Bernardo Dovizi da Bibbiena, La Calandria

La Calandria





Texto utilizado para esta edición digital:
Bernardo Dovizi da Bibbiena, La Calandria, edición y traducción de Anna Giordano para Emothe (ARTELOPE)
Marcación digital para Artelope:
  • Badía Herrera, Josefa (Dicat)
  • Revenga García, Nadia (Dicat)

Personajes

Fesenio, criado
Polinico, preceptor
Lidio, joven [hermano gemelo de Santilla]
Calandro, [marido de Fulvia]
Samia, criada
Rufo, nigromante
Santilla, [hermana gemela de Lidio]
Fanio, criado
Fulvia, mujer de Calandro
Meretriz
Mozo de cuerda
Esbirros de la aduana


Argumento

Arg. Demetrio, ciudadano de Modón, tuvo un hijo varón llamado Lidio y una hembra llamada Santilla, ambos nacidos de un solo parto, tan parecidos de forma y presencia que, donde el vestir no marcaba la diferencia, no había quien distinguir el uno del otro pudiera. Lo cual debéis creer: porque, dejando de lado muchos ejemplos que aducir podríamos, debe bastaros el de los dos nobilísimos romanos, hermanos de sangre y de virtud, Antonio y Valerio Porcari, tan iguales que, aún hoy, toda Roma confunde el uno con el otro.
A los dos niños vuelvo, a los cuales, a la edad de seis años, les falta el padre. Los turcos toman e incendian Modón, matando a cuantos están en la ciudad. Su nodriza y el criado Fanio, para proteger a Santilla, la visten de varón y Lidio la llaman, creyendo al hermano muerto por los turcos. Salen de Modón. Por el camino los capturan y los conducen presos a Constantinopla. Perillo, mercader florentino, los rescata a los tres y se los lleva a Roma y en su casa los tiene, donde, viviendo mucho tiempo, aprenden muy bien, el modo de vestir, los usos y costumbres y la lengua. Y en este día Perillo quiere dar por esposa a su hija a la susodicha Santilla, llamada por todos Lidio y siempre considerada varón. Lidio, el varón, con el criado Fesenio, sale sano y salvo de Modón; se dirige hacia la Toscana, en Italia; allí el vestir, el estilo de vida y la lengua adquiere. Con casi dieciocho años llega a Roma, de Fulvia se enamora y, correspondido por ella, más de una vez, disfrazado de mujer, a solazarse con ella va. Después de muchas confusiones, Lidio y Santilla se reencuentran felizmente.
Poned buen cuidado ahora, abriendo bien los ojos, en no confundir a uno con otro, pues os advierto que ambos de una misma estatura y presencia son, ambos se llaman Lidio, ambos de la misma manera se visten, hablan, se ríen, ambos están hoy en Roma y ambos, dentro de poco, aquí veréis aparecer. Sin embargo, no creáis que por nigromancia desde Roma lleguen tan presto aquí, ya que la tierra que veis aquí es Roma. La cual solía entonces ser tan amplia, tan espaciosa, tan grande que, triunfante, muchas ciudades y países y ríos albergaba sobradamente en su seno; y ahora se ha vuelto tan pequeña que, como veis, holgadamente cabe en vuestra ciudad. Así va el mundo.


Acto I

ESCENA PRIMERA

Fesenio solo

Fes.
Bien es verdad que el hombre no hace nunca un plan sin que la Fortuna haga otro. Así que, cuando nosotros pensábamos quedarnos tranquilamente en Bolonia, Lidio, mi amo, supo que su hermana Santilla estaba viva y que había llegado a Italia. Por eso de repente resucitó en él aquel amor que le tenía, mayor del que hermano a hermana tuviera jamás: porque, ambos nacidos de un mismo parto, de cara, de persona, de habla, de maneras tan iguales los hizo Natura, que en Modón, alguna vez vistiéndose Lidio de muchacha y Santilla de muchacho, no sólo los forasteros, sino su misma madre, su propia nodriza eran capaces de distinguir quién era Lidio o quién Santilla; y como los dioses no los habrían podido hacer más iguales, así el uno amaba al otro más que a sí mismo. Por eso Lidio, que pensaba que su hermana estaba muerta, sabiendo que estaba viva, se puso a indagar sobre ella. Y, llegados a Roma, hace ya cuatro meses, buscando a su hermana, encontró a Fulvia romana. De la cual, prendándose locamente de amor, me puso al servicio de su marido, Calandro, para llevar a buen fin su amoroso deseo, cosa que prontamente hice, con satisfacción de ella: porque ella, fuertemente ardiendo de amor por él, a menudo, en pleno día, ha invitado a ir a solazarse con ella a Lidio, disfrazado de mujer, bajo el nombre de Santilla. Pero él, temiendo que tal fuego se descubriera, desde hace muchos días, se ha mostrado muy esquivo con ella fingiendo querer marcharse de aquí. Por lo que Fulvia está ahora tan sulfurada y furiosa que no encuentra sosiego alguno: y ora recurre a hechiceras, encantadoras y a nigromantes, que le hagan recuperar a su amante, como si lo hubiese perdido, y ora, me envía unas veces a mí, otras a su criada Samia, conocedora de todo, a él con ruegos, con regalos y con la promesa de darle por esposa a su hijo Santilla, en el caso de que la encuentre. Y lo hace todo de modo que, si el marido no tuviera más de pollino que de hombre, ya se habría percatado, y toda la desgracia caería sobre mí: por eso es necesario que yo sepa manejarme bien en este asunto. Yo hago solo lo imposible. Nunca nadie pudo servir a dos, y yo sirvo a tres: al marido, a la mujer y a mi propio amo, de modo que nunca puedo descansar. Pero no me lamento de eso; porque quien en este mundo se está ocioso, vive como un muerto. Si bien es cierto que un buen criado nunca debe estar ocioso, yo no tengo tiempo ahora ni siquiera para hurgarme las orejas. Y por si me faltaba algo, me ha venido a las manos otro asunto amoroso, del cual me parece una eternidad poder hablar con Lidio: que ahí viene. Y ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!, con él está aquel Momo de Polinico, su preceptor. El delfín ha aparecido: tempestad habrá. Me voy a quedar así, un poco apartado para escuchar lo que dicen.

ESCENA SEGUNDA

Polinico preceptor, Lidio amo, Fesenio criado

Pol.
Por cierto, nunca se me habría pasado por la cabeza, Lidio, que tú llegaras a esto; porque, persiguiendo vanos amores, te has vuelto en enemigo de toda virtud. Pero le achaco la culpa de todo a aquel desgraciado de Fesenio.

Fes.
Por los clavos de...

Lidio
No digas eso, Polinico.

Pol.
Lidio. Eh, Lidio, lo sé todo mucho mejor que tú y que aquel rufián de tu criado.

Fes.
A despecho de que, yo los...

Pol.
El hombre prudente siempre piensa en lo que puede serle adverso.

Fes.
¡Ya empiezan los sermones!

Pol.
Si este amor tuyo llega a ser más notorio, además de estar en un grave peligro, todo el mundo te considerará un animal.

Fes.
¡Maldito pedagogo!

Pol.
Porque, ¿quién no ridiculiza y no odia a los frívolos y livianos? Cómo te has transformado tú, que siendo forastero te has puesto a amar. ¿Y a quién? A una de las damas más nobles de esta ciudad. Huye, te digo, de los peligros de este amor.

Lidio
Polinico, yo soy joven, y la juventud está totalmente sometida a Amor; los asuntos graves convienen a gente más madura. Yo no puedo querer más que lo que el Amor quiere: y me fuerza a amar a esta noble dama más que a mí mismo. Si se supiera tal cosa, creo que muchos me estimarían más; porque, como en una mujer es muy sensato evitar el amor de un hombre superior a ella, así es muy apreciable que los hombres amen a damas de más alto linaje que el suyo.

Fes.
¡Oh, qué respuesta más profunda!

Pol.
Éstas son palabras que le ha enseñado aquel malnacido de Fesenio para animarlo.

Fes.
¡Malnacido serás tú!

Pol.
Ya me extrañaba que tú no te apresuraras a entorpecer las buenas acciones.

Fes.
Entonces no entorpeceré las tuyas.

Pol.
No hay nada peor que ver la vida de los sabios depender de las palabras de los locos.

Fes.
Siempre lo aconsejé más sabiamente yo que tú.

Pol.
No puede ser superior en consejos quien es inferior en costumbres. No te conocí antes, Fesenio, de otro modo no te habría alabado tanto a Lidio.

Fes.
¿Es que acaso necesitaba yo tu favor?

Pol.
Me doy cuenta ahora de que es cierto que alabando a los demás, el hombre se queda a menudo engañado; desaprobándolos, nunca.

Fes.
Tú mismo muestras tu vanidad, puesto que elogiabas a quien no conocías. Yo sé bien que, hablando de ti, no me he equivocado nunca.

Pol.
¿Entonces tú has hablado mal de mí?

Fes.
Tú mismo lo dices.

Pol.
¡Qué le vamos a hacer! No pienso debatir contigo, sería como gritar al viento.

Fes.
Lo haces porque no puedes defenderte conmigo.

Pol.
Lo hago por no utilizar más que las palabras.

Fes.
¿Y qué podrías hacerme tú, ni siquiera en cien años?

Pol.
Lo verías: así y así.

Fes.
No provoques, cuando humean las narices del oso.

Pol.
¡Anda ya! ¡Anda ya! No quiero con un criado...

Lidio
¡Ya basta! Fesenio, no sigas.

Fes.
No amenaces: que, aunque yo sea un vil criado, también la mosca tiene su cólera; y no hay pelo tan pequeño que no dé su sombra, ¿entiendes?

Lidio
Calla, Fesenio.

Pol.
Déjame seguir con Lidio, por favor.

Fes.
Tengamos la fiesta en paz.

Pol.
Escucha, Lidio. Recuerda que Dios nos ha dado dos orejas para oír mucho.

Fes.
Y una sola boca para hablar poco.

Pol.
No estoy hablando contigo. Todo mal reciente fácilmente se olvida; pero luego, de viejo, nunca jamás. Aléjate, digo, de este amor tuyo.

Lidio
¿Por qué?

Pol.
No tendrás más que tormentos.

Lidio
¿Por qué?

Pol.
¡Pobre de mí! ¿Tú no sabes que los compañeros del amor son ira, odios, enemistades, discordias, ruindades, pobreza, desconfianza, inquietud: males perniciosos en las almas de los mortales? Huye del amor, huye.

Lidio
¡Pobre de mí! Polinico, no puedo.

Pol.
¿Por qué?

Fes.
Por el mal que Dios te da.

Lidio
Todo está sujeto a su poder. Y no hay mayor dulzura que conquistar lo que se desea en amor, sin el cual no hay nada perfecto, ni virtuoso, ni gentil.

Fes.
No se puede hablar mejor.

Pol.
No hay mayor vicio en un criado que la adulación. ¿Y tú lo escuchas? Lidio mío, atiéndeme a mí.

Fes.
Sí, ¡que es un asunto delicado!

Pol.
Amor es como el fuego que, cubierto de azufre o de otra cosa mala, apesta al hombre.

Lidio
Y cubierto de incienso, aloe y ámbar, perfuma tanto que resucita a los muertos.

Fes.
¡Ah!, ¡Ah! En el lazo que tendió cae preso Polinico.

Pol.
Lidio, vuelve a las cosas loables.

Fes.
Loable es adaptarse al tiempo.

Pol.
Loable es lo bueno y lo honesto. Te advierto: acabarás mal.

Fes.
Ha hablado el profeta.

Pol.
Te recuerdo que el alma virtuosa no se mueve por concupiscencia.

Fes.
Ni se va por miedo.

Pol.
Haces mal. Y sabes que es de una gran arrogancia despreciar los consejos de los sabios.

Fes.
Llamándote sabio, te bautizas como loco: pues tú sabes muy bien que no hay mayor locura que buscar lo que no se puede obtener.

Pol.
Es mejor perder diciendo la verdad que vencer con mentiras.

Fes.
Yo digo la verdad como tú. Pero todavía no soy un señor criticón como tú: que, por cuatro cuius que dices, te crees tan sabio que consideras a cualquiera, menos a ti, un animal. Y no eres exactamente Salomón, ni admites que conviene una cosa al viejo y otra al joven, una en los peligros y otra en el reposo. Tú que eres viejo, tienes la vida que le recuerdas a él; a Lidio, que es joven, déjale que haga las cosas de un joven: y tú adáptate a los tiempos y a lo que le gusta a Lidio.

Pol.
¡Es bien cierto que un amo, cuantos más criados tiene, más enemigos tiene! Éste te lleva a la horca. Y, aun no sucediéndote otro mal, tendrás siempre remordimiento en el ánimo, porque no hay mayor suplicio que ser consciente de los errores cometidos. Por eso, Lidio, olvídate de ella.

Lidio
Tanto puedo yo dejarla cuanto el cuerpo a su sombra.

Pol.
Al contrario, mejor harías odiándola que dejándola.

Fes.
¡Oh!, ¡oh!, ¡oh! No puede con el ternero y quiere que lleve el buey!

Pol.
Ella te dejará tan pronto la pretendan otros: porque las mujeres son mutables.

Lidio
¡Oh!, ¡oh!, ¡oh! No todas son de la misma pasta.

Pol.
No son todas de la misma apariencia, pero sí de la misma naturaleza.

Lidio
Estás en un grave error.

Pol.
Oh, Lidio, sube la lámpara, que no se pueden ver las caras: no hay diferencia alguna entre una y otra. Y sepas que no se puede creer en una mujer, etiam después de muerta.

Fes.
Este obra mejor de como lo recordara hasta ahora.

Pol.
¿Qué?

Fes.
Te adaptas muy bien a los tiempos.

Pol.
Más bien le digo la verdad a Lidio.

Fes.
¡Más arriba está la señora Luna!

Pol.
En fin, ¿qué quieres decir?

Fes.
Quiero decir que tú te adaptas muy bien a la vida de hoy.

Pol.
¿De qué manera?

Fes.
En ser enemigo de las mujeres, como lo son casi todos en esta Corte: y por eso hablas mal de ellas. E injustamente hablas.

Lidio
Fesenio dice la verdad; porque no se puede alabar lo que has dicho de ellas, que son todo el refrigerio y todo el bien del mundo, sin las cuales nosotros somos inútiles, ineptos, duros y parecidos a las bestias.

Fes.
¿Es necesario seguir hablando? ¿No sabemos que las mujeres son tan dignas que hoy en día no hay quien no las imite y que con mucho gusto, en el ánimo y en el cuerpo, hembra no se vuelva?

Pol.
No quiero contestaros.

Fes.
No sabes qué decir en contra.

Pol.
Te recuerdo, Lidio, que hay que evitar siempre la ocasión para el mal, y nuevamente te invito a alejarte, por tu propio bien, de estos vanos enamoramientos.

Lidio
Polinico, no hay cosa en el mundo que acepte menos el consejo o que obre en su contra que el amor, cuya naturaleza es tal que antes puede consumirse por sí mismo, que alejarse por las invocaciones ajenas. Por eso, si piensas alejarme del amor hacia ella, intentas abrazar la sombra y atrapar el viento con las redes.

Pol.
Y esto bien me pesa; porque tú que solías ser más moldeable que la cera, ahora me pareces más duro que el más alto roble que exista. ¿Y sabes tú cómo es ella? Te dejaré que lo pienses. Y mira que acabarás mal.

Lidio
No lo creo. Y aunque sucediera, ¿no me has enseñado en tus lecciones que es muy loable morir por amor y que “buen fin tiene quien bien amando muere”?

Pol.
¡Adelante! Actúa a tu manera y según esta bestia de aquí. Muy pronto podrás conocer a tu costa los efectos de amor.

Fes.
Para ya, Polinico. ¿Tú sabes qué efectos tiene el amor?

Pol.
¿Qué? ¡Animal!

Fes.
Los de la trufa: que a los jóvenes hace levantar la ventura y a los viejos tirarse pedos.

Lidio
¡Ji!, ¡ji!, ¡ji!

Pol.
Lidio, ¿tú te ríes y desprecias mis palabras? Ya no te hablo, y te dejo que piense tú; y me voy.

Fes.
En mala hora. ¿Has visto cómo se hace el bueno? ¡Como si nosotros no conociéramos a este hipócrita sinvergüenza! Que nos ha turbado a todos de manera que no podremos ni yo contar ni tú escuchar cierta cosa bonita de Calandro.

Lidio
¡Cuenta, cuenta! Que con esta dulzura nos quitaremos el amargor que nos ha dejado Polinico.

ESCENA TERCERA

Lidio, Fesenio criado

Lidio
Habla pues.

Fes.
Calandro, marido de tu querida Fulvia y amo mío postizo, que burro es y al que tú le pones los cuernos, cuando, los días pasados, disfrazado de mujer, y haciéndote llamar Santilla, ibas y volvías a casa de Fulvia, creyendo él que tú eres mujer, se ha prendado apasionadamente de ti y me ha rogado que haga lo posible para conseguir a esta amada suya que no eres sino tú. Yo he fingido haberme ocupado mucho del asunto; le he dado esperanzas de llevársela incluso hoy.

Lidio
Esto es cosa de risa. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Y ahora recuerdo que, el otro día, volviendo de casa de Fulvia vestido de mujer, me siguió un rato: pero no pensé que fuera por amor. Que siga así.

Fes.
Te serviré bien, déjamelo a mí. Le demostraré nuevamente haber hecho milagros para él; y ten por seguro, Lidio, que él me creerá a mí más de lo que yo le diga a él. A menudo le hago creer las cosas más estúpidas del mundo, porque él es el mayor necio que hayas podido ver nunca. Podría contarte mil sandeces suyas; pero, para no haber de darte todos los detalles, él tiene en sí tan grandes tonterías que, si una sola se hallase en Salomón, en Aristóteles o en Séneca, tendría la fuerza de destruir toda cordura y todo saber en ellos. Y lo que más risa me da de sus cosas es que piensa que es tan guapo y tan agradable como para creer que todas las que lo ven se enamoran inmediatamente de él, como si no hubiera joven más guapo que él en este mundo. En fin, como se suele decir, si comiera heno sería buey: porque no es mucho mejor que Martino da Amelia o Giovanni Manente. Por todo lo cual nos será fácil, con este devaneo suyo, llevarlo a lo que nosotros queremos.

Lidio
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Me parto de risa. Pero dime: creyendo él que soy mujer, y siendo yo varón, cuando él venga a mí, ¿cómo seguirá la cosa?

Fes.
Déjame a mí ese cuidado, que todo se hará bien. Pero, ¡oh! ¡oh! ¡oh!, aquí viene. Vete, que no me vea contigo.

ESCENA CUARTA

Calandro, Fesenio criado

Cal.
¡Fesenio!

Fes.
¿Quién me llama? ¡Oh, amo!

Cal.
Entonces, dime: ¿qué es de mi Santilla?

Fes.
Dímelo tú, qué es de Santilla.

Cal.
Sí.

Fes.
No lo sé muy bien. Sin embargo, creo que aquel vestido es de Santilla, la camisa que lleva, el delantal, los guantes y también las pantuflas.

Cal.
¡¿Qué pantuflas?¡ ¡¿Qué guantes?¡ ¡Borracho! Te pregunté no por lo que es suyo, sino cómo estaba.

Fes.
¡Ah! ¿Tu quieres saber cómo estaba?

Cal.
Sí, señor.

Fes.
Cuando la vi hace poco, ella estaba...¡espera! sentada, con la mano en la cara; y, hablando yo de ti, atenta al escucharme, tenía los ojos y la boca abiertos, con un poquito de su lengüecilla hacia fuera: así.

Cal.
Tú me has contestado tan a propósito como quiero. Pero sigamos. Así pues, ¿lo escucha con gusto?

Fes.
¿Cómo que si escucha? La he preparado ya de tal manera que dentro de pocas horas tú lograrás tus designios. ¿Quieres algo más?

Cal.
Fesenio mío, me alegro por ti.

Fes.
Así lo espero.

Cal.
Seguro. Fesenio, ayúdame, que estoy mal.

Fes.
¡Pobre de mí, amo, tienes fiebre? A ver.

Cal.
No. ¡Oh! ¡Oh! ¿Qué fiebre? ¡Burro! Digo que Santilla me ha dejado para el arrastre.

Fes.
¿Te ha pegado?

Cal.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Eres tonto! Digo que ella me ha hecho enamorar locamente.

Fes.
Vale, pronto estarás con ella.

Cal.
Pues vayamos a buscarla.

Fes.
Todavía hay algunos problemas.

Cal.
No perdamos tiempo.

Fes.
No dormiré.

Cal.
Hazlo.

Fes.
Lo verás: que ahora mismo volveré con la respuesta. Adiós. ¡Mira el gentil enamorado! ¡Bonito caso! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Por un mismo amante están muertos la mujer y el marido. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Aquí viene Samia, criada de Fulvia que sale de casa. Me parece alterada: hay gato encerrado, y ella lo sabe todo. Por ella sabré lo que pasa en casa.

ESCENA QUINTA

Fesenio criado, Samia criada.

Fes.
¡Samia! Oh, ¡Samia! Espera, Samia.

Samia
¡Oh! ¡Oh! ¡Fesenio!

Fes.
¡Qué pasa en casa?

Samia
A fe, nada bueno para el ama.

Fes.
¿Qué ocurre?

Samia
Está apañada.

Fes.
¿Qué tiene?

Samia
No me lo hagas decir.

Fes.
¿Qué?

Samia
Demasiado...

Fes.
¿Demasiado qué?

Samia
...ansias de...

Fes.
Ansias ¿de qué?

Samia
...de regocijarse con su Lidio. ¿Lo has comprendido ahora?

Fes.
¡Oh! Eso ya lo sabía yo igual que tú.

Samia
Tú no sabes otra cosa.

Fes.
¿Qué?

Samia
Que me envía a casa de uno que le hará hacer a Lidio lo que ella quiera.

Fes.
¿De qué manera?

Samia
Por medio de cantos.

Fes.
¿De cantos?

Samia
Sí señor.

Fes.
¿Y quién será este músico?

Samia
¡¿Qué te importa a ti el músico?! Digo que voy a casa de uno que lo hará amar, aunque se muera.

Fes.
¿Quién es éste?

Samia
Rufo el nigromante, que hace lo que quiere.

Fes.
¿Cómo, así?

Samia
Tiene un espíritu fabulario.

Fes.
¿Familiar, querrás decir?

Samia
No sé decir muy bien estas palabras. Basta, que bien sabré decirle que vaya a ver a la señora. Vete con Dios. ¡Eh! Escucha: no se lo digas a nadie.

Fes.
Descuida. Adiós.

ESCENA SEXTA

Samia criada, Rufo nigromante

Samia
Es todavía tan pronto que Rufo no habrá vuelto a comer. Es mejor que mire si está en la plaza. Y, ¡oh! ¡oh! ¡oh! ¡Qué suerte! Está yendo hacia allá. ¡Oh, Rufo! ¡Oh, Rufo! ¡No oyes, Rufo!

Rufo
Me giro, pero no veo a quien me llama.

Samia
¡Espera!

Rufo
¿Quién es esa?

Samia
¡Me has hecho sudar!

Rufo
Y bien, ¿qué quieres?

Samia
Mi ama te ruega que vayas ahora mismo a verla.

Rufo
¿Quién es tu ama?

Samia
Fulvia.

Rufo
¿La mujer de Calandro?

Samia
Sí, la misma.

Rufo
¿Qué quiere de mí?

Samia
Ella te lo dirá.

Rufo
¿No vive allá, en la plaza?

Samia
A dos pasos, vamos.

Rufo
Ve tú delante, y yo iré después de ti. ¿Será ésta una de esas tontorronas que se creen que soy nigromante y que tengo aquel espíritu del que hablan muchas necias? No puedo equivocarme en saber lo que ella quiere. Y voy a entrar en su casa antes de que llegue ese que viene hacia aquí.

ESCENA SÉPTIMA

Fesenio criado, Calandro

Fes.
Ahora veo claramente que incluso los dioses tienen, como los mortales, algo de bufón. Escuchad: Amor, que suele asaltar sólo los corazones gentiles, se ha introducido tanto en el borrego de Calandro, que no se aparta de él; con lo cual Cupido bien demuestra que tiene poco que hacer, ya que se mete en tan ilustre babieca. Pero lo hace porque él esté entre los amantes como el burro entre los simios; y ¿acaso no lo ha puesto en buenas manos? Pero el gato está ya en el saco.

Cal.
¡Oh, Fesenio!, ¡Fesenio!

Fes.
¿Quién me llama? ¡Oh, amo!

Cal.
¿Has visto a Santilla?

Fes.
Sí.

Cal.
¿Qué te ha parecido?

Fes.
En fin, tú tienes gusto: creo que ella es la cosa más deleitosa que puede encontrarse en la Maremma. Haz todo lo posible para conseguirla.

Cal.
La conseguiré, aunque tenga que ir desnudo y descalzo.

Fes.
Aprended, amantes, estas palabras tan bonitas.

Cal.
Si la consigo, me la comeré toda.

Fes.
¿Comerla? ¡Oh, Calandro, ten misericordia de ella! Las fieras se comen a las otras fieras; no los hombres a las mujeres. Es muy cierto que se bebe a la mujer, no se come.

Cal.
¿Cómo, se bebe?

Fes.
Sí, se bebe.

Cal.
¿De qué manera?

Fes.
¿No lo sabes?

Cal.
Pues no.

Fes.
¡Oh! ¡Qué lástima que un hombre así no sepa beberse a las mujeres!

Cal.
Por favor, enséñame.

Fes.
Te lo diré. Cuando la besas, ¿no la chupas?

Cal.
Sí.

Fes.
Y cuando se bebe, ¿no se chupa?

Cal.
Sí.

Fes.
Así pues, cuando besando chupas a una mujer, tú te la bebes.

Cal.
Creo que es así. ¡Caramba! No obstante, yo no me he bebido nunca a mi Fulvia y, sin embargo, la he besado mil veces.

Fes.
¡Oh...! Tú no te la has bebido, porque también ella te ha besado a ti, y tanto de ti ha chupado, como tú de ella: por lo que tú no te la has bebido a ella, ni ella a ti.

Cal.
Ahora veo, Fesenio, que tú eres más sabio que Roldán, porque no me cabe ninguna duda de que nunca la besé a ella sin que ella no me besara a mí.

Fes.
¡Oh! ¿Ves cómo te digo la verdad?

Cal.
Pero dime: una española, que me besaba siempre las manos, ¿por qué se las quería beber?

Fes.
¡Vaya secreto! Las españolas besan las manos, no por amor que sientan por ti, ni para beberse las manos, no sino para chupar los anillos que se llevan al dedo.

Cal.
¡Oh, Fesenio, Fesenio, tú sabes más secretos que las mujeres...!

Fes.
Máxime los de tu mujer

Cal.
...que un arquitecto.

Fes.
¡Toma! Arquitecto, ¿Ah?

Cal.
Dos anillos me bebió aquella española. Ahora juro por Dios, que estaré muy atento a que no me beban.

Fes.
Muy bien.

Cal.
Ninguna me besará jamás, si no la beso al mismo tiempo.

Fes.
Calandro, pon cuidado; porque si una te bebiera la nariz, una mejilla o un ojo, te volverías el hombre más feo del mundo.

Cal.
Pondré cuidado. Pero haz que pueda abrazar a mi Santilla.

Fes.
Déjame a mí. Quiero ir a ultimar en un momento el asunto.

Cal.
De acuerdo; pero ¡rápido!

Fes.
No tengo más que ir allá; dentro de poco volveré a ti con el resultado.

ESCENA OCTAVA

Rufo solo.

Rufo
El hombre no debe desesperar nunca, porque a menudo llegan las dichas cuando no se esperan. Esa, como pensé, se cree que yo poseo un espíritu; y dice que estando locamente enamorada de un joven, y no encontrando remedio alguno, recurre al mío con el ruego de que lo obligue a ir a su casa de día, en forma de mujer, prometiéndome mucho dinero si la complazco: y creo que sí, porque el amante es un tal Lidio griego, amigo y conocido mío por ser de mi mismo país; y también es amigo mío Fanio, su criado. Por eso espero llevar la cosa a buen puerto. A esa no he querido darle la cosa por hecha, si hablar antes con este Lidio. La suerte nos sonreirá, si ella resulta atrapada por Lidio, como lo es por mí. ¡Vamos! Me voy a casa del mercader florentino Perillo, donde está Lidio; y siendo la hora de la comida, a lo mejor lo encuentro en casa.


Acto II

ESCENA PRIMERA

Lidio mujer, Fanio criado y la Nodriza

Lidio-Mujer
Es de sobra sabido cuán mejor es la suerte de los hombres que la de las mujeres. Y yo, más que otras lo he comprobado por experiencia: pues, desde aquel día en que Modón, nuestra patria, fue incendiada por los Turcos, vistiendo siempre de hombre y llamándome Lidio (que así se llamaba mi dulcísimo hermano), creyendo siempre todos que yo era varón, me encontré en ciertas circunstancias, que acabaron bien por nuestras acciones; pues si yo en el vestir y en el nombre hubiese mostrado ser mujer (como soy de hecho), ni el turco, del que éramos esclavos, nos habría vendido, ni quizás Perillo comprado, si hubiese sabido que yo era mujer, por lo cual en triste esclavitud habríamos vivido siempre. Y ahora os digo que, si fuera hombre, como soy mujer, viviríamos siempre con tranquilidad: por eso, Perillo, creyendo (como sabéis) que soy varón, y viéndome siempre muy fiel a sus asuntos, me ama tanto que quiere darme por esposa a Virginia, su única hija y nombrarla heredera de todos sus bienes. Y habiéndome dicho su sobrino que Perillo quiere que, mañana o pasado, yo me case con ella, para resolver el asunto con vos, nodriza mía y contigo, Fanio criado mío, he salido de casa con tanta desazón como la que siento y que vosotros podéis imaginar. Y no sé si...

Fan.
¡Calla, pobre de mí!, calla; con el fin de que esa, que viene hacia nosotros afligida, no perciba lo que decimos.

ESCENA SEGUNDA

Samia, criada, Lidio-mujer, Fanio

Samia
¡Te aseguro que está enamorado hasta los tuétanos! Dice que ha visto a su Lidio desde la ventana y me manda para que hable con él. Lo apartaré un poco y le saludaré. Buenos días tengáis, señor.

Lidio-mujer
Buenos días.

Samia
Dos palabras.

Lidio-mujer
¿Quién eres?

Samia
¿Me preguntas quién soy?

Lidio-mujer
Intento averiguar lo que no sé.

Samia
Ahora lo sabrás.

Lidio-mujer
¿Qué quieres?

Samia
Mi ama te ruega que la ames como ella a ti y que, cuando te plazca, vayas a verla.

Lidio-mujer
No te entiendo. ¿Quién es tu ama?

Samia
¡Eh! Lidio, ¿quieres martirizarme?

Lidio-mujer
Tú quieres martirizarme.

Samia
Alabado sea Dios, ya que tú no sabes quién es Fulvia, ni me conoces a mí. ¡Ea, vamos! ¿Qué quieres que le diga?

Lidio-mujer
Buena mujer, si no me dices algo más, nada más te respondo.

Samia
Finges no entender, ¿verdad?

Lidio-mujer
Ni te entiendo, ni te conozco y tampoco me importa entenderte y conocerte. Vete con Dios.

Samia
Sin duda procedes con discreción. Juro por Dios, que le hablaré bien de ti.

Lidio-mujer
Dile lo que quieras, basta que te quites de aquí, y que te vayas en hora mala tuya y suya.

Samia
Pues vete. Irás aunque me muera, griego tacaño, porque ella me manda al nigromante: pero, si el espíritu responde así, Fulvia triunfa.

Lidio-mujer
¡Mísera y triste es sin duda la fortuna de las mujeres! Y me tropiezo con estas cosas para que conozca mejor y llore la culpa de ser mujer.

Fan.
Me habría gustado saberlo todo a través de ella: que no iba a ser peligroso.

Lidio-mujer
La preocupación más grave aleja todas las otras. Sin embargo, si me volviera a hablar, me mostraría más receptivo.

Fan.
A esa la conozco.

Lidio-mujer
¿Quién es?

Fan.
Samia, criada de Fulvia, noble dama romana.

Lidio-mujer
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Yo también la conozco ahora. ¡Qué le vamos a hacer! Ella nombró claramente a Fulvia.

ESCENA TERCERA

Lidio-mujer, Fanio criado, Rufo nigromante

Rufo
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

Lidio-mujer
¿Qué voz es esa?

Rufo
Os he estado buscando un buen rato.

Fan.
Hola, Rufo. ¿Qué pasa?

Rufo
Buenas noticias.

Fanio
¿Qué?

Rufo
Ahora lo sabréis.

Lidio-mujer
Espera, Rufo. Oye, Tiresias: vete a casa y mira lo que hace nuestro amo Perillo con respecto a mis bodas; y cuando llegue Fanio, infórmame mediante él de lo que se hace, porque hoy no pienso dejarme ver, para saber si en mí se puede cumplir lo que dice el vulgo: «Mientras hay vida, hay esperanza». Ahora vete. Y tú, Rufo, dime qué nos traes de bueno.

Rufo
Aunque os conozco desde hace poco, sin embargo, os quiero por ser los dos de un mismo país; y los cielos nos dan ocasión de que juntos nos entendamos.

Lidio-mujer
En verdad te amamos y siempre estaremos a gusto contigo. Pero, ¿qué nos cuentas?

Rufo
Lo contaré brevemente. Oíd. Una mujer, de ti, Lidio, enamorada, busca que tú seas suyo como ella es tuya y dice que, no valiéndole otro medio, recurre al mío. Y la razón por la que requiere mi servicio es porque, tirando yo figuras de puntos y sabiendo mucho de quiromancia, entre las mujeres, que son crédulas, tengo fama de ser un insigne nigromante; y tienen por cierto que poseo un espíritu con el cual ellas piensan que hago y deshago lo que quiero. Lo cual con gusto consiento, porque a menudo consigo con estas incautas gran provecho y alguna vez agradables placeres: como se hará ahora con ésta, si serás listo; porque ella quiere que yo te obligue a ir a verla, y yo, pensando ponerme de acuerdo contigo, le he dado alguna esperanza. Si tú quieres, nos haremos ricos juntos y tú podrás deleitarte con ella.

Lidio-mujer
Rufo, creo que en estas cosas hay mucho fraude y yo, inexperto, podría fácilmente ser engañado. Pero confiando en ti que eres el intermediario, no me retiraré cuando decida hacerlo. Nos ocuparemos de elo Fanio y yo. Pero dime: ¿quién es ella?

Rufo
Una que se llama Fulvia, rica, noble y bella.

Fanio
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! El ama de la que hace un momento hablaba contigo.

Lidio-mujer
Sí, así es.

Rufo
¿Cómo? ¿Ha hablado contigo su criada?

Lidio-mujer
Hace un momento.

Rufo
¿Y qué le has contestado?

Lidio-mujer
Me la quité de en medio con palabras groseras.

Rufo
No estuvo fuera de propósito. Pero si vuelve a hablarte, muéstrate más amable, si queremos sacar adelante el asunto.

Lidio-mujer
Así se hará.

Fanio
Dime Rufo: ¿cuándo debería estar con ella Lidio?

Rufo
Cuanto antes, mejor.

Fanio
¿A qué hora?

Rufo
De día.

Lidio-mujer
¡Oh! Me verían.

Rufo
Cierto. Pero quiere que el espíritu te obligue a ir en forma de mujer.

Fanio
¿Y qué quiere hacer con él, si piensa que el espíritu lo convertirá en mujer?

Rufo
Creo que se refería al vestido, no a la forma de mujer. Sin embargo así lo dijo.

Lidio-mujer
Bonito enredo: ¿lo has visto, Fanio?

Fanio
Estupendo: y me gusta mucho.

Rufo
Y bien, ¿queréis llevarlo a efecto?

Lidio-mujer
Dentro de poco te diremos nuestro propósito.

Rufo
¿Dónde nos encontraremos?

Fanio
Aquí.

Lidio-mujer
Y el que llegue primero, que espere al otro.

Rufo
Bien dicho. Adiós.

ESCENA CUARTA

Fanio criado, Lidio-mujer

Fanio
Los dioses nos dan ocasión, de acuerdo con tu deseo, de no dejarte ver hoy, para que, yendo tú a casa de ella, Júpiter no te encuentre. Y después de esto, acusándola de puta, le sacarás dinero cuando quieras para pagar tu silencio, para que no hables de ello. De todas formas, es para desternillarse de risa. Tú eres mujer; ella te pide en forma de mujer. Irás a su casa: al probar lo que busca, hallará lo que no quiere.

Lidio-mujer
¿Lo hacemos?

Fanio
No lo digo por otro motivo.

Lidio-mujer
Bien, ve a casa, trata de saber qué pasa y encuentra los trajes para vestirnos. A mí me hallarás en la tienda de Franzino, y le diremos que sí a Rufo.

Fanio
Vete tú también de aquí, porque el que se ve allá podría ser alguien que Perillo mandara a por ti.

Lidio-mujer
No es de los nuestros. Pero has dicho bien.

ESCENA QUINTA

Fesenio criado, Fulvia

Fes.
Quiero ir un poco a casa de Fulvia, a la que veo asomada en la puerta, y decirle que Lidio quiere irse, para ver cómo se enoja.

Fulvia
Bienvenido, querido Fesenio. Dime: ¿qué es de mi Lidio?

Fes.
No me parece el mismo.

Fulvia
¡Pobre de mí! Di, vamos, ¿qué le pasa?

Fes.
Se le ha metido en la cabeza irse a buscar a su hermana Santilla.

Fulvia
¡Ay de mí! ¿Quiere irse?

Fes.
Al fin lo ha decidido.

Fulvia
Fesenio mío, si quieres tu provecho, si amas el bien de Lidio, si aprecias mi salud, encuéntralo, persuádelo, ruégalo, abrázalo, suplícalo que no se vaya por eso, porque yo la haré buscar por toda Italia; y, si acaso se encontrara, desde ahora, Fesenio mio, como te he dicho otras veces, le doy mi palabra de darla por esposa a Flaminio, mi único hijo.

Fes.
¿Quieres que le prometa eso?

Fulvia
Eso te juro y a eso me obligo.

Fes.
Estoy seguro de que lo oirá con gusto, porque es cosa de su agrado.

Fulvia
Perdida estoy si tú con él no me ayudas. Ruégale que salve esta vida, que es suya.

Fes.
Haré lo que me ordenes; y para servirte voy a buscarlo a su casa, donde se halla ahora.

Fulvia
No menos harás por ti, Fesenio mío, que por mí. Adiós.

Fes.
Esa está como puede; y, por Dios, es como para sentir compasión de ella. Será bueno que Lidio, hoy, vestido de mujer, vaya a verla, como suele. Y así lo hará porque lo desea no menos que ella. Pero antes hay que solucionar lo de Calandro. Aquí vuelve ya. Le diré que he ultimado lo suyo.

ESCENA SEXTA

Fesenio criado, Calandro

Fes.
Salve, amo, que salvado estás ya que la salud te traigo. Dame la mano.

Cal.
La mano y los pies.

Fes.
¿Te parece que los prontos dichos le resbalen de la boca?

Cal.
¿Qué pasa?

Fes.
¿Qué, ah? El mundo es tuyo, eres dichoso.

Cal.
¿Qué me traes?

Fes.
A tu Santilla te traigo, que te ama a ti más que tú a ella, y estar contigo anhela más de lo que anheles tú, porque le he dicho lo liberal, bello y sabio que tú eres. ¡Uh! ¡uh! ¡uh! De tal manera, en fin, que quiere lo que tú quieres. Escucha, amo: ella en cuanto oyó tu nombre, la vi toda encendida de amor por ti. Así pues, estarás encantado.

Cal.
Es muy cierto. Y me parece una eternidad esperar para poder sorber aquellos labios encarnados y aquellas mejillas de vino y requesón.

Fes.
¡Bravo! Quiso decir de sangre y leche

Cal.
¡Ooh, Fesenio! Te hago emperador.

Fes.
¡Con qué gracia el amigo gana gracia!

Cal.
Vamos ya a su casa.

Fes.
¿Cómo a su casa? ¿Y qué? ¿Piensas que ella es de burdel? Necesitas ir con orden.

Cal.
¿Y cómo se irá?

Fes.
Con los pies.

Cal.
Lo sé bien. Pero digo: ¿de qué manera?

Fes.
Debes saber que si tú fueras tan manifiestamente, te verían. Por eso he quedado con ella, para que no te descubran y para que ella no salga vituperada, que tú te introduzcas en un baúl y, transportado a su aposento, juntos consigáis el placer que queréis los dos.

Cal.
Como ves no iré con los pies, como decías.

Fes.
¡Ja! Ja! Ja! ¡Despabilado amante! En fin, estás en lo cierto.

Cal.
No me cansaré, ¿verdad, Fesenio?

Fes.
No, mocoso mío, no.

Cal.
Dime: el baúl será los suficientemente grande como para que yo quepa del todo?

Fes.
¿Qué importa ahora esto? Si no cabes entero, te haremos pedazos.

Cal.
¡Cómo!, ¿pedazos?

Fes.
Sí, en pedazos.

Cal.
¡Oh! ¿Cómo?

Fes.
Muy fácil.

Cal.
Cuenta.

Fes.
¿No lo sabes?

Cal.
No, por esta cruz.

Fes.
Si hubieses navegado, lo sabrías: porque a menudo habrías visto que, queriendo introducir en un barco pequeño a centenares de personas, no cabrían si no se separase a quién las manos, a quién los brazos y a quién las piernas según la necesidad; y así estibadas como las otras mercancías por capas, caben porque ocupan poco espacio.

Cal.
¿Y luego?

Fes.
Luego, al llegar al puerto, quien quiere recoge y se acopla su miembro. Y a menudo, sucede incluso que, por distracción o por malicia, alguien coge el miembro de otro y se lo pone donde más le gusta; y a veces no le queda bien, porque coge un miembro más grueso del que necesita, o una pierna más corta que la suya, por lo cual se queda cojo o desproporcionado, ¿entiendes?

Cal.
Sí, claro. A fe mía, me cuidaré mucho de que no me cambien en el baúl mi miembro.

Fes.
Yendo tú solo en el baúl, si no te lo cambias tú mismo, seguramente otro no te lo cambiará: y si no cabes entero, digo que, como esos que van en el barco, te podremos separar al menos las piernas; porque, siendo tú trasportado, no debes usarlas.

Cal.
¿Y por dónde se desarma el hombre?

Fes.
Por todas aquellas partes que tú ves que se estiran: como por aquí, por aquí, por aquí, por aquí...¿Quieres verlo?

Cal.
Te lo ruego.

Fes.
Te lo enseñaré ahora mismo, porque es muy fácil y se hace con unos pocos encantos. Dirás lo que yo diga, pero en voz baja, porque si tú gritaras, todo se echaría a perder.

Cal.
No temas.

Fes.
Probemos, por ahora, con la mano. Trae y di así: Ambracullàc.

Cal.
Anculabràc.

Fes.
Te has equivocado. Repite: Ambracullàc.

Cal.
Alabracùc.

Fes.
¡Peor! Ambracullàc.

Cal.
Alucambràc.

Fes.
¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Ahora di: Am...

Cal.
Am…

Fes.
…bra.

Cal.
...bra...

Fes.
…cul…

Cal.
…cul…

Fes.
…lac.

Cal.
…lac.

Fes.
Bu…

Cal.
Bu…

Fes.
…fo…

Cal.
…fo…

Fes.
…na…

Cal.
….na…

Fes.
…zo…

Cal.
…zo…

Fes.
…ya

Cal.
...ya...

Fes.
...te la...

Cal.
...te la...

Fes.
...daré.

Cal.
¡Oh ! Oh ! Oh ! ¡Ay! ¡Ay!, ¡Ay de mí!

Fes.
Tú echarías a perder el mundo. ¡Oh, maldita sea tan mala memoria y tan poca paciencia! Pero, ¡rediez! ¿no había acabado de decirte hace un momento que no debías gritar? Has roto el encanto.

Cal.
El brazo me has roto tú a mí.

Fes.
Ya no puedes desarmarte, ¿ves?

Cal.
¿Cómo haré, entonces?

Fes.
Pues cogeré un baúl muy grande para que quepas entero.

Cal.
¡Oh, así sí! Ve y encuéntralo de modo que no deba desarmarme, ¡por el amor de Dios! Porque este brazo me está matando.

Fes.
Lo haré inmediatamente.

Cal.
Yo iré al mercado, y volveré aquí en seguida.

Fes.
Bien dicho. Adiós. Ahora será mejor que encuentre a Lidio y lo prepare todo con él, que con ello hay para reírnos todo este año. Ahora me voy sin decirle nada a Samia, a la que veo refunfuñando sola, en la puerta.

ESCENA SÉPTIMA

Samia criada, Fulvia

Samia
¡Cómo va el mundo! No ha pasado todavía un mes desde que Lidio, ardiendo por mi ama, deseaba estar con ella a todas horas; y en cuanto la vio bien prendida por él, la estima como si fuera fango. Y si a esto no se le pone remedio, Fulvia hará seguramente tantos desatinos que toda la ciudad se enterará; y tengo la impresión de que los hermanos de Calandro, desde hace tiempo, han notado alguna cosa: porque no aprecia nada, no piensa en nada y no habla más que de Lidio. Es muy cierto que el que tiene amor en el pecho está siempre con las espuelas calzadas. ¡Quiera el cielo que todo salga bien!

Fulvia
¡Samia!

Samia
Ella me llama desde arriba. Habrá visto a Lidio desde la ventana, pues lo veo ahí hablando con no sé quién. O quizás quiera enviarme a hablar con Rufo.

Fulvia
¡Saaamia!

Samia
¡Voooy!

ESCENA OCTAVA

Lidio-mujer, Fanio criado

Lidio-mujer
¿Eso te ha dicho Tiresias?

Fanio
Sí.

Lidio-mujer
¿En casa se habla de mi casamiento como de cosa hecha?

Fanio
Así es.

Lidio-mujer
¿Virginia está contenta con ello?

Fanio
No cabe en sí.

Lidio-mujer
¿Y se preparan las bodas?

Fanio
Toda la casa está atareada.

Lidio-mujer
¿Y creen que yo estoy contenta?

Fanio
Lo dan por seguro.

Lidio-mujer
¡Oh, pobre Santilla! Lo que a otros les beneficia, sólo a mi me perjudica. El cariño de Perillo y de su mujer hacia mí son agudísimos dardos por no poder cumplir su deseo ni lo que sería mi bien. ¡Ay! ¡Ojalá Dios me hubiera dado por luz tinieblas, por vida muerte y por cuna sepultura en cuanto salí del vientre materno, ya que, en el momento de nacer debía morir mi ventura! ¡Oh, infinitamente dichoso, dulcísimo hermano, si, como creo, en la patria quedaste muerto! ¿Qué haré yo ahora, desdichada Santilla? que así ya puedo llamarme y no Lidio. ¡Soy mujer, y me conviene ser marido! Si yo me caso con ésta, en seguida sabrá que soy mujer y no varón; y, engañados por mí, el padre y la madre y la hija podrían ordenar matarme. Negarme al matrimonio no puedo; y, aún negándome a hacerlo, desdeñados, me enviarán noramala. Si declaro ser mujer, yo misma me hago el daño. Ya no puedo seguir así. ¡Pobre de mí! Que por un lado tengo el precipicio, por otro los lobos.

Fanio
No te desesperes, que a lo mejor los cielos no te abandonan. A mí me parece mejor que sigas con tu intención de que Perillo hoy no te encuentre; e ir a casa de aquélla viene a propósito; y yo las ropas de mujer, para vestirte, las tengo dispuestas. Quien evita un punto, evita mil.

Lidio-mujer
Así lo haré todo. Pero, ¿dónde está Rufo?

Fanio
Quedamos en que quien llegara antes esperaría al otro.

Lidio-mujer
Es mejor que Rufo nos espere a nosotros. Vayámonos de aquí, para que ese de allá no nos vea, por si fuera alguien enviado por Perillo a buscarme: aunque no me parece de los suyos.

ESCENA NOVENA

Fesenio criado, Calandro.

Fes.
La cosa no podría estar mejor dispuesta. Lidio se viste de mujer y en el cuarto de abajo espera a Calandro, y como galantísima doncella se le presentará. Luego, haciendo aquella ficción, cerradas las ventanas, se le pondrá al lado una ramera: fijaos que el bobalicón es tan fatuo que no distinguiría un burro de un ruiseñor. Mira cómo viene todo alegre. El cielo te complazca, amo.

Cal.
Y a ti, Fesenio mío. ¿Está preparado el baúl?

Fes.
Todo; y cabrás sin desatarte ni un cabello, siempre y cuando te coloques bien dentro.

Cal.
¡Mejor que mejor! Pero, dime una cosa que yo no sé.

Fes.
¿Qué?

Cal.
¿Tendré que estar en el baúl despierto o dormido?

Fes.
¡Oh, sutilísima cuestión! ¿Cómo, despierto o dormido? ¿Tú no sabes que sobre el caballo se está despierto, por los caminos se camina, a la mesa se come, en los bancos nos sentamos, en las cama se duerme y en los baúles se muere?

Cal.
¡¿Cómo, se muere?!

Fes.
Sí, se muere. ¿Por qué?

Cal.
¡Caray! Mala cosa es.

Fes.
¿Te has muerto alguna vez?

Cal.
No, que yo sepa.

Fes.
¿Cómo sabes, pues, que es mala cosa, si nunca te has muerto?

Cal.
Y tú, ¿te has muerto alguna vez?

Fes.
¡Ooooh! Una y mil veces, que toda la noche reces.

Cal.
¿Es penoso?

Fes.
Como dormir.

Cal.
¿Debo morir, yo?

Fes.
Sí, yendo en el baúl?

Cal.
¿Y quién me morirá?

Fes.
Te morirás tú mismo.

Cal.
¿Y cómo se muere?

Fes.
Morir es un cuento. Ya que no lo sabes, me alegro de decirte el modo.

Cal.
Oh, sí, dímelo.

Fes.
Se cierran los ojos; se tienen las manos cruzadas, se tuercen los brazos; se está uno muy quieto y calladito; no se ve, no se siente nada que otros hagan o digan.

Cal.
Comprendo. Pero el asunto es qué se hace luego para revivir.

Fes.
Este es uno de los más profundos secretos que hay en el mundo: y casi nadie lo sabe. Y que sepas que nunca se lo diría a otros; pero a ti me alegra decírtelo. Pero, a fe tuya, Calandro mío, mira que a ninguna otra persona del mundo se lo cuentes nunca.

Cal.
Te juro que no se lo diré a nadie; e incluso, si quieres, no me lo diré ni a mí mismo.

Fes.
¡Ja! ¡Ja! A ti me alegra que te lo digas; pero solo a un oído, al otro no.

Cal.
Pues explícamelo.

Fes.
Tú sabes, Calandro, que la única diferencia que hay entre un vivo y un muerto es que el muerto no se mueve nunca y el vivo sí. Y por eso, si tú haces lo que te digo, resucitarás siempre.

Cal.
Dilo, vamos.

Fes.
Con la cara bien levantada hacia el cielo, se escupe hacia arriba; luego con todo el cuerpo se da una sacudida, así; luego se abren los ojos, se habla, y se mueven los miembros: entonces la Muerte se va con Dios y el hombre vuelve a la vida. Y ten por cierto, Calandro mío, que quien eso hace, nunca muere. Ahora bien puedes decir que posees el más bonito secreto que hay en el mundo y en esta tierra, la Maremma.

Cal.
Cierto, y en mucho lo estimo. Y ahora sabré morir y revivir a mi antojo.

Fes.
¡Sí señor, amo borrego!

Cal.
Y todo lo haré muy bien.

Fes.
Lo creo.

Cal.
¿Quieres, para ver si lo sé hacer bien, que pruebe un poco?

Fes.
¡Ja! ¡Ja! No estaría mal; pero intenta hacerlo bien.

Cal.
Ya lo verás. Ahora mira. Aquí estoy.

Fes.
Tuerce la boca; más aún; tuércela bien; por el otro lado; más abajo. ¡Ja! ¡Ja! Ahora muérete a tu gusto. ¡Oh! Bien. ¡Qué bonito es tratar con sabios! ¿Quién habría aprendido a morir tan bien como ha hecho este hombre valiente? El cual muere por fuera magníficamente. Si por dentro muere tan bien, no sentirá lo que le yo le haga; y lo sabré por eso. ¡Zas! Bien. ¡Zas! Muy bien. ¡Zas! Estupendo. ¡Calandro! ¡Oh, Calandro!, ¡Calandro!

Cal.
Estoy muerto, estoy muerto.

Fes.
Revive, revive. ¡Vamos! ¡Vamos! Que, a fe mía, tú te mueres galantemente. Escupe hacia arriba.

Cal.
¡Oh! ¡Oh! ¡Uh ¡Oh! ¡Oh! ¡Uh ¡Uh! En verdad, has hecho muy mal en revivirme.

Fes.
¿Por qué?

Cal.
Empezaba a ver el más allá.

Fes.
Lo verás bien, muy cómodamente, en el baúl.

Cal.
Me parece que falta una eternidad.

Fes.
¡Vamos! Ya que sabes morir bien y resucitar, no hay que perder tiempo.

Cal.
¡De acuerdo! ¡Vamos!

Fes.
¡Nooo! Todo debe hacerse con orden, para que Fulvia no se dé cuenta. Fingiendo con ella ir al campo, irás a casa de Menicuccio; allí me encontrarás con todas las cosas necesarias.

Cal.
Bien dicho. Ahora mismo lo haré, que la montura ya está preparada.

Fes.
A ver: ¿la tienes a punto?

Cal.
¡Ja! ¡Ja! Digo que el mulo, dentro de la puerta, está ensillado.

Fes.
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Me refería a aquel asunto.

Cal.
Me parece que falta una eternidad para poder montar: pero encima de aquel angelito del paraíso.

Fes.
¿Angelito? ¡Ja! Pues, vete allá. Si no me engaño, la majadería se unirá hoy con la marranería. Y ahora tiene que montar a caballo. Voy a adelantarme y a decirle a aquella cerda graciosa que esté dispuesta y que me espere. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Mira Calandro ya montado. ¡Milagrosa gallardía de aquel mulito que lleva semejante bruto elefantazo!

ESCENA DÉCIMA

Calandro, Fulvia.

Cal.
¡Fulvia! ¡Oh, Fulvia!

Fulvia
Señor, ¿qué quieres?

Cal.
Asómate a la ventana.

Fulvia
¿Qué pasa?

Cal.
¿Quieres algo? Yo me llego hasta el campo, para que nuestro Flaminio no se agote tras la caza.

Fulvia
Bien hecho. ¿Cuándo volverás?

Cal.
Quizás esta noche. Queda con Dios.

Fulvia
Vete en paz. ¡Mal año te dé! ¡Mira qué marido más gracioso me dieron mis hermanos, que me angustia sólo de verlo!


Acto III

ESCENA PRIMERA

Fesenio criado solo

Fes.
He aquí, espectadores, las vestiduras amorosas. Quien busca que se le pegue gentileza, agudeza, intuición compre estos atavíos y llévelos puestos bastante tiempo: porque son de aquel deseoso Calandro, tan listo que, enamorado de un joven, cree que es muchacha; de uno que es tan divino que se muere y resucita a su gusto. Quien las quiera comprar prepare dinero, que yo, como cosas de hombre experimentado en esta vida, las puedo vender. Primero se puso como muerto en el baúl que le llegó. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Lidio vestido tan galantemente de mujer espera con regocijo a este gracioso amante, que, en realidad, es más asqueroso que Bramante. Yo me he adelantado, para encontrarme aquí con la furcia a la que he contratado para este propósito. Y ahí viene hacia mí. Y también allí, con el baúl, el mozo; el cual cree que lleva una preciosa mercancía y no sabe que es la más vil que existe en esta tierra. ¿Nadie quiere las vestiduras? ¿No? Pues adiós, espectadores. Iré a juntar el castrón con la cerda. Quedaos en paz.

ESCENA SEGUNDA

Meretriz, Fesenio, Mozo, Esbirros de aduana, Calandro.

Mer.
Aquí estoy, Fesenio. Vamos.

Fes.
Deja que vaya adelante este baúl nuestro. No, por allí no, mozo; sigue recto.

Mer.
¿Qué hay dentro?

Fes.
Hay, hermosa mía, lindas cosas para ti.

Mer.
¿Qué?

Fes.
Sedas y paños.

Mer.
¿De quién son?

Fes.
De aquel con quien has de holgarte, cara bonita.

Mer.
¡Oh! ¿y me dará algunas?

Fes.
Sí, si harás bien lo que te dije.

Mer.
Deja que me ocupe yo de ello.

Fes.
Acuérdate sobre todo, toma nota, de que te llamas Santilla y de todas las otras cosas que te dije.

Mer.
No fallaré ni un pelo.

Fes.
De lo contrario no tendrías ni un céntimo.

Mer.
Lo haré todo estupendamente. Pero, ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!, ¿qué querrán del mozo estos esbirros?

Fes.
¡Ay de mí! ¡Aguarda, quieta! Escucha.

Esb.
Di, vamos, ¿qué hay aquí dentro?

Mozo
¿Y qué sé yo?

Esb.
¿Has pasado por la Aduana?

Mozo
Yo, no.

Esb.
¿Qué hay dentro? ¡Di, vamos!

Mozo
Yo no lo he visto abierto.

Esb.
¡Dilo, bellaco!

Mozo
Se me dijo que había sedas y paños.

Esb.
¿Sedas?

Mozo
Sí, señor.

Esb.
¿Está clavado?

Mozo
Creo que no.

Esb.
Se han perdido. ¡Bájalo!

Mozo
¡Eh, no señor!

Esb.
¡Bájalo, bellaco! ¿Quieres que te pegue, verdad?

Fes.
¡Pobre de mí! ¡Pobre de mí! Esto va mal. Nuestro negocio ha fracasado; todo está perdido; todo se ha descubierto: estamos perdidos.

Mer.
¿Qué pasa?

Fes.
Ha saltado el plan.

Mer.
Habla Fesenio: ¿qué pasa?

Fes.
Ayúdame, Sofilla.

Mer.
¿Qué quieres?

Fes.
Llora, quéjate, grita, desgréñate. ¡Así, vamos!

Mer.
¿Por qué?

Fes.
Pronto lo sabrás.

Mer.
Ya. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Uha!

Esb.
¡Oooh! Esto es un muerto.

Fes.
¿Qué hacéis? ¡Hola! ¿Qué buscáis?

Esb.
El mozo nos dijo que había mercancía de aduana y vemos que hay un muerto.

Fes.
Es un muerto.

Esb.
¿Quién es?

Fes.
El marido de aquella pobre mujer. ¿No veis cómo se desespera?

Esb.
¿Por qué lo lleváis en el baúl?

Fes.
En realidad, para engañar a la compañía.

Esb.
Y, ¿por qué?

Fes.
Nos habrían echado todos.

Esb.
¿Por qué razón?

Fes.
Se murió de peste.

Esb.
¿De peste? ¡Ay de mí! ¡Y yo lo he tocado!

Fes.
Peor para ti.

Esb.
¿Y dónde lo lleváis?

Fes.
A enterrarlo en alguna fosa; o, así, echaremos el baúl y a él a un río.

Cal.
¡Ohu! ¡Ohu! ¡Ohu! A ahogarme, ¿eh? Yo no estoy muerto, no, ¡malandrines!

Fes.
¡Oh! Todos huyen presos del miedo. ¡Oh, Sofilla! ¡Mozo! ¡Oh, Sofilla! ¡Mozo! Sí, ve, alcánzalos tú! Ni el diablo los haría volver aquí. ¡Ve y júntate con los locos! ¡Vamos!

ESCENA TERCERA

Calandro, Fesenio

Cal.
¡Ah, Fesenio bellaco! Querías ahogarme, ¿eh?

Fes.
¡Ay de mí! Eh, amo, ¿por qué quieres pegarme?

Cal.
¿Preguntas por qué, maldito?

Fes.
Sí: ¿por qué?

Cal.
Lo mereces, ¡miserable sinvergüenza!

Fes.
“Pobre quién por obrar bien siempre es mal pagado”. ¿Entonces tú me atacas porque te he salvado?

Cal.
¿Y qué salvamento es éste?

Fes.
¿Qué? ¡Ah! Hablé de aquel modo para que no te llevaran a la Aduana.

Cal.
¿Y qué pasaba, si me hubieran llevado allá?

Fes.
¿Qué pasaba, eh? Merecías que dejara que te llevasen; y lo habrías visto.

Cal.
¿Qué diablos habría pasado?

Fes.
Parece que acabas de caer del guindo. Te habrían cogido en fraude, te habrían detenido y luego te habrían vendido como las otras cosas que se cogen en fraude.

Cal.
Perooo...Bien, tú obraste rectamente. Perdóname, Fesenio.

Fes.
Otra vez espérate al final antes de desesperarte. El daño es mío, si no te ayudo.

Cal.
Así lo haré. Pero dime: ¿quién era aquélla, tan fea, que estaba huyendo?

Fes.
¿Quién era, ah? ¿No la conoces?

Cal.
No.

Fes.
Es la Muerte que estaba contigo en el baúl.

Cal.
¿Conmigo?

Fes.
Sí, contigo.

Cal.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Yo nunca la vi allá dentro conmigo.

Fes.
¡Oh, ésta es buena! Tú tampoco ves al Sueño, cuando duermes; ni a la Sed, cuando bebes; ni al Hambre, cuando comes. E incluso, dime la verdad, ahora, mientras vives, no ves a la Vida: y, sin embargo, está contigo.

Cal.
Claro que no, yo no la veo.

Fes.
Así no se ve a la Muerte, cuando se muere.

Cal.
¿Por qué ha huido el mozo?

Fes.
Por miedo a la Muerte: así que creo que hoy no podrás ir a ver a Santilla.

Cal.
Me muero, si hoy no estoy con ella.

Fes.
Yo no sabría qué hacer en ese caso: a no ser que tú pongas algo de tu parte.

Cal.
Fesenio, para estar con ella haré cualquier cosa: incluso ir descalzo a la cama.

Fes.
¡Ja! ¡Ja! ¿Descalzo en la cama, ¡ja!? Eso es demasiado, no lo quiera Dios.

Cal.
Habla, rápido, vamos.

Fes.
Pues es necesario que hagas de mozo. Estás ya cambiado de traje, y, por haber estado muerto un rato, te ha cambiado tanto la cara que no hay quien te reconozca. Yo me presentaré allá como el carpintero que ha hecho el baúl. Santilla comprenderá en seguida cómo está el asunto, porque ella es más perspicaz que una Sibila. Y juntos haréis vuestras voluntades.

Cal.
¡Oh! Muy bien pensado. Por amor suyo llevaría las alforjas.

Fes.
¡Ooh! Éste posee gran valor. ¡Vamos! Coge. ¡Alto! ¡Oh, diablos! Estás cayéndote. Agárrate fuerte. ¿Lo tienes bien?

Cal.
Muy bien.

Fes.
¡Vamos! Ve adelante; párate en la puerta: y yo, así, voy detrás de ti. ¡Qué bien que está esta bestia bajo la carga! ¡Pedazo de animal estúpido! Mientras yo llevo por la puerta de atrás a aquella furcia, será al menos necesario que Lidio se deje besar por éste. Pero si sus besos le resultan molestos, le parecerán luego más suaves los de Fulvia. Pero ahí viene Samia. No ha visto a Calandro. Le diré dos palabras. Y la bestia estará aún más cargada.

ESCENA CUARTA

Fesenio criado, Samia criada.

Fes.
¿De dónde vienes?

Samia
De ver a aquel nigromante a quien, por esa calle de allá, ella me envió hace poco.

Fes.
¿Qué dice?

Samia
Que pronto irá a su casa.

Fes.
¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¿Son cuentos? Yo voy a ver a Lidio para cumplir las órdenes que el ama me dio antes.

Samia
¿Está en casa?

Fes.
Sí.

Samia
¿Qué piensas de él?

Fes.
Si te he de ser sincero, nada bueno. Pero no sé.

Samia
Basta. ¡Estamos apañadas!

Fes.
Adiós.

ESCENA QUINTA

Samia criada, Fulvia.

Samia
¡Te digo que vamos bien! Que ni de Lidio, ni del espíritu traigo nada bueno. Esta vez Fulvia se desespera. Mírala, que sale por la puerta.

Fulvia
¡Has tardado mucho en volver!

Samia
No he podido ver a Rufo, hasta ahora.

Fulvia
¿Qué dice?

Samia
Me parece que nada.

Fulvia
¿Encima eso?

Samia
Que el espíritu le ha contestado...oh, ¿cómo dijo? No me acuerdo.

Fulvia
¡Mal hayas, cabeza de chorlito!

Samia
¡Oooh! No me acuerdo: dice que le ha contestado anguibuo.

Fulvia
Ambiguo, querrás decir.

Samia
Sí, así.

Fulvia
¿Y qué más?

Samia
Que lo rogará nuevamente.

Fulvia
¿Qué más?

Samia
Que, para servirte, vendrá pronto a decírtelo.

Fulvia
¡Pobre de mí! Que no se hará nada. ¿Y Lidio?

Samia
Te trata como una zapatilla vieja.

Fulvia
¿Lo has encontrado?

Samia
Y le he hablado.

Fulvia
Dime, dime: ¿qué pasa?

Samia
Lo tomarás a mal.

Fulvia
¡Ay de mí! ¿qué pasa? Dime, vamos.

Samia
En fin, era como si no te conociera.

Fulvia
¿Qué me estás diciendo?

Samia
Así está ahora.

Fulvia
¿Cómo lo entendiste?

Samia
Me contestó de tal manera que me asustó.

Fulvia
Quizá quiso bromear contigo.

Samia
No me habría injuriado.

Fulvia
Quizás no supiste hablar.

Samia
Mejor no me instruiste.

Fulvia
Tal vez estaba acompañado.

Samia
Lo llevé aparte.

Fulvia
Tal vez hablaste demasiado fuerte.

Samia
Casi al oído.

Fulvia
En fin, ¿qué te dijo?

Samia
Me apartó de sí.

Fulvia
Pues, ¿ya no me ama?

Samia
Ni te ama, ni te considera.

Fulvia
¿Crees eso?

Samia
Estoy segura.

Fulvia
¡Ay de mí! ¡Qué oigo yo!

Samia
Ya ves.

Fulvia
¿Y no te preguntó por mí?

Samia
Todo lo contrario, dijo que no sabía quién eras.

Samia
Si no te odia también, puedes estar satisfecha.

Fulvia
¡Ay, cielos adversos! Ahora me doy cuenta verdaderamente de que él es cruel y yo desdichada. ¡Ay, cuán triste es la suerte de las mujeres! ¡Y qué mal pagado está el amor de muchas hacia sus amantes! ¡Ay, pobre de mí! Que demasiado amé. ¡Desventurada! Que me di tanto a otros que ya no soy mía. ¡Ay, cielos! ¿Por qué no hacéis que Lidio me ame como yo lo amo a él? ¿O que yo huya de él, como él huye de mí? ¡Ay cruel! ¿Qué pido yo? ¿Desamar y huir de mi Lidio? ¡Ah! Ciertamente, esto ni quiero, ni puedo hacerlo; al contrario, pienso encontrarlo yo misma. ¿Y por qué no me es lícito disfrazarme de hombre una sola vez y encontrarlo, como él, disfrazado de mujer, a menudo ha venido a verme? Es justo. Y él es tan bueno que merece que se haga esto y mucho más por él. ¿Por qué no debo hacerlo? ¿Por qué no voy? ¿Por qué pierdo mi juventud? No hay dolor igual al de la mujer que se da cuenta de haber perdido en vano su juventud. Apañada está la que piensa reconquistarla en la vejez. ¿Cuándo encontraré yo a un amante como él? ¿Cuándo tendré yo tiempo para ir a verlo, como ahora, que está en casa y que mi marido está fuera? ¿Quién me lo impide? ¿Quién me detiene? Sin duda lo haré, porque me di cuenta de que Rufo no estaba dispuesto del todo a hacer obrar al espíritu a mi favor. Los ministros nunca obran tan bien como al que le atañe un asunto; no eligen el tiempo oportuno; no muestran la determinación del amante. Si voy a su casa verá mis lágrimas, escuchará mis lamentos, oirá mis ruegos. Ora me echaré a sus pies, ora fingiré morir, ora le echaré los brazos al cuello: y ¿podrá ser tan cruel como para no tener piedad de mi? Las palabras amorosas recibidas a través de los oídos, por el corazón, tienen la fuerza más grande que se pueda imaginar, y para los amantes casi todo es posible. Así espero; así quiero proceder. Ahora me voy a vestir de hombre. Tú, Samia, quédate en la puerta, no dejes que nadie se pare, para que yo, saliendo de casa, no sea conocida. Lo haré todo rápido.

ESCENA SEXTA

Samia criada, Fulvia.

Samia
¡Oh, pobres e infelices mujeres! ¡A cuánto mal estamos sometidas cuando al Amor estamos subyugadas! Mirad a Fulvia, que era tan prudente, y ahora, presa de amor por ese, no sabe lo que hace. No pudiendo conseguir a su Lidio, va a verle disfrazada de hombre, sin pensar en las consecuencias que puedan resultar si por ventura se supiera. ¿Acaso ella no está satisfecha? Que le ha dado a ese los bienes, el honor y la carne y él la estima lo que al fango. Todas nosotras somos muy desdichadas. Allí viene ya disfrazada de hombre. ¿Te parece que lo he hecho rápido?

Fulvia
Escucha: voy a ver a Lidio. Tú quédate aquí y mantén la puerta cerrada, mientras yo voy y vuelvo.

Samia
Así lo haré. ¡Mira cómo va!

ESCENA SÉPTIMA

Fulvia sola.

Fulvia
Ciertamente no hay nada que Amor no obligue a hacer a los demás. Yo, que ya sin compañía con gran pena habría salido de mi habitación, ahora, alentada por Amor, vestida de hombre, salgo de casa sola. Pero si aquella era tímida servidumbre, ésta es generosa libertad. A su casa, aunque esté un poco lejos, me dirijo, que sé bien dónde está. Y allá me haré escuchar, que sé hacerlo; porque no hay nadie más que su vieja criada y quizás también Fesenio, los cuales están informados de todo. Nadie me reconocerá, por lo que esto nunca se sabrá. Y aunque se supiera, es mejor obrar y arrepentirse, que no hacer nada y arrepentirse.

ESCENA OCTAVA

Samia sola

Samia
Ella va a regodearse; y, allá donde yo la criticaba, ahora la excuso y la alabo: porque quien no disfruta del amor no sabe qué es la dulzura del mundo y es un pedazo de animal. Muy bien sé que no siento placer, más que cuando estoy con mi amante Lusco el despensero. Estamos solos en la casa, y él está aquí en el patio. Mejor será que así, con la puerta cerrada, nos solacemos juntos. El ama me alecciona para que disfrute también yo. Loco es quien no sabe aprovechar los placeres cuando puede tenerlos, porque las molestias y el pesar, siempre que alguien los busca, están a la vuelta de la esquina. ¡Luusco!

ESCENA NOVENA

Fesenio criado

Fes.
No cierres. ¡Hola! ¿No has oído? Pero no importa. Ya me abrirán: que, ahora que Calandro está con la ardiente furcia, al que yo acompañé por la calle de allá, voy a ir a contar lo sucedido a Fulvia, que sé que se morirá de risa. Y en realidad, la cosa es tan divertida que haría reír incluso a los muertos. ¡Bonitos líos deben de ser los de ellos! Ahora me voy a ver a Fulvia.

ESCENA DÉCIMA

Fesenio fuera de la puerta. Samia dentro.

Fes.
Tic, toc; tic, toc. ¿Estáis sordos? ¡Eh! ¡Eh! Tic, toc. ¿No oís?

Samia
Samia ¿Quién aporrea la puerta?

Fes.
Tu Fesenio. Samia, abre.

Samia
Ya voy.

Fes.
¿Por qué no abres?

Samia
Me estoy levantando para meter la llave en el agujero.

Fes.
Rápido, por favor.

Samia
No encuentro el agujero.

Fes.
Pues sal.

Samia
¡Eh! ¡Eh! ¡Ay de mí! Todavía no puedo.

Fes.
¿Por qué?

Samia
El agujero está lleno.

Fes.
Sopla en la llave.

Samia
Hago algo mejor.

Fes.
¿Qué?

Samia
Sacudo lo más posible.

Fes.
¿Qué esperas?

Samia
¡Oooh! Alabado sea el mango de la pala, Fesenio, que he hecho lo necesario y he untado la llave para que abra mejor.

Fes.
Ahora abre.

Samia
Hecho está. ¿No oyes que la estoy sacando? Ahora entra a tu gusto.

Fes.
¿A qué vienen tantas cerraduras?

Samia
Fulvia ha querido que hoy se cierre la puerta.

Fes.
¿Por qué?

Samia
A ti te lo puedo contar todo. Vestida de hombre ha ido a ver a Lidio.

Fes.
¡Oh! Samia, ¿qué dices?

Samia
Has oído bien. Yo tengo que estar con la puerta cerrada y abrir cuando vuelva. Vete con Dios.

ESCENA UNDÉCIMA

Fesenio criado solo

Fes.
Ahora veo claro que no hay nada tan grave y peligroso que no se atreva a hacer quien ardientemente ama: como le ocurre a ésta, que ha ido a casa de Lidio y no sabe que su marido se encuentra allí. Y él, aún siendo necio, no podrá sin embargo dejar de pensar mal de ella, viéndola con aquella vestimenta y sola en aquel lugar; puede que se enfade tanto que lo cuente a los parientes de ella. Voy a ir allá aprisa para ver si pudiera, de alguna manera, evitarlo. Pero, ¡oh! ¡oh! ¡oh!, ¿qué es esto? ¿Oooh! Fulvia que, ¡ooh!, lleva preso a Calandro. ¿Qué diablos es esto? Me quedaré así apartado para oír y ver cómo acaba la cosa.

ESCENA DUODÉCIMA

Fulvia, Calandro.

Fulvia
¡Oh, valiente marido! ¿Ésta es la villa adonde dijiste que ibas? ¿De este modo, eh? ¿No tienes bastante que hacer en tu casa, que vas dando tumbos por otros sitios? ¡Pobre de mí! ¿A quién doy yo tanto amor?¿A quién tanta fe entrego? Ahora sé por qué, las noches pasadas, nunca te has acercado a mí: como aquel que, teniendo que descargar la carga en otro lugar, quiere llegar lozano caballero a la batalla. A fe mía, no sé cómo me contengo y no te saco los ojos. ¿Acaso no pensabas engañarme a escondidas? Pero, por suerte para mí, no te enteras de nada. Y a esta hora, con esta vestimenta, no fiándome de nadie, he venido yo misma a buscarte. Y así te llevo como tú mereces, sucio perro, para avergonzarte y para que todo el mundo tenga compasión de mí, que soporto tantos ultrajes tuyos, ¡ingrato! ¿Y no crees tú, miserable, que si yo fuera una malvada hembra como tú eres hombre malvado, me iba a faltar el modo de entretenerme con otro, cómo tú te entretienes con otra? No lo creas: porque yo no soy ni tan vieja ni tan fea, para ser rechazada, si no hubiese tenido más respeto a mí misma que a tu bellaquería. Ten por seguro que bien me habría vengado de aquella que estaba a tu lado. Pero, vete. Que nunca disfrute de nada que me guste, si antes no te las hago pagar y no me vengo de ella.

Cal.
¿Has acabado?

Fulvia
Sí.

Cal.
¡En mala hora, deja que me lamente yo y no tú, insolente! Que me has sacado del paraíso mundano y me has quitado todo mi deleite. ¡Aguafiestas! Tú no le llegas ni a las suelas de los zapatos, que me hace más caricias y me besa mejor que tú. Ella me gusta más que la sopa de vino dulce, y brilla más que la estrella Diana, y posee más magnificencia que la Luna llena y es más astuta que el hada Morgana: así que tú no habrías podido tragártela, no, ¡malvada mujer! Y si tú alguna vez le haces daño, ¡pobre de ti!

Fulvia
¡Vamos! ¡Basta! A casa, a casa. Abre. ¡Hola! Abre.

ESCENA DECIMOTERCERA

Fesenio criado solo

Fes.
Oh Fesenio, ¿qué es lo que has visto? ¡Oh, Amor, cuán grande es tu poder! ¿Qué poeta, qué doctor, qué filósofo podría jamás mostrar esas sutilezas, esas astucias que tú proporcionas a quien sigue tus pasos? Toda la sabiduría, toda la doctrina de cualquier otro es inferior a la tuya. ¿Qué otra, sin Amor, habría tenido una argucia tan grande para salir de tan grande peligro como ésta? Nunca vi malicia igual. Ella se para en la puerta. Iré a su encuentro y le daré esperanzas sobre su Lidio, porque ya es como para tener compasión de la pobrecilla.

ESCENA DECIMOCUARTA

Fulvia, Fesenio criado, Samia criada

Fulvia
¡Mira, Fesenio mío, qué desdichada soy! Que, en lugar de Lidio, encontré a la bestia de mi marido, que, sin embargo, me he salvado.

Fes.
Lo he visto todo. Entra un poco más, para que nadie te vea con esta ropa.

Fulvia
Recuerdas bien. El gran deseo de estar con Lidio me cegó de tal manera que no pensé en otra cosa. Pero dime, Fesenio querido: ¿has encontrado a mi Lidio?

Fes.
Cada uno lleva la lengua al lado donde le duele la muela.

Fulvia
¿Sí?

Fes.

Fulvia
Pues, Fesenio mío: ¿qué dice? Dime.

Fes.
No partirá tan pronto.

Fulvia
¡Oh, Dios! ¿Cuándo podré hablar con él?

Fes.
A lo mejor hoy mismo. Cuando te vi con Calandro me dirigía a su casa para hacer que viniera a verte.

Fulvia
¡Hazlo, Fesenio mío, eres afortunado! Y te encomiendo mi vida.

Fes.
Haré todo lo posible para que venga a verte; y a su casa me voy. Queda en paz.

Fulvia
¿En paz, eh? En guerra y en lamentos me quedo yo. Tú vas a ver a mi paz, pues que a Lidio vas a ver.

Fes.
Adiós.

Fulvia
Fesenio mío, vuelve pronto.

Fes.
Así lo haré.

Fulvia
¡Ay, desdichada Fulvia! Si sigo mucho tiempo así, ¡seguro que me moriré! ¡Pobre! ¿Qué debo hacer?

Samia
Quizá el espíritu lo mueva.

Fulvia
¡Ay, Samia! Ya que el nigromante tarda tanto en venir, ve a buscarle.

Samia
Bien me parece; no quiero perder tiempo.

Fulvia
Encomiéndale el asunto. Y vuelve pronto.

Samia
En cuanto lo encuentre.

ESCENA DECIMOQUINTA

Samia criada, Rufo nigromante.

Samia
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Gran ventura! ¡Ahí viene Rufo! El cielo te lo pague.

Rufo
¿Qué buscas, Samia?

Samia
Fulvia se consume por saber lo que has hecho sobre lo suyo.

Rufo
Creo que llegará a buen puerto.

Samia
¿Y cuándo?

Rufo
Iré a decírselo todo a Fulvia.

Samia
Tú estás tardando demasiado en arreglar este asunto.

Rufo
Samia, son componendas que no se hacen de un soplo. Hay que acoplar estrellas, palabras, aguas, hierbas, piedras y tantas minucias que necesariamente llevan su tiempo.

Samia
Pero, si lo hacéis, luego...

Rufo
Estoy firmemente convencido.

Samia
¡Oooh! ¿Conoces tú al amante?

Rufo
No estoy seguro.

Samia
Es aquel.

Rufo
¿Y tú lo conoces bien?

Samia
No hace ni dos horas que hablé con él.

Rufo
¿Qué te dijo?

Samia
Se me mostró más áspero que un abrojos.

Rufo
Ve y háblale ahora, para ver si el espíritu lo ha amansado un poco.

Samia
¿Tú crees?

Rufo
Te lo ruego.

Samia
Voy a hablarle.

Rufo
¡Eh! Vuelve después con Fulvia que yo iré en seguida a verla.

Samia
Hecho está.

Rufo
Mientras ésta habla con Lidio, me quedaré aquí apartado.

ESCENA DECIMOSEXTA

Fanio criado, Lidio-mujer, Samia criada

Fanio
¡Oh!, Lidio, aquí viene hacia nosotros la criada de Fulvia. Mira que se llama Samia. Contéstale dulcemente.

Lidio-mujer
Así pensaba hacer.

Samia
¿Estás todavía turbado?

Lidio-mujer
No, por Dios no. Samia mía, perdóname, que estaba pensando en otra cosa y estaba casi fuera de mí, de modo que no sé lo que te dije. Pero dime: ¿qué es de mi Fulvia?

Samia
¿Quieres saberlo?

Lidio-mujer
No te busco por otro motivo.

Samia
Pregúntale a tu corazón.

Lidio-mujer
No puedo.

Samia
¿Por qué?

Lidio-mujer
¿No sabes que mi corazón está con ella?

Samia
Que Dios os mantenga sanos los riñones a los amantes, si alguna vez decís la verdad. Hace poco este no podía ni recordarla y ahora quiere hacerme creer que no tiene más bien que ella. ¡Como si no supiera que tú no la amas y que no quieres ir a verla!

Lidio-mujer
Aún más, se va consumiendo mi vida mientras no esté con ella.

Samia
¡Por los clavos de Cristo, que el espíritu podría haber trabajado con mejor criterio! ¿Irás, pues, como sueles?

Lidio-mujer
¿Qué quieres decir: como sueles?

Samia
Digo: en forma de mujer.

Lidio-mujer
Aaah, sí...como las otras veces.

Samia
¡Oh, que buena noticia le llevo a Fulvia! Ya no quiero estar contigo. Me volveré por la calle de atrás, para que otros no me vean entrar en la casa después de alejarme de ti. Adiós.

Lidio-mujer
Adiós.

ESCENA DECIMOSÉPTIMA

Lidio-mujer, Fanio criado, Rufo nigromante.

Lidio-mujer
¿Has oído, Fanio?

Fanio
Sí; y he advertido ese «como sueles». Seguramente te han tomado por otro.

Lidio-mujer
Así es, seguro.

Fanio
Será conveniente avisar a Rufo, que precisamente viene hacia nosotros.

Rufo
Y bien, ¿qué vas a hacer?

Lidio-mujer
¿Te parece que habría que dejarlo correr?

Rufo
¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! El amigo se ofende; y tienes buenas razones, Lidio, pues ella es sin duda un sol.

Lidio-mujer
La conozco y sé exactamente dónde está.

Fanio
Sacaremos placer de ello.

Rufo
Y beneficio.

Fanio
Si yo, Rufo, entendí bien tus palabras, tú dijiste antes que, no encontrando otro remedio, ella recurre al tuyo: por lo que deduzco que ha intentado llevar su plan a la práctica. De esto nunca se nos dijo nada. Por eso cabe pensar que a Lidio lo han confundido con otro, como hoy le ha pasado a su criada: por ello es necesario que tú, con cautela, le digas a Fulvia, de parte del espíritu, que no hable más de las cosas pasadas; porque el asunto podría descubrirse y provocar un gran escándalo. Instrúyela bien.

Rufo
Bien observaste; sabiamente recuerdas. Así lo haré. ¡Vamos! Aquí no hay más que decir. Manos a la obra. Yo me voy a verla; vosotros preparaos.

Lidio-mujer
Ve y vuelve, que nos encontrarás a punto.

Fanio
Lidio, ve por delante: yo iré ahora después de ti. Rufo, dos palabras.

Rufo
¿Qué hay?

Fanio
Te diré un secreto tan a propósito de este asunto que nunca podrías ni imaginártelo. Pero mucho cuidado con decir nada luego.

Rufo
Qué Dios me quite lo que deseo, si llego a decir algo.

Fanio
Mira, Rufo, tú podrías arruinarme a mí y perder el beneficio que sacarás de este negocio.

Rufo
No temas. Dime, vamos.

Fanio
Para que sepas, Lidio, mi amo, es hermafrodita.

Rufo
¿Y qué importa este mierdaflorida?

Fanio
Hermafrodita, he dicho. ¡Diablos! ¡Qué burro que eres!

Rufo
Bien, ¿qué quiere decir?

Fanio
¿No lo sabes?

Rufo
Por eso lo pregunto.

Fanio
Hermafroditas son los que tienen el uno y el otro sexo.

Rufo
¿Y Lidio es uno de esos?

Fanio
Sí, así es.

Rufo
¿Y tiene el sexo de mujer y la raíz de hombre?

Fanio
Sí, señor.

Rufo
Te juro, por el Evangelio, que siempre me ha parecido que tu Lidio tiene, en la voz y también en las maneras, algo femenino.

Fanio
Y por eso has de saber que, esta vez, usará con Fulvia sólo el sexo femenino para que, habiéndolo pedido ella en forma de mujer, y mujer hallándolo, tenga tanta fe en el espíritu que luego te adorará.

Rufo
Éste es uno de los más ingeniosos enredos que he oído jamás. Y puedo decirte que el dinero llegará en abundancia.

Fanio
Hecho está. ¿Cómo es, liberal?

Rufo
¿Liberal, preguntas? Los amantes cierran el bolso con las hojas del puerro; porque los ducados, los paños, el ganado, los oficios, los bienes y la vida darían quienes aman como ésta.

Fanio
Me tranquilizas del todo.

Rufo
También tú me has consolado con ese barbaflorida.

Fanio
Me gusta que no sepas nombrarlo, porqueego, aunque quieras, no podrás repetirlo.

Rufo
Ahora vete a casa de Lidio; y vestíos. Yo me voy a ver a Fulvia y le diré que tendrá lo que espera.

Fanio
Entonces, yo seré la criada.

Rufo
Ya sabes. Estad preparados cuando yo vuelva aquí.

Fanio
En un momento. Bien hice buscando la ropa también para mí.

ESCENA DECIMOCTAVA

Rufo nigromante, Samia criada

Rufo
Hasta aquí la cosa va de modo que el cielo no me lo habría podido disponer mejor. Si Samia ha llegado a casa por aquella parte, Fulvia estará esperándome. Le mostraré que el espíritu lo ha hecho todo y que es necesario que diga con esta estampita algunas palabras y que haga ciertas cosas que le parecerán todas propias de hechizos. Y le recordaré que no hable con nadie de cosas acaecidas y seguidas en este amor suyo y de lo que yo haga con ella, exceptuando a su criada. Lo haré todo inmediatamente y me saldré. Ahí está en la puerta Samia.

Samia
Entra pronto, Rufo, y ve a ver a Fulvia allá en aquella habitación de abajo; porque arriba está el pánfilo de Calandro.

ESCENA DECIMONOVENA

Samia Criada, Fesenio criado.

Samia
¿Adónde vas, Fesenio?

Fes.
A ver al ama.

Samia
Ahora no puedes hablarle.

Fes.
¿Por qué?

Samia
Está con el nigromante.

Fes.
¡Bah! Déjame entrar.

Samia
Que no, no se puede.

Fes.
Éstas son tonterías.

Samia
No digas tonterías.

Fes.
Soy un... como si no te hubiera dicho nada. Ahora me daré otra vuelta y volveré con Fulvia.

Samia
Harás bien.

Fes.
Si Fulvia supiese lo que yo sé, no se preocuparía de los espíritus; porque Lidio suspira por estar con ella más de lo que ella desea y hoy quiere estar con ella. Y se lo voy a decir yo personalmente, porque sé que me dará algo. Por eso no se lo dije a Samia. Voy a salir de aquí, porque, viéndome Fulvia, pensaría que estoy aquí parado para ver a su nigromante, que debe ser ese que sale de casa.

ESCENA VIGÉSIMA

Rufo nigromante solo.

Rufo
La cosa va bien. Espero solucionar mis miserias y abandonar de estos trapos, porque ésta me ha dado buenos dineros. No podría tener mejores carta en la mano. Esa es mujer rica y, por lo que entiendo, más enamorada que prudente. Si no me engaño, creo que dará más de sí en su maldita locura y nada podía desear más. Mira, mira que a veces también los sueños resultan verdaderos. Esto es la faisana que anoche soñé que había atrapado. Me parecía que le arrancaba muchas plumas de la cola y las ponía encima de mi sombrero. Si se deja coger, que me parece que sí, la desplumaré de manera que mis asuntos irán bien un tiempo. A fe mía, que también yo sabré darme buena vida y veré lo bueno. ¡Oooh, que suerte! Pero ¿quién es esa mujer que me llama? No la conozco. Voy a acercarme más a ella.

ESCENA VIGESIMOPRIMERA

Rufo nigromante, Fanio criado.

Rufo
¡Oooh! Fanio, este traje te ha transfigurado tanto que no te reconocía.

Fanio
¿No me queda bien?

Rufo
Decididamente sí. Id a contentar a aquella descontenta.

Fanio
Contenta sé muy bien que no estará esta vez.

Rufo
¡Sí, sí, porque Lidio usará con ella el sexo femenino!

Fanio
Sí,señor. Dime pues, ¿podemos irnos?

Rufo
Cuando os plazca. ¿Lidio está vestido?

Fanio
Me espera aquí cerca; y está tan bien que no hay nadie que no lo tome por mujer.

Rufo
¡Oh! ¡Oh! ¡cuánto me gusta! Fulvia os espera. Ve, busca a Lidio y marchaos a casa de ella. Yo no me iré de aquí, para ver cómo acaba la cosa. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Mira. Ella ya está en la puerta. Bien pronto ha hecho lo que le dije.

ESCENA VIGESIMOSEGUNDA

Fesenio criado, Fulvia.

Fes.
Ya estás libre de dolor, señora mía.

Fulvia
¿Cómo?

Fes.
Lidio arde por ti más que tú por él. Apenas le dije cuanto me ordenaste, se preparó y viene a verte.

Fulvia
¡Fesenio mío, ésta es noticia que vale más que unas calzas! Y bien te recompensaré. Escucha, que Calandro pide arriba ropa para salir. Vete, que no te vea conmigo. ¡Oh, qué gusto! ¡Oh, qué placer me da! Todo comienza a irme prósperamente. Voy a sacar a ese pajarraco, para quedarme yo libre.

Fes.
Te digo que estos amantes recuperarán el tiempo perdido. Y si Lidio fuera sabio, debería confirmar bien el asunto de su hermana, por si se encontrara. Calandro no estará en casa. Tienen aspecto de solazarse mucho tiempo. Puedo irme a dar una vuelta. Pero, ¡oh!, oh!, oh!, mira a Calandro que sale. Me voy a alejar de aquí porque, parándose a hablar aquí conmigo, podría ver a Lidio, que está a punto de llegar.

ESCENA VIGESIMOTERCERA

Calandro, Lidio-varón, Lidio-mujer.

Cal.
¡Oh, día feliz para mí! Que no acabo de sacar el pie de la puerta y veo aparecer a mi sol galante que viene hacia mí. Pero, ¡ay de mí!, ¿Qué saludo le daré hoy? Diré: ¿«Buenos días»?, no es por la mañana. ¿«Buenas tardes»?, no es tarde. ¿«Dios te ayude»?, saludo de carreteros. Diré: ¿«Alma mía preciosa»?, no es un saludo. ¿«Corazón de mi cuerpo»?, dicho de barberos. ¿«Cara de angelito»?, parece de mercader. ¿«Espíritu divino»?, no es bebedora. ¿«Ojos ladrones»?, mal vocablo. ¡Ay de mí! Ya la tengo aquí. Alma... corazón... car... espí... ojo... ¡Mal rayo te parta! ¡Oh, qué burro soy! Me había equivocado. E hice bien en insultarla: porque ésta de aquí es mi Santilla, no esa. Buenos dí...quiero decir: buenas tardes. A fe mía, ella no es esa: me equivoqué. Es ésta de aquí. No, no es ella. Pues sí que es: voy a ir hacia ella. Pero es más bien ésta. ¡Palabras! Es esa. Sí, ésta es mi vida. No, más bien la otra. Iré hacia ella.

Lidio-varón
¡Rayos! Este loco me cree mujer y de mí está enamorado; y me seguirá hasta su casa. Volvamos mejor a nuestra casa. Me desvestiré y, más tarde, volveremos a casa de Fulvia.

Cal.
¡Ay de mí! Ella no es esa. En fin, es esa que se ha ido allá por aquella calle. Será mejor encontrarla.

Lidio-mujer
Ahora que aquella bestia no puede vernos, entremos en casa aprisa. Y mira, en la puerta está Fulvia que nos hace señas. ¡Adentro, vamos!


Acto IV

ESCENA PRIMERA

Fulvia, Samia criada.

Fulvia
¡Samia! ¡Oh, Samia!

Samia
¡Señooora!

Fulvia
Baja rápido.

Samia
Ya voooy.

Fulvia
¡Muévete, maldita sea tu estampa! ¡Muévete!

Samia
Aquí estoy: ¿qué quieres?

Fulvia
Vete ahora mismo, busca a Rufo, el del espíritu, y dile que venga a verme enseguida.

Samia
Subo por el velo.

Fulvia
¿Qué velo? ¡Animal! Lárgate así; vuela.

Samia
¿A qué demonios se debe tanta rabia? Parece que tiene el diablo en el cuerpo. Y eso que Lidio debería habérselo sacado.

Fulvia
¡Oh engañosos espíritus! ¡Oh, tontas mentes humanas! ¡Oh, engañada e infeliz Fulvia, que te has perjudicado tú sola a ti misma, y también a quién amas más que a ti misma! ¡Pobre de mí, que recibo lo que me he buscado y he hallado lo que no deseaba! Así que, si el espíritu no le pone remedio, voy a darme muerte, pues menos amarga resulta una muerte voluntaria que una vida angustiosa. Ahí está Rufo. Pronto sabré si debo esperar o desesperar. No se ve a nadie. Mejor hablarle aquí, porque en casa los bancos, las sillas, los baúles y las ventanas me parece que tienen oídos.

ESCENA SEGUNDA

Rufo nigromante, Fulvia.

Rufo
¿Qué pasa, señora?

Fulvia
Mis lágrimas, mucho más que las palabras, pueden mostrarte la pasión que yo siento.

Rufo
Habla: ¿Qué sucede? Fulvia, no llores. Señora, ¿Qué te pasa?

Fulvia
Yo no sé, Rufo, si me he de lamentar de mi ignorancia o de vuestro engaño.

Rufo
¡Ah, señora! ¿Qué estás diciendo?

Fulvia
El cielo, mi pecado o la maldad del espíritu: yo no sé quién ha sido; pero vos, ¡ay de mí!, habéis convertido una vez a Lidio de varón en hembra. Todo él lo he tocado y manoseado, y nada de lo que es habitual en él he encontrado más que su presencia. Y yo no lloro tanto por ser privada de mi placer como por su daño; pues, por causa mía, se encuentra privado de lo que más se anhela. Ahora ves la razón de estas lágrimas y puedes comprender perfectamente lo que deseo de ti.

Rufo
Si, Fulvia, el llanto, que a duras penas puede fingirse, no fuese prueba de ello, a duras penas te creería. Pero admitiendo que sea verdad, creo que solo de ti misma puedes quejarte, porque me acuerdo de que tú pediste a Lidio en forma de mujer. Y me parece que el espíritu, por servirte más cumplidamente, con el sexo y con los vestidos de mujer te ha mandado a tu amante. Pero pon fin a tu dolor porque quien lo ha vuelto hembra puede hacerlo de nuevo varón.

Fulvia
Del todo consolada me siento, creyendo que las cosas han sucedido como tú dices. Pero si tú me devuelves entero a mi Lidio, sean tuyos mi dinero, mis bienes y todo cuanto tengo.

Rufo
Ahora que sé que el espíritu está bien dispuesto hacia ti, te digo sin ningún género de dudas que tu amante se volverá varón inmediatamente. Pero para que no haya más equivocaciones, di claramente lo que quieres.

Fulvia
Lo primero, que se le devuelva la daga de mi vaina, ¿me entiendes?

Rufo
Clarísimo.

Fulvia
Y que en vestido, no en el sexo, de mujer vuelva a mí.

Rufo
Si hubieses hablado así esta mañana no habría ocurrido este error, el cual, sin embargo, me place para que tú compruebes cuánta es la fuerza de mi espíritu.

Fulvia
Sácame rápidamente de esta angustia, pues si no lo veo no puedo alegrarme.

Rufo
No solo lo verás, sino que lo tocarás con las manos.

Fulvia
Entonces, ¿vendrá a mí hoy?

Rufo
Son ya las veinte horas y así bien poco podría estar contigo.

Fulvia
Eso me da lo mismo, con tal de que yo vea que es varón.

Rufo
¿Cómo ha de dejar de beber quien se encuentra sediento en la fuente?

Fulvia
Entonces, ¿vendrá hoy?

Rufo
El espíritu te lo traerá enseguida, si quiere. Así que, estáte avizor en la puerta.

Fulvia
No hace falta, ya que viniendo como mujer puede manifestarse ante todos y no habrá quien lo reconozca como varón.

Rufo
Ya basta.

Fulvia
Rufo mío, puedes estar contento, que nunca más serás pobre.

Rufo
Y tú nunca más infeliz.

Fulvia
¿Y cuánto tiempo deberé esperarlo?

Rufo
En cuanto llegue a casa.

Fulvia
Le diré a Samia que vaya contigo para que me cuente lo que te dice el espíritu.

Rufo
Haz como quieras; y acuérdate de que también el amante sea bien recompensado.

Fulvia
¡Oh, oh! No te preocupes, que tendrá dinero y joyas en abundancia.

Rufo
Queda con Dios. Con gran razón al Amor se le pinta ciego, porque quien ama nunca ve la verdad. Ésta está tan ciega de amor que ella se ha tragado que un espíritu puede trocar a una persona de hembra en varón a su libre albedrío: como si no hiciera falta otra cosa que cortar la raíz del hombre y poner en su lugar una raja, y así formar una mujer; y coser la boca de abajo y aplicar un nabo, y así hacer un varón. ¡Ooh, amatoria credulidad! ¡Oh, oh! Ahí llegan Lidio y Fanio ya cambiados.

ESCENA TERCERA

Rufo nigromante, Lidio mujer, Fanio siervo.

Rufo
Preferiría que vosotros fuerais aún vestidos de mujer.

Lidio-mujer
¿Por qué?

Rufo
Para volver con ella. ¡Ja, ja!

Fanio
¿De qué te ríes tan desconsideramente?

Rufo
¡Ja, ja, ja, ja!

Lidio-mujer
Dinos: ¿qué te ocurre?

Rufo
¡Ja, ja, ja! Fulvia, creyendo que el espíritu ha convertido a Lidio en mujer, suplica ahora que te convierta en hombre y que te envíe de nuevo a ella.

Lidio-mujer
Bueno: ¿qué le has prometido?

Rufo
Que todo se cumplirá enseguida.

Fanio
Has hecho bien.

Rufo
¿Cuándo volverás con ella?

Lidio-mujer
No lo sé.

Rufo
Te noto un tanto frío. ¿No quieres volver?

Fanio
Sí, lo hará, sí.

Rufo
Así sea, pues yo le he dicho, de parte del espíritu, que ella te recompense abundamente, y me ha prometido hacerlo.

Fanio
Volveremos, no te preocupes.

Rufo
¿Y cuándo?

Fanio
Una vez solventado cierto asunto nos vestiremos de nuevo e iremos enseguida para allá.

Rufo
No falles, Lidio. Desde aquí me parece ver a su criada en la puerta de casa. No quiero que me vea con vosotros. Adiós. Un momento, ¡oh, oh, oh!, Fanio, deja que te diga una cosa al oído: haz que el barbaflorido use ahora con Fulvia la maza y no el mortero, ya me entiendes.

Fanio
Así será. Vete.

ESCENA CUARTA

Fanio criado, Lidio-mujer, Samia criada.

Fanio
Samia sale de casa. Hazte a un lado hasta que pase.

Lidio-mujer
Habla consigo misma.

Fanio
Calla y escucha.

Samia
¡Fíate tú de los espíritus, fíate! Mira cómo te han dejado a tu Lidio.

Fanio
Habla de ti.

Samia
Lo han vuelto mujer y ahora lo quieren hacer hombre. Hoy es el día de sus tribulaciones y de mis fatigas. Pero bueno, si lo hacen todo saldrá bien. Y pronto lo sabré, porque allá me envía, para que lo sepa del nigromante; y se apresta para darle al amante sus buenos dineros en cuanto sepa que se ha arreglado aquel asunto.

Fanio
¿Has oído lo del dinero?

Lidio-mujer
Sí.

Fanio
Preparémonos para volver.

Lidio-mujer
Sin duda, Fanio, tú no estás en tus cabales. Tú le has prometido a Rufo que volveríamos; y yo no sé cómo pretendes que acabe este asunto.

Fanio
¿Por qué?

Lidio-mujer
¿Y me lo preguntas? ¡Estúpido! ¡Como si tú no supieras que soy mujer!

Fanio
¿Qué importa?

Lidio-mujer
¡Qué importa, dice! ¿Pero no ves tú, majadero, que si me dejo tocar y doy a entender lo que yo soy me perjudico a mí misma, Rufo pierde su crédito y ella queda burlada? ¿Cómo quieres que lo hagamos?

Fanio
¡Ah! ¿cómo?

Lidio-mujer
Sí, cómo.

Fanio
Donde hay hombres, hay remedios.

Lidio-mujer
Pero donde no hay más que mujeres, como seremos ella y yo, no habrá ningún remedio.

Fanio
Tú estás de broma, ¿verdad?

Lidio-mujer
De broma estás tú. Yo hablo con maldito entendimiento.

Fanio
Cuando prometí que tú volverías, yo había pensado en todo.

Lidio-mujer
Pues dímelo.

Fanio
¿No me has dicho que estuviste con ella en una habitación oscura?

Lidio-mujer
Sí.

Fanio
¿Y que contigo solo hablaba con las manos?

Lidio-mujer
Así es.

Fanio
Pues bien, yo iré contigo, como antes.

Lidio-mujer
¡Oh, oh, oh! ¿Para hacer qué?

Fanio
Escucha: como criada.

Lidio-mujer
Ya lo sé.

Fanio
Vestida como tú.

Lidio-mujer
¿Y qué más?

Fanio
Cuando estés con ella en la habitación, finge que me tienes que decir algo y sal fuera de la habitación. Tú te quedarás fuera en mi lugar, date cuenta, y yo sustituyéndote entraré en la habitación, en la cual, ella notándome sin barba, en la oscuridad no se dará cuenta de quién soy, si tú o yo. Y así creerá que has vuelto a ser hombre, al espíritu se le añadirá más crédito, el dinero vendrá a raudales y yo con ella me regocijaré.

Lidio-mujer
A fe mía te digo, Fanio, que nunca oí cosa pensada con semejante astucia.

Fanio
Así pues, yo no me equivoqué al decirle a Rufo que nosotros volveremos.

Lidio-mujer
Sin duda. Pero mientras tanto no estaría de más saber qué es lo que se trama en nuestra casa sobre esta parentela mía.

Fanio
Eso es buscarse dolores y nuestro propósito es huir del desenlace.

Lidio-mujer
El dejarlo para más tarde no elimina el asunto. Mañana nos lo encontraremos igual que está hoy.

Fanio
¿Quién sabe? Quien evita una cosa se libra de cien. El ir a casa de Fulvia puede ayudar, no perjudicar.

Lidio-mujer
Me parece bien. Pero ve rápido a casa primero, por mi amor, y entérate por Tiresias de lo que sucede. Vuelve enseguida y nos iremos raudos a casa de Fulvia.

Fanio
Bien dicho. Eso haré.

ESCENA QUINTA

Lidio-mujer sola.

Lidio-mujer
¡Oh, infeliz sexo femenino, que no solo a las obras, sino incluso a los pensamientos estás sometido! Habiéndome de mostrar como mujer, no sé ni qué hacer ni qué pensar para salir bien parada. ¡Ay, pobre de mí! ¿Qué he de hacer? Mire donde mire, tan envuelta de angustia me encuentro que no veo lugar alguno en que me pueda poner a salvo. Pero mira ahí a la criada de Fulvia, que habla con alguien. Me apartaré hasta que pase.

ESCENA SEXTA

Fesenio criado, Samia criada.

Fes.
Y bueno, ¿qué contratiempos son éstos? Dímelo ya.

Samia
A fe mía, que el demonio está por medio.

Fes.
¿Cómo?

Samia
El nigromante ha convertido a Lidio en mujer.

Fes.
¡Ja, ja, ja, ja!

Samia
¿A ti te hace gracia?

Fes.
Pues sí.

Samia
Es el evangelio.

Fes.
¡Eh, eh, eh! ¿Es que os habéis vuelto locas?

Samia
Pareces un animal. Es así, te guste o no. Fulvia lo ha tocado todo y lo ha hallado mujer; y de como solía ser no le ha quedado más que la presencia.

Fes.
¡Ja, ja! ¿Y qué hará ahora?

Samia
Como no te lo crees, no te lo diré.

Fes.
Sí que me lo creo, por estas. Dime: ¿cómo lo arregla ahora?

Samia
El espíritu lo convertirá de nuevo en hombre. Vengo de ver al nigromante, que me ha dado este billete para que se lo lleve a Fulvia.

Fes.
Déjamelo leer.

Samia
¡Ay de mí! No lo hagas, que te podría ocurrir algún mal.

Fes.
Aunque me tenga que caer muerto, quiero verlo.

Samia
Mira bien, Fesenio, lo que haces. Estas son cosas del demonio.

Fes.
No me da miedo. Muéstramelo.

Samia
Te digo que no lo hagas. Santíguate antes, Fesenio.

Fes.
¡Bah! Dámelo.

Samia
Sí, pero en esto has de ser mudo como un pez, porque si llegara a saberse... ¡pobres de nosotros!

Fes.
No pienses en eso. Dame.

Samia
Lee en voz alta, que lo oiga yo también.

Fes.
«Rufo saluda a Fulvia. El espíritu sabía que de hombre se había vuelto mujer tu Lidio. Se ha reído conmigo un buen rato. Tú misma fuiste la causa de tu daño y de tu disgusto; pero no te preocupes, que a tu amante restituirá pronto la rama...»

Samia
¿Qué dice de rama?

Fes.
Que recuperará la cola, ¿lo entiendes? «...y enseguida volverá contigo. Es más, dice que arde en deseo por ti mucho más que antes; que a ninguno otro más que a ti ama, estima, conoce, recuerda. No hables de esto porque se armaría un gran escándalo. Envíale dinero en abundancia; y también al espíritu, para que sea favorable a ti y feliz para mí. Vive feliz y acuérdate de mí, que fielmente te sirvo».

Samia
¿Ves ahora cómo los espíritus lo pueden y lo saben todo?

Fes.
Soy el hombre más asombrado del mundo.

Samia
Quiero llevar ya esta buena nueva a Fulvia.

Fes.
Vete con Dios. ¡Oh, potencia del cielo! ¿Y tengo yo que creerme que Lidio, a fuerza de encantamientos, se haya transformado en mujer y que no amará y conocerá más que a Fulvia? Solo el cielo podía hacer una cosa así. Y, sin embargo, ella dice que Fulvia lo tocó con la mano. Tengo que ver este milagro, antes de que vuelva a ser hombre; y después admirar a este nigromante, si es así. Por esta calle de aquí voy a casa de Lidio, que quizá estará en casa.


Acto V

ESCENA PRIMERA

Samia criada, Lidio-mujer, Lidio-varón

Samia
Bien es verdad que la mujer es con la pecunia como el sol con el hielo: que continuamente lo deshace y consume. En cuanto acabó de leer Fulvia la nota del nigromante, me dio esta bolsa de ducados para que a su Lidio los llevara. Y a propósito, allá está. Mira si tu amiga, oh Lidio, hace lo que debe. ¿No oyes, Lidio? ¿Qué esperas? Cógelos, eh, Lidio.

Lidio-mujer
Aquí estoy.

Lidio-varón
Trae aquí.

Samia
¡Uh! ¡Uh! ¡Pobre de mí! Me había confundido. Perdóname, señor: quería a éste, no a ti; adiós, a ti. Tú, escucha.

Lidio-mujer
Ahora eres tú quien se confunde: háblame a mí, despídele a él.

Samia
Dices la verdad. ¡Desmemoriada! Me equivocaba. Vete en paz. Tú, ven conmigo.

Lidio-varón
¿Qué «vete en paz»? Gírate hacia mí.

Samia
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! A ti, sí. Le quiero a ese, no a ti. Tú, escucha. Tú, adiós.

Lidio-mujer
¿Qué «adiós»? ¿No hablas tú conmigo? ¿No soy yo Lidio?

Samia
Sí. señora. Éste eres tú; tú, no. Yo te busco a ti; sigue tu camino.

Lidio-varón
Estás fuera de ti. Mírame bien: ¿no soy yo ese?

Samia
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Te había reconocido; tú eres Lidio, a ti te quiero. A ti, no. Tú apártate; tú toma.

Lidio-mujer
¿Qué «toma»? ¡Mentecata! Soy yo, no él.

Samia
Así es, me equivocaba yo. Tú tienes razón, tú te equivocas. Tú, vete en paz; tú, quita.

Lidio-varón
¿Qué haces tú, animal? Parece que quieres dárselos a él, y sabes que son nuestros.

Lidio-mujer
¿Qué, «nuestros»? Déjamelos a mí.

Lidio-varón
Más bien a mí.

Lidio-mujer
¿Qué a ti? Lidio soy yo, no tú.

Lidio-varón
Tráelos, acá.

Lidio-mujer
¿Qué «acá»? Dámelos a mí.

Samia
¡Oh! ¡Oh! Por la fuerza no quiero que me los quite ninguno de vosotros, que, gritaría mucho. Pero estaos quietos: dejadme ver bien quién de vosotros es Lidio. ¡Oh, Dios! ¡Oh, milagrosa maravilla! No hay nadie tan parecido a sí mismo, ni la nieve a la nieve, ni el huevo al huevo, como es el uno y el otro de ellos: de modo que no sé discernir quién de vosotros es Lidio; porque tú me pareces Lidio, y tú Lidio pareces; tú Lidio eres y tú Lidio eres. Pero yo ahora lo sabré. Decidme: ¿alguno de vosotros está enamorado?

Lidio-varón
Sí.

Lidio-mujer
Sí.

Samia
¿Quién?

Lidio-varón
Yo.

Lidio-mujer
Yo

Samia
¿De dónde viene este dinero?

Lidio-varón
De ella.

Lidio-mujer
De la enamorada.

Samia
¡Oh, fortuna! Todavía no lo tengo claro. Decidme: ¿quién es la enamorada?

Lidio-varón
Fulvia.

Lidio-mujer
Fulvia.

Samia
¿Quién es su querido amante?

Lidio-varón
Yo.

Lidio-mujer
Yo.

Lidio-varón
¿Quién tú?

Lidio-mujer
Yo, sí.

Lidio-varón
Más bien yo.

Samia
¡Uh! ¡uh! ¡uh! ¡En mala hora! Pero, ¿qué es esto? Quietos: ¿de qué Fulvia habláis vosotros?

Lidio-varón
La mujer de Calandro.

Lidio-mujer
De tu ama.

Samia
¡Es una sola! Cierto, o yo me he vuelto loca o esos tienen el diablo encima. Pero esperad, ahora lo determino. Decidme: ¿con qué ropa fuiste a verla?

Lidio-varón
De mujer.

Lidio-mujer
De muchacha.

Samia
¡Oh, cosa ridícula y molesta! Pero, ¡ooh!, con esto lo aclaro: ¿a qué hora ha amado ella a su amante?

Lidio-varón
De día.

Lidio-mujer
A mediodía.

Samia
El demonio del infierno no lo aclararía. Indudablemente, ésta es una trama diabólica, urdida así por aquel espíritu maldito. Mejor será que yo me vuelva a casa de Fulvia con el dinero, y que ella los dé luego a quien le guste; ya sabéis cómo es ella. Yo no sé a quién de vosotros dárselos; Fulvia bien conocerá a su amante. Por eso, quien de vosotros sea aquél, que vaya a su casa y de ella lo tendrá. Quedaos en paz.

Lidio-varón
No me veo en el espejo tan igual a mí mismo como lo es su cara a la mía. Pronto sabré quién es él. Y porque estas venturas no pasan todos los días, y Fulvia mientras tanto podría arrepentirse, a fe mía mejor será que yo vuelva rápidamente a su casa, como de costumbre; que aquel dinero no es poco. Eso haré, a fe mía.

Lidio-mujer
Así que éste es el amante con el cual me confunden. ¿Por qué diablos tarda tanto en volver Fanio? Si estuviese aquí, como el mismo proyectó, volveríamos a casa de Fulvia y a lo mejor ganaríamos aquel dinero: aunque hay que pensar en mi caso.

ESCENA SEGUNDA

Feseno criado, Lidio-mujer, Fanio criado.

Fes.
Ni en la calle, ni en casa he encontrado a Lidio.

Lidio-mujer
¿Qué debo hacer ahora?

Fes.
Hasta que no consiga aclarar si es cierto que se ha vuelto mujer, no estaré tranquilo. Pero, ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!, ¿ es aquél? No lo es. Sí lo es. No es él. ¡Sí, lo es! Me parece muy raro.

Lidio-mujer
¡Ay, fortuna!

Fes.
Habla sola.

Lidio-mujer
¡En qué laberinto me encuentro!

Fes.
¿Qué está pasando?

Lidio-mujer
¿Debo fracasar tan pronto?

Fes.
¡Ay de mí! ¿De qué fracaso se trata?

Lidio-mujer
Por ser amado en demasía...

Fes.
¿Qué quiere decir eso?

Lidio-mujer
...debo yo abandonar este traje...

Fes.
¡Ay de mí! Menudo enredo. Y su voz parece haber tomado mucho de femenino.

Lidio-mujer
...y de esta libertad privarme.

Fes.
¡¿Será verdad?!

Lidio-mujer
¿Me conocerán ahora como mujer y ya no me tendrán por hombre?

Fes.
¡El ratón ha caído en la trampa!

Lidio-mujer
Ahora me llamaré verdaderamente Santilla, ya no me llamaré Lidio.

Fes.
¡Pobre de mí, que la cosa es verdadera!

Lidio-mujer
¡Maldita sea mi suerte que morir no me dejó el día que Modón fue conquistada.

Fes.
¡Oh, cielos adversos! ¿Cómo puede pasar esto? Si no lo estuviera oyendo directamente, no lo creería! Voy a hablar con él. ¡Oh, Lidio!

Lidio-mujer
¿Quién es ese animal?

Fes.
¿Será verdad también esto: que Lidio no conoce más que a su Fulvia?

Lidio-mujer
Nunca te he conocido, ni me interesa conocerte.

Fes.
Entonces, ¿no conoces a tu criado?

Lidio-mujer
¿Tú, mi criado?

Fes.
Si tú no me quieres, seré de otros.

Lidio-mujer
Vete en paz, vete; que no pienso hablar con el vino.

Fes.
Tú no estás hablando con el vino; más bien yo hablo con la desmemoria. Pero no te escondas de mí, que los accidentes tuyos los conozco yo tan bien como tú.

Lidio-mujer
¿Qué accidentes son míos?

Fes.
Por obra de nigromancia te has vuelto mujer.

Lidio-mujer
¿Yo, mujer?

Fes.
Sí, mujer.

Lidio-mujer
Mal lo sabes.

Fes.
Pero quiero averiguarlo.

Lidio-mujer
¡Ah, bribón! ¿Qué quieres hacer?

Fes.
Sé que lo veré.

Lidio-mujer
¡Ay, miserable! ¿De este modo, eh?

Fes.
Con la mano lo tocaré, aunque me mate.

Lidio-mujer
¡Ah, bribón! ¡Aléjate! ¡Oh, Fanio! ¡Oh, Fanio! Llegas a tiempo: ¡Ven aquí corriendo!

Fes.
¿Qué es todo esto?

Lidio-mujer
Este mal hombre dice que soy mujer, y contra mi voluntad quiere palparme.

Fan.
¿Qué insensatez te mueve a hacer esto?

Fes.
¿Qué locura te mueve a ti a ponerte entre mi amo y yo?

Fan.
¿Éste, tu amo?

Fes.
Mío, sí. ¿Por qué?

Fan.
Buen hombre, estás en un error. Sé que nunca tú fuiste criado suyo, ni él fue tu amo. Mío es él, y yo siempre suyo.

Fes.
Ni tú fuiste jamás criado suyo, ni tú amo suyo. Yo sí soy tu criado; tú sí eres mi amo. Sólo yo digo la verdad; vosotros mentís los dos.

Lidio-mujer
Maravilla no es que tú hables con arrogancia, sino que actúes con presunción.

Fes.
Maravilla no es que tú ignorantemente me olvides, pues ni siquiera te conoces a ti mismo.

Fan.
Háblale dulcemente.

Lidio-mujer
¿Yo a mí mismo no me conozco?

Fes.
No señor... quise decir, señora. Si tú te reconocieras, me conocerías también a mí.

Lidio-mujer
Yo me conozco muy bien. Quién eres tú, ya no lo sé.

Fes.
Di, más exactamente, que has encontrado a otro, y te has perdido a ti mismo.

Lidio-mujer
¿Y a quién he encontrado?

Fes.
A tu hermana Santilla, que ahora está en ti, siendo tú mujer. Te has perdido a ti mismo, porque ya no eres varón, ya no eres Lidio.

Lidio-mujer
¿Qué Lidio?

Fes.
¡Oh, pobrecita, que no se acuerda de nada! ¡Vamos, amo! ¿No te acuerdas que él es Lidio de Modón, hijo de Demetrio, hermano de Santilla, discípulo de Polinico, amo de Fesenio, enamorado de Fulvia?

Lidio-mujer
Escucha, Fanio, escucha Fulvia está en mi alma y en mi memoria.

Fes.
¡Ya sabía que te acordarías sólo de Fulvia. De más no, por lo hechizada que estás!

ESCENA TERCERA

Lidio-varón, Fesenio, Lidio-mujer, Fanio.

Lidio-varón
¡Fesenio! ¡Eh, Fesenio!

Fes.
¿Quién es aquella mujer que me hace señas? Espérate, que ahora voy vuelvo.

Lidio-mujer
Fanio, si yo supiera que mi hermano está vivo, estaría ahora llena de esperanza inesperada: porque vería que es aquel con quien ese me ha confundido.

Fan.
Tampoco sabes si él está muerto.

Lidio-mujer
Tampoco.

Fanio
Pero cierto es que nuestro Lidio es el que nos dice, y que está vivo, y que está aquí. Y casi me parece que ese es Fesenio.

Lidio-mujer
¡Oh, Dios! Todo el corazón, por nueva ternura y alegría, me siento fallar.

Fes.
Todavía no sé si eres tú Lidio o aquélla. Deja que lo examine mejor.

Lidio-varón
¿Acaso estás borracho?

Fes.
Eres tú, sí; y también eres varón.

Lidio-varón
Quiero ir ahora mismo, allá donde sabes.

Fes.
¡Vamos! Ve a ver a Fulvia, ve, mercacifle: que darás aceite y cogerás dinero.

Lidio-mujer
Y ahora, ¿qué me dices?

Fes.
Si he hecho o dicho algo que te haya disgustado, perdóname, que ahora me doy cuenta de que te confundí con mi amo.

Lidio-mujer
¿Quién es tu amo?

Fes.
Cierto Lidio de Modón, tan parecido a ti que pensé que tú eras él.

Lidio-mujer
¡Fanio mío, uuuh! ¡La cosa está clara! ¿Cómo te llamas?

Fes.
Fesenio, para serviros.

Lidio-mujer
¡Somos felices! ¡Ya no hay duda! ¡Oh, Fesenio mío querido! ¡Mi querido Fesenio! Mío eres tú.

Fes.
¿A qué tantas lisonjas? No, no. Quisieras que fuera tuyo, ¿eh? Si antes dije que era tuyo, mentía con toda la boca: ni yo soy tu criado, ni tú eres mi amo. Yo tengo a otro amo; tú búscate a otro criado.

Lidio-mujer
Tú eres mío, y yo soy tuya.

Fanio
¡Oh, Fesenio mío!

Fes.
¿A qué tantos abrazos? ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Algo se cuece.

Fanio
Apartémonos, que te lo diremos todo. Ésta es Santilla, hermana de Lidio, tu amo.

Fes.
¿Nuestra Santilla?

Fanio
Calla. Es ella. Yo soy Fanio.

Fes.
¡Oh, Fanio mío!

Fanio
Por respeto no hagas aquí demostraciones. ¡Quieto y calla!

ESCENA CUARTA

Samia, Fesenio, Lidio-mujer, Fanio

Samia
¡Ay de mí ! ¡uh! ¡uh! ¡uh! ¡pobre de mí! ¡Oh! ¡Pobre ama mía, que, de repente está perdida y arruinada!

Fes.
¿Qué te pasa, Samia?

Samia
¡Oh, desdichada Fulvia!

Fes.
¿Qué pasa?

Samia
Oh, Fesenio mío, estamos perdidos.

Fes.
¿Qué pasa? Vamos, habla.

Samia
Pésimas noticias.

Fes.
¿Qué?

Samia
Los hermanos de Calandro han encontrado a tu Lidio con Fulvia, y han mandado a llamar a Calandro y a los hermanos de ella, para que vengan a casa y así deshonrarla; y quizá luego maten a Lidio.

Fes.
¡Ay de mí! ¿Qué oigo? ¡Oh, desdichado amo mío! ¿Lo han cogido?

Samia
Todavía no.

Fes.
¿Por qué no ha huído?

Samia
Porque Fulvia piensa, antes de que Calandro y sus hermanos se encuentren y a casa lleguen, que el nigromante lo vuelva nuevamente mujer, y así quitarle la vergüenza a ella y el peligro a Lidio; mientras que, si él huyendo se salvara, Fulvia quedaría deshonrada. Por eso, me manda volando a buscar al nigromante para este asunto. Adiós.

Fes.
Escucha. Párate un poco. ¿En qué lugar de la casa está Lidio?

Samia
Él y Fulvia, en el cuarto de abajo.

Fes.
¿No tiene detrás la ventana baja?

Samia
Podría salir libremente por allí.

Fes.
No lo pregunto por eso. Dime: ¿ahora hay quien impida a alguien entrar en dicho cuarto?

Samia
Casi nadie. Todos han ido corriendo por el ruido hacia la puerta del cuarto.

Fes.
Samia, esta cosa del nigromante es una locura. Si quieres salvar a tu ama, vuelve a casa y, con buenas artes, aparta de la puerta a quien pudiera estar allí.

Samia
Haré lo que dices; pero mira que lo lo eche todo a perder.

Fes.
No temas. Vete ya.

Lidio-mujer
¡Ay de mí! Fesenio mío, quiera el cielo que en un instante yo a mi hermano no haya encontrado y perdido, y que a un tiempo él no me haya devuelto la vida y dado la muerte.

Fes.
Aquí no se requieren lamentos; el caso busca que el remedio sea tan rápido como sutil. Nadie nos ve. Ponte la ropa de Fanio y dale la tuya a él. ¡Vamos! ¡Rápido!...¡Ah! ¡Así!... Coge esto: ponte, encima... Así no puedes estar mejor. No temas, vente conmigo. Tú, Fanio, espera; a ti, Santilla, te mostraré lo que debes hacer.

Fanio
¡En qué aprietos ha puesto la fortuna el caso de estos dos, hermano y hermana! Hoy habrá el mayor pesar o la mayor alegría que puedan tener jamás, según acabe la cosa. Bien hizo el cielo a uno y a otro iguales, no sólo de apariencia, sino también de fortuna. Ambos se hallan en situación que es forzoso que uno tenga aquel bien y aquel mal que tendrá el otro. Mientras no vea el final, ni puedo alegrarme, ni apenarme; ni seguro temor, ni segura esperanza anida en mi corazón. Ahora quiera el cielo que la cosa llegue a aquel término que Lidio y Santilla puedan salirse de tanto padecimiento y peligro. Yo, esperando lo que sucederá con este hecho, aquí a parte me retiraré todo solito.

ESCENA QUINTA

Lidio-varón solo

Lidio-varón
He salido de un gran peligro y con gran trabajo, yo mismo no sé cómo. Estaba, se puede decir, en prisión, y de Fulvia y de mí lloraba la infeliz suerte, cuando ahí veo a uno, conducido por Fesenio, que salta en el cuarto por la ventana de atrás, y de pronto viste a él con mis ropas y a mí con las suyas. Y fuera me ha mandado Fesenio, sin que nadie me viera, diciéndome: - Todo está dispuesto muy bien; quédate tranquilo. – De modo que de grandísimo dolor, me hallo en grandísima alegría. Fesenio, así desde la ventana, se quedó hablando con Fulvia. Es oportuno que yo esté así, aquí cerca, para ver cómo acaba la cosa. Y...¡oh! ¡oh! ¡oh! Va bien. Contenta ha salido Fulvia a la puerta.

ESCENA SEXTA

Fulvia sola

Fulvia
Ciertamente ha habido apuros para mí en este día; pero doy gracias al Cielo que haya salido de todos los accidentes felizmente. Y el fin del peligro presente me proporciona increíble alegría, porque, no sólo ha salvado a mí el honor y a Lidio la vida, sino que será motivo de que podré estar con él más a menudo y más fácilmente. Quien ahora sea más feliz que yo no debe de ser mortal.

ESCENA SÉPTIMA

Calandro

Cal.
...Y os llevo para que veáis el honor que os ha hecho a vosotros y a mí. Y después de machacarla, lleváosla a casa del diablo, porque no quiero en casa esta vergüenza. ¡Mirad lo descarada que es! Que está en la puerta, como si ella fuera la buena y la hermosa.

ESCENA OCTAVA

Calandro, Fulvia.

Cal.
¿Estás aquí, mala mujer? ¿Y tienes valor para esperarme, sabiendo que me has puesto los cuernos? No sé cómo me contengo que no te saco la vida del cuerpo. Pero antes quiero matar, ante tus ojos, al que está en el cuarto, ¡bellaca!, y luego, con mis manos, sacarte los ojos de la cara.

Fulvia
¡Ay de mí, marido mío! Pero, ¿qué es lo que te mueve a hacer de mí una mala mujer, que no lo soy, y a ti un hombre cruel, cuando nunca lo fuiste hasta ahora?

Cal.
¡Oh, desvergonzada! ¿Aún te atreves a hablar? ¡Como si nosotros no supiéramos que en el cuarto tienes, vestido de mujer, a tu amante!

Fulvia
Hermanos míos, éste busca que os declare lo que siempre he tenido oculto, es decir, mi paciencia y los ultrajes que todos los días me hace este impertinente: porque no hay mujer tan fiel ni peor tratada que yo. ¡Y no se avergüenza al decir que le pongo los cuernos!

Cal.
¡Sí, es verdad, mala mujer! Y ahora quiero mostrarlo a tus hermanos.

Fulvia
Entrad y mirad a quién tengo yo en el cuarto y cómo este valiente parásito lo matará. ¡Vamos, venid!

ESCENA NOVENA

Lidio-varón solo

Lidio-varón
Fesenio mío, dijo que la cosa estaba dispuesta; pero no veo señal alguna y tengo sospechas. Aquél con quien Fesenio me hizo cambiar las ropas no le conocí. Fesenio no sale. Calandro, amenazando a Fulvia, ha entrado en casa: él esta loco furioso, y quizás la humillará. Pero si oigo ruido en casa, por mi cuerpo, saltaré dentro, y la defenderé o por ella moriré. Amante no sea quien valiente no es.

ESCENA DÉCIMA

Fanio criado, Lidio-varón

Fanio
Mira allá a Lidio, o, si lo prefieres a Santilla. No ha hecho nada. Cambiemos: quítate tu ropa, devuélveme la mía.

Lidio-varón
¿De qué cambios hablas?

Fanio
Hace poco que Fesenio nos la hizo cambiar, así que debes acordarte. Dame esta y coge la tuya.

Lidio-varón
Me acuerdo, sí, de haberla cambiado; pero ésta no es los la que te di.

Fanio
Tú no estás en tus cabales. ¿No creerás acaso que la he vendido?

Lidio-varón
No me molestes. Ahí viene Fesenio.

ESCENA UNDÉCIMA

Fesenio criado solo.

Fes.
¡Oooh, ésta es buena! Se pensaban que iban a encontrar en traje de mujer a un muchacho que con Fulvia se solazaba, y querían matarle a él e insultarla a ella. Pero luego, viendo que es una muchacha, todos se han serenado, teniendo a Fulvia como la mujer más púdica del mundo; y ella con honor y yo con enorme alegría me quedo. Santilla, despedida por ellos, sale toda contenta. Allí está también Lidio.

ESCENA DUODÉCIMA

Santilla, Fesenio criado, Lidio, Fanio criado.

Santilla
¡Eh, Fesenio! ¿Dónde está mi hermano?

Fes.
Míralo allá, todavía con la ropa que le diste. Vamos hacia él. Lidio, ¿tú conoces a ésta?

Lidio
No, en verdad. Dime quién es.

Fes.
Quien estuvo, en tu lugar, con Fulvia; aquella que tanto has buscado.

Lidio
¿Quién?

Fes.
Tu Santilla.

Lidio
¿Mi hermana?

Santilla
Soy tu hermana, y tú eres mi hermano.

Lidio
¡¿Tú eres mi Santilla?! Ahora te reconozco: eres tú. ¡Oh, hermana querida, por mí tanto anhelada y buscada! Ahora soy feliz, ahora he cumplido mi deseo, ahora ya no puedo tener penas.

Santilla
¡Oh, hermano dulcísimo! Yo también te veo y te oigo. Apenas puedo creer que seas tú, vivo hallándote cuando yo por muerto te he llorado largo tiempo. Ahora mucho mayor gozo me procura tu salud, por ser tan inesperado.

Lidio
Y tú, hermana, tanto más querida me eres, por cuanto por ti hoy estoy salvado; allí donde, si no hubieras estado tú, quizás yo estaría muerto.

Santilla
Ahora tendrán fin mis suspiros y mis lágrimas. Éste es Fanio, nuestro criado, que siempre fielmente me ha servido.

Lidio
¡Oooh, Fanio mío! Me acuerdo bien de ti. Habiendo tú servido a una, te has obligado con dos; y sin duda quedarás contento de nosotros.

Fanio
No puedo tener mayor alegría que verte vivo y con Santilla.

Santilla
¿Qué miras tan fijamente?

Fes.
Que nunca vi a un hombre tan parecido a otro como es el uno al otro de vosotros. Y ahora veo la razón por la que ha habido hoy tantas jugosas confusiones.

Santilla
Bien dicho.

Lidio
Bonitas son, y más de lo que vosotros imagináis.

Fes.
De eso hablaremos en su momento. Atiéndase hoy a lo que más importa. Dije allá dentro a Fulvia que ésta era tu hermana Santilla: de lo cual ella se mostró sobremanera contenta, y me dijo que quería a toda costa que fuera la mujer de su hijo, Flaminio.

Santilla
Ahora comprendo por qué ella, allá en el cuarto, besándome tiernamente, me habló así: - Quien puede estar más contento que nosotros, no lo sé: Lidio ha encontrado a su hermana, yo a mi hija, y tú a tu marido.

Lidio
La cosa puede darse por hecha.

Fanio
Hay otra, quizá mejor que esa.

Lidio
¿Cuál?

Fanio
Como dice Fesenio, sois tan parecidos que no hay persona que no resulte engañado.

Santilla
Sé lo que quieres decir: que Lidio, instruido por nosotros, entre en mi lugar y tome por esposa a la hija de Perillo, la que quieren darme a mí.

Lidio
¿Está claro esto?

Santilla
Más claro que el sol, más verdad que la verdad.

Lidio
¡Oh, felices de nosotros! Ved que también después de grandes lluvias viene un tiempo espléndido. Estaremos mejor que en Modón.

Fes.
Tanto mejor, pues Italia es más digna que Grecia, pues Roma es más noble que Modón, y dos riquezas valen más que una. Y todos triunfaremos.

Lidio
¡Vamos! Vamos a acabarlo todo.

Fes.
Espectadores, las bodas se harán mañana. Quien quiera verlas no se vaya. Quien lo molesto de la espera busque rehuir, de buen grado váyase. Aquí, por ahora, otra cosa no se hará. Valete et plaudite