ESCENA PRIMERA
Fesenio solo
Fes.
Bien es verdad que el hombre no hace nunca un plan sin que la Fortuna haga otro. Así que, cuando nosotros pensábamos quedarnos tranquilamente en Bolonia, Lidio, mi amo, supo que su hermana Santilla estaba viva y que había llegado a Italia. Por eso de repente resucitó en él aquel amor que le tenía, mayor del que hermano a hermana tuviera jamás: porque, ambos nacidos de un mismo parto, de cara, de persona, de habla, de maneras tan iguales los hizo Natura, que en Modón, alguna vez vistiéndose Lidio de muchacha y Santilla de muchacho, no sólo los forasteros, sino su misma madre, su propia nodriza eran capaces de distinguir quién era Lidio o quién Santilla; y como los dioses no los habrían podido hacer más iguales, así el uno amaba al otro más que a sí mismo. Por eso Lidio, que pensaba que su hermana estaba muerta, sabiendo que estaba viva, se puso a indagar sobre ella. Y, llegados a Roma, hace ya cuatro meses, buscando a su hermana, encontró a Fulvia romana. De la cual, prendándose locamente de amor, me puso al servicio de su marido, Calandro, para llevar a buen fin su amoroso deseo, cosa que prontamente hice, con satisfacción de ella: porque ella, fuertemente ardiendo de amor por él, a menudo, en pleno día, ha invitado a ir a solazarse con ella a Lidio, disfrazado de mujer, bajo el nombre de Santilla. Pero él, temiendo que tal fuego se descubriera, desde hace muchos días, se ha mostrado muy esquivo con ella fingiendo querer marcharse de aquí. Por lo que Fulvia está ahora tan sulfurada y furiosa que no encuentra sosiego alguno: y ora recurre a hechiceras, encantadoras y a nigromantes, que le hagan recuperar a su amante, como si lo hubiese perdido, y ora, me envía unas veces a mí, otras a su criada Samia, conocedora de todo, a él con ruegos, con regalos y con la promesa de darle por esposa a su hijo Santilla, en el caso de que la encuentre. Y lo hace todo de modo que, si el marido no tuviera más de pollino que de hombre, ya se habría percatado, y toda la desgracia caería sobre mí: por eso es necesario que yo sepa manejarme bien en este asunto. Yo hago solo lo imposible. Nunca nadie pudo servir a dos, y yo sirvo a tres: al marido, a la mujer y a mi propio amo, de modo que nunca puedo descansar. Pero no me lamento de eso; porque quien en este mundo se está ocioso, vive como un muerto. Si bien es cierto que un buen criado nunca debe estar ocioso, yo no tengo tiempo ahora ni siquiera para hurgarme las orejas. Y por si me faltaba algo, me ha venido a las manos otro asunto amoroso, del cual me parece una eternidad poder hablar con Lidio: que ahí viene. Y ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!, con él está aquel Momo de Polinico, su preceptor. El delfín ha aparecido: tempestad habrá. Me voy a quedar así, un poco apartado para escuchar lo que dicen.
ESCENA SEGUNDA
Polinico preceptor, Lidio amo, Fesenio criado
Pol.
Por cierto, nunca se me habría pasado por la cabeza, Lidio, que tú llegaras a esto; porque, persiguiendo vanos amores, te has vuelto en enemigo de toda virtud. Pero le achaco la culpa de todo a aquel desgraciado de Fesenio.
Fes.
Por los clavos de...
Lidio
No digas eso, Polinico.
Pol.
Lidio. Eh, Lidio, lo sé todo mucho mejor que tú y que aquel rufián de tu criado.
Fes.
A despecho de que, yo los...
Pol.
El hombre prudente siempre piensa en lo que puede serle adverso.
Fes.
¡Ya empiezan los sermones!
Pol.
Si este amor tuyo llega a ser más notorio, además de estar en un grave peligro, todo el mundo te considerará un animal.
Pol.
Porque, ¿quién no ridiculiza y no odia a los frívolos y livianos? Cómo te has transformado tú, que siendo forastero te has puesto a amar. ¿Y a quién? A una de las damas más nobles de esta ciudad. Huye, te digo, de los peligros de este amor.
Lidio
Polinico, yo soy joven, y la juventud está totalmente sometida a Amor; los asuntos graves convienen a gente más madura. Yo no puedo querer más que lo que el Amor quiere: y me fuerza a amar a esta noble dama más que a mí mismo. Si se supiera tal cosa, creo que muchos me estimarían más; porque, como en una mujer es muy sensato evitar el amor de un hombre superior a ella, así es muy apreciable que los hombres amen a damas de más alto linaje que el suyo.
Fes.
¡Oh, qué respuesta más profunda!
Pol.
Éstas son palabras que le ha enseñado aquel malnacido de Fesenio para animarlo.
Fes.
¡Malnacido serás tú!
Pol.
Ya me extrañaba que tú no te apresuraras a entorpecer las buenas acciones.
Fes.
Entonces no entorpeceré las tuyas.
Pol.
No hay nada peor que ver la vida de los sabios depender de las palabras de los locos.
Fes.
Siempre lo aconsejé más sabiamente yo que tú.
Pol.
No puede ser superior en consejos quien es inferior en costumbres. No te conocí antes, Fesenio, de otro modo no te habría alabado tanto a Lidio.
Fes.
¿Es que acaso necesitaba yo tu favor?
Pol.
Me doy cuenta ahora de que es cierto que alabando a los demás, el hombre se queda a menudo engañado; desaprobándolos, nunca.
Fes.
Tú mismo muestras tu vanidad, puesto que elogiabas a quien no conocías. Yo sé bien que, hablando de ti, no me he equivocado nunca.
Pol.
¿Entonces tú has hablado mal de mí?
Pol.
¡Qué le vamos a hacer! No pienso debatir contigo, sería como gritar al viento.
Fes.
Lo haces porque no puedes defenderte conmigo.
Pol.
Lo hago por no utilizar más que las palabras.
Fes.
¿Y qué podrías hacerme tú, ni siquiera en cien años?
Pol.
Lo verías: así y así.
Fes.
No provoques, cuando humean las narices del oso.
Pol.
¡Anda ya! ¡Anda ya! No quiero con un criado...
Lidio
¡Ya basta! Fesenio, no sigas.
Fes.
No amenaces: que, aunque yo sea un vil criado, también la mosca tiene su cólera; y no hay pelo tan pequeño que no dé su sombra, ¿entiendes?
Pol.
Déjame seguir con Lidio, por favor.
Fes.
Tengamos la fiesta en paz.
Pol.
Escucha, Lidio. Recuerda que Dios nos ha dado dos orejas para oír mucho.
Fes.
Y una sola boca para hablar poco.
Pol.
No estoy hablando contigo. Todo mal reciente fácilmente se olvida; pero luego, de viejo, nunca jamás. Aléjate, digo, de este amor tuyo.
Pol.
No tendrás más que tormentos.
Pol.
¡Pobre de mí! ¿Tú no sabes que los compañeros del amor son ira, odios, enemistades, discordias, ruindades, pobreza, desconfianza, inquietud: males perniciosos en las almas de los mortales? Huye del amor, huye.
Lidio
¡Pobre de mí! Polinico, no puedo.
Fes.
Por el mal que Dios te da.
Lidio
Todo está sujeto a su poder. Y no hay mayor dulzura que conquistar lo que se desea en amor, sin el cual no hay nada perfecto, ni virtuoso, ni gentil.
Fes.
No se puede hablar mejor.
Pol.
No hay mayor vicio en un criado que la adulación. ¿Y tú lo escuchas? Lidio mío, atiéndeme a mí.
Fes.
Sí, ¡que es un asunto delicado!
Pol.
Amor es como el fuego que, cubierto de azufre o de otra cosa mala, apesta al hombre.
Lidio
Y cubierto de incienso, aloe y ámbar, perfuma tanto que resucita a los muertos.
Fes.
¡Ah!, ¡Ah! En el lazo que tendió cae preso Polinico.
Pol.
Lidio, vuelve a las cosas loables.
Fes.
Loable es adaptarse al tiempo.
Pol.
Loable es lo bueno y lo honesto. Te advierto: acabarás mal.
Fes.
Ha hablado el profeta.
Pol.
Te recuerdo que el alma virtuosa no se mueve por concupiscencia.
Pol.
Haces mal. Y sabes que es de una gran arrogancia despreciar los consejos de los sabios.
Fes.
Llamándote sabio, te bautizas como loco: pues tú sabes muy bien que no hay mayor locura que buscar lo que no se puede obtener.
Pol.
Es mejor perder diciendo la verdad que vencer con mentiras.
Fes.
Yo digo la verdad como tú. Pero todavía no soy un señor criticón como tú: que, por cuatro cuius que dices, te crees tan sabio que consideras a cualquiera, menos a ti, un animal. Y no eres exactamente Salomón, ni admites que conviene una cosa al viejo y otra al joven, una en los peligros y otra en el reposo. Tú que eres viejo, tienes la vida que le recuerdas a él; a Lidio, que es joven, déjale que haga las cosas de un joven: y tú adáptate a los tiempos y a lo que le gusta a Lidio.
Pol.
¡Es bien cierto que un amo, cuantos más criados tiene, más enemigos tiene! Éste te lleva a la horca. Y, aun no sucediéndote otro mal, tendrás siempre remordimiento en el ánimo, porque no hay mayor suplicio que ser consciente de los errores cometidos. Por eso, Lidio, olvídate de ella.
Lidio
Tanto puedo yo dejarla cuanto el cuerpo a su sombra.
Pol.
Al contrario, mejor harías odiándola que dejándola.
Fes.
¡Oh!, ¡oh!, ¡oh! No puede con el ternero y quiere que lleve el buey!
Pol.
Ella te dejará tan pronto la pretendan otros: porque las mujeres son mutables.
Lidio
¡Oh!, ¡oh!, ¡oh! No todas son de la misma pasta.
Pol.
No son todas de la misma apariencia, pero sí de la misma naturaleza.
Lidio
Estás en un grave error.
Pol.
Oh, Lidio, sube la lámpara, que no se pueden ver las caras: no hay diferencia alguna entre una y otra. Y sepas que no se puede creer en una mujer, etiam después de muerta.
Fes.
Este obra mejor de como lo recordara hasta ahora.
Fes.
Te adaptas muy bien a los tiempos.
Pol.
Más bien le digo la verdad a Lidio.
Fes.
¡Más arriba está la señora Luna!
Pol.
En fin, ¿qué quieres decir?
Fes.
Quiero decir que tú te adaptas muy bien a la vida de hoy.
Fes.
En ser enemigo de las mujeres, como lo son casi todos en esta Corte: y por eso hablas mal de ellas. E injustamente hablas.
Lidio
Fesenio dice la verdad; porque no se puede alabar lo que has dicho de ellas, que son todo el refrigerio y todo el bien del mundo, sin las cuales nosotros somos inútiles, ineptos, duros y parecidos a las bestias.
Fes.
¿Es necesario seguir hablando? ¿No sabemos que las mujeres son tan dignas que hoy en día no hay quien no las imite y que con mucho gusto, en el ánimo y en el cuerpo, hembra no se vuelva?
Pol.
No quiero contestaros.
Fes.
No sabes qué decir en contra.
Pol.
Te recuerdo, Lidio, que hay que evitar siempre la ocasión para el mal, y nuevamente te invito a alejarte, por tu propio bien, de estos vanos enamoramientos.
Lidio
Polinico, no hay cosa en el mundo que acepte menos el consejo o que obre en su contra que el amor, cuya naturaleza es tal que antes puede consumirse por sí mismo, que alejarse por las invocaciones ajenas. Por eso, si piensas alejarme del amor hacia ella, intentas abrazar la sombra y atrapar el viento con las redes.
Pol.
Y esto bien me pesa; porque tú que solías ser más moldeable que la cera, ahora me pareces más duro que el más alto roble que exista. ¿Y sabes tú cómo es ella? Te dejaré que lo pienses. Y mira que acabarás mal.
Lidio
No lo creo. Y aunque sucediera, ¿no me has enseñado en tus lecciones que es muy loable morir por amor y que “buen fin tiene quien bien amando muere”?
Pol.
¡Adelante! Actúa a tu manera y según esta bestia de aquí. Muy pronto podrás conocer a tu costa los efectos de amor.
Fes.
Para ya, Polinico. ¿Tú sabes qué efectos tiene el amor?
Fes.
Los de la trufa: que a los jóvenes hace levantar la ventura y a los viejos tirarse pedos.
Pol.
Lidio, ¿tú te ríes y desprecias mis palabras? Ya no te hablo, y te dejo que piense tú; y me voy.
Fes.
En mala hora. ¿Has visto cómo se hace el bueno? ¡Como si nosotros no conociéramos a este hipócrita sinvergüenza! Que nos ha turbado a todos de manera que no podremos ni yo contar ni tú escuchar cierta cosa bonita de Calandro.
Lidio
¡Cuenta, cuenta! Que con esta dulzura nos quitaremos el amargor que nos ha dejado Polinico.
ESCENA CUARTA
Calandro, Fesenio criado
Fes.
¿Quién me llama? ¡Oh, amo!
Cal.
Entonces, dime: ¿qué es de mi Santilla?
Fes.
Dímelo tú, qué es de Santilla.
Fes.
No lo sé muy bien. Sin embargo, creo que aquel vestido es de Santilla, la camisa que lleva, el delantal, los guantes y también las pantuflas.
Cal.
¡¿Qué pantuflas?¡ ¡¿Qué guantes?¡ ¡Borracho! Te pregunté no por lo que es suyo, sino cómo estaba.
Fes.
¡Ah! ¿Tu quieres saber cómo estaba?
Fes.
Cuando la vi hace poco, ella estaba...¡espera! sentada, con la mano en la cara; y, hablando yo de ti, atenta al escucharme, tenía los ojos y la boca abiertos, con un poquito de su lengüecilla hacia fuera: así.
Cal.
Tú me has contestado tan a propósito como quiero. Pero sigamos. Así pues, ¿lo escucha con gusto?
Fes.
¿Cómo que si escucha? La he preparado ya de tal manera que dentro de pocas horas tú lograrás tus designios. ¿Quieres algo más?
Cal.
Fesenio mío, me alegro por ti.
Cal.
Seguro. Fesenio, ayúdame, que estoy mal.
Fes.
¡Pobre de mí, amo, tienes fiebre? A ver.
Cal.
No. ¡Oh! ¡Oh! ¿Qué fiebre? ¡Burro! Digo que Santilla me ha dejado para el arrastre.
Cal.
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Eres tonto! Digo que ella me ha hecho enamorar locamente.
Fes.
Vale, pronto estarás con ella.
Cal.
Pues vayamos a buscarla.
Fes.
Todavía hay algunos problemas.
Fes.
Lo verás: que ahora mismo volveré con la respuesta. Adiós. ¡Mira el gentil enamorado! ¡Bonito caso! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Por un mismo amante están muertos la mujer y el marido. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Aquí viene Samia, criada de Fulvia que sale de casa. Me parece alterada: hay gato encerrado, y ella lo sabe todo. Por ella sabré lo que pasa en casa.
ESCENA SÉPTIMA
Fesenio criado, Calandro
Fes.
Ahora veo claramente que incluso los dioses tienen, como los mortales, algo de bufón. Escuchad: Amor, que suele asaltar sólo los corazones gentiles, se ha introducido tanto en el borrego de Calandro, que no se aparta de él; con lo cual Cupido bien demuestra que tiene poco que hacer, ya que se mete en tan ilustre babieca. Pero lo hace porque él esté entre los amantes como el burro entre los simios; y ¿acaso no lo ha puesto en buenas manos? Pero el gato está ya en el saco.
Cal.
¡Oh, Fesenio!, ¡Fesenio!
Fes.
¿Quién me llama? ¡Oh, amo!
Cal.
¿Has visto a Santilla?
Cal.
¿Qué te ha parecido?
Fes.
En fin, tú tienes gusto: creo que ella es la cosa más deleitosa que puede encontrarse en la Maremma. Haz todo lo posible para conseguirla.
Cal.
La conseguiré, aunque tenga que ir desnudo y descalzo.
Fes.
Aprended, amantes, estas palabras tan bonitas.
Cal.
Si la consigo, me la comeré toda.
Fes.
¿Comerla? ¡Oh, Calandro, ten misericordia de ella! Las fieras se comen a las otras fieras; no los hombres a las mujeres. Es muy cierto que se bebe a la mujer, no se come.
Fes.
¡Oh! ¡Qué lástima que un hombre así no sepa beberse a las mujeres!
Cal.
Por favor, enséñame.
Fes.
Te lo diré. Cuando la besas, ¿no la chupas?
Fes.
Y cuando se bebe, ¿no se chupa?
Fes.
Así pues, cuando besando chupas a una mujer, tú te la bebes.
Cal.
Creo que es así. ¡Caramba! No obstante, yo no me he bebido nunca a mi Fulvia y, sin embargo, la he besado mil veces.
Fes.
¡Oh...! Tú no te la has bebido, porque también ella te ha besado a ti, y tanto de ti ha chupado, como tú de ella: por lo que tú no te la has bebido a ella, ni ella a ti.
Cal.
Ahora veo, Fesenio, que tú eres más sabio que Roldán, porque no me cabe ninguna duda de que nunca la besé a ella sin que ella no me besara a mí.
Fes.
¡Oh! ¿Ves cómo te digo la verdad?
Cal.
Pero dime: una española, que me besaba siempre las manos, ¿por qué se las quería beber?
Fes.
¡Vaya secreto! Las españolas besan las manos, no por amor que sientan por ti, ni para beberse las manos, no sino para chupar los anillos que se llevan al dedo.
Cal.
¡Oh, Fesenio, Fesenio, tú sabes más secretos que las mujeres...!
Fes.
Máxime los de tu mujer
Cal.
...que un arquitecto.
Fes.
¡Toma! Arquitecto, ¿Ah?
Cal.
Dos anillos me bebió aquella española. Ahora juro por Dios, que estaré muy atento a que no me beban.
Cal.
Ninguna me besará jamás, si no la beso al mismo tiempo.
Fes.
Calandro, pon cuidado; porque si una te bebiera la nariz, una mejilla o un ojo, te volverías el hombre más feo del mundo.
Cal.
Pondré cuidado. Pero haz que pueda abrazar a mi Santilla.
Fes.
Déjame a mí. Quiero ir a ultimar en un momento el asunto.
Cal.
De acuerdo; pero ¡rápido!
Fes.
No tengo más que ir allá; dentro de poco volveré a ti con el resultado.