñaba
de dorar nuestro cenit.
Levanteme con ojeras
desojada, por abrir
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un balcón, de donde luego
mi adorado ingrato vi.
Aprestó desde aquel día
asaltos para batir
mi libertad descuidada.
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Dio en servirme desde allí;
papeles leí de día,
músicas de noche oí,
joyas recibí, y ya sabes
qué se sigue al recibir.
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¿Para qué te canso en esto?
En dos meses don Martín
de Guzmán, que así se llama
quien me obliga a andar ansí,
allanó dificultades
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tan arduas de resistir
en quien ama, cuanto amor
invencible todo ardid.
Diome palabra de esposo,
pero fue palabra en fin
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tan pródiga en las promesas
como avara en el cumplir.
Llegó a oídos de su padre
(debióselo de decir
mi desdicha) nuestro amor,
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y aunque sabe que nací
si no tan rica, tan noble,
el oro, que es sangre vil
que califica interés,
un portillo supo abrir
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en su codicia. ¡Qué mucho,
siendo él viejo y yo infeliz!
Ofreciose un casamiento
de una doña Inés, que aquí
con setenta mil ducados
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se hace adorar y aplaudir.
Escribió su viejo padre
al padre de don Martín
pidiéndole para yerno.
No se atrevió a dar el sí
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claramente por saber
que era forzoso salir
a la causa mi deshonra.
Oye una industria civil:
previno postas el viejo
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y hizo a mi esposo partir
a esta corte, toda engaños;
ya, Quintana, está en Madrid.
Díjole que se mudase
el nombre de don Martín,
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atajando inconvenientes,
en el nombre de don Gil,
porque, si de parte mía
viniese en su busca aquí
la justicia, deslumbrase
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su diligencia este ardid.
Escribió luego a don Pedro
Mendoza y Velasteguí,
padre de mi opositora,
dándole en él a sentir
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el pesar de que impidiese
la liviandad juvenil
de su hijo el concluirse
casamiento tan feliz,
que por estar desposado
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con doña Juana Solís,
si bien noble, no tan rica
como pudiera elegir,
enviaba en su lugar
y en vez de su hijo a un don Gil
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de no sé quién, de lo bueno
que ilustra a Valladolid.
Partiose con este embuste;
mas la sospecha, adalid,
lince de los pensamientos
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y Argos cauteloso en mí,
adivinó mis desgracias,
sabiéndolas descubrir
el oro, que dos diamantes
bastante son para abrir
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secretos de cal y canto.
Supe todo el caso, en fin,
y la distancia que hay
del prometer al cumplir.
Saqué fuerzas de flaqueza,
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dejé el temor femenil,
diome alientos el agravio,
y de la industria adquirí
la determinación cuerda,
porque pocas veces vi
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no vencer la diligencia
cualquier fortuna infeliz.
Disfraceme como ves
y, fiándome de ti,
a la fortuna me arrojo
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y al puerto pienso salir.
Dos días ha que mi amante,
cuando mucho, está en Madrid;
mi amor midió sus jornadas,
¿y quién duda, siendo ansí,
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que no habrá visto a don Pedro
sin primero prevenir
galas con que enamorar
y trazas con que mentir?
Yo, pues que he de ser estorbo
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de su ciego frenesí,
a vista tengo de andar
de mi ingrato don Martín,
malogrando cuanto hiciere;
el cómo, déjalo a mí.
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Para que no me conozca,
que no hará, vestida ansí,
falta solo que te ausentes,
no me descubran por ti.
Vallecas dista una legua:
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disponte luego a partir
allá, que de cualquier cosa,
o próspera o infeliz,
con los que a vender pan vienen
de allá, te podré escribir.